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domingo, 3 de mayo de 2015

Tras el rastro morisco en Sudamérica


El cerdo en la dieta criolla argentina: antecedentes islámicos

Autora: María Elvira Sagarzazu (2003)

Procuramos precisar el origen de la limitación o exclusión de la carne porcina en la dieta del criollo del norte argentino, tema que, habiéndose tratado sucintamente en otra oportunidad (Sagarzazu, 2001: 267-296), por la importancia de cuanto interviene en el caso, sus antecedentes culturales, su consagración como pauta alimenticia y la extensión que como tal alcanza, instaba a emprender un estudio mayor.

En la Argentina la presencia de la carne porcina en la cocina local es insignificante; el consumo de cerdo en relación a la carne vacuna no llega al 8%,  4,74 Kg. per capita anual contra 67 Kg. de vaca [1].

En la ciudad desde la que realizamos el estudio de campo, Monte Caseros, en la provincia de Corrientes, viven 20.000 habitantes, hay 31 carnicerías habilitadas [2] (en la práctica funcionan algo más de 40) de las cuales 3 suelen ofrecer carne porcina; 2 lo hacen por encargo, siendo la tercera la única donde es posible adquirirla habitualmente. Esta ciudad y el departamento al que ella pertenece son considerados el enclave “más gringo” (abundante en población de origen europea) de la provincia, y lo es, por el la importancia del caudal inmigratorio ingresado a partir de 1860 (R.Sagarzazu, 1999: 72-75). El consumo de carne porcina en el noreste argentino ha estado ligado a las raíces etno-culturales de sus pobladores, aumentando donde hay mayor población de origen europeo y disminuyendo donde predominan los criollos; en general, el extendido acatamiento en todo el norte del país la ha convertido en pauta notablemente argentina.

La cría de porcinos en la Argentina resultó históricamente la menos desarrollada de las ramas ganaderas y sería promovida por inmigrantes o hijos de inmigrantes europeos a partir de la primera década del siglo XX (Giberti, 1970: 194). El perfil ganadero tradicional, en cambio, quedó determinado por la  exportación de productos vacunos a Europa desde tiempos coloniales (Hotschewer, 1944: 15-16); la multiplicación de ese ganado desde entonces impuso su preeminencia sobre cualquier otro. Nada de ello explica, sin embargo, por qué a nivel familiar los argentinos discontinuaron la costumbre de criar sus propios cerdos para el consumo, como se hacía en España en los hogares de cristianos viejos. La tradicional matanza familiar de cerdos el día de San Juan no consiguió arraigarse entre los descendientes de españoles rioplatenses, mientras eran frecuentes criar gallinas, pavos o una oveja para el consumo doméstico. Esta diferencia es un indicador a tener en cuenta.

Si en general la falta de interés por la carne de cerdo es notable, mucho más lo es en particular hoy en la dieta del criollo, llegando entre los habitantes rurales del noreste a una abstención casi completa, consumiéndola con carácter excepcional para las fiestas cristianas de Navidad y Año Nuevo[3].

Mucha de esta gente procede de familias asentadas en sus regiones de origen desde tiempos coloniales, por lo que la denominación de “criollos” que ellos mismos se adjudican hace referencia a la mezcla de sangre de algún antepasado indígena con otro español aunque no necesariamente de origen europeo. La posibilidad de que la hispanidad de algunos criollos de la región del Plata hubiera quedado a cargo de un ancestro morisco no solo no puede desestimarse sino que debe considerarse altamente probable en virtud de la pauta alimenticia respecto del cerdo.

La costumbre criolla que mantiene muy bajo el consumo de cerdo es muy antigua y proviene de España, habiendo arraigando al punto de no haber sido revertida por el ingreso masivo de inmigrantes italianos, españoles y eslavos durante el siglo XIX; éstos apenas lograron impulsar una modesta ingesta principalmente en forma de fiambres y embutidos en sus zonas de influencia[4], pero la cocina criolla continuó firme en su menosprecio por la carne porcina; el asado siguió siendo de vaca y en la Mesopotamia (conformada por las provincias de Misiones, Corrientes y Entre Ríos) también de oveja, pero cuando se habla de asado, sin otra determinación, jamás ha de esperarse que sea de lechón y menos de cerdo.

Antes de seguir adelante, a modo de aclaración hacemos notar que razones de diversa índole hicieron que la Patagonia quedara fuera del área relevada para el presente informe.

El olvidado cerdo

Los viajeros extranjeros que describen los mercados y costumbres alimentarias de la Argentina decimonónica, parecen no notar la presencia del cerdo, tan frecuente en la gastronomía de sus propios países de origen, Inglaterra y Francia (H. Armaignac; H. M. Breckenridge; S. Haigh; W. Mac Cann). En los estudios más actuales, los datos sobre el papel del cerdo en la cocina local también son mínimos (Schávelzon, 2000), mientras el por qué de su rechazo ha generado confusas referencias (Nueva Historia Argentina, tomo I, 2000:359-60) sin llegar al nudo de la cuestión.

Se sabe que el cerdo fue introducido por los españoles “desde la época de Mendoza” (Giberti, 1970:20) junto con ejemplares de ganado bovino, ovino y equino, pero a partir de 1541 se pierde el rastro de la actividad ganadera porcina y en adelante el desarrollo de la ganadería argentina se historia en términos de la cría de vacas, ovejas, caballos y mulas (Giberti, 1970: 21-23). Conociendo la afición de los españoles de origen europeo por la carne porcina, esta laguna refleja la falta de entusiasmo local por esa carne y es otro indicio que se suma al anterior, configurando una tendencia que sugiere la presencia de un tipo de español con otras pautas respecto del cerdo; un español de tradiciones y antecedentes etnoculturales distintos del cristiano viejo, radicado tempranamente en nuestro territorio. Esos españoles en España se llamaban moriscos, y por razones religiosas no consumían carne porcina. Aunque su traslado concreto al Nuevo Mundo  sea difícil de constatar,  las tradiciones que rodean al cerdo denuncian la presencia de moriscos, ya que no es posible suponer que sean los mismos españoles, cristianos y amantes de la carne porcina, los trasmisores del rechazo que, a su vez, constituía en España el rasgo más claro de adscripción al Islam.

El asentamiento de moriscos motiva muy posiblemente que un país de raíces hispánicas, como Argentina, haya revertido la preferencia europea- cristiano- vieja por el cerdo, mientras en virtud de la antigüedad y arraigo del tabú morisco, ni la fuerte inmigración europea posterior logró modificarlo en profundidad.

Actualmente, frente a las 50 millones de cabezas de ganado vacuno [5], Argentina tiene [6] un stock 1.783.349 cerdos.

Esta asimétrica producción de ganados y el exiguo consumo de carne porcina en la más europea de las naciones latinoamericanas, no es casual, ni suele ser correctamente evaluada desde afuera. Una firma extranjera con negocio de comidas desembarcó en Buenos Aires con su especialidad, un sándwich de carne de cerdo. Le costó un traspié comercial que para ser subsanado los obligaría a remplazar la carne porcina por vacuna [7].

Coincidentemente, una serie de mitos rodean a la ingesta de esta carne poniendo de manifiesto una actitud negativa hacia el cerdo que sirve en general de argumentación para explicar por qué limitan su consumo. Así lo indicaron muestreos emprendidos antes (Sagarzazu, 2001: 267-77) y lo confirma el recientemente realizado.

Entre agosto y diciembre de 2002, entrevistamos a 67 mujeres y varones divididos en tres grupos, A, B y C, por motivos prácticos, con edades entre 21 y 82, procedentes de 9 provincias, de diferentes actividades, barrios y enclaves rurales de la provincia de Corrientes presentándoles, antes de conversar con ellos, tres preguntas a responder en forma oral o escrita, con opciones prefiguradas: 1) Qué piensa de la carne de cerdo: saludable, grasosa, liviana, indigesta. 2) Cómo la prefiere comer: jugosa o seca. 3) Cuándo la consume: a menudo; pocas veces; para Navidad y fin de Año.

Respondiendo a 1), el 93% de la totalidad de entrevistados le asignaron connotaciones negativas (indigesta, grasosa). El 87% la come  seca y el 86% solo consume lechón para las fiestas de fin de año.

Respecto de la forma en que los criollos prefieren cocinar el lechón (el cerdo adulto es menos consumido aún) y en general las carnes, concuerda con el uso morisco de “secarlas”, ateniéndose a la prescripción coránica de no ingerir la sangre. La costumbre de dejar más tiempo la carne sobre el asador permitió a los musulmanes españoles mantener vigente el precepto religioso aún cuando los animales no hubieran sido faenados de la manera prescripta por el Islam precisamente para asegurar el desangre. La prohibición del sacrificio según el método islámico por el que la carne quedaba en condiciones de ser consumida (halal), hizo que los moriscos  recurrieran a la cocción prolongada a fin de eliminar la sangre atrapada en las venas. En la Argentina actual, los criollos siguen prefiriendo la carne muy cocida, lo que ha sido objetado tanto por gourmets como por visitantes anglosajones amantes del beef steak semicrudo. La carne sangrante no es del gusto popular argentino y suele ser tolerada o preferida, en todo caso, por paladares urbanos de gusto ecléctico, pero en relación al cerdo, no sólo los paisanos sino un grupo mayor, que incluye gente de hábitos urbanos, exige también la cocción lenta, pues es opinión generalizada que eso lo hace menos indigesto.

Rafael G., dueño de carnicería y de un vocabulario más actualizado que otros paisanos, describió la ingesta de cerdo como algo que “se hace psicológicamente con miedo”. Por su parte, la religiosa que colaboró con nuestro trabajo de campo fue taxativa al subrayar el recelo unánime expresado contra el cerdo por los miembros del grupo a su cargo (B), integrado por pobladores de un sector urbano marginalizado escasamente influido por hábitos europeos.

Sin embargo, sería inexacto concluir que las apreciaciones negativas respecto al cerdo se circunscriben a los sectores sociales bajos o a pobladores incultos. El tabú traspasa todas las capas sociales en virtud de su configuración etnocultural y simbólica.

Lo que ha mantenido el rechazo fue la tradición, transmitida de generación en generación, recordando a moriscos y descendientes la necesidad de abstenerse de consumir cerdo. La falta del marco étnico, confesional, tornó impreciso el motivo por el cual debían abstenerse, pero la fidelidad a la costumbre encontraría un nuevo conducto para trasmitir lo esencial, consagrando al cerdo como “peligroso”, en palabras de Miguel Mendoza; “carne brava” la llamo Ramón F., y otras maneras de expresar la aprensión que pusiera distancia con lo “haram” (prohibido) encarnado por el cerdo según la creencia musulmana. Pero como estamos frente a paisanos que no han oído hablar del Islam ni de animal prohibido y para quienes las carnes hasta ahora han sido parte importante en su dieta, hubieran consumido cerdo de no considerarlo “carne mala”, “peligrosa”, “brava”. La función de estas connotaciones es activar el rechazo, y en tal sentido son vestigios de la conciencia muslímica aunque para ellos nunca tuvieron entidad los motivos por la que sus antepasados se abstuvieron de comer carne de cerdo. Las connotaciones negativas simplemente mantienen vigente el tabú, haciendo que no puedan considerar al cerdo como a los demás animales. Como también ignoran su propia vinculación con el universo cultural que confeccionó la pauta, toda esa tradición anti-porcina constituye un enigma; ellos mismos no saben por qué “aunque a veces en el campo venden esa carne más barata, prefieren evitarla”.[8]

Se advierte aún mejor lo que encierra de “prohibido” este asunto, a través de un dicho vulgar que compara las relaciones homosexuales con comer cerdo. Ante la acusación de homosexualidad, en Corrientes se responde “yo no como chancho”, es decir, estoy libre de esa acusación. Ahora bien, las acusaciones apuntan o suponen, en el terreno jurídico, una trasgresión, mientras en lo religioso, la trasgresión se acerca, o es, pecado. En el dicho anterior, la figura del cerdo representa tanto al pecado como al delito; el carácter jurídico se solapa al religioso, como es propio en la concepción islámica de la ley.

La dificultad para conciliar esta  negativa y para nada europea percepción del cerdo en gran parte de Argentina ha hecho que algunos investigadores intentaran derivarla de tradiciones indígenas. Antiguamente los tehuelches de Santa Cruz no comían pecarí, y esa costumbre fue sugerida como posible antecedente del tabú porcino actual. Sin embargo, buenas razones impiden que tal sea el origen. Primero, cualquier influencia indígena en la dieta argentina hoy es mínima, mientras el tabú porcino es muy extendido. Los aborígenes del Noroeste y los guaraníes del Noreste han transmitido algunas tradiciones culinarias de presencia limitada a sus respectivas regiones, pero nada más, ninguna con el vigor del tabú del cerdo. Más aún, entre los indígenas de las regiones mencionadas, la ingesta de cerdo no está limitada por el tabú sino por motivos económicos, mientras el elemento criollo de esas mismas regiones mantiene el tabú. Por otra parte y regresando al caso tehuelche, puesto que no hubo cerdos hasta la llegada de los españoles, el rechazo referido al pecarí no tuvo por qué trasladarse al cerdo. El parecido físico de los animales no es suficiente para garantizar el deslizamiento del tabú de un animal a otro, menos aún el parentesco zoológico, completamente ignorado por los indígenas. Tampoco los parentescos “populares” hacen mella en este tabú. En Corrientes, donde el cerdo es resistido, se consume cerdo salvaje (un porcino) y capivará o carpincho o cerdo del monte (un roedor gigante). El tabú tiene identificado exclusivamente al cerdo de crianza como objeto del rechazo. Tercero, el tabú del pecarí no llegó más que hasta el Río Negro; el del cerdo se registra desde Buenos Aires hacia el norte, en zona que estuvo poblada por aborígenes de otras etnias ajenas al tabú del pecarí.

Por otra parte, las regiones del centro y norte de Argentina, donde el rechazo al cerdo sigue siendo más pronunciado, son las mejor hispanizadas del país, por lo que corresponde enfocar la búsqueda hacia lo hispánico. El tabú es otra de tantas costumbres trasmitidas por españoles, pero no por cualquier español, sino por los de tradición morisca.

El recorrido cultural que ha realizado la percepción negativa del cerdo en Argentina conduce a asociarla al tabú islámico a través de los moriscos españoles, originariamente musulmanes. Sabido es el apego de los moriscos, en España, a sus costumbres en general (Epalza, 1994)  y en particular a esta pauta; la aversión a la carne de cerdo llegó a constituir la marca étnica más indudable y el más persistente vínculo con las tradiciones de sus antepasados. Cuando la comunidad musulmana desaparece como tal y se prohíben sus prácticas religiosas, pervive la costumbre de no comer carne de cerdo. Los moriscos españoles, ya cristianizados, nunca la abandonaron (García Arenal, 1978: 69).   

La trasmisión y arraigo de ese hábito en la soledad del territorio rioplatense, no encontró obstáculos para prosperar. Asimismo, la insignificancia del cerdo en la alimentación colonial pudo haberse acentuado por el hecho que los españoles de estirpe cristiano- vieja constituían el nivel superior de la escala social colonial; ellos hubieran sido los interesados en desarrollar la ganadería porcina, pero no estaban para esas tareas sino para el funcionariado y la burocracia imperial, mientras que quienes no tenían acceso a los puestos codiciados -reflejo de su escasa inserción en la cúpula social formada principalmente por cristianos viejos- se ganaron la vida en actividades comerciales y agrícolas, pero si había moriscos entre ellos, con seguridad no iban a dedicarse a la cría de cerdos.

Puede objetarse este razonamiento sobre la base de ser válido para América en general, mientras que el rechazo al cerdo, tal como lo conocemos en Argentina, es un fenómeno localizado. Respondemos que la tardía colonización rioplatense (segunda mitad del s. XVI) abría las puertas de un territorio poco explorado en un momento de agravamiento de la crisis morisca en España, tentando a más colonos de ese origen a abandonarla. A diferencia de la colonización de Méjico y Perú, en proceso ya desde la primera mitad del siglo XVI, para cuando los moriscos son urgidos a abandonar su tierra, eran ya conocidas las condiciones del Río de la Plata como región vacía, ideal para pasar inadvertido. Se sabía de la casi inexistente vigilancia inquisitorial por falta de tribunales, del poco control de las autoridades rioplatenses por la distancia entre poblados (Domínguez Ortiz, 1996:35) y la fama de “paraíso de Mahoma” conquistada por Asunción del Paraguay, a la que se accedía desde Buenos Aires.

Si bien la tierra debió quedar principalmente en manos de descendientes de cristianos viejos, la actividad misma de criar los animales requería de una mano de obra que salía de esa populosa segunda línea de la colonización donde los cristianos viejos no necesariamente serían mayoría. Entre los pobladores de condición social inferior sin duda hubo moriscos (Solá, 1935: 131), y en el Río de la Plata, la escasez de centro urbanos no dejaría al criollo muchas opciones fuera de las tareas agrícolas o de la simple posibilidad de subsistir en el campo. A este modo de vida rural o ruralizada recurrieron también los moriscos españoles, devenidos en peones seminómades en el siglo XVI.

La ex-comunidad musulmana, al ser desarticulada y sus miembros deportados a regiones diferentes, como parte de una estrategia para evitar sublevaciones (Aranda Doncel, 1984: 26), motivó que los moriscos perdieran sus bienes y fuentes de trabajo habituales. Aunque entre ellos habían existido profesionales de todas la ramas del saber (Galmés de Fuentes, 1999), en el siglo XVI terminaron desempeñándose en tareas rurales, como arrieros y trajineros, desplazándose de un lugar a otro con el ganado, ventajosa manera de hurtarse a la vigilancia inquisitorial.

A los pauperizados y acosados miembros de la comunidad morisca en la segunda mitad del 600, su situación socioeconómica pudo haberlos empujado más que a otros españoles a buscar alivio en el Nuevo Mundo. El Río de la Plata era la nueva opción, necesitaba pobladores y ofrecía a cambio “un ambiente de relajamiento” (Domínguez Ortiz, 1996:10).

A mediados del siglo XVI, cuando la colonización rioplatense toma impulso, arreciaba la represión a la comunidad morisca en España a raíz de la rebelión de las Alpujarras (1568) y el intento de buscar la protección turca, que a su vez desencadenará mayor represión.

Los puertos de Canarias (Ben Mansour, 1997) ofrecían buenas facilidades para abandonar España. A este paso clandestino o semi-clandestino de moriscos atribuimos mucha importancia; estamos viendo el modo de investigar esta ruta de salida de cristianos nuevos rumbo a Sudamérica ya que su presencia aquí echará luz sobre nuevos aspectos de la vida colonial.

Aún cuando nuestros estudios sobre la presencia morisca en América están en pañales, investigadores de otras áreas coinciden en afirmar que “a diferencia de España, el cerdo en sí mismo no fuera comido aquí (Argentina) sino raramente entre aquellos que podían optar; para la marinería del siglo XVI era un manjar fue un manjar exquisito y casi el único acceso posible a la carne roja durante los largos e inacabables viajes, pero para los habitantes urbanos del siglo siguiente el cerdo no era más que un animal despreciable” (Schávelzon, 2000: 83).

Escenario del estudio

El departamento de Monte Caseros, como dijimos, ha sido la base desde la que se ha recolectado gran parte de la información contenida en este informe. El departamento está dedicado principalmente a la cría de ganado vacuno y lanar, y al cultivo de citrus. La distribución similar de las especies ganaderas criadas en los cuatro departamentos lindantes admiten que los guarismos de Monte Caseros sean interpretados como semejantes a los de sus vecinos.

Monte Caseros posee vacunos (198.000 cabezas), lanares (100.800) y en menor número también ganado caballar, muy por debajo de los cuales incluso se colocan los porcinos: 858 ejemplares [9].

El territorio está cubierto por pasturas naturales, favorecidas por la irrigación fluvial de los numerosos afluentes del Uruguay, río que forma el límite con la República Federativa de Brasil y la Republica Oriental del Uruguay. Las condiciones naturales para la cría de ganado han hecho de esta región un centro productor de ganado bovino y ovino de cierta importancia. En vista de ello, la vida de campo tiene todavía relevancia, a pesar de la expectativa -más útópica que real- que mueve a los pobladores rurales a buscar mejores condiciones laborales en los núcleos urbanos.

Los habitantes rurales del sudeste correntino pueden agruparse en tres grupos diferenciados social, económica y etno-culturalmente. Los dueños de la tierra, sean propietarios de estancias o explotaciones frutihortícolas son de ascendencia europea, bisnietos, nietos o hijos de inmigrantes españoles, italianos, vascos y en mucho menor número, de otro origen (francés, alemán, inglés) cuyos antepasados llegaron a este país entre 1860 y 1930. La mayor afluencia inmigratoria a este núcleo urbano, comparado con otros de similares características en la región, estuvo facilitada por la llegada del ferrocarril en 1875 como punto terminal, hacia el norte, del ramal del Este Argentino que partía de Buenos Aires (R. Sagarzazu, 1998: 94).

La mano de obra en las propiedades rurales de estos argentinos con dos o más generaciones de arraigo, es sin embargo criolla, es decir, constituida por descendientes de los viejos colonizadores venidos de España que mezclaron sus sangres con el elemento indígena local, que en la región estudiada corresponde a la etnia guaraní.

Observaciones y conclusiones

La demora para identificar el tabú islámico como base de la pauta que enmarca el consumo de cerdo en la región, se debe a que no se ha dado importancia a una cuestión que nos parece central para la historia de la colonización americana: el origen diferenciado de los españoles intervinientes en aquel proceso. Se omite señalar que los colonizadores peninsulares del siglo XVI no formaban un grupo cultural y étnicamente homogéneo, y que si bien se menciona la preeminencia de andaluces en los primeros tiempos de la colonización (Boyd-Bowman, 1956) seguidos de extremeños y vascos, bajo la denominación de “andaluces” nunca se consideró la posibilidad de que fueran moriscos, pese a haber sido Andalucía históricamente la región más largamente dominada por musulmanes y la que albergaría, después, a sus descendientes cristianizados, los moriscos. La ausencia de esta perspectiva ha impedido en América la discriminación etnocultural de las pautas procedentes de España, denominándose “español” a todo lo trasmitido desde España, como si no hubiera diferencia entre las tradiciones de Asturias, Castilla o Andalucía, pero sobre todo, como si los cristianos viejos y nuevos procedieran de un mismo tronco etnocultural. Esa artificial homogeneidad atribuida a la España que nos conquista en el siglo XVI, hace olvidar cuán nueva España como unidad política y que por debajo de la plataforma cultural “española” sostenida, por el castellano y el catolicismo, los propios españoles mantenían sus particularismos regionales, sus diferencias étnicas, lingüísticas y de tradiciones y costumbres.

El tabú del cerdo registrado en la región de Argentina abarcada por este estudio-fracción de un territorio mayor donde se reitera- ha tornado aún más ineficaz la denominación de “española” dada a cualquier costumbre venida de España. A los efectos del presente estudio, esa indeterminación implica sostener que los españoles rechazaban la carne porcina. Este y otros absurdos se evitan al hacer cada vez que sea necesario, y no es siempre, la distinción entre españoles cristianos viejos y cristianos nuevos de moros, lo que a su vez facilita la identificación de cada pauta, rasgo o tradición, refiriéndolo a su respectivo ámbito civilizatorio. Al menos para los estudios sociales que abarquen los siglos XVI y XVII en el Río de la Plata, la discriminación es irrenunciable,  razón por la que propusimos practicarla en la historiografía americana, mientras hasta ahora solo se la utilizaba en relación a España. La ausencia de esta perspectiva  tenido efectos retardatarios para la investigación, como lo demuestra el caso que estudiamos. Cuesta pensar que tratándose de algo tan bien conocido en España, la versión americana de lo mismo no fuera descripta también.

Por otro lado, la discriminación entre cristianos nuevos y viejos, o españoles y moriscos, es consecuencia de una realidad: el apartamiento en que vivieron los miembros de las comunidades cristianas y musulmanas en España a pesar de la moderada convivencia de los siglos medios. A ese divorcio etnocultural no son ajenas las cosas de América y es hora de notarlo.

El mutismo de los cronistas del siglo XVI y de la historiografía posterior respecto del paso y asentamiento de “prohibidos” en América ha sido, pues, responsable de mantener en la oscuridad el origen del tabú del cerdo en Argentina. Lo que incuestionablemente el tabú está indicando es la presencia de cristianos nuevos de moros en estas tierras, pero sostener esto también constituye, en algunos ámbitos, otro tabú, por desbaratar la vieja asunción de que América había quedado libre de conversos, asunción que no es sino reflejo de la política española del siglo de la Conquista.

A pesar de las prohibiciones y cuidados puestos por las autoridades españolas para evitar el ingreso de moriscos (Viguera-Molins, 1997), los moriscos tuvieron necesidad de venir al Nuevo Mundo y lo hicieron; el rechazo a la carne porcina puede considerarse la más segura prueba de su presencia en América, así como en España fue señal de pertenencia al Islam. Aquí no hubo Islam, pero sí moriscos, al contrario de lo que se creía, que “no hubo influencia árabo-islámica sobre la sociedad íbero-americana. La influencia fue indirecta y a través de la asimilación de determinados elementos de aquélla por parte de la civilización hispana [...](García Arenal, 1997:19).

Hemos señalado detalladamente a qué nos referimos cuando asociamos este tabú al Islam (Sagarzazu, 2001: 267-296), que no implica el traslado de la religión islámica ni siquiera la conservación de costumbres de ese ámbito con plena conciencia de su origen. La presión inquisitorial, la severidad de las penas que pesaban sobre toda forma de criptoislamismo o el deseo de poner fin al acoso por ese motivo, fue dejando atrás los orígenes “infamantes”, moriscos, religiosos, del tabú, gracias a lo que la costumbre se seculariza, trasmitiéndose a cualquier criollo, haya o no tenido antepasados musulmanes.

No comer cerdo regularmente, pero hacerlo para Navidad y Año Nuevo desnuda a la vieja pauta religiosa de su carácter islámico, asociándola a la religión mayoritaria. Hoy, los criollos consideran que el cerdo es “malo”, “pesado” o sencillamente “comida de gringos”[10], es decir, algo ajeno a su propia tradición. Este carácter “extranjero” asociado al cerdo habría de convertir su carne en impropia para rellenar las empanadas “autóctonas” que son el plato fuerte de las fiestas patrias. Los criollos no estiman que el cerdo sea una carne “adecuada” para las fiestas cívicas, lo que sugiere que inconscientemente continúa fuera de la esfera cultural del criollo, quedando identificada como alimento de cristianos viejos y gringos (extranjeros). Probar “sin culpa” un lomo de cerdo fue la oferta hecha al público por creativos publicitarios de Buenos Aires  (Sagarzazu, 2001: 274), conocedores de la innata resistencia del argentino a esa carne; el discurso revela el carácter enigmático de la resistencia. No  sabemos de otros productos cárnicos que fueran introducidos al mercado previa indicación de la actitud de conciencia con la que el público debía consumirlos. En los últimos años se han puesto de moda alimentos de origen animal no tradicionales (caracoles, ranas, liebres, guanaco) y los consumidores los adoptan o no, sin necesidad de recibir licencia moral desde la publicidad. Solo el cerdo agita todavía hoy en el interior de muchos argentinos el fantasma de la carne que es mejor no comer.

Bibliografía

Aranda Doncel, J.: Demografía morisca en tierras de Córdoba, Religion,  Identite et sources documentaires sur les Morisques Andalous,  Publication de l´Institut Supérieur de Documentation, N°4, Tunis, 1984.

Domínguez Ortiz, A.: La sociedad americana y la corona española en el siglo XVII,  Marcial Pons (editor), Madrid, 1996.

Galmés de Fuentes, Á.: La conversión de los moriscos y su pretendida aculturación, Actas del Encuentro “La política y los moriscos en la época de los Austria” (Sevilla la Nueva) Madrid, 1999.

García Arenal, Mercedes: Inquisición y moriscos. Los moriscos del tribunal de Cuenca, Alianza Universidad, Madrid, 1978.

Haigh, Samuel

Hotschewer, Curto E. O.:La evolución de la agricultura argentina, Instituto Experimental de Investigación y Fomento Agrícola-Ganadero, Santa Fe, 1944.

Mac Cann, William: Viaje a caballo por las provincias argentinas(1847), Buenos Aires, 1937 (ver si hay edición + nueva)

Sagarzazu, María E.: La Conquista Furtiva. Argentina y los hispanoárabes, Ovejero Martín Editores, Rosario, 2001.

Sagarzazu, Ricardo: la fundación de Monte Caseros y otros estudios, Ovejero Martín Editores, Rosario, 1998.

Solá, Miguel: Historia del arte hispano- americano, Editorial Labor, Barcelona, 1935.

Referencias:

[1] Fuente: Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación, año 2002.

[2] Fuente: Servicio Municipal de Bromatología, diciembre 2002.

[3] 30 entrevistados del grupo A, de entre 21 y 41 años procedentes de 9 provincias (Neuquén, Mendoza, Buenos Aires, Formosa Chaco, Tucumán, Catamarca, Misiones y Corrientes) consultados por escrito cuándo consumían cerdo, 18 respondieron en Navidad y Año Nuevo; 9 lo hacían “pocas veces”; 3 respondieron “a menudo”. El grupo B) contó con 18 encuestados oralmente por la religiosa M. Zinny en el comedor comunitario del barrio marginal del Tiro; la totalidad respondió a las mismas preguntas sosteniendo que el cerdo es pesado, y se lo come bien “seco” solamente para las fiestas. El grupo C) estuvo constituido por  19 profesionales, funcionarios, docentes y amas de casa de clase media.

[4] En la Pampa Húmeda, generalmente. En la provincia de Santa Fe aumenta el consumo de cerdo en las colonias germano-helvéticas y otras pobladas por descendientes de italianos del norte (Esperanza, San Carlos, Franck, Rafaela, Colonia Suiza, etc).

[5] Fuente: informe anual de la Secretaría Nacional de Salud y Calidad Agroalimentaria (SENASA), 1998.

[6] Datos al momento de realizarse el presente trabajo.

[7] “Lomitón, éxito chileno”, Gaceta Mercantil Latinoamericana, año 3, N°149, semana 28/2/99, Buenos Aires. Saô Pablo-Rio de Janeiro.

[8] Testimonio de la señora de D., 12/12/2002.

[9] Fuente: informe mensual departamental del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) de  Monte Caseros, Corrientes, en octubre de 2002.

[10] Entrevista a Ramón Cabral, estancia “La Esmeralda”, Julio 28, 2002.


martes, 11 de noviembre de 2014

Lo que el Islam ofrece a Latinoamérica


 En la forja de una identidad propia, los pueblos latinoamericanos se han sabido diferenciar espiritual y culturalmente de la ubicua voluntad occidental. América Latina, en su diversidad de pueblos y culturas, se ha constituido como un florecimiento original que tiene para ofrecer al mundo una hermosa variedad de culturas con sello y personalidad propios. En esta constitución de nuestra etnicidad latinoamericana y su particular cosmovisión, nuestras culturas han sido el resultado de la histórica y fructífera interrelación de elementos tradicionales moriscos (arabo-andaluces), aborígenes y africanos, mestización que ha instaurado valores espirituales propios completamente ajenos al mito eurocentrista impuesto durante años desde los centros regionales que detentan el poder -recordemos que en gran medida las independencias americanas del siglo XIX fueron fraguadas desde las ideas revolucionarias y republicanas importadas desde Francia y los Estados Unidos, acentuadas luego por la incipiente inmigración, como sucedió por ejemplo en Argentina.

Contrariamente a la percepción utilitaria y materialista del mundo que ha primado en el Occidente eurocentrista, la cosmovisión latinoamericana ha priorizado el vínculo respetuoso con el entorno natural, considerándolo sagrado, huella de Dios en la creación.

Tomando como referentes al criollo de cultura ecuestre que ha transitado los diversos ámbitos rurales de Latinoamérica (serranías, llanos, pampa, etc.), al nativo aborigen que ha poblado las regiones originarias de nuestros territorios y al africano que en los suelos americanos se transformó en un retoño más de la tierra fecunda, encontraremos en ellos la raigambre espontánea que considera la unión mística con la naturaleza una condición fundamental de su ser en el mundo. Y en esto es donde se acentúa la inmensa diferencia con el criterio occidental: éste busca dominar, sojuzgar y explotar la naturaleza en beneficio propio como parte de una voluntad egocentrista que siempre considera la satisfacción de la necesidad individual por sobre todo respeto al entorno que le sirve y no protesta. Nuestros referentes parten de una base radicalmente opuesta: integrándose equilibradamente al entorno natural, se considera un acto sacramental el vínculo con la naturaleza que generosamente cubre toda necesidad humana sin que el hombre recurra a su dominio y extinción. Siendo el aspecto manifiesto de Dios, y al ser el hombre parte integrante de él, la naturaleza toma un tinte sagrado que las ciencias y las tecnologías, pragmáticas y materialistas, del Occidente no han sabido y no han querido vislumbrar. Para ellas la naturaleza es sencillamente una "cosa" que debe ser sometida al arbitrio intolerante del ego de los hombres; en cambio, para nuestros referentes, al ser la huella de la misericordia de Dios de donde ha surgido la humanidad, la naturaleza representa a la Madre universal (Pachamama, en el lenguaje nativo) que como hijos suyos nos debe ser respetada, amada y cuidada. El Islam refuerza esta cosmovisión, y es justamente desde él que debemos aprender a revalorizar la conexión que nos legaron nuestros ancestros en la constitución de nuestra identidad latinoamericana.

El Islam nos enseña que la naturaleza, que nuestro ser natural, es el resultado de la voluntad de Dios en acción sobre el mundo: de aquí su sacralidad y su inmensa virtud de reconducirnos a nuestro ser original. En el Sagrado Corán Dios nos hace manifiesta Su belleza a través de los fenómenos naturales. No hacen falta esoterismos ni doctrinas complejas para llegar a la Divina Verdad; sólo basta contemplar la maravilla de la sucesión de la noche y el día, las estrellas en el firmamento, las inmensas montañas, ríos y mares, la lluvia que reverdece la tierra y hace germinar sus frutos, para hallar que Dios está presente en todo esto, como en el amor fecundo que vitaliza las relaciones humanas. Y esto traduce perfectamente la cosmovisión de nuestros ancestros latinoamericanos. Siempre ha sido el Occidente y su gusto por la elucubración intelectual quien ha imprimido doctrinas complejas al entendimiento de la realidad. Para el Occidente Dios es una ecuación matemática o un axioma filosófico impuesto a la realidad; para el Islam, en la sencillez natural de la creación se revela la grandeza del Creador. Y esta cualidad de asombro es la que pervive en nuestra cosmovisión latinoamericana, tan dada a la emoción como a la espiritualidad natural. Por esto que el alma latinoamericana sea esencialmente musical.

La música de un pueblo, expresión fundamental de su espíritu, es la manifestación más acabada de identidad cultural, por lo que hemos de considerar el alma musical latinoamericana, con sus diversos colores regionales, como base fundamental al momento de estudiar, redescubrir y revalorizar el significado de la cultura original de América Latina.

Desde México a la Patagonia argentina hemos de percibir la indudable convergencia de elementos morisco-andaluces, africanos y aborígenes en la constitución de estilos folklóricos que conllevan un sello propio de corte netamente latinoamericano, encargados de representar la identidad pluricultural de los diversos países que conforman la América Latina.

Históricamente la música en Latinoamérica ha sido una herramienta formidable de decantación social mediante la cual se ha expresado el alma de los pueblos, sus sufrimientos, sus alegrías, sus denuncias, sus rituales, sus rebeldías. La música de raíz folklórica siempre ha representado el dinamismo espiritual de los pueblos latinoamericanos, y se sabe que todo dinamismo espiritual, cuando es auténtico y espontáneo, es forjador de resistencia, cultura e identidad. Por ejemplo, en la última dictadura militar en Argentina, uno de sus líderes declaró que Jorge Cafrune, reconocido intérprete folklórico, era más peligroso con su guitarra que cien guerrilleros con armas de fuego. La muerte del artista en circunstancias dudosas -se dice que fue una víctima más de los desmanes dictatoriales de finales de la década del 1970- jamás impidió que su música siguiera siendo escuchada y disfrutada por el pueblo argentino, siendo convertido hoy día en uno de los referentes más representativos de la cultura folklórica del país, cultura heredera del gauchismo, y éste del legado morisco-andalusí. Como otro de los referentes de la cultura popular folklórica argentina, también perseguido y censurado por la misma dictadura, Horacio Guarany, lo ha expresado mediante el canto: "Por más que le hachen sus ramas, ningún árbol se ai secar. Si la raíz está en el pueblo, el pueblo la hará brotar... Muerte si me has de llevar, no lo hagas nunca de atrás. Te has de llevar mi osamenta, pero mi zamba jamás..."

Sin embargo, no deja de ser una triste realidad cómo se promueve el despojo espiritual y el desarraigo cultural desde los centros regionales de poder, y cómo esa disfuncionalidad social ha acaparado los medios masivos de comunicación trastocando la cosmovisión del pueblo latinoamericano. No hay coloniaje más nocivo que la enajenación cultural y espiritual de un pueblo.

Los elementos tradicionales -moriscos, africanos y nativos- que prevalecieron en América Latina como forjadores de identidad cultural, fueron constantemente perseguidos, exterminados y reducidos a la esclavitud, la explotación y la clandestinidad por las potencias colonialistas -España, Inglaterra, Francia, Holanda... Estados Unidos, directamente o de manera subrepticia mediante sus agentes indígenas encubiertos, tanto en el pasado como en el presente a través de la censura-, potencias que hoy en día buscan direccionar el rumbo de nuestros pueblos de acuerdo a sus mandatos entumecientes cuya intención es promover la ignorancia, conduciéndonos al sometimiento espiritual a través de las trampas del mercantilismo y el comercio.

Ahora bien, el Islam puede devolver a los pueblos latinoamericanos la profunda consciencia de sí mismos y el despertar a las potencialidades espirituales que atesora la cultura vernácula, ya que nos provee de una plataforma tradicional concreta que, sin la necesidad oscurantista de traicionar nuestras posibilidades identitarias y culturales -ya que en el Islam uno mismo es quien se forja a sí mismo a través del autoconocimiento y la conexión con la interioridad más edificante-, favorece y estimula el desarrollo y la elevación humana y espiritual de individuos y comunidades. Desde que en su creencia no existen distinciones étnicas ni raciales, el Islam fortalece la unión y la igualdad en base a la virtud, el amor y el respeto de acuerdo a la esencia más íntima que guarda el interior de todo ser humano: el espíritu divino, Dios.

El eurocentrismo -entiéndase, la perspectiva netamente occidental traída por la colonización- ha dejado sus vestigios en América Latina mediante la imposición del credo cristiano y los resabios de una cosmovisión caucásica poco compatible con la vivencia interracial latinoamericana, cosmovisión acentuada en la época contemporánea por la incidencia directa de la contracultura de la globalización que intenta imponer un color uniforme y gris a los pueblos de acuerdo a quienes manejan la economía mundial y la constante del capitalismo voraz. Consecuentemente los gobiernos democráticos actuales en los países latinoamericanos, priorizan políticas populistas que confunden la voluntad popular con los impulsos más inferiores y subdesarrollados del ser humano, cumpliendo así con la estrategia 'primermundista' de mantener en la ignorancia y la mediocridad cultural a los pueblos 'tercermundistas' a base de la fomentación y exacerbación de sus pasiones más vulgares y dañinas: la promiscuidad sexual, la desvirtuada identidad de género, el narcotráfico y sus sicarios gubernamentales, el libertinaje, la prostitución física y mental, el falso nacionalismo, la chabacanería mediática, el culto a la imagen política, la tendenciosa transformación de los próceres de la historia y su utilización mediática, el violento egocentrismo en la dirigencia, la legalización de la ilegalidad (drogas, aborto, etc.), el control de la natalidad, y tantas otras cosas más que se esgrimen como vox populi y que se han convertido en slogans populistas de estos gobiernos títeres que desmedran la imagen y la identidad latinoamericana y que no dejan de ser meros cipayos socio-culturales de los poderes colonialistas del Occidente rapaz.

El Islam decidida e inflexiblemente se opone a todo aquello; siendo depositario de la sabiduría popular atesorada por civilizaciones tradicionales que noblemente transitaron los siglos de la humanidad, promueve el auténtico crecimiento del pueblo reconduciéndolo a su naturaleza primigenia recurriendo a la educación en los valores universales que hacen del hombre un ser trascendente con respecto a sí mismo, dispuesto a infinitas elevaciones. Debido a su ascendencia interracial, nuestros pueblos latinoamericanos están mucho mejor predispuestos al saber universal e integrador del Islam que a la imposición enajenante de la contracultura global occidental.

Por su original ascendiente y su desarrollo cultural, América Latina no es ya occidental, sino el dinámico resultado de la mestización entre elementos orientales, africanos y aborígenes. Y esto último es lo que mediante el Islam debemos potenciar frente a la contracara occidental y sus manufacturas inverosímiles.

Más allá de la imposición religiosa, culturalmente poco y nada le debe Latinoamérica a Europa y a sus vástagos del Norte. Por lo tanto, sobre la base tradicional del Islam nuestra identidad latinoamericana cumplirá con su posibilidad más elevada: ser un espejo ejemplar de resistencia y desarrollo para el mundo. De nosotros depende y de Dios proviene el éxito.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Montoneras Gauchas y Cuadrillas Monfíes

Continuando con nuestras investigaciones acerca del parentesco más que evidente entre la cultura gauchesca y la cultura islámico-andaluza, no está de más señalar las notables semejanzas entre las montoneras gauchas que cumplieron un rol determinante en la incipiente historia argentina y las cuadrillas “Monfíes” que opusieron una férrea resistencia contra el poder central en la España de la ‘Reconquista’.

‘Monfíes’, del árabe ‘munfī’, «desterrado», es el nombre por el que se conocieron en el siglo XVI y principios del XVII a los moriscos refugiados en las serranías del antiguo Reino de Granada (en España), dedicados primordialmente al bandolerismo, dada su condición de marginados y perseguidos.

Los monfíes fueron, originalmente, mudéjares huidos a los montes como consecuencia de los desórdenes y la represión asociados a la conquista de Granada por los Reyes Católicos en 1492, y su número aumentó en décadas posteriores conforme crecía la presión ejercida por las nuevas autoridades castellanas contra los súbditos granadinos, especialmente después de que fueran obligados a convertirse al cristianismo, pasando a ser llamados moriscos, como anotáramos en artículos precedentes. Los monfíes se organizaban en cuadrillas dirigidas por "capitanes" (que indudablemente nos remiten a nuestros Caudillos), algunos de ellos famosos, como Gonzalo el Seniz. Las cuadrillas a veces se agrupaban en bandas, con una organización casi militar. Los monfíes, de extracción eminentemente rural, formaron comunidades en los montes en las que practicaban libremente los ritos de su fe islámica, al contrario que el resto de los moriscos que eran obligados a mostrar adhesión a las creencias y rituales católicos. Los monfíes se dedicaron en gran medida a la propia justicia contra los desmanes sufridos a manos de los cristianos y tuvieron en los pastores a sus mejores aliados.

En gran medida, las similitudes que encontramos entre monfíes moriscos y gauchos montoneros es la pertenencia de ambos estratos en la categorización que se ha hecho de ellos en cuanto a su supuesto 'bandolerismo'. Entendemos aquí que bajo ese concepto se oculta lo que el historiador Hugo Chumbita llama "modos de autodefensa de grupos autóctonos" frente a la ocupación colonial, la organización del Estado y su monopolio de la violencia. Escribe Chumbita: "En aquellas fabulosas llanuras irredentas cada cual valía por sí mismo sin tener que dar cuenta a nadie. En los márgenes de la civilización colonial, en contacto con ella pero fuera del orden, arraigaron formas de subsistencia alternativa, otros códigos y otra manera de ser. Para la gente ilustrada en la visión eurocéntrica, era la barbarie. Es sugestivo que en un comienzo a los gauchos se les llamara gauderíos, cuya raíz latina gaudere significa gozar o regocijarse (...) Tras la frontera la vida humana no era idílica, pero regían las leyes de la naturaleza por sobre las de la corona y la amplitud del horizonte alentaba la ilusión de libertad. Cada vez que el sistema de ocupación colonial avanzó desde las ciudades hacia esas regiones periféricas, tropezó con los disturbios rebeldes. La organización del Estado y su monopolio de la violencia chocaba en particular con la existencia de las tribus pastoras y los vaqueros errantes, que sostuvieron análogas confrontaciones con el poder de los propietarios, comerciantes y funcionarios. En el marco de tales conflictos, gran parte de lo que se calificaba como bandolerismo no eran sino modos de autodefensa de esos grupos autóctonos". (Jinetes Rebeldes, cap. 1: Bárbaros, Bandidos y Rebeldes) Esta situación con el tiempo habría de prolongarse contra los gauchos y las capas rurales criollas luego de la independencia con el Directorio y la ley de la vagancia, y más tarde en las confrontaciones civiles, sobre todo después de Pavón, con la avanzada política y cultural del liberalismo mitrista y sarmientino.

Dentro de este marco, tanto los monfíes moriscos como los gauchos montoneros pueden circunscribirse en la noción de bandolero social que fuera acuñada por el pensador Eric Hobsbawn, la cual enfatiza la dimensión colectiva de sus peripecias como expresión contestataria de una comunidad, por oposición al carácter individual del simple delincuente. Este fenómeno es propio de las sociedades de base agraria -incluyendo las economías pastoriles-, compuestas por campesinos y trabajadores rurales que eran explotados por señores, terratenientes, ciudades u otros centros de poder. Hobsbawn interpreta estos modos de autodefensa autóctono (llamados por él 'bandolerismo social') como "forma primitiva de protesta", de carácter "prepolítico", propia de sociedades campesinas tenazmente tradicionales y de estructura precapitalista. En tiempos en que se rompe el equilibrio tradicional, esos brotes se agudizan y el bandolero se transforma en símbolo de resistencia, exponente de las demandas de justicia de la comunidad. No es un innovador, sino un tradicionalista que aspira a la restauración de la "buena sociedad antigua". Esto nos lleva a la apreciación dada por Félix Luna en el prólogo a su libro "Los Caudillos": "La resistencia a todo lo que tendiera a insertar al país dentro del esquema capitalista no era sino una expresión del natural conservatismo de los caudillos, apegados a los valores tradicionales y a una realidad del país que iba desapareciendo, derrotada por la técnica y el capital". Gauchos y moriscos compartieron por igual la vehemencia de la vida en libertad enmarcada por una cosmovisión tradicional, ambos unidos por un mismo espíritu que trascendiendo el espacio y el tiempo se convirtió en resistencia  e identidad.

viernes, 30 de mayo de 2014

Islam y Cultura Argentina: Apuntes sobre el origen andaluz de la payada gauchesca

La cultura siempre ha sido la manifestación de un espíritu activo que expresa su irradiación sirviéndose de las herramientas naturales que el entorno le dispone. Para un pueblo determinado esa manifestación espiritual equivale a una identidad tradicional distintiva con la que se distingue de los demás. La cultura es, por lo tanto, el resultado propio de un genio étnico regional que retrata lo autóctono, el color singular que representa un sentir y un ser diferencial, original y que se perpetuará a través de los tiempos con el impulso que le confiere su cualidad de universalidad. Nuestra tradición argentina en gran medida viene representada por la cultura campera, y todo aquello que desde ella ha germinado como expresión de un espíritu o de un genio étnico particular: música, poesía, costumbres, etc. El gaucho, el paisano, como modelos de esta tradición, fueron -y son- los encargados de difundir y preservar nuestra cultura vernácula desde los albores mismos de la constitución de la patria argentina.

El gaucho, el hombre de la extensión infinita que se conoce como pampa, fue en sus orígenes un hijo libre de la llanura que a caballo recorría las distancias sin más horizonte que el de su dichosa libertad. Se había forjado fama de cantor errante pues poseía la virtud innata del alma musical, heredada de sus antepasados peninsulares. La guitarra, símbolo visible de aquella valiosa herencia, era, junto a su caballo, las prendas infaltables que reunía como única riqueza con la que cubrir su necesidad. Y con eso le bastaba. Se dedicó a la caza del ganado cimarrón, fue arriero, baquiano, y más tarde, con la llegada del alambrado limitador, fue peón de hacienda, domador, esquilero, y demás faenas del campo. Y lo más importante, aquello que definió un tipo cultural que arraigó y sirvió de instrumento para la obra cumbre de nuestra literatura proverbial representada por el Martín Fierro: fue payador, costumbre también de herencia peninsular que aquí halló un nuevo color, original y distintivo, signo indudable de identidad y tradición.

Cuando se indaga sobre el origen de la payada y el payador, nuestros representantes culturales en primera instancia suelen aludir como antecedente a los trovadores provenzales, juglares medievales que llevaban una vida ambulante y recitaban versos improvisados de diversa índole, tratando desde temas de amor hasta diatribas políticas. Sin embargo, luego de algunas pesquisas que hemos llevado a cabo encontramos que su procedencia data de un origen muy diferente y que nos remite directamente a la España musulmana.

Los musulmanes entran a la Península Ibérica hacia el año 711 de la era cristiana forjando una de las culturas islámicas más florecientes por aquel entonces: el emirato de Al-Ándalus. Este emirato caería definitivamente en manos de los reyes católicos en el año 1492. Sin embargo los musulmanes transmitirían pautas culturales que encontrarían arraigo en los no-musulmanes, quienes las asimilarían a su acervo y las harían propias. Por ejemplo, el poeta Ezra Pound, en su Canto VIII, en referencia a la canción de un trovador, nos dice que Guillermo de Poitiers (noble francés, noveno duque de Aquitania, séptimo conde de Poitiers y primero de los trovadores en lengua provenzal del que se tiene noticia, 1071-1126) "había traído la canción de España, con sus cantantes y sus velos...", estableciendo un origen moro para la poesía lírica medieval popularizada por los trovadores. El erudito Evariste Lévi-Provençal (1894-1956), en sus estudios ha encontrado cuatro versos arabo-hispanos completos recopilados en un manuscrito del mismo Guillermo de Aquitania. Según fuentes históricas, el padre de Guillermo había hecho llevar a Poitiers centenares de prisioneros musulmanes luego de los combates por la “reconquista” católica de España. Guillermo, impulsor de la tradición trovadoresca, habría heredado su sensibilidad, e incluso su temática, de la poesía andalusí. Esta hipótesis fue apoyada a comienzos del siglo XX por Ramón Menéndez Pidal, aunque su origen se remonta al Cinquecento (periodo artístico del Renacimiento europeo correspondiente al siglo XVI) de parte de Giammaria Barbieri (filólogo italiano muerto en 1575) y Juan Andrés y Morell (1740-1817, sacerdote jesuita, humanista cristiano y crítico literario español de la Ilustración). Meg Bogin, traductor al inglés del Trobairitz (trova occitana de los siglos XII y XIII), también apoya esta hipótesis. Otra de las influencias recibidas por los trovadores desde los hispanomusulnanes fue la introducción en Francia desde el siglo XI, y luego al resto de Europa, de un gran número de instrumentos musicales, por ejemplo: las palabras laúd, rabel, guitarra y órgano, derivan de los originales árabes 'oud, rabab, qitara y urghun. Así también una teoría propuesta por Meninski en su 'Thesaurus Linguarum Orientalum' (1680) y luego por Alexandre de Laborde en su 'Essai sur la Musique Ancienne et Moderne' (1780), sugiere que los orígenes de las notas del solfeo también provienen de una raíz árabe. Esta teoría sostiene que las sílabas del solfeo (do, re, mi, fa, sol, la, si) habrían derivado de las sílabas del sistema árabe de solmización llamado 'Durr-i Mufassal' (Perlas separadas): dal, ra, mim, fa, sad, lam, shim.

De igual modo consideramos que si bien la payada encuentra un antecedente en los cantos de los trovadores provenzales, quienes a su vez lo recibieron de los cantores poetas andaluces, ésta se encuentra íntimamente relacionada en su forma y estilo con el repentismo y el trovo de la cultura hispanomusulmana. Debemos aclarar que esta influencia netamente andalusí llega al Río de la Plata de mano de los exiliados moriscos que arribaron a estas costas americanas de manera clandestina, eludiendo los controles o integrando las filas de los ejércitos españoles. Y por esto mismo debemos ser categóricos al diferenciar la influencia que ejerció en nuestro suelo argentino el color español-europeo del color morisco-andalusí. Este último, si bien forzado por la Inquisición a una conversión al cristianismo y a una cancelación jurídica de la comunidad islámica, conservó marcadas pautas del acervo cultural musulmán que se plasmaron con libertad en los llanos pampeanos de mano de su vástago directo: el gaucho y la cultura gauchesca. La payada es una de esas pautas que aquí arraigaron y se transformaron en parte formativa de la tradición autóctona.

Ahora bien, retomando nuestro estudio: el repentismo es un canto de improvisación que toma el tenor de 'discusión dialéctica' entre dos trovadores y que responde a un patrón determinado que ha estado presente en un gran número de culturas, sobre todo en la historia del Mediterráneo Musulmán.

En el ámbito árabe-musulmán, la improvisación es un arte arraigado desde el siglo VIII. La costumbre de improvisar 'sobre pie forzado' aparece en multitud de textos de la cultura islámica (p.ej. Las Mil y Una Noches), generándose incluso todo un sistema de juegos poéticos basados en la repentización, como señala Bencheikh en ‘Poetíque arabe’, Ed. Gallimard, París 1989, pg. 73. El 'pie forzado' es un verso octosílabo que se impone a un poeta-cantor improvisador para que construya un poema improvisado cuyo último verso debe ser obligatoriamente el forzado[1]. El Arte de la poesía improvisada, en forma de duelo entre dos poetas, está suficientemente acreditada en Al-Ándalus (Cf. Del Campo Tejedor, Alberto: ‘Trovadores de repente’, Centro de Cultura Tradicional Ángel Carril, Salamanca, 2006).

Del repentismo surge el Trovo, forma musical tradicional de la comarca de La Alpujarra, región histórica de Andalucía que comprende Granada y Almería, así como de otras zonas del sureste español, y que consiste en la improvisación de 'poesía dialogada' sobre una base musical folclórica. A partir de 1492, y especialmente tras la rebelión de los moriscos liderados por Muhammad ibn Umayya (en 1568-1570), la Alpujarra sufre un proceso de feroz despoblación a manos de la inquisición católica. En este largo período de casi un siglo, los moriscos alpujerraños mantuvieron sus tradiciones músico-poéticas y sus bailes (como la zambra).

El escritor y escribano Emilio Pedro Corbiére (1886-1946) nos dice: "Este gusto a payador o cantor, creación árabe, que es la primitiva sangre de los andaluces, vino importado con los conquistadores a América, y de aquéllos se han copiado muchos de sus objetos de uso, como los frenos y las riendas de cuero trenzado. Es árabe el estilo de sus canciones pesadas, monótonas, quejumbrosas como lamentos, siempre en el mismo tono, y que los nativos denominaron 'tristes'" ('El Gaucho. Desde su origen hasta nuestros días', Editorial Renacimiento, Sevilla, 1998, pág. 206)

En este contexto, son altamente significativas las declaraciones del cantautor uruguayo Alfredo Zitarrosa (1903-1969): "La milonga es rioplatense... Se trata de un ritmo que recibe influencias afro y, por cierto, también proviene, como una buena parte del folclore nuestro, del folclore del sur de Andalucía, del sur de España, del folclore andaluz". (Entrevista que se le realizó en España por el periodista José Luis Izaguirre, para Radio Peninsular en diciembre de 1976).

El ya citado Lugones escribe: “Precisamente los trovadores del desierto habían sido los primeros agentes de la cultura islámica, constituyendo en sus justas en verso, la reunión inicial de las tribus que Mahoma, un poeta del mismo género, confederó después (el autor habla del Profeta Muhammad como ‘poeta’ remitiéndose al Sagrado Qur’an, libro revelado que Muhammad se encargó de transmitir y cuya particularidad es el verso, ya que en el momento se dirigía a un pueblo de eminentes poetas para quienes la palabra tenía un influjo particularmente especial). Así se explica que para muchos gauchos, en quienes la sangre arábiga del español predominó, como he dicho, por hallarse en condiciones tan parecidas a las del medio ancestral  (el desierto árabe, la pampa argentina), tuviera el género tanta importancia (…) ¡Quién habría dicho al conquistador que con la guitarra introducía el más precioso elemento de civilización, puesto que ella iba a diferenciarnos del salvaje, el espíritu imperecedero! Dulce vihuela gaucha que ha vinculado a nuestros pastores… con la rediviva dulcedumbre de las qassidas arábigas cuyos contrapuntos al son del laúd antepasado y de la guzla monocorde como el llanto, iniciaron entre los ismaelitas del arenal la civilización musulmana: el alma argentina ensayó sus alas y su canto de pájaro silvestre en tu madero sonoro, y prolongó su sensibilidad por los nervios de tu cordaje, con cantos donde sintiose original, que es decir, animada por una vida propia. (El Payador, págs. 61-62)

Acerca del numen artístico del gaucho, el sociólogo y jurista argentino Carlos Octavio Bunge (1875-1918) dice:

"Poseía un espíritu contemplativo y religioso. Falto de escuelas, su filosofía era simple ciencia de la vida formulada en abundantes sentencias y refranes. (...)

Trovador de abolengo, habíase traído de Andalucía la guitarra, confidente de sus amores y estímulo de sus donaires. Sentado sobre un cráneo de potro o de vaca, bajo el alero del rancho o bien sobre las salientes raíces de un ombú, tañía las armónicas cuerdas para acompañar sus canciones dolientes o chispeantes, a cuyo ritmo bailaban los jóvenes. De este modo se unían en una sola manifestación, como en las culturas primitivas, las tres artes: danza, música y poesía. En la danza alternaban movimientos graciosos, casi solemnes, y alegres zapateos. En la música -cielitos, vidalitas, tristes, a veces no sin marcado sabor morisco-, recordaba las melodías populares de la bendita tierra de los claveles y las castañuelas. (...)

Era fértil en imágenes como los poetas orientales; casi no se expresaba más que con metáforas y en estilo figurado. Fácil lirismo tenía en el fondo del alma y el chascarrillo a flor de piel. Prolongaba inmensamente notas trémulas, vibrantes, cálidas, que se dirían nacidas, más que humano pecho, de las entrañas mismas de la Pampa, como por evocación divina." (Fragmentos del discurso pronunciado en la Academia de Filosofía y Letras, 1913)

Si bien la payada hoy en día en nuestro territorio -y hace ya un siglo- se desarrolla sobre ritmo de milonga, es sabido que originalmente los gauchos improvisaban sobre ritmo de cifra. Uno de los grandes intérpretes de música surera -la música de tradición campera que mejor ha sabido mantener el color de la estirpe gaucha-, don Argentino Luna, en una entrevista realizada por el músico Chango Spasiuk para el Canal Encuentro, decía que la cifra tenía un claro origen en el flamenco andalusí. Ahora bien, el escritor andalucista Blas Infante (1885-1936) sostiene que el término 'flamenco' proviene de la expresión árabe 'fellah min ghair ard', que significa 'campesino sin tierra'. Asimismo dice que muchos moriscos se integraron en las comunidades gitanas y supone que desde ese caldo de cultivo surgió el cante flamenco, como manifestación del dolor que ese pueblo sentía por la aniquilación de su cultura (cf. Orígenes de lo flamenco y secreto del cante jondo, 1929-1931). En su obra 'El Ideal andaluz' escribe: "(,..) estos moriscos, estos andaluces fieramente perseguidos, refugiados en las cuevas, lanzados por su sociedad española, encuentran en el territorio andaluz un medio de legalizar, por decirlo así, su existencia, evitando la muerte o la expulsión. Unas bandas errantes, perseguidas con saña, pero sobre las cuales no pesa el anatema de la expulsión y la muerte, vagan ahora de lugar en lugar y constituyen comunidades organizadas por caudillos, y abiertas a todo peregrino (...) Basta cumplir un rito de iniciación para ingresar en ellos. Son los gitanos (...) Hubo, pues, (el morisco) de acogerse a ellos. A bandadas ingresaban aquellos andaluces, los últimos descendientes de los hombres venidos de las culturas más bellas del mundo, ahora labradores huidos. ¿Comprendéis ahora por qué los gitanos de Andalucía constituyen, en decir de los escritores, el pueblo gitano más numeroso de la tierra? ¿Comprendéis por qué el nombre flamenco no se ha usado en la literatura española hasta el siglo XIX, y por qué existiendo no trascendió el uso general? Un nominador arábigo tenía que ser perseguido al llegar a denunciar al grupo de hombres, heterodoxos a la ley del estado, que con ese nombre se amparaban. Comienza entonces la elaboración del flamenco por los andaluces desterrados o huidos en los montes de África y España" (págs. 107-108). El Padre García Barroso también considera que el origen de la palabra flamenco puede estar en la expresión árabe usada en Marruecos 'fellahmengu', que significa 'los cantos de los campesinos' (cf. La música hispanomusulmana en Marruecos, Larache, 1941). Asimismo, Luis Antonio de Vega aporta las expresiones 'felahikum' y 'felahenkum', con en el mismo significado (cf. El origen del flamenco. El baile de los pájaros que se acompañan en sus trinos).

Con estos breves apuntes hemos querido sumar información sobre la indudable influencia que la cultura hispanomusulmana ha tenido en la forja de nuestra identidad tradicional argentina. Por esto, y en tanto que musulmanes argentinos, es nuestro deber conocer, respetar y amar nuestras señas culturales distintivas para así poder sanamente desarrollar nuestro espíritu en el marco de una experiencia islámica espontánea y natural.




[1] Así encontramos en un cantautor argentino contemporáneo, el gaucho y payador surero Alberto Merlo (1931-2012), una payada titulada ‘De pie forzado’, en la cual expone excelentemente este género de interpretación (en el disco ‘Paisano’).