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sábado, 23 de junio de 2012

Un Modelo de Musulmán

Bismillahi Rahmani Rahim

Sin lugar a dudas los musulmanes prestamos gran atención al mundo de hoy en día. Los musulmanes están sujetos a guerras, masacres y a campos de concentración. Sus tierras son ocupadas, sus riquezas expoliadas y sus hijos brutalmente asesinados. La gente observa todo esto y se da cuenta de dicha situación pero no sabe por que está sucediendo. Entre los musulmanes empiezan a cundir el desánimo, a veces pierden la fe de que el mañana será mejor que el presente. Gritan “¿Cuándo llegará la victoria de Allah?”, y Allah responde: “En verdad la victoria de Allah está próxima”, (Sura Al-Baqara 2:214)

El fenómeno de la depresión no es algo nuevo en la historia. Habitualmente la gente se siente abrumada con mucha rapidez. Algunos, si no la mayoría de musulmanes sienten que se están enfrentando a una situación sin salida, desarrollando una aproximación fatalista cuando encaran estos hechos. Empiezan a sentir que no tienen poder en absoluto para llevar a cabo algún cambio, es más, piensan que el único cambio posible es a peor y que no habrá resultados positivos en un futuro previsible.

El vivir en la era de las comunicaciones magnifica el efecto negativo que estamos sintiendo. Todo lo que ocurre en algún punto del globo se conoce inmediatamente en cualquier parte del mismo gracias a los fax, internet, teléfonos y toda la tecnología desconocida en el pasado.

En el pasado los desastres acontecían y a veces el peor de los escenarios cobraba realidad pero pasaba gran cantidad de tiempo hasta que la gente tenía conocimiento de los hechos, de tal forma que cuando llegaba la noticia hasta puntos distantes el impacto relatado ya había pasado.

No deberíamos pensar que las catástrofes y desgracias son exclusivas de nuestra era.

Allah dice: “Si habéis recibido alguna herida, en verdad que los incrédulos han recibido ya una herida similar. Y hacemos que esos días se sucedan alternativamente entre los hombres para que sean exhortados, y para que Allah pueda distinguir a los que creen y escoja testigos de entre vosotros; pues Allah no ama a los injustos”. (Sura Al-‘Imran, 140)

Es muy importante que entendamos que si somos tocados por una herida, otra gente ha sido también tocada por una herida similar, y que tales días rotan en la humanidad.

Por tanto, no estamos solos en este asunto, y en la batalla de la vida no es crucial ganar cada una de las batallas. Siempre y cuando nuestra intención se mantenga pura, la victoria llegará. Salahudin (Saladino), el gran muyahid (guerrero) fue un claro ejemplo de esto. Aunque no ganara todas las batallas, su firmeza y perseverancia, su fe y su certeza en las palabras y promesa de Allah le condujeron a la gran victoria sobre los Cruzados.

Salahudin al-Ayubi (Saladino) fue capaz de derrotar a los Cruzados en la batalla de Hattin en el año 583 de la Hégira, devolviendo Jerusalén y otros territorios que habían sido ocupados por los Cruzados a los musulmanes. Nadie imaginaba que esto pudiera ocurrir, pero ocurrió.

Dedicó toda su vida a la lucha por la Causa de Allah. No escatimó esfuerzos en ayudar a los musulmanes oprimidos de Jerusalén, ni disfrutó de los placeres de su condición de príncipe, que lo podía haber hecho, sino que dedicó su vida al rescate de Jerusalén y sus gentes.

Incluso rechazó el consejo de sus hombres cuando éstos le sugirieron que se tomara un descanso durante el mes de Ramadán diciéndoles, “El periodo de vida de un hombre es corto, la muerte no avisa y dejar a los ocupadores en las tierras musulmanas un solo día más, teniendo la oportunidad de desalojarlos, es un acto abominable que no podría soportarlo.” Siguió con sus conquistas a lo largo de todo el mes bendito de Ramadán hasta su muerte.

Nunca deberíamos mirar a Salahudin como a una persona, porque no fue un mero individuo, sino más bien un fenómeno; un regalo de Allah a la Umma porque ésta alcanzó el punto en el que empezaba a merecer la victoria.

Allah nos dio una fórmula simple que si la cumplimos la victoria estará al alcance de nuestras manos. La fórmula mágica a la que no prestamos mucha atención hoy en día es, “¡Oh vosotros los creyentes! Si ayudáis a la causa de Allah, Él os ayudará y hará firme vuestros pasos.” (Sura Muhammad, 7)

Si obedecemos a Allah, Él nos otorgará la victoria en retribución. Es algo simple. Y obedecer a Allah supone el cuidado, la compasión y la ayuda a los musulmanes oprimidos en todo el mundo y especialmente en la tierra ocupada de Palestina.

Otro ejemplo es la batalla de Badr que tanto influyó la historia de los musulmanes en los primeros días.

Allah nos describe un simple hecho histórico, “Y Allah os había ayudado ya en Badr cuando erais débiles. Tomad pues a Allah como vuestro Protector para que seáis agradecidos.” (Sura Al-‘Imran, 123)

¿Por qué Allah hizo aquello?, lo hizo porque los musulmanes se merecían la victoria, porque su hacer estaba en consonancia con las enseñanzas de Allah. Sabían que los medios materiales, aunque importantes, no son nada en comparación con el Poder de Allah, el Poderoso. La victoria es un regalo de Allah a aquellos que se lo merecen; si nos mereciéramos la victoria en estos días nos habría sido concedida.

Para alcanzar la victoria antes debemos vencernos a nosotros mismos, a nuestros deseos, a nuestros egos. La batalla contra nuestro ego es la primera que debemos ganar. La victoria significa estabilidad, significa vivir de acuerdo a las enseñanzas del Corán y a las enseñanzas del Profeta (s.a.s.)

Si miramos el mundo actual, podemos observar que nuestras comunidades en todo el mundo viven en el error. Nos hemos desviado del Corán y de las enseñanzas del Profeta (s.a.s.). Por tanto debemos considerar la situación desde una nueva perspectiva, no desde la perspectiva de conseguir abundante poder material porque esto no es suficiente, aunque importante, para conseguir la victoria. Lo que realmente nos hace falta es mirar hacia atrás y cambiar nuestros egos desde dentro, y, como digo, después de unos años, o tal vez de unos meses, empezaremos a ver el fenómeno moderno de Salahudin reaparecer y las cosas empezarán a transformarse.

En el tiempo de los Tártaros el mundo parecía que iba a ser devorado por su aplastante poderío, sin embargo empezaron a abrazar el Islam en masa. Lo que parecía imposible sucedió, porque Allah es El Único que tiene la llave de los corazones y Él es el Único que da la victoria a quien quiere,”...y la ayuda solo procede de Allah, el Poderoso, el Sabio.” (Sura Al-‘Imran, 126)

La victoria no viene de nosotros, la victoria no viene por el mayor número; tan solo viene de Allah el Más Elevado, el Sabio, y la da cuando ve que hemos aprendido nuestra lección.

Allah dice: “¿Pensáis que entraréis en el Paraíso sin antes pasar por la situación de quienes os precedieron? La pobreza y las calamidades los alcanzaron, y fueron violentamente sacudidos hasta tal punto que el Mensajero y los que con él creían dijeron: -¿Cuándo vendrá la ayuda de Allah?-, Sí, en verdad la ayuda de Allah está cercana.” (Sura Al-Baqara, 214)

Este verso nos habla de que seremos puestos a prueba, de una tribulación que tendremos que sufrir, porque la vida terrenal no es un fin en sí mismo, sino que lo que debemos atravesar es el medio de preparación para afrontar la vida próxima.

Imagine que los siervos de Allah empezaran a hacer la siguiente pregunta: ¿Cuándo vamos a alcanzar la victoria?; este verso en realidad es un buen recordador de que no estamos solos en estos días duros porque la gente que nos precedió afrontó pruebas y tribulaciones hasta ser sacudidos a tal punto que aquellos que seguían al Mensajero llegaron a preguntar cuándo les iba a llegar la victoria!, y la respuesta le vino de Allah: En verdad la victoria está al alcance de la mano.

Otro día difícil que tuvieron que afrontar los musulmanes en su historia fue el día de Hunain, “En verdad, Allah os ayudó en muchos campos de batalla y en el Día de Hunain, cuando vuestro gran número os hizo orgullosos pero no os sirvió de nada; y la tierra con toda su amplitud, se os quedó estrecha y entonces volvisteis la espalda en retirada.” (Sura At-Tawba, 25)

Durante la batalla de Hunain los musulmanes comenzaron a sentirse orgullosos por su gran número. Este es otro lado de la ecuación. Era la primera vez en la historia en la que los musulmanes igualaban en número al de sus enemigos, habían reunido a doce mil hombres, justo igual que sus enemigos, aunque anteriormente habían sido un número inferior, y así empezaron a pensar que la victoria estaría con ellos y todos sabemos ya lo que pasó. Desde el comienzo empezaron a perder coraje porque no reconocieron que la victoria no viene del poder humano, sino de Allah el Sublime, el Todopoderoso.

Por tanto, empecemos a llevar a cabo nuestra parte, retornemos a Allah Todopoderoso y limpiemos nuestros egos internos. La purificación de nuestros egos es lo que realmente importa y ser sinceros en el trato con las situaciones que vivamos y en el trato con los demás.

Sintamos la fuerza de la comunidad de los musulmanes y pongamos nuestras manos juntas en el amor y la ayuda mutua. Invitemos al mundo a ver nuestra auténtica y verdadera realidad.

No somos, como piensan ciertas mentes estrechas, un grupo de gente desesperada que quiere amenazar al mundo entero. Esto no forma parte del Islam. Si esto hubiera sido el Islam, el Mensajero de Allah (s.a.s.) se hubiera comportado de forma diferente en At-Ta’if. A pesar del trato rudo que recibió no perdió la esperanza ni se desesperó, sino que invocó a Allah el Todopoderoso para que les guiara a la sabiduría del Islam y a la belleza del da’wa.

Por tanto nuestro deber ahora es hacer mucho du’a a Allah y pedirle que nos dé de nuevo el fenómeno de Salahudin. Cuando empecemos a merecérnoslo, e in sha Allah que así sea, entonces aparecerá.

No somos diferentes de aquellos que nos precedieron, solo tenemos que empezar y ver como la promesa de Allah es cierta y que ocurrirá, porque no es la promesa de un ser humano, sino la promesa de Allah. Todo lo que necesitamos hacer es empezar y sentir que podemos hacerlo. Salahudin está esperando a la vuelta de la esquina.

miércoles, 25 de abril de 2012

Héroes del Islam: Salahuddin Ayyubi


Bismillahi Rahmani Rahim
El nombre completo de Salahuddin en árabe era Salah Ad-Din Yusuf bin Ayyub, también llamado Al Malik An-Nasir SalahAd-Din Yusuf I. Nació en el año 1137/38 d.C. en Tikrit, Mesopotamia, y murió el 4 de marzo de 1193, en Damasco. Se convirtió en Sultán de Egipto, Siria, Yemen y Palestina; fue fundador de la Dinastía Ayubida, y uno de los más famosos héroes musulmanes. En las guerras contra los cruzados cristianos logró el éxito final con la captura disciplinada de Jerusalén (el 2 de octubre de 1187), terminando así los 88 años de ocupación de los francos. El gran contraataque cristiano de la tercera cruzada fue rechazado por su genio militar.


Salahuddin nació dentro de una importante familia kurda. La noche de su nacimiento, su padre, Nayem Ad-Din Ayyub, reunió a su familia y se mudaron a Aleppo, entrando allí al servicio de ‘Imad Ad-Din Zanqi bin Al Sunqur, el poderoso gobernador turco en el norte de Siria. Creciendo en Balbek y Damasco, Salahuddin fue aparentemente un joven común, con un mayor gusto por los estudios religiosos que por el entrenamiento militar.


Su carrera formal inició cuando se unió al personal de su tío Asad Ad-Din Shirku, un importante comandante militar bajo el Amir Nuruddin, quien era el hijo y sucesor de Zanqi. Durante tres expediciones militares dirigidas por Shirkuh a Egipto para evitar que caiga ante los cristianos latinos (gobernadores francos de los estados establecidos por la primera cruzada), un complejo de tres vías de lucha se desarrolló entre Amalric I y el rey latino de Jerusalén, Shawar –el poderoso Ministro de Estado del califa fatimida egipcio– y Shirkuh. Después de la muerte de Shirkuh y la orden de asesinar a Shawar, Salahuddin fue designado comandante de las tropas de Siria en Egipto y Ministro de Estado del califato fatimida en 1169, a la edad de 31 años. Su relativamente rápido ascenso al poder puede ser atribuido a sus propios talentos emergentes. Como Ministro de Estado de Egipto, recibió el título de Rey (Malik), aunque era mayormente conocido como el Sultán.


La posición de Salahuddin fue después reforzada cuando, en 1171, abolió el débil e impopular califato fatimida shiita, proclamó el regreso del Islam Sunni a Egipto y se convirtió en el único gobernante del país. Aunque, teóricamente, permaneció por un tiempo un gobernador por Nurudin, esa relación concluyó con la muerte del Amir sirio en 1174. Utilizando los vastos recursos agrícolas de Egipto como una base financiera,Salahuddin pronto se instaló en Siria con un pequeño, pero estrictamente disciplinado, ejército para reclamar la regencia en nombre del hijo menor de su antiguo líder.


Sin embargo, pronto abandonó este reclamo, y desde 1174 hasta 1186 persiguió celosamente la meta de unir, bajo su propio estándar, todos los territorios musulmanes de Siria, el norte de Mesopotamia, Palestina y Egipto. Esto se logró mediante una diplomacia hábil respaldada, cuando era necesario, por la acción rápida y decidida de la fuerza militar.


Gradualmente su reputación creció como un líder generoso y virtuoso, pero firme, alejado del engaño, la ostentación y la crueldad. En contraste con la amarga discrepancia e intensa rivalidad que obstaculizó a los musulmanes en su resistencia a los cruzados, la consistencia del propósito de Salahuddin los indujo a armarse nuevamente tanto física como espiritualmente.


Cada acto de Salahuddin era inspirado por una intensa e inquebrantable devoción a la idea del Yihad contra los cruzados cristianos. Esta era una parte esencial de su política para alentar el crecimiento y esparcimiento de las instituciones religiosas islámicas. Buscó sus eruditos y predicadores, fundó universidades y mezquitas para que hicieran uso e ellas y los comisionó para escribir trabajos edificantes, especialmente sobre el Yihad. A través de la regeneración moral, que era una parte integral de su propia forma de vida, trató de recrear en su propio reino algo del mismo fervor y entusiasmo que había demostrado ser tan valioso para las primeras generaciones de musulmanes cuando, cinco siglos antes, habían conquistado la mitad del mudo conocido.


Salahuddin también tuvo éxito en cambiar el balance militar en su favor uniendo y disciplinando un gran número de fuerzas rebeldes en lugar de emplear las mejoradas técnicas militares. A finales de 1187, fue capaz lanzar toda su fuerza en la lucha con ejércitos similares a los de los del reino latino de los cruzados. El 4 de julio de 1187, con el permiso de Al-lah, usando su agudo sentido militar y la carencia de este por parte de su enemigo, Salahuddin atrapó y destruyó, de un solo golpe, a un ejército exhausto y sediento de cruzados en Hattin, cerca de Tiberias en el norte de Palestina.


Tan grandes fueron las pérdidas en las filas de los cruzados en esta batalla, que los musulmanes estuvieron rápidamente en condiciones de casi derrumbar todo el reino de Jerusalén. Acre, Toron, Beirut, Sidón, Nazaret, Cesarea, Nablus, Yaffa (Iafo), y Ascalon (Ashqelon) cayeron en un lapso de tres meses. Pero el principal logro de Salahuddin y más desastroso golpe para todo el movimiento cruzado se produjo el 2 de octubre de 1187, cuando Jerusalén, ciudad sagrada tanto para los musulmanes como para los cristianos, se rindió ante el ejército de Salahuddin después de 88 años de haber estado en manos de los francos. En total contraste con la conquista de la ciudad por los cristianos, cuando la sangre corría libremente durante el salvaje asesinato de sus habitantes, la reconquista musulmana estuvo marcada por la conducta civilizada y cortés de Salahuddin y sus tropas.


Sin embargo, su éxito repentino, por el cual en 1189 vio a los cruzados reducidos a la ocupación de solo tres ciudades, fue empañado por su fracaso en capturar Tiro, una fortaleza costera casi invencible, a la que los sobrevivientes cristianos de las recientes batallas habían acudido. Este iba a ser el punto de reunión del contraataque latino. Muy probablemente Salahuddin no anticipó la reacción europea ante su captura de Jerusalén, un evento que impactó profundamente a Occidente y al cual éste respondió con una nueva llamada para una cruzada. Además de los muchos nobles y famosos caballeros, esta cruzada, la tercera, llevó a los reyes de tres países a la batalla. La magnitud del esfuerzo cristiano y la fuerte impresión que causó sobre sus contemporáneos, dio al nombre de Salahuddin, como su gallardo y caballeroso enemigo, un lustre agregado que sus victorias militares, por sí solas, nunca le habrían conferido.

La cruzada misma fue larga y agotadora y, aunque a veces impulsivo, el genio militar de Ricardo I –el Corazón de León– no logró casi nada. Ahí reside el más grande –pero a menudo no reconocido– logro de Salahuddin. Aun contando con agotados y poco dispuestos a luchar caudillos feudales, comprometidos con la lucha solo durante una temporada limitada cada año, su fuerte voluntad y determinación le permitió combatir a los más grandes campeones de la cristiandad y mantenerlos en línea. Los cruzados retuvieron poco más que un precario punto de apoyo en la costa del levante mediterráneo, y cuando el rey Ricardo abandonó el Medio Oriente, en octubre de 1192, la batalla se acabó. Salahuddín se retiró a su capital en Damasco.


Pronto, las largas estaciones de campaña y las interminables horas en la silla le pasaron la factura, y murió. Y mientras sus parientes ya estaban luchando por obtener pedazos del imperio, sus amigos descubrieron que el más poderoso y generoso gobernador del mundo musulmán, en su renuncia a las riquezas materiales, no había dejado suficiente dinero siquiera para pagar su propio entierro.

La familia de Salahuddin continuó gobernando sobre Egipto y las tierras vecinas como la Dinastía Aiubita, hasta 1250.

Salahuddin fue enterrado en un mausoleo en el jardín a las afueras de la mezquita Umayya, en Damasco, Siria.