“¡Oh Humanidad! Os hemos creado a partir de un varón y de una hembra, y os hemos hecho pueblos y tribus distintos para que os reconocierais unos a otros. Y en verdad que el más noble de vosotros ante Allah es quien es más consciente de Él. Allah es Conocedor y está perfectamente informado.” (Sagrado Qur'an 49:13)
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sábado, 13 de junio de 2015
domingo, 6 de abril de 2014
La Música de la Vida
Hazrat
Inayat Khan
MÚSICA, la palabra que utilizamos en
nuestro lenguaje cotidiano, no es otra cosa que la imagen de nuestro Amado, y
es por esta razón por la cual amamos la música.
Pero la cuestión es la
siguiente, ¿qué es y dónde está nuestro Amado? Nuestro Amado es aquello que
representa nuestro origen y nuestra meta; y lo que vemos del Amado con los ojos
físicos es la belleza que se nos muestra alrededor; y la parte de nuestro Amado
no mostrada a nuestros ojos es aquella forma interior de belleza de la cual él
nos habla. Si escucháramos la voz de toda la belleza que nos atrae en cualquier
forma, encontraríamos como en todos sus aspectos ella nos cuenta que detrás de
toda manifestación está el Espíritu Perfecto, el espíritu de la sabiduría.
¿Qué es lo que captamos como
expresión principal de la vida en la belleza que observamos en torno nuestro?
Se trata del movimiento. En las líneas, en los colores, en los cambios de las
estaciones, en el ascenso y descenso de las olas y mareas, en el viento, en la
tormenta, en toda la belleza de la naturaleza hay un constante movimiento. Es
el movimiento lo que ha originado el día y la noche, y el cambio de las
estaciones; y este movimiento nos ha proporcionado la comprensión de lo que
llamamos tiempo. No habría tiempo de otra manera, porque realmente sólo existe
la eternidad; y esto nos enseña que todo lo que amamos y admiramos, observamos
y entendemos, es la vida escondida detrás; y esta vida es nuestro ser.
Se debe solamente a nuestras
limitaciones el que no veamos el ser entero de Dios; sin embargo, todo lo que
amamos en color, trazo, forma o personalidad, pertenece a la belleza real, al
Amado de todos. Cuando encontramos lo que nos atrae de esta belleza que vemos
en todas las formas, entendemos que ello es precisamente su movimiento; en
otras palabras la música. Todas las formas de la naturaleza, como por ejemplo
las flores, están perfectamente formadas y coloreadas; los planetas y las
estrellas, la tierra, todo da la idea de armonía, de música. Toda la naturaleza
respira; no solamente las criaturas vivientes, sino toda la naturaleza; y es
solamente nuestra tendencia a comparar aquello que parece vivo con lo que no lo
parece tanto lo que nos hace olvidar que todos los seres y las cosas viven una
vida perfecta. Y la señal de vida dada por esta belleza viviente es la música.
¿Qué hace danzar al alma del
poeta? La música. ¿Qué hace que el pintor elabore hermosos cuadros y el músico
cante bellas canciones? Es la inspiración que la belleza otorga. Por
consiguiente, el sufí ha denominado saki a esta belleza, al dador divino que
proporciona el vino de la vida a todos. ¿Cuál es el vino del sufí? La belleza
en la forma, en las líneas, en los colores, en la imaginación, en los
sentimientos, en las maneras; en todo esto él ve la belleza una. Todas estas
diferentes formas son parte del espíritu de la belleza que se encuentra en la
vida detrás de ellas, la continua bendición.
Con respecto a lo que llamamos
música en el lenguaje cotidiano, para mí, la arquitectura es música, la
jardinería es música, el laboreo del campo es música, la pintura es música, la
poesía es música. En todas las ocupaciones de la vida en las que la belleza ha
sido la inspiración, en las que el vino divino ha sido vertido, hay música. Entre
todos los diferentes artes, el de la música ha sido considerado especialmente
divino, ello se debe a que es la miniatura exacta de la ley que funciona a
través de todo el universo. Por ejemplo, si nos estudiamos a nosotros mismos,
encontramos que los latidos y el pulso del corazón, la inhalación y exhalación
de la respiración, todo ello es resultado de un ritmo. La vida depende del
funcionamiento rítmico de todo el mecanismo del cuerpo. La respiración se
manifiesta como voz, como palabra, como sonido; y el sonido es continuamente
audible, tanto el interior como el exterior. Eso es la música; y ello nos
enseña que la música existe tanto dentro como fuera de nosotros.
La música no solamente inspira
el alma de los grandes músicos, sino también a todos los niños. En el mismo
instante en que llegan al mundo comienzan a mover sus pequeños brazos y piernas
con el ritmo de la música. Por tanto no resulta una exageración decir que la
música es el lenguaje de la belleza; el lenguaje de aquel Uno a quien todos los
seres aman. Cuando uno comprende esto y reconoce a la perfección de toda
belleza como Dios, nuestro Amado, se entiende por qué la música que
experimentamos en el arte y en todo el universo debe ser llamado Arte Divino.
Mucha gente toma la música como
una fuente de entretenimiento, como un pasatiempo. Para muchos la música es un
arte y el músico un animador. A pesar de ello, nadie que haya vivido en este
mundo, y haya pensado y sentido, ha podido dejar de considerar a la música como
el arte más sagrado de todos, porque de hecho es aquello que el arte de pintar
no puede sugerir claramente y la poesía tiene que explicar con palabras.
Aquello que incluso el poeta tiene dificultad en expresar con su poesía, se
puede expresar con música. Con esto no solamente quiero decir que la música es
superior al arte y a la poesía, sino que de hecho supera a la religión; porque
la música eleva el alma del hombre más allá que las llamadas formas externas de
religión.
Con esto no quiero que se
entienda que la música pueda tomar la posición de la religión; todas las almas
no están necesariamente afinadas con ese tono en el cual pueden beneficiarse
realmente de la música, no son tampoco todas las músicas necesariamente tan
excelsas que puedan elevar el alma de la persona que las escucha más allá de
donde les lleva la religión. Sin embargo, para aquellos que siguen el camino
del culto interior, la música es esencial en su desarrollo espiritual. La razón
es que el alma del buscador ansía por el Dios sin forma. Sin lugar a dudas el
arte eleva, lo que no quita que al mismo tiempo mantenga la forma; la poesía
tiene palabras, nombres, todos sugerentes de formas; solo la música tiene
belleza, poder, encanto y al mismo tiempo la capacidad de elevar el alma más
allá de la forma.
Estas son las razones por las
cuales en los tiempos antiguos los más grandes de los profetas fueron a su vez
grandes músicos. Entre los profetas hindúes encontramos a Narada, que al mismo
tiempo que profeta era músico, y a Shiva, el profeta semejante a Dios que fue
el inventor de la vina. A Krishna, también, siempre se le representa con su
flauta.
Hay una leyenda muy conocida
sobre la vida de Moisés. Cuenta que Moisés, estando en el Monte Sinaí, escuchó
una orden divina que le decía: Muse ke, Moisés escucha; la revelación que así
le llegó estaba cargada de tono y ritmo, y Moisés la denominó con el mismo
nombre, música; y así es como se supone que se originó la palabra música. Los
cantos y salmos de David se conocen desde siempre; su mensaje era transmitido
en la forma de música. El Orfeo de la leyenda griega, el conocedor del misterio
del tono, del ritmo, tenía, debido a este conocimiento, poder sobre las fuerzas
ocultas de la naturaleza. Saraswati, la diosa hindú de la belleza y del
conocimiento, siempre se representa con una vina. ¿Qué es lo que todo esto
sugiere?, pues que toda armonía tiene en su esencia a la música. Además del
encanto natural que la música posee, también tiene un atractivo mágico que
puede ser experimentado incluso ahora. Parece como si la raza humana hubiera
perdido una buena parte de la ciencia de la magia, pero si algo quedara de ella
sería precisamente la música.
La música, además de poder, es
intoxicación. Si es capaz de embriagar a aquellos que la escuchan, ¡cuánto más
impactará a aquellos que la tocan o cantan! ¡Y cuánto más intoxicará a aquellos
que han tocado la perfección de la música y han meditado sobre ello durante
años y años! Ello les procura un gozo y una exaltación mayor, incluso, que la
experimentada por un rey en su trono.
De acuerdo con los pensadores
orientales existen cinco tipos diferentes de intoxicación: la de la belleza, la
juventud y la fortaleza, después está la intoxicación de las riquezas; la
tercera es la del poder, dar órdenes y dirigir; la cuarta variedad de
intoxicación es la de aprender, el conocimiento. Sin embargo, todas estas
cuatro intoxicaciones se difuminan en la presencia de la música como si fueran
estrellas delante del sol. La razón es que la música toca la parte más profunda
del ser del hombre. La música llega más lejos que cualquier otra impresión
procedente del mundo exterior. La belleza de la música consiste en que es tanto
la fuente de toda creación como el medio para absorberla. En otras palabras, el
mundo fue creado con música, y por la música será reabsorbido de nuevo en la
fuente que lo originó.
En nuestro mundo científico y
material observamos un ejemplo similar. Antes de que una máquina o un mecanismo
comience a funcionar debe hacer primero un ruido. Primero se hace audible y
luego muestra su vida. Lo podemos ver en un barco, un aeroplano, un automóvil.
Esta idea pertenece al misticismo del sonido. Antes de que un niño sea capaz de
admirar el color o la forma ya disfruta del sonido. Si existe un arte que
realmente pueda agradar a la persona de edad, es la música. Si hay algún arte
que pueda recargar a la juventud con vida y entusiasmo, emoción y pasión, es la
música. Si existe un arte con el cual una persona pueda expresar totalmente sus
sentimientos y emociones, es la música. Al mismo tiempo es algo que confiere al
hombre la fuerza y el poder de la actividad, la que hace que el soldado marche
con el repiqueteo del tambor y el sonido de la trompeta. En las tradiciones del
pasado se dice que en el Último Día habrá un sonido de trompetas anunciando la
llegada del fin del mundo. Esto muestra como la música está conectada con el
comienzo de la creación, con su continuidad y con su fin.
Los místicos de todos los
tiempos han amado la música más que a nada. En casi todos los círculos del
culto interior, en cualquier parte de la tierra, la música parece ser el centro
del culto y de las ceremonias. Y aquellos que alcanzan la paz perfecta llamada
nirvana, o en el lenguaje de los hindúes, el shamadi, lo consiguen más
fácilmente por medio de la música. Por tanto, los sufis, especialmente los de
la antigua escuela Chishti, toman a la música como fuente para sus
meditaciones; y meditando así obtienen mucho más beneficio que aquellos que la
practican sin la ayuda de la música. El efecto que experimentan es el
despliegue del alma, la apertura de las facultades intuitivas; y su corazón,
por expresarlo de alguna manera, se abre a toda la belleza interior y exterior,
elevándolos, y al mismo tiempo trayéndoles la perfección por la que toda alma
ansía.
jueves, 4 de octubre de 2012
Cultura Otomana: Mimar Sinan
Bismillahi
Rahmani Rahim
Sinan ibn Adülmennan fue el más
destacado arquitecto otomano, más conocido como el Mimar Sinan (“mimar”
significa arquitecto), nació en torno al año 1490 y murió en 1588. Fue, por lo
tanto, contemporáneo de Vignola, Palladio, Miguel Angel o Juan de Herrera. Su
calidad e influencia en los arquitectos musulmanes de la época y posteriores es
comparable a los citados dentro del ámbito cristiano.
Se sabe que Sinan era de origen
albano y de familia cristiana, aunque después fue convertido al islam y formado
al servicio del sultán como jenízaro, cuerpo militar de élite cuyos miembros
eran hijos de cristianos procedentes de diversas regiones del inmenso Imperio Osmanli.
En su caso, parece ser que era originario de Capadocia (región central de
Turquía, aunque no se sabe con exactitud ya que los archivos de los jenízaros
se perdieron en el siglo XIX debido a un incendio.)
Fue en el ejército donde comenzó
a demostrar sus aptitudes matemáticas, alcanzando el grado de
"zemberkcibasi" (oficial jefe de catapultas, aunque en aquella época
ya se trataba de artillería). Este cargo incluía las atribuciones de todos los
campos de la ingeniería militar, construyendo fortalezas, puentes, acueductos,
astilleros, murallas y puertas de ciudades a lo largo y ancho del imperio.
El Imperio Otomano se
encontraba en plena expansión, y Sinan participó en gran cantidad de campañas
ofensivas que le permitirían entrar en contacto con muy diversos estilos
arquitectónicos. Así podría conocer el gótico europeo (toma de Belgrado en
1521; batalla de Mohács contra los húngaros, 1526; campaña contra Alemania,
1529), el románico y el arte clásico greco-romano (Rodas, 1522; Corfú y sur de
Italia, 1537; Moldavia, 1538) y el arte oriental (Persia, 1534), aparte, claro,
de conocer bien el arte bizantino desde su infancia.
Tendría cerca de 50 años cuando
Suleymán el Magnífico le nombra su arquitecto principal. Es entonces, siendo
hombre ya maduro, cuando comienza su impresionante carrera arquitectónica.
Sinan construyó las principales construcciones turcas de Estambul, incluyendo
las monumentales mezquitas de Mihirimah, la del Sehzade Muhamet y la
impresionante Suleymaniye Camii, conocida como “Mezquita de Suleymán”. Una de
sus obras más conocidas es el Puente Mehmed Paša Sokolović en Višegrad
(Bosnia-Herzegovina), clasificado como Patrimonio de la Humanidad por la
Unesco.
Con Sinan, los turcos otomanos
cuentan con un arte propio, original y sumamente avanzado que influirá sobre
todo el mundo islámico. A Sinan se le atribuye una inmensa labor constructiva
en su larga vida, siendo probablemente el arquitecto más prolífico de la
historia. Se le atribuye el diseño de: 81 mezquitas, 50 oratorios, 62 escuelas,
19 mausoleos, 32 conjuntos palaciales, 24 hospitales, 17 edificios de postas, 6
mercados, 33 baños públicos, 7 acueductos, 8 puentes y 338 edificios no
identificados.
![]() |
Mezquita de Suleyman, una de las bellas creaciones de Mimar Sinan |
miércoles, 15 de agosto de 2012
Generalidades sobre el Arte Islámico
Autor:
Titus Burckhardt. Artículo publicado originalmente en Études Traditionnelles,
marzo de 1947, y posteriormente incluido en Aperçus sur la connaissance sacrée,
Milano, Archè, 1987.
1
El arte musulmán está, en muy
amplia medida, determinado por el rechazo de las imágenes, especialmente de las
imágenes escultóricas; esta negación del "ídolo" se dirige ante todo
a dar testimonio de que la trascendencia de Dios desafía cualquier comparación.
De ello se desprende una jerarquía de las formas que subordina lo
"concreto" a lo "abstracto": al igual que el símbolo
verbal, gracias a su irascibilidad, es preferido al símbolo visual, la forma
puramente geométrica prevalece sobre la forma con imágenes, y la imagen plana
es más fácilmente tolerada que la que "proyecta sombra". Pues lo que
se trata de evitar es la confusión entre el símbolo y su modelo espiritual.
Sería vano buscar en la
teología exterior, que debe evitar todo lo que no es accesible a la generalidad
de los fieles, es decir, de los hombres de naturaleza más activa que
contemplativa, una explicación o justificación del simbolismo de las formas.
Esta posibilidad de explicación existe, en cambio, en el esoterismo, que, por
definición, está orientado hacia la "identidad esencial" (tashbîh) de
todas las cosas con la Esencia divina, y evidentemente presupone, como propio
de sí, el principio de la "incomparabilidad" (tanzîh) (NA: en teología, es el punto de vista de la
incomparabilidad (tanzîh) lo que predomina como siendo lo más verdadero, porque
exime a la idea de Dios de lo que es limitado; pero en metafísica -y por lo
tanto en esoterismo- es el punto de vista de la comparabilidad lo que se hace
esencial, ya que permite superar el dualismo criatura-Creador y libera así al
conocimiento intelectual de las limitaciones de la ilusión cósmica). Que el
ejercicio del arte, en una civilización normal, luego teocrática, esté
necesariamente ligado al esoterismo, resulta, por un lado, de que la actividad
artística puede servir de soporte a la contemplación intelectual -y el
esoterismo colma todos los "recipientes" apropiados-, y, por otro, de
que sólo el esoterismo puede garantizar la corrección intelectual de un arte
religado, de una manera más o menos directa, al dominio de lo sagrado. Allí
donde una forma artística debe ser un verdadero reflejo simbólico (en sánscrito
abhasa, en árabe ‘aqs) de un prototipo trascendente (en árabe namûdaj, de raíz
persa), la tradición asegura la correcta relación entre uno y otro,
prescribiendo los "tipos" susceptibles de ser figurados, y no es sino
en la medida en que el artista, descubriendo la profunda "lógica" de
las formas consagradas, se eleva hasta su principio espiritual, que deviene a
su vez creador. Así, el arte ofrece siempre al artista el doble aspecto de una
vía (en árabe tarîq) que le conduce a un conocimiento trascendente y de una
enseñanza que el artista renueva en sí mismo. En la civilización musulmana, la
relación entre el esoterismo y las artes estaba asegurada -y todavía lo está en
algunos países- por las corporaciones artesanales, emparentadas con las
corporaciones similares del mundo cristiano de la Edad Media, por ejemplo, las
de los constructores (NA: al igual que
algunas corporaciones de la Edad Media cristiana, las agrupaciones denominadas
futuwwah estaban ligadas, por un lado, a un oficio, y, por otro, a la
caballería. Desempeñaron probablemente un papel mediador entre las
civilizaciones musulmana y cristiana, considerada ésta más particularmente en
su aspecto caballeresco).
Pero la relación entre el arte
y el esoterismo implica todavía otro aspecto, que no podría dejarse bajo
silencio sin dar lugar a ciertas objeciones: el arte decorativo de todos los
pueblos bebe en la fuente de una tradición puramente popular, por otra parte no
consciente de su simbolismo. Es importante señalar que los motivos ornamentales
populares que se encuentran en todas las civilizaciones constituyen una herencia
de la Tradición primordial; ahora bien, ésta está representada, en el sentido
de cada tradición particular, por el esoterismo, lo único que se sitúa más allá
de las formas. Esto explica, por un lado, por qué el esoterismo puede reanimar
esta semilla milenaria, muerta en apariencia, que es el "folklore",
y, por otro, que en el arte de una tradición relativamente reciente, tal como
la del Islam o el Cristianismo, puedan surgir formas e imágenes que, en cierto
sentido, son más primordiales que el simbolismo general de la tradición
considerada. Hay aquí una inversión jerárquica que merece ser precisada: al
consistir la razón de ser de una forma tradicional en recordar tal aspecto de
la Tradición una y primitiva, la expresión de ese aspecto ocupará en cierto
modo el "centro" de la forma en cuestión; en cambio, la
"periferia" de esta forma, ya que no tiene por qué insistir casi
exclusivamente en un único aspecto de la Tradición primordial, como el
"centro", podrá predominar sobre los símbolos centrales de dicha
Tradición.
En la tradición musulmana, esta
ley encuentra su aplicación especialmente en ciertas formas arquitectónicas: de
modo que ni la cúpula (qubbah) que corona la base cuadrada (entre una y otra se
halla generalmente un grado intermedio octogonal) (NA: El octógono intermedio resulta de la transición del cuadrado al
círculo. Puede verse en él una alusión simbólica al Trono divino que figura el
paso de la manifestación formal a la manifestación informal.), ni el nicho
(mihrâb) sobre el que se sitúa el imâm para dirigir la oración (NA: El sentido práctico del nicho de oración
consiste en hacer posible sin pérdida de espacio la distancia necesaria entre
el imâm y los fieles que oran. Además, el nicho concentra las palabras del imâm
y hace que se retengan.), y ante el cual a menudo se halla una lámpara
suspendida (NA: Esta lámpara figura
también en numerosos tapices que reproducen el nicho de oración.), son una
necesidad litúrgica que responde a ninguna prescripción sagrada; ahora bien,
ambas formas, que no dejan de ser manifestaciones simbólicas del Islam,
resultan precisamente del matrimonio entre el espíritu islámico y las formas constantes
de la Tradición primordial: la cúpula sobre la base cuadrada es un prototipo
del templo, ya que figura la unión entre el Cielo y la Tierra; en cuanto al
nicho de oración con la lámpara, es la contrapartida de lo que son, en otros
sistemas tradicionales, el tabernáculo, el santo de los santos o la cueva
sagrada. Por lo demás, se los encuentra prefigurados en algunas sentencias
particularmente misteriosas del Corán y de los hadîth: en la sura de la Luz
(sûrat en-nûr), el nicho que contiene la lámpara es mencionado como símbolo de
la presencia divina en la creación; y en una sentencia del Profeta sobre su
ascensión nocturna (mi’raj), habla de una cúpula de nácar blanco que descansa
sobre cuatro pilares o aristas (arkân), de donde surgen los cuatro ríos
celestiales (NA: Los pilares laterales
bajo la cúpula llevan esta inscripción: "En el Nombre de Dios, el
Clemente, el Misericordioso" (bismi’llhâhi rahmâni rahîm), y de cada una
de las cuatro palabras sagradas brota un río de agua, de leche, de miel y de
vino. La cúpula sobre la base cuadrada constituye sobre todo la cubierta de las
tumbas de los santos; en las reliquias de los santos, en efecto, el Cielo se
apoya sobre la tierra. Por otra parte, el simbolismo de los ríos de gracias
(barakât) se aplica igualmente a las tumbas de los santos, que de hecho son
manantiales de gracias.).
2
Vamos ahora a abordar la
cuestión del arte musulmán desde otro punto de vista, buscando, en la
mentalidad musulmana, la noción a la que corresponde la idea misma del arte, y
esto nos conduce, si a este respecto nos apoyamos en los datos de la lengua
árabe -la lengua sagrada del Islam- a las nociones de "oficio"
(çinâ’ah), de "ciencia" (‘ilm) y de "ornamento". Se sabe
que el Islam pone el acento en la razón (‘aql) y no en el sentimiento religioso
(NA: El ’aql en sí, en su naturaleza
universal, es sin forma; pero en el hombre se refleja en las formas
primordiales de la razón. En los rasâ’il ikhwân as-safâ (una recopilación de
cartas doctrinales) se dice, a propósito del significado de las ciencias
matemáticas, que éstas demuestran cómo el espíritu libre influye sobre el alma
ligada al cuerpo: "Considerando la manera en que los sentidos asimilan sus
objetos, se reconoce la forma en que el alma separada del cuerpo actúa sobre el
alma vinculada al cuerpo en el mundo de la generación y de la corrupción. La
ciencia de las matemáticas espirituales ofrece así a los contemplativos una vía
que conduce al conocimiento del alma, si Dios ayuda y dirige".); en
efecto, todo lo que es razonable ocupa un lugar privilegiado en la civilización
musulmana, y esto es lo que explica la importancia atribuida a la ciencia, en
primer lugar a las ciencias establecidas sobre axiomas racionales, a saber, la
lógica y las matemáticas (NA: Es esto lo
que permite comprender la particular afinidad existente entre la perspectiva
islámica y el arte arquitectónico: así, el Islam ha impreso, a la arquitectura
de la que se ha hecho heredero por sus conquistas, una forma específicamente
"cristalina", es decir, eminentemente "matemática" y
"estática".). Ahora bien, la mentalidad musulmana ha sacado de
las ciencias lógicas consecuencias que abarcan un dominio mucho más basto de lo
que se estaría tentado de suponer al examinar las cosas desde fuera: es así
que, sobre la aritmética general y sobre la geometría, se fundan diversas
teorías y reglas de la ciencia del ritmo y de la proporción, reglas que, por un
lado, cooperan en la formación del arte decorativo, y, por otro, penetran en el
dominio del simbolismo esotérico, y ello mediante las correspondencias
cosmológicas que implican. La estima que el Islam tiene por la razón, sin
embargo, no inclina al pensamiento islámico al racionalismo, ya que no es
considerada como lo más elevado, sino como un simple mediador entre lo humano y
lo divino; el juego "planetario" de la razón, lejos de limitar el
alma musulmana, le hará por el contrario presentir posibilidades ilimitadas, de
donde brotan todas las fuentes de la nostalgia y del arrobamiento.
Ahora bien, lo que queda del
arte cuando se eliminan los aspectos "ciencia" y "oficio"
es la "decoración" o el "ornamento", que no requiere de
ninguna justificación particular, al ser considerado como algo espontáneo,
evidente y popular. A este respecto, el Islam jamás ha caído en el puritanismo,
pues, si bien es verdad que esta tradición implica un aspecto fundamental de
"pobreza" y de "simplicidad", la belleza siempre fue
estimada como un don de Dios; fue el propio Profeta el primero que dio ejemplo
de esta alianza armoniosa entre lo simple y lo bello, alianza que determina en
amplia medida todo el arte musulmán, y, quizá de la manera más notable, los dos
artes arquitectónico y textil. Todo lo que se exige del arte decorativo es que
tenga un aspecto precioso, rico y delicioso, sin por ello traicionar una cierta
monotonía abstracta característica del Islam; y, como el Islam desaprueba las
imágenes, el ritmo del ornamento será su principal medio decorativo. El arte de
los nómadas carece de imágenes, en cierto modo por naturaleza; no se dirige a
la demarcación y a la figuración, sino al ritmo y a la abstracción. El
predominio del gusto nómada está relacionado con la actitud espiritual del
Islam, que no cesa de proclamar el carácter transitorio de las cosas de este
mundo, y cuyas instituciones litúrgicas y sociales están casi totalmente
desprovistas de elementos sedentarios: no hay, aparte de la orientación ritual
hacia La Meca, ninguna determinación local del culto, y tampoco jerarquía
sacerdotal; todo musulmán es en todas partes un viajero en el desierto y su
propio sacerdote.
El hecho de que el Profeta
adornara su habitación con tejidos es significativo para el origen del arte
decorativo del Islam. En la tienda, los tejidos y las armas son verdaderos
objetos de arte. La tejeduría próximo-oriental, que repite motivos
mesopotámicos de antigüedad inmemorial con una simplicidad nómada e intemporal,
penetra en Europa con la civilización islámica (NA: Parece que el verdadero tapiz nómada no es el tapiz teñido, sino el
tapiz anudado; sin embargo, todo tapiz puede servir de "mueble" en la
tienda del nómada.). La técnica del tejido, basada en la repetición
indefinida de un mismo motivo, el sentido del ritmo de los nómadas y,
finalmente, la predilección por el número y la geometría, muy característica
por lo demás de la mentalidad musulmana, y ello de acuerdo con la idea
fundamental de la Unidad, son las tres raíces del arte decorativo de los
musulmanes. En cuanto a las figuras armoriales de animales (NA: Los blasones con figuras de animales
parecen tener un doble origen: por un lado, se remontan a un emblema de tribu
que en último análisis corresponde al tótem; por otro, están ligados a la
tradición hermética, que se sirve de las antiguas figuraciones mesopotámicas.
Es posible que ambas corrientes se hayan combinado en Asia Menor; aún así, bien
podría tratarse de un depósito folklórico, reanimado por la intervención de un
esoterismo.) y de formas vegetales –imágenes permitidas, semi-abstractas,
que el Islam recoge con el tejido- ofrecen a su vez un punto de partida al
simbolismo esotérico.
Muy significativo es el papel
predominante de la escritura decorativa, que permite resumir los diversos
puntos de vista y las nociones de las que hemos hablado. La modulación correcta
de la escritura depende de la caligrafía, ciencia que fija la forma y las
relaciones recíprocas de las letras y las sílabas, y cuya ley artística es
ritmo puro, un ritmo que evoluciona con una libertad que ninguna otra escritura
tolera. Con la escritura se mezcla, no sin intención simbólica, el ornamento
vegetal; ya sean zarcillos que se enroscan en filamentos ondulados tras los
trazos de las más antiguas inscripciones de las regiones orientales del Islam,
ya las propias letras transformadas en arabescos vegetales; ambos casos se
refieren a la conexión simbólica, atestiguada por distintas tradiciones, del
Libro sagrado y del Árbol del mundo. En fin, desde el punto de vista islámico,
la importancia de la escritura está ligada al hecho de que la palabra es el
vehículo más directo del espíritu (NA:
las diversas corrientes de la teología musulmana hallan su denominación en los
estilos de la escritura.). El árabe preislámico ya atribuía el más alto
valor a la palabra y al lenguaje; la doctrina islámica ve en la palabra coránica
la expresión misma del Espíritu de Dios (kalimatu Llâh), y venera su forma
escrita como el cuerpo del Verbo (NA: Las
disputas acerca de la naturaleza creada o increada del Corán corresponden
exactamente a las discusiones dogmáticas sobre las dos naturalezas de Cristo.).
Describiendo así la manera en
que el Islam considera el arte, hemos esbozado una especie de
"psicología" del arte musulmán, tal como por lo demás aparece en casi
todos los dominios de esta civilización; es importante, sin embargo, comprender
que una psicología "cerrada", es decir, arbitrariamente limitada a
las modalidades individuales del "alma", es algo desconocido e
imposible en el Islam. Con ello, no solamente queremos decir que el objeto de
nuestro estudio, el arte musulmán, se basa en realidades objetivas, concretas,
prácticas, en las que halla condiciones sociales y técnicas precisas, sino
sobre todo que las ideas espirituales que suscitan la actividad artística
superan siempre el campo de las condiciones individuales. El musulmán percibe
en lo razonable lo trascendente, y las propias vibraciones psíquicas, que,
consciente o inconscientemente, animan a las facultades del artesano, están
regidas por una influencia espiritual de la que un observador exterior no
podría reconocer la eficacia. Quizá sea posible formarse una idea de ello con
la representación de cómo el ritmo de los ritos cotidianos, de formas precisas
y convincentes, penetra orgánicamente en la vida del musulmán y le imprime una
ley de las formas cuyos efectos repercuten en las más lejanas orillas del ser
humano.
viernes, 15 de junio de 2012
Símbolos Sagrados: El Sello de Suleymán
Bismillahi
Rahmani Rahim
El diseño de arriba es un motivo
islámico.
En la exaltada religión del
Islam, todo tiene un significado y transmite satisfacción para el alma humana.
Esta es la propiedad única de la exaltada religión del Islam.
Observa este motivo islámico.
Se trata de una obra de arte hecha a mano que reconforta el espíritu.
En la exaltada religión del
Islam toda forma tiene un significado, así como una sabiduría oculta.
Mira la estrella de seis puntas
en el centro del diseño de arriba. Es el sello de Suleyman (Salomón).
Algunos de los llamados
eruditos, de los que han aparecido recientemente que piensan que sólo ellos lo
saben todo, rechazan este motivo y hacen todo lo posible para alterar su forma.
Este motivo es un signo de los genios. Para
ellos el Sello de Suleyman se tiene en alta estima y es santificado.
Este es un hecho que debe
servir como enseñanza y consejo para todos los fanáticos, gente inconsciente.
¡Cada uno debe conocer sus
límites!
-Sheykh
Maulana Nazim al-Haqqani-
viernes, 11 de mayo de 2012
Arquitectura Sagrada: La Kaaba
Del
libro “El arte del Islam”, de Titus Burckhardt
Si a la pregunta: ¿Qué es el Islam?, se respondiera
sencillamente señalando una de las obras maestras del arte islámico, como la
mezquita de Córdoba o la de Ibn Tûlûn de El Cairo, o una de las medersas
de Samarcanda, o incluso el Taŷ Mahal, tal respuesta no por sumaria dejaría de
ser válida, pues el arte del Islam expresa lo que su nombre indica sin
ambigüedad...
Comenzaremos nuestras investigaciones sobre el arte del
Islam con una descripción de la Kaaba y de su función litúrgica, cuya
importancia literalmente central para el arte islámico y sobre todo pata su
arquitectura es bastante nítida. Como es bien sabido, todo musulmán se dirige
hacia la Kaaba para recitar las oraciones canónicas, y toda mezquita se
orienta, consecuentemente, a esa dirección...
Hay una razón más para referirse a la Kaaba... Se trata del
único objeto artificial que cumple una función obligatoria en los ritos
musulmanes. No es una obra de arte en sentido estricto -no es más que un simple
cubo de mampostería-, sino que pertenece más bien a lo que se podría llamar
‘proto arte’, cuya dimensión espiritual corresponde al
mito o a la revelación, según los puntos de vista. Esto quiere decir que el simbolismo
inherente a la Kaaba, por su forma y por los ritos que se le asocian, contiene
el embrión de todo cuanto se expresa en el arte sacro del Islam.
La función de la Kaaba como centro litúrgico del mundo
musulmán tiene una estrecha relación con el origen de todas las religiones
monoteístas. Según el Corán, la Kaaba fue edificada por Abraham y su hijo
Ismael, y fue el primero quien instituyó la peregrinación anual a este
santuario. Centro y origen: he aquí los dos aspectos de la misma y única realidad
espiritual, o, por decirlo de otro modo, las dos opciones fundamentales de toda
espiritualidad.
Para la generalidad de los musulmanes, la oración cara a la
Kaaba -o a la Meca, que viene a ser lo mismo- expresa ‘a priori’ una elección:
mediante este signo, el musulmán se distingue tanto de los judíos, que oran
hacia Jerusalén, como de los cristianos, que se ‘orientan’, literalmente, hacia
el sol naciente; opta por unirse a la ‘religión del centro’, que es como el
árbol del que las otras religiones se ramifican. “Abraham no fue ni judío ni
cristiano”, dice el Corán, “fue hanîf (desapegado) y múslim
(sometido)” (III, 67). El impacto de estas palabras está en que la fe de
Abraham -que representa aquí la quintaesencia de un musulmán- está libre de las
especializaciones y limitaciones encarnadas, a los ojos de los musulmanes, en
el concepto judío de un pueblo elegido con exclusión de los demás y en el dogma
cristiano de un único Salvador, el Hijo de Dios.
Notemos que el relato coránico de la construcción de la
Kaaba por Abraham no acentúa su carácter de antepasado de los árabes
-descendientes suyos a través de Ismael y Agar-, sino su misión como apóstol
del monoteísmo puro y universal que el Islam se propone renovar. Sea cual fuere
el fundamento histórica de este relato, es inconcebible que el Profeta lo
hubiera inventado por razones más o menos políticas, sin plantearnos problemas
de sinceridad. A los árabes preislámicos les obsesionaba la genealogía
-característica muy de nómadas- y jamás hubieran aceptado las ‘interpolación’
de una antepasado hasta entonces ignorado. Si la Biblia no hace mención de un
santuario fundado en Arabia por Abraham e Ismael es debido a que no tenía por
qué referirse a santuario alguno que se situara fuera de la tierra y el destino
de Israel. Reconocía, sin embargo, el destino espiritual de los ismaelitas al
incluirlos en la promesa divina a Abraham. Notemos finalmente -sin alejarnos
demasiado de nuestro tema- que es característico de la ‘geometría’ divina, a la
vez estricta e impredecible, el empleo de un santuario abrahámico, perdido en
el desierto y olvidado por las grandes comunidades religiosas de su tiempo,
para la renovación de un monoteísmo de naturaleza semítica. La pregunta que se
formulan tantos estudiosos del Islam (‘¿Qué sucedió en la Meca para que
surgiera una nueva religión?’), bien podría formularse de este otro modo: ‘¿Qué
razones hicieron que la nueva, la naciente religión, se manifestara primero en
ese lugar?’.
La forma eminentemente arcaica del santuario de la Meca se
compagina bien con el origen abrahámico que se le atribuye. En realidad, ha
sido frecuentemente destruido y reconstruido, pero el mismo nombre de Kaaba,
que significa ‘cubo’, garantiza que su forma no ha sido modificada en lo
esencial; es levemente irregular, con una longitud de doce metros, una anchura
de diez y unos dieciséis metros de altura.
El edificio está tradicionalmente cubierto por una
‘vestidura’ (kiswah) que se cambia cada año y que, desde la época de los
Abasidas, ha sido confeccionada en tela negra bordada con inscripciones en oro,
lo que indica de manera contundente su aspecto a la vez abstracto y misterioso.
Parece que la costumbre de ‘vestir’ al santuario lo introdujo un antiguo rey
himyarita y tiene trazas de formar parte de una tradición semita en extremo
venerable, que es, en cualquier caso, de estilo ajeno al mundo greco-romano:
‘vestir’ a una casa es, de alguna forma, tratarla como a un cuerpo viviente o
como a un arca portadora de influencia espiritual, y así lo entendieron los árabes.
En cuanto a la célebre, no está incrustada en el centro de la Kaaba, sino en
una pared exterior cercana a su ángulo meridional. Se trata de un meteorito, y
por ello de una piedra caída del cielo, y el Profeta no hizo sino confirmar su
naturaleza sagrada. Finalmente hemos de mencionar el recinto exterior, más o
menos circular, del haram, que forma parte del santuario.
La Kaaba es el único santuario islámico que puede ser
asimilado a un templo. Suele sar llamada la ‘casa de Dios’ (Baitullâh), y en
verdad tiene el carácter de una ‘morada divina’, pese a lo paradójico que esto
pueda parecer en el ambiente musulmán, donde la idea de la trascendencia divina
prevalece sobre todo el resto. Pero Dios ‘mora’, por así decirlo, en el centro
inaprehensible del mundo, como ‘mora’ en el más íntimo centro del hombre.
Recordaremos que el sanctasanctórum del templo de Jerusalén, que era asimismo
una ‘habitación’ divina, tenía la forma de un cubo, como la Kaaba. El
sanctasanctórum o debir contenía el Arca de la Alianza, mientras que el
interior de la Kaaba está vacío; únicamente contiene una cortina, que la
tradición oral llama ‘cortina de la Clemencia divina’ (Rahmah).
El cubo se vincula con la idea del centro, al ser una
síntesis cristalina de la totalidad del espacio, correspondiendo cada una de
sus caras a una de las direcciones primarias, esto es, el cenit, el nadir y los
cuatro puntos cardinales. Recordemos, aun así, que la posición de la Kaaba no
se corresponde por completo con este esquema, porque son sus cuatro esquinas, y
no sus lados, las que se orientan a los puntos cardinales, sin duda porque
estos significan, en la concepción árabe, los cuatro ‘pilares angulares’ (arkân)
del universo.
El centro del mundo terrenal es el punto en que se producen
la intersección con el ‘eje’ del cielo: el rito de la circunvalación (tawâf)
de la Kaaba, que podemos encontrar bajo una u otra forma en la mayoría de los
santuarios antiguos, se ve entonces como la producción de la rotación del cielo
alrededor de su eje polar. Éstas no son, naturalmente, las interpretaciones que
el Islam atribuye a estos elementos rituales, sino que son a priori
inherentes a una visión de las cosas que todas las religiones de la antigüedad
comparten.
El carácter ‘axil’ de la Kaaba es, no obstante, afirmado por
una leyenda musulmana muy conocida, según la cual la ‘casa antigua’, que por
primera vez construyó Adán, que fue destruida por el Diluvio y reconstruida por
Abraham, está situada en la extremidad inferior de un eje que atraviesa todos
los cielos; en el plano de cada mundo celestial, otro santuario, frecuentado
por ángeles, señala el mismo eje. El prototipo supremo de cada uno de estos
santuarios es el trono de Dios, a cuyo alrededor gira el coro de los espíritus
celestiales, aunque más exacto sería afirmar que éste gira dentro de él, que el
trono divino incluye a toda la creación.
Esta leyenda atestigua con claridad sobre la relación que
existe entre la ‘orientación’ ritual y el Islam como sumisión o abandono (islâm)
al designio divino. El hecho de volverse en la oración hacia un solo punto,
inaprehensible como tal, pero situado en la tierra y análogo, en su
singularidad, al centro de cada mundo, habla elocuentemente acerca de la
integración de la voluntad humana en la Voluntad universal. “Todo será devuelto
a Dios” (Corán, III, 109). Al mismo tiempo, se verá ue existe una diferencia
entre este simbolismo y el del culto cristiano, en que el punto de referencia
es aquella parte en que el sol, imagen de Cristo renacido, nace en la Pascua.
Esto implica que todas las iglesias orientadas tienen ejes paralelos, mientras
que todas las mezquitas del mundo convergen.
La convergencia de todos los gestos de adoración en un único
punto sólo es visible, sin embargo, en la proximidad de la Kaaba, cuando la multitud
de los creyentes se postra en la plegaria común desde todas las direcciones
hacia un solo centro; quizá no haya expresión del Islam más inmediata y
tangible.
Ya se habrá advertido que la liturgia del Islam se vincula
con la Kaaba de dos formas diferentes aunque complementarias, una estática y la
otra dinámica: la primera significa que cualquier lugar terrenal está
directamente unido al centro mecano, y éste es el sentido que tienen las
palabras del Profeta: “Dios ha bendecido a mi comunidad al otorgarle la
superficie de la tierra entera como santuario”. El centro de este santuario
único es la Kaaba, y el creyente, que ora en el santuario universal, descubre
que toda distancia ha sido momentáneamente abolida. La segunda, que es de
naturaleza dinámica, se manifiesta en la peregrinación, que todo musulmán debe
cumplir al menos una vez en su vida si tiene la posibilidad. Hay en la
peregrinación, y esto suele afectar a todo ambiente islámico, un aspecto de
desnudez; al mismo tiempo, la impresión que produce en el creyente es la de una
recapitulación dramática de su islâm: al llegar al umbral del área
sagrada que rodea la Meca, el peregrino se despoja de todas sus vestiduras, se
purifica con agua desde la cabeza a los pies, se envuelve en dos piezas de tela
sin costuras, una alrededor de la cintura y otra sobre un hombro. En este
estado ‘consagrado’ (ihrâm) se acerca a la Kaaba para cumplir con
el rito de la circunvalación (tawâf), invocando a Dios
incesantemente. Tan sólo tras esta visita a la ‘casa de Dios’ parte hacia los
diversos lugares asociados con la historia sagrada y completa su peregrinación
con el sacrificio de un carnero, en memoria del de Abraham.
...No olvidemos que el Islam nació en
una ‘tierra de nadie’ entre dos civilizaciones: la bizantina y la persa, que al
mismo tiempo eran imperios que se disputaban Arabia y contra los que el Islam
habría de combatir, venciéndolos para sobrevivir. Comparada con aquellos dos
mundos, ambos con una herencia artística de tendencias naturalistas y
racionalistas, la Kaaba y los ritos con ella relacionados son como un ancla
aferrada en profundidades intemporales.
martes, 28 de febrero de 2012
Baye Fall: la experiencia emancipadora del Sufismo en Senegal. (1)
“La
característica del Sufismo africano es su facilidad para conectar con grandes
capas de los sectores populares, dotándoles de una espiritualidad natural,
cercana, y alejada de connotaciones ajenas y extravagantes costumbres
desvinculadas de su contexto original. El gran Sufí africano, Amadou Hampaté
Bâ, dijo una vez: ‘En África el Islam es como el agua: se tiñe con los colores
de la tierra’. Hay una cultura islámica con muchos colores distintos. Una
civilización tradicional, como es el caso del Islam, está fundamentada en una
norma Divina, que es igual en todas partes, pero cada parte de esta
civilización tiene libertad para desarrollar sus posibilidades en la misma. De
hecho, la uniformidad y la colonización cultural son algo ajeno a las grandes
tradiciones de la humanidad.”
(“El
Islam en África Occidental”, J.A.G. Barahona)
Sufismo, el Núcleo del Islam.
Debemos considerar el Tasawwuf (Sufismo, Mística Islámica) como la
primera experiencia fundamental dentro de la Tradición del Islam. Este momento
inicial de la espiritualidad supone, en la bendita persona del Profeta Muhammad
(que la paz de Allah sea con él), un
estadio anterior a la Revelación (la
Divina Manifestación que daría origen a un conjunto entero de enseñanzas
Sagradas encargadas de reubicar al ser humano en su nivel primordial), y en
sus seguidores, la intrínseca aplicación del ejemplo profético, arquetipo para
la consecución de la humanidad original. Nos referimos a “estado anterior a la
Revelación” al camino que Muhammad (que
la paz de Allah sea con él) transitó en la purificación de su corazón, de
por sí ya dispuesta desde la Sabiduría Divina, representada por el alejamiento
de lo mundano y el repliegue en la más honda intimidad de sí mismo representado
exteriormente por sus retiros en la caverna de Hirâ en la Montaña de la Luz (Yabal an-Nur, convergencia de la teofanía
en el ámbito terrestre). Este momento inicial de “repliegue” y “retiro”
supone la base sobre la que el Sufismo se constituye como el eje mismo del
Islam. Decimos el eje porque, al margen de la controversia innecesaria que
puede suscitar la existencia o no-existencia en el tiempo de un mero concepto
que, sin embargo, alude a una realidad inmensa y atemporal, el Sufismo ha sido
desde siempre la “Ciencia interior del Islam”. Para demostrarlo de un modo
tradicional: ‘Umar ibn al-Jattab relató que escuchó al Profeta (que la paz de Allah sea con él) decir:
“Las obras se miden según las intenciones, y cada uno será recompensado de
acuerdo a su intención”. En otra tradición (hadiz)
el Profeta (que la paz de Allah sea con
él) dice que Allah Todopoderoso observa lo que se encuentra en nuestros
corazones sin considerar nuestras apariencias externas. Hemos citado dos de
entre innumerables dichos que manifiestan la importancia capital que en el
Islam recibe la purificación interior. En el Sagrado Qur’an leemos: “Sólo (será aceptado) quien venga a Allah
con un corazón limpio (qalbus salim)” (26:89)
Durante los primeros trece años
iniciales de su bendita misión profética, el Mensajero de Allah (que la paz de Allah sea con él) se
abocó a la tarea de literalmente “sanear” los corazones de sus seguidores,
quienes, convertidos luego en agentes de luz, se encargarían de sembrar las
semillas múltiples del Islam. Estos santos trece años de consolidación, o
mejor, de purificación, constituyen el arquetipo fundacional del Sufismo como
ciencia del corazón. Debemos anotar que, esencialmente (en su esencia, en su “Realidad”), el Sufismo es pura experiencia
transformadora, cualidad inherente a la revolución interior que el Islam
promueve como doctrina original al Hombre (“revolución”
entendida en su forma etimológica real, es decir, como movimiento opuesto al
anquilosamiento propio de lo que está “muerto” en su embotamiento, en este
caso, espiritual).
Es por esto que desde el
Sufismo, es decir, desde la autenticidad de la enseñanza muhammadiana en tanto
que desapego de lo mundano, entrega total al recuerdo de Allah (zikrullah), vivencia de lo Sagrado y la
sana intención, decimos que mediante el Sufismo y sus santos transmisores (nexos vehiculizadores del influjo
emancipador irradiado desde la Luz profética), el Islam ha arraigado
profundamente en culturas diversas enriqueciendo características y cualidades
propias al lugar y la raza. Este enriquecimiento, lejos de ser excluyente (como se quiere hacer creer desde una dudosa
“ortodoxia” que no acepta más que lo que ella misma pueda violentar),
promueve una integración que facilita el desarrollo inherente a las facultades
humanas en conexión permanente con el acontecimiento de lo Sagrado (es decir, dentro de los márgenes del Islam
como vivencia y relación con lo Sagrado). Esto ha sucedido en todo el
espacio que engloba al mundo islámico, y más particularmente en África.
Todo pueblo, toda cultura, toda
raza, ha sido dotada con cualidades naturales mediante las cuales desarrollar
positivamente la experiencia de lo Sagrado (siendo
esto íntegramente “cualitativo”). Tradicionalmente estas cualidades se han
manifestado mediante recursos tales como el Arte, entendido este como vehículo
y soporte para la transformación. Dentro del Arte incluimos la poesía, la
arquitectura, la música, la artesanía y la pintura. En África, el vehículo por
antonomasia ha sido la Música, más específicamente la Ciencia del Ritmo (siendo todo Arte esencialmente “Ciencia del
Ritmo”).
En nuestros tiempos, un país
del África occidental ha sido prolífico en la utilización de la Música como
vehículo de conexión con lo Sagrado desde el Sufismo. Nos referimos a Senegal.
Allí, una Orden recurre a la Música definiéndola como “la siembra de lo que se cosechará en la Próxima Vida”. Son los Baay
Fall. Repetiremos que el Arte no se entiende desde la perspectiva moderna que
insensatamente ha desacralizado la visión del mundo haciendo de la
manifestación artística un fin para el ocio, el recreo mediocre o, lo que es
peor, la voluptuosidad sensorial. Nada más lejos de la realidad tradicional que
esto. El Arte, en este caso la Música, es un medio para el desarrollo de las
posibilidades interiores del ser humano, un medio para la alabanza, el
agradecimiento y la remembranza de lo Divino (zikrullah), un medio para la emancipación espiritual y la
purificación interior, premisas básicas del Islam que el Sufismo ha potenciado
en la manifestación artística.
Baay Fall es una rama de la
Orden Muridiyya. Su guía espiritual es el Sheykh Ibrahima Fall, quien fuera un
discípulo aventajado del gran santo Sheykh Ahmadou Bamba, fundador de la Orden
Muridi y propulsor “ideológico” (idea en
cuanto arquetipo o símbolo) de la ciudad santa de Touba.
sábado, 18 de febrero de 2012
El Vacío en el Arte Islámico
Ibrahim Izz ud-Din (Titus Burckhardt)
Bismillahi Rahmani Rahim
La
prohibición de la imagen, en el Islam, se limita a la imagen de la divinidad;
ella se sitúa en la perspectiva del Decálogo, o más exactamente del monoteísmo
abrahámico que el Islam renueva. Este monoteísmo se opone directamente al
politeísmo idólatra (1), de manera tal que la imagen plástica de la divinidad
se presenta, según una dialéctica a la vez histórica y divina, como la marca
del error que asocia lo relativo a lo absoluto, lo creado a lo no creado,
sometiendo lo primero a lo segundo.
La negación
del ídolo, o mejor dicho su destrucción, es la traducción concreta del
testimonio fundamental del Islam. La fórmula “lá ilaha illa-Llah” (no
hay otra divinidad que Dios), domina todo y consume todo a la manera de un
fuego purificador. La negación del ídolo, efectiva o virtual, tiende a
generalizarse: es así como se evita representar a los enviados divinos, rusul,
a los profetas, anbiya, a los santos, awliya, no sólo porque sus
imágenes podrían convertirse en el objeto de un culto idólatra, sino también
por respeto a lo inimitable que hay en ellos. Ellos son los vice-regentes de
Dios en la tierra y es por ellos que la naturaleza teomorfa del hombre se
vuelve manifiesta; pero este teomorfismo es un secreto cuya aparición en el
mundo corporal sigue siendo incomprensible. La imagen inanimada y estereotipada
del hombre divino no sería más que una envoltura, un error, un ídolo. Incluso
en el medio sunita árabe, se retrocede frente a la representación de cualquier
ser vivo por respeto al secreto divino contenido en su creación (2).
Y si la
prohibición de la imagen no es tan general en otros grupos étnicos, no es menos
observada por todos aquellos que forman parte del cuadro litúrgico del Islam:
el aniconismo (3) es en cierta forma coextensivo de lo sagrado, siendo uno de
los fundamentos, si no el fundamento del arte sagrado del Islam. Esto puede
parecer paradojal, ya que el fundamento de un arte sagrado es el simbolismo; en
una religión que se expresa con símbolos antropomorfos, el rechazo a la imagen
parece socavar la raíz de cualquier arte visual de carácter sagrado. Sin
embargo, es necesario tener en cuenta todo un juego de compensaciones sutiles y
principalmente esto: un arte sagrado no está hecho necesariamente de imágenes,
incluso puede ser sólo la exteriorización existencial, por decirlo así, de un
estado contemplativo y en ese caso, no reflejará ideas pero transformará
cualitativamente el ambiente, integrando un equilibrio espiritual cuyo centro
de gravedad es lo invisible.
Esta es la
naturaleza del arte islámico: su objeto es ante todo el ambiente del hombre –
de aquí el rol predominante de la arquitectura – y su calidad es esencialmente
contemplativa. El aniconismo no aminora esta cualidad, muy por el contrario, ya
que excluye toda imagen que invite al hombre a fijar su mente sobre cualquier
cosa fuera de sí mismo, de proyectar su alma en una forma individualizante. En
cambio, él crea un vacío. Desde este punto de vista, la función del arte
islámico es análoga a la naturaleza virgen, en especial el desierto, que
favorece igualmente la contemplación; aunque desde otro punto de vista, el
orden creado por el arte se opone al caos de la naturaleza desértica.
El ornamento
sobre la base de formas abstractas, desarrollado tan ricamente en el arte del
Islam, no está allí para llenar este vacío. Su ritmo continuo o su carácter de
tejido sin fin, en lugar de captar el espíritu y de conducirlo hacia algún
mundo imaginario, disuelve las coagulaciones mentales, tal como la
contemplación de un curso de agua, o de una llama o de un follaje agitado por
el viento puede apartar a la consciencia de sus ídolos interiores.
La
ornamentación islámica presenta dos formas principales, la del arabesco
compuesto de formas sinuosas y espiraloides, más o menos similares a motivos
vegetales, y el almocárabe geométrico. La primera es todo ritmo, fluidez y
melodía continua, mientras que la segunda es de naturaleza cristalina: la
irradiación de las líneas a partir de múltiples centros geométricos recuerda a
copos de nieve o el hielo, y da la impresión de calma y de frescura. Es en el
arte maghrebin que estas dos formas ornamentales aparecen en toda su pureza.
La
ornamentación, por más rica que sea, no destruye jamás la simplicidad o la
sobriedad del conjunto arquitectónico; esta es al menos la regla observada en
todas las épocas y en todos los medios no decadentes. De un modo general, el
conjunto arquitectónico manifiesta el equilibrio, la calma y la serenidad.
Mientras que
el interior de una basílica románica progresa en dirección al altar, y el
presbiterio de una iglesia gótica tiende hacia lo alto, el interior de una
mezquita no contiene ningún elemento dinámico. Sea cual sea su tipo de
construcción, desde las mezquitas primitivas de techo horizontal sobre pilares
hasta las mezquitas turcas con cúpulas, el espacio está siempre ordenado en
forma tal que reposa enteramente sobre sí mismo. No hay una extensión que
espera ser recorrida; su vacío es como el molde o la matriz de una plenitud
inmóvil e indiferenciada.
Los
arquitectos turcos como Sinan, que han retomado el tema constructivo de Santa
Sofía para desarrollarlo en un sentido típicamente islámico, han buscado una
síntesis perfectamente estática y plenamente inteligible de sus dos grandes formas
complementarias: el hemisferio de la cúpula y el cubo de la construcción. Ellos
lo lograron de varias maneras que sería largo de exponer, basta mencionar un
detalle arquitectónico que caracteriza su concepción del espacio. Sabemos que
las cúpulas bizantinas – así como las cúpulas románicas – se apoyan sobre
pechinas que prolongan vagamente su curva y reúnen, deslizándose, los cuatro
ángulos de los muros de soporte.
Este paso
algo irracional entre la base circular de la cúpula y el cuadrado de los soportes,
se trata de evitar en la arquitectura turca. Esta remplazará los colgantes por
un elemento netamente articulado, llamado “muqarnas” en árabe, comparado a
menudo con estalactitas, aunque se trata más exactamente de un alveólo de
nichos que se entrelazan los unos a los otros. Por su juego geométrico, el paso
de la forma continua y fluida de la cúpula a la forma rectangular y sólida de
los muros de soporte, aparece como una cristalización gradual. El cubo de la
construcción se coagula a partir de la unidad indiferenciada de la cúpula. Ya
que esta última representa siempre el cielo, es el movimiento continuo de la
esfera celeste que se presenta.
Esta
concepción arquitectónica es típica en el Islam y ella se encuentra muy alejada
de la concepción greco romana. Esta es siempre más o menos antropomorfa en el
sentido de que invita al espectador a participar subjetivamente en el drama de
las fuerzas constructivas; la columna clásica hecha a la medida del hombre, así
como el arquitrabe, las consolas y las cornisas, hacen sentir las cargas y las
fuerzas que la sostienen. En la arquitectura románica y gótica este drama es
traspasado al orden espiritual; las columnas de una catedral gótica están
animadas por una irresistible voluntad de ascensión. Nada de esto pasa en la
arquitectura musulmana que permanece objetiva.
Este vacío
que crea el arte islámico por su calidad estática, impersonal, anónima, y sobre
todo por la ausencia de cualquier imagen antropomorfa, permite al hombre ser
enteramente él mismo, reposar en su centro ontológico, donde es a la vez el
esclavo de Dios y su representante en la tierra. Por cierto, la imagen sagrada
es a su vez un soporte de contemplación, allí donde su empleo se impone por la
naturaleza de la doctrina (4) y a condición de que su simbolismo y su lenguaje
formal estén garantizados por la tradición. Pero el arte religioso de formas
antropomorfas es de naturaleza eminentemente precaria, a causa de las
tendencias psíquicas individuales y colectivas que se deslizan allí muy
fácilmente con el riesgo de conducirlo en una evolución naturalista con las
reacciones ya conocidas. El Islam corta de raíz este problema excluyendo de su
cuadro litúrgico cualquier imagen del hombre. Por lo mismo, mantiene en cierta
forma en un plano espiritual y superior, la posición del hombre nómade no
implicado en la evolución turbulenta de un mundo hecho completamente de
proyecciones mentales y de reacciones frente a estas proyecciones.
El
aniconismo del arte islámico contiene en suma dos aspectos: por una parte, preserva
la dignidad primordial del hombre, cuya forma hecha “a imagen y semejanza de
Dios” (5) no será ni imitada ni usurpada por una obra de arte, necesariamente
limitada y unilateral; por otra parte, nada que pudiera ser un ídolo, aunque lo
fuera de una manera relativa y provisoria, debe interponerse entre el hombre y
la invisible presencia de Dios. Lo que prima es el testimonio de que “no hay
divinidad fuera de Dios”. Esto disuelve cualquier objetivación de lo divino
incluso antes de que pudiera producirse.
Notas
(1) No es más que un pleonasmo el hablar de
“politeísmo idólatra”, así como lo muestra el Hinduismo que es politeísta pero
en modo alguno idólatra, ya que reconoce a la vez la naturaleza provisoria y
simbólica de los ídolos y la relatividad de los “dioses”, devas, como aspectos
de los Absoluto. Los esotéricos musulmanes, los Sufíes, comparan los ídolos con
los nombres divinos, de los cuales los paganos habrían olvidado el significado.
(2) Según una palabra del Profeta, los
artistas que buscan imitar la obra del Creador serán condenados, en el más
allá, a dar vida a sus obras, y su impotencia de hacerlo los conducirá a los
peores tormentos. Esto puede ser comprendido de diferentes maneras, pero de
hecho, no ha impedido el nacimiento, en ciertos medios musulmanes, de un arte
figurativo libre de pretensiones naturalistas.
(3) El aniconismo puede tener un carácter
espiritualmente positivo, mientras que la iconoclasia sólo tiene un sentido
negativo.
(4) Como en el Cristianismo donde “Dios se
hizo hombre para que el hombre se vuelva Dios”, según la fórmula de San Ireneo.
(5) Según una palabra del Profeta, “Dios creó
a Adán a Su forma”. Desde el punto de vista islámico, la forma divina de Adán
está constituida esencialmente por las siete facultades universales, atribuidas
igualmente a Dios, éstas son: la vida, el conocimiento, la voluntad, el poder,
el oído, la vista y la palabra; ellas están limitadas en el hombre pero no así
en Dios.
Vínculo relacionado: Generalidades sobre el Arte Islámico
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