domingo, 28 de octubre de 2012

Capitalismo Vs Islam

Bismillahi Rahmani Rahim
Nuestro Maestro Hz. Sheykh Abdul Kerim Effendi (qs) decía que en el mundo hay dos fuerzas que se contraponen: Islam y capitalismo.
No hace falta ser un genio para notar que el capitalismo, con sus desmedidos bagajes de consumo, democracia, secularización y libertades insensatas, es el común denominador que moviliza a los poderes que se arrogan el gobierno mundial. Sin embargo, frente a los desmanes sociales, culturales y mentales que ha producido el capitalismo, tenemos el depurador sistema de vida que el Islam promueve para el bienestar de los seres humanos en este mundo.
Anteriormente decíamos “fuerzas contrarias” ya que un detenido estudio comparativo de la realidad global con el sistema de vida islámico pone en evidencia las inmensas diferencias excluyentes que impiden la relación efectiva entre ambos.
En gran medida el sistema financiero del capitalismo se encuentra solventado por el percibimiento del interés. El cobro de intereses sólo puede ser redituable en un sistema donde el consumo excesivo sea la norma de conducta para el intercambio monetario. Créditos en efectivo, tarjetas de crédito, compra-ventas a largo plazo, favorecen no sólo el consumo desmedido sino también el endeudamiento sistemático, lo que redunda en un perjuicio para los consumidores y en un gran rédito para las empresas negociantes. De hecho, lo que se comercializa no deja de suponer un daño para el hombre, desde la alienante maquinaria de las nuevas tecnologías hasta los alimentos procesados y las bebidas alcohólicas hasta los instrumentos perversos del ocio.
Sin embargo, este movimiento corruptor no se detiene ya que la proliferante secularización de las sociedades capitalistas modernas, como lógico correlato, ha desarraigado completamente al hombre de toda otra religión más que la idolatría a lo que se compra y se vende. Esto no es más que una triste analogía con el pueblo de Israel adorando al becerro de oro en el desierto en ausencia del Profeta Moisés (as). Y esta analogía no es del todo desacertada ya que el interés (la usura) es una liturgia de origen judío estipulada como dogma de “creencia” en sus libros sagrados, lo que les confiere total libertad para el trato falsario con los “gentiles” (no-judíos). El capitalismo es un heredero directo de quienes urdieron con manos sucias e intenciones malsanas el becerro de la incredulidad.
Frente a esto se erige poderoso el Islam.
Islam es el sistema de vida definitivo revelado desde la Divina Sabiduría para el bienestar tanto social como espiritual de los seres humanos sobre la tierra. El Islam establece un equilibrio único entre los diversos niveles del ser humano mediante la implantación de un sistema específico que aborda todos los órdenes de la vida humana. No sólo es doctrina religiosa y ética sino que también es doctrina jurídica que regula los intercambios civiles, comerciales y penales del ámbito humano.
Al momento de recibir Sayidina Muhammad (asws) la revelación del Islam, el mundo echaba en falta un sistema igual. El Islam vino a llenar un vacío de manera definitiva. Todo lo que el hombre necesita, tanto a nivel individual como social, se encuentra en el Islam.
Ahora bien, el Islam promueve la justicia social basada en la equidad. Parte de esta justicia social es el trato comercial equitativo, el negocio honesto, la ayuda a los necesitados y la tácita prohibición de la usura. El Islam aspira a una sociedad justa y equilibrada en la que los seres humanos puedan vivir en paz. El capitalismo promueve lo contario: aceleración, consumo, angustias, paranoia, enajenación.
Dadas estas evidentes diferencias, y teniendo en cuenta que el único sistema viable para contrarrestar las ideas corruptoras del capitalismo se encuentra nada más que en el interior del Islam, las potencias detentoras del poder han buscado desde siempre acabar con el Islam o, en el peor de los casos, corromper su doctrina. Claro está que una adhesión sistemática al Islam acabaría con los sucios negociados del capitalismo y toda su carga de congestiones ideológicas, culturales y sociales. Por lo tanto, la inconveniencia del Islam para el mundo moderno es evidente. Esto ya es rastreable en los primeros momentos del Islam y a través de toda la prédica de Sayidina Muhammad (asws) tanto en Mecca como en Medina. En Mecca porque su mensaje constituía toda una revolución contra la idolatría del poder dominante en la época, el cual se servía de ella para explotar el comercio y establecer (mediante la apertura hacia ídolos foráneos) negociados permanentes con los extranjeros.
El proceso iconoclasta emprendido por Sayidina Muhammad (asws) fue y seguirá siendo tanto interior como exterior. Interior contra todos los apegos, hábitos y características que nos alejan de Allah Todopoderoso, nuestra Fuente original, y de los que frecuentemente hacemos ídolos obsoletos de adoración. Exterior contra todo aquello que genera esos apegos y que redunda en un perjuicio para el desarrollo tanto personal como comunitario.
Ya en Medina, la oposición al mensaje del Islam llega por medio de los hipócritas quienes antes de la llegada del Profeta (asws) gozaban de una cierta posición de privilegio y poder que la justicia del Islam derribaba, y de las tribus judías que se beneficiaban del negocio que habían conseguido mediante las disputas de dos tribus árabes que el Islam iba a hermanar.
El Islam siempre se ha erigido contra las oscuras trampas de negociados deshonestos y de poderosos malintencionados.
Ya en tiempos relativamente modernos, el último gran sistema de gobierno que conoció el mundo islámico fue el Califato Otomano. En su momento de mayor expansión, el Califato cubría una vasta región que se extendía desde el norte de África (desde lo que hoy se conoce como Argelia) hasta Irán, y desde la península arábiga (lo que hoy es Arabia Saudí) hasta la Europa central (Hungría). Bajo la equidad del sistema islámico gobernado por los sultanes Osmanlíes convivieron pacíficamente pueblos cuya diversidad cultural y religiosa pudo desarrollar toda posibilidad particular de manera positiva. Sin embargo, la caída fatal de las monarquías, las inimaginables consecuencias de la revolución industrial y el “progreso” tecnológico de mano de democracias criminales del occidente moderno, fueron factores determinantes para un levantamiento insensato contra el Islam y su sistema de gobierno.
Frente a las nefastas cargas ideológicas y materiales de la modernidad occidental, el Califato Otomano, como representante del gobierno del Islam, suponía un escollo que debía ser quitado para inocular victoriosamente el virus mortal al mundo islámico. Así es que hace ya aproximadamente un siglo y medio hasta nuestros días, las potencias capitalistas, secularistas y democráticas del occidente moderno (Francia, Inglaterra, Estados Unidos, por citar tan sólo algunas, apoyadas en un primer momento por un insidioso movimiento sionista y hoy apadrinadas por organismos fantasmas como la ONU y la OTAN) buscan acabar con el Islam y su sistema de vida.
Lamentablemente, en parte, esto ya ha sido logrado. En primer lugar con la caída del Califato Otomano, gran valedor del Islam tradicional frente al monstruo de la modernidad impulsada salvajemente desde el occidente. No está demás anotar que una gran responsabilidad de esta caída recae sobre la misma comunidad islámica que siguiendo a líderes corrompidos por la engañosa y subversiva prédica de los emisarios de las potencias capitalistas, se levantaron contra el Califato con reclamos de autonomía y renovación (con una bien estudiada estrategia los agentes del occidente moderno lograron inocular ideas foráneas en los mismos musulmanes, ideas contrarias al Islam, ideas de superioridad racial. Nacionalismos, politizaciones, etc…). En ese entonces, como aún hoy en día, se empleó la violencia tanto física como mental (física mediante el atropello armado; mental mediante el oscurantismo sugestivo) para mermar el poder de los musulmanes y acabar con el Islam.
Por otra parte, las ideologías corruptoras han logrado su cometido al conseguir que los musulmanes adoptaran las formas propias del occidente moderno (tanto sociales, como culturales y políticas) y las hicieran propias en una evidente contradicción con la identidad islámica que reconoce un sistema autónomo y autosuficiente que nada debe ni al secularismo, ni al capitalismo, ni a las perversas democracias. Los musulmanes han hecho a un lado la tradición y hoy se debaten violentos y sofocados como títeres de los fundamentalismos tanto armados como culturales que sus propios enemigos les han urdido en trampa fatal.
Por otro lado también comprobamos con mucha tristeza cómo la misma estrategia subversiva ha reconfigurado musulmanes “moderados”, pasivos, “amorosos”, tan inofensivos como el cordero que se deja manipular por un pastor que tarde o temprano terminará devorándolo.
Violentos o afeminados, los musulmanes reconfigurados desde el capitalismo y su pandemia, no dejan de ser una imagen simiesca de una autenticidad perdida con la tradición.
Sin embargo, la bendición de Allah Todopoderoso se impone sobre cualquier forma de manipulación, y como en todos los tiempos el mundo ha visto surgir poderosas personalidades herederas del ejemplo del Profeta Muhammad (asws) encargadas de preservar la tradición en su pureza original, en nuestros tiempos de oscura ignorancia y desinformación global, contamos aún con representantes vivos y poderosos que con sus ejemplos y enseñanzas mantienen vigorosa la llama inextinguible de la Tradición.
“Mi deber es recolectar Defensores de la Verdad”, ha dicho nuestro Grandsheykh Maulana Sheykh Nazim al-Hakkani. Quiera Allah Todopoderoso permitirnos ser partícipes activos y humildes de su bendita misión.
Wa min Allahu Tawfiq.

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