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lunes, 25 de diciembre de 2017

Sufismo en el Turkestán chino


Islamización y derviches marginales
(qalandaríles, malamatíes, yasawíes y uwaysíes)

Los derviches marcaron por lo menos de dos maneras el destino de Turkestán oriental, una región habitada por pueblos turcófonos situada al noroeste de China e incorporada al imperio chino a mediados del siglo XVIII, que en el XX pasó a ser provincia china con el nombre de Sinkiang (o Xinjiang): en primer lugar, con su acción de misioneros y activos propagadores­ del islam, y además por su influencia política sobre los sobe­ranos musulmanes de estos lugares, cuando no tenían ellos mismos el poder. Como resultado de su propaganda, los pueblos turcófonos fueron poco a poco sus antiguas religiones (animismo, chamanismo, ­budismo) y se hicieron musulmanes, pero conservando ciertos elementos que han impregnado sus prácticas hasta hoy. La historia de la mística islámica en el Turkestán chino hay que entenderla en relación con el resto de Asia central, dado que la mayoría de los derviches que llegaron allí eran oriundos de Transoxiana (Bujará, Samarcanda, etc.).

Podemos seguir el rastro de los musulmanes desde el siglo X, cuando se constituyó el primer reino musulmán de Asia central, en una época en que el imperio samaní de Irán imponía su ley cultural en la región. Fue en la segunda mitad de este siglo cuando las tribus turcas abrazaron el islam, durante el reinado del karajaní Satuq Qara Jan (m. 955). Este último, que había establecido su capital en Kashgar, según la leyenda fue convertido a la religión del Profeta por un derviche originario de Transoxiana, Abu Nasi Samani. Pero debemos considerar con cierta reserva los hechos relatados en la gesta de Satuq Bughra Kan, una epo­peya famosa en Turkestán oriental, en la que el soberano Satuq Qara Jan aparece como un gran místico y un «guerrero de la fe» (ghazi). Esta leyenda tuvo mucha influencia en el desarrollo de la mística islámica de Turkestán oriental, y el mausoleo de Satuq Qarajan, en Artush (alrededor de Kashgar) es todavía hoy uno de los lugares santos más venerados en esta parte del mundo musulmán, al que acudieron y siguen acudiendo peregrinos y sufíes. No cabe duda de que la propaganda de los primeros mercaderes musulmanes y misioneros sufíes dio sus frutos; por otro lado, a partir de esta época la labor de los derviches entre los turcos se intensificó, y comprobamos que el número de chamanes y budistas disminuye en provecho de los místicos de la nueva religión.

Es difícil poner un nombre a las primeras formas de sufismo que surgieron en estos lugares a mediados del siglo X. La primera gran cofradía centroasiática, la Yasawiya, no apareció hasta mediados del siglo XII en Yasi, Turkestán (actual Kazajstán). Los derviches de esta época debían de parecerse a los que describe Farid adDîn Attar en la conocida obra hagiográfica Tazkarat alawliya (siglo XII): sufíes sin afiliación precisa, seguramente influidos por la Malamatiya de Jurasán, y quizá por la karramiya, que estaba bien representada en Transoxiana (Samarcanda, Farghana). En efecto, varios hagiógrafos mencionan la llegada de los sufíes ­iraníes procedentes de Jurasán (noreste de Irán) a la región de Farghana, junto al Turkestán oriental. La primera forma de sufismo fácil de identificar que aparece en Turkestán oriental es la Qalandariya, un misticismo marginal, anticonformista y heterodoxo, que la historia suele relacionar erróneamente con la Malamatiya —más bien se trata de una "perversión" de esta última—. La confusión ha existido, y ciertos sufíes respetuosos de las Escrituras aparecen a veces como qalandaríes. De hecho, según las regiones del mundo islámico, el término qalandar podía caracterizar conductas diametralmente opuestas.

En Turkestán oriental, al parecer, el qalandarí era un sufí a medio camino entre el monje budista o el chamán turco y el místico musulmán propiamente dicho. En los qalandaríes del siglo XIII, lo mismo que en los actuales, se advierte un sincretismo religioso muy evidente. El modo de vida y mu­chas de las prácticas de estos sufíes son una réplica de los de las comunidades de ascetas budistas. En realidad el budismo no fue totalmente barrido por el islam, y en algunas regiones de Turkestán las dos religiones llegaron a convivir. En 1419 el país de los uigures (Turfan y el valle del río Tarim) era mayoritariamente budista, pero también había derviches (como un tal Sufí Ata, de Qara Qosha o Qosho). Los místicos turcos se hicieron eco de ciertas leyendas budistas, y así, en el siglo XIII, una de las cuevas del conjunto de las cuevas-templo búdicas y tántricas situadas junto a la antigua capital de los uigures, Qosho, fue recuperada por la tradición qalandarí, que la convirtió en la tumba de los "siete qalandaríes"­, (Yiti qalandar) y en un convento. Otros dos enclaves de Tur­kestán oriental eran conocidos a principios de siglo con el nombre de Yiti qalandar, y también había una tumba de un tal Shah Qalandar (cerca de Korla). El explorador inglés Aurel Stein, que a principios de siglo dedicó a buscar las antiguas ciudades budistas perdidas en el de­sierto de Talda Makan, confesó que casi siempre las había localizado gra­cias al hecho de que en las inmediaciones había tumbas de santos mu­sulmanes. La Qalandariya hizo gala de este sincretismo no sólo con las otras religiones, sino también en el seno del islam, y absorbió otras co­fradías místicas afines, o incluso órdenes ultraortodoxas como la Naqshbandiya, o se fundió con ellas.

La historia nos enseña que la combinación YasawiyaQalandariya es una de las principales características de la mística musulmana en Turkestán oriental. En esta región la Yasawiya aparece partir del siglo XIII. Según el biógrafo turco Ali Shir Nawai un miembro de esta orden, Kishing Ata, en fecha no precisada pero anterior al siglo XIV, tuvo numerosos discípulos en la propia China. Su tumba se encontraba en este país. La obra poética del fundador de la orden, (m. 1187), los Hikmet, es una de las preferidas de los qalandaríes. Esta poesía es cantada en unas reuniones donde también se baila y se recita el dhikr. En todas las épocas, los viajeros oc­cidentales que recorrieron Turkestán oriental hablaron de sus encuentros con los qalandaríes. Uno de ellos escribió en el siglo XIX que también les llamaban Yarr a causa de su dhikr ruidoso (del árabe yahri).

En Turkestán oriental hubo otra corriente sufi por la que pudieron tener afinidad los qalandaríes: los uwaysíes. Pero el término uwaysi, en la mística musulmana, designa uno de los rangos más elevados de la jerarquía mística, el de los derviches perfectos, instruidos directamente por el espíritu del Profeta, y no por un maestro terrenal. No está claro que se constituyera una orden sufí con este nombre; más bien parece que se trataba de una corriente mística. Sea como fuere, a un tal Qoya Muhammad Sharif, de Samarcanda, se le atribuye la fundación de esta cofradía en Kashgar a mediados del siglo XVI. Se dice que fue iniciado en esta doctrina por el espíritu del soberano y santo Satuq Bughra Jan, y que Qoya Muhammad Sharif reactivó el culto a su santo patrón en Kashgar. En el siglo XVII-XVIII uno de los más famosos poetas místicos del Rurkestán chino, afín a los qalandaríes, Muhammad Sadiq Zalili, muy apreciado también hoy, dijo pertenecer a esta corriente. En su poesía honra a Satuq Bughra Jan y a Qoya Muhammad Sharif; también menciona a Ahmad Yasawi y habla de su estancia en los conventos sufíes de Turkestán oriental. Otro místico venerado en esta región se sitúa en la confluencia de las tradiciones qalandari, malamatí y yasawí: se trata de Shah Mashrab (1659-1711), natural de Andiyan (Ferghana), cuya poesía mística es célebre en toda Asia central. Recorrió Turkestán e India, y su poesía es muy apreciada por los qalandaríes, pero fue perseguido por otros sufíes que le consideraron impío. En Turkestán oriental la importancia de la poesía y la literatura mística es tan grande que en los siglos XIX y XX los libros sufíes se leían y estudiaban incluso en las escuelas islámicas oficiales, las madrasas. En ellas no podían faltar los Hikmet de Ahmad Yasawi ni las poesías del sufí Allah Yar (otro poeta muy apreciado por los qalandaries), autores místicos leídos sobre todo en el área centroasiática.

Complicidad con la política e imperio de la sharî’a (la Naqshbandiya)

A partir del siglo XIV, y aunque siguieron existiendo las corrientes místicas mencionadas —más bien entre los nómadas, lejos de los centros urbanos— se desarrolló una nueva forma de sufismo fuertemente vinculada a la ortodoxia islámica, la Naqshbandiya. A esta cofradía se debe en parte, a través de la dinastía timurí de Samarcanda, la islamización casi total del Turkestán oriental (siglo XVI), con intentos de penetración en el Tibet. La operación corrió a cargo de los enviados del famoso sheykh de Samarcanda Ubaydullah Ajrar. Pero el sufismo empezó a desempeñar un papel francamente político e incluso económico en el siglo XVI, con la llegada al poder en Kashgar de la familia de los Majdumzada o jodya (maestros), soberanos todopoderosos del país de las "seis ciudades", (Kashgar, Yarkand, Jotan, Aqsu, Kusha y Turfan). Dos linajes de esta familia oriunda de Transoxiana, descendientes de Ubaydullah Ajrar, se disputaron el control de Turkestán oriental: los Ishaqiyas y los Afaqiyas.

Con la llegada al poder de una dinastía de soberanos naqshbandíes se aceleró y completó el proceso de transformación de un país con un código de valores heredado de la estepa, en un país regido por los mandamientos del islam. Al mismo tiempo, el poder político, que había pertenecido a los descendientes de Gengis Khan, pasó con los Majudumzada a tener unos jefes dotados de legitimidad religiosa, que se proclamaban descendientes del Profeta y de Satuq Qara Jan. De este modo, en el siglo XVI el islam fue un factor unificador, y la Naqshbandiya el instrumento, bracchio forte, de esta política. También data de esta época la implantación duradera de la Naqshbandiya, desde Asia central hasta la población musulmana sinófona de China. Un descendiente de Majdumzada, Afaq Joya (m. 1694) fue, junto con los jeques árabes de Yemen, el iniciador de las principales figuras chinas de la Qadiriya y la Naqshbandiya. La dinastía de los Majdumzada (el linaje de los Afaqiyas) reinó en Turkestán oriental, convirtiéndolo en un estado casi sufí, hasta la ocupación china de 1759, y luego pasó a la oposición, desde donde organizó varios le­vantamientos contra el estado chino hasta mediados del siglo XIX. Otras ciudades de Turkestán oriental (Kusha, Yarkand, Urumshi, Jotan) también fueron escenario de violentos movimientos de rebelión religiosa, casi siempre encabezados por jeques naqshbandíes. La generalización de estas rebeliones fue la causa de la retirada china de Turkestán oriental a mediados del siglo XIX.

En 1869, cuando Kashgaria recuperó la independencia, el último sufí del linaje de los Afaquiyas (Burzug Jan) fue derrocado por un militar, Yaaqub Jan, que se proclamó emir de Kashgaria e impulsó la sharia en todo el territorio. Consciente de la situación precaria del emirato, arrin­conado entre los británicos de la India, los rusos, cada vez más presentes en las llanuras kazajas yTransoxiana, y los chinos por el este, Yaaqub Jan decidió jugar la carta del panislamismo y se acercó al poderoso imperio otomano, llegando a reconocer la soberanía del sultán. La Naqshbandiya, que siempre había estado presente en la política religiosa del emirato, desempeñó en esta época un papel nuevo por mediación del sobrino del emir, miembro de la orden, que fue emisario y diplomático, y supo sacar partido de las cofradías sufíes radicadas en India, Turquía y Turkestán oriental. Los correligionarios sufíes de Estambul contribuyeron a que el enviado extraordinario de Yaaqub Jan ante el sultán obtuviera el apoyo incondicional de los otomanos, que enviaron consejeros militares a Kashgaria. El emisario del emir era muy respetado en los círculos místicos de Estambul, y destacó como comentador de los grandes autores místicos como lbn ‘Arabî e Ibrahim Iraqi. Tras la caída del emirato de Kashgaria, invadido por el ejército chino, y la muerte del emir en 1877, Yaaqub Jan Tore se refugió en la India entre los derviches, y se dedicó por completo a la enseñanza y el estudio del sufismo.


Tenemos pocos datos sobre la situación del sufismo en Turkestán oriental a principios del siglo XX y durante la república popular china. El poder comunista no fue muy condescendiente, y aún hoy fustiga a los maestros sufíes, tachándoles de ignorantes, fundamentalistas religiosos y agitadores. De todos modos sabemos que la Qalandariya sigue activa (en 1994 conocí a un qalandarí en Urumshi), y que la Naqshbandiya es más fuerte que nunca, sobre todo en los oasis del sur, en Yangishahr, Yarkand y Jotan. Un amigo uigur, refugiado en Tashkent, me ha asegurado que en los años cincuenta aún quedaban derviches yasawíes en la región de Kulsha. Actualmente un sufí casi nunca es designado con este término (supi en lengua uigur), sino con el de pir (viejo maestro) y sobre todo el de ishan. Según recientes trabajos etnográficos (1993) de un investigador uigur, los ishan, sobre todo naqshbandíes, constituyen una fuerza bien organizada, con una importante red de mezquitas y kanaqa, y sus discípulos (murîd) se mantienen más que nunca en secreto. Por otro lado, la literatura sufí no ha sido prohibida por las autoridades chinas, a diferencia de lo ocurrido en el Asia central soviética hace varios años. Las obras más leídas son las de los poetas místicos Ahmad Yasawi y Sufi Allah Yar, que se pueden encontrar fácilmente en las librerías de viejo de Kashgar. Los mausoleos de los principales santos sufíes, como los de Satuq Qara Kan y joya Afaq de Kashgar o el de joya Rashidin jan de Kusha, siguen siendo lugares de peregrinación. Los más visitados son el del famoso naqshbandí Afaq joya, en Kashgar, y el de Ordam, entre Kashgar y Yarkand, donde se reúnen miles de peregrinos el mes de muharram. La in­dependencia de las repúblicas vecinas del Turkestán occidental, donde el sufismo, ha sido rehabilitado con entusiasmo, ha alentado las de los turcófonos de Sinkiang, así como la idea de independencia. Los hombres cuentan con más libertad que en la época soviética entre los dos Turkestanes, al igual, sin duda, que las ideas políticas, culturales y... místicas.

Autor: Thierry Zarcone

sábado, 12 de agosto de 2017

Pastunes, pueblo de Afganistán


Los pastunes o patanes son un pueblo etnolingüístico emplazado mayoritariamente en Afganistán, y en las regiones tribales del oeste de Pakistán. Los pastunes tienen como señas de identidad el uso de la lengua pastún y la práctica del código Pastunwali, un antiguo y tradicional código de conducta y honor.
La sociedad pastún consta de muchas tribus y clanes que raramente estuvieron unidos a lo largo de la historia, hasta la emergencia del imperio Durrani, en el año 1747. Durante la rivalidad anglo-rusa (conocida como El Gran Juego), desempeñaron un papel vital porque el límite de ambos imperios coincidía con su área de asentamiento. Durante 250 años, los pastunes fueron el grupo dominante en Afganistán, y concitaron la atención mundial con la invasión soviética del país (1979) y con el ascenso y caída de los talibanes, ya que de su etnia procede el principal contingente del movimiento integrista. Los pastunes son también una comunidad importante en Pakistán, donde suponen el segundo mayor grupo étnico.
La población total pastún es, según las estimaciones, de unos 42 millones de personas, pero no existe un censo oficial en Afganistán desde el año 1979. Hay unas 60 tribus importantes y, dentro de ellas, más de 400 subclanes.

Demografía. La gran mayoría de los pastunes habitan una franja que va desde el sureste de Afganistán al noroeste de Pakistán. También hay pastunes en las áreas norteñas paquistaníes y en el este de Irán. Tienen una pequeña presencia en la India, mientras que en los últimos años han aparecido pequeñas comunidades de emigrantes en Europa, América del Norte y la Península Arábiga. Los centros metropolitanos más importantes son Kandahar, Jalalabad y Swat. Peshawar, Quetta, Kabul y Kunduz son ciudades étnicamente variadas, aunque con una gran presencia de población pastún. En Karachi viven 3,5 millones de pastunes.
La etnia supone el 15,42 por ciento de la población de Pakistán, unos 25,6 millones de personas. En Afganistán, según estimaciones, el 42 por ciento de la población es pastún, unos 13,3 millones de personas. Entre los 1,7 millones de refugiados afganos en Pakistán, la mayoría son pastunes. Una suma acumulada de los pastunes en la región arroja un total de 42 millones de personas.

Historia y orígenes. La historia de los pastunes sigue sin contar con investigaciones fiables. Desde el segundo milenio antes de Cristo, las ciudades de la región han sido objeto de invasiones y migraciones. Visitadas por pueblos indo-iraníes, indo-arios, medas, persas, mauryas, escitas, kushans, heptalitas, griegos, árabes, turcos, mongoles, británicos, rusos y, más recientemente, los Estados Unidos de América. Varias teorías –tanto académicas como populares- chocan respecto al origen de los pastunes

Referencias antiguas. Existen varios grupos antiguos con epónimos similares a los pastunes, que han sido contemplados como los posibles ancestros de los modernos pastunes. El historiador griego Herodoto mencionó al pueblo “pactiano”, en la frontera oriental de la satrapía Persia Aracosia, ya en el primer milenio antes de Cristo. Su conexión con los pastunes no está clara. Y de modo similar, el Rig Veda menciona a la tribu “paktha” (en la región de Pakhat), es decir, el actual este afgano. Algunos académicos han propuesto una conexión con los modernos pastunes, pero se trata de una especulación.
En la Edad Media, hasta el advenimiento del moderno estado de Afganistán, en 1747, y la división del territorio pastún por la Línea Durand, del año 1893, los pastunes recibían meramente el nombre de “afganos”. Ese gentilicio aparece por primera vez en la historia en el Hudud-al-Alam, en el año 982 de nuestra era; se refería a un antepasado común y legendario de los pastunes, conocido como Afghana.
El sabio Alberuni se refiere a los afganos como un conjunto de tribus que viven en las montañas fronterizas entre la vieja India y Persia. En esta localización geográfica, los pastunes tuvieron un estrecho contacto con las tribus indias e iraníes, como atestigua el famoso viajero marroquí Ibn Battuta, en el transcurso de una visita a Kabul del año 1333: “Viajamos hasta Kabul, anteriormente una vasta ciudad, cuyo lugar está ahora ocupado por una tribu de persas llamados ‘afganos”.

Antropología y lingüística. Los orígenes de los pastunes están en el este de Irán. La lengua pertenece a la sub-rama iraní de la familia de lenguas indo-europeas. Los pastunes están clasificados como iraníes, posiblemente como descendientes de los bactrianos y escitas. Las viejas tribus iraníes que se expandieron a los largo de la meseta iraní fueron tempranos precursores de los pastunes. Al igual que otros pueblos iraníes, muchos pastunes se han mezclado con invasores varios, grupos vecinos y emigrantes. En términos de fenotipo, los pastunes son predominantemente un grupo mediterráneo, de forma que el cabello claro y la piel pálida no son infrecuentes, sobre todo entre tribus de montañas remotas.

Tradiciones orales. Algunos antropólogos dan crédito a las tradiciones orales míticas de las propias tribus pastunes. Por ejemplo, según la Enciclopedia del Islam, la teoría de la descendencia israelí de los pastunes está originada en Maghzan-e-Afghani, quien compiló una historia durante el reinado del emperador mongol Jehangir, en el siglo XVII.
Otro libro histórico, el Taaqati-Nasiri, mantiene que en el siglo VII un pueblo llamado Bani Israel se asentó en Ghor, al sureste de Herat, y más tarde emigró al sur y al este. Esas referencias casan con una común visión de la tradición oral pastún, de que cuando las doce tribus de Israel se dispersaron, la tribu de José se asentó en la región. El nombre pastún “Yusuf Zai” se traduce como “los hijos de José”.
Otras tribus pastunes mantienen que descienden de los árabes; y hay hasta quien reivindica (los sayyids) que Muhammad (asws) está entre sus antecesores. Algunos grupos de Peshawar y Kandahar (afridis, khattaks y sadozais) se dicen descendientes de los antiguos griegos que llegaron al territorio con Alejandro Magno.

Edad Moderna. Los pastunes están íntimamente ligados a la historia del moderno Afganistán y el Pakistán occidental. Tras las conquistas arabo-turcas de los siglos VII-XI, los ghazis (guerreros de la fe) pastunes invadieron y conquistaron buena parte del noroeste de la India. Su pasado reciente discurre por la dinastía Hotaki y más tarde el imperio Durrani. Los Hotaki derrotaron a la dinastía Safavida de Persia y tomaron bajo control gran parte del imperio persa entre 1722 y 1738. Esta campaña fue seguida por las conquistas de Ahmad Shah Durrani, un antiguo alto comandante bajo el Nadir Shah de Persia. Fundó el imperio Durrani, sobre una gran parte de lo que hoy es Afganistán, Pakistán, Cachemira, el Punjab indio y la provincia de Khorasan (Irán). Tras la caída del imperio Durrani, en 1818, el clan Barakzai se hizo con el control de Afganistán. El país quedó en manos del sub-clan Mohammedzai, desde el año 1826 y hasta el fin del reinado de Mohammed Zahir Shah, en 1973. Este legado continúa en el presente: Hamid Karzai procede de la tribu pastún Popalzai, en Kandahar.
Los pastunes afganos se resistieron al diseño británico de su territorio y mantuvieron a raya a los rusos durante el llamado Gran Juego. Pese a la rivalidad de los dos imperios, Afganistán se mantuvo como estado independiente y gozó de alguna autonomía. Pero durante el reinado de Abdur Rahman Khan (1880-1901), las regiones pastunes quedaron divididas por la línea Durand, y lo que es hoy el oeste de Pakistán fue cedido a la India británica en 1893. En el siglo XX, muchos líderes pastunes políticamente activos y viviendo en la provincia británica de la Frontera Noroeste apoyaron la independencia de la India, y se inspiraron en el movimiento pacifista del Mahatma Gandhi. Su región quedó encajada en el recién creado Pakistán.
Los pastunes afganos, sin embargo, alcanzaron la independencia completa de la intervención británica durante el reinado del rey Amanullah Khan, tras la tercera guerra anglo-afgana. La monarquía llegó a su fin en el año 1973, tras un golpe de estado ejecutado por Sardar Daud Khan. Esto abrió la puerta a la intervención soviética, que quedó culminada por la Revolución Saur, en el año 1978. Muchos pastunes se unieron a la oposición muyahiddín contra la intervención soviética. Esto sembró la semilla de los modernos talibanes, un movimiento religioso con origen en el sur de Afganistán. A finales de 2001, el gobierno talibán fue depuesto por una nueva invasión, esta vez liderada por los Estados Unidos.

Quiénes son los pastunes. Entre los historiadores, los antropólogos y los propios pastunes está activo el debate acerca de quién compone este pueblo. Entre las distintas definiciones, destaca la etnolingüística, que mantiene como pastunes a quienes se mueven en los parámetros de un origen étnico del este de Irán, tienen una lengua, cultura e historia compartidas, viven en proximidad geográfica y se reconocen como miembros de ese pueblo. Las tribus que hablan dialectos muy distintos del pastún, por ejemplo, se reconocen como miembros del cuerpo común.
Otra definición, más estricta, se refiere a un componente cultural. Requiere de los pastunes que sean musulmanes y respeten el código Pastunwali. Esta es la visión prevalente entre los líderes tribales más conservadores, que niegan el estatus pastún a los judíos, incluso si ellos mismos reivindican tener antepasados de esa religión. La sociedad pastún no es homogénea, en el capítulo religioso: la mayoría son musulmanes suníes, pero hay núcleos chiíes en la Provincia de la Frontera Noroeste, de Pakistán. Los judíos paquistaníes y afganos, que un día se contaron por miles, viven hoy en Israel y los Estados Unidos.
Una tercera definición se refiere al componente ancestral y patrilinear, basado en una importante ley del Pastunwali, según la cual sólo son pastunes quienes tienen un padre pastún. Esta definición pone menos énfasis en la lengua de cada uno. Por ejemplo, los pastunes indios han perdido su lengua y también muchas costumbres, pero se siguen considerando pastunes, como ocurre con el actor de Bollywood Shahrukh Khan, de antepasados de esa etnia.

Cultura. La cultura pastún se asentó en el transcurso de muchos siglos. Las tradiciones pre-islámicas, probablemente ya presentes durante la conquista de Alejandro en el 330 antes de Cristo, sobrevivieron como danzas tradicionales, mientras que los estilos literarios y la música reflejan todavía una fuerte influencia de la tradición persa. La cultura pastún es una mezcla única de costumbres nativas y fuertes influencias del oeste, este y sur de Asia.

Religión. La gran mayoría de los pastunes sigue el Islam suní, sobre todo de la escuela Hanafi. Una proporción significativa de los pastunes son chiíes, principalmente en el este de Afganistán y el noroeste paquistaní. Existen fuertes enlaces entre la afiliación tribal y la membresía de la comunidad islámica. La mayoría de los pastunes creen ser descendientes de Qais Abdur Rashid, un temprano converso del Islam que llevó la fe a la población pastún. Algunos historiadores creen que los pastunes pudieron ser zoroastrianos, hindúes, judíos o chamanistas antes de la llegada del Islam. Algunos pudieron practicar el budismo. Sin embargo, todo esto es por el momento una conjetura y no existen pruebas concluyentes.

Pastunwali. El término “pakhto” o “pastún” del que los pastunes toman su nombre no sólo se refiere a la lengua, sino al código de honor pre-islámico conocido como Pastunwali. Se cree que su origen está en un tiempo pagano y que, de muchas formas, acabó por fusionarse con las creencias islámicas. El Pastunwali gobierna y regula casi todos los aspectos de la vida, desde los asuntos tribales al comportamiento individual y de honor.
El Pastunwali influye en el comportamiento social de los pastunes. Unos de los principios más conocidos es la Melmastia, el deber de hospitalidad y asilo para todos los invitados que piden ayuda. La injusticia percibida requiere el Badal, la venganza. “La venganza es un plato que se sirve frío” fue tomado en estas tierras por los británicos y luego popularizado en Occidente. Los hombres están obligados a proteger Zan, Zar y Zameen, las mujeres, el dinero y la tierra. Algunos aspectos promueven la coexistencia pacífica, como el Nanawati, la humilde admisión de culpa por un mal cometido, lo cual debería resultar en el perdón automático por parte de la parte ofendida. Otros aspectos del Pastunwali han sido objeto de duras críticas, sobre todo en lo referente a los derechos de las mujeres y los crímenes de honor. El Pastunwali continúa vigente entre muchos pastunes, especialmente en las áreas rurales.

Literatura y medios pastunes. A lo largo de la historia pastún, hubo poetas, profetas, guerreros y reyes que fueron reverenciados. Pero la literatura no desempeñó un papel destacado, principalmente porque el persa era la lengua franca de los países vecinos y dominaba las letras escritas. Los primeros registros del pastún escrito vienen del siglo XVI y describen la conquista del valle de Swat por parte de Sheik Mali. En el siglo XX, la literatura en pastún ganó prominencia gracias a los trabajos de Amir Hamza Shinwari, que cultivó los ghazals. En 1919, Mahmud Tarzi empezó a publicar el primer periódico de Afganistán: Seraj-al-Akhbar.
Con bajísimas tasas de alfabetismo, muchos pastunes continúan aferrándose a las tradiciones orales. Los hombres siguen reuniéndose en los chai khaanas –teterías-, para escuchar relatos orales, historias de valentía y coraje. Pese a que la tradición de los cuentacuentos está dominada por hombres, la sociedad pastún también está marcada por ciertas tendencias matriarcales. Los cuentos relacionados con la reverencia hacia la madre son comunes y pasan de padres a hijos, como la mayoría de la herencia pastún, mediante una rica tradición oral que ha sobrevivido a lo largo del tiempo.

Deporte. Los deportes tradicionales incluyen el naiza bazi, lo que incluye jinetes que compiten en lanzamiento de lanzas. El polo también es un deporte tradicional de la región y es popular entre algunas de las tribus. Los pastunes también participan del buzkashí y de la lucha, a menudo parte de las reuniones deportivas. El críquet quedó como legado del dominio británico sobre Pakistán y la India, países que tienen hoy a algunos pastunes entre sus mejores jugadores.
Artes escénicas. El pastún es un pueblo que participa en variadas formas de expresión, como la danza, la lucha con espadas y otras actividades físicas. La forma más común de expresión artística puede verse en las distintas formas de danzas. Una de las más prominentes es el atán, que tiene viejas raíces paganas. Modificada por el misticismo islámico, hoy es la danza nacional de Afganistán.
El atán se baila acompañado de varios instrumentos tradicionales, como el tambor, la tabla, el rubab o la tula (flauta de madera). Con un rápido movimiento circular, los bailarines danzan hasta que no queda nadie bailando. La mayoría de los bailes son masculinos, aunque hay algunas excepciones como el Spin Takray y el tumbal, una especie de tamborada realizada por las chicas de los pueblos cuando alguna de ellas se casa.
La música tradicional pastún tiene lazos con la música afgana tradicional, a su vez inspirada por la del Hindustán. Formas populares incluyen el ghazal (poesía cantada) y la música qawali sufí. Los tópicos giran en torno al amor y la introspección religiosa. La moderna música pastún tiene como eje la ciudad de Peshawar, debido a las guerras afganas, y tiene a combinar técnicas propias con rasgos persas y la música india de Bollywood.

Tribus. Una característica destacada del pueblo pastún es su intrincado sistema de tribus. Los pastunes son predominantemente un pueblo tribal, pero la urbanización del mundo ha comenzado a alterar la sociedad pastún: ciudades como Peshawar, Quetta o Kabul están creciendo rápidamente debido al flujo de pastunes rurales y la llegada de refugiados. Pese al desarrollo urbano, muchas personas se identifican todavía con varios clanes.
El sistema tribal tiene varios niveles de organización: la tribu (tabar) está dividida en grupos de parentesco llamados khels, a su vez divididos en grupos más pequeños (pllarina), formados a su vez por varias familias extendidas llamadas kahols. Las tribus pastunes están clasificadas en cuatro grandes grupos tribales: los sarbanes, los batianos, los ghurghushtos y los karlanes.

Otra prominente institución pastún es la Jirga o Senado, compuesto por lugareños veteranos. La mayoría de las decisiones en la vida tribal son tomadas por los miembros del consejo, que es la principal autoridad que reconocen los igualitarios pastunes como cuerpo viable de Gobierno.

sábado, 5 de agosto de 2017

La Ética del Guerrero


Un Guerrero siempre combate por la perfección.

         Cada golpe que asesta al enemigo está respaldado por siglos de sabiduría y pensamiento. Cada golpe debe contener el poder y la ligereza de los Guerreros del pasado, quienes continúan hasta hoy bendiciendo el campo de batalla. Cada movimiento que realiza honra los movimientos que las generaciones precedentes legaron hasta los presentes a través de la Tradición.

         El Guerrero sabe que algunos momentos tienden a repetirse. A menudo encuentra dificultades que ya tuvo que vencer antes, y acaba encontrándose en una situación difícil, de la que ya tuvo que salir con honor, y hace que su espíritu se encuentre embarazado: le parece que todo está repitiéndose y que no hace progresos y que se halla impotente para seguir adelante. "Ya pasé por esto", se queja a su corazón. "Sí, ya pasaste por ello", replica su corazón -"Pero nunca lo superaste completamente". Y de esta forma, el Guerrero se da cuenta de que Allah lo está probando en Su Sendero Recto enviándole la repetición de la experiencia con un sólo propósito: enseñarle aquello que no quiso aprender la vez anterior.

         Un Guerrero sabe que sus enemigos existen para probar su fe, su coraje, su perseverancia, su habilidad para tomar decisiones y su paciencia. Sus enemigos están haciendo que él cumpla su papel y su deber ante Allah Todopoderoso.

         A veces un Guerrero es como la corriente de agua fluyendo a través de los obstáculos que encuentra a lo largo de su camino. A veces sucede que la resistencia conduce a una muerte inevitable, y entonces el Guerrero se adapta a las circunstancias. Sin quejarse y sin protesta alguna, sigue el curso rocoso serpenteando a lo largo del desfiladero de la montaña. Y su poder es semejante al del agua, pues nadie ha sido capaz de aplastarla con el martillo ni cortarla con el cuchillo. La espada más poderosa de la tierra es incapaz de dejar una herida en su superficie. Las aguas del río se adaptan a las posibilidades y obstáculos que encuentra a lo largo de su camino, pero siempre recuerda su objetivo último: el mar. La corriente más débil se hace fuerte a través de la suma de otras corrientes con las cuales se va uniendo a lo largo de su camino. Y llega el momento en el que el poder del río se hace insuperable.

         Un Guerrero se encontrará con mucha gente que tratará de mostrar su peor lado tan pronto tenga una oportunidad. Es su falta de confianza interior la que tratan de ocultar tras su conducta beligerante; ocultan su miedo a la soledad tras la máscara de la independencia. No creen en sus propias capacidades, pero pregonarán en todo rincón sus virtudes y valores. Un Guerrero ve estas características en muchos hombres y mujeres a quienes tiene que conocer. Pero nunca cae en la ilusión y nunca confía en la primera impresión. Pero si lo que quieren es aturdirlo o buscar su atención, él guardará silencio. El Guerrero aprovechará cualquier oportunidad para ver sus propios defectos, pues se contempla en los demás como si estos fueran su propio espejo.

         Un Guerrero conoce sus capacidades. No necesita fanfarronear sobre su talento y sus virtudes. Un Guerrero no malgasta sus días intentando desempeñar el papel que alguien le ha asignado. Un Guerrero no hace ningún esfuerzo para parecer lo que no es. ¡Él es tal como es!

         Para un Guerrero no existen conceptos como "mejor" o "peor", pues todo el mundo ante sus ojos ha sido obsequiado con la posibilidad de seguir el Camino Recto. Pero hay gente que no está satisfecha con este Camino e intentan herirle, insultarle, provocarle o llevar a cabo cualquier cosa con tal de volverlo loco. En esos momentos el corazón le dice al Guerrero: "Deja a un lado el insulto, pues ello no incrementará tus facultades. Tan solo malgastarás tus energías". Un Guerrero no desperdicia su tiempo cuando responde a un desafío, pues sabe que lo que fue prescrito por el Todopoderoso debe ser realizado.

         A veces el Guerrero no tiene donde dormir, nada que comer, ni siquiera armas ni municiones. A veces la enfermedad le abate y no encuentra asistencia médica. "Todo está bien", piensa, "Todo ello forma parte de mi trabajo. Nadie me obligó a tomar este camino. Fue una decisión mía". Estas palabras encierran todo su poder: él eligió su Camino, y para él no hay nada de lo que quejarse y nadie a quien lamentarse. Dijo el Profeta (asws): "A quien Allah le desea un bien, le pone a prueba".

         Un Guerrero aprendió hace ya mucho tiempo que Allah envía la soledad para enseñar al hombre el arte de la vida en común; que Allah utiliza la cólera para demostrar el infinito valor del mundo y que Él utiliza el aburrimiento para hacer comprender la importancia del riesgo y de la falta de egoísmo; que Allah usa el silencio para sugerir cuan de responsable ha de ser cada palabra; que el cansancio sirve para hacer deleitar y manifestar el descanso; que la enfermedad sirve para que percibamos la dicha de una salud plena; que con el fuego Allah nos da la idea del agua, con la tierra nos enseña qué es el aire y con la muerte Allah nos muestra cuán importante es la vida.

         Un Guerrero no malgastará su tiempo en criticar las decisiones de otros. Las cosas importantes permanecerán y las fútiles se desvanecerán. Para creer en tu Camino no hay necesidad de probar que alguien eligió el sendero incorrecto para sí mismo.

         El sabio chino Lao Tsé dijo: "El camino del Guerrero incluye el respeto hacia todo lo pequeño y frágil. Siempre intenta atrapar el momento correcto en el que debes dar los pasos apropiados. Aunque hubieras alcanzado la maestría en el arte del arco, aún así pon atención en como colocas la flecha y tensas el arco. Al final, el discípulo que se da cuenta plenamente cuáles son sus necesidades termina siendo más sabio que el sabio distraído. Concentrar el amor dentro de ti mismo significa felicidad; concentrar odio conlleva la desazón. Aquel que no puede discernir una dificultad deja la puerta abierta y da entrada a la calamidad. ¡Una batalla no tiene nada que ver con una reyerta!".

         Un Guerrero nunca acepta algo inaceptable. El Guerrero sabe que las palabras más importantes en todas las lenguas son las más cortas, Allah, Sí, Vida. Estas palabras, fáciles de pronunciar, llenan vastos espacios. Pero aún hay otra palabra, también corta, pero difícil de pronunciar para mucha gente: esta palabra es "no". Aquel que nunca dice "no" piensa que es magnánimo, bien educado, pues esta palabra tiene fama de ser dicha por aquellos que son egoístas, materialistas y poco espirituales. Pero el Guerrero nunca cae en esa trampa. Hay momentos en la vida en los que se dice "sí" a los demás, mientras que se dice "no" a sí mismo, y es por ello por lo que los labios del Guerrero nunca pronunciarán el "sí" cuando su corazón dice "no".


domingo, 4 de junio de 2017

Hadiz sobre la Realeza


Bismillahi Rahmani Rahim

El Profeta (asws) predijo para el mundo islámico un período de sucesión, luego un intento de realeza, y una realeza tiránica, y luego una sucesión fundada sobre el patrón de la Profecía (en ese orden). El Islam experimentó estos sistemas de gobierno como:

*Los Califas rectamente guiados
*Los Umayyas
*Los Abbásidas
*Los Otomanos (el retorno de los sucesores –califas-)

Hadiz:

“Habrá Profecía (nubuwwa) entre ustedes tanto tiempo como Allah desee que esté entre ustedes. Luego será quitada cuando Allah desee quitarla. Luego habrá sucesión (khilafa –califato) sobre el patrón (minhaj) de la Profecía tanto como Allah lo desee. Luego será quitada cuando Allah desee quitarla. Luego habrá un intento de realeza (mulkan ‘addan) tanto como Allah lo desee. Luego será quitada cuando Allah desee quitarla. Luego habrá una realeza tiránica (mulkan jabriyyatan) tanto como Allah lo desee. Luego será quitada cuando Allah desee quitarla. Luego habrá sucesión (khilafa) sobre el patrón de la Profecía)”

Narrado desde Hudhayfa por el Imam Ahmad con una cadena sana (sahih) como ha sido establecido por Az-Zayn en el Musnad (14:163 *18.319) y ha sido indicado por Al-Haythami (5:188-189): “Narrado por Ahmad, Al-Bazzar con un relato más completo, y en parte por At-Tabarani en Al-Awsat. Los narradores en su cadena son confiables.”

miércoles, 18 de enero de 2017

Musicoterapia en el Imperio Otomano


Se sabe que en el Imperio Otomano, que existió de 1299 a 1922 y en su máximo esplendor (entre los siglos XVI y XVII) abarcaba tres continentes, la música fue utilizada para sanar. Los otomanos creían que ciertos tipos de sonidos tenían un enorme poder sanador, además de mantener la salud corporal y mental y acoplar al individuo con su entorno.

Los eruditos otomanos interesados en la música comparaban sus propias prácticas e ideas musicales con las teorías a las que tenían acceso: la turca, la árabe-musulmana y la bizantina. Los otomanos asimilaron elementos de estos legados como base para su propia actividad y creatividad. El que los otomanos no solo dependieran de una tradición sino de tres para utilizar la música en un contexto médico facilitó que aceptaran el concepto teórico y la práctica de la música como terapia.

Como en la medicina galena, el conocimiento musical árabe-musulmán se derivó de traducciones y adaptaciones de escritos griegos. El concepto prevaleciente dentro de las teorías musicales era la creencia en el abrumador poder de la música sobre hombres y animales. La música era aceptada como modelo de equilibro humano, tanto corporalmente como en cuanto al temperamento se refiere. La teoría musical era una forma de poner el mundo en orden, armonía y ritmo. Convertía al universo amorfo e irracional en una realidad manejable, inteligible y menos atemorizante. Sin una teoría así, el mundo parecía en desorden, lleno de grandes dramas y eventos frenéticos controlados por Dios fuera del alcance humano.

El médico otomano del siglo XVI Daud al Antaki incluyó un capítulo sobre la música en su compendio general de medicina, escrito en árabe. Los componentes de la música: la melodía, la armonía y el ritmo, eran utilizados como herramientas de diagnóstico, exactamente como el pulso, para determinar el estado de salud de una persona. Asimismo, la música se utilizaba como cura.

Desde el siglo XV existían tablas detalladas con modos musicales apropiados para cada condición física. De acuerdo con al Antaki, el profesional que debía administrar este tipo de cura era el músico. La tarea del músico era tomar la melodía correcta de un repertorio conocido y aplicarla a circunstancias específicas, ya fuera entretener a una audiencia, calmar los nervios, curar una enfermedad o detener una confrontación.

Al Antaki interpretaba cada una de las ocho escalas musicales de acuerdo con sus atributos médicos y astrológicos, y especificó sus principales influencias en los humanos. Por ejemplo, creía que la escala rast era benéfica para los hemiplégicos, mientras que la escala araq podía curar desequilibrios de humor, enfermedades mentales, vértigo, pleuritis y sofoco.

Los bizantinos, una tercera fuente de influencia intelectual sobre los otomanos, también estaban familiarizados con la musicoterapia. La música con propósitos terapéuticos se utilizaba en los hospitales del imperio bizantino desde el siglo XI. Al menos un observador musulmán, el famoso místico persa al Hujwiri (murió entre 1072 y 1077) narra que la música se utilizaba como terapia en los hospitales bizantinos. Decía que los pacientes eran llevados a un concierto dos veces a la semana y escuchaban instrumentos de cuerdas por el tiempo apropiado para su enfermedad específica.

Por su parte los califas omeyas escuchaban música por razones terapéuticas en sus “días de vino” semanales. El hospital del siglo XIII en Divriği, Anatolia, tenía una fuente cuyas aguas producían un sonido melodioso al caer para los enfermos mentales. En el hospital Mansuri en El Cairo uno de los gastos era para que los músicos entretuvieran a los pacientes todos los días. Un hospital del siglo XIV en Aleppo, Siria, contrataba a músicos que tocaban en los jardines para los internos.

En los hospitales otomanos tocaba la banda militar imperial (mehterhane-i-haqani), además de los músicos contratados por algunas instituciones. Desde la época del sultán Mehmet II, dos grupos militares tocaban para el público todas las mañanas y tardes desde su sede. Uno se encontraba cerca de la Puerta de Hierro (Demirkapı) y la otra en la parte más occidental de la ciudad: la ciudadela de las siete torres (Yediküle).

Existen referencias sobre el uso de la música como procedimiento médico en los hospitales de Beyazid II en Edirne, Mehmet II en Estambul y el del Palacio de Topkapı. Evliya Çelebi insiste en que los hospitales de Mehmet II y Beyazid II invitaban a artistas regularmente para tocar para los enfermos. Evliya era músico y cantante. Fue el compañero (musahib) de Murad IV debido a su habilidad para cantar. Más adelante, acompañó a varios oficiales a lo largo del imperio, en donde solía ocupar el cargo de almuédano (muezzin-başı). Evliya también sabía de teoría musical, por lo que sus comentarios sobre la música tienen un valor especial.

Por su parte el escritor de finales del siglo XVI Mustafa Ali decía que el makam uşşak (literalmente, el makam del amante) era sobrio y que por lo tanto servía para los fumadores de hashish.

No obstante, la músico terapia no era practicada de forma generalizada porque la actitud hacia ella fuera de los círculos médico-filosóficos era ambivalente. En los círculos religiosos, la música era vista con cierta sospecha. El ulema aceptaba el concepto filosófico de que la música puede afectar las emociones, el carácter y hasta las cualidades éticas del oyente.

Este era exactamente el problema: algunos espectadores reaccionan de una manera algo descontrolada al alcanzar el éxtasis, mientras que otros se mantienen tranquilos y contemplativos. Creían que dado que la música puede manipular las emociones, puede convertirse en una herramienta peligrosa y hasta alcanzar proporciones mágicas o demoniacas. El consenso era, por lo tanto, que la música debía ser supervisada y controlada.

Personalmente, yo concuerdo con el místico Hujwiri, que afirmaba que quien negara el poder y placer de la música, era o un mentiroso o un hipócrita.


Fuente: “Ottoman Medicine: Healing and Medical Institutions, 1500-1700” por Miri Shefer Mossensohn.

domingo, 24 de enero de 2016

Si aún existiera el Califato Otomano

Bismillahi Rahmani Rahim

¿Qué sucedería si el Califato Sunni del Imperio Otomano aún existiera y Makkah y Medina aún estuviesen bajo su control?

No habría habido destrucción de los lugares sagrados en nombre de la construcción.

No habría habido destrucción de las tumbas de los benditos compañeros y miembros de la familia del bendito Profeta (asws) en el Jannatul Baqi y en el Jannatul Mualla.

No habría habido tanta comercialización en el nombre del Hajj y la sombra de la torre de Makkah no habría caído sobre la Kaabatullah.

El Wahhabismo no se habría difundido con la ayuda de los petro-dólares, la comunidad Musulmana no se habría dividido, ni radicalizado. Los países musulmanes estarían libres del ‘Falso Yihad’.

Se podría viajar a salvo por los países musulmanes y ellos serían prósperos y desarrollados.

La imagen del Islam no habría sido destrozada y la gente no pensaría que el Islam enseña extremismo y terrorismo.

No habría una desviada mutawwa acusando a los Haajis de shirk y biddat en toda cosa secundaria y siendo molestos con ellos.

Los gobernantes no habrían sido borrachos, ni adúlteros, ni marionetas sionistas de EEUU. Y si los Otomanos hubiesen estado en el poder, ellos no habrían combatido por Palestina.

A todos los Hajjis se les habría dado el derecho de mostrar respeto a todos los Sahaba y a recitar Salat o Salam al Nabi-e Karim (asws).

La Masjid an-Nabawi habría estado llena de gente recitando Durud para el Nabi-e Karim (asws).

Habría cuatro Imams para Makkah y Madinah: Hanafi, Shafi’i, Maliki, Hanbali.

No habría habido Jahallat como  lo sugieren algunos Wahhabis, cada cosa sería acorde a la Shari’a y a la gente se le habría enseñado las etiquetas adecuadas de Ziyarat.

La tumba de la madre del Profeta no habría sido incendiada ni se habrían construido inodoros sobre la casa de Bibi Jadiya en Makkah.

Los sultanes Otomanos siempre se levantaron por la comunidad musulmana y siempre combatieron contra la opresión hacia los musulmanes.

Y si existieran los Otomanos, ellos habrían combatido contra el ISIS, al-Qaeda, Taliban, etc, quienes han debilitado a los países musulmanes, contrariamente a los Saudíes que apoyan todas esas ideologías.

La gente habría estado llena de amor y adab por Rasulullah (asws) en vez de estar llenos de ambición por el Jannah y miedo al infierno.

Los nombres de los Julafa e-Rashidin habrían estado en la Kiswa de la Kaaba en vez del nombre de un borracho perteneciente a la familia Saudita.

A la gente de otras sectas y religiones no se las habría despojado de sus derechos. Sus derechos habrían sido concedidos según las enseñanzas de Rasulullah (asws).

Olvídate de ayudar a EEUU a bombardear Iraq en 1992; los Otomanos habrían unificado a los musulmanes del mundo en vez de hacerlos combatir los unos a los otros por amor al poder y el dominio.

Que Allah-swt- eleve la estación de nuestros nobles antepasados Otomanos y devuelva su gloria para el bienestar y la salvaguarda de la Ummah entera.


domingo, 3 de mayo de 2015

Tras el rastro morisco en Sudamérica


El cerdo en la dieta criolla argentina: antecedentes islámicos

Autora: María Elvira Sagarzazu (2003)

Procuramos precisar el origen de la limitación o exclusión de la carne porcina en la dieta del criollo del norte argentino, tema que, habiéndose tratado sucintamente en otra oportunidad (Sagarzazu, 2001: 267-296), por la importancia de cuanto interviene en el caso, sus antecedentes culturales, su consagración como pauta alimenticia y la extensión que como tal alcanza, instaba a emprender un estudio mayor.

En la Argentina la presencia de la carne porcina en la cocina local es insignificante; el consumo de cerdo en relación a la carne vacuna no llega al 8%,  4,74 Kg. per capita anual contra 67 Kg. de vaca [1].

En la ciudad desde la que realizamos el estudio de campo, Monte Caseros, en la provincia de Corrientes, viven 20.000 habitantes, hay 31 carnicerías habilitadas [2] (en la práctica funcionan algo más de 40) de las cuales 3 suelen ofrecer carne porcina; 2 lo hacen por encargo, siendo la tercera la única donde es posible adquirirla habitualmente. Esta ciudad y el departamento al que ella pertenece son considerados el enclave “más gringo” (abundante en población de origen europea) de la provincia, y lo es, por el la importancia del caudal inmigratorio ingresado a partir de 1860 (R.Sagarzazu, 1999: 72-75). El consumo de carne porcina en el noreste argentino ha estado ligado a las raíces etno-culturales de sus pobladores, aumentando donde hay mayor población de origen europeo y disminuyendo donde predominan los criollos; en general, el extendido acatamiento en todo el norte del país la ha convertido en pauta notablemente argentina.

La cría de porcinos en la Argentina resultó históricamente la menos desarrollada de las ramas ganaderas y sería promovida por inmigrantes o hijos de inmigrantes europeos a partir de la primera década del siglo XX (Giberti, 1970: 194). El perfil ganadero tradicional, en cambio, quedó determinado por la  exportación de productos vacunos a Europa desde tiempos coloniales (Hotschewer, 1944: 15-16); la multiplicación de ese ganado desde entonces impuso su preeminencia sobre cualquier otro. Nada de ello explica, sin embargo, por qué a nivel familiar los argentinos discontinuaron la costumbre de criar sus propios cerdos para el consumo, como se hacía en España en los hogares de cristianos viejos. La tradicional matanza familiar de cerdos el día de San Juan no consiguió arraigarse entre los descendientes de españoles rioplatenses, mientras eran frecuentes criar gallinas, pavos o una oveja para el consumo doméstico. Esta diferencia es un indicador a tener en cuenta.

Si en general la falta de interés por la carne de cerdo es notable, mucho más lo es en particular hoy en la dieta del criollo, llegando entre los habitantes rurales del noreste a una abstención casi completa, consumiéndola con carácter excepcional para las fiestas cristianas de Navidad y Año Nuevo[3].

Mucha de esta gente procede de familias asentadas en sus regiones de origen desde tiempos coloniales, por lo que la denominación de “criollos” que ellos mismos se adjudican hace referencia a la mezcla de sangre de algún antepasado indígena con otro español aunque no necesariamente de origen europeo. La posibilidad de que la hispanidad de algunos criollos de la región del Plata hubiera quedado a cargo de un ancestro morisco no solo no puede desestimarse sino que debe considerarse altamente probable en virtud de la pauta alimenticia respecto del cerdo.

La costumbre criolla que mantiene muy bajo el consumo de cerdo es muy antigua y proviene de España, habiendo arraigando al punto de no haber sido revertida por el ingreso masivo de inmigrantes italianos, españoles y eslavos durante el siglo XIX; éstos apenas lograron impulsar una modesta ingesta principalmente en forma de fiambres y embutidos en sus zonas de influencia[4], pero la cocina criolla continuó firme en su menosprecio por la carne porcina; el asado siguió siendo de vaca y en la Mesopotamia (conformada por las provincias de Misiones, Corrientes y Entre Ríos) también de oveja, pero cuando se habla de asado, sin otra determinación, jamás ha de esperarse que sea de lechón y menos de cerdo.

Antes de seguir adelante, a modo de aclaración hacemos notar que razones de diversa índole hicieron que la Patagonia quedara fuera del área relevada para el presente informe.

El olvidado cerdo

Los viajeros extranjeros que describen los mercados y costumbres alimentarias de la Argentina decimonónica, parecen no notar la presencia del cerdo, tan frecuente en la gastronomía de sus propios países de origen, Inglaterra y Francia (H. Armaignac; H. M. Breckenridge; S. Haigh; W. Mac Cann). En los estudios más actuales, los datos sobre el papel del cerdo en la cocina local también son mínimos (Schávelzon, 2000), mientras el por qué de su rechazo ha generado confusas referencias (Nueva Historia Argentina, tomo I, 2000:359-60) sin llegar al nudo de la cuestión.

Se sabe que el cerdo fue introducido por los españoles “desde la época de Mendoza” (Giberti, 1970:20) junto con ejemplares de ganado bovino, ovino y equino, pero a partir de 1541 se pierde el rastro de la actividad ganadera porcina y en adelante el desarrollo de la ganadería argentina se historia en términos de la cría de vacas, ovejas, caballos y mulas (Giberti, 1970: 21-23). Conociendo la afición de los españoles de origen europeo por la carne porcina, esta laguna refleja la falta de entusiasmo local por esa carne y es otro indicio que se suma al anterior, configurando una tendencia que sugiere la presencia de un tipo de español con otras pautas respecto del cerdo; un español de tradiciones y antecedentes etnoculturales distintos del cristiano viejo, radicado tempranamente en nuestro territorio. Esos españoles en España se llamaban moriscos, y por razones religiosas no consumían carne porcina. Aunque su traslado concreto al Nuevo Mundo  sea difícil de constatar,  las tradiciones que rodean al cerdo denuncian la presencia de moriscos, ya que no es posible suponer que sean los mismos españoles, cristianos y amantes de la carne porcina, los trasmisores del rechazo que, a su vez, constituía en España el rasgo más claro de adscripción al Islam.

El asentamiento de moriscos motiva muy posiblemente que un país de raíces hispánicas, como Argentina, haya revertido la preferencia europea- cristiano- vieja por el cerdo, mientras en virtud de la antigüedad y arraigo del tabú morisco, ni la fuerte inmigración europea posterior logró modificarlo en profundidad.

Actualmente, frente a las 50 millones de cabezas de ganado vacuno [5], Argentina tiene [6] un stock 1.783.349 cerdos.

Esta asimétrica producción de ganados y el exiguo consumo de carne porcina en la más europea de las naciones latinoamericanas, no es casual, ni suele ser correctamente evaluada desde afuera. Una firma extranjera con negocio de comidas desembarcó en Buenos Aires con su especialidad, un sándwich de carne de cerdo. Le costó un traspié comercial que para ser subsanado los obligaría a remplazar la carne porcina por vacuna [7].

Coincidentemente, una serie de mitos rodean a la ingesta de esta carne poniendo de manifiesto una actitud negativa hacia el cerdo que sirve en general de argumentación para explicar por qué limitan su consumo. Así lo indicaron muestreos emprendidos antes (Sagarzazu, 2001: 267-77) y lo confirma el recientemente realizado.

Entre agosto y diciembre de 2002, entrevistamos a 67 mujeres y varones divididos en tres grupos, A, B y C, por motivos prácticos, con edades entre 21 y 82, procedentes de 9 provincias, de diferentes actividades, barrios y enclaves rurales de la provincia de Corrientes presentándoles, antes de conversar con ellos, tres preguntas a responder en forma oral o escrita, con opciones prefiguradas: 1) Qué piensa de la carne de cerdo: saludable, grasosa, liviana, indigesta. 2) Cómo la prefiere comer: jugosa o seca. 3) Cuándo la consume: a menudo; pocas veces; para Navidad y fin de Año.

Respondiendo a 1), el 93% de la totalidad de entrevistados le asignaron connotaciones negativas (indigesta, grasosa). El 87% la come  seca y el 86% solo consume lechón para las fiestas de fin de año.

Respecto de la forma en que los criollos prefieren cocinar el lechón (el cerdo adulto es menos consumido aún) y en general las carnes, concuerda con el uso morisco de “secarlas”, ateniéndose a la prescripción coránica de no ingerir la sangre. La costumbre de dejar más tiempo la carne sobre el asador permitió a los musulmanes españoles mantener vigente el precepto religioso aún cuando los animales no hubieran sido faenados de la manera prescripta por el Islam precisamente para asegurar el desangre. La prohibición del sacrificio según el método islámico por el que la carne quedaba en condiciones de ser consumida (halal), hizo que los moriscos  recurrieran a la cocción prolongada a fin de eliminar la sangre atrapada en las venas. En la Argentina actual, los criollos siguen prefiriendo la carne muy cocida, lo que ha sido objetado tanto por gourmets como por visitantes anglosajones amantes del beef steak semicrudo. La carne sangrante no es del gusto popular argentino y suele ser tolerada o preferida, en todo caso, por paladares urbanos de gusto ecléctico, pero en relación al cerdo, no sólo los paisanos sino un grupo mayor, que incluye gente de hábitos urbanos, exige también la cocción lenta, pues es opinión generalizada que eso lo hace menos indigesto.

Rafael G., dueño de carnicería y de un vocabulario más actualizado que otros paisanos, describió la ingesta de cerdo como algo que “se hace psicológicamente con miedo”. Por su parte, la religiosa que colaboró con nuestro trabajo de campo fue taxativa al subrayar el recelo unánime expresado contra el cerdo por los miembros del grupo a su cargo (B), integrado por pobladores de un sector urbano marginalizado escasamente influido por hábitos europeos.

Sin embargo, sería inexacto concluir que las apreciaciones negativas respecto al cerdo se circunscriben a los sectores sociales bajos o a pobladores incultos. El tabú traspasa todas las capas sociales en virtud de su configuración etnocultural y simbólica.

Lo que ha mantenido el rechazo fue la tradición, transmitida de generación en generación, recordando a moriscos y descendientes la necesidad de abstenerse de consumir cerdo. La falta del marco étnico, confesional, tornó impreciso el motivo por el cual debían abstenerse, pero la fidelidad a la costumbre encontraría un nuevo conducto para trasmitir lo esencial, consagrando al cerdo como “peligroso”, en palabras de Miguel Mendoza; “carne brava” la llamo Ramón F., y otras maneras de expresar la aprensión que pusiera distancia con lo “haram” (prohibido) encarnado por el cerdo según la creencia musulmana. Pero como estamos frente a paisanos que no han oído hablar del Islam ni de animal prohibido y para quienes las carnes hasta ahora han sido parte importante en su dieta, hubieran consumido cerdo de no considerarlo “carne mala”, “peligrosa”, “brava”. La función de estas connotaciones es activar el rechazo, y en tal sentido son vestigios de la conciencia muslímica aunque para ellos nunca tuvieron entidad los motivos por la que sus antepasados se abstuvieron de comer carne de cerdo. Las connotaciones negativas simplemente mantienen vigente el tabú, haciendo que no puedan considerar al cerdo como a los demás animales. Como también ignoran su propia vinculación con el universo cultural que confeccionó la pauta, toda esa tradición anti-porcina constituye un enigma; ellos mismos no saben por qué “aunque a veces en el campo venden esa carne más barata, prefieren evitarla”.[8]

Se advierte aún mejor lo que encierra de “prohibido” este asunto, a través de un dicho vulgar que compara las relaciones homosexuales con comer cerdo. Ante la acusación de homosexualidad, en Corrientes se responde “yo no como chancho”, es decir, estoy libre de esa acusación. Ahora bien, las acusaciones apuntan o suponen, en el terreno jurídico, una trasgresión, mientras en lo religioso, la trasgresión se acerca, o es, pecado. En el dicho anterior, la figura del cerdo representa tanto al pecado como al delito; el carácter jurídico se solapa al religioso, como es propio en la concepción islámica de la ley.

La dificultad para conciliar esta  negativa y para nada europea percepción del cerdo en gran parte de Argentina ha hecho que algunos investigadores intentaran derivarla de tradiciones indígenas. Antiguamente los tehuelches de Santa Cruz no comían pecarí, y esa costumbre fue sugerida como posible antecedente del tabú porcino actual. Sin embargo, buenas razones impiden que tal sea el origen. Primero, cualquier influencia indígena en la dieta argentina hoy es mínima, mientras el tabú porcino es muy extendido. Los aborígenes del Noroeste y los guaraníes del Noreste han transmitido algunas tradiciones culinarias de presencia limitada a sus respectivas regiones, pero nada más, ninguna con el vigor del tabú del cerdo. Más aún, entre los indígenas de las regiones mencionadas, la ingesta de cerdo no está limitada por el tabú sino por motivos económicos, mientras el elemento criollo de esas mismas regiones mantiene el tabú. Por otra parte y regresando al caso tehuelche, puesto que no hubo cerdos hasta la llegada de los españoles, el rechazo referido al pecarí no tuvo por qué trasladarse al cerdo. El parecido físico de los animales no es suficiente para garantizar el deslizamiento del tabú de un animal a otro, menos aún el parentesco zoológico, completamente ignorado por los indígenas. Tampoco los parentescos “populares” hacen mella en este tabú. En Corrientes, donde el cerdo es resistido, se consume cerdo salvaje (un porcino) y capivará o carpincho o cerdo del monte (un roedor gigante). El tabú tiene identificado exclusivamente al cerdo de crianza como objeto del rechazo. Tercero, el tabú del pecarí no llegó más que hasta el Río Negro; el del cerdo se registra desde Buenos Aires hacia el norte, en zona que estuvo poblada por aborígenes de otras etnias ajenas al tabú del pecarí.

Por otra parte, las regiones del centro y norte de Argentina, donde el rechazo al cerdo sigue siendo más pronunciado, son las mejor hispanizadas del país, por lo que corresponde enfocar la búsqueda hacia lo hispánico. El tabú es otra de tantas costumbres trasmitidas por españoles, pero no por cualquier español, sino por los de tradición morisca.

El recorrido cultural que ha realizado la percepción negativa del cerdo en Argentina conduce a asociarla al tabú islámico a través de los moriscos españoles, originariamente musulmanes. Sabido es el apego de los moriscos, en España, a sus costumbres en general (Epalza, 1994)  y en particular a esta pauta; la aversión a la carne de cerdo llegó a constituir la marca étnica más indudable y el más persistente vínculo con las tradiciones de sus antepasados. Cuando la comunidad musulmana desaparece como tal y se prohíben sus prácticas religiosas, pervive la costumbre de no comer carne de cerdo. Los moriscos españoles, ya cristianizados, nunca la abandonaron (García Arenal, 1978: 69).   

La trasmisión y arraigo de ese hábito en la soledad del territorio rioplatense, no encontró obstáculos para prosperar. Asimismo, la insignificancia del cerdo en la alimentación colonial pudo haberse acentuado por el hecho que los españoles de estirpe cristiano- vieja constituían el nivel superior de la escala social colonial; ellos hubieran sido los interesados en desarrollar la ganadería porcina, pero no estaban para esas tareas sino para el funcionariado y la burocracia imperial, mientras que quienes no tenían acceso a los puestos codiciados -reflejo de su escasa inserción en la cúpula social formada principalmente por cristianos viejos- se ganaron la vida en actividades comerciales y agrícolas, pero si había moriscos entre ellos, con seguridad no iban a dedicarse a la cría de cerdos.

Puede objetarse este razonamiento sobre la base de ser válido para América en general, mientras que el rechazo al cerdo, tal como lo conocemos en Argentina, es un fenómeno localizado. Respondemos que la tardía colonización rioplatense (segunda mitad del s. XVI) abría las puertas de un territorio poco explorado en un momento de agravamiento de la crisis morisca en España, tentando a más colonos de ese origen a abandonarla. A diferencia de la colonización de Méjico y Perú, en proceso ya desde la primera mitad del siglo XVI, para cuando los moriscos son urgidos a abandonar su tierra, eran ya conocidas las condiciones del Río de la Plata como región vacía, ideal para pasar inadvertido. Se sabía de la casi inexistente vigilancia inquisitorial por falta de tribunales, del poco control de las autoridades rioplatenses por la distancia entre poblados (Domínguez Ortiz, 1996:35) y la fama de “paraíso de Mahoma” conquistada por Asunción del Paraguay, a la que se accedía desde Buenos Aires.

Si bien la tierra debió quedar principalmente en manos de descendientes de cristianos viejos, la actividad misma de criar los animales requería de una mano de obra que salía de esa populosa segunda línea de la colonización donde los cristianos viejos no necesariamente serían mayoría. Entre los pobladores de condición social inferior sin duda hubo moriscos (Solá, 1935: 131), y en el Río de la Plata, la escasez de centro urbanos no dejaría al criollo muchas opciones fuera de las tareas agrícolas o de la simple posibilidad de subsistir en el campo. A este modo de vida rural o ruralizada recurrieron también los moriscos españoles, devenidos en peones seminómades en el siglo XVI.

La ex-comunidad musulmana, al ser desarticulada y sus miembros deportados a regiones diferentes, como parte de una estrategia para evitar sublevaciones (Aranda Doncel, 1984: 26), motivó que los moriscos perdieran sus bienes y fuentes de trabajo habituales. Aunque entre ellos habían existido profesionales de todas la ramas del saber (Galmés de Fuentes, 1999), en el siglo XVI terminaron desempeñándose en tareas rurales, como arrieros y trajineros, desplazándose de un lugar a otro con el ganado, ventajosa manera de hurtarse a la vigilancia inquisitorial.

A los pauperizados y acosados miembros de la comunidad morisca en la segunda mitad del 600, su situación socioeconómica pudo haberlos empujado más que a otros españoles a buscar alivio en el Nuevo Mundo. El Río de la Plata era la nueva opción, necesitaba pobladores y ofrecía a cambio “un ambiente de relajamiento” (Domínguez Ortiz, 1996:10).

A mediados del siglo XVI, cuando la colonización rioplatense toma impulso, arreciaba la represión a la comunidad morisca en España a raíz de la rebelión de las Alpujarras (1568) y el intento de buscar la protección turca, que a su vez desencadenará mayor represión.

Los puertos de Canarias (Ben Mansour, 1997) ofrecían buenas facilidades para abandonar España. A este paso clandestino o semi-clandestino de moriscos atribuimos mucha importancia; estamos viendo el modo de investigar esta ruta de salida de cristianos nuevos rumbo a Sudamérica ya que su presencia aquí echará luz sobre nuevos aspectos de la vida colonial.

Aún cuando nuestros estudios sobre la presencia morisca en América están en pañales, investigadores de otras áreas coinciden en afirmar que “a diferencia de España, el cerdo en sí mismo no fuera comido aquí (Argentina) sino raramente entre aquellos que podían optar; para la marinería del siglo XVI era un manjar fue un manjar exquisito y casi el único acceso posible a la carne roja durante los largos e inacabables viajes, pero para los habitantes urbanos del siglo siguiente el cerdo no era más que un animal despreciable” (Schávelzon, 2000: 83).

Escenario del estudio

El departamento de Monte Caseros, como dijimos, ha sido la base desde la que se ha recolectado gran parte de la información contenida en este informe. El departamento está dedicado principalmente a la cría de ganado vacuno y lanar, y al cultivo de citrus. La distribución similar de las especies ganaderas criadas en los cuatro departamentos lindantes admiten que los guarismos de Monte Caseros sean interpretados como semejantes a los de sus vecinos.

Monte Caseros posee vacunos (198.000 cabezas), lanares (100.800) y en menor número también ganado caballar, muy por debajo de los cuales incluso se colocan los porcinos: 858 ejemplares [9].

El territorio está cubierto por pasturas naturales, favorecidas por la irrigación fluvial de los numerosos afluentes del Uruguay, río que forma el límite con la República Federativa de Brasil y la Republica Oriental del Uruguay. Las condiciones naturales para la cría de ganado han hecho de esta región un centro productor de ganado bovino y ovino de cierta importancia. En vista de ello, la vida de campo tiene todavía relevancia, a pesar de la expectativa -más útópica que real- que mueve a los pobladores rurales a buscar mejores condiciones laborales en los núcleos urbanos.

Los habitantes rurales del sudeste correntino pueden agruparse en tres grupos diferenciados social, económica y etno-culturalmente. Los dueños de la tierra, sean propietarios de estancias o explotaciones frutihortícolas son de ascendencia europea, bisnietos, nietos o hijos de inmigrantes españoles, italianos, vascos y en mucho menor número, de otro origen (francés, alemán, inglés) cuyos antepasados llegaron a este país entre 1860 y 1930. La mayor afluencia inmigratoria a este núcleo urbano, comparado con otros de similares características en la región, estuvo facilitada por la llegada del ferrocarril en 1875 como punto terminal, hacia el norte, del ramal del Este Argentino que partía de Buenos Aires (R. Sagarzazu, 1998: 94).

La mano de obra en las propiedades rurales de estos argentinos con dos o más generaciones de arraigo, es sin embargo criolla, es decir, constituida por descendientes de los viejos colonizadores venidos de España que mezclaron sus sangres con el elemento indígena local, que en la región estudiada corresponde a la etnia guaraní.

Observaciones y conclusiones

La demora para identificar el tabú islámico como base de la pauta que enmarca el consumo de cerdo en la región, se debe a que no se ha dado importancia a una cuestión que nos parece central para la historia de la colonización americana: el origen diferenciado de los españoles intervinientes en aquel proceso. Se omite señalar que los colonizadores peninsulares del siglo XVI no formaban un grupo cultural y étnicamente homogéneo, y que si bien se menciona la preeminencia de andaluces en los primeros tiempos de la colonización (Boyd-Bowman, 1956) seguidos de extremeños y vascos, bajo la denominación de “andaluces” nunca se consideró la posibilidad de que fueran moriscos, pese a haber sido Andalucía históricamente la región más largamente dominada por musulmanes y la que albergaría, después, a sus descendientes cristianizados, los moriscos. La ausencia de esta perspectiva ha impedido en América la discriminación etnocultural de las pautas procedentes de España, denominándose “español” a todo lo trasmitido desde España, como si no hubiera diferencia entre las tradiciones de Asturias, Castilla o Andalucía, pero sobre todo, como si los cristianos viejos y nuevos procedieran de un mismo tronco etnocultural. Esa artificial homogeneidad atribuida a la España que nos conquista en el siglo XVI, hace olvidar cuán nueva España como unidad política y que por debajo de la plataforma cultural “española” sostenida, por el castellano y el catolicismo, los propios españoles mantenían sus particularismos regionales, sus diferencias étnicas, lingüísticas y de tradiciones y costumbres.

El tabú del cerdo registrado en la región de Argentina abarcada por este estudio-fracción de un territorio mayor donde se reitera- ha tornado aún más ineficaz la denominación de “española” dada a cualquier costumbre venida de España. A los efectos del presente estudio, esa indeterminación implica sostener que los españoles rechazaban la carne porcina. Este y otros absurdos se evitan al hacer cada vez que sea necesario, y no es siempre, la distinción entre españoles cristianos viejos y cristianos nuevos de moros, lo que a su vez facilita la identificación de cada pauta, rasgo o tradición, refiriéndolo a su respectivo ámbito civilizatorio. Al menos para los estudios sociales que abarquen los siglos XVI y XVII en el Río de la Plata, la discriminación es irrenunciable,  razón por la que propusimos practicarla en la historiografía americana, mientras hasta ahora solo se la utilizaba en relación a España. La ausencia de esta perspectiva  tenido efectos retardatarios para la investigación, como lo demuestra el caso que estudiamos. Cuesta pensar que tratándose de algo tan bien conocido en España, la versión americana de lo mismo no fuera descripta también.

Por otro lado, la discriminación entre cristianos nuevos y viejos, o españoles y moriscos, es consecuencia de una realidad: el apartamiento en que vivieron los miembros de las comunidades cristianas y musulmanas en España a pesar de la moderada convivencia de los siglos medios. A ese divorcio etnocultural no son ajenas las cosas de América y es hora de notarlo.

El mutismo de los cronistas del siglo XVI y de la historiografía posterior respecto del paso y asentamiento de “prohibidos” en América ha sido, pues, responsable de mantener en la oscuridad el origen del tabú del cerdo en Argentina. Lo que incuestionablemente el tabú está indicando es la presencia de cristianos nuevos de moros en estas tierras, pero sostener esto también constituye, en algunos ámbitos, otro tabú, por desbaratar la vieja asunción de que América había quedado libre de conversos, asunción que no es sino reflejo de la política española del siglo de la Conquista.

A pesar de las prohibiciones y cuidados puestos por las autoridades españolas para evitar el ingreso de moriscos (Viguera-Molins, 1997), los moriscos tuvieron necesidad de venir al Nuevo Mundo y lo hicieron; el rechazo a la carne porcina puede considerarse la más segura prueba de su presencia en América, así como en España fue señal de pertenencia al Islam. Aquí no hubo Islam, pero sí moriscos, al contrario de lo que se creía, que “no hubo influencia árabo-islámica sobre la sociedad íbero-americana. La influencia fue indirecta y a través de la asimilación de determinados elementos de aquélla por parte de la civilización hispana [...](García Arenal, 1997:19).

Hemos señalado detalladamente a qué nos referimos cuando asociamos este tabú al Islam (Sagarzazu, 2001: 267-296), que no implica el traslado de la religión islámica ni siquiera la conservación de costumbres de ese ámbito con plena conciencia de su origen. La presión inquisitorial, la severidad de las penas que pesaban sobre toda forma de criptoislamismo o el deseo de poner fin al acoso por ese motivo, fue dejando atrás los orígenes “infamantes”, moriscos, religiosos, del tabú, gracias a lo que la costumbre se seculariza, trasmitiéndose a cualquier criollo, haya o no tenido antepasados musulmanes.

No comer cerdo regularmente, pero hacerlo para Navidad y Año Nuevo desnuda a la vieja pauta religiosa de su carácter islámico, asociándola a la religión mayoritaria. Hoy, los criollos consideran que el cerdo es “malo”, “pesado” o sencillamente “comida de gringos”[10], es decir, algo ajeno a su propia tradición. Este carácter “extranjero” asociado al cerdo habría de convertir su carne en impropia para rellenar las empanadas “autóctonas” que son el plato fuerte de las fiestas patrias. Los criollos no estiman que el cerdo sea una carne “adecuada” para las fiestas cívicas, lo que sugiere que inconscientemente continúa fuera de la esfera cultural del criollo, quedando identificada como alimento de cristianos viejos y gringos (extranjeros). Probar “sin culpa” un lomo de cerdo fue la oferta hecha al público por creativos publicitarios de Buenos Aires  (Sagarzazu, 2001: 274), conocedores de la innata resistencia del argentino a esa carne; el discurso revela el carácter enigmático de la resistencia. No  sabemos de otros productos cárnicos que fueran introducidos al mercado previa indicación de la actitud de conciencia con la que el público debía consumirlos. En los últimos años se han puesto de moda alimentos de origen animal no tradicionales (caracoles, ranas, liebres, guanaco) y los consumidores los adoptan o no, sin necesidad de recibir licencia moral desde la publicidad. Solo el cerdo agita todavía hoy en el interior de muchos argentinos el fantasma de la carne que es mejor no comer.

Bibliografía

Aranda Doncel, J.: Demografía morisca en tierras de Córdoba, Religion,  Identite et sources documentaires sur les Morisques Andalous,  Publication de l´Institut Supérieur de Documentation, N°4, Tunis, 1984.

Domínguez Ortiz, A.: La sociedad americana y la corona española en el siglo XVII,  Marcial Pons (editor), Madrid, 1996.

Galmés de Fuentes, Á.: La conversión de los moriscos y su pretendida aculturación, Actas del Encuentro “La política y los moriscos en la época de los Austria” (Sevilla la Nueva) Madrid, 1999.

García Arenal, Mercedes: Inquisición y moriscos. Los moriscos del tribunal de Cuenca, Alianza Universidad, Madrid, 1978.

Haigh, Samuel

Hotschewer, Curto E. O.:La evolución de la agricultura argentina, Instituto Experimental de Investigación y Fomento Agrícola-Ganadero, Santa Fe, 1944.

Mac Cann, William: Viaje a caballo por las provincias argentinas(1847), Buenos Aires, 1937 (ver si hay edición + nueva)

Sagarzazu, María E.: La Conquista Furtiva. Argentina y los hispanoárabes, Ovejero Martín Editores, Rosario, 2001.

Sagarzazu, Ricardo: la fundación de Monte Caseros y otros estudios, Ovejero Martín Editores, Rosario, 1998.

Solá, Miguel: Historia del arte hispano- americano, Editorial Labor, Barcelona, 1935.

Referencias:

[1] Fuente: Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación, año 2002.

[2] Fuente: Servicio Municipal de Bromatología, diciembre 2002.

[3] 30 entrevistados del grupo A, de entre 21 y 41 años procedentes de 9 provincias (Neuquén, Mendoza, Buenos Aires, Formosa Chaco, Tucumán, Catamarca, Misiones y Corrientes) consultados por escrito cuándo consumían cerdo, 18 respondieron en Navidad y Año Nuevo; 9 lo hacían “pocas veces”; 3 respondieron “a menudo”. El grupo B) contó con 18 encuestados oralmente por la religiosa M. Zinny en el comedor comunitario del barrio marginal del Tiro; la totalidad respondió a las mismas preguntas sosteniendo que el cerdo es pesado, y se lo come bien “seco” solamente para las fiestas. El grupo C) estuvo constituido por  19 profesionales, funcionarios, docentes y amas de casa de clase media.

[4] En la Pampa Húmeda, generalmente. En la provincia de Santa Fe aumenta el consumo de cerdo en las colonias germano-helvéticas y otras pobladas por descendientes de italianos del norte (Esperanza, San Carlos, Franck, Rafaela, Colonia Suiza, etc).

[5] Fuente: informe anual de la Secretaría Nacional de Salud y Calidad Agroalimentaria (SENASA), 1998.

[6] Datos al momento de realizarse el presente trabajo.

[7] “Lomitón, éxito chileno”, Gaceta Mercantil Latinoamericana, año 3, N°149, semana 28/2/99, Buenos Aires. Saô Pablo-Rio de Janeiro.

[8] Testimonio de la señora de D., 12/12/2002.

[9] Fuente: informe mensual departamental del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) de  Monte Caseros, Corrientes, en octubre de 2002.

[10] Entrevista a Ramón Cabral, estancia “La Esmeralda”, Julio 28, 2002.