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lunes, 25 de diciembre de 2017

Sufismo en el Turkestán chino


Islamización y derviches marginales
(qalandaríles, malamatíes, yasawíes y uwaysíes)

Los derviches marcaron por lo menos de dos maneras el destino de Turkestán oriental, una región habitada por pueblos turcófonos situada al noroeste de China e incorporada al imperio chino a mediados del siglo XVIII, que en el XX pasó a ser provincia china con el nombre de Sinkiang (o Xinjiang): en primer lugar, con su acción de misioneros y activos propagadores­ del islam, y además por su influencia política sobre los sobe­ranos musulmanes de estos lugares, cuando no tenían ellos mismos el poder. Como resultado de su propaganda, los pueblos turcófonos fueron poco a poco sus antiguas religiones (animismo, chamanismo, ­budismo) y se hicieron musulmanes, pero conservando ciertos elementos que han impregnado sus prácticas hasta hoy. La historia de la mística islámica en el Turkestán chino hay que entenderla en relación con el resto de Asia central, dado que la mayoría de los derviches que llegaron allí eran oriundos de Transoxiana (Bujará, Samarcanda, etc.).

Podemos seguir el rastro de los musulmanes desde el siglo X, cuando se constituyó el primer reino musulmán de Asia central, en una época en que el imperio samaní de Irán imponía su ley cultural en la región. Fue en la segunda mitad de este siglo cuando las tribus turcas abrazaron el islam, durante el reinado del karajaní Satuq Qara Jan (m. 955). Este último, que había establecido su capital en Kashgar, según la leyenda fue convertido a la religión del Profeta por un derviche originario de Transoxiana, Abu Nasi Samani. Pero debemos considerar con cierta reserva los hechos relatados en la gesta de Satuq Bughra Kan, una epo­peya famosa en Turkestán oriental, en la que el soberano Satuq Qara Jan aparece como un gran místico y un «guerrero de la fe» (ghazi). Esta leyenda tuvo mucha influencia en el desarrollo de la mística islámica de Turkestán oriental, y el mausoleo de Satuq Qarajan, en Artush (alrededor de Kashgar) es todavía hoy uno de los lugares santos más venerados en esta parte del mundo musulmán, al que acudieron y siguen acudiendo peregrinos y sufíes. No cabe duda de que la propaganda de los primeros mercaderes musulmanes y misioneros sufíes dio sus frutos; por otro lado, a partir de esta época la labor de los derviches entre los turcos se intensificó, y comprobamos que el número de chamanes y budistas disminuye en provecho de los místicos de la nueva religión.

Es difícil poner un nombre a las primeras formas de sufismo que surgieron en estos lugares a mediados del siglo X. La primera gran cofradía centroasiática, la Yasawiya, no apareció hasta mediados del siglo XII en Yasi, Turkestán (actual Kazajstán). Los derviches de esta época debían de parecerse a los que describe Farid adDîn Attar en la conocida obra hagiográfica Tazkarat alawliya (siglo XII): sufíes sin afiliación precisa, seguramente influidos por la Malamatiya de Jurasán, y quizá por la karramiya, que estaba bien representada en Transoxiana (Samarcanda, Farghana). En efecto, varios hagiógrafos mencionan la llegada de los sufíes ­iraníes procedentes de Jurasán (noreste de Irán) a la región de Farghana, junto al Turkestán oriental. La primera forma de sufismo fácil de identificar que aparece en Turkestán oriental es la Qalandariya, un misticismo marginal, anticonformista y heterodoxo, que la historia suele relacionar erróneamente con la Malamatiya —más bien se trata de una "perversión" de esta última—. La confusión ha existido, y ciertos sufíes respetuosos de las Escrituras aparecen a veces como qalandaríes. De hecho, según las regiones del mundo islámico, el término qalandar podía caracterizar conductas diametralmente opuestas.

En Turkestán oriental, al parecer, el qalandarí era un sufí a medio camino entre el monje budista o el chamán turco y el místico musulmán propiamente dicho. En los qalandaríes del siglo XIII, lo mismo que en los actuales, se advierte un sincretismo religioso muy evidente. El modo de vida y mu­chas de las prácticas de estos sufíes son una réplica de los de las comunidades de ascetas budistas. En realidad el budismo no fue totalmente barrido por el islam, y en algunas regiones de Turkestán las dos religiones llegaron a convivir. En 1419 el país de los uigures (Turfan y el valle del río Tarim) era mayoritariamente budista, pero también había derviches (como un tal Sufí Ata, de Qara Qosha o Qosho). Los místicos turcos se hicieron eco de ciertas leyendas budistas, y así, en el siglo XIII, una de las cuevas del conjunto de las cuevas-templo búdicas y tántricas situadas junto a la antigua capital de los uigures, Qosho, fue recuperada por la tradición qalandarí, que la convirtió en la tumba de los "siete qalandaríes"­, (Yiti qalandar) y en un convento. Otros dos enclaves de Tur­kestán oriental eran conocidos a principios de siglo con el nombre de Yiti qalandar, y también había una tumba de un tal Shah Qalandar (cerca de Korla). El explorador inglés Aurel Stein, que a principios de siglo dedicó a buscar las antiguas ciudades budistas perdidas en el de­sierto de Talda Makan, confesó que casi siempre las había localizado gra­cias al hecho de que en las inmediaciones había tumbas de santos mu­sulmanes. La Qalandariya hizo gala de este sincretismo no sólo con las otras religiones, sino también en el seno del islam, y absorbió otras co­fradías místicas afines, o incluso órdenes ultraortodoxas como la Naqshbandiya, o se fundió con ellas.

La historia nos enseña que la combinación YasawiyaQalandariya es una de las principales características de la mística musulmana en Turkestán oriental. En esta región la Yasawiya aparece partir del siglo XIII. Según el biógrafo turco Ali Shir Nawai un miembro de esta orden, Kishing Ata, en fecha no precisada pero anterior al siglo XIV, tuvo numerosos discípulos en la propia China. Su tumba se encontraba en este país. La obra poética del fundador de la orden, (m. 1187), los Hikmet, es una de las preferidas de los qalandaríes. Esta poesía es cantada en unas reuniones donde también se baila y se recita el dhikr. En todas las épocas, los viajeros oc­cidentales que recorrieron Turkestán oriental hablaron de sus encuentros con los qalandaríes. Uno de ellos escribió en el siglo XIX que también les llamaban Yarr a causa de su dhikr ruidoso (del árabe yahri).

En Turkestán oriental hubo otra corriente sufi por la que pudieron tener afinidad los qalandaríes: los uwaysíes. Pero el término uwaysi, en la mística musulmana, designa uno de los rangos más elevados de la jerarquía mística, el de los derviches perfectos, instruidos directamente por el espíritu del Profeta, y no por un maestro terrenal. No está claro que se constituyera una orden sufí con este nombre; más bien parece que se trataba de una corriente mística. Sea como fuere, a un tal Qoya Muhammad Sharif, de Samarcanda, se le atribuye la fundación de esta cofradía en Kashgar a mediados del siglo XVI. Se dice que fue iniciado en esta doctrina por el espíritu del soberano y santo Satuq Bughra Jan, y que Qoya Muhammad Sharif reactivó el culto a su santo patrón en Kashgar. En el siglo XVII-XVIII uno de los más famosos poetas místicos del Rurkestán chino, afín a los qalandaríes, Muhammad Sadiq Zalili, muy apreciado también hoy, dijo pertenecer a esta corriente. En su poesía honra a Satuq Bughra Jan y a Qoya Muhammad Sharif; también menciona a Ahmad Yasawi y habla de su estancia en los conventos sufíes de Turkestán oriental. Otro místico venerado en esta región se sitúa en la confluencia de las tradiciones qalandari, malamatí y yasawí: se trata de Shah Mashrab (1659-1711), natural de Andiyan (Ferghana), cuya poesía mística es célebre en toda Asia central. Recorrió Turkestán e India, y su poesía es muy apreciada por los qalandaríes, pero fue perseguido por otros sufíes que le consideraron impío. En Turkestán oriental la importancia de la poesía y la literatura mística es tan grande que en los siglos XIX y XX los libros sufíes se leían y estudiaban incluso en las escuelas islámicas oficiales, las madrasas. En ellas no podían faltar los Hikmet de Ahmad Yasawi ni las poesías del sufí Allah Yar (otro poeta muy apreciado por los qalandaries), autores místicos leídos sobre todo en el área centroasiática.

Complicidad con la política e imperio de la sharî’a (la Naqshbandiya)

A partir del siglo XIV, y aunque siguieron existiendo las corrientes místicas mencionadas —más bien entre los nómadas, lejos de los centros urbanos— se desarrolló una nueva forma de sufismo fuertemente vinculada a la ortodoxia islámica, la Naqshbandiya. A esta cofradía se debe en parte, a través de la dinastía timurí de Samarcanda, la islamización casi total del Turkestán oriental (siglo XVI), con intentos de penetración en el Tibet. La operación corrió a cargo de los enviados del famoso sheykh de Samarcanda Ubaydullah Ajrar. Pero el sufismo empezó a desempeñar un papel francamente político e incluso económico en el siglo XVI, con la llegada al poder en Kashgar de la familia de los Majdumzada o jodya (maestros), soberanos todopoderosos del país de las "seis ciudades", (Kashgar, Yarkand, Jotan, Aqsu, Kusha y Turfan). Dos linajes de esta familia oriunda de Transoxiana, descendientes de Ubaydullah Ajrar, se disputaron el control de Turkestán oriental: los Ishaqiyas y los Afaqiyas.

Con la llegada al poder de una dinastía de soberanos naqshbandíes se aceleró y completó el proceso de transformación de un país con un código de valores heredado de la estepa, en un país regido por los mandamientos del islam. Al mismo tiempo, el poder político, que había pertenecido a los descendientes de Gengis Khan, pasó con los Majudumzada a tener unos jefes dotados de legitimidad religiosa, que se proclamaban descendientes del Profeta y de Satuq Qara Jan. De este modo, en el siglo XVI el islam fue un factor unificador, y la Naqshbandiya el instrumento, bracchio forte, de esta política. También data de esta época la implantación duradera de la Naqshbandiya, desde Asia central hasta la población musulmana sinófona de China. Un descendiente de Majdumzada, Afaq Joya (m. 1694) fue, junto con los jeques árabes de Yemen, el iniciador de las principales figuras chinas de la Qadiriya y la Naqshbandiya. La dinastía de los Majdumzada (el linaje de los Afaqiyas) reinó en Turkestán oriental, convirtiéndolo en un estado casi sufí, hasta la ocupación china de 1759, y luego pasó a la oposición, desde donde organizó varios le­vantamientos contra el estado chino hasta mediados del siglo XIX. Otras ciudades de Turkestán oriental (Kusha, Yarkand, Urumshi, Jotan) también fueron escenario de violentos movimientos de rebelión religiosa, casi siempre encabezados por jeques naqshbandíes. La generalización de estas rebeliones fue la causa de la retirada china de Turkestán oriental a mediados del siglo XIX.

En 1869, cuando Kashgaria recuperó la independencia, el último sufí del linaje de los Afaquiyas (Burzug Jan) fue derrocado por un militar, Yaaqub Jan, que se proclamó emir de Kashgaria e impulsó la sharia en todo el territorio. Consciente de la situación precaria del emirato, arrin­conado entre los británicos de la India, los rusos, cada vez más presentes en las llanuras kazajas yTransoxiana, y los chinos por el este, Yaaqub Jan decidió jugar la carta del panislamismo y se acercó al poderoso imperio otomano, llegando a reconocer la soberanía del sultán. La Naqshbandiya, que siempre había estado presente en la política religiosa del emirato, desempeñó en esta época un papel nuevo por mediación del sobrino del emir, miembro de la orden, que fue emisario y diplomático, y supo sacar partido de las cofradías sufíes radicadas en India, Turquía y Turkestán oriental. Los correligionarios sufíes de Estambul contribuyeron a que el enviado extraordinario de Yaaqub Jan ante el sultán obtuviera el apoyo incondicional de los otomanos, que enviaron consejeros militares a Kashgaria. El emisario del emir era muy respetado en los círculos místicos de Estambul, y destacó como comentador de los grandes autores místicos como lbn ‘Arabî e Ibrahim Iraqi. Tras la caída del emirato de Kashgaria, invadido por el ejército chino, y la muerte del emir en 1877, Yaaqub Jan Tore se refugió en la India entre los derviches, y se dedicó por completo a la enseñanza y el estudio del sufismo.


Tenemos pocos datos sobre la situación del sufismo en Turkestán oriental a principios del siglo XX y durante la república popular china. El poder comunista no fue muy condescendiente, y aún hoy fustiga a los maestros sufíes, tachándoles de ignorantes, fundamentalistas religiosos y agitadores. De todos modos sabemos que la Qalandariya sigue activa (en 1994 conocí a un qalandarí en Urumshi), y que la Naqshbandiya es más fuerte que nunca, sobre todo en los oasis del sur, en Yangishahr, Yarkand y Jotan. Un amigo uigur, refugiado en Tashkent, me ha asegurado que en los años cincuenta aún quedaban derviches yasawíes en la región de Kulsha. Actualmente un sufí casi nunca es designado con este término (supi en lengua uigur), sino con el de pir (viejo maestro) y sobre todo el de ishan. Según recientes trabajos etnográficos (1993) de un investigador uigur, los ishan, sobre todo naqshbandíes, constituyen una fuerza bien organizada, con una importante red de mezquitas y kanaqa, y sus discípulos (murîd) se mantienen más que nunca en secreto. Por otro lado, la literatura sufí no ha sido prohibida por las autoridades chinas, a diferencia de lo ocurrido en el Asia central soviética hace varios años. Las obras más leídas son las de los poetas místicos Ahmad Yasawi y Sufi Allah Yar, que se pueden encontrar fácilmente en las librerías de viejo de Kashgar. Los mausoleos de los principales santos sufíes, como los de Satuq Qara Kan y joya Afaq de Kashgar o el de joya Rashidin jan de Kusha, siguen siendo lugares de peregrinación. Los más visitados son el del famoso naqshbandí Afaq joya, en Kashgar, y el de Ordam, entre Kashgar y Yarkand, donde se reúnen miles de peregrinos el mes de muharram. La in­dependencia de las repúblicas vecinas del Turkestán occidental, donde el sufismo, ha sido rehabilitado con entusiasmo, ha alentado las de los turcófonos de Sinkiang, así como la idea de independencia. Los hombres cuentan con más libertad que en la época soviética entre los dos Turkestanes, al igual, sin duda, que las ideas políticas, culturales y... místicas.

Autor: Thierry Zarcone

jueves, 17 de agosto de 2017

La persecución del Islam en el mundo

Desde principios del siglo XXI numerosos grupos musulmanes han sufrido sangrientas persecuciones a lo largo del planeta, por causas que oscilan entre lo étnico y lo religioso, pero con motivaciones económicas de fondo. Al margen de sus valores intrínsecos como religión, el islam tiene asignado un determinado papel en la situación política internacional. La demonización del islam y la llamada “guerra contra el terrorismo” son componentes de la globalización corporativa y el Nuevo Orden Mundial, una nueva forma de colonialismo y de expansionismo occidental, con el objetivo de apoderarse de los recursos energéticos. La Organización Mundial del Comercio y el Banco Mundial son los brazos seculares de dicho expansionismo.

A principios del siglo XXI los musulmanes son perseguidos a lo largo del planeta, en muchos casos tan sólo por tratar de vivir libremente según sus leyes y creencias. Esta persecución va desde la represión más violenta hasta simples discriminaciones, y varía según las circunstancias y los intereses geoestratégicos de cada zona. Sería arduo referirse a todos los conflictos donde los musulmanes luchan por sus derechos, a veces en situaciones de gran precariedad material, frente a ejércitos profesionales armados por las potencias de occidente. Esto hizo decir a Samuel Huntington en su Choque de civilizaciones que “las fronteras del islam están teñidas de sangre”. El analista del Departamento de Estado Norteamericano se refiere a los conflictos de Cachemira, Bosnia, Chechenia o Mindanao. Según él, estos conflictos muestran el carácter violento del islam, a pesar de que en todos estos casos los musulmanes son los agredidos. Los musulmanes de Bosnia sufrieron una invasión militar y fueron sometidos a una política de limpieza étnica por parte de Serbia. Matanzas y campos de exterminio donde eran recluidos cientos de hombres y mujeres por el simple hecho de ser musulmanes/as, donde los hombres eran torturados insistentemente y las mujeres violadas en masa y maltratadas con toda impunidad. Una vez más, se culpa a la víctima por la barbarie de los agresores (y en todos estos casos, se trata de países de mayoría cristiana).


Chechenia

Una situación trágica que continúa es la de Chechenia. Para comprender la inmensa tragedia de este pueblo hay que remontarse al 1944:

El 23 de febrero de 1944, Stalin ordenó la deportación de toda la población chechena e ingush a Asia Central. Más de la mitad de las 500.000 personas que fueron trasladadas a la fuerza murieron en el camino o en las masacres cometidas por las tropas soviéticas. Los chechenos fueron esparcidos en grandes colonias penales, situadas en lugares remotos de las actuales Kazajistán, Uzbekistán y Kirguizistán. En los años siguientes miles murieron de neumonía y hambre. En 1956, Nikita Kruschev reconoció los errores cometidos con los chechenos y se inició el retorno. Los chechenos a menudo se llevaron con ellos los huesos de sus seres queridos para enterrarlos en sus ancestrales cementerios. Pero sus vidas realmente nunca volvieron a ser lo que eran. Muchos de los antiguos Auls de la montaña estaban en ruinas y no estaban habitables, lo que obligó a la mayoría de los chechenos vivir en las llanuras, y a alterar irrevocablemente sus costumbres. Además, la pérdida masiva de vidas entre los ancianos rompió una rica tradición oral mantenida durante siglos, causando un grave daño a la cultura chechena.

En 2004, sesenta años después, el Parlamento Europeo aprobó una moción que reconocía esta catástrofe como un genocidio, declarando el 23 de febrero como Día Mundial de Chechenia. Y sin embargo, la tragedia continúa. Tras la desmembración de la Unión Soviética, los chechenos proclamaron su independencia de Moscú, un sueño que no se ha hecho realidad. Rusia invadió Chechenia, a causa de su importancia estratégica en el plan para los grandes gaseoductos del Asia Central. Durante el conflicto armado, se calcula que murieron unos 250.000 chechenos, una cuarta parte de la población. Entre ellos, 42.000 niños en edad escolar, menores de 11 años. También aquí se trata de demonizar la resistencia de los chechenos a su destrucción, olvidando su historia de sufrimientos y sus derechos como pueblo, y presentando sin contextualizar acciones terroristas deleznables, pero que no llegan ni a la ínfima parte de lo que los chechenos han sufrido como pueblo.


Mindanao

La situación de los musulmanes en Mindanao es una vez más una herencia de la colonización. La incorporación de Mindanao a Filipinas es un hecho artificial, que se deriva de la derrota de los españoles, quienes cedieron la isla a los EEUU. Los primeros contactos del islam con Mindanao se produjeron en una época tan temprana como el siglo X, a través de comerciantes musulmanes. Pero no será hasta el siglo XIV cuando se inicia un proceso de islamización, que dio paso a la creación de los sultanatos locales de Sulu y de Maguindanao. Se habla, una vez más, de un “islam sincrético” con tradiciones locales (ritos de paso y celebraciones propias), apegado a la tierra y alejado de modelos rigoristas. La islamización se vio frenada por la ocupación española (1565-1898), con un proyecto de evangelización agresiva y de persecución de las creencias musulmanas que duró varios siglos, en los cuales la población musulmana (llamados moros) fue reduciéndose drásticamente, a causa tanto de las muertes como de las emigraciones. Mindanao nunca fue totalmente ocupada por los españoles, quienes a pesar de ello la cedieron a los norteamericanos en el Tratado de París. La denuncia de este proceso está en la base de la demanda de independencia para Mindanao, una isla que fue autónoma hasta la unificación forzosa realizada por los colonizadores. Como resultado de la dominación norteamericana (a partir de 1896), se fomentaron las conversiones al cristianismo y se creó una clase dirigente cristiana, desplazando a los Moros a la marginalidad. La resistencia islámica a estas dominaciones los convirtió en enemigos del Estado creado por los colonizadores.

El Estado filipino independiente fomentó la colonización masiva de Mindanao por parte de las tribus del norte, leales al régimen, especialmente tras la segunda guerra mundial. Se hicieron concesiones de tierra y se ofrecieron amplias ventajas a los colonos, como un instrumento de ocupación y de erosión de la resistencia al dominio filipino, dando paso al conflicto actual por la disputa de la tierra. Los descendientes de estos colonos constituyen hoy la población mayoritaria de Mindanao. A la cuestión territorial y religiosa se une la existencia de diferentes tribus, con su idiosincrasia y su lenguaje. Desde los años 70 del siglo pasado existe una creciente conciencia de la islamicidad como hecho diferencial, frente al control por parte del ejército (ley marcial de 1972). Diferentes guerrillas musulmanas lucharon por la auto-determinación del Bangsmoro o Nación Musulmana en Mindanao. El año 1996 se firmó un acuerdo de paz que todavía está en proceso de ser completado. El Frente Moro Islámico de Liberación y el Frente Moro de Liberación Nacional trabajan por el reconocimiento de los derechos históricos y de la cultura de los Moros y de los Lumadnon (tribus nativas no musulmanas), convertidas hoy en “culturas minoritarias”. Actualmente, se calcula que tan solo el 5% de los filipinos son musulmanes, unos 4 millones de personas. La mitad de ellos viven en la llamada Región Autónoma del Mindanao Musulmán, creada tras un referéndum en la única región del archipiélago donde los musulmanes son la población mayoritaria, hasta el 90%. Los musulmanes de Mindanao tienen su propia historia, sus lenguas, sus tradiciones y referencias culturales, y luchan por su preservación.


Tailandia

Existen otros países —como China, Tailandia o Birmania—, donde se viven situaciones de persecución abierta del islam y falta de reconocimiento de los derechos de los musulmanes. Muchos de estos conflictos son el resultado de las fronteras arbitrarias legadas por la colonización, y de las dificultades de encajar una zona étnica, cultural y religiosamente muy diversa en un modelo de Estado-nación de tipo occidental.

En Pattani, al sur de Tailandia, se ha tratado durante años de imponer el budismo (un budismo concebido como religión de Estado, no el enseñado por el profeta Buda, que la paz y las bendiciones de Allâh sean sobre él) por la fuerza. Los enfrentamientos entre grupos separatistas y el ejército tailandés han sido constantes desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Durante años, se prohibió todo signo externo que pudiese pasar por islámico, como llevar barba, el uso de turbantes o el hiyab. Se prohibieron las escuelas coránicas y los dialectos propios (de origen malayo), en los cuales está escrita la literatura de los musulmanes de Pattani. A pesar de siglos de dominio militar e imposición cultural tailandesa, los habitantes de Pattani permanecen fieles a sus tradiciones. Al igual que sucede con el budismo tailandés, estas aparecen muy imbricadas con prácticas animistas. En los años ochenta se calcula que había más de 2000 mezquitas en las 38 provincias tailandesas, la inmensa mayoría de ellas en el sur. Los musulmanes tailandeses son mayoritariamente de etnias malayas, pero también proceden de Pakistán, China, Camboya, en el norte. Fue en mayo del 2004, cuando murieron más de cien jóvenes musulmanes que protestaban por la represión de sus creencias. Los jóvenes, en su mayoría adolescentes, se refugiaron en la histórica mezquita de Krue Se, construida en el siglo XVI, que fue tiroteada por el ejército de ocupación con fuego de ametralladoras y mortero. Según la “prensa libre”, se trataba de fundamentalistas islámicos que habían asaltado un arsenal de armas. Sin embargo, tal y como narró el corresponsal de The Angeles Times, entre las víctimas de la masacre (la mayoría adolescentes) no se encontraron más que machetes y pistolas.


India

La situación de los musulmanes es trágica en muchas zonas de la India. En este gigantesco país se calcula que viven 150 millones de musulmanes, entre ellos decenas de millones de niños no contabilizados por el censo. Superan el 15% de la totalidad de la población, y la inmensa mayoría se ha quedado en la cuneta del despegue económico que experimentó el país en el último lustro. Si el atraso es palpable en el campo, en las ciudades la marginación de los musulmanes se hace más lacerante. Viven amontonados entre montañas de basura de barrios semiderruidos o nunca acabados de construir, sin apenas servicios públicos.

Al dividirse India y Pakistán, el porcentaje de musulmanes que quedó bajo control de Nueva Delhi apenas llegaba al 12% de la población, pero ahora se acerca al 15%. En el distrito de Rampur (40 % de población musulmana), la media de las familias es de cinco hijos. Los niños suelen ir a la escuela hasta los 9 o 10 años, cuando muchos la abandonan para trabajar. Las niñas a esa edad hace ya tiempo que se dedican a cuidar a sus hermanos menores, mientras la madre trabaja en el campo. Pocas son las que acuden a la escuela. El analfabetismo entre musulmanes dobla al de los hindúes, y en zonas rurales supera el 60%.

Hablamos de la construcción de los Estados-nación modernos. Este problema es especialmente dramático en países del llamado tercer mundo, donde no existían hasta la colonización unas estructuras de Estado centrales a través de las cuales construir esa “nación homogénea y gobernable”. En esta tesitura, el Partido fundamentalista hindú BNJ representa un intento de cohesión social bajo la bandera de la religión, una de las más peligrosas en un contexto tradicionalmente abierto, plural, abigarrado. Este intento de homogenización lo sufren especialmente los musulmanes. La construcción de la historia nacional los excluye. Se habla del islam como de una religión extranjera, presente en el subcontinente asiático a raíz de feroces invasiones. El hinduismo es presentado como la religión autóctona, lo propio de los indios. Los musulmanes son, por tanto, unos renegados. Este tipo de planteamientos están presentes en muchos otros países del mundo. En España, sin ir más lejos, se ha tratado de construir una historia nacional en oposición al islam, tratando de inculcar a generaciones la absurda idea de que los musulmanes españoles entre los siglos VII y XVI eran todos árabes y extranjeros.

En los últimos años, la violencia contra los musulmanes ha estallado con una crueldad a veces increíble. Turbas de fundamentalistas hindús asesinando a hombres, mujeres y niños, en pogromos perfectamente calculados desde las instancias del poder. Un caso extremo fue la matanza de Gujarat. El año 2001, fueron asesinados más de dos mil musulmanes, y ciento cincuenta mil musulmanes tuvieron que huir, abandonando sus hogares, sus tierras ancestrales. El escritor indio Arundhati Roy definió lo sucedido del siguiente modo:

“El pasado marzo [del 2001], en la India, en Gujarat, turbas hinduistas de la derecha asesinaron a dos mil musulmanes en una orgía de violencia, haciendo gala de una destreza espeluznante. Tras violar de forma multitudinaria a las mujeres, las quemaron vivas. Arrasaron tumbas y altares musulmanes. Más de ciento cincuenta mil musulmanes han tenido que abandonar sus hogares. La base económica de la comunidad fue destruida. Informes de testigos y de comisiones investigadoras acusaron al gobierno estatal y a la policía de colusión con los actos de violencia. Yo estuve presente en una reunión donde un grupo de víctimas clamaba: Por favor, ¡sálvenos de la policía! Es todo lo que pedimos…”


Cachemira

Dentro de la India, Cachemira es una de las regiones más ricas del mundo, donde se encuentran grandes yacimientos de oro, esmeraldas y rubíes, localizada en una zona montañosa entre el Himalaya y la cordillera de Pin Panjal. El conflicto se inició en 1947, cuando el marajá de Cachemira, Hari Singh, un gobernante hindú apoyado por los británicos en un Estado con un 90% de población musulmana, decidió arbitrariamente la incorporación de su territorio a la India, para impedir el triunfo de los movimientos populares a favor de la anexión a Pakistán. Desde entonces, tanto Pakistán como la ONU han exigido en varias ocasiones un referéndum sobre el estatuto de Cachemira, nunca celebrado. La negativa India fue el detonante de una primera guerra, entre 1947 y 1948. En 1965 hubo una segunda secuencia de fuertes enfrentamientos. En 1971 se produjo la guerra que llevó a la independencia de Bangladesh. Tras casi tres décadas de frecuentes escaramuzas comenzó la escalada nuclear. Pero no se trata tan solo de un asunto entre Estados por apoderarse de una rica tierra: al margen de los partidos indio y pakistaní, en Cachemira se ha desarrollado un fuerte movimiento separatista autóctono. Los grupos de liberación que operan en Cachemira se dividen en dos grandes tendencias: la favorable a la independencia de Cachemira y a la unificación de las zonas que están actualmente en poder de la India y de Pakistán, y la que busca una unión a Pakistán de la Cachemira India. El problema no puede tener otra solución satisfactoria que una consulta democrática sobre la autodeterminación.

La situación de violencia continua se ceba sobre los civiles. Según Human Rights Watch (HRW), en las zonas de Cachemira controladas por la India, se producen habituales violaciones a los derechos humanos, tanto por parte de los rebeldes que luchan por la independencia, como por parte de las fuerzas de seguridad indias y sus grupos paramilitares. Las acusaciones son concretas, e incluyen casos documentados de ejecuciones sumarias, violaciones, tortura y desapariciones. El 90 % de la población de Cachemira, de 4 millones de habitantes, es musulmana. Para controlarles, se ha establecido un contingente permanente de 700.000 soldados indios. Entre 1990 y 1999, fueron asesinados en “operaciones de limpieza” 65.000 cachemires, incluyendo mujeres y niños. Una media de 20 personas mueren diariamente y los hospitales y las escuelas están siendo bombardeados.

A principios de los años 90, la persecución de musulmanes se recrudeció; el gobierno indio emprendió una brutal política de “hinduización” de Cachemira, acompañada de una represión despiadada contra la población: cierre de los centros de educación islámicos, encarcelamientos masivos, incendio de viviendas, prohibición de los medios de comunicación de orientación musulmana, etc. En Octubre de 1993, en Srinagar, capital de Cachemira, se realizó una operación terrorista a gran escala para eliminar a supuestos activistas musulmanes radicales. Durante la celebración del Namaz (plegaria de los Viernes), se puso cerco a todos los que estaban reunidos en la mezquita de Hazrabtal, ya que las autoridades consideraban esta mezquita como cuartel general de los extremistas musulmanes. El asedio se mantuvo durante un mes y como resultado del mismo, alrededor de 100 personas fueron asesinadas y otras 300 fueron enviadas a prisión sin ningún cargo. Al clima de violencia generalizada contribuye el discurso oficial de las autoridades indias. El Ministro Farooq Abdullah declaró públicamente que las áreas en las que existe presencia islamista deben ser “saneadas”. Para que no queden dudas, el 15 de enero del año 2003 explicó que se debe matar a los islamistas “ya que no hay espacio suficiente en las cárceles”.


Palestina

El caso de Palestina es uno de los casos más flagrantes de genocidio en marcha en estos momentos en el mundo. Asistimos a la colonización, subordinación y guetización de los habitantes de un país, con la intención de desplazarlos y ocupar su territorio. La ideología en la cual se apoya esta política es conocida: una forma extrema de nacionalismo que combina lo racial con lo religioso: el sionismo. El conflicto palestino-israelí es político antes que religioso. Tiene que ver con la pervivencia del colonialismo y con políticas de Estado. Para comprender la naturaleza de Israel, varios modelos similares pueden mencionarse: la España inquisitorial, la colonización americana y el exterminio de los indios, el apartheid sudáfricano, además del caso de la Alemania nazi, tantas veces evocado para describir la situación de Palestina. La principal diferencia es que el caso de la limpieza étnica en Palestina está teniendo lugar en el siglo XXI, a los ojos del mundo entero, en la era de las telecomunicaciones, y en un período en el cual ya casi nadie evoca el derecho de los occidentales a colonizar (y mucho menos a exterminar) a los salvajes. Todo lo contrario: en un tiempo histórico en el cual a los mismos políticos que permiten el genocidio se les llena la boca con el discurso de los derechos humanos, la democracia, la libertad, la modernidad occidental, como panaceas universales que deben ser impuestas. Es más: para realizar el genocidio cuenta con el apoyo incondicional de los EEUU, que se manifiesta tanto a nivel político (bloqueo de resoluciones en el Consejo de Seguridad de la ONU) como en ayuda económica, que según un informe del Congressional Research Service ha alcanzado en la década 2000-2010 la increíble cifra de 28,9 billones de dólares, utilizados por Israel para reforzar su poderío militar. Y cuenta con el apoyo masivo de los medios de comunicación y de centenares de mercenarios de la pluma, que se hacen pasar por analistas políticos y justifican abiertamente los crímenes más abominables ante las opiniones públicas occidentales.

Aunque el inicio de la colonización se dio bajo el amparo del mandato británico, el inicio de la limpieza étnica en Palestina puede fecharse en el año 1948, el año de la Nakba (catástrofe). Tras la independencia, y ante la resistencia de los palestinos, Israel mató a 13.000 palestinos y forzó el éxodo de otros 750.000 de sus ciudades y de sus pueblos. Cerca de 400 pueblos palestinos fueron arrasados. La ONU adoptó la Resolución 194 donde pide a Israel que permita el retorno de los refugiados. Seis décadas después, Israel sigue ignorando la resolución. Los expatriados se han convertido ya en cuatro millones. El segundo gran momento de expansión fue el año 1967, durante la guerra de los Seis Días, con la ocupación israelí del resto de la Palestina histórica (Cisjordania, Gaza, Jerusalén-Este), el Sinaí egipcio y el Golán sirio. La Resolución 242 de Naciones Unidas exigió la retirada de las tropas israelíes de los territorios ocupados. Israel ha ignorado la resolución, con la implantación de un sistema de control militar cada vez más violento en los territorios ocupados. Desde entonces, la ONU ha ido condenando a Israel, resolución tras resolución, sin que esto afectase en lo más mínimo al desarrollo de sus planes. La política israelí ha sido la de colonizar las tierras palestinas mediante asentamientos ilegales ferozmente armados, con licencia para matar, sitiando a los legítimos habitantes en guetos, destruyendo sus casas para crear asentamientos de colonos y ahogándolos día tras día para forzar su exilio. Cualquier atisbo de resistencia es calificado como “terrorismo” y es aprovechado para realizar castigos colectivos sobre la población civil.

Israel es un Estado no-democrático sino etno-crático, regido por leyes étnicas que otorgan precedencia a los judíos en todos los ámbitos, un Estado racista creado al amparo del colonialismo. Los dirigentes israelíes están llevando a cabo su plan de genocidio de forma sistemática desde su fundación, con total impunidad. Las atrocidades cometidas por Israel en los últimos 60 años sobrepasan lo imaginable. El objetivo último del Estado israelí es expulsar al pueblo palestino de su tierra y construir el Gran Israel, una utopía política fascista. De hecho, los propios líderes israelíes no han ocultado su proyecto: “Tenemos que expulsar a los árabes y ocupar su lugar” (David Ben Gurión); “La partición de Palestina no es justa. Nunca la aceptaremos. Eretz Israel será restituido al pueblo de Israel. Todo él y para siempre” (Menahem Beguin); “No existe nada que se pueda considerar un Estado palestino. Nosotros podemos llegar, echarlos y ocupar el país” (Golda Meir); “No puede haber sionismo, colonización ni Estado judío sin la expulsión de los árabes y la expropiación de sus tierras” (Ariel Sharon a la Agencia France Press, el 15 de noviembre de 1998); “He creído siempre en el eterno e histórico derecho de nuestro pueblo a toda esta tierra” (Ehud Olmert, ante al Congreso de Estados Unidos el 30 de junio de 2006).

Las últimas matanzas perpetradas por Israel se fechan en los años 2006 (bombardeo del Líbano) y en el 2009 (bombardeo del gueto de Gaza). Las autoridades israelíes hablan de “guerra contra Hezbollah” y “guerra contra Hamas”, pero en realidad no hay ninguna guerra, sino la continuación de una política iniciada mucho antes de que Hamas o Hezbollah existieran. Hamas y Hezbollah son calificados como grupos terroristas, tan solo por oponerse al genocidio de sus pueblos. La resistencia armada ha sido convertida por Israel en la única opción posible, de forma perfectamente calculada. Lo que quiere Israel es que haya atentados y una resistencia que se llame a si misma “islámica”, aprovechándose de la islamofobia dominante en occidente para justificar ante la opinión pública occidental (especialmente en los EEUU) la continuación del genocidio. Estos planes son básicamente los mismos desde antes de la existencia de Hamas y Hezbollah. Esta es la lógica del opresor: oprímeles hasta lo insoportable, mata a unos cuantos niños para que otros padres y madres lleguen a la conclusión de que es mejor marcharse o se decanten por la lucha armada, de forma que se pueda seguir matando impunemente, con la excusa del “derecho de Israel a defenderse”. Y mientras, se continúa con la repoblación de territorios con colonos étnicamente puros, lo cual implica traer extranjeros judíos de todo el mundo para ocupar las tierras de los palestinos desplazados.

Toda la política de Israel desde su fundación ha girado entre dos posibilidades: o la expulsión en masa de los palestinos o su concentración en guetos, reservas tribales. Y ha ido moviéndose de un polo al otro según las ocasiones, según los vaivenes de la política internacional. En los intermedios, como táctica de distracción, se emprenden “negociaciones de paz”, como un modo de dar tiempo a la política de hechos consumados. Pero Israel nunca ha querido la paz, ya que la guerra le ofrece el único marco posible para ejecutar sus planes. Cuando se habla de “negociaciones de paz”, se pasa por alto la naturaleza de Israel: se trata de un Estado étnico-religioso en el cual los no-judíos no tienen los mismos derechos que el resto, y son sujetos a todo tipo de arbitrariedades.

A pesar de que existen otros conflictos incluso más graves (Congo o Birmania, por ejemplo), la causa palestina está en el centro de la política internacional. Ha generado una simpatía en todo el mundo, incluidos judíos partidarios de los derechos humanos, que consideran como una infamia la manipulación que el Estado de Israel hace de su tradición milenaria, y que han dejado claro que Israel no es solo la antítesis del judaísmo, sino su peor enemigo actualmente. El Estado de Israel es una afrenta a todos los judíos perseguidos a lo largo de la historia, una afrenta a sus tradiciones y a sus sabios, a sus gentes y a su legado milenario. La causa palestina es hoy considerada en los cinco continentes como la causa de la humanidad, de los derechos humanos, de la supervivencia del hombre en tanto criatura solidaria, de todos aquellos que siguen pensando que los seres humanos pueden reunirse en torno a valores compartidos, más allá de la religión o de la raza, y fundar comunidades respetuosas con la diferencia. Todos somos palestinos.


Birmania

Tal vez el caso más trágico que padecen los musulmanes en el mundo actual sea el de Birmania (o Myanmar). El islam está presente en Birmania desde el siglo IX, a causa de la llegada de mercaderes, marinos y otros viajeros, venidos especialmente del subcontinente indio, pero también de Persia y de Anatolia. A lo largo de los siglos se han ido mezclando con las poblaciones locales, creando una cultura específica, claramente diferenciada de otras poblaciones musulmanas de Asia. A consecuencia del terror inherente a la colonización británica se produjeron desplazamientos masivos de población desde la India a algunas zonas de Birmania, donde los musulmanes son mayoritarios.

Desde el golpe de Estado de 1988 la situación de los derechos de estos colectivos es crítica. Organizaciones internacionales denuncian la práctica habitual de asesinatos extrajudiciales, la tortura, las re-locaciones forzadas de poblaciones enteras, la confiscación de tierras, la destrucción de viviendas, los trabajos forzados, el tráfico de seres humanos y la persecución de toda oposición a la Junta Militar gobernante. Las comunidades musulmanas y cristianas han sufrido todos estos abusos, además de otros específicamente anti-religiosos, debidas a que el Estado considera la etnia birmana y la religión budista como elementos vertebradores de la identidad nacional. Una vez más nos situamos ante una manipulación de la religión, utilizada como signo de una identidad nacional refractaria al pluralismo.

Musulmanes y cristianos se enfrenten a graves dificultades a la hora de practicar su religión. La adscripción religiosa de los ciudadanos figura en la carta oficial de identidad, que éstos están obligados a llevar permanentemente. La literatura racista y difamatoria contra el cristianismo y el islam es distribuida ampliamente. La presencia de musulmanes es presentada reiteradamente como una amenaza para la supremacía del budismo y de la raza birmana. En los últimos años han sido documentados casos de asesinatos de líderes religiosos, confiscación de escuelas coránicas y destrucción de templos. Estos crímenes son tolerados e incluso realizados por el propio Ejército. Existe una fuerte censura y restricciones a la edición o entrada en el país de literatura religiosa no budista, hasta el punto de que está prohibida la traducción de la Biblia a las lenguas locales. Resulta muy difícil conseguir permisos para realizar la peregrinación a Meca.

Existen zonas donde se prohíbe la construcción de mezquitas, e incluso se deniega el permiso a reparar las mezquitas existentes. En algunas zonas, los musulmanes son forzados a pagar impuestos especiales, que son destinados a la construcción de pagodas budistas. En ocasiones, éstas son levantadas mediante el trabajo forzado de los propios musulmanes, al lado de las mezquitas en estado ruinoso, y eso en poblaciones sin apenas presencia de población budista. Desde 1983 algunos pueblos han sido declarados como “zonas libres de musulmanes”, y en otros se ha prohibido la ubicación de nuevos residentes musulmanes.

Al margen de la política del Estado, se repiten los pogromos anti-musulmanes. El año 1997 monjes budistas asaltaron una mezquita, armados con palos, y realizaron destrozos de consideración. El 2001 en Taungoo, cerca de 20 musulmanes que rezaban en la mezquita de Ha Tha fueron asesinados. La mezquita fue demolida a petición de monjes budistas locales, en retaliación por la destrucción de los Budas de Bamiyan, en el Afganistán de los talibanes. En casos como este, los musulmanes denuncian la pasividad del ejército, que solo aparece tras dos o tres días de violencia.

La situación se agrava en los distritos de Shan y de Arakan, donde viven importantes poblaciones musulmanas. Los musulmanes de etnia Rohingya, en el distrito de Arakan, no comparten los dos elementos principales de la ideología del Estado: la religión budista y la etnia birmana. El Estado les niega la ciudadanía, lo cual implica restricciones a la libertad de movimiento, la prohibición de realizar determinadas actividades económicas, y la denegación del acceso a servicios públicos básicos, incluidos sanitarios y educativos. El ejército ha realizado confiscaciones masivas de tierras, quemas de pueblos, destrucción de mezquitas, re-locaciones forzadas de poblaciones y violaciones sistemáticas. Existen sectores de la población sometidos a trabajos forzados en granjas del Estado, bajo la custodia del Ejército. Estas prácticas han provocado el éxodo de miles de personas, 250.000 de los cuales malviven en campos de refugiados en la frontera con Bangla Desh, mientras unos 110.000 lo hacen en la frontera con Tailandia. La inmensa mayoría de estos refugiados son musulmanes.


Musulmanes contra musulmanes

Hay que mencionar las persecuciones sufridas por musulmanes/as en países de mayoría musulmana, tales como Sudán, Marruecos, Uzbekistán o Turquía.

Uzbekistán es un caso típico de Estado con mayoría de población musulmana donde el islam es cruentamente perseguido. Por supuesto, no se puede encarcelar a todos los musulmanes en un país con el 80 % de población musulmana, pero la represión hacia todas las manifestaciones islámicas que se consideran fuera del “islam oficial” es rigurosa. Existen leyes que establecen horarios estrictos para la asistencia a las mezquitas, y que prohíben cualquier reunión de carácter islámico “fuera de programa”. La descripción de la represión realizada por Steve Crawshaw, director en Londres de Human Rigths Watch, es muy gráfica:

“La policía en Uzbekistán lleva a cabo descargas eléctricas, palizas y violaciones con el fin de lograr ‘confesiones’ de los detenidos. Los miembros de los servicios de seguridad asfixian a los detenidos con bolsas de plástico, les hacen respirar cloro y les cuelgan de sus muñecas o tobillos en las celdas. El pasado año, unos médicos extranjeros descubrieron que el cuerpo de un preso, que había muerto en custodia, había sido sumergido en agua hirviendo. Sus manos no tenían uñas. Éste es el estilo del régimen de Karimov”.

Esta brutal represión tiene lugar con la complacencia del gobierno de EEUU y otros países occidentales, que han estado ayudando económicamente al régimen, reforzando su ejército en nombre de la “lucha contra el terrorismo”. El régimen recibió 500 millones de dólares de ayudas económicas el año 2003. En un documento dado a conocer en mayo del 2004, el Departamento de Estado de EEUU señalaba que Uzbekistán estaba haciendo “sustanciales y continuados progresos” en lo referente a los estándares sobre derechos humanos y la democracia.

Tal vez el caso más extremo de represión y violencia del islam ejercida por otros (supuestos) musulmanes se está viviendo en Sudán, en la región de Darfur. Las milicias árabes llamados janjaweed irrumpen en las aldeas incendiando casas y matando a todos aquellos que se les oponen. En un informe elaborado por Human Rights Watch se documenta la destrucción de mezquitas, el asesinado de imames y líderes religiosos y la profanación de ejemplares del generoso Corán (aunque resulta difícil de creer, se cagan sobre ellos). En una escuela, los janjaweed violaron a 41 alumnas delante de sus padres. Se habla de ejecuciones sumarias, incendios de pueblos y de aldeas, de la hégira forzada de cientos de miles de personas ante la connivencia del ejército.


Islamofobia

Dentro de la creciente persecución del islam en el mundo hay que situar el auge de la islamofobia, la demonización del islam y el acoso en el que viven las comunidades musulmanas en occidente, en el marco de la llamada “guerra contra el terrorismo”. Sucesivos informes de la ONU, la UE y la OSCE vienen alertando sobre el auge de la islamofobia en occidente.

No podemos obviar que la islamofobia ocupa un lugar destacado en la política contemporánea. No se trata tan sólo del rechazo irracional de un sector de la población, sino de una fobia social inducida desde determinados centros de poder para justificar la suspensión del habeas corpus y el mayor control de los individuos por parte del Estado. La demonización de los musulmanes es parte fundamental de la geopolítica energética de Occidente, y se sitúa entre los mecanismos económicos y políticos que caracterizan el Nuevo Orden Mundial. Existe además una conexión entre la islamofobia y la ocupación israelí de Palestina, actuando la demonización del islam como ideología legitimadora de la colonización y la represión sin límites de la resistencia palestina. Se trata de la ideología marco mediante la cual se genera consentimiento respecto a actuaciones militares (a nivel global) y policiales (a nivel local) que en una situación normal no serían aceptadas.

Esta dimensión ideológica goza hoy en día de gran aceptación en círculos académicos y políticos, y se sitúa en consonancia con las políticas neoliberales de la globalización corporativa. La dimensión ideológica de la islamofobia la vincula con el orientalismo y con el antisemitismo clásico europeo. La islamofobia es un fenómeno con una larga historia, pudiéndose trazar una continuidad desde la Edad Media hasta nuestros días. La demonización del Islam como una religión opuesta a los valores de la cristiandad occidental fue forjada en un momento en el cual los diferentes países (en el contexto de la emergencia del Estado-nación) se configuraban en relación con una religión determinada. Es en algunos sectores del mundo académico y universitario donde se forjan y se mantienen en pie algunos de los mitos más divulgados sobre el Islam.

La aceptación e incluso respetabilidad de la islamofobia en amplios sectores del mundo intelectual y académico occidental resulta significativa, y la diferencia de otras formas de rechazo hacia otros colectivos. Es inimaginable hoy en día encontrar discursos racistas contra negros, judíos o gitanos entre la intelectualidad europea, y sin embargo se constata que numerosos intelectuales aceptan de forma acrítica todos los estereotipos característicos del discurso islamófobo.

Todo ello conduce a las crecientes dificultades que los musulmanes tienen a la hora de practicar su religión (abrir mezquitas, ser enterrados según sus ritos, acceso a la alimentación halal, enseñar su religión, etc.), así como a los cada vez más numerosos casos de ataques a mezquitas, profanación de cementerios y violencia física contra individuos. La islamofobia justifica ante la opinión pública la ausencia de derechos de los musulmanes y los miles de encarcelados sin cargos presos en cárceles de los EEUU, de Francia, de España, de Inglaterra… En todos estos países se reproduce la farsa de las detenciones arbitrarias de supuestas células terroristas, mediante la cual se trata de mostrar a la opinión pública la eficacia de los servicios de seguridad, dar ‘realidad’ a la amenaza terrorista y justificar políticas securitarias frente a las políticas sociales.


Guerra contra el terrorismo

En paralelo al crecimiento de la islamofobia se sitúa la construcción del “terrorismo islámico”, como instrumento del imperio. No nos detendremos en este tema, pues es suficientemente conocido. Bajo el paraguas mediático de la “guerra contra el terrorismo” se esconden intereses financieros y de geo-estrategia internacional. Más allá de si atentados como el 11-S son obra de “yihadistas musulmanes” o de auto-atentados, no cabe duda de que sirven a los intereses de las grandes multinacionales de occidente. Por un lado, justifican intervenciones militares y apoyo a dictaduras, que garantizan el control de las economías y del petróleo y el gas natural de los países musulmanes. Y por otro, sirve para deslegitimar a movimientos de resistencia, como los de Palestina, Chechenia, Cachemira o Mindanao.

En estos y otros casos, los musulmanes sufren la ocupación violenta y la tiranía, y su lucha está plenamente legitimada por los convenios internacionales, incluida la propia Carta de los Derechos Humanos de Naciones Unidas. Se trata de movimientos de liberación idénticos a los movimientos anti-colonialistas del siglo XX. Piden elecciones libres, un referéndum controlado por observadores internacionales que decida su futuro. Sin embargo, la paranoia global sobre el peligro del islam y su carácter expansionista sirve para demonizar estos movimientos. En todas partes donde existe un movimiento legítimo de liberación que choca contra los intereses de las multinacionales, aparece necesariamente el terrorismo, para justificar lo injustificable. La creación de estos grupos y la proliferación de acciones criminales contra la población civil constituyen la excusa perfecta para aplastarlos. Son calificados como “grupos terroristas”, para justificar el envío de tropas y apoyo financiero a regímenes corruptos. Se pretende cortar con la solidaridad tradicional de los musulmanes con los oprimidos. Al mismo tiempo, ofrece la excusa perfecta para aumentar el control policial sobre la población civil, llevando a cabo recortes en los derechos civiles de los ciudadanos. Estos son los que siempre pierden: quienes sufren la violencia terrorista a raíz de la cual se les recortan sus derechos. Para combatir el sentido igualitario del islam, se trata de crear “Estados-nación islámicos” que impongan el “islam moderado” (y muy reaccionario) que interesa a las multinacionales de occidente. Todo ello responde a una lógica perversa, la de los Estados totalitarios que se amparan indistintamente (e incluso alternativamente) en el islam o en los derechos humanos y la democracia, siempre como cobertura de los intereses de las grandes multinacionales.

La destrucción y colonización de Irak y Afganistán se sitúan dentro de esta lógica perversa. Como antaño se utilizaba el discurso de la evangelización de los infieles, hoy en día se apela a su democratización. Tal y como dijo Nietzsche sobre las Cruzadas, se trata tan solo de “piratería a gran escala”. No hemos cambiado tanto, al fin y al cabo.


Fuente: rebelion.org

sábado, 12 de agosto de 2017

Pastunes, pueblo de Afganistán


Los pastunes o patanes son un pueblo etnolingüístico emplazado mayoritariamente en Afganistán, y en las regiones tribales del oeste de Pakistán. Los pastunes tienen como señas de identidad el uso de la lengua pastún y la práctica del código Pastunwali, un antiguo y tradicional código de conducta y honor.
La sociedad pastún consta de muchas tribus y clanes que raramente estuvieron unidos a lo largo de la historia, hasta la emergencia del imperio Durrani, en el año 1747. Durante la rivalidad anglo-rusa (conocida como El Gran Juego), desempeñaron un papel vital porque el límite de ambos imperios coincidía con su área de asentamiento. Durante 250 años, los pastunes fueron el grupo dominante en Afganistán, y concitaron la atención mundial con la invasión soviética del país (1979) y con el ascenso y caída de los talibanes, ya que de su etnia procede el principal contingente del movimiento integrista. Los pastunes son también una comunidad importante en Pakistán, donde suponen el segundo mayor grupo étnico.
La población total pastún es, según las estimaciones, de unos 42 millones de personas, pero no existe un censo oficial en Afganistán desde el año 1979. Hay unas 60 tribus importantes y, dentro de ellas, más de 400 subclanes.

Demografía. La gran mayoría de los pastunes habitan una franja que va desde el sureste de Afganistán al noroeste de Pakistán. También hay pastunes en las áreas norteñas paquistaníes y en el este de Irán. Tienen una pequeña presencia en la India, mientras que en los últimos años han aparecido pequeñas comunidades de emigrantes en Europa, América del Norte y la Península Arábiga. Los centros metropolitanos más importantes son Kandahar, Jalalabad y Swat. Peshawar, Quetta, Kabul y Kunduz son ciudades étnicamente variadas, aunque con una gran presencia de población pastún. En Karachi viven 3,5 millones de pastunes.
La etnia supone el 15,42 por ciento de la población de Pakistán, unos 25,6 millones de personas. En Afganistán, según estimaciones, el 42 por ciento de la población es pastún, unos 13,3 millones de personas. Entre los 1,7 millones de refugiados afganos en Pakistán, la mayoría son pastunes. Una suma acumulada de los pastunes en la región arroja un total de 42 millones de personas.

Historia y orígenes. La historia de los pastunes sigue sin contar con investigaciones fiables. Desde el segundo milenio antes de Cristo, las ciudades de la región han sido objeto de invasiones y migraciones. Visitadas por pueblos indo-iraníes, indo-arios, medas, persas, mauryas, escitas, kushans, heptalitas, griegos, árabes, turcos, mongoles, británicos, rusos y, más recientemente, los Estados Unidos de América. Varias teorías –tanto académicas como populares- chocan respecto al origen de los pastunes

Referencias antiguas. Existen varios grupos antiguos con epónimos similares a los pastunes, que han sido contemplados como los posibles ancestros de los modernos pastunes. El historiador griego Herodoto mencionó al pueblo “pactiano”, en la frontera oriental de la satrapía Persia Aracosia, ya en el primer milenio antes de Cristo. Su conexión con los pastunes no está clara. Y de modo similar, el Rig Veda menciona a la tribu “paktha” (en la región de Pakhat), es decir, el actual este afgano. Algunos académicos han propuesto una conexión con los modernos pastunes, pero se trata de una especulación.
En la Edad Media, hasta el advenimiento del moderno estado de Afganistán, en 1747, y la división del territorio pastún por la Línea Durand, del año 1893, los pastunes recibían meramente el nombre de “afganos”. Ese gentilicio aparece por primera vez en la historia en el Hudud-al-Alam, en el año 982 de nuestra era; se refería a un antepasado común y legendario de los pastunes, conocido como Afghana.
El sabio Alberuni se refiere a los afganos como un conjunto de tribus que viven en las montañas fronterizas entre la vieja India y Persia. En esta localización geográfica, los pastunes tuvieron un estrecho contacto con las tribus indias e iraníes, como atestigua el famoso viajero marroquí Ibn Battuta, en el transcurso de una visita a Kabul del año 1333: “Viajamos hasta Kabul, anteriormente una vasta ciudad, cuyo lugar está ahora ocupado por una tribu de persas llamados ‘afganos”.

Antropología y lingüística. Los orígenes de los pastunes están en el este de Irán. La lengua pertenece a la sub-rama iraní de la familia de lenguas indo-europeas. Los pastunes están clasificados como iraníes, posiblemente como descendientes de los bactrianos y escitas. Las viejas tribus iraníes que se expandieron a los largo de la meseta iraní fueron tempranos precursores de los pastunes. Al igual que otros pueblos iraníes, muchos pastunes se han mezclado con invasores varios, grupos vecinos y emigrantes. En términos de fenotipo, los pastunes son predominantemente un grupo mediterráneo, de forma que el cabello claro y la piel pálida no son infrecuentes, sobre todo entre tribus de montañas remotas.

Tradiciones orales. Algunos antropólogos dan crédito a las tradiciones orales míticas de las propias tribus pastunes. Por ejemplo, según la Enciclopedia del Islam, la teoría de la descendencia israelí de los pastunes está originada en Maghzan-e-Afghani, quien compiló una historia durante el reinado del emperador mongol Jehangir, en el siglo XVII.
Otro libro histórico, el Taaqati-Nasiri, mantiene que en el siglo VII un pueblo llamado Bani Israel se asentó en Ghor, al sureste de Herat, y más tarde emigró al sur y al este. Esas referencias casan con una común visión de la tradición oral pastún, de que cuando las doce tribus de Israel se dispersaron, la tribu de José se asentó en la región. El nombre pastún “Yusuf Zai” se traduce como “los hijos de José”.
Otras tribus pastunes mantienen que descienden de los árabes; y hay hasta quien reivindica (los sayyids) que Muhammad (asws) está entre sus antecesores. Algunos grupos de Peshawar y Kandahar (afridis, khattaks y sadozais) se dicen descendientes de los antiguos griegos que llegaron al territorio con Alejandro Magno.

Edad Moderna. Los pastunes están íntimamente ligados a la historia del moderno Afganistán y el Pakistán occidental. Tras las conquistas arabo-turcas de los siglos VII-XI, los ghazis (guerreros de la fe) pastunes invadieron y conquistaron buena parte del noroeste de la India. Su pasado reciente discurre por la dinastía Hotaki y más tarde el imperio Durrani. Los Hotaki derrotaron a la dinastía Safavida de Persia y tomaron bajo control gran parte del imperio persa entre 1722 y 1738. Esta campaña fue seguida por las conquistas de Ahmad Shah Durrani, un antiguo alto comandante bajo el Nadir Shah de Persia. Fundó el imperio Durrani, sobre una gran parte de lo que hoy es Afganistán, Pakistán, Cachemira, el Punjab indio y la provincia de Khorasan (Irán). Tras la caída del imperio Durrani, en 1818, el clan Barakzai se hizo con el control de Afganistán. El país quedó en manos del sub-clan Mohammedzai, desde el año 1826 y hasta el fin del reinado de Mohammed Zahir Shah, en 1973. Este legado continúa en el presente: Hamid Karzai procede de la tribu pastún Popalzai, en Kandahar.
Los pastunes afganos se resistieron al diseño británico de su territorio y mantuvieron a raya a los rusos durante el llamado Gran Juego. Pese a la rivalidad de los dos imperios, Afganistán se mantuvo como estado independiente y gozó de alguna autonomía. Pero durante el reinado de Abdur Rahman Khan (1880-1901), las regiones pastunes quedaron divididas por la línea Durand, y lo que es hoy el oeste de Pakistán fue cedido a la India británica en 1893. En el siglo XX, muchos líderes pastunes políticamente activos y viviendo en la provincia británica de la Frontera Noroeste apoyaron la independencia de la India, y se inspiraron en el movimiento pacifista del Mahatma Gandhi. Su región quedó encajada en el recién creado Pakistán.
Los pastunes afganos, sin embargo, alcanzaron la independencia completa de la intervención británica durante el reinado del rey Amanullah Khan, tras la tercera guerra anglo-afgana. La monarquía llegó a su fin en el año 1973, tras un golpe de estado ejecutado por Sardar Daud Khan. Esto abrió la puerta a la intervención soviética, que quedó culminada por la Revolución Saur, en el año 1978. Muchos pastunes se unieron a la oposición muyahiddín contra la intervención soviética. Esto sembró la semilla de los modernos talibanes, un movimiento religioso con origen en el sur de Afganistán. A finales de 2001, el gobierno talibán fue depuesto por una nueva invasión, esta vez liderada por los Estados Unidos.

Quiénes son los pastunes. Entre los historiadores, los antropólogos y los propios pastunes está activo el debate acerca de quién compone este pueblo. Entre las distintas definiciones, destaca la etnolingüística, que mantiene como pastunes a quienes se mueven en los parámetros de un origen étnico del este de Irán, tienen una lengua, cultura e historia compartidas, viven en proximidad geográfica y se reconocen como miembros de ese pueblo. Las tribus que hablan dialectos muy distintos del pastún, por ejemplo, se reconocen como miembros del cuerpo común.
Otra definición, más estricta, se refiere a un componente cultural. Requiere de los pastunes que sean musulmanes y respeten el código Pastunwali. Esta es la visión prevalente entre los líderes tribales más conservadores, que niegan el estatus pastún a los judíos, incluso si ellos mismos reivindican tener antepasados de esa religión. La sociedad pastún no es homogénea, en el capítulo religioso: la mayoría son musulmanes suníes, pero hay núcleos chiíes en la Provincia de la Frontera Noroeste, de Pakistán. Los judíos paquistaníes y afganos, que un día se contaron por miles, viven hoy en Israel y los Estados Unidos.
Una tercera definición se refiere al componente ancestral y patrilinear, basado en una importante ley del Pastunwali, según la cual sólo son pastunes quienes tienen un padre pastún. Esta definición pone menos énfasis en la lengua de cada uno. Por ejemplo, los pastunes indios han perdido su lengua y también muchas costumbres, pero se siguen considerando pastunes, como ocurre con el actor de Bollywood Shahrukh Khan, de antepasados de esa etnia.

Cultura. La cultura pastún se asentó en el transcurso de muchos siglos. Las tradiciones pre-islámicas, probablemente ya presentes durante la conquista de Alejandro en el 330 antes de Cristo, sobrevivieron como danzas tradicionales, mientras que los estilos literarios y la música reflejan todavía una fuerte influencia de la tradición persa. La cultura pastún es una mezcla única de costumbres nativas y fuertes influencias del oeste, este y sur de Asia.

Religión. La gran mayoría de los pastunes sigue el Islam suní, sobre todo de la escuela Hanafi. Una proporción significativa de los pastunes son chiíes, principalmente en el este de Afganistán y el noroeste paquistaní. Existen fuertes enlaces entre la afiliación tribal y la membresía de la comunidad islámica. La mayoría de los pastunes creen ser descendientes de Qais Abdur Rashid, un temprano converso del Islam que llevó la fe a la población pastún. Algunos historiadores creen que los pastunes pudieron ser zoroastrianos, hindúes, judíos o chamanistas antes de la llegada del Islam. Algunos pudieron practicar el budismo. Sin embargo, todo esto es por el momento una conjetura y no existen pruebas concluyentes.

Pastunwali. El término “pakhto” o “pastún” del que los pastunes toman su nombre no sólo se refiere a la lengua, sino al código de honor pre-islámico conocido como Pastunwali. Se cree que su origen está en un tiempo pagano y que, de muchas formas, acabó por fusionarse con las creencias islámicas. El Pastunwali gobierna y regula casi todos los aspectos de la vida, desde los asuntos tribales al comportamiento individual y de honor.
El Pastunwali influye en el comportamiento social de los pastunes. Unos de los principios más conocidos es la Melmastia, el deber de hospitalidad y asilo para todos los invitados que piden ayuda. La injusticia percibida requiere el Badal, la venganza. “La venganza es un plato que se sirve frío” fue tomado en estas tierras por los británicos y luego popularizado en Occidente. Los hombres están obligados a proteger Zan, Zar y Zameen, las mujeres, el dinero y la tierra. Algunos aspectos promueven la coexistencia pacífica, como el Nanawati, la humilde admisión de culpa por un mal cometido, lo cual debería resultar en el perdón automático por parte de la parte ofendida. Otros aspectos del Pastunwali han sido objeto de duras críticas, sobre todo en lo referente a los derechos de las mujeres y los crímenes de honor. El Pastunwali continúa vigente entre muchos pastunes, especialmente en las áreas rurales.

Literatura y medios pastunes. A lo largo de la historia pastún, hubo poetas, profetas, guerreros y reyes que fueron reverenciados. Pero la literatura no desempeñó un papel destacado, principalmente porque el persa era la lengua franca de los países vecinos y dominaba las letras escritas. Los primeros registros del pastún escrito vienen del siglo XVI y describen la conquista del valle de Swat por parte de Sheik Mali. En el siglo XX, la literatura en pastún ganó prominencia gracias a los trabajos de Amir Hamza Shinwari, que cultivó los ghazals. En 1919, Mahmud Tarzi empezó a publicar el primer periódico de Afganistán: Seraj-al-Akhbar.
Con bajísimas tasas de alfabetismo, muchos pastunes continúan aferrándose a las tradiciones orales. Los hombres siguen reuniéndose en los chai khaanas –teterías-, para escuchar relatos orales, historias de valentía y coraje. Pese a que la tradición de los cuentacuentos está dominada por hombres, la sociedad pastún también está marcada por ciertas tendencias matriarcales. Los cuentos relacionados con la reverencia hacia la madre son comunes y pasan de padres a hijos, como la mayoría de la herencia pastún, mediante una rica tradición oral que ha sobrevivido a lo largo del tiempo.

Deporte. Los deportes tradicionales incluyen el naiza bazi, lo que incluye jinetes que compiten en lanzamiento de lanzas. El polo también es un deporte tradicional de la región y es popular entre algunas de las tribus. Los pastunes también participan del buzkashí y de la lucha, a menudo parte de las reuniones deportivas. El críquet quedó como legado del dominio británico sobre Pakistán y la India, países que tienen hoy a algunos pastunes entre sus mejores jugadores.
Artes escénicas. El pastún es un pueblo que participa en variadas formas de expresión, como la danza, la lucha con espadas y otras actividades físicas. La forma más común de expresión artística puede verse en las distintas formas de danzas. Una de las más prominentes es el atán, que tiene viejas raíces paganas. Modificada por el misticismo islámico, hoy es la danza nacional de Afganistán.
El atán se baila acompañado de varios instrumentos tradicionales, como el tambor, la tabla, el rubab o la tula (flauta de madera). Con un rápido movimiento circular, los bailarines danzan hasta que no queda nadie bailando. La mayoría de los bailes son masculinos, aunque hay algunas excepciones como el Spin Takray y el tumbal, una especie de tamborada realizada por las chicas de los pueblos cuando alguna de ellas se casa.
La música tradicional pastún tiene lazos con la música afgana tradicional, a su vez inspirada por la del Hindustán. Formas populares incluyen el ghazal (poesía cantada) y la música qawali sufí. Los tópicos giran en torno al amor y la introspección religiosa. La moderna música pastún tiene como eje la ciudad de Peshawar, debido a las guerras afganas, y tiene a combinar técnicas propias con rasgos persas y la música india de Bollywood.

Tribus. Una característica destacada del pueblo pastún es su intrincado sistema de tribus. Los pastunes son predominantemente un pueblo tribal, pero la urbanización del mundo ha comenzado a alterar la sociedad pastún: ciudades como Peshawar, Quetta o Kabul están creciendo rápidamente debido al flujo de pastunes rurales y la llegada de refugiados. Pese al desarrollo urbano, muchas personas se identifican todavía con varios clanes.
El sistema tribal tiene varios niveles de organización: la tribu (tabar) está dividida en grupos de parentesco llamados khels, a su vez divididos en grupos más pequeños (pllarina), formados a su vez por varias familias extendidas llamadas kahols. Las tribus pastunes están clasificadas en cuatro grandes grupos tribales: los sarbanes, los batianos, los ghurghushtos y los karlanes.

Otra prominente institución pastún es la Jirga o Senado, compuesto por lugareños veteranos. La mayoría de las decisiones en la vida tribal son tomadas por los miembros del consejo, que es la principal autoridad que reconocen los igualitarios pastunes como cuerpo viable de Gobierno.