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domingo, 3 de mayo de 2015

Tras el rastro morisco en Sudamérica


El cerdo en la dieta criolla argentina: antecedentes islámicos

Autora: María Elvira Sagarzazu (2003)

Procuramos precisar el origen de la limitación o exclusión de la carne porcina en la dieta del criollo del norte argentino, tema que, habiéndose tratado sucintamente en otra oportunidad (Sagarzazu, 2001: 267-296), por la importancia de cuanto interviene en el caso, sus antecedentes culturales, su consagración como pauta alimenticia y la extensión que como tal alcanza, instaba a emprender un estudio mayor.

En la Argentina la presencia de la carne porcina en la cocina local es insignificante; el consumo de cerdo en relación a la carne vacuna no llega al 8%,  4,74 Kg. per capita anual contra 67 Kg. de vaca [1].

En la ciudad desde la que realizamos el estudio de campo, Monte Caseros, en la provincia de Corrientes, viven 20.000 habitantes, hay 31 carnicerías habilitadas [2] (en la práctica funcionan algo más de 40) de las cuales 3 suelen ofrecer carne porcina; 2 lo hacen por encargo, siendo la tercera la única donde es posible adquirirla habitualmente. Esta ciudad y el departamento al que ella pertenece son considerados el enclave “más gringo” (abundante en población de origen europea) de la provincia, y lo es, por el la importancia del caudal inmigratorio ingresado a partir de 1860 (R.Sagarzazu, 1999: 72-75). El consumo de carne porcina en el noreste argentino ha estado ligado a las raíces etno-culturales de sus pobladores, aumentando donde hay mayor población de origen europeo y disminuyendo donde predominan los criollos; en general, el extendido acatamiento en todo el norte del país la ha convertido en pauta notablemente argentina.

La cría de porcinos en la Argentina resultó históricamente la menos desarrollada de las ramas ganaderas y sería promovida por inmigrantes o hijos de inmigrantes europeos a partir de la primera década del siglo XX (Giberti, 1970: 194). El perfil ganadero tradicional, en cambio, quedó determinado por la  exportación de productos vacunos a Europa desde tiempos coloniales (Hotschewer, 1944: 15-16); la multiplicación de ese ganado desde entonces impuso su preeminencia sobre cualquier otro. Nada de ello explica, sin embargo, por qué a nivel familiar los argentinos discontinuaron la costumbre de criar sus propios cerdos para el consumo, como se hacía en España en los hogares de cristianos viejos. La tradicional matanza familiar de cerdos el día de San Juan no consiguió arraigarse entre los descendientes de españoles rioplatenses, mientras eran frecuentes criar gallinas, pavos o una oveja para el consumo doméstico. Esta diferencia es un indicador a tener en cuenta.

Si en general la falta de interés por la carne de cerdo es notable, mucho más lo es en particular hoy en la dieta del criollo, llegando entre los habitantes rurales del noreste a una abstención casi completa, consumiéndola con carácter excepcional para las fiestas cristianas de Navidad y Año Nuevo[3].

Mucha de esta gente procede de familias asentadas en sus regiones de origen desde tiempos coloniales, por lo que la denominación de “criollos” que ellos mismos se adjudican hace referencia a la mezcla de sangre de algún antepasado indígena con otro español aunque no necesariamente de origen europeo. La posibilidad de que la hispanidad de algunos criollos de la región del Plata hubiera quedado a cargo de un ancestro morisco no solo no puede desestimarse sino que debe considerarse altamente probable en virtud de la pauta alimenticia respecto del cerdo.

La costumbre criolla que mantiene muy bajo el consumo de cerdo es muy antigua y proviene de España, habiendo arraigando al punto de no haber sido revertida por el ingreso masivo de inmigrantes italianos, españoles y eslavos durante el siglo XIX; éstos apenas lograron impulsar una modesta ingesta principalmente en forma de fiambres y embutidos en sus zonas de influencia[4], pero la cocina criolla continuó firme en su menosprecio por la carne porcina; el asado siguió siendo de vaca y en la Mesopotamia (conformada por las provincias de Misiones, Corrientes y Entre Ríos) también de oveja, pero cuando se habla de asado, sin otra determinación, jamás ha de esperarse que sea de lechón y menos de cerdo.

Antes de seguir adelante, a modo de aclaración hacemos notar que razones de diversa índole hicieron que la Patagonia quedara fuera del área relevada para el presente informe.

El olvidado cerdo

Los viajeros extranjeros que describen los mercados y costumbres alimentarias de la Argentina decimonónica, parecen no notar la presencia del cerdo, tan frecuente en la gastronomía de sus propios países de origen, Inglaterra y Francia (H. Armaignac; H. M. Breckenridge; S. Haigh; W. Mac Cann). En los estudios más actuales, los datos sobre el papel del cerdo en la cocina local también son mínimos (Schávelzon, 2000), mientras el por qué de su rechazo ha generado confusas referencias (Nueva Historia Argentina, tomo I, 2000:359-60) sin llegar al nudo de la cuestión.

Se sabe que el cerdo fue introducido por los españoles “desde la época de Mendoza” (Giberti, 1970:20) junto con ejemplares de ganado bovino, ovino y equino, pero a partir de 1541 se pierde el rastro de la actividad ganadera porcina y en adelante el desarrollo de la ganadería argentina se historia en términos de la cría de vacas, ovejas, caballos y mulas (Giberti, 1970: 21-23). Conociendo la afición de los españoles de origen europeo por la carne porcina, esta laguna refleja la falta de entusiasmo local por esa carne y es otro indicio que se suma al anterior, configurando una tendencia que sugiere la presencia de un tipo de español con otras pautas respecto del cerdo; un español de tradiciones y antecedentes etnoculturales distintos del cristiano viejo, radicado tempranamente en nuestro territorio. Esos españoles en España se llamaban moriscos, y por razones religiosas no consumían carne porcina. Aunque su traslado concreto al Nuevo Mundo  sea difícil de constatar,  las tradiciones que rodean al cerdo denuncian la presencia de moriscos, ya que no es posible suponer que sean los mismos españoles, cristianos y amantes de la carne porcina, los trasmisores del rechazo que, a su vez, constituía en España el rasgo más claro de adscripción al Islam.

El asentamiento de moriscos motiva muy posiblemente que un país de raíces hispánicas, como Argentina, haya revertido la preferencia europea- cristiano- vieja por el cerdo, mientras en virtud de la antigüedad y arraigo del tabú morisco, ni la fuerte inmigración europea posterior logró modificarlo en profundidad.

Actualmente, frente a las 50 millones de cabezas de ganado vacuno [5], Argentina tiene [6] un stock 1.783.349 cerdos.

Esta asimétrica producción de ganados y el exiguo consumo de carne porcina en la más europea de las naciones latinoamericanas, no es casual, ni suele ser correctamente evaluada desde afuera. Una firma extranjera con negocio de comidas desembarcó en Buenos Aires con su especialidad, un sándwich de carne de cerdo. Le costó un traspié comercial que para ser subsanado los obligaría a remplazar la carne porcina por vacuna [7].

Coincidentemente, una serie de mitos rodean a la ingesta de esta carne poniendo de manifiesto una actitud negativa hacia el cerdo que sirve en general de argumentación para explicar por qué limitan su consumo. Así lo indicaron muestreos emprendidos antes (Sagarzazu, 2001: 267-77) y lo confirma el recientemente realizado.

Entre agosto y diciembre de 2002, entrevistamos a 67 mujeres y varones divididos en tres grupos, A, B y C, por motivos prácticos, con edades entre 21 y 82, procedentes de 9 provincias, de diferentes actividades, barrios y enclaves rurales de la provincia de Corrientes presentándoles, antes de conversar con ellos, tres preguntas a responder en forma oral o escrita, con opciones prefiguradas: 1) Qué piensa de la carne de cerdo: saludable, grasosa, liviana, indigesta. 2) Cómo la prefiere comer: jugosa o seca. 3) Cuándo la consume: a menudo; pocas veces; para Navidad y fin de Año.

Respondiendo a 1), el 93% de la totalidad de entrevistados le asignaron connotaciones negativas (indigesta, grasosa). El 87% la come  seca y el 86% solo consume lechón para las fiestas de fin de año.

Respecto de la forma en que los criollos prefieren cocinar el lechón (el cerdo adulto es menos consumido aún) y en general las carnes, concuerda con el uso morisco de “secarlas”, ateniéndose a la prescripción coránica de no ingerir la sangre. La costumbre de dejar más tiempo la carne sobre el asador permitió a los musulmanes españoles mantener vigente el precepto religioso aún cuando los animales no hubieran sido faenados de la manera prescripta por el Islam precisamente para asegurar el desangre. La prohibición del sacrificio según el método islámico por el que la carne quedaba en condiciones de ser consumida (halal), hizo que los moriscos  recurrieran a la cocción prolongada a fin de eliminar la sangre atrapada en las venas. En la Argentina actual, los criollos siguen prefiriendo la carne muy cocida, lo que ha sido objetado tanto por gourmets como por visitantes anglosajones amantes del beef steak semicrudo. La carne sangrante no es del gusto popular argentino y suele ser tolerada o preferida, en todo caso, por paladares urbanos de gusto ecléctico, pero en relación al cerdo, no sólo los paisanos sino un grupo mayor, que incluye gente de hábitos urbanos, exige también la cocción lenta, pues es opinión generalizada que eso lo hace menos indigesto.

Rafael G., dueño de carnicería y de un vocabulario más actualizado que otros paisanos, describió la ingesta de cerdo como algo que “se hace psicológicamente con miedo”. Por su parte, la religiosa que colaboró con nuestro trabajo de campo fue taxativa al subrayar el recelo unánime expresado contra el cerdo por los miembros del grupo a su cargo (B), integrado por pobladores de un sector urbano marginalizado escasamente influido por hábitos europeos.

Sin embargo, sería inexacto concluir que las apreciaciones negativas respecto al cerdo se circunscriben a los sectores sociales bajos o a pobladores incultos. El tabú traspasa todas las capas sociales en virtud de su configuración etnocultural y simbólica.

Lo que ha mantenido el rechazo fue la tradición, transmitida de generación en generación, recordando a moriscos y descendientes la necesidad de abstenerse de consumir cerdo. La falta del marco étnico, confesional, tornó impreciso el motivo por el cual debían abstenerse, pero la fidelidad a la costumbre encontraría un nuevo conducto para trasmitir lo esencial, consagrando al cerdo como “peligroso”, en palabras de Miguel Mendoza; “carne brava” la llamo Ramón F., y otras maneras de expresar la aprensión que pusiera distancia con lo “haram” (prohibido) encarnado por el cerdo según la creencia musulmana. Pero como estamos frente a paisanos que no han oído hablar del Islam ni de animal prohibido y para quienes las carnes hasta ahora han sido parte importante en su dieta, hubieran consumido cerdo de no considerarlo “carne mala”, “peligrosa”, “brava”. La función de estas connotaciones es activar el rechazo, y en tal sentido son vestigios de la conciencia muslímica aunque para ellos nunca tuvieron entidad los motivos por la que sus antepasados se abstuvieron de comer carne de cerdo. Las connotaciones negativas simplemente mantienen vigente el tabú, haciendo que no puedan considerar al cerdo como a los demás animales. Como también ignoran su propia vinculación con el universo cultural que confeccionó la pauta, toda esa tradición anti-porcina constituye un enigma; ellos mismos no saben por qué “aunque a veces en el campo venden esa carne más barata, prefieren evitarla”.[8]

Se advierte aún mejor lo que encierra de “prohibido” este asunto, a través de un dicho vulgar que compara las relaciones homosexuales con comer cerdo. Ante la acusación de homosexualidad, en Corrientes se responde “yo no como chancho”, es decir, estoy libre de esa acusación. Ahora bien, las acusaciones apuntan o suponen, en el terreno jurídico, una trasgresión, mientras en lo religioso, la trasgresión se acerca, o es, pecado. En el dicho anterior, la figura del cerdo representa tanto al pecado como al delito; el carácter jurídico se solapa al religioso, como es propio en la concepción islámica de la ley.

La dificultad para conciliar esta  negativa y para nada europea percepción del cerdo en gran parte de Argentina ha hecho que algunos investigadores intentaran derivarla de tradiciones indígenas. Antiguamente los tehuelches de Santa Cruz no comían pecarí, y esa costumbre fue sugerida como posible antecedente del tabú porcino actual. Sin embargo, buenas razones impiden que tal sea el origen. Primero, cualquier influencia indígena en la dieta argentina hoy es mínima, mientras el tabú porcino es muy extendido. Los aborígenes del Noroeste y los guaraníes del Noreste han transmitido algunas tradiciones culinarias de presencia limitada a sus respectivas regiones, pero nada más, ninguna con el vigor del tabú del cerdo. Más aún, entre los indígenas de las regiones mencionadas, la ingesta de cerdo no está limitada por el tabú sino por motivos económicos, mientras el elemento criollo de esas mismas regiones mantiene el tabú. Por otra parte y regresando al caso tehuelche, puesto que no hubo cerdos hasta la llegada de los españoles, el rechazo referido al pecarí no tuvo por qué trasladarse al cerdo. El parecido físico de los animales no es suficiente para garantizar el deslizamiento del tabú de un animal a otro, menos aún el parentesco zoológico, completamente ignorado por los indígenas. Tampoco los parentescos “populares” hacen mella en este tabú. En Corrientes, donde el cerdo es resistido, se consume cerdo salvaje (un porcino) y capivará o carpincho o cerdo del monte (un roedor gigante). El tabú tiene identificado exclusivamente al cerdo de crianza como objeto del rechazo. Tercero, el tabú del pecarí no llegó más que hasta el Río Negro; el del cerdo se registra desde Buenos Aires hacia el norte, en zona que estuvo poblada por aborígenes de otras etnias ajenas al tabú del pecarí.

Por otra parte, las regiones del centro y norte de Argentina, donde el rechazo al cerdo sigue siendo más pronunciado, son las mejor hispanizadas del país, por lo que corresponde enfocar la búsqueda hacia lo hispánico. El tabú es otra de tantas costumbres trasmitidas por españoles, pero no por cualquier español, sino por los de tradición morisca.

El recorrido cultural que ha realizado la percepción negativa del cerdo en Argentina conduce a asociarla al tabú islámico a través de los moriscos españoles, originariamente musulmanes. Sabido es el apego de los moriscos, en España, a sus costumbres en general (Epalza, 1994)  y en particular a esta pauta; la aversión a la carne de cerdo llegó a constituir la marca étnica más indudable y el más persistente vínculo con las tradiciones de sus antepasados. Cuando la comunidad musulmana desaparece como tal y se prohíben sus prácticas religiosas, pervive la costumbre de no comer carne de cerdo. Los moriscos españoles, ya cristianizados, nunca la abandonaron (García Arenal, 1978: 69).   

La trasmisión y arraigo de ese hábito en la soledad del territorio rioplatense, no encontró obstáculos para prosperar. Asimismo, la insignificancia del cerdo en la alimentación colonial pudo haberse acentuado por el hecho que los españoles de estirpe cristiano- vieja constituían el nivel superior de la escala social colonial; ellos hubieran sido los interesados en desarrollar la ganadería porcina, pero no estaban para esas tareas sino para el funcionariado y la burocracia imperial, mientras que quienes no tenían acceso a los puestos codiciados -reflejo de su escasa inserción en la cúpula social formada principalmente por cristianos viejos- se ganaron la vida en actividades comerciales y agrícolas, pero si había moriscos entre ellos, con seguridad no iban a dedicarse a la cría de cerdos.

Puede objetarse este razonamiento sobre la base de ser válido para América en general, mientras que el rechazo al cerdo, tal como lo conocemos en Argentina, es un fenómeno localizado. Respondemos que la tardía colonización rioplatense (segunda mitad del s. XVI) abría las puertas de un territorio poco explorado en un momento de agravamiento de la crisis morisca en España, tentando a más colonos de ese origen a abandonarla. A diferencia de la colonización de Méjico y Perú, en proceso ya desde la primera mitad del siglo XVI, para cuando los moriscos son urgidos a abandonar su tierra, eran ya conocidas las condiciones del Río de la Plata como región vacía, ideal para pasar inadvertido. Se sabía de la casi inexistente vigilancia inquisitorial por falta de tribunales, del poco control de las autoridades rioplatenses por la distancia entre poblados (Domínguez Ortiz, 1996:35) y la fama de “paraíso de Mahoma” conquistada por Asunción del Paraguay, a la que se accedía desde Buenos Aires.

Si bien la tierra debió quedar principalmente en manos de descendientes de cristianos viejos, la actividad misma de criar los animales requería de una mano de obra que salía de esa populosa segunda línea de la colonización donde los cristianos viejos no necesariamente serían mayoría. Entre los pobladores de condición social inferior sin duda hubo moriscos (Solá, 1935: 131), y en el Río de la Plata, la escasez de centro urbanos no dejaría al criollo muchas opciones fuera de las tareas agrícolas o de la simple posibilidad de subsistir en el campo. A este modo de vida rural o ruralizada recurrieron también los moriscos españoles, devenidos en peones seminómades en el siglo XVI.

La ex-comunidad musulmana, al ser desarticulada y sus miembros deportados a regiones diferentes, como parte de una estrategia para evitar sublevaciones (Aranda Doncel, 1984: 26), motivó que los moriscos perdieran sus bienes y fuentes de trabajo habituales. Aunque entre ellos habían existido profesionales de todas la ramas del saber (Galmés de Fuentes, 1999), en el siglo XVI terminaron desempeñándose en tareas rurales, como arrieros y trajineros, desplazándose de un lugar a otro con el ganado, ventajosa manera de hurtarse a la vigilancia inquisitorial.

A los pauperizados y acosados miembros de la comunidad morisca en la segunda mitad del 600, su situación socioeconómica pudo haberlos empujado más que a otros españoles a buscar alivio en el Nuevo Mundo. El Río de la Plata era la nueva opción, necesitaba pobladores y ofrecía a cambio “un ambiente de relajamiento” (Domínguez Ortiz, 1996:10).

A mediados del siglo XVI, cuando la colonización rioplatense toma impulso, arreciaba la represión a la comunidad morisca en España a raíz de la rebelión de las Alpujarras (1568) y el intento de buscar la protección turca, que a su vez desencadenará mayor represión.

Los puertos de Canarias (Ben Mansour, 1997) ofrecían buenas facilidades para abandonar España. A este paso clandestino o semi-clandestino de moriscos atribuimos mucha importancia; estamos viendo el modo de investigar esta ruta de salida de cristianos nuevos rumbo a Sudamérica ya que su presencia aquí echará luz sobre nuevos aspectos de la vida colonial.

Aún cuando nuestros estudios sobre la presencia morisca en América están en pañales, investigadores de otras áreas coinciden en afirmar que “a diferencia de España, el cerdo en sí mismo no fuera comido aquí (Argentina) sino raramente entre aquellos que podían optar; para la marinería del siglo XVI era un manjar fue un manjar exquisito y casi el único acceso posible a la carne roja durante los largos e inacabables viajes, pero para los habitantes urbanos del siglo siguiente el cerdo no era más que un animal despreciable” (Schávelzon, 2000: 83).

Escenario del estudio

El departamento de Monte Caseros, como dijimos, ha sido la base desde la que se ha recolectado gran parte de la información contenida en este informe. El departamento está dedicado principalmente a la cría de ganado vacuno y lanar, y al cultivo de citrus. La distribución similar de las especies ganaderas criadas en los cuatro departamentos lindantes admiten que los guarismos de Monte Caseros sean interpretados como semejantes a los de sus vecinos.

Monte Caseros posee vacunos (198.000 cabezas), lanares (100.800) y en menor número también ganado caballar, muy por debajo de los cuales incluso se colocan los porcinos: 858 ejemplares [9].

El territorio está cubierto por pasturas naturales, favorecidas por la irrigación fluvial de los numerosos afluentes del Uruguay, río que forma el límite con la República Federativa de Brasil y la Republica Oriental del Uruguay. Las condiciones naturales para la cría de ganado han hecho de esta región un centro productor de ganado bovino y ovino de cierta importancia. En vista de ello, la vida de campo tiene todavía relevancia, a pesar de la expectativa -más útópica que real- que mueve a los pobladores rurales a buscar mejores condiciones laborales en los núcleos urbanos.

Los habitantes rurales del sudeste correntino pueden agruparse en tres grupos diferenciados social, económica y etno-culturalmente. Los dueños de la tierra, sean propietarios de estancias o explotaciones frutihortícolas son de ascendencia europea, bisnietos, nietos o hijos de inmigrantes españoles, italianos, vascos y en mucho menor número, de otro origen (francés, alemán, inglés) cuyos antepasados llegaron a este país entre 1860 y 1930. La mayor afluencia inmigratoria a este núcleo urbano, comparado con otros de similares características en la región, estuvo facilitada por la llegada del ferrocarril en 1875 como punto terminal, hacia el norte, del ramal del Este Argentino que partía de Buenos Aires (R. Sagarzazu, 1998: 94).

La mano de obra en las propiedades rurales de estos argentinos con dos o más generaciones de arraigo, es sin embargo criolla, es decir, constituida por descendientes de los viejos colonizadores venidos de España que mezclaron sus sangres con el elemento indígena local, que en la región estudiada corresponde a la etnia guaraní.

Observaciones y conclusiones

La demora para identificar el tabú islámico como base de la pauta que enmarca el consumo de cerdo en la región, se debe a que no se ha dado importancia a una cuestión que nos parece central para la historia de la colonización americana: el origen diferenciado de los españoles intervinientes en aquel proceso. Se omite señalar que los colonizadores peninsulares del siglo XVI no formaban un grupo cultural y étnicamente homogéneo, y que si bien se menciona la preeminencia de andaluces en los primeros tiempos de la colonización (Boyd-Bowman, 1956) seguidos de extremeños y vascos, bajo la denominación de “andaluces” nunca se consideró la posibilidad de que fueran moriscos, pese a haber sido Andalucía históricamente la región más largamente dominada por musulmanes y la que albergaría, después, a sus descendientes cristianizados, los moriscos. La ausencia de esta perspectiva ha impedido en América la discriminación etnocultural de las pautas procedentes de España, denominándose “español” a todo lo trasmitido desde España, como si no hubiera diferencia entre las tradiciones de Asturias, Castilla o Andalucía, pero sobre todo, como si los cristianos viejos y nuevos procedieran de un mismo tronco etnocultural. Esa artificial homogeneidad atribuida a la España que nos conquista en el siglo XVI, hace olvidar cuán nueva España como unidad política y que por debajo de la plataforma cultural “española” sostenida, por el castellano y el catolicismo, los propios españoles mantenían sus particularismos regionales, sus diferencias étnicas, lingüísticas y de tradiciones y costumbres.

El tabú del cerdo registrado en la región de Argentina abarcada por este estudio-fracción de un territorio mayor donde se reitera- ha tornado aún más ineficaz la denominación de “española” dada a cualquier costumbre venida de España. A los efectos del presente estudio, esa indeterminación implica sostener que los españoles rechazaban la carne porcina. Este y otros absurdos se evitan al hacer cada vez que sea necesario, y no es siempre, la distinción entre españoles cristianos viejos y cristianos nuevos de moros, lo que a su vez facilita la identificación de cada pauta, rasgo o tradición, refiriéndolo a su respectivo ámbito civilizatorio. Al menos para los estudios sociales que abarquen los siglos XVI y XVII en el Río de la Plata, la discriminación es irrenunciable,  razón por la que propusimos practicarla en la historiografía americana, mientras hasta ahora solo se la utilizaba en relación a España. La ausencia de esta perspectiva  tenido efectos retardatarios para la investigación, como lo demuestra el caso que estudiamos. Cuesta pensar que tratándose de algo tan bien conocido en España, la versión americana de lo mismo no fuera descripta también.

Por otro lado, la discriminación entre cristianos nuevos y viejos, o españoles y moriscos, es consecuencia de una realidad: el apartamiento en que vivieron los miembros de las comunidades cristianas y musulmanas en España a pesar de la moderada convivencia de los siglos medios. A ese divorcio etnocultural no son ajenas las cosas de América y es hora de notarlo.

El mutismo de los cronistas del siglo XVI y de la historiografía posterior respecto del paso y asentamiento de “prohibidos” en América ha sido, pues, responsable de mantener en la oscuridad el origen del tabú del cerdo en Argentina. Lo que incuestionablemente el tabú está indicando es la presencia de cristianos nuevos de moros en estas tierras, pero sostener esto también constituye, en algunos ámbitos, otro tabú, por desbaratar la vieja asunción de que América había quedado libre de conversos, asunción que no es sino reflejo de la política española del siglo de la Conquista.

A pesar de las prohibiciones y cuidados puestos por las autoridades españolas para evitar el ingreso de moriscos (Viguera-Molins, 1997), los moriscos tuvieron necesidad de venir al Nuevo Mundo y lo hicieron; el rechazo a la carne porcina puede considerarse la más segura prueba de su presencia en América, así como en España fue señal de pertenencia al Islam. Aquí no hubo Islam, pero sí moriscos, al contrario de lo que se creía, que “no hubo influencia árabo-islámica sobre la sociedad íbero-americana. La influencia fue indirecta y a través de la asimilación de determinados elementos de aquélla por parte de la civilización hispana [...](García Arenal, 1997:19).

Hemos señalado detalladamente a qué nos referimos cuando asociamos este tabú al Islam (Sagarzazu, 2001: 267-296), que no implica el traslado de la religión islámica ni siquiera la conservación de costumbres de ese ámbito con plena conciencia de su origen. La presión inquisitorial, la severidad de las penas que pesaban sobre toda forma de criptoislamismo o el deseo de poner fin al acoso por ese motivo, fue dejando atrás los orígenes “infamantes”, moriscos, religiosos, del tabú, gracias a lo que la costumbre se seculariza, trasmitiéndose a cualquier criollo, haya o no tenido antepasados musulmanes.

No comer cerdo regularmente, pero hacerlo para Navidad y Año Nuevo desnuda a la vieja pauta religiosa de su carácter islámico, asociándola a la religión mayoritaria. Hoy, los criollos consideran que el cerdo es “malo”, “pesado” o sencillamente “comida de gringos”[10], es decir, algo ajeno a su propia tradición. Este carácter “extranjero” asociado al cerdo habría de convertir su carne en impropia para rellenar las empanadas “autóctonas” que son el plato fuerte de las fiestas patrias. Los criollos no estiman que el cerdo sea una carne “adecuada” para las fiestas cívicas, lo que sugiere que inconscientemente continúa fuera de la esfera cultural del criollo, quedando identificada como alimento de cristianos viejos y gringos (extranjeros). Probar “sin culpa” un lomo de cerdo fue la oferta hecha al público por creativos publicitarios de Buenos Aires  (Sagarzazu, 2001: 274), conocedores de la innata resistencia del argentino a esa carne; el discurso revela el carácter enigmático de la resistencia. No  sabemos de otros productos cárnicos que fueran introducidos al mercado previa indicación de la actitud de conciencia con la que el público debía consumirlos. En los últimos años se han puesto de moda alimentos de origen animal no tradicionales (caracoles, ranas, liebres, guanaco) y los consumidores los adoptan o no, sin necesidad de recibir licencia moral desde la publicidad. Solo el cerdo agita todavía hoy en el interior de muchos argentinos el fantasma de la carne que es mejor no comer.

Bibliografía

Aranda Doncel, J.: Demografía morisca en tierras de Córdoba, Religion,  Identite et sources documentaires sur les Morisques Andalous,  Publication de l´Institut Supérieur de Documentation, N°4, Tunis, 1984.

Domínguez Ortiz, A.: La sociedad americana y la corona española en el siglo XVII,  Marcial Pons (editor), Madrid, 1996.

Galmés de Fuentes, Á.: La conversión de los moriscos y su pretendida aculturación, Actas del Encuentro “La política y los moriscos en la época de los Austria” (Sevilla la Nueva) Madrid, 1999.

García Arenal, Mercedes: Inquisición y moriscos. Los moriscos del tribunal de Cuenca, Alianza Universidad, Madrid, 1978.

Haigh, Samuel

Hotschewer, Curto E. O.:La evolución de la agricultura argentina, Instituto Experimental de Investigación y Fomento Agrícola-Ganadero, Santa Fe, 1944.

Mac Cann, William: Viaje a caballo por las provincias argentinas(1847), Buenos Aires, 1937 (ver si hay edición + nueva)

Sagarzazu, María E.: La Conquista Furtiva. Argentina y los hispanoárabes, Ovejero Martín Editores, Rosario, 2001.

Sagarzazu, Ricardo: la fundación de Monte Caseros y otros estudios, Ovejero Martín Editores, Rosario, 1998.

Solá, Miguel: Historia del arte hispano- americano, Editorial Labor, Barcelona, 1935.

Referencias:

[1] Fuente: Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación, año 2002.

[2] Fuente: Servicio Municipal de Bromatología, diciembre 2002.

[3] 30 entrevistados del grupo A, de entre 21 y 41 años procedentes de 9 provincias (Neuquén, Mendoza, Buenos Aires, Formosa Chaco, Tucumán, Catamarca, Misiones y Corrientes) consultados por escrito cuándo consumían cerdo, 18 respondieron en Navidad y Año Nuevo; 9 lo hacían “pocas veces”; 3 respondieron “a menudo”. El grupo B) contó con 18 encuestados oralmente por la religiosa M. Zinny en el comedor comunitario del barrio marginal del Tiro; la totalidad respondió a las mismas preguntas sosteniendo que el cerdo es pesado, y se lo come bien “seco” solamente para las fiestas. El grupo C) estuvo constituido por  19 profesionales, funcionarios, docentes y amas de casa de clase media.

[4] En la Pampa Húmeda, generalmente. En la provincia de Santa Fe aumenta el consumo de cerdo en las colonias germano-helvéticas y otras pobladas por descendientes de italianos del norte (Esperanza, San Carlos, Franck, Rafaela, Colonia Suiza, etc).

[5] Fuente: informe anual de la Secretaría Nacional de Salud y Calidad Agroalimentaria (SENASA), 1998.

[6] Datos al momento de realizarse el presente trabajo.

[7] “Lomitón, éxito chileno”, Gaceta Mercantil Latinoamericana, año 3, N°149, semana 28/2/99, Buenos Aires. Saô Pablo-Rio de Janeiro.

[8] Testimonio de la señora de D., 12/12/2002.

[9] Fuente: informe mensual departamental del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) de  Monte Caseros, Corrientes, en octubre de 2002.

[10] Entrevista a Ramón Cabral, estancia “La Esmeralda”, Julio 28, 2002.


lunes, 16 de febrero de 2015

Rumbo a la forja de un Islam Criollo

Cuando hablamos de Islam Criollo, hablamos de un Islam anclado en nuestra identidad regional; hablamos de una espiritualidad natural que desde nuestro determinismo geográfico -transformado en cultura- nos reconduzca al ser original que se agiganta en nuestro interior; hablamos de un camino poblado de riquezas por ser descubiertas, riquezas que redefinen un existencialismo particular desarrollante de las posibilidades que guardamos por haber germinado en este rincón bendito del mundo; hablamos del equilibrio sagrado que se tiende como un puente entre dos mundos, la tierra y el cielo, para que como vástagos de ambos seamos semejanza del árbol que hunde sus raíces y eleva sus frutos; en definitiva, cuando hablamos de Islam Criollo apelamos a lo más nuestro desde la etnicidad raigal en consonancia con la voluntad de Dios operante sobre el universo y sus seres.

I.   Problemática y misión de Musulmanes argentinos       
 
         No es una cuestión aislada el haber nacido en una determinada región y bajo circunstancias particulares. Se nace en un lugar específico que ya posee idioma, historia, cultura e identidad propios, y se es criado de acuerdo a las normas vigentes del lugar. Más importante aún el hecho de que el lugar referido posea ya una consciencia tradicional autóctona bien definida.

         En Su infinita Sabiduría, el Dios creador ha dotado con características propias la manifestación de los pueblos en el mundo. Redunda en una señal distintiva de Su inmensa misericordia el hecho notable de que las razas y los lenguajes sean diversos y diferentes entre sí. De aquí que toda determinación regionalista (sea de lengua, color o cultura) suponga la eclosión de la obra de Dios y el deber de todo pueblo de mantener su tradición.

          La creación se desarrolla mediante la manifestación de una multiplicidad de caracteres que se corresponden con determinaciones inherentes tales como raza, etnia y región. De estas determinaciones ha surgido y se ha expansionado la humanidad en el mundo. De tales expansiones, y de acuerdo a sus determinaciones inherentes, se ha generado el tradicionalismo cultural y el folklore de los pueblos como señales distintivas de la acción de Dios sobre la creación. En el Sagrado Qur'an, Dios mismo nos informa de ello: "Parte de Sus signos es la creación de los cielos y de la tierra y la diversidad de vuestras lenguas y colores. Realmente en eso hay signos de Dios para las criaturas" (30:21), "¡Humanidad! Os hemos creado a partir de un varón y de una mujer y os hemos hecho pueblos y tribus distintos para que os reconocierais mutuamente. Y en verdad que el más noble de vosotros ante Dios es quien está más consciente de Él" (49:13). Por esto que sea encomiable que los pueblos mantengan y guarden sus señas distintivas culturales como dones manifiestos de la voluntad de Dios.

         El Islam, al ser un modo vivencial asociado directamente a la sabiduría divina, de ninguna manera se opone al tradicionalismo cultural, ni a la identidad regional, ni al folklore de los pueblos, sino que los contempla como manifestaciones de la misma sabiduría que Dios revela para complementar el recto vivir de los hombres. Por ejemplo, históricamente, las grandes civilizaciones que abrazaron el Islam en su época clásica, mediante su sabiduría revelada reforzaron sus culturas al punto de crear fusiones perfectas y elevadamente espirituales, como sucedió con los persas, los turcos, los africanos y los íberos: ninguna de estas etnias renunció ni a su cultura ni a su idioma, sino que crearon una síntesis equilibrada con el camino sapiencial que el Islam les revelaba desde el luminoso ejemplo del Profeta Muhammad (asws) y sus benditos Sahaba.

         Ahora bien, nosotros, como Musulmanes argentinos, sufrimos una crisis identitaria que puede ser definida en dos puntos básicos que debemos aprender a conocer: por un lado nuestro absoluto desconocimiento de los procesos históricos propios que deben concluir en un prototipo vernáculo distintivo, y por el otro la rigurosa incidencia directa que tienen en la prédica y la enseñanza islámica los representantes de movimientos reformadores relativamente contemporáneos (es decir, que se diferencian netamente del Islam clásico o tradicional) como el wahabbismo, el salafismo y el deobandismo, financiados los dos primeros por la monarquía saudita y sus petrodólares conjuntamente con organismos de la península arábiga y de instituciones egipcias, y el último por la versión tabligh centralizada en Sudáfrica. Estos tres movimientos se caracterizan por promover y difundir una visión rígida, literalista y acultural del Islam donde prima el elemento arabizado. Justamente estos movimientos de reforma surgen hacia los siglos 18 y 19 como una reacción supuestamente puritana y estrictamente árabe contra lo que suponían era la desmedida permisibilidad cultural otomana en tierras islámicas debida a su origen turco, reacción que sin embargo respondía a la agenda de las potencias colonialistas occidentales que tenían la mirada puesta sobre las tierras que por entonces correspondían al Califato Otomano. Los Sultanes Otomanos, siguiendo la fiel tradición de nuestro Profeta Muhammad (asws), jamás impusieron una versión depredadora del Islam, sino que en todo el vasto territorio que gobernaron siempre respetaron el credo, la cultura y el lenguaje de los pueblos dominados en tanto se contemplaran las normas básicas de la ley islámica por ellos representada. Lo mismo puede mencionarse del emirato de Al-Andaluz. En ambos florecieron las ciencias, la cultura y la espiritualidad en el marco de la sabiduría revelada por el Dios único.

         Por lo tanto, como musulmanes criollos, la tarea que nos toca por delante es ardua, aunque repleta de bellezas que aguardan ser develadas. Antes que nada debemos redescubrir nuestras raíces culturales, las que nos definen como hombres originales en esta parte del mundo, para lo cual debemos revisar nuestra historia y revalorizar el ejemplo de quienes dieron la vida en la forja de una identidad nacional distintiva. Debemos amar el arte autóctono que nuestro suelo ha gestado y dedicar tiempo a su conocimiento, ser sus cultores, integrarnos a él y disfrutarlo con el goce que proporciona aquello que nos remite a la pertenencia, como también descubrir las bellas posibilidades de nuestro idioma y sus producciones literarias. Así es como naturalmente reconoceremos que en todo esto, y definiendo nuestro ser nacional, brilla con luz propia la Tradición Gaucha, heredera de modos vivenciales asociados al Islam y que tuvo una incidencia notable en los procesos de nuestra independencia y en el desarrollo del federalismo, tendencia que marcaría a sangre y fuego el color propio de nuestra Argentina. Definidos culturalmente podremos ser capaces de desarrollar una personalidad genuinamente islámica sin ser absorbidos por los personalismos e imposiciones de los agentes foráneos que intentan aprovecharse de nuestra inculta necedad y establecer sus parámetros obsoletos donde sólo tendría que haber crecimiento espiritual y desarrollo humano.

II.            El gaucho como heredero de la cosmovisión islámica

         Si bien el gaucho poseía una evidente sensibilidad religiosa, no se vio sujeto a una creencia específica y hasta se mostró renuente, esquivo e indiferente ante las formas dogmáticas del catolicismo prevaleciente. Imbuido de un inexorable sentido de la libertad, las imposturas ritualistas sencillamente no le interesaban. Sin embargo, las causas profundas de su rechazo a la institucionalidad religiosa provienen de las vivencias traumáticas que sus antepasados directos tuvieron con el catolicismo coactivo y su voluntad de imposición y aculturación, proceso iniciado en la península contra el colectivo islámico y en tierras americanas contra las tribus nativas. Recordemos que en gran medida el gaucho en sus orígenes fue el producto del mestizaje entre perseguidos, y que por esto mismo, muchas veces se encontró involuntariamente fuera de la ley. Perseguidos fueron los moriscos, descendientes censurados de la comunidad islámica andaluza, y los aborígenes, expuestos al exterminio o a la asimilación.

         Algunos autores han dicho que el medio geográfico determinó la forma de ser particular del gaucho. Sin embargo, y a pesar de la incidencia que posee todo determinismo geográfico en el modelaje del carácter, vemos en el gaucho, en su forma de ser -la que lo hace ser gaucho, justamente- la incidencia directa de una cosmovisión antepasada de neto corte oriental. De aquí que muchos autores hayan encontrado un árabe en el gaucho, más allá de la típica relación de identidad que supone la vestimenta de uno y de otro. El gaucho, entidad profundamente sudamericana -pues los hay no sólo en Argentina, sino también en Uruguay, Chile, el sur de Brasil, hasta en los llanos de Colombia y Venezuela y en las montañas del Ecuador- lleva en su genética el legado incuestionablemente morisco de ancestro islámico. Muhammad (as), el Profeta del Islam nacido en el seno mismo de la civilización semítico-oriental, ha dicho: "No he sido enviado más que para completar y desarrollar la nobleza  del buen carácter", y los sabios del Islam han resumido el buen carácter en tres atributos fundamentales de los que surgen todos los demás: sabiduría, valentía y prudencia (o moderación). Podríamos sumar la frugalidad, la imperturbabilidad frente a las adversidades, la hospitalidad, la templanza, el hondo sentimiento espiritual, el incólume sentido de la justicia y la honradez, etc. Al haber sido perseguido y censurado el elemento netamente religioso del Islam en los moriscos, no obstante pervivió en ellos -anclado como el arraigo de las cosas definitorias- el matiz incuestionable de las virtudes señoriales islámicas determinantes de un modo de ser particular que los diferenciaba de los "cristianos viejos" y que encontró terreno fértil para su plasmación en el retoño original de este suelo americano: el gaucho. El gaucho es heredero del Islam a través de las virtudes señoriales que encarnan el "buen carácter", y que han sido las encargadas de definir el "ser gaucho": el coraje luminoso de su ejemplo patriota, la honradez insobornable, la lealtad a sus principios rectores, la ecuanimidad, la sabiduría natural con que contempló la vida, el temple de acero que demostró ante la implacabilidad del destino, el silencio tan propio de los meditabundos que sólo hablan cuando es necesario hablar y que representa un universo interior infinito, imagen de desiertos y pampas limitadas tan sólo por la voluntad del cielo.

         En el Islam poseemos un código de conducta especificado por las enseñanzas de nuestro Profeta Muhammad (as). El ejemplo, la tradición de Muhammad (as) recibe el nombre de Sunnat. La Sunnat no sólo comporta los actos rituales tal cual fueron enseñados por el Profeta Muhammad (as), sino también, tal vez lo más importante, las características humanas que hacen de un individuo alguien grato a los ojos de Dios, de acuerdo al ejemplo de Muhammad (as). Y en esto reside justamente la belleza del Islam, que es la belleza inherente al hombre. Para ilustrar la importancia del buen carácter -cuyos atributos hemos nombrado más arriba-, se cuenta que cierta vez fueron los discípulos ante la presencia de Muhammad (as) y comentaron la gran cantidad de devociones y ayunos que hacía cierta persona. Muhammad (as) preguntó a quién se referían y nombraron a la persona. Muhammad (as) zanjó el asunto diciendo: "Esa persona no tendrá un buen final ya que posee mal carácter".

         Muhammad (as) será entonces el arquetipo de los atributos señoriales de que el gaucho será depositario a través del linaje morisco llegado a tierras americanas.

III.        Tras el rastro del Arquetipo

         Como ya hemos citado, dice Dios en el Sagrado Corán: ¡Humanidad! Los hemos creado a partir de un varón y de una mujer y los hemos hecho pueblos y tribus diferentes para que se reconozcan mutuamente. (49: 13)

         Y nuestras tradiciones informan que la primera creación en llegar a la existencia fue la luz primordial del Hombre Arquetipo representado por el Sello de los Mensajeros de Dios, el Profeta Muhammad (asws), luz de la cual procedería el resto de la creación por participación en ella.

Y parte de los signos manifiestos de Dios es la creación de los cielos y de la tierra y la diversidad de vuestras lenguas y colores. (30: 21)

         La plasmación del arquetipo en el marco de un entorno determinado, reproduce la forma original encargada de cimentar la identidad tradicional y cultural de una etnia o pueblo.

         Existen necesarias determinaciones regionales encargadas de imprimir un sesgo particular al influjo creador del arquetipo; y en estas determinaciones redundan las diferencias naturales entre los pueblos del mundo. A este respecto, la sabiduría o tradición primordial encargada del desarrollo humano, si bien universal por estar ligada al arquetipo de origen, adquirirá un matiz singular acorde al regionalismo acogedor del vitalismo arquetípico.

        Por esto que la espiritualidad y la cultura de la estirpe originada tendrá una firme raigambre vernácula, convirtiéndose en manifestaciones regionales de las posibilidades universales contenidas en el arquetipo.

         En el Sagrado Corán aparece un término develador: Ma'ruf. Este concepto hace referencia a lo que naturalmente el ser humano reconoce como bueno y virtuoso, siendo que por este reconocimiento, la virtud y la bondad, son atributos establecidos en su interior como una inherencia profundamente humana. Por esto que las posibilidades arquetípicas sean fundamentalmente cualitativas: la plasmación del arquetipo conlleva en sí misma valores universales que redundan en el desarrollo del ser humano, siempre y cuando sea capaz de descubrir, encauzar y potenciar con sabiduría sus posibilidades inherentes. Estos valores universales pueden definirse en una serie de atributos o cualidades que condensan la naturaleza humana de acuerdo a su arquetipo: templanza, generosidad, valentía, ecuanimidad, frugalidad, abnegación, magnanimidad, lealtad, veracidad, profundo sentido de la libertad, prudencia, sinceridad, perseverancia, honestidad, firmeza imperturbable ante la adversidad, amabilidad, etc. Todas estas cualidades contenidas en su forma original en la luz del Hombre Arquetipo representado por Muhammad, eclosionarán con matices diferenciales de acuerdo al compartimiento regional al que insuflen nueva existencia. Así para nuestro acervo sudamericano (sobre todo argentino), el producto referencial del influjo arquetípico viene representado por un biotipo de extracción rural que ha servido de símbolo para el florecimiento de una cultura tradicional autóctona de gran arraigo: el Gaucho.

         Cuando el arquetipo ha encontrado un receptor regional determinado y ha adaptado su manifestación al mismo, los resultantes vástagos de la tierra necesariamente deben asimilar la cultura y la tradición en ciernes como elementos de identidad y educación: una interioridad edificante se cimienta sobre bases sólidas de pertenencia, tal el presupuesto para el auténtico desarrollo humano que dispone la lógica natural establecida como ley de crecimiento saludable. Lo contrario es escapismo, cuya sintomatología, tan presente en nuestra actualidad, define toda una problemática de extrañeza y desvinculamiento anómalos.

         Toda fuga de sí mismo hacia contenidos culturales o espirituales foráneos (cosmovisión, arte, técnica, etc.) supone la alienación de las posibilidades del pueblo o la etnia, tanto a nivel individual como comunitario; supone la traición a la esencia arquetípica tras la impropia imitación o ciega asimilación de lo que por naturaleza no se corresponde al regionalismo determinado; supone también la falsificación de la voluntad creadora propia tras los estereotipos definitorios de lo considerado como evolución extranjera. El resultado se corresponde con culturas híbridas que promueven el desarraigo vernáculo, la enajenación espiritual y el vacío existencial confusamente llenado con los contenidos ociosos de la más baja intencionalidad de la periferia: desprovistos de centro los exiliados sucumben al arbitrio esclavista del culto disgregador. Por esto que en nuestros tiempos modernos proliferan las psicopatías y los descalabros emocionales: hemos perdido nuestro arraigo, lo que significa que hemos mutilado nuestro arquetipo, nuestra regionalidad espiritual, en pos de la estafa mancomunada del mirar hacia afuera, cuando "lo de afuera" implicaba justamente una feroz e inclemente desarquetipación, una hibridez de tragedia y muerte, irreflexivamente buscada y aceptada.

          Sin embargo, y a pesar del despojo evidente, el símbolo vivo del gaucho, como expresión regional del Hombre Arquetipo, ha pervivido en la voz del eco poético del soberano Martín Fierro, extensión épica de nuestras posibilidades raigales, y en la tradición criolla atesorada en el paisanaje de nuestro campesinado con su ética, hábitos y folklore.

IV.         Un ejemplo a modo de conclusión

         En este contexto es que advirtiendo sobre los efectos disolventes de la amnesia cultural impulsada por los movimientos contemporáneos que se arrogan la representatividad del Islam (desde las rígidas y extremas lecturas literalistas del salafismos y sus ramas concomitantes hasta la permisibilidad oscurantista del sufismo new age), un referente actual de la tradición islámica clásica, nuestro maestro Sheykh Abdul Kerim al-Kibrisi (qs), nos remitía al ejemplo luminoso del Imperio Otomano y sus sultanes, quienes, herederos de la sabiduría de origen y dentro del amplio margen de tolerancia exigido por la legislación islámica, en ningún momento promovieron la coacción espiritual ni cultural sobre pueblos bajo dominio, sino que respetaron y propulsaron el sano desarrollo humano de acuerdo a las posibilidades regionales y tradicionales de toda comunidad no-islámica dentro del Imperio. Se entendía así que el Islam representaba una potencia espiritual arquetípica que funcionaba como base legítima y fundamental para la edificación de una mejor humanidad acorde a las posibilidades raigales de cada etnia, raza o sociedad (recordemos que en su momento de mayor esplendor dentro del Imperio convivieron equilibradamente turcos, árabes, bereberes, griegos, búlgaros, albaneses, daguestaníes, etc., etnias y pueblos de por sí muy diferentes que con sus matices culturales y tradicionales propios colaboraron en la unidad y el esplendor imperial. La uniformidad inculta y global de nuestra actualidad sugiere completamente lo contrario: reducidos a un igualitarismo entumeciente no hacemos más que ganar en divergencias, conflictos, rivalidad y tribulaciones sin nombre, en tanto que la visión moderna del Islam radicalizado o desmedidamente versátil sólo redunda en prejuicio y dudosa reputación).

         Por esto, para librarnos de la tendencia perniciosa hacia la amnesia cultural y el despojo espiritual, es que, retomando el ejemplar otomano, debemos ahondar en nuestras posibilidades vernáculas reconociendo la incidencia arquetípica en nuestro ser regional, como así también descubrir las raíces tradicionales que nutren nuestra identidad real como pueblo distintivo a los ojos de Dios y priorizar su develamiento en nuestra vida tanto individual como comunitaria a partir de una concurrencia activa en nuestra habitualidad. Sólo así estaremos capacitados para crecer humanamente y lograr la necesaria trascendencia.

         Que Dios nos conceda la inmensa fortuna de conocer, amar y sublimar lo propio para desde allí experimentar la maravillosa y transformadora realidad del Islam.


viernes, 2 de mayo de 2014

Sabiduría Universal e Identidad Tradicional

Nuestro arquetipo, como musulmanes, es el Profeta Muhammad (que Dios le conceda paz). En él se sintetizan las virtudes éticas y las características espirituales de elevación que concluyen en el Hombre Integral tal cual ha sido concebido en su forma original desde la Sabiduría Divina.

El ejemplo profético es de índole universal; es decir, como sello de la Profecía hasta el final de los tiempos, el Profeta Muhammad (asws) representa el acabamiento del hombre en cuanto tal, por lo que todo ejemplo, a nivel humano, ha de beber de su fuente inagotable para lograr su realización correspondiente. A esta fuente inagotable y universal del ejemplo profético el Sagrado Qur'an le da el nombre de Hikmat, Sabiduría. A través de los tiempos, la Sabiduría ha sido la encargada de guiar los pasos de la humanidad en su tránsito por este mundo, brindándole las herramientas necesarias para un justo desarrollo de sus posibilidades materiales, éticas y espirituales de acuerdo a la Voluntad Divina.

Herederos de esa Sabiduría universal e involucrados en modos vivenciales asociados al ejemplo profético, siempre ha habido personas y/o sujetos sociales encargados de encarnar el paradigma del Hombre Integral como modelos de conducta para los seres humanos de acuerdo a sus determinaciones de pueblo, etnia o raza, inherentes a su manifestación en el mundo. Muchas de estas personas/ sujetos sociales, al constituirse en grupos definidos, y siempre en base al saber universal, han originado pautas culturales propias que habitualmente se conservan como identidad tradicional y folklore. Tenemos presente de modo particular lo que ha sucedido en nuestro país, Argentina, mediante la cultura gauchesca, similar a la de pueblos tan diferentes como por ejemplo los Tuareg del África Occidental y los Avar del Daguestán, entre las que encontramos compatibilidad desde las normas de conducta social e individual (estoicismo, hospitalidad, frugalidad, sentido del honor, etc...) hasta el inexorable impulso por la libertad y su defensa incuestionable. Es decir, hay un vínculo intrínseco entre estas cosmovisiones, entre las determinadas percepciones, conceptuaciones y valoraciones del propio entorno, que definen y unifican estas culturas tan únicas y singulares. Encontramos en esto que el nexo vinculante ha sido el flujo sagrado emanado desde una misma fuente universal: el arquetipo profético revelado mediante Sayidina Muhammad (asws), como un árbol de ramas diversas sostenido por un mismo tronco y alimentado por una misma raíz. La raíz es anterior a la rama, y esta última sólo existe por participación en la vida de la raíz, y muchas veces hasta desconoce el ser de esta. Sin embargo la rama allí está, evidencia irrefutable de la vida que la anima.

Por esto nuestros estudios nos han llevado a la conclusión de que el gaucho modélico de antaño se presenta como una cabal afirmación de la Sabiduría que lo ha animado más allá de los tiempos y gracias a la cual hizo irrupción en la historia sagrada del mundo en un momento y lugar específicos dándonos la posibilidad de descubrir por él y en él una cosmovisión particular que nos define como argentinos en cuanto a identidad tradicional. Tristemente, y como ha sucedido en otras partes del mundo en los últimos doscientos años, somos testigos de cómo los encargados de escribir nuestra historia han ocultado y falseado mucha información que Dios mediante irá saliendo a luz para que finalmente se logren aclarar cuestiones fundamentales de nuestra herencia tradicional como lo que hemos venido apuntando: el gaucho -la cultura gauchesca- como heredero de un modo vivencial universal cuyas raíces se remontan al Profeta Muhammad (asws) y el Islam.


Si seriamente entablamos un estudio crítico y comparativo encontraremos que nada nos resulta más familiar que la interrelación entre nuestra identidad tradicional -gaucha- y la Sabiduría primordial -profética-. Conocer nuestra historia nos hará libres en el culto a la Verdad.

miércoles, 12 de febrero de 2014

La Herencia Hispanomusulmana en el Gaucho Argentino

Bismillahi Rahmani Rahim

Compartimos a continuación el texto de la conferencia que dimos el día 7 de febrero de 2014 en las instalaciones del Centro Islámico de la ciudad de Rosario. La conferencia ha sido el resultado de un trabajo de investigación que hemos llevado a cabo en los últimos dos años. Nuestra intención es insha’Allah publicarlo en formato libro, y con una extensión aún mayor, en cuanto se presente la oportunidad correspondiente. Al final del texto compartimos algunas imágenes del momento.

Introducción: La Importancia del Gaucho

Antes de comenzar nuestra exposición queremos brevemente aludir a la importancia que tiene lo gauchesco en la configuración de lo que se ha dado en llamar nuestro 'ser nacional', para luego así derivar de ello la gran influencia que tuvo en su emergencia los elementos de origen hispanomusulmán que expondremos más adelante.

En gran medida el gaucho -o lo gauchesco-, como representante de nuestro ser nacional surge a raíz de la reivindicación del poema 'Martín Fierro' escrito en dos partes por don José Hernández entre los años 1872 y 1879.

El origen de esta vindicación como reacción tradicionalista frente a la ola foránea llegada con la inmigración que amenazaba desintegrar el espíritu propiamente argentino puede rastrearse hacia el año 1913, momento en que el escritor argentino Leopoldo Lugones pronuncia una serie de conferencias en el Teatro Odeón de Buenos Aires que unos años después serán recogidas en la obra literaria llamada 'El Payador'. En ellas Lugones desarrolla un análisis de la figura emblemática del trovador de la pampa para seguirlo de otro sobre el poema de Hernández, calificándolo como 'el libro nacional de los argentinos', reconociendo al gaucho su calidad de genuino representante del país, emblema de la argentinidad. En tanto que el poema, para el escritor y periodista Ricardo Rojas, otro de sus grandes reivindicadores, representaba el clásico argentino por antonomasia.

Criado en las faenas camperas, lo que naturalmente lo llevó a involucrarse con gauchos desde niño, José Hernández al comienzo del poema presenta a Martín Fierro como el prototipo del gaucho: se presenta como cantor, hombre independiente, laborioso, pacífico, valiente, conocedor del campo y sus actividades, y, ante todo, libre. En la cultura de nuestro país se ha llegado a similar de tal modo lo gauchesco a José Hernández que el Día de la Tradición se celebra el 10 de noviembre, fecha de nacimiento del poeta, y el Día del Gaucho el 6 de diciembre, fecha de la aparición de la primera parte del poema.

Sin embargo, si bien la obra de Hernández supone un hito fundamental en la instauración de lo gauchesco como sinónimo de argentinidad, encontramos que el gaucho como entidad real ha sido un personaje clave en la historia argentina y en nuestra constitución tanto social como cultural en cuanto a nación tradicionalmente definida en el mundo. Parafraseando al citado Lugones:

Gauchos fueron, efectivamente, los soldados de los ejércitos libertadores; siendo natural, entonces, que el contacto durante esa guerra de diez años, determinara aquellas tendencias políticas tan peculiares de la sucesiva contienda civil, e influyera sobre la clase superior investida con el mando. Dicha guerra, dada la acción preponderante de la caballería en las batallas y de la montonera en las resistencias locales, resultaba, por cierto, una empresa gaucha (…)

Entonces hallamos que todo cuanto es origen propiamente nacional, viene de él. La guerra de la independencia que nos emancipó; la guerra civil que nos constituyó; la guerra con los indios que suprimió la barbarie en la totalidad del territorio; la fuente de nuestra literatura; las prendas y defectos fundamentales de nuestro carácter; las instituciones más peculiares, como el caudillaje, fundamento de la federación, y la estancia que ha civilizado el desierto: en todo destacase como tipo. Durante el momento más solemne de nuestra historia, la salvación de la libertad fue una obra gaucha. La Revolución estaba vencida en toda la América. Solo una comarca resistía aún, Salta la heroica. Y era la guerra gaucha la que mantenía prendido entre sus montañas aquel último fuego. Bajo su seguro pasó San Martín los Andes, y el Congreso de Tucumán, verdadera retaguardia en contacto, pudo lanzar ante el mundo la declaración de la independencia.

Sin embargo, aquí pondremos énfasis en el aspecto netamente cultural de lo gauchesco y en la incidencia que en ello han tenido elementos de origen hispanomusulmán.

En apoyo a nuestro estudio citaremos un versículo del Sagrado Qur'an que hemos tomado como expresión fundamental para desarrollar nuestra exposición. Dice Dios Todopoderoso:

"¡Oh humanidad! Os hemos creado a partir de un varón y de una mujer y os hemos hecho pueblos y tribus distintos para que os reconocierais mutuamente" (49:13)

Es decir, la diferencia, como seña distintiva entre pueblos y razas, tiene que redundar en culturas únicas dispuestas al mutuo reconocimiento, aprendizaje y enriquecimiento que sea favorable al crecimiento de cada una en su nivel específico. Toda cultura, por norma divina, ha sido forjadora de una identidad tradicional particular con la que se reconoce y es reconocida por las demás. Llamamos identidad tradicional al conjunto de rasgos culturales que definen a un grupo étnico entre otros. Consideramos que una homogenización cultural global supone un grave escollo para el desarrollo humano. Por esto que redescubrir nuestras raíces culturales nos facilitará el tránsito por este mundo siendo partícipes conscientes de la sabiduría que Dios ha plasmado en cada manifestación de Su creación.

Ahora bien, ¿qué consideramos como cultura? En nuestro criterio cultura es todo aquello que el espíritu humano puede llegar a producir y manifestar sanamente como pautas de desarrollo interior según las determinaciones étnicas y vernáculas de su ser en el mundo. Si bien el producto de nuestra cultura es genuinamente argentino, reconocemos en él la influencia indeleble de un trasfondo islámico que ha dejado su impronta original para que desde ella surgiese un retoño único y singular.

Y es que ante todo el Islam no sólo ha sido –y es- una gran religión sino que también ha sido un maravilloso torrente generador de cultura. Y hacemos hincapié en lo cultural ya que lo consideramos un poderoso elemento civilizador e identitario, y el Islam ha sido el encargado de establecer la base tradicional para que en numerosas regiones del mundo florecieran culturas excepcionales que han dejado una impronta inmensa en la historia de la humanidad, incluido nuestro país y toda Sudamérica.

Ahora bien, los responsables directos de la emergencia del gaucho como nativo de esta tierra han sido los moriscos, antepasados de origen andaluz que llegaron a los márgenes del Río de la Plata en los barcos colonizadores españoles y que cargaban consigo el acervo espiritual de ocho siglos de Islam en la Península Ibérica.

Para comprender un poco más en profundidad el asunto nos remitiremos a una breve reseña histórica.

***
I.   Un Acercamiento al Islam

El Islam 'resurge' (y empleamos este término ya que como doctrina religiosa no viene a conculcar novedad alguna ni a suplantar doctrinas anteriores, sino a continuarlas y acabarlas -en cuanto a darles perfección-) en la Península Arábiga por el año 610 e.c. con la prédica del Profeta Muhammad (que Dios le conceda paz), enseñanza que se haya contenida en el Sagrado Qur'an (revelación de la Palabra de Dios a los hombres de toda época y lugar) y en los nobles hadices (dichos, sentencias y actos del Profeta Muhammad que complementan y explicitan la enseñanza coránica).

Básicamente el Islam es un sistema de vida que contempla todos los aspectos de la criatura humana (tanto individuales como comunitarios, abarcando tanto las formas rituales como los asuntos legales), sistema centrado en el monoteísmo de tradición abrahámica en el que se reconoce una única Divinidad (Dios, Allah) cuya Voluntad se ha manifestado mediante una cadena de mensajeros (entre ellos Noé, Abraham, Moisés y Jesús, que la paz sea con ellos) que culmina con el Profeta Muhammad como sello de la Profecía hasta el final de los tiempos. De hecho 'Islam' ha sido la prédica de todos los enviados de Dios, ya que a diferencia del Judaísmo (que alude a Judá) y al Cristianismo (que alude a Cristo), por sólo citar dos ejemplos conocidos, su nombre no hace referencia a mensajero alguno, sino a la esencia misma del mensaje que todos han transmitido. Islam es un vocablo árabe proveniente de la raíz s-l-m, que deriva del verbo 'aslama' que significa 'aceptar, rendirse o someterse'. Islam entonces representa la aceptación y el completo sometimiento a Dios, a Su Voluntad transmitida por boca de Sus mensajeros. La raíz de que deriva este vocablo cubre un amplio campo semántico en el que se encuentran significados como 'bienestar, salvaguarda, salud y paz'. De aquí provienen 'salim', sano, y 'salam', paz, términos indisolublemente relacionados con el sentido esencial de Islam. Así es que 'Islam' es un atributo impersonal, y quien lo posee es 'Musulmán'. En el reconocimiento de Dios y de Sus Mensajeros, y en la sumisión y aceptación a Su voluntad, el ser humano se vuelve física y espiritualmente saludable, logrando así la paz. Esta es la característica de un buen Musulmán.

En líneas generales, el Islam ordena la equidad, la justicia, la virtud y el respeto en el marco del servicio al Dios único. Se puede decir que en su tiempo, el Profeta Muhammad fue un caudillo carismático, con un implacable poder de atracción, que movilizó a la gran masa de desheredados, pobres, oprimidos y esclavos haciendo caer el sistema tiránico que acaudalados oligarcas tribales habían construido e impuesto sobre el comercio, los negociados y la interesada idolatría, para construir un Estado cuyos pilares fueron la fe, la verdad, la justicia y la libertad. Si bien hubo personas notables (aunque humildes y desinteresadas) en su círculo íntimo, la gran mayoría de sus seguidores eran esclavos a los que devolvió la libertad, pobres a los que hizo partícipes de sus derechos elementales como seres humanos y analfabetos a los que enseñó la ciencia de la auténtica humanidad.

La poderosa influencia cultural y espiritual del Islam se extendería de tal manera que llegaría a China por un lado y África por el otro, y Europa Central por un lado y todo Medio Oriente por el otro.

***
II. Mudéjares, Moriscos y Aborígenes: Breve repaso de una Mestización

La Tradición Islámica ingresa en la península Ibérica en al año 711 de la mano de Táriq ibn Ziyad, general amazigh del por entonces gobernador del Califato Omeya en el norte de África, Musa ibn Nusair. Los gobernadores del Califato Omeya eran de origen árabe, quienes, partiendo desde Arabia se asentaron en Damasco (capital del califato en la actual Siria) para luego gobernar sobre el norte de África. En aquel entonces el norte de África estaba habitado por diversas etnias Imazighen (también llamadas 'bereberes') como los Cabileños, Chleuh, Tuaregs, etc. Imazighen (en singular 'amazigh') quiere decir 'hombres libres', como se llaman a sí mismos, denominación común en Marruecos y Argelia. Se dice que tal vez uno de los logros más importantes del Islam fue la aceptación que estos pueblos (reaccionarios, impermeables a cultura ajena, libres y aferrados a costumbres ancestrales vinculadas al nomadismo) hicieron voluntariamente del mismo. Y es que el Islam no se opone para nada (nunca lo ha hecho) a las tradiciones y culturas autóctonas (siempre y cuando no contradigan abiertamente la creencia), sino que las refuerza, las mejora y les da un matiz propio. Así podemos encontrar culturas islámicas autóctonas, diferentes entre sí pero unidas por un nexo en común, alrededor de todo el mundo.

Es importante destacar que la Tradición Islámica entra en Iberia a través de una mayoría de Musulmanes Imazighen (bereberes), en tanto que los árabes constituían una exigua minoría; allí se vinculan con visigodos e ibero-romanos, dando a luz la estirpe andalusí. La islamización de la Península fue muy rápida hasta constituirse el Emirato de Córdoba, cuya dinastía gobernó al-Ándalus hasta el año 1031.

A partir de entonces el gobierno irá pasando por diversas dinastías islámicas (almorávides, reinos de taifas, almohades) forjando una cultura única en la que florecieron tanto las artes como las ciencias y la espiritualidad.

Sin embargo (y es ley de la Divina Providencia que esto ocurra) a mediados del siglo XIII, al-Andaluz quedó reducido al reino nazarí de Granada. El último rey de la dinastía nazarí fue Boabdill. Su derrota en 1492 por los Reyes Católicos puso fin a lo que dieron en llamar 'Reconquista'. Ocho siglos de Islam, no obstante, dejaban su impronta indeleble en la Península Ibérica y en su historia posterior.

A los musulmanes que permanecieron viviendo en territorio conquistado por los cristianos, y bajo su control político, se los llamó Mudéjares, término que deriva de la palabra árabe 'Mudayyan' que significa 'doméstico' o 'domesticado'.

Tras la rebelión mudéjar del barrio de Albaicín en 1501, en febrero de 1502 se emite una pragmática de los Reyes Católicos en la que se obligaba a los musulmanes a convertirse al cristianismo. El responsable de esta medida fue el Inquisidor General cardenal Cisneros, el mismo que en diciembre de 1499 hizo quemar en Granada las librerías de los musulmanes: más de ochenta mil manuscritos de la España islámica se perdieron para siempre en el afán inquisidor de borrar la identidad del Islam.

A partir de estas conversiones forzadas, los mudéjares pasaron a ser denominados 'moriscos'. Si bien fueron perseguidos y hostigados por una férrea inquisición, estos moriscos conservaron pautas y costumbres del acervo islámico.

Tras una fracasada rebelión en 1568, la nobleza de España, cegada por un furor racista, presionó al Rey Felipe III para que procediera a la expulsión masiva de los moriscos. Esta se llevó a cabo entre 1609 y 1614. Los moriscos entonces se asentaron en el Norte de África. Algunos se quedaron en España y Portugal, fingiendo ser cristianos nuevos o gitanos, pero permaneciendo fieles a la fe islámica. El resto emigró a América en similares condiciones de clandestinidad.
En un temprano principio de su llegada a América, los españoles cristianos traían moros y/o moriscos que llevaban prisioneros después de la reconquista cristiana, para incorporarlos por la fuerza al ejército español en América. Luego se sumaban mercenarios andaluces que preferían escapar de la inquisición (por acuciantes problemas de subsistencia) y de aquel infierno que los devoraba, y aventurarse en América como soldados rasos, para luego, si se presentaba la oportunidad, escapar a la libertad en los desiertos pampeanos (esto último potenciado por el abuso militar). Miles y miles de moriscos de España escapaban hacia América por causa de la inquisición, y poco a poco se fueron mezclando con los criollos y los nativos aborígenes (existen registros históricos que exponen la mestización entre españoles andaluces –moriscos- y nativas guaraníes).

Por ejemplo, el tradicionalista y jurisconsulto argentino Carlos Molina Massey (1884-1964), que ha estudiado el origen del gaucho, se pregunta: «¿De dónde vino el gaucho? Nuestra capital cosmopolita se fundó con setenta familias guaraníes, traídas de la Asunción por Juan de Garay. Otras familias querandíes se le fueron incorporando. En 1671 recibió la ciudad un contingente de doscientas y pico de familias "calchaquíes" de la tribu de los "Quilmes". De esas cruzas indo-españolas salieron los primeros gauchos de las pampas de Buenos Aires y análogo origen tuvieron sus hermanos del continente. Los ocho siglos de conquista mora habían puesto su sello racial característico en la población íbera: el ochenta por ciento de la población peninsular llegada a nuestras playas traía sangre mora. El gaucho fue por eso como un avatar, como una reencarnación del alma de la morería fundiéndose con el alma aborigen en el gran ambiente libertario de América».

Es importante destacar que desde 1585 hasta 1609 aproximadamente, ingresó a Brasil desde Portugal una enorme cantidad de moriscos que huían de la inquisición en barcos que eludían los controles. Posteriormente desde Brasil ingresaron al territorio de la actual Argentina, a causa de ser expulsados por la misma inquisición por sospechar de que eran musulmanes falsamente cristianos.

Los moriscos que vinieron a América llegaron huyendo del estigma doloroso impuesto por las persecuciones de la inquisición. Aquí forjaron culturas ecuestres: la de los gauchos (Argentina, Uruguay y Brasil), huasos (Chile), llaneros (Colombia y Venezuela), chagras (Ecuador) y qorilazos (Perú), con múltiples influencias en la música, costumbres y estilos, desde el folclore argentino a la escuela tapatía mexicana. Estas simbolizaron su fe, su tradición y sus tremendas ansias de independencia y libertad. También construyeron iglesias, catedrales y residencias mudéjares de gran belleza (el mal llamado “arte colonial español” supone la presencia preponderante del arte islámico-mudéjar forjado por los moriscos).

Junto a los criollos surgidos de la mestización antes expuesta, los primeros gauchos fueron soldados andaluces que desertaron del ejército español y huyeron al desierto pampeano. Por esta razón fueron perseguidos por las autoridades mediante el ejército, y esto ocurrió durante toda la colonización española. Cuenta la leyenda que el primer gaucho fue un soldado raso andaluz llamado Alejo Godoy en el año 1586. Después continuaron desertando miles de soldados andaluces a causa de injusticias, malos tratos, mal pagados, etc. A partir de la zona pampeana posteriormente se extendieron por gran parte del país. Por esto es que la mayoría escapaba al registro de los censos y aún al servicio militar hasta fines del siglo XIX.

El escritor argentino de origen árabe,  lbrahim H. Hallar (1915-1979), escribe lo siguiente:

En 1580, don Juan de Garay sale de Asunción con sesenta soldados, algunos oficiales y mujeres guaraníes. Estas llevan ya sus hijos nativos, producto de uniones con el conquistador hispano. (…) Anotemos que vasconios y asturios, encomenderos por las Leyes de Indias, no podían contaminar su casta; sólo podía hacerlo el soldado libre, raso; el andaluz morisco, a quien le fue permitido uniones con veinte, treinta y hasta con cuarenta mujeres indígenas. El contingente, que señaláramos precedentemente, acampa el 11 de junio en el mismo lugar abandonado por don Pedro de Mendoza. Y aquí cuenta la leyenda que seis años después (1586) uno de aquellos soldados rasos, que venía con el vasco Garay se quejó en misiva al monarca de todas las Españas, de la podredumbre en que vivían. Apercibido y fuertemente reprimido por el Veedor del Rey, hizo trueque de su morada al precio de un caballo blanco y una guitarra; y montando en el brioso corcel, se acercó a la plazuela Mayor y única, y al tiempo que clavaba sus espuelas en el noble animal, exclamó con todas sus fuerzas: ¡¡Muera Felipe II!! (...) y, caballo, jinete y guitarra rumbearon hacia la pampa distante —cuenta el cronista— unos cientos de metros más allá. Y así nació el primer gaucho, el primer rebelde que la historia o tradición conoce por el nombre de Alejo Godoy’. (I.H.Hallar, El Gaucho. Su originalidad arábiga, Edición del autor, Buenos Aires, 1963, págs. 5-6).

El Tradicionalista Carlos Alberto Del Pin, director de la Revista Identidad, nos cuenta acerca del origen morisco del gaucho:

El Rey de España insistía en que los Cabildantes expulsaran a los Moriscos, pero eso nunca pudo concretarse. Por eso se explica el tipo de vida seminómada del gaucho que siempre andaba a caballo de acá para allá, cambiando continuamente de lugar, y se lo acusaba de vago, bárbaro, incivilizado, etc. Era absolutamente necesario ese tipo de vida, para evitar ser aprehendido por los militares. Aparte de esa causa, téngase en cuenta también el origen árabe nómade de sus ancestros que vivían en el desierto del norte de África. De manera que había además una tendencia innata. No les costó mucho adaptarse a esa situación. Por eso se explica que siempre las autoridades fueron persecutorias del gaucho, desde un principio, y aun después de la independencia Argentina, aunque en ese entonces se sumaron a la persecución de carácter social, las persecuciones de carácter político y hasta cultural, interviniendo además, la prolongada guerra civil entre Unitarios y Federales, con sus consecuencias. Originalmente, en el Río de la Plata, los Moriscos encontraron un cierto alivio a las persecuciones y torturas, pero seguían fingiendo ser cristianos y ocultaban en lo posible su Identidad (Musulmana) en muchos aspectos, para evitar esas barbaridades por parte de los que se decían Cristianos y “civilizados”. En la península Ibérica los Cristianos les hacían la vida imposible, en todo sentido. Imposiciones religiosas cristianas por la fuerza, imposiciones culturales, de usos y costumbres, les despreciaban hasta sus comidas típicas, gustos, juegos y diversiones. Querían hacerles un cambio de mentalidad total. Los Moriscos muchas veces agachaban la cabeza ante imposiciones de los Cristianos, pero algunos eran frontales y entonces sufrían las penurias consecuentes.

Mucho después de la independencia Argentina, se fue tergiversando -intencionalmente unos y por ignorancia otros- esa realidad que está bien documentada en nuestra historia, como para sepultar todo vestigio Morisco en nuestro gaucho y en nuestra población criolla en general, seguramente por un fanatismo religioso incomprensible de aquella época, y comenzó en cierto momento a rodarse la idea del origen exclusivo y directo del gaucho, del Español Cristiano (generalmente Gallego y Vasco) mestizado con el Aborigen, ignorando totalmente al Morisco, porque éste fue perseguido por la inquisición, y se quiso ocultar todo. (Revista Identidad Nacional y Cultura Gaucha)

Este proceso persecutorio trajo aparejado el hecho incuestionable de que la influencia hispanomusulmana que los moriscos transfirieron a su vástago americano fuese no tanto dogmática sino más bien vivencial, plasmada en señales distintivas que van desde la vestimenta y la monta caballar hasta la música y el refranero picaresco y sapiencial de sus dichos y payadas.

Eduardo Mansilla de García, en el libro titulado “Lucía Miranda”, narra el siguiente episodio que nos resulta altamente significativo: “Gaboto, zarpa del puerto de Cádiz, España, con una flotilla de tres buques y 200 personas. A cargo de una de las naves va el 2º Oficial Sebastián Hurtado con su esposa, Lucía Miranda, morisca, natural de Murcia, España, su padre y cinco familias amigas. En mayo de 1526 navegaron el Río Paraná, y a la altura de lo que los aborígenes Timbúes denominan Carcarañá, desembarcan y levantan el Fuerte Sancti Spiritu, quedando a cargo de Hurtado y 76 hombres. Gaboto prosigue la navegación. No pocos componentes de la tripulación eran Españoles de origen musulmán”.

El primero en ver a los Moriscos a caballo en la pampa y denunciar su presencia en nuestro país, fue Hernandarias, primer Gobernador del Río de la Plata (hasta 1618), quien escribe al Rey de España en 1617, diciendo que encontró muchos Moriscos (les decían “gente perdida”), que tienen su sustento en el campo, dedicados a las vaquerías (caza de vacas), “tendiendo a ser chácaras” (Hernandarias vivió entre 1564 y 1634 aproximadamente). Diego de Góngora, Gobernador del Río de La Plata que sucedió a Hernandarias, presentaba sus quejas al Rey de España, alertando “que se multiplicaban los Moriscos en la pampa, con el constante aporte de náufragos, desertores del ejército, aparte de los que venían en barcos clandestinos que los traían cobrando una cierta cantidad de dinero”. A los Moriscos les decían en esa época, “Maturrangos” (y a los Judíos, “Matuchos”). Durante el reinado de Felipe III de España fueron expulsados, entre 1609 y 1614, mucho más de 500.000 Moriscos dese país. Muchos huyeron a Marruecos, pero muchos aparecieron en ambas márgenes del Río de la Plata, para iniciar una nueva vida. Después de 1614, durante toda la colonización hispánica, siguió la afluencia de miles de Moriscos en el Río de La Plata. Ahora bien, si llegaron moriscos al Río de la Plata y dejaron pautas culturales que arraigaron, es porque lo hicieron en cantidad significativa.

Numerosos autores clásicos y contemporáneos de la Argentina han hablado del gaucho como un avatar de lo árabe trasplantado a la pampa de nuestro país austral.

El primer gran teórico sobre los orígenes hispanomusulmanes del gaucho fue el jurisconsulto, escritor y periodista Federico Tobal (1840-1898), quien dice: "El traje del gaucho no es más que una degeneración del traje del árabe y aún los dos hombres se confunden al primer aspecto. El chiripá, el poncho, la chaqueta, el tirador, el pañuelo en la cabeza y bajo el sombrero, no son más que modificaciones de las piezas del vestido árabe, pero modificaciones ligeras y que no constituyen un traje aparte como el nuestro europeo. El habitante de nuestra campaña no ha creado este traje como vulgarmente se afirma, fundándose en que está indicado por el medio en que vive. Él lo ha recibido de sus mayores que lo crearon precisamente por la razón indicada y lo conserva con la adhesión apasionada que inspiran los hábitos heredados. Y hace bien en conservarlo, porque es bello, como hacen mal los que predican su supresión como 'si el hábito hiciera al monje' y como si la civilización estuviese en las tijeras del sastre francés o inglés. Ese traje era el que llevaba Avicena y Averroes y el que vistieron califas eminentes, y Sófocles y Virgilio, cuyos bustos veneramos en nuestros gabinetes y cuyas obras admiramos, jamás conocieron más que la toga y la clámide (...) Todo en el gaucho es oriental y árabe: su casa, su alimento, su traje, sus pasiones, sus vicios y virtudes y aún sus creencias. (...) Interminable sería agotar esta tesis. Las cosas, los hechos y los accidentes de relación que constatan el origen se ofrecen por doquiera. La semejanza es tan viva que basta la más ligera atención para percibirla. (...) Por mayor que sea la indolencia en que haya caído el gaucho, carecerá de árboles o de huerto su hogar, pero no carecerá del pozo que es la cisterna (jagüel o aljibe) para las frecuentes abluciones, alta necesidad de sus costumbres que se nota especialmente entre los pueblos paraguayo y correntino y que no es ciertamente de origen indio" (F. Tobal: 'Los libros de Eduardo Gutiérrez: El gaucho y el árabe', notas en el diario La Nación de Buenos Aires los días 16, 23 y 28 de febrero y el 2 y el 4 de marzo de 1886).

El poeta e investigador entrerriano Marcelino Román, en su obra ‘El Itinerario del Payador’, nos dice lo siguiente:

‘Unos ven en el gaucho un árabe, por su aspecto y por entender que la sangre morisca de los andaluces fue la que principalmente afluyó a las pampas con la conquista y la colonización hispánica (…).

A menudo los gauchos han sido comparados con los árabes. "Estos árabes sudamericanos", dice Mac Cann, después de observar a un grupo de conductores de carretas. "Tienen un sorprendente aspecto de árabes o de beduinos", expresa León Palliére.

Sarmiento también estableció semejanzas entre los gauchos y los árabes no solamente en sus rasgos fisonómicos, sino también en cuanto a los usos, las costumbres e inclinaciones. Para Mitre el gaucho era "una especie de árabe y cosaco", que poseía el fatalismo del primero. (…) Para Groussac él era "hermano del árabe nómada trasplantado a la pampa americana". Consideraciones análogas formuló Carlos Octavio Bunge.

Enrique Gómez Carrillo, fino cronista, curioso trotamundos, que visitó por primera vez la Argentina en 1914, vio también al gaucho "con cara y con alma de árabe". (…)

Los gauchos rioplatenses han sido parangonados con los llaneros de Venezuela. Y allá también aparece la tendencia que venimos señalando.

Al hablar de la gente da su tierra venezolana Rafael María Baralt, prestigioso escritor del siglo pasado, decía que las costumbres de los llaneros, "por una singularidad curiosa, eran y son aún tártaras y árabes más que americanas y europeas". Agregaba que "sus dichos, festivos siempre y en ocasiones profundamente epigramáticos, participan del gracejo y donaire natural de la risueña Andalucía".

Escritores de la época actual se expiden en parecidos términos. Vemos, pues, prevalecer la creencia de que en el hombre de los llanos de la América del Sur preponderan los rasgos procedentes de la herencia árabe trasmitidos a través de los andaluces y que por eso es un poeta intuitivo.’ (El Itinerario del Payador, Cap.: ‘El Payador en el Cuadro Histórico, Social y Cultural’)

Carlos Octavio Bunge (1875-1918), en un discurso pronunciado en la Academia de Filosofía y Letras, en 1913, dice del gaucho:

"Por sus facciones correctas, sus sedosos cabellos y barba, y sobre todo por la gracia emoliente de sus mujeres, recordaba al árabe trasplantado a las orillas del Betis (es decir, a los andaluces)."

En 1850 Domingo F. Sarmiento inserta la siguiente nota a su ‘Facundo’: "No es fuera de propósito recordar aquí las semejanzas notables que presentan los argentinos con los árabes. En Argel, en Orán, en Mascara, y en los aduares del desierto, vi siempre a los árabes reunidos en cafés, por estarles prohibido el uso de licores, apiñados en derredor del canto de la vihuela a dúo, recitando canciones nacionales plañideras como nuestros tristes (estilo de canción gaucha). La rienda de los árabes es tejida de cuero y con azotera como las nuestras; el freno de que usamos es el freno árabe y muchas de nuestras costumbres revelan el contacto de nuestros padres con los moros de Andalucía. De las fisonomías no se hable: algunos árabes he conocido que juraría haberlos visto en mi país" (D.F. sarmiento: Facundo, Editorial Estrada, Buenos Aires, 1953, pág. 84).

El escritor, poeta y tradicionalista catamarqueño Luis L. Franco (1898-1988), en su libro ‘El otro Rosas’ señala lo siguiente: "La ascendencia de los jinetes del desierto arábigo o africano está presente en más de un detalle: el uso de riendas abiertas para sujetar el caballo si desmonta el jinete; el cabalgar derecho en la silla; el trepar sobre ella de un salto sin tocar el estribo mientras el caballo avanza. (...) El nuevo hombre ya no es español, por cierto. Por el lado de su sangre india le viene la aptitud para el dominio de la desaforada llanura, por el otro lado también: la sangre medio mora de España ha recobrado en la pampa su medio originario de desierto poblado de galopes. (...) El gaucho come carne y bebe mate amargo. Mate y carne de vaca (por eso asegura Lugones: 'El gaucho nunca fue alcoholista'. -El Payador, pág. 50). (...) El aduar árabe, la toldería pampa misma, significan, cada cual a su modo, una asociación efectiva (...) El gaucho no es propiamente un nómade, ni tampoco lo contrario; es más bien, si se quiere, un sedentario a caballo. Diríamos que nace a caballo, pues el niño es, a los cuatro años, un jinete delante de Dios... (...) Como en las tribus árabes, aquí el cantor es agente de sociabilidad, es decir, de cultura. Todo gaucho es músico, pero en las broncas coplas del payador, el corazón de los hijos del desierto balbucea el lenguaje confraternal de la poesía. (...) Desde luego, el gaucho no era un salvaje, pues, por raro que parezca, el admirable espíritu de la cortesía árabe-española (islámica), que la opresión político religiosa (de la inquisición) no pudo extinguir del todo en la Península, persistió en él" (L.L. Franco: El Otro Rosas, Editorial Schapire, Buenos Aires, 1968, págs. 79-108 y 125).

Otro gran expositor de la influencia morisca en nuestra cultura gauchesca ha sido el prolífico escritor Leopoldo Lugones que citaremos más adelante.

La asimilación de la árabe al gaucho no deja de ser una apreciación real, aunque sujeta a ciertas observaciones importantes: Por un lado es muy frecuente la asociación poco erudita y exclusiva de lo árabe con lo islámico. Si bien el Islam como tal fue revelado en Arabia, a un profeta árabe, en lengua árabe, no deja de ser una realidad no menos menor que el componente racial netamente árabe en el mundo islámico no representa más que el 10% de la población musulmana total. Por otro lado, mucho de lo que estos autores citan como marcas distintivas árabes en el gaucho se corresponden con atributos profundamente islámicos: hospitalidad, valentía, honestidad, prudencia, sabiduría de raigambre natural, modos vivenciales asociados al nomadismo, etc., atributos característicos que en el Islam gozan de una evidente universalidad por sobre toda consideración de índole étnica o racial. También se alude a lo árabe en el gaucho en cuanto a costumbres que, como dijimos, van desde la vestimenta hasta la manera de enjaezar al caballo. Estas cosas, sin embargo, son menos árabes que morisco-andaluzas, y el andaluz como tal constitutivamente recibe en gran medida un aporte étnico bereber correspondiente a las tribus del norte de África que ingresaron y poblaron la Península Ibérica llevando el Islam allá por el año 711 de la era cristiana, como ya hemos comentado. Por esto que consideramos acertado referir más una influencia marcadamente hispanomusulmana que propiamente árabe en nuestro representante autóctono. Y esto, justamente, es lo que debemos aprender a conocer y apreciar, ya que para nosotros, musulmanes argentinos, constituye una valiosa herencia tradicional que remite al glorioso pasado que Allah Todopoderoso manifestó mediante la apoteosis cultural y espiritual del Islam en Al-Ándalus.

***
III.  Elementos Hispanomusulmanes en el Gaucho Argentino

Antes de comenzar a enumerar los elementos propios que ha legado la influencia morisca al gaucho argentino citaremos a la escritora e investigadora María Elvira Sagarzazu que nos dice lo siguiente:

El nombre ‘español’ no puede aplicarse indistintamente a cualquier vestigio colonial originado en la España del siglo XVI porque todavía seguían residiendo en ella miembros y ex-miembros de la comunidad musulmana cuyas creencias y costumbres se diferenciaban netamente de las del sector cristiano. Serán precisamente los descendientes de musulmanes los más necesitados de abandonar España cuando en 1609 se decrete un edicto de expulsión contra su comunidad.

Al mismo tiempo, el movimiento humano que supone la colonización del Nuevo Mundo brindaría la ocasión de que estos moriscos, disimulando su origen, aprovecharan las ventajas de radicarse en América. Es ese mecanismo el responsable del traslado al Río del Plata de rasgos culturales, materiales y psicológicos que evocan, desde entonces, la presencia del lejano marco islámico dentro del que habían vivido los moriscos antes de la cancelación jurídica de su comunidad.

Aun cuando sus miembros fueron obligados a adoptar el cristianismo en el siglo XVI, un conjunto de rasgos culturales particulares serían introducidos por sus descendientes en el Nuevo Mundo, configurando un legado que no debe confundirse con el trasmitido por los españoles del sector cristiano europeo.

De todo lo expuesto deduciremos la cantidad de elementos de origen hispano-musulmán que trajeron los moriscos al Río de la Plata, que se incorporaron a la cultura gaucha como por ejemplo: el freno criollo, la 'pontezuela' del freno, el 'fiador', antecesor del actual bozal para usar en el caballo, la escuela de equitación denominada 'de la jineta', las primitivas espuelas y estribos, la montura española-morisca de arzones altos, la albarda, la alforja, el recado criollo, la guitarra criolla, el juego de la 'taba' -que los musulmanes llamaban 'kaba'-, el juego de naipes llamado 'truco', la corrida de sortija -ejercicio de destreza ecuestre que aún hoy se practica por los musulmanes en Marruecos-, la 'bombacha' criolla -pantalones holgados que aún hoy se conserva en el mundo islámico como ropa tradicional para el hombre, el pañuelo serenero, el tirador con la rastra –prenda tradicional originalmente usada por los campesinos musulmanes de los Balcanes-, el facón del que encontramos un antecedente directo en la gumía que utilizan los musulmanes del Norte de África, el 'velorio del angelito' -ceremonia que se practicaba sobre todo en el norte de nuestro país y que tiene un antiguo origen en los moros de España únicamente-; entre las costumbres familiares se encuentra una que aún pervive en la campaña correntina y que consiste en cortar el cabello el hijo varón recién nacido antes del bautismo. Esto se remite a una tradición islámica llamada 'aqiqa', en la que se corta el cabello del niño recién nacido antes de darle el nombre.

Ahora bien, de lo anteriormente nombrado anotaremos brevemente lo siguiente:

En cuanto al ‘fiador’, o collar del cual se prendía el cabestro cuando era necesario ‘atar a soga’, es decir, de largo, para que el caballo pastara, figura en el jaez de una antigua miniatura persa que lleva el número 2265 del Museo Británico; y en el Museo de la India, en Londres, repítenlo profusamente las láminas de la obra mongola Akbar Namali que es del siglo XVI. Persa fue igualmente la montura de pomo delantero encorvado que conocemos con el nombre de ‘Mejicana’: algunas tuvieron en Oriente la forma de un pato con el pecho saliente y la cola erguida. El freno y las espuelas a la jineta proceden también de Persia; naturalmente, que por adaptación morisca en nuestro caso, y refundiendo cada detalle en un conjunto de pintoresca originalidad. (Citado por L. Lugones, ‘El Payador’, pág. 37).

Continuando con los aperos criollos heredados de los moriscos:

Albarda proviene del árabe hispanizado albárda‘ah, y este del árabe clásico barda‘ah. Es la pieza principal del aparejo de las caballerías de carga, que se compone de dos a manera de almohadas rellenas, generalmente de paja y unidas por la parte que cae sobre el lomo del animal.

Alforja proviene del árabe hispanizado alfurj, y este del árabe clásico furj. Es una especie de talega abierta por el centro y cerrada por sus extremos, los cuales forman dos bolsas grandes y ordinariamente cuadradas, donde, repartiendo el peso para mayor comodidad, se guardan algunas cosas que han de llevarse de una parte a otra.

Acerca del Truco: el criollazo juego de naipes es de origen hispanomusulmán (del árabe 'Truk' o 'Truch'), y algunos lingüistas aseguran que es el origen etimológico de la palabra 'truco', debido a los ardides que se emplean en este juego. Existe una leyenda asociada al origen de las cartas que principiaron el juego. Dicen ciertos libros musulmanes que los hispano-árabes disponían de una baraja entera, pero que en un descuido, unos niños la tomaron para jugar a la guerra. Recortaron las figuras, es decir, los reyes, caballos y sotas; designaron el as de oro como símbolo y el de copas para premio de los campeonatos. El mazo quedó notablemente reducido. Los musulmanes, disgustados al ver que no podían hacer una partida de brisca, idearon otro juego y de allí nació el 'Truc'.

La Bombacha, pantalones amplios que se angostan en el tobillo, constituye una característica particular en la indumentaria del gaucho argentino, que también tiene origen árabe, como resulta obvio al constatar que es en el mundo árabe y en especial en lo que constituía el Imperio Turco-Otomano en el siglo XIX -que dominaba los Balcanes e incluso Grecia- donde este tipo de vestimenta se usaba.

En Marzo de 1856, se firma el tratado de Paz que da fin a la Guerra de Crimea, que enfrentó a las fuerzas del Imperio Turco-Otomano contra Rusia. Más allá de las numerables bajas, la Guerra de Crimea arrojó otro número que significó un gran cambio cultural en nuestras pampas: más de cien mil uniformes, sobre todo pantalones ‘babuchas’ para los soldados turco-otomanos, “sobraron” y se enviaron para comercializar al Río de La Plata. La guerra terminaba antes de lo previsto y dejaba un importante excedente de uniformes (‘babuchas’ turco-otomanas) que es exportado al mercado rioplatense. El primer paso lo dio el presidente de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza, quien intercambió cien mil de estas prendas por productos de la Confederación. Pero, como eran demasiadas, lo que sobró fue a parar a las pulperías de campaña, con la inmediata consecuencia de su adopción por parte del paisanaje. Así la ‘babucha turco-otomana’ se convirtió en la ‘bombacha campestre’ de nuestros criollos.

En cuanto a la analogía del facón con la gumía (arma blanca de hoja curva que utilizaban los bereberes del norte de África) Carlos Octavio Bunge dice: "Curioso sería indagar de donde proviene el vocablo 'facón', argentinismo que aun no registran los diccionarios castellanos. A todas luces es un aumentativo de 'faca' (del latín falx), que, según la Academia Española de la Lengua, significa 'cuchillo corvo'. En tal sentido usaban la palabra los escritores clásicos, aunque también en nuestros días se llama vulgarmente así 'un cuchillo recto y filoso'. Esta última acepción es probablemente posterior a la conquista. (...) Ahora bien, no estará de más recordar que, según una carta del padre Cattaneo, aun a principios del siglo XVIII, los gauchos explotaban las vacadas bravías desjarretando las reses, a caballo, con 'un instrumento cortante en forma de media luna'. ¿No es de suponer que tal fuera el cuchillo primitivo del gaucho, trocado luego por el facón, precisamente a mérito de su necesidad de llevar siempre consigo un arma de combate para defenderse cuando fuera desafiado?" (Del Derecho en la literatura gauchesca, discurso pronunciado en la Academia de Filosofía y Letras, 1913).

Sobre los antecedentes de nuestra guitarra criolla: la guitarra proviene de un instrumento de cuerdas que fue introducido por los árabes durante la conquista musulmana de la península ibérica y que posteriormente evolucionó en la España islámica (al-Ándalus) de acuerdo a los gustos del pueblo. Se dice que el primer instrumento con mástil fue el ‘ud árabe, cuyo nombre los españoles terminaron fundiendo erróneamente con su artículo femenino: «al ‘ud», convirtiéndose en el masculino "laúd". Su evolución culminaría en la guitarra criolla tal cual la conocemos hoy en día.

Rafael Altamira (citado por G. Foster en ‘Cultura y Conquista. La herencia española de América’, 1962) comenta que se realizaba en épocas recientes (a la conquista) un baile de los angelitos, al fallecer un niño, en la costa del Mediterráneo español, desde Castellón hasta Murcia, extendiéndose también a Extremadura y las islas Canarias. Por otra parte, Gabriel María Vergara y Martín (cit. por Foster) cita que este baile existió en tiempos más lejanos también, en el centro y sur de España, ofreciendo el ejemplo de aldeas de Segovia, en que las exequias de un niño menor de siete años se acompañaba con música de tono alegre ejecutada con tambor y flauta.

La documentación nos indica que el primitivo origen de este funeral de párvulos, tiene relación con la presencia de los árabes en territorio español, desde los comienzos de la conquista a partir del siglo VIII. De la mano de los conquistadores pasa a América. Aquí, su gran dispersión espacial desde México a la Argentina, dentro del marco de culturas etnográficas autóctonas, de pueblos de negros, como así también de sociedades criollas y mestizas, nos conduce a pensar que se aceptó, dentro de tan amplio espectro de pobladores, al fusionarse con un cúmulo de creencias preexistentes que coincidían en una mentalidad análoga a la hispánica.

Si bien los estudiosos del tema refieren el origen del Poncho, prenda distintiva del Gaucho, a una procedencia aborigen, Marcos A. Morínigo, en 'Notas para la etimología del Poncho', y luego el filólogo español Joan Corominas en su Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, niegan su origen indígena basándose en una aparición de la palabra 'poncho', con el sentido de 'frazadilla', en la crónica del sevillano Alonso de Santa Cruz de 1530, años antes de la conquista del Imperio Inca o del primer contacto entre mapuches y españoles. Recordemos también que Sevilla, el lugar natal de Santa Cruz, es la ciudad más poblada de Andalucía. Nuevamente encontramos significativas similitudes entre el Poncho y el Albornoz. El albornoz (del árabe al-burnus) es una prenda de lana usada por los campesinos de Argelia y Túnez. Es una especie de capa de lana que protege del frío a los pastores del Magreb africano. Asimismo el Aba árabe, paño de lana sin mangas, abierto por el medio para pasar la cabeza. Lugones escribe en El Payador: "...el poncho heredado de los vegueros de Valencia", luego en una nota inserta dice que del aba árabe saldría la pieza análoga de los vegueros (campesinos) valencianos. No está de más hacer ver que en el Reino de Valencia tuvo asentamiento el segundo gran contingente morisco que sufría los rigores de la persecución.

En cuanto a la gastronomía encontramos que la primitiva y auténtica cocina criolla no admitía carne de cerdo -la vida rural a la que el morisco se acogía en España, como aparcero o como arriero, le brindaba el refugio adecuado para prolongar costumbres prohibidas, como la veda de carne porcina que hacía referencia a su pasado islámico y que por esto mismo sería sistemáticamente castigado por la Inquisición española. En nuestras pampas, el morisco derivaría estas costumbres al gaucho, su descendiente directo-. Las empanadas sin carne de cerdo fueron introducidas por los musulmanes en Andalucía y en el sur de Italia, y de allí se extendieron a todo el mundo; la tortilla criolla de papas, no contiene carne de cerdo, fue creada por los moriscos. El chorizo criollo tampoco contiene cerdo. En cambio la empanada y la tortilla de papas españolas sí contienen (de aquí el chorizo colorado español).

La ganadería en Argentina sigue tradicionalmente empeñada en la cría de bovinos y, en menor medida, de ganado lanar. En ese esquema no es secundario señalar que el gaucho, mano de obra por excelencia en ese medio, rehuía la cría del cerdo: sencillamente no lo hacía. Este animal que consumían los cristianos viejos, se conservó allá donde los cuidadores, los peones, tenían origen indígena, como sucedió en la zona andina, pero desapareció en las grandes estancias donde el trabajo quedó a cargo de criollos de origen peninsular. Así ocurrió en la cuenca cisplatina, desde el Río Grande do Sul (en Brasil) hasta el sur pampeano. Y así desapareció prácticamente el cerdo de la mesa argentina, al punto de perderse a nivel popular el 'tocino'. Esa preparación vuelve al léxico argentino -más que a la gastronomía- con los inmigrantes italianos del siglo XIX, como lo refleja la denominación vigente: el italianismo 'panceta' (Citado por M. E. Sagarzazu, en la revista Sharq al-Andalus, 18, pág. 128).

También de origen musulmán el sacrificar los animales mirando hacia el este[1], práctica que los musulmanes llevan a cabo hacia la Ka'ba, o sea, el este.

También de procedencia morisca el gusto por ciertas frutas (higo, melón, etc.) y dulces (alfeñique, alfajores con dulce de leche, el arrope, etc., creados por ellos). También los buñuelos, pastelitos y empanadas, todo de su creación. Sobre el dulce de leche diremos que su origen es el arrope, del ár. ar-rub, que expresa la idea de jugo de fruta cocido. Sagarzazu nos dice que es una versión derivada del arrope hispanoárabe utilizado por los moriscos, entre otras cosas para pegar la tapita de los alfajores. El dulce de leche es el postre identificatorio de la argentina,  aunque no haya nacido aquí ni en Chile, México o los demás países que reclaman ser su cuna porque también se ha consumido desde tiempos coloniales con diferentes denominaciones. El hilo civilizatorio que va desde el alfajor al dulce de leche se torna visible al examinar que la receta de la leche a reemplazado al jugo de frutas, por lo que en realidad nace por una analogía con los arropes. La preparación del arrope, que era conocida por los andaluces ya en el siglo XI y figura entre las preferencias moriscas, involucra un proceso de cocciones y descansos hasta lograr la reducción  del líquido a un cuarto, como expresa la raíz árabe rub, del mismo origen que cuatro. Entre el mundo árabe y los argentinos circula una corriente de simpatía hacia las cosas dulces de la que no tomamos conciencia hasta que paladeamos atentamente postres de otras regiones del mundo y notamos que nuestro tenor de azúcar es elevado en comparación al de otros países. Los árabes hicieron uso generoso del azúcar porque conocieron la técnica del cultivo de la caña desde tiempos tempranos introduciéndola en España.

El rechazo de la mayoría de los españoles hacia la minoría hispanomusulmana ha sido expresado a veces de manera vociferante y a veces sutil, como podría ser en el caso del azúcar, que por ser “cosas de moros” gozaba de menos prestigio que el alcanzado en la gastronomía hispanoamericana en general. La fobia a los moriscos fue tan pronunciada entre algunos españoles que hasta cuando comían eran objeto de escarnio. Un campeón del fanatismo, Pedro Aznar Cardona, en su obra “Expulsión de los moriscos de España” del año 1612, escribe: “ Los moriscos comen cosas viles”, y en la lista de ellas anota: “ albóndigas, pasas, higos, miel, arrope, melones, pepinos, duraznos.” (Citado por M. E. Zagarzazu en “La conquista furtiva” , Ovejero Martín Editores, Rosario, 2001).

En el ámbito de la música también el origen de la zamba y la cueca, que derivan de la zamacueca, ésta de la sevillana española, ésta a su vez de una música antiquísima de los moros. Escribe Lugones: “Sentimental de suyo, como que lloraba congojas de expatriados y traía en su origen moro las bárbaras quejas del desierto, hondamente exhaladas como el rugido del león, la música de los conquistadores halló en el hombre de la pampa el mismo terreno propicio que los instintos aventureros del paladín” ( ‘El Payador’, pág. 63).

Diversos musicólogos coinciden en que la cueca y la zamba, danzas tradicionales de la Argentina y Chile, proceden de un antiguo estilo musical llamado zamacueca. Ahora bien, el profesor del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile, Eugenio Chahuán, en su artículo 'Presencia Árabe en Chile', nos comenta lo siguiente: "Una curiosa 'jarcha' (breve composición lírica) de la última estrofa de una muwashshaha (moaxaja) del cancionero árabe popular del siglo IX, que se encuentra en la compilación y restauración realizada por el profesor Sayed Ghazi, en su obra 'Diván de Muwashshahas Andaluzas', nos presenta el cuadro plástico coreográfico del hombre y la mujer en la cueca... La importancia de esta jarcha árabe consiste en ser parte de un conjunto de cantos y bailes populares, lo que nos haría suponer el origen árabe-andaluz de la cueca. Al respecto cabe señalar que la etimología de la palabra cueca nos indicaría la posibilidad de un origen árabe de este baile: cueca, zamacueca y su viable conexión con el término árabe samakuk que origina el español zamacuco: malicioso, embriaguez, hombre torpe y rudo, nombre derivado del verbo árabe Kauka, que señala la acción seductora que realiza el gallo para conquistar a la gallina, que, coincidentemente, conllevaría el simbolismo de la cueca (y derivados como la zamba y la chacarera -cf. los zapateos y los zarandeos de polleras netamente andaluces)" (Revista Chilena de Humanidades, N 1, 1983). El profesor Ricardo Elía apunta que 'zamacuco también es una persona solapada, que calla y hace su voluntad, características de los perseguidos y clandestinos, como los moriscos y los gauchos'. Siguiendo esta misma línea, el musicólogo chileno Samuel Claro Vilches publicó un trabajo erudito titulado 'Cueca chilena, cueca tradicional' (Universidad Católica de Chile, 1986), donde confirma el origen árabe de la cueca y compara su métrica con la de la muwashshaha andalusí.

La Payada, el arte poético-musical característico del Gaucho, arte perteneciente a la cultura hispánica que adquirió un gran desarrollo en el cono sur de nuestra América en el que una persona, el payador, improvisa un recitado en rima cantado y acompañado de una guitarra, y que cuando es a dúo se denomina 'contrapunto' y toma la forma de un duelo cantado en el que cada payador debe contestar payando las preguntas de su contrincante para luego pasar a preguntar del mismo modo, este Arte propio de nuestra tierra, está íntimamente relacionado con el Repentismo y el Trovo de la cultura islámica.

El Repentismo es un canto de improvisación que toma el tenor de 'discusión dialéctica' entre dos trovadores y que responde a un patrón determinado que ha estado presente en un gran número de culturas, sobre todo en la historia del Mediterráneo Musulmán.

En el ámbito árabe-musulmán, la improvisación es un arte arraigado desde el siglo VIII. La costumbre de improvisar 'sobre pie forzado' aparece en multitud de textos de la cultura islámica (p.ej. Las Mil y Una Noches), generándose incluso todo un sistema de juegos poéticos basados en la repentización, como señala Bencheikh en ‘Poetíque arabe’, Ed. Gallimard, París 1989 , pg. 73. El 'pie forzado' es un verso octosílabo que se impone a un poeta-cantor improvisador para que construya un poema improvisado cuyo último verso debe ser obligatoriamente el forzado[2]. El Arte de la poesía improvisada, en forma de duelo entre dos poetas, está suficientemente acreditada en Al-Ándalus (Cf. Del Campo Tejedor, Alberto: ‘Trovadores de repente’, Centro de Cultura Tradicional Ángel Carril, Salamanca, 2006).

Del Repentismo surge el Trovo, forma musical tradicional de la comarca de La Alpujarra, región histórica de Andalucía que comprende Granada y Almería, así como de otras zonas del sureste español, y que consiste en la improvisación de 'poesía dialogada' sobre una base musical folclórica. A partir de 1492, y especialmente tras la rebelión de los moriscos liderados por Muhammad ibn Umayya (en 1568-1570), la Alpujarra sufre un proceso de feroz despoblación a manos de la inquisición católica. En este largo período de casi un siglo, los moriscos alpujerraños mantuvieron sus tradiciones músico-poéticas y sus bailes (como la zambra).

La forma de expresión poética, los estilos de canto y acompañamiento que caracterizan a una gran parte de la poesía oral improvisada de la actualidad, con los estilos musicales propios derivados de la cultura hispano-árabe, existiendo similitudes indisimulables y pruebas de raíces comunes, sean españoles o hispanoamericanos, encontrará una forma de canto recitativo y acompasado, un tipo de acompañamiento musical cordófono (de cuerdas) y una forma de alternancia entre texto y música que responde a los mismos esquemas de expresión y representación propias de los recitados poéticos de la cultura musical islámica. He aquí los antecedentes de nuestra 'Payada'.

Notable la apreciación de Leopoldo Lugones que en el prólogo al ‘Payador’ dice que la Patria es un ser animado, y que como tal, su alma o ánima es en ella lo principal, siendo para nosotros este elemento diferencial la poesía de los antiguos cantores errantes que recorrían las campañas, expresión de la entidad espiritual constituida por el alma gaucha. Esta entidad a la que alude Lugones se nos manifiesta justamente como heredera del legado andaluz. El autor más adelante escribe: "...aquella brisa perfumada en el trebolar como una pastorcilla, aquella laguna que aún conservaba el nácar de la aurora, llenaban su alma de poesía y de música. Raro el gaucho que no fuese guitarrero, y abundaban los cantores. El payador constituyó un tipo nacional. Respetado por doquier, agasajado con la mejor voluntad, vivía de su guitarra y de sus versos" (El Payador, pág. 40).

El escritor y escribano Emilio Pedro Corbiére (1886-1946) nos dice: "Este gusto a payador o cantor, creación árabe, que es la primitiva sangre de los andaluces, vino importado con los conquistadores a América, y de aquéllos se han copiado muchos de sus objetos de uso, como los frenos y las riendas de cuero trenzado. Es árabe el estilo de sus canciones pesadas, monótonas, quejumbrosas como lamentos, siempre en el mismo tono, y que los nativos denominaron 'tristes'" ('El Gaucho. Desde su origen hasta nuestros días', Editorial Renacimiento, Sevilla, 1998, pág. 206)

En este contexto, son altamente significativas las declaraciones del cantautor uruguayo Alfredo Zitarrosa (1903-1969): "La milonga es rioplatense... Se trata de un ritmo que recibe influencias afro y, por cierto, también proviene, como una buena parte del folclore nuestro, del folclore del sur de Andalucía, del sur de España, del folclore andaluz". (Entrevista que se le realizó en España por el periodista José Luis Izaguirre, para Radio Peninsular en diciembre de 1976).

El ya citado Lugones escribe: “Precisamente los trovadores del desierto habían sido los primeros agentes de la cultura islámica, constituyendo en sus justas en verso, la reunión inicial de las tribus que Mahoma, un poeta del mismo género, confederó después (el autor habla del Profeta Muhammad como ‘poeta’ remitiéndose al Sagrado Qur’an, libro revelado que Muhammad se encargó de transmitir y cuya particularidad es el verso, ya que en el momento se dirigía a un pueblo de eminentes poetas para quienes la palabra tenía un influjo particularmente especial). Así se explica que para muchos gauchos, en quienes la sangre arábiga del español predominó, como he dicho, por hallarse en condiciones tan parecidas a las del medio ancestral  (el desierto árabe, la pampa argentina), tuviera el género tanta importancia (…) ¡Quién habría dicho al conquistador que con la guitarra introducía el más precioso elemento de civilización, puesto que ella iba a diferenciarnos del salvaje, el espíritu imperecedero! Dulce vihuela gaucha que ha vinculado a nuestros pastores… con la rediviva dulcedumbre de las qassidas arábigas cuyos contrapuntos al son del laúd antepasado y de la guzla monocorde como el llanto, iniciaron entre los ismaelitas del arenal la civilización musulmana: el alma argentina ensayó sus alas y su canto de pájaro silvestre en tu madero sonoro, y prolongó su sensibilidad por los nervios de tu cordaje, con cantos donde sintiose original, que es decir, animada por una vida propia. (El Payador, págs. 61-62)

Acerca del numen artístico del gaucho, el sociólogo y jurista argentino Carlos Octavio Bunge (1875-1918) dice:

"Poseía un espíritu contemplativo y religioso. Falto de escuelas, su filosofía era simple ciencia de la vida formulada en abundantes sentencias y refranes. (...)

Trovador de abolengo, habíase traído de Andalucía la guitarra, confidente de sus amores y estímulo de sus donaires. Sentado sobre un cráneo de potro o de vaca, bajo el alero del rancho o bien sobre las salientes raíces de un ombú, tañía las armónicas cuerdas para acompañar sus canciones dolientes o chispeantes, a cuyo ritmo bailaban los jóvenes. De este modo se unían en una sola manifestación, como en las culturas primitivas, las tres artes: danza, música y poesía. En la danza alternaban movimientos graciosos, casi solemnes, y alegres zapateos. En la música -cielitos, vidalitas, tristes, a veces no sin marcado sabor morisco-, recordaba las melodías populares de la bendita tierra de los claveles y las castañuelas. (...)

Era fértil en imágenes como los poetas orientales; casi no se expresaba más que con metáforas y en estilo figurado. Fácil lirismo tenía en el fondo del alma y el chascarrillo a flor de piel. Prolongaba inmensamente notas trémulas, vibrantes, cálidas, que se dirían nacidas, más que humano pecho, de las entrañas mismas de la Pampa, como por evocación divina." (Fragmentos del discurso pronunciado en la Academia de Filosofía y Letras, 1913)

Así también las virtudes de caballerosidad que hallamos en nuestro antepasado gaucho son las mismas que representan la quintaesencia de la virtud Islámica: generosidad, valor, hospitalidad, lealtad, honradez, templanza, sobriedad, un férreo sentido de la justicia y la libertad (cuyo corolario, el heroísmo, le hizo brillar en etapas claves de la historia argentina), y un profundo misticismo poético en el que Dios y Naturaleza vibran en versos de multiforme espiritualidad (leemos en el Martín Fierro: “Ansí me hallaba una noche/contemplando las estrellas/que le parecen más bellas/cuanto uno es más desgraciao/y que Dios las haiga criao/para consolarse en ellas./Aquí no valen los dotores/sólo vale la experiencia/aquí vería su inocencia/esos que todo lo saben/porque esto tiene otra llave/y el Gaucho tiene su cencia”). Estas virtudes las encontramos sintetizadas en el arquetipo por antonomasia de la experiencia islámica: el Profeta Muhammad (que Dios le conceda paz), quien dijo: “No he sido enviado sino para completar las virtudes elevadas”.

A este respecto anota Lugones: “Peligro y abundancia habían erigido la hospitalidad en el primero de los deberes. Aquella virtud, como tantos otros rasgos, exaltóse también con el ya indicado repunte del atavismo arábigo” (‘El Payador’, pág. 54)

El agrimensor, historiador y costumbrista Aníbal Cardoso (1862-1923), en uno de sus artículos escribe lo siguiente: "Es un hecho realmente curioso que después de luchar los españoles durante ocho siglos con los árabes hasta desalojarlos de la Península, vinieran pocos años después a colonizar nuestro país, donde sus hijos nacerían con el instinto y crecerían con la tendencia del amor al caballo, tan arraigado entre los moros, sus seculares enemigos. Si a esto se agrega el amor a la vida libre, el culto al valor y a la hospitalidad, la afición a los actos heroicos y caballerescos, y la frugalidad estoica en los tiempos de miseria, tenemos que nuestros gauchos han sido los árabes del Plata". (Aníbal Cardoso: Los atributos del gaucho colonial, en el Boletín de la Junta de Historia y Numismática Americana; Buenos Aires, 1928, v. 5, págs. 71-91; citado también por Gabriel Taboada en Gauchos, Tea, Buenos Aires, 1992, pág. 159)

El tradicionalista de origen francés y estudioso del gaucho por excelencia Emilio Honorio Daireaux (1843-1916), en su obra  ‘Vida y Costumbres en el Plata’ anota lo siguiente: "En la época de las primeras poblaciones en América la dominación de los Árabes en España había terminado por la expulsión o la sumisión; muchos de estos vencidos emigraron. En la pampa encontraron un medio donde podían continuar las tradiciones de la vida pastoril de sus antepasados. Fueron los primeros que se alejaron de las murallas de la ciudad para cuidar los primeros rebaños. Tan cierto es esto que á muchos usos y artefactos allí empleados se les designa con palabras árabes, al pozo, palabra española, se le nombra jagüel, desinencia árabe, y a la manera árabe sacan los pastores el agua. Gaucho es una palabra árabe desfigurada. Es fácil encontrar su parentesco con la palabra "chauch" que en árabe significa conductor de ganados. Todavía en Sevilla (en Andalucía), hasta en Valencia, al conductor de ganados se le nombra chaucho".

Al igual que Daireaux, Lugones enVoces americanas de procedencia arábiga’, nota publicada en La Nación, Buenos Aires, domingo 9 de marzo de 1924, demuestra el origen árabe de la palabra "gaucho", pero derivándola de uahsh o uahshi, esto es en árabe: montaraz, bravío, arisco, huraño; asimismo, explica cómo su variación fonética alcanza a términos como huaso, guaso, guácharo, guacho, etc.

El ya citado J. Corominas, en su ‘Diccionario Clásico Etimológico Castellano e Hispánico’, aclara que ‘baquiano’ procede de baqiya, voz que en árabe significa ‘el resto, lo que queda’. En su excelente trabajo ya citado ‘Baquiano, un enigma con historia’, la investigadora y escritora María Elvira Sagarzazu escribe lo siguiente: ‘Ahora bien, este sentido de conocedor práctico, de guía, que la voz conlleva, no guarda aparente relación con la raíz árabe que apunta al remanente de algo; ha de hilarse más fino para llegar al punto donde el significado del étimo árabe empalma con el de conocedor. Personalizando la idea de remanente y expresándola como los que quedan, se visualiza el recorrido de las nociones que contribuyeron a la génesis semántica de la voz, ya que ese remanente hace referencia a una presencia humana sometida a la acción del tiempo como condición necesaria para adquirir experiencia del terreno. La palabra resume la conexión existente entre permanecer en un lugar y llegar a conocerlo, exactamente lo que convierte a un peón en baquiano’.

A este respecto citamos nuevamente a Domingo F. Sarmiento, que en sus ‘Viajes por Europa, África y América’ apunta lo que sigue: "Entre otras cosas los baqueanos árabes me llamaron poderosamente la atención por la singular identidad con los nuestros de la pampa. Como éstos huelen la tierra para orientarse, gustan las raíces de las yerbas, reconocen los senderos, i están atentos a los menores accidentes del suelo, las rocas, o la vejetación. Un árabe, por ejemplo, conversa con otro en el Sahara, mediando entre los interlocutores una distancia de dos leguas; los espías husmean la proximidad del ganado a tres leguas de distancia, i como sabuesos siguen por el olfato la dirección de los duares enemigos. Yo ponderé a mi turno la vista de nuestros rastreadores i los conocimientos omnitopográficos de nuestros baqueanos, a fin de sostener la gloria de los árabes de por allá, a punto de ser eclipsada por el olfatear el ganado i conversar de un estremo al otro del Sahara, de los gauchos de por acá". (D.F. sarmiento: Viajes por Europa, África y América 1845-1847 y Diario de Gastos, "África", Colección Archivos - Fondo de Cultura Económica, en colaboración con la Unesco, Buenos Aires, 1993, pág. 198).

La terminología gauchesca que deriva del árabe es vastísima. Basta con nombrar la alpargata (ár.: al-bargat, "la zapatilla"), el aljibe (ár.: al-yubb, "el pozo"), la guitarra (ár.: al-qitar, "la cuerda"), la moharra (ár. muhárrib, "aguzado": la media luna de hierro con filo que se ponía en la base de las chuzas de las lanzas gauchas), y el gadual: ese argentinismo que identifica a un terreno que se encharca cuando llueve y que deriva del árabe uadi ("río"), término que ha originado una multitud de topónimos en el mundo hispanoamericano (Guadalquivir, Guadalajara, Guadalcanal, Guadiana, etc.).

En zonas de Corrientes se encuentran voces como 'alarife', derivado del árabe y que posee el mismo significado que en su lengua de origen: rápido de entendimiento (de al-'arif). Otra palabra sugestiva es 'argelado', que en Corrientes, Chaco, Misiones y el norte de Santa Fe se usa como sinónimo de 'fastidiado'. Otra es 'cafre', que procede de 'kafir', y significa 'infiel'. Esta voz con que los musulmanes señalan a los que no pertenecen a su fe, aparece en estos lados en boca de cristianos para aludir a gente de clase baja y piel oscura. De existir sólo cristianos viejos en la Conquista rioplatense, no se hubiera incorporado (a los Moriscos se les llamará ‘cristianos nuevos’).

Los ejemplos son abundantes. La especialista española Dolores Oliver Pérez, en su artículo titulado ‘Dos Arabismos nacidos de un imperativo árabe’, explica el origen de ¡arre!, arriar, arriero, como procedentes del árabe harrik, harraka, haraka , harakat, que da la idea de moverse, de movimiento, de viajero.

El renombrado filólogo español, discípulo del ilustre filólogo e historiador español Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), Rafael Lapesa (1908), en la conferencia “Andalucía y el castellano en América”, que brindara en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, el 13 de noviembre de 1962, sostenía que pocos años después de la conquista, aparecieron andaluces en las Antillas. De las Antillas pasaron al continente. Más tarde vinieron otros andaluces, entre los que predominaron los sevillanos. Finalmente vinieron españoles de toda España. Llegaron tarde. América ya tenía una lengua, ya hablaba un idioma: se lo habían dado esos andaluces. Asimismo, en esa disertación, el profesor Lapesa, miembro de la Real academia española desde 1951, señala que América habla como Sevilla. Y Sevilla ‘sesea” (es decir, los fonemas representados por las grafías "c" -ante "e" o "i"-, "z" y "s" se vuelven equivalentes), no “cesea” (pronunciarla ce, z o s con un sonido fonético fricativo interdental sordo), y esto es signo de Cultura indiscutible. El “yeísmo” (pronunciar la ll como la y, tan común entre los gauchos argentinos y uruguayos), afirma Lapesa, es de origen moruno.

Igualmente, una multitud de expresiones se incorporaron al español, bien en su forma original árabe (ojalá = insha’Allah), o bien a través de la traducción literal de expresiones como “si Dios quiere”, “vaya con Dios”, “Dios te guarde” (ver Rafael Lapesa, Historia de la lengua española, Madrid, 1942; Nueva York, 1965).

El lexicógrafo español Sebastián de Covarrubias Horozco, en su obra 'Tesoro de la lengua castellana o española' del año 1611, aporta los siguientes datos reveladores en cuanto a la vestimenta morisca que podemos encontrar en nuestro gaucho:

Alpargate: calzado tejido de cordel, de que usan mucho los moriscos.

Calzones: un género de gregüescos o zaragüellos (Fuentes y Ponte, en el trabajo 'Murcia que se fue', de 1872, dice que son "calzones anchos y follados en pliegues que se usaban antiguamente y ahora llevan los campesinos en Murcia y Valencia".)

Faja: una cinta ancha, la cual sirve de muchos ministerios. Hoy día usan dellas algunos labradores, gente del campo y pastores, y algunos pobres.

Así hallamos que el alpargate es nuestra alpargata, que los calzones son los calzoncillos gauchos y la faja la misma que el gaucho usa para guardar su facón (bajo la faja, herencia norafricana, los bereberes guardan la gumía).

Sumamente interesante resulta la relación histórica entre el arma gaucha, la Moharra, y el Hilal, o Luna Creciente, de los Musulmanes.

La lanza, con una chuza o moharra de forma variable, fue en el siglo de las guerras patrias arma principal de la caballería gaucha.

En castellano, una moharra es la punta de la lanza, que comprende la cuchilla y el cubo con que se asegura en el asta. Como señaláramos, algunos autores estiman que, etimológicamente, proviene de un vocablo árabe (muharrib) con el significado de ‘aguzado o afilado’. Por lo tanto así como dejaron un gran legado de vocablos árabes en el castellano, han dejado también una interesante tradición ecuestre y los nombres en algunas partes de sus armas. Ahora bien, ¿por qué de allí la comparación de la moharra con el Hilal?

El Hilal o luna creciente es un símbolo tradicional entre los musulmanes que refleja el calendario lunar que regula su vida religiosa. Por ejemplo la luna creciente anuncia el Sagrado Mes de Ramadán. La tribu árabe de los Banu Hilal (Hijos del Creciente) o hilalíes, acantonada hasta entonces al este del Nilo, fueron enviados por el califa fatimí al-Mustansir (r. 1036-1094) a difundir y consolidar el Islam entre los bereberes del Norte de África. El Hilal cobró especial importancia entre los Otomanos. La tradición dice que la bandera Otomana muestra la media luna con una estrella en el centro porque el sultán Mehmet II Fatih (el Conquistador) entró en Constantinopla (hoy Estambul) bajo una luna semejante en la madrugada del 29 de mayo de 1453. Fue así como esta dinastía turca adoptó ese símbolo como emblema oficial. El hecho de que durante quinientos años el Imperio Otomano contuviese a numerosas naciones musulmanas dentro de sus fronteras, amén de su influencia en los pueblos musulmanes de lengua turca del Asia Central, influyó en la decisión de las naciones islámicas que surgieron a lo largo del siglo XX de insertar en sus banderas el Hilal y la estrella como símbolo de fe y tradición. Así, podemos nombrar las de Argelia, Azerbaiyán, Comores, Federación Malaya, Maldivas, Mauritania, Pakistán, Singapur, Túnez, Turkmenistán y Uzbekistán.

Como sabemos nuestros gauchos utilizaron la forma de la media luna en sus moharras, las cuales formaban una parte de la lanza, y que utilizaron como método de defensa en las guerras patrias. Recordemos que las huestes gauchas en las guerras de la independencia contra los españoles, alentaron el fanatismo y la exaltación de estos hombres que pregonaban la libertad de su Patria. Es muy posible entonces que hayan imitado la forma del Hilal islámico, en sus moharras, ya que viniendo de costumbres españolas y por consecuencia árabes, el Hilal representó un emblema de unión y fervor, y por tradición los gauchos hayan usado lo mismo en sus moharras.

Continuando con esta serie de consideraciones, el político e historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1886), en ‘El Gaucho y el Indio Pampa’ (del año 1855), nos da la siguiente observación: “El gaucho de la pampa es como el árabe del desierto, es el beduino de la América, su traje, sus costumbres (…); su chiripá es el bornuz, su caballo su única propiedad, el puñal es su amigo, y su casa la sombra del ombú cuyo follaje lo refresca en la travesía cual el árabe reposa al pie de la palmera. (…)

Nuevamente nos remitiremos a un autor ya citado: en su obra 'El Payador', Leopoldo Lugones, reivindicando el alma gaucha y refiriéndose al legado andalusí plasmado en el gaucho de nuestras pampas, describe la siguiente característica como notable heredad:

"Por lo demás, es sabido que el arte de cabalgar y de pelear a la jineta, así como sus arreos, fue introducido en España por los moros (bereberes), cuyos zenetes o caballeros de la tribu berberisca de Banu Marín, diéronle su nombre específico. Así, jinete, pronunciación castellana de 'zenete', fue por antonomasia  el individuo diestro en el cabalgar".

Continuando con las apreciaciones de Lugones, compartiremos un acercamiento a las definiciones e historia de la jineta y los bereberes Zenetes.

La jineta tiene su origen en el Magreb africano (Norte de África) y llega al califato de Córdoba (en la Península Ibérica) en el siglo X, con la incorporación de tropas bereberes en el ejército califal que inició el sultán Al-Hakam II (961-976) e impulsó su visir Al-Mansur, quien eliminó el sistema de reclutamiento nacional y lo sustituyó por la incorporación masiva de mercenarios africanos; si bien los involucrados en la conquista musulmana de la Península Ibérica fueron guerreros de origen bereber que masivamente poblaron las zonas conquistadas, los califas anteriores a Al-Hakam, de origen árabe, se habían mostrado reticentes ante la incorporación de tropas africanas en el ejército. Sin embargo, el polígrafo Ibn Hayyan, en su Muqtabis, escribe sobre Al-Hakam: "Llegó a asomarse...para contemplar a los jinetes bereberes, cuando desarrollaban sus escaramuzas, y no les quitaba la vista, lleno de asombro. 'Mirad -decía a quienes le rodeaban- con qué naturalidad se tienen a caballo estas gentes. Parece que es a ellos a quien alude el poeta cuando dice: Diríase que nacieron debajo de ellos y que ellos nacieron sobre sus lomos. ¡Qué asombrosa manera de manejarlos, como si los caballos comprendiesen sus palabras!'. Y los que le oían se maravillaban de la rapidez con que había cambiado de opinión respecto a los bereberes". El ejército califal pasó a componerse fundamentalmente de tropas bereberes de caballería, a las que se respetó su organización interna y su equipo tradicional. A partir de entonces en Andalucía se difunde la silla de montar africana, que tenía los arzones más elevados.

El nombre de 'jineta', dado a este estilo ecuestre, procede de la tribu de los Zenetes, ya que el primer escuadrón de caballería que cruzó el estrecho para incorporarse a las tropas califales de Al-Hakam II fue el de los Banu Birzal, fracción de la tribu de los Banu Dammar, del sur de Túnez, que pertenecían a la dinastía de los Zenetes, si bien posteriormente acudirían numerosas tribus de Marruecos y Argelia, como los Banu Marín, que utilizarían el mismo sistema de equitación.

Continúa Lugones: "Jinete por excelencia, resultaba imposible concebirlo desmontado; y así, los arreos de cabalgar, eran el fundamento de su atavío. (…) Su manera de enjaezar el caballo, tenía, indudablemente, procedencia morisca. (...) Las riendas y la jáquima o bozal, muy delgados, aligeraban en lo posible el jaez cuyo objeto no era contener ni dominar servilmente al bruto, sino, apenas, vincularlo con el caballero (...) Las anchas cinchas taraceadas con tafiletes de color, son moriscas hoy mismo. (...) Análogos bordados y taraceos solían adornar los guardamontes usados por los gauchos de la región montuosa. Aquel doble delantal de cuero crudo, que atado al arzón delantero de la montura, abríase a ambos lados, protegiendo las piernas y el cuerpo hasta el pecho, no fue sino la adaptación de las adargas moriscas para correr cañas, que tenían los mismos adornos y casi idénticas hechuras: pues eran tiesas en su mitad superior y flexibles por debajo para que pudieran doblarse sobre el anca del animal"

Sumamente interesante nos resulta develar la procedencia de algunos términos claves utilizados aquí por Lugones, por ejemplo: jáquima, del árabe 'sakina', cabezada de cordel que hace las veces de cabestro; jaez, del árabe 'yehez', cualquier adorno que se pone a las caballerías, en este caso los jaeces; taraceo, del árabe 'tar'zi', incrustación; tafilete, del bereber 'tafilelt', cuero bruñido y lustroso, mucho más delgado que el cordobán; adarga, del árabe ad-darqa, escudo de cuero de forma ovalada o acorazonada.

El escritor santafesino Bernardo Alemán, en su obra ‘Camperadas’, deja ampliamente documentado el uso de la monta a la jineta y de los aperos de origen morisco en los primitivos gauchos de Santa fe. También las crónicas históricas mendocinas comentan que el 2 de marzo de 1571 Mendoza era fundada por Don Pedro del Castillo, quien llegaba desde Chile llevando consigo las primeras ‘monturas’, de la jineta, de arzones altos y diseño moruno. Naturalmente este tipo de silla se difundió en toda la región cuyana: silla, montura, casco, avío. Aún hoy en día se la sigue utilizando por los campesinos de la región.

En el capítulo II, página 28, de la obra citada 'El Payador', haciendo referencia a la llegada del español a nuestras costas sudamericanas, Lugones dice: "...o intentaron quedarse como la chusma de Egipto, sin conseguirlo más que sobre la desierta costa atlántica, en las cuevas del Carmen de Patagones". Ahora bien, ¿quién es esta 'chusma' egipcia que quiso el destino se asentara en Carmen de Patagones?

A sesenta kilómetros al sur de Asyut, en Egipto, a mitad de camino entre las localidades de Tahta y Suhaj, se encuentra la población de al-Maraghat (en árabe: caverna, gruta). A principios del siglo VIII, un grupo de ciudadanos maragatos se sumaron al contingente de 18 mil hombres que Musa Ibn Nusair (640-714), gobernador del califato Omeya en el Norte de África, llevó a la Península Ibérica hacia 712 para consolidar las posiciones que su lugarteniente bereber Tariq Ibn Ziyad había conseguido el año anterior (de aquí que el antropólogo español Dr. Aragón y Escacena, en su obra 'Estudio antropológico del pueblo maragato' -Madrid, 1902-, considere a los maragatos descendientes de una inmigración berberisca).

Desde un principio los maragatos se asentaron en la provincia ibérica de León, en un área montañosa que sería llamada La Maragatería, situada en la zona central de la provincia hacia el suroeste de la ciudad de León. Hacia fines del siglo XVII y comienzos del XVIII, llegan al Río de la Plata numerosas familias de maragatos de León procedentes del puerto de La Coruña, y otras tantas procedentes de las Islas Azores donde una de las aldeas de la isla Pico lleva la huella de su paso: Maragaia. Los maragatos serán los pobladores pioneros de los Establecimientos Patagónicos, fundando las poblaciones argentinas de Carmen de Patagones (la ciudad más austral de Buenos Aires), Mercedes de Patagones (actual Viedma), San Julian y Puerto Deseado. De ésta última población, otros grupos de maragatos se dirigieron hacia la Banda Oriental, fundando allí la ciudad de San José de Mayo, en el actual territorio de Uruguay. Por esta razón es que los actuales pobladores de San José de Mayo y su entorno, así como los de Carmen de Patagones, suelen recibir el gentilicio de 'maragatos', aún cuando tengan otros orígenes. Ya a fines del siglo XVIII serán identificados con los gauchos de la región. El tradicionalista y estanciero bonaerense Ronaldo Urruti, investigador de los orígenes andalusíes del gaucho rioplatense, aporta un dato no menor: los maragatos serán los encargados de imponer algunas pilchas gauchas como el calzoncillo cribado (con flecos). Al respecto, el ya citado Leopoldo Lugones nos informa lo siguiente: ‘Después notaríase que aquella rudimentaria bombacha abierta (el chiripá) facilita la monta del caballo bravío. El calzoncillo adquirió una amplitud análoga; y los flecos y randas que le daban vuelo sobre el pie, fueron la adopción de aquellos delantales de lino ojalado y encajes con que los caballeros del siglo XVII cubrían las cañas de sus botas de campaña. Mas, para unos y otros, el origen debió ser aquella bombacha de hilo o de algodón, que a guisa de calzoncillos, precisamente, llevaron en todo tiempo los árabes’ (El Payador).

Durante todo el siglo XIX, los maragatos tendrán un rol activo en la política de la región del sur de Brasil. En el ámbito cultural nos legarán la chamarrita, estilo musical folclórico emparentado con la milonga particularmente popularizado en las provincias de Entre Ríos y Corrientes en Argentina, así como en Uruguay y en Río Grande del Sur en Brasil. El musicólogo brasileño Renato Almeida considera que es original de las Islas Azores, donde conserva el nombre de Chamarrita. Luego sería introducida al Brasil por inmigrantes maragatos de estas islas y de allí pasaría al litoral argentino y al Uruguay.

En definitiva, estas breves notas nos llevan a concluir que el Gaucho tiene un poderoso antecedente en la civilización de al-Ándalus, la España Musulmana, cuna de los pueblos iberoamericanos, civilización que así mismo recibió la fuerte impronta cultural y espiritual de las tribus imazighen del norte de África encargadas de transmitir a la Península Ibérica el flujo tradicional del acervo islámico.





Notas:

[1] “¡Esos rebeldes! ¡Qué sabandijas! Negaban sus ovejas, alegando supersticiones estúpidas. (…) Igual cuando no conciliaban todas las reglas al sacrificarla, pues la habían de voltear mirando al naciente…” (Leopoldo Lugones, ‘Alerta’, cuento contenido en ‘La Guerra Gaucha’)
[2] Así encontramos en un cantautor argentino contemporáneo, el gaucho y payador surero Alberto Merlo (1931-2012), una payada titulada ‘De pie forzado’, en la cual expone excelentemente este género de interpretación (en el disco ‘Paisano’).