Bismillahi
Rahmani Rahim
Nuestro Maestro Hz. Sheykh
Abdul Kerim Effendi (qs) decía que en el mundo hay dos fuerzas que se
contraponen: Islam y capitalismo.
No hace falta ser un genio para
notar que el capitalismo, con sus desmedidos bagajes de consumo, democracia,
secularización y libertades insensatas, es el común denominador que moviliza a
los poderes que se arrogan el gobierno mundial. Sin embargo, frente a los
desmanes sociales, culturales y mentales que ha producido el capitalismo,
tenemos el depurador sistema de vida que el Islam promueve para el bienestar de
los seres humanos en este mundo.
Anteriormente decíamos “fuerzas
contrarias” ya que un detenido estudio comparativo de la realidad global con el
sistema de vida islámico pone en evidencia las inmensas diferencias excluyentes
que impiden la relación efectiva entre ambos.
En gran medida el sistema
financiero del capitalismo se encuentra solventado por el percibimiento del
interés. El cobro de intereses sólo puede ser redituable en un sistema donde el
consumo excesivo sea la norma de conducta para el intercambio monetario. Créditos
en efectivo, tarjetas de crédito, compra-ventas a largo plazo, favorecen no
sólo el consumo desmedido sino también el endeudamiento sistemático, lo que
redunda en un perjuicio para los consumidores y en un gran rédito para las
empresas negociantes. De hecho, lo que se comercializa no deja de suponer un
daño para el hombre, desde la alienante maquinaria de las nuevas tecnologías
hasta los alimentos procesados y las bebidas alcohólicas hasta los instrumentos
perversos del ocio.
Sin embargo, este movimiento
corruptor no se detiene ya que la proliferante secularización de las sociedades
capitalistas modernas, como lógico correlato, ha desarraigado completamente al
hombre de toda otra religión más que la idolatría a lo que se compra y se
vende. Esto no es más que una triste analogía con el pueblo de Israel adorando
al becerro de oro en el desierto en ausencia del Profeta Moisés (as). Y esta
analogía no es del todo desacertada ya que el interés (la usura) es una
liturgia de origen judío estipulada como dogma de “creencia” en sus libros
sagrados, lo que les confiere total libertad para el trato falsario con los “gentiles”
(no-judíos). El capitalismo es un heredero directo de quienes urdieron con
manos sucias e intenciones malsanas el becerro de la incredulidad.
Frente a esto se erige poderoso
el Islam.
Islam es el sistema de vida
definitivo revelado desde la Divina Sabiduría para el bienestar tanto social
como espiritual de los seres humanos sobre la tierra. El Islam establece un
equilibrio único entre los diversos niveles del ser humano mediante la
implantación de un sistema específico que aborda todos los órdenes de la vida
humana. No sólo es doctrina religiosa y ética sino que también es doctrina
jurídica que regula los intercambios civiles, comerciales y penales del ámbito
humano.
Al momento de recibir Sayidina
Muhammad (asws) la revelación del Islam, el mundo echaba en falta un sistema
igual. El Islam vino a llenar un vacío de manera definitiva. Todo lo que el
hombre necesita, tanto a nivel individual como social, se encuentra en el
Islam.
Ahora bien, el Islam promueve
la justicia social basada en la equidad. Parte de esta justicia social es el
trato comercial equitativo, el negocio honesto, la ayuda a los necesitados y la
tácita prohibición de la usura. El Islam aspira a una sociedad justa y
equilibrada en la que los seres humanos puedan vivir en paz. El capitalismo
promueve lo contario: aceleración, consumo, angustias, paranoia, enajenación.
Dadas estas evidentes
diferencias, y teniendo en cuenta que el único sistema viable para
contrarrestar las ideas corruptoras del capitalismo se encuentra nada más que
en el interior del Islam, las potencias detentoras del poder han buscado desde
siempre acabar con el Islam o, en el peor de los casos, corromper su doctrina. Claro
está que una adhesión sistemática al Islam acabaría con los sucios negociados
del capitalismo y toda su carga de congestiones ideológicas, culturales y
sociales. Por lo tanto, la inconveniencia del Islam para el mundo moderno es
evidente. Esto ya es rastreable en los primeros momentos del Islam y a través
de toda la prédica de Sayidina Muhammad (asws) tanto en Mecca como en Medina. En
Mecca porque su mensaje constituía toda una revolución contra la idolatría del
poder dominante en la época, el cual se servía de ella para explotar el
comercio y establecer (mediante la apertura hacia ídolos foráneos) negociados
permanentes con los extranjeros.
El proceso iconoclasta
emprendido por Sayidina Muhammad (asws) fue y seguirá siendo tanto interior
como exterior. Interior contra todos los apegos, hábitos y características que
nos alejan de Allah Todopoderoso, nuestra Fuente original, y de los que
frecuentemente hacemos ídolos obsoletos de adoración. Exterior contra todo
aquello que genera esos apegos y que redunda en un perjuicio para el desarrollo
tanto personal como comunitario.
Ya en Medina, la oposición al
mensaje del Islam llega por medio de los hipócritas quienes antes de la llegada
del Profeta (asws) gozaban de una cierta posición de privilegio y poder que la
justicia del Islam derribaba, y de las tribus judías que se beneficiaban del
negocio que habían conseguido mediante las disputas de dos tribus árabes que el
Islam iba a hermanar.
El Islam siempre se ha erigido
contra las oscuras trampas de negociados deshonestos y de poderosos
malintencionados.
Ya en tiempos relativamente
modernos, el último gran sistema de gobierno que conoció el mundo islámico fue
el Califato Otomano. En su momento de mayor expansión, el Califato cubría una
vasta región que se extendía desde el norte de África (desde lo que hoy se
conoce como Argelia) hasta Irán, y desde la península arábiga (lo que hoy es
Arabia Saudí) hasta la Europa central (Hungría). Bajo la equidad del sistema
islámico gobernado por los sultanes Osmanlíes convivieron pacíficamente pueblos
cuya diversidad cultural y religiosa pudo desarrollar toda posibilidad
particular de manera positiva. Sin embargo, la caída fatal de las monarquías,
las inimaginables consecuencias de la revolución industrial y el “progreso”
tecnológico de mano de democracias criminales del occidente moderno, fueron
factores determinantes para un levantamiento insensato contra el Islam y su
sistema de gobierno.
Frente a las nefastas cargas
ideológicas y materiales de la modernidad occidental, el Califato Otomano, como
representante del gobierno del Islam, suponía un escollo que debía ser quitado
para inocular victoriosamente el virus mortal al mundo islámico. Así es que
hace ya aproximadamente un siglo y medio hasta nuestros días, las potencias
capitalistas, secularistas y democráticas del occidente moderno (Francia,
Inglaterra, Estados Unidos, por citar tan sólo algunas, apoyadas en un primer
momento por un insidioso movimiento sionista y hoy apadrinadas por organismos
fantasmas como la ONU y la OTAN) buscan acabar con el Islam y su sistema de
vida.
Lamentablemente, en parte, esto
ya ha sido logrado. En primer lugar con la caída del Califato Otomano, gran
valedor del Islam tradicional frente al monstruo de la modernidad impulsada
salvajemente desde el occidente. No está demás anotar que una gran
responsabilidad de esta caída recae sobre la misma comunidad islámica que
siguiendo a líderes corrompidos por la engañosa y subversiva prédica de los
emisarios de las potencias capitalistas, se levantaron contra el Califato con
reclamos de autonomía y renovación (con una bien estudiada estrategia los
agentes del occidente moderno lograron inocular ideas foráneas en los mismos
musulmanes, ideas contrarias al Islam, ideas de superioridad racial. Nacionalismos,
politizaciones, etc…). En ese entonces, como aún hoy en día, se empleó la
violencia tanto física como mental (física mediante el atropello armado; mental
mediante el oscurantismo sugestivo) para mermar el poder de los musulmanes y
acabar con el Islam.
Por otra parte, las ideologías
corruptoras han logrado su cometido al conseguir que los musulmanes adoptaran
las formas propias del occidente moderno (tanto sociales, como culturales y
políticas) y las hicieran propias en una evidente contradicción con la identidad
islámica que reconoce un sistema autónomo y autosuficiente que nada debe ni al
secularismo, ni al capitalismo, ni a las perversas democracias. Los musulmanes
han hecho a un lado la tradición y hoy se debaten violentos y sofocados como
títeres de los fundamentalismos tanto armados como culturales que sus propios
enemigos les han urdido en trampa fatal.
Por otro lado también
comprobamos con mucha tristeza cómo la misma estrategia subversiva ha
reconfigurado musulmanes “moderados”, pasivos, “amorosos”, tan inofensivos como
el cordero que se deja manipular por un pastor que tarde o temprano terminará
devorándolo.
Violentos o afeminados, los
musulmanes reconfigurados desde el capitalismo y su pandemia, no dejan de ser
una imagen simiesca de una autenticidad perdida con la tradición.
Sin embargo, la bendición de
Allah Todopoderoso se impone sobre cualquier forma de manipulación, y como en
todos los tiempos el mundo ha visto surgir poderosas personalidades herederas del
ejemplo del Profeta Muhammad (asws) encargadas de preservar la tradición en su
pureza original, en nuestros tiempos de oscura ignorancia y desinformación
global, contamos aún con representantes vivos y poderosos que con sus ejemplos
y enseñanzas mantienen vigorosa la llama inextinguible de la Tradición.
“Mi
deber es recolectar Defensores de la Verdad”, ha dicho nuestro
Grandsheykh Maulana Sheykh Nazim al-Hakkani. Quiera Allah Todopoderoso
permitirnos ser partícipes activos y humildes de su bendita misión.
Wa min Allahu Tawfiq.
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