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domingo, 3 de mayo de 2015

Tras el rastro morisco en Sudamérica


El cerdo en la dieta criolla argentina: antecedentes islámicos

Autora: María Elvira Sagarzazu (2003)

Procuramos precisar el origen de la limitación o exclusión de la carne porcina en la dieta del criollo del norte argentino, tema que, habiéndose tratado sucintamente en otra oportunidad (Sagarzazu, 2001: 267-296), por la importancia de cuanto interviene en el caso, sus antecedentes culturales, su consagración como pauta alimenticia y la extensión que como tal alcanza, instaba a emprender un estudio mayor.

En la Argentina la presencia de la carne porcina en la cocina local es insignificante; el consumo de cerdo en relación a la carne vacuna no llega al 8%,  4,74 Kg. per capita anual contra 67 Kg. de vaca [1].

En la ciudad desde la que realizamos el estudio de campo, Monte Caseros, en la provincia de Corrientes, viven 20.000 habitantes, hay 31 carnicerías habilitadas [2] (en la práctica funcionan algo más de 40) de las cuales 3 suelen ofrecer carne porcina; 2 lo hacen por encargo, siendo la tercera la única donde es posible adquirirla habitualmente. Esta ciudad y el departamento al que ella pertenece son considerados el enclave “más gringo” (abundante en población de origen europea) de la provincia, y lo es, por el la importancia del caudal inmigratorio ingresado a partir de 1860 (R.Sagarzazu, 1999: 72-75). El consumo de carne porcina en el noreste argentino ha estado ligado a las raíces etno-culturales de sus pobladores, aumentando donde hay mayor población de origen europeo y disminuyendo donde predominan los criollos; en general, el extendido acatamiento en todo el norte del país la ha convertido en pauta notablemente argentina.

La cría de porcinos en la Argentina resultó históricamente la menos desarrollada de las ramas ganaderas y sería promovida por inmigrantes o hijos de inmigrantes europeos a partir de la primera década del siglo XX (Giberti, 1970: 194). El perfil ganadero tradicional, en cambio, quedó determinado por la  exportación de productos vacunos a Europa desde tiempos coloniales (Hotschewer, 1944: 15-16); la multiplicación de ese ganado desde entonces impuso su preeminencia sobre cualquier otro. Nada de ello explica, sin embargo, por qué a nivel familiar los argentinos discontinuaron la costumbre de criar sus propios cerdos para el consumo, como se hacía en España en los hogares de cristianos viejos. La tradicional matanza familiar de cerdos el día de San Juan no consiguió arraigarse entre los descendientes de españoles rioplatenses, mientras eran frecuentes criar gallinas, pavos o una oveja para el consumo doméstico. Esta diferencia es un indicador a tener en cuenta.

Si en general la falta de interés por la carne de cerdo es notable, mucho más lo es en particular hoy en la dieta del criollo, llegando entre los habitantes rurales del noreste a una abstención casi completa, consumiéndola con carácter excepcional para las fiestas cristianas de Navidad y Año Nuevo[3].

Mucha de esta gente procede de familias asentadas en sus regiones de origen desde tiempos coloniales, por lo que la denominación de “criollos” que ellos mismos se adjudican hace referencia a la mezcla de sangre de algún antepasado indígena con otro español aunque no necesariamente de origen europeo. La posibilidad de que la hispanidad de algunos criollos de la región del Plata hubiera quedado a cargo de un ancestro morisco no solo no puede desestimarse sino que debe considerarse altamente probable en virtud de la pauta alimenticia respecto del cerdo.

La costumbre criolla que mantiene muy bajo el consumo de cerdo es muy antigua y proviene de España, habiendo arraigando al punto de no haber sido revertida por el ingreso masivo de inmigrantes italianos, españoles y eslavos durante el siglo XIX; éstos apenas lograron impulsar una modesta ingesta principalmente en forma de fiambres y embutidos en sus zonas de influencia[4], pero la cocina criolla continuó firme en su menosprecio por la carne porcina; el asado siguió siendo de vaca y en la Mesopotamia (conformada por las provincias de Misiones, Corrientes y Entre Ríos) también de oveja, pero cuando se habla de asado, sin otra determinación, jamás ha de esperarse que sea de lechón y menos de cerdo.

Antes de seguir adelante, a modo de aclaración hacemos notar que razones de diversa índole hicieron que la Patagonia quedara fuera del área relevada para el presente informe.

El olvidado cerdo

Los viajeros extranjeros que describen los mercados y costumbres alimentarias de la Argentina decimonónica, parecen no notar la presencia del cerdo, tan frecuente en la gastronomía de sus propios países de origen, Inglaterra y Francia (H. Armaignac; H. M. Breckenridge; S. Haigh; W. Mac Cann). En los estudios más actuales, los datos sobre el papel del cerdo en la cocina local también son mínimos (Schávelzon, 2000), mientras el por qué de su rechazo ha generado confusas referencias (Nueva Historia Argentina, tomo I, 2000:359-60) sin llegar al nudo de la cuestión.

Se sabe que el cerdo fue introducido por los españoles “desde la época de Mendoza” (Giberti, 1970:20) junto con ejemplares de ganado bovino, ovino y equino, pero a partir de 1541 se pierde el rastro de la actividad ganadera porcina y en adelante el desarrollo de la ganadería argentina se historia en términos de la cría de vacas, ovejas, caballos y mulas (Giberti, 1970: 21-23). Conociendo la afición de los españoles de origen europeo por la carne porcina, esta laguna refleja la falta de entusiasmo local por esa carne y es otro indicio que se suma al anterior, configurando una tendencia que sugiere la presencia de un tipo de español con otras pautas respecto del cerdo; un español de tradiciones y antecedentes etnoculturales distintos del cristiano viejo, radicado tempranamente en nuestro territorio. Esos españoles en España se llamaban moriscos, y por razones religiosas no consumían carne porcina. Aunque su traslado concreto al Nuevo Mundo  sea difícil de constatar,  las tradiciones que rodean al cerdo denuncian la presencia de moriscos, ya que no es posible suponer que sean los mismos españoles, cristianos y amantes de la carne porcina, los trasmisores del rechazo que, a su vez, constituía en España el rasgo más claro de adscripción al Islam.

El asentamiento de moriscos motiva muy posiblemente que un país de raíces hispánicas, como Argentina, haya revertido la preferencia europea- cristiano- vieja por el cerdo, mientras en virtud de la antigüedad y arraigo del tabú morisco, ni la fuerte inmigración europea posterior logró modificarlo en profundidad.

Actualmente, frente a las 50 millones de cabezas de ganado vacuno [5], Argentina tiene [6] un stock 1.783.349 cerdos.

Esta asimétrica producción de ganados y el exiguo consumo de carne porcina en la más europea de las naciones latinoamericanas, no es casual, ni suele ser correctamente evaluada desde afuera. Una firma extranjera con negocio de comidas desembarcó en Buenos Aires con su especialidad, un sándwich de carne de cerdo. Le costó un traspié comercial que para ser subsanado los obligaría a remplazar la carne porcina por vacuna [7].

Coincidentemente, una serie de mitos rodean a la ingesta de esta carne poniendo de manifiesto una actitud negativa hacia el cerdo que sirve en general de argumentación para explicar por qué limitan su consumo. Así lo indicaron muestreos emprendidos antes (Sagarzazu, 2001: 267-77) y lo confirma el recientemente realizado.

Entre agosto y diciembre de 2002, entrevistamos a 67 mujeres y varones divididos en tres grupos, A, B y C, por motivos prácticos, con edades entre 21 y 82, procedentes de 9 provincias, de diferentes actividades, barrios y enclaves rurales de la provincia de Corrientes presentándoles, antes de conversar con ellos, tres preguntas a responder en forma oral o escrita, con opciones prefiguradas: 1) Qué piensa de la carne de cerdo: saludable, grasosa, liviana, indigesta. 2) Cómo la prefiere comer: jugosa o seca. 3) Cuándo la consume: a menudo; pocas veces; para Navidad y fin de Año.

Respondiendo a 1), el 93% de la totalidad de entrevistados le asignaron connotaciones negativas (indigesta, grasosa). El 87% la come  seca y el 86% solo consume lechón para las fiestas de fin de año.

Respecto de la forma en que los criollos prefieren cocinar el lechón (el cerdo adulto es menos consumido aún) y en general las carnes, concuerda con el uso morisco de “secarlas”, ateniéndose a la prescripción coránica de no ingerir la sangre. La costumbre de dejar más tiempo la carne sobre el asador permitió a los musulmanes españoles mantener vigente el precepto religioso aún cuando los animales no hubieran sido faenados de la manera prescripta por el Islam precisamente para asegurar el desangre. La prohibición del sacrificio según el método islámico por el que la carne quedaba en condiciones de ser consumida (halal), hizo que los moriscos  recurrieran a la cocción prolongada a fin de eliminar la sangre atrapada en las venas. En la Argentina actual, los criollos siguen prefiriendo la carne muy cocida, lo que ha sido objetado tanto por gourmets como por visitantes anglosajones amantes del beef steak semicrudo. La carne sangrante no es del gusto popular argentino y suele ser tolerada o preferida, en todo caso, por paladares urbanos de gusto ecléctico, pero en relación al cerdo, no sólo los paisanos sino un grupo mayor, que incluye gente de hábitos urbanos, exige también la cocción lenta, pues es opinión generalizada que eso lo hace menos indigesto.

Rafael G., dueño de carnicería y de un vocabulario más actualizado que otros paisanos, describió la ingesta de cerdo como algo que “se hace psicológicamente con miedo”. Por su parte, la religiosa que colaboró con nuestro trabajo de campo fue taxativa al subrayar el recelo unánime expresado contra el cerdo por los miembros del grupo a su cargo (B), integrado por pobladores de un sector urbano marginalizado escasamente influido por hábitos europeos.

Sin embargo, sería inexacto concluir que las apreciaciones negativas respecto al cerdo se circunscriben a los sectores sociales bajos o a pobladores incultos. El tabú traspasa todas las capas sociales en virtud de su configuración etnocultural y simbólica.

Lo que ha mantenido el rechazo fue la tradición, transmitida de generación en generación, recordando a moriscos y descendientes la necesidad de abstenerse de consumir cerdo. La falta del marco étnico, confesional, tornó impreciso el motivo por el cual debían abstenerse, pero la fidelidad a la costumbre encontraría un nuevo conducto para trasmitir lo esencial, consagrando al cerdo como “peligroso”, en palabras de Miguel Mendoza; “carne brava” la llamo Ramón F., y otras maneras de expresar la aprensión que pusiera distancia con lo “haram” (prohibido) encarnado por el cerdo según la creencia musulmana. Pero como estamos frente a paisanos que no han oído hablar del Islam ni de animal prohibido y para quienes las carnes hasta ahora han sido parte importante en su dieta, hubieran consumido cerdo de no considerarlo “carne mala”, “peligrosa”, “brava”. La función de estas connotaciones es activar el rechazo, y en tal sentido son vestigios de la conciencia muslímica aunque para ellos nunca tuvieron entidad los motivos por la que sus antepasados se abstuvieron de comer carne de cerdo. Las connotaciones negativas simplemente mantienen vigente el tabú, haciendo que no puedan considerar al cerdo como a los demás animales. Como también ignoran su propia vinculación con el universo cultural que confeccionó la pauta, toda esa tradición anti-porcina constituye un enigma; ellos mismos no saben por qué “aunque a veces en el campo venden esa carne más barata, prefieren evitarla”.[8]

Se advierte aún mejor lo que encierra de “prohibido” este asunto, a través de un dicho vulgar que compara las relaciones homosexuales con comer cerdo. Ante la acusación de homosexualidad, en Corrientes se responde “yo no como chancho”, es decir, estoy libre de esa acusación. Ahora bien, las acusaciones apuntan o suponen, en el terreno jurídico, una trasgresión, mientras en lo religioso, la trasgresión se acerca, o es, pecado. En el dicho anterior, la figura del cerdo representa tanto al pecado como al delito; el carácter jurídico se solapa al religioso, como es propio en la concepción islámica de la ley.

La dificultad para conciliar esta  negativa y para nada europea percepción del cerdo en gran parte de Argentina ha hecho que algunos investigadores intentaran derivarla de tradiciones indígenas. Antiguamente los tehuelches de Santa Cruz no comían pecarí, y esa costumbre fue sugerida como posible antecedente del tabú porcino actual. Sin embargo, buenas razones impiden que tal sea el origen. Primero, cualquier influencia indígena en la dieta argentina hoy es mínima, mientras el tabú porcino es muy extendido. Los aborígenes del Noroeste y los guaraníes del Noreste han transmitido algunas tradiciones culinarias de presencia limitada a sus respectivas regiones, pero nada más, ninguna con el vigor del tabú del cerdo. Más aún, entre los indígenas de las regiones mencionadas, la ingesta de cerdo no está limitada por el tabú sino por motivos económicos, mientras el elemento criollo de esas mismas regiones mantiene el tabú. Por otra parte y regresando al caso tehuelche, puesto que no hubo cerdos hasta la llegada de los españoles, el rechazo referido al pecarí no tuvo por qué trasladarse al cerdo. El parecido físico de los animales no es suficiente para garantizar el deslizamiento del tabú de un animal a otro, menos aún el parentesco zoológico, completamente ignorado por los indígenas. Tampoco los parentescos “populares” hacen mella en este tabú. En Corrientes, donde el cerdo es resistido, se consume cerdo salvaje (un porcino) y capivará o carpincho o cerdo del monte (un roedor gigante). El tabú tiene identificado exclusivamente al cerdo de crianza como objeto del rechazo. Tercero, el tabú del pecarí no llegó más que hasta el Río Negro; el del cerdo se registra desde Buenos Aires hacia el norte, en zona que estuvo poblada por aborígenes de otras etnias ajenas al tabú del pecarí.

Por otra parte, las regiones del centro y norte de Argentina, donde el rechazo al cerdo sigue siendo más pronunciado, son las mejor hispanizadas del país, por lo que corresponde enfocar la búsqueda hacia lo hispánico. El tabú es otra de tantas costumbres trasmitidas por españoles, pero no por cualquier español, sino por los de tradición morisca.

El recorrido cultural que ha realizado la percepción negativa del cerdo en Argentina conduce a asociarla al tabú islámico a través de los moriscos españoles, originariamente musulmanes. Sabido es el apego de los moriscos, en España, a sus costumbres en general (Epalza, 1994)  y en particular a esta pauta; la aversión a la carne de cerdo llegó a constituir la marca étnica más indudable y el más persistente vínculo con las tradiciones de sus antepasados. Cuando la comunidad musulmana desaparece como tal y se prohíben sus prácticas religiosas, pervive la costumbre de no comer carne de cerdo. Los moriscos españoles, ya cristianizados, nunca la abandonaron (García Arenal, 1978: 69).   

La trasmisión y arraigo de ese hábito en la soledad del territorio rioplatense, no encontró obstáculos para prosperar. Asimismo, la insignificancia del cerdo en la alimentación colonial pudo haberse acentuado por el hecho que los españoles de estirpe cristiano- vieja constituían el nivel superior de la escala social colonial; ellos hubieran sido los interesados en desarrollar la ganadería porcina, pero no estaban para esas tareas sino para el funcionariado y la burocracia imperial, mientras que quienes no tenían acceso a los puestos codiciados -reflejo de su escasa inserción en la cúpula social formada principalmente por cristianos viejos- se ganaron la vida en actividades comerciales y agrícolas, pero si había moriscos entre ellos, con seguridad no iban a dedicarse a la cría de cerdos.

Puede objetarse este razonamiento sobre la base de ser válido para América en general, mientras que el rechazo al cerdo, tal como lo conocemos en Argentina, es un fenómeno localizado. Respondemos que la tardía colonización rioplatense (segunda mitad del s. XVI) abría las puertas de un territorio poco explorado en un momento de agravamiento de la crisis morisca en España, tentando a más colonos de ese origen a abandonarla. A diferencia de la colonización de Méjico y Perú, en proceso ya desde la primera mitad del siglo XVI, para cuando los moriscos son urgidos a abandonar su tierra, eran ya conocidas las condiciones del Río de la Plata como región vacía, ideal para pasar inadvertido. Se sabía de la casi inexistente vigilancia inquisitorial por falta de tribunales, del poco control de las autoridades rioplatenses por la distancia entre poblados (Domínguez Ortiz, 1996:35) y la fama de “paraíso de Mahoma” conquistada por Asunción del Paraguay, a la que se accedía desde Buenos Aires.

Si bien la tierra debió quedar principalmente en manos de descendientes de cristianos viejos, la actividad misma de criar los animales requería de una mano de obra que salía de esa populosa segunda línea de la colonización donde los cristianos viejos no necesariamente serían mayoría. Entre los pobladores de condición social inferior sin duda hubo moriscos (Solá, 1935: 131), y en el Río de la Plata, la escasez de centro urbanos no dejaría al criollo muchas opciones fuera de las tareas agrícolas o de la simple posibilidad de subsistir en el campo. A este modo de vida rural o ruralizada recurrieron también los moriscos españoles, devenidos en peones seminómades en el siglo XVI.

La ex-comunidad musulmana, al ser desarticulada y sus miembros deportados a regiones diferentes, como parte de una estrategia para evitar sublevaciones (Aranda Doncel, 1984: 26), motivó que los moriscos perdieran sus bienes y fuentes de trabajo habituales. Aunque entre ellos habían existido profesionales de todas la ramas del saber (Galmés de Fuentes, 1999), en el siglo XVI terminaron desempeñándose en tareas rurales, como arrieros y trajineros, desplazándose de un lugar a otro con el ganado, ventajosa manera de hurtarse a la vigilancia inquisitorial.

A los pauperizados y acosados miembros de la comunidad morisca en la segunda mitad del 600, su situación socioeconómica pudo haberlos empujado más que a otros españoles a buscar alivio en el Nuevo Mundo. El Río de la Plata era la nueva opción, necesitaba pobladores y ofrecía a cambio “un ambiente de relajamiento” (Domínguez Ortiz, 1996:10).

A mediados del siglo XVI, cuando la colonización rioplatense toma impulso, arreciaba la represión a la comunidad morisca en España a raíz de la rebelión de las Alpujarras (1568) y el intento de buscar la protección turca, que a su vez desencadenará mayor represión.

Los puertos de Canarias (Ben Mansour, 1997) ofrecían buenas facilidades para abandonar España. A este paso clandestino o semi-clandestino de moriscos atribuimos mucha importancia; estamos viendo el modo de investigar esta ruta de salida de cristianos nuevos rumbo a Sudamérica ya que su presencia aquí echará luz sobre nuevos aspectos de la vida colonial.

Aún cuando nuestros estudios sobre la presencia morisca en América están en pañales, investigadores de otras áreas coinciden en afirmar que “a diferencia de España, el cerdo en sí mismo no fuera comido aquí (Argentina) sino raramente entre aquellos que podían optar; para la marinería del siglo XVI era un manjar fue un manjar exquisito y casi el único acceso posible a la carne roja durante los largos e inacabables viajes, pero para los habitantes urbanos del siglo siguiente el cerdo no era más que un animal despreciable” (Schávelzon, 2000: 83).

Escenario del estudio

El departamento de Monte Caseros, como dijimos, ha sido la base desde la que se ha recolectado gran parte de la información contenida en este informe. El departamento está dedicado principalmente a la cría de ganado vacuno y lanar, y al cultivo de citrus. La distribución similar de las especies ganaderas criadas en los cuatro departamentos lindantes admiten que los guarismos de Monte Caseros sean interpretados como semejantes a los de sus vecinos.

Monte Caseros posee vacunos (198.000 cabezas), lanares (100.800) y en menor número también ganado caballar, muy por debajo de los cuales incluso se colocan los porcinos: 858 ejemplares [9].

El territorio está cubierto por pasturas naturales, favorecidas por la irrigación fluvial de los numerosos afluentes del Uruguay, río que forma el límite con la República Federativa de Brasil y la Republica Oriental del Uruguay. Las condiciones naturales para la cría de ganado han hecho de esta región un centro productor de ganado bovino y ovino de cierta importancia. En vista de ello, la vida de campo tiene todavía relevancia, a pesar de la expectativa -más útópica que real- que mueve a los pobladores rurales a buscar mejores condiciones laborales en los núcleos urbanos.

Los habitantes rurales del sudeste correntino pueden agruparse en tres grupos diferenciados social, económica y etno-culturalmente. Los dueños de la tierra, sean propietarios de estancias o explotaciones frutihortícolas son de ascendencia europea, bisnietos, nietos o hijos de inmigrantes españoles, italianos, vascos y en mucho menor número, de otro origen (francés, alemán, inglés) cuyos antepasados llegaron a este país entre 1860 y 1930. La mayor afluencia inmigratoria a este núcleo urbano, comparado con otros de similares características en la región, estuvo facilitada por la llegada del ferrocarril en 1875 como punto terminal, hacia el norte, del ramal del Este Argentino que partía de Buenos Aires (R. Sagarzazu, 1998: 94).

La mano de obra en las propiedades rurales de estos argentinos con dos o más generaciones de arraigo, es sin embargo criolla, es decir, constituida por descendientes de los viejos colonizadores venidos de España que mezclaron sus sangres con el elemento indígena local, que en la región estudiada corresponde a la etnia guaraní.

Observaciones y conclusiones

La demora para identificar el tabú islámico como base de la pauta que enmarca el consumo de cerdo en la región, se debe a que no se ha dado importancia a una cuestión que nos parece central para la historia de la colonización americana: el origen diferenciado de los españoles intervinientes en aquel proceso. Se omite señalar que los colonizadores peninsulares del siglo XVI no formaban un grupo cultural y étnicamente homogéneo, y que si bien se menciona la preeminencia de andaluces en los primeros tiempos de la colonización (Boyd-Bowman, 1956) seguidos de extremeños y vascos, bajo la denominación de “andaluces” nunca se consideró la posibilidad de que fueran moriscos, pese a haber sido Andalucía históricamente la región más largamente dominada por musulmanes y la que albergaría, después, a sus descendientes cristianizados, los moriscos. La ausencia de esta perspectiva ha impedido en América la discriminación etnocultural de las pautas procedentes de España, denominándose “español” a todo lo trasmitido desde España, como si no hubiera diferencia entre las tradiciones de Asturias, Castilla o Andalucía, pero sobre todo, como si los cristianos viejos y nuevos procedieran de un mismo tronco etnocultural. Esa artificial homogeneidad atribuida a la España que nos conquista en el siglo XVI, hace olvidar cuán nueva España como unidad política y que por debajo de la plataforma cultural “española” sostenida, por el castellano y el catolicismo, los propios españoles mantenían sus particularismos regionales, sus diferencias étnicas, lingüísticas y de tradiciones y costumbres.

El tabú del cerdo registrado en la región de Argentina abarcada por este estudio-fracción de un territorio mayor donde se reitera- ha tornado aún más ineficaz la denominación de “española” dada a cualquier costumbre venida de España. A los efectos del presente estudio, esa indeterminación implica sostener que los españoles rechazaban la carne porcina. Este y otros absurdos se evitan al hacer cada vez que sea necesario, y no es siempre, la distinción entre españoles cristianos viejos y cristianos nuevos de moros, lo que a su vez facilita la identificación de cada pauta, rasgo o tradición, refiriéndolo a su respectivo ámbito civilizatorio. Al menos para los estudios sociales que abarquen los siglos XVI y XVII en el Río de la Plata, la discriminación es irrenunciable,  razón por la que propusimos practicarla en la historiografía americana, mientras hasta ahora solo se la utilizaba en relación a España. La ausencia de esta perspectiva  tenido efectos retardatarios para la investigación, como lo demuestra el caso que estudiamos. Cuesta pensar que tratándose de algo tan bien conocido en España, la versión americana de lo mismo no fuera descripta también.

Por otro lado, la discriminación entre cristianos nuevos y viejos, o españoles y moriscos, es consecuencia de una realidad: el apartamiento en que vivieron los miembros de las comunidades cristianas y musulmanas en España a pesar de la moderada convivencia de los siglos medios. A ese divorcio etnocultural no son ajenas las cosas de América y es hora de notarlo.

El mutismo de los cronistas del siglo XVI y de la historiografía posterior respecto del paso y asentamiento de “prohibidos” en América ha sido, pues, responsable de mantener en la oscuridad el origen del tabú del cerdo en Argentina. Lo que incuestionablemente el tabú está indicando es la presencia de cristianos nuevos de moros en estas tierras, pero sostener esto también constituye, en algunos ámbitos, otro tabú, por desbaratar la vieja asunción de que América había quedado libre de conversos, asunción que no es sino reflejo de la política española del siglo de la Conquista.

A pesar de las prohibiciones y cuidados puestos por las autoridades españolas para evitar el ingreso de moriscos (Viguera-Molins, 1997), los moriscos tuvieron necesidad de venir al Nuevo Mundo y lo hicieron; el rechazo a la carne porcina puede considerarse la más segura prueba de su presencia en América, así como en España fue señal de pertenencia al Islam. Aquí no hubo Islam, pero sí moriscos, al contrario de lo que se creía, que “no hubo influencia árabo-islámica sobre la sociedad íbero-americana. La influencia fue indirecta y a través de la asimilación de determinados elementos de aquélla por parte de la civilización hispana [...](García Arenal, 1997:19).

Hemos señalado detalladamente a qué nos referimos cuando asociamos este tabú al Islam (Sagarzazu, 2001: 267-296), que no implica el traslado de la religión islámica ni siquiera la conservación de costumbres de ese ámbito con plena conciencia de su origen. La presión inquisitorial, la severidad de las penas que pesaban sobre toda forma de criptoislamismo o el deseo de poner fin al acoso por ese motivo, fue dejando atrás los orígenes “infamantes”, moriscos, religiosos, del tabú, gracias a lo que la costumbre se seculariza, trasmitiéndose a cualquier criollo, haya o no tenido antepasados musulmanes.

No comer cerdo regularmente, pero hacerlo para Navidad y Año Nuevo desnuda a la vieja pauta religiosa de su carácter islámico, asociándola a la religión mayoritaria. Hoy, los criollos consideran que el cerdo es “malo”, “pesado” o sencillamente “comida de gringos”[10], es decir, algo ajeno a su propia tradición. Este carácter “extranjero” asociado al cerdo habría de convertir su carne en impropia para rellenar las empanadas “autóctonas” que son el plato fuerte de las fiestas patrias. Los criollos no estiman que el cerdo sea una carne “adecuada” para las fiestas cívicas, lo que sugiere que inconscientemente continúa fuera de la esfera cultural del criollo, quedando identificada como alimento de cristianos viejos y gringos (extranjeros). Probar “sin culpa” un lomo de cerdo fue la oferta hecha al público por creativos publicitarios de Buenos Aires  (Sagarzazu, 2001: 274), conocedores de la innata resistencia del argentino a esa carne; el discurso revela el carácter enigmático de la resistencia. No  sabemos de otros productos cárnicos que fueran introducidos al mercado previa indicación de la actitud de conciencia con la que el público debía consumirlos. En los últimos años se han puesto de moda alimentos de origen animal no tradicionales (caracoles, ranas, liebres, guanaco) y los consumidores los adoptan o no, sin necesidad de recibir licencia moral desde la publicidad. Solo el cerdo agita todavía hoy en el interior de muchos argentinos el fantasma de la carne que es mejor no comer.

Bibliografía

Aranda Doncel, J.: Demografía morisca en tierras de Córdoba, Religion,  Identite et sources documentaires sur les Morisques Andalous,  Publication de l´Institut Supérieur de Documentation, N°4, Tunis, 1984.

Domínguez Ortiz, A.: La sociedad americana y la corona española en el siglo XVII,  Marcial Pons (editor), Madrid, 1996.

Galmés de Fuentes, Á.: La conversión de los moriscos y su pretendida aculturación, Actas del Encuentro “La política y los moriscos en la época de los Austria” (Sevilla la Nueva) Madrid, 1999.

García Arenal, Mercedes: Inquisición y moriscos. Los moriscos del tribunal de Cuenca, Alianza Universidad, Madrid, 1978.

Haigh, Samuel

Hotschewer, Curto E. O.:La evolución de la agricultura argentina, Instituto Experimental de Investigación y Fomento Agrícola-Ganadero, Santa Fe, 1944.

Mac Cann, William: Viaje a caballo por las provincias argentinas(1847), Buenos Aires, 1937 (ver si hay edición + nueva)

Sagarzazu, María E.: La Conquista Furtiva. Argentina y los hispanoárabes, Ovejero Martín Editores, Rosario, 2001.

Sagarzazu, Ricardo: la fundación de Monte Caseros y otros estudios, Ovejero Martín Editores, Rosario, 1998.

Solá, Miguel: Historia del arte hispano- americano, Editorial Labor, Barcelona, 1935.

Referencias:

[1] Fuente: Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación, año 2002.

[2] Fuente: Servicio Municipal de Bromatología, diciembre 2002.

[3] 30 entrevistados del grupo A, de entre 21 y 41 años procedentes de 9 provincias (Neuquén, Mendoza, Buenos Aires, Formosa Chaco, Tucumán, Catamarca, Misiones y Corrientes) consultados por escrito cuándo consumían cerdo, 18 respondieron en Navidad y Año Nuevo; 9 lo hacían “pocas veces”; 3 respondieron “a menudo”. El grupo B) contó con 18 encuestados oralmente por la religiosa M. Zinny en el comedor comunitario del barrio marginal del Tiro; la totalidad respondió a las mismas preguntas sosteniendo que el cerdo es pesado, y se lo come bien “seco” solamente para las fiestas. El grupo C) estuvo constituido por  19 profesionales, funcionarios, docentes y amas de casa de clase media.

[4] En la Pampa Húmeda, generalmente. En la provincia de Santa Fe aumenta el consumo de cerdo en las colonias germano-helvéticas y otras pobladas por descendientes de italianos del norte (Esperanza, San Carlos, Franck, Rafaela, Colonia Suiza, etc).

[5] Fuente: informe anual de la Secretaría Nacional de Salud y Calidad Agroalimentaria (SENASA), 1998.

[6] Datos al momento de realizarse el presente trabajo.

[7] “Lomitón, éxito chileno”, Gaceta Mercantil Latinoamericana, año 3, N°149, semana 28/2/99, Buenos Aires. Saô Pablo-Rio de Janeiro.

[8] Testimonio de la señora de D., 12/12/2002.

[9] Fuente: informe mensual departamental del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) de  Monte Caseros, Corrientes, en octubre de 2002.

[10] Entrevista a Ramón Cabral, estancia “La Esmeralda”, Julio 28, 2002.


lunes, 16 de febrero de 2015

Rumbo a la forja de un Islam Criollo

Cuando hablamos de Islam Criollo, hablamos de un Islam anclado en nuestra identidad regional; hablamos de una espiritualidad natural que desde nuestro determinismo geográfico -transformado en cultura- nos reconduzca al ser original que se agiganta en nuestro interior; hablamos de un camino poblado de riquezas por ser descubiertas, riquezas que redefinen un existencialismo particular desarrollante de las posibilidades que guardamos por haber germinado en este rincón bendito del mundo; hablamos del equilibrio sagrado que se tiende como un puente entre dos mundos, la tierra y el cielo, para que como vástagos de ambos seamos semejanza del árbol que hunde sus raíces y eleva sus frutos; en definitiva, cuando hablamos de Islam Criollo apelamos a lo más nuestro desde la etnicidad raigal en consonancia con la voluntad de Dios operante sobre el universo y sus seres.

I.   Problemática y misión de Musulmanes argentinos       
 
         No es una cuestión aislada el haber nacido en una determinada región y bajo circunstancias particulares. Se nace en un lugar específico que ya posee idioma, historia, cultura e identidad propios, y se es criado de acuerdo a las normas vigentes del lugar. Más importante aún el hecho de que el lugar referido posea ya una consciencia tradicional autóctona bien definida.

         En Su infinita Sabiduría, el Dios creador ha dotado con características propias la manifestación de los pueblos en el mundo. Redunda en una señal distintiva de Su inmensa misericordia el hecho notable de que las razas y los lenguajes sean diversos y diferentes entre sí. De aquí que toda determinación regionalista (sea de lengua, color o cultura) suponga la eclosión de la obra de Dios y el deber de todo pueblo de mantener su tradición.

          La creación se desarrolla mediante la manifestación de una multiplicidad de caracteres que se corresponden con determinaciones inherentes tales como raza, etnia y región. De estas determinaciones ha surgido y se ha expansionado la humanidad en el mundo. De tales expansiones, y de acuerdo a sus determinaciones inherentes, se ha generado el tradicionalismo cultural y el folklore de los pueblos como señales distintivas de la acción de Dios sobre la creación. En el Sagrado Qur'an, Dios mismo nos informa de ello: "Parte de Sus signos es la creación de los cielos y de la tierra y la diversidad de vuestras lenguas y colores. Realmente en eso hay signos de Dios para las criaturas" (30:21), "¡Humanidad! Os hemos creado a partir de un varón y de una mujer y os hemos hecho pueblos y tribus distintos para que os reconocierais mutuamente. Y en verdad que el más noble de vosotros ante Dios es quien está más consciente de Él" (49:13). Por esto que sea encomiable que los pueblos mantengan y guarden sus señas distintivas culturales como dones manifiestos de la voluntad de Dios.

         El Islam, al ser un modo vivencial asociado directamente a la sabiduría divina, de ninguna manera se opone al tradicionalismo cultural, ni a la identidad regional, ni al folklore de los pueblos, sino que los contempla como manifestaciones de la misma sabiduría que Dios revela para complementar el recto vivir de los hombres. Por ejemplo, históricamente, las grandes civilizaciones que abrazaron el Islam en su época clásica, mediante su sabiduría revelada reforzaron sus culturas al punto de crear fusiones perfectas y elevadamente espirituales, como sucedió con los persas, los turcos, los africanos y los íberos: ninguna de estas etnias renunció ni a su cultura ni a su idioma, sino que crearon una síntesis equilibrada con el camino sapiencial que el Islam les revelaba desde el luminoso ejemplo del Profeta Muhammad (asws) y sus benditos Sahaba.

         Ahora bien, nosotros, como Musulmanes argentinos, sufrimos una crisis identitaria que puede ser definida en dos puntos básicos que debemos aprender a conocer: por un lado nuestro absoluto desconocimiento de los procesos históricos propios que deben concluir en un prototipo vernáculo distintivo, y por el otro la rigurosa incidencia directa que tienen en la prédica y la enseñanza islámica los representantes de movimientos reformadores relativamente contemporáneos (es decir, que se diferencian netamente del Islam clásico o tradicional) como el wahabbismo, el salafismo y el deobandismo, financiados los dos primeros por la monarquía saudita y sus petrodólares conjuntamente con organismos de la península arábiga y de instituciones egipcias, y el último por la versión tabligh centralizada en Sudáfrica. Estos tres movimientos se caracterizan por promover y difundir una visión rígida, literalista y acultural del Islam donde prima el elemento arabizado. Justamente estos movimientos de reforma surgen hacia los siglos 18 y 19 como una reacción supuestamente puritana y estrictamente árabe contra lo que suponían era la desmedida permisibilidad cultural otomana en tierras islámicas debida a su origen turco, reacción que sin embargo respondía a la agenda de las potencias colonialistas occidentales que tenían la mirada puesta sobre las tierras que por entonces correspondían al Califato Otomano. Los Sultanes Otomanos, siguiendo la fiel tradición de nuestro Profeta Muhammad (asws), jamás impusieron una versión depredadora del Islam, sino que en todo el vasto territorio que gobernaron siempre respetaron el credo, la cultura y el lenguaje de los pueblos dominados en tanto se contemplaran las normas básicas de la ley islámica por ellos representada. Lo mismo puede mencionarse del emirato de Al-Andaluz. En ambos florecieron las ciencias, la cultura y la espiritualidad en el marco de la sabiduría revelada por el Dios único.

         Por lo tanto, como musulmanes criollos, la tarea que nos toca por delante es ardua, aunque repleta de bellezas que aguardan ser develadas. Antes que nada debemos redescubrir nuestras raíces culturales, las que nos definen como hombres originales en esta parte del mundo, para lo cual debemos revisar nuestra historia y revalorizar el ejemplo de quienes dieron la vida en la forja de una identidad nacional distintiva. Debemos amar el arte autóctono que nuestro suelo ha gestado y dedicar tiempo a su conocimiento, ser sus cultores, integrarnos a él y disfrutarlo con el goce que proporciona aquello que nos remite a la pertenencia, como también descubrir las bellas posibilidades de nuestro idioma y sus producciones literarias. Así es como naturalmente reconoceremos que en todo esto, y definiendo nuestro ser nacional, brilla con luz propia la Tradición Gaucha, heredera de modos vivenciales asociados al Islam y que tuvo una incidencia notable en los procesos de nuestra independencia y en el desarrollo del federalismo, tendencia que marcaría a sangre y fuego el color propio de nuestra Argentina. Definidos culturalmente podremos ser capaces de desarrollar una personalidad genuinamente islámica sin ser absorbidos por los personalismos e imposiciones de los agentes foráneos que intentan aprovecharse de nuestra inculta necedad y establecer sus parámetros obsoletos donde sólo tendría que haber crecimiento espiritual y desarrollo humano.

II.            El gaucho como heredero de la cosmovisión islámica

         Si bien el gaucho poseía una evidente sensibilidad religiosa, no se vio sujeto a una creencia específica y hasta se mostró renuente, esquivo e indiferente ante las formas dogmáticas del catolicismo prevaleciente. Imbuido de un inexorable sentido de la libertad, las imposturas ritualistas sencillamente no le interesaban. Sin embargo, las causas profundas de su rechazo a la institucionalidad religiosa provienen de las vivencias traumáticas que sus antepasados directos tuvieron con el catolicismo coactivo y su voluntad de imposición y aculturación, proceso iniciado en la península contra el colectivo islámico y en tierras americanas contra las tribus nativas. Recordemos que en gran medida el gaucho en sus orígenes fue el producto del mestizaje entre perseguidos, y que por esto mismo, muchas veces se encontró involuntariamente fuera de la ley. Perseguidos fueron los moriscos, descendientes censurados de la comunidad islámica andaluza, y los aborígenes, expuestos al exterminio o a la asimilación.

         Algunos autores han dicho que el medio geográfico determinó la forma de ser particular del gaucho. Sin embargo, y a pesar de la incidencia que posee todo determinismo geográfico en el modelaje del carácter, vemos en el gaucho, en su forma de ser -la que lo hace ser gaucho, justamente- la incidencia directa de una cosmovisión antepasada de neto corte oriental. De aquí que muchos autores hayan encontrado un árabe en el gaucho, más allá de la típica relación de identidad que supone la vestimenta de uno y de otro. El gaucho, entidad profundamente sudamericana -pues los hay no sólo en Argentina, sino también en Uruguay, Chile, el sur de Brasil, hasta en los llanos de Colombia y Venezuela y en las montañas del Ecuador- lleva en su genética el legado incuestionablemente morisco de ancestro islámico. Muhammad (as), el Profeta del Islam nacido en el seno mismo de la civilización semítico-oriental, ha dicho: "No he sido enviado más que para completar y desarrollar la nobleza  del buen carácter", y los sabios del Islam han resumido el buen carácter en tres atributos fundamentales de los que surgen todos los demás: sabiduría, valentía y prudencia (o moderación). Podríamos sumar la frugalidad, la imperturbabilidad frente a las adversidades, la hospitalidad, la templanza, el hondo sentimiento espiritual, el incólume sentido de la justicia y la honradez, etc. Al haber sido perseguido y censurado el elemento netamente religioso del Islam en los moriscos, no obstante pervivió en ellos -anclado como el arraigo de las cosas definitorias- el matiz incuestionable de las virtudes señoriales islámicas determinantes de un modo de ser particular que los diferenciaba de los "cristianos viejos" y que encontró terreno fértil para su plasmación en el retoño original de este suelo americano: el gaucho. El gaucho es heredero del Islam a través de las virtudes señoriales que encarnan el "buen carácter", y que han sido las encargadas de definir el "ser gaucho": el coraje luminoso de su ejemplo patriota, la honradez insobornable, la lealtad a sus principios rectores, la ecuanimidad, la sabiduría natural con que contempló la vida, el temple de acero que demostró ante la implacabilidad del destino, el silencio tan propio de los meditabundos que sólo hablan cuando es necesario hablar y que representa un universo interior infinito, imagen de desiertos y pampas limitadas tan sólo por la voluntad del cielo.

         En el Islam poseemos un código de conducta especificado por las enseñanzas de nuestro Profeta Muhammad (as). El ejemplo, la tradición de Muhammad (as) recibe el nombre de Sunnat. La Sunnat no sólo comporta los actos rituales tal cual fueron enseñados por el Profeta Muhammad (as), sino también, tal vez lo más importante, las características humanas que hacen de un individuo alguien grato a los ojos de Dios, de acuerdo al ejemplo de Muhammad (as). Y en esto reside justamente la belleza del Islam, que es la belleza inherente al hombre. Para ilustrar la importancia del buen carácter -cuyos atributos hemos nombrado más arriba-, se cuenta que cierta vez fueron los discípulos ante la presencia de Muhammad (as) y comentaron la gran cantidad de devociones y ayunos que hacía cierta persona. Muhammad (as) preguntó a quién se referían y nombraron a la persona. Muhammad (as) zanjó el asunto diciendo: "Esa persona no tendrá un buen final ya que posee mal carácter".

         Muhammad (as) será entonces el arquetipo de los atributos señoriales de que el gaucho será depositario a través del linaje morisco llegado a tierras americanas.

III.        Tras el rastro del Arquetipo

         Como ya hemos citado, dice Dios en el Sagrado Corán: ¡Humanidad! Los hemos creado a partir de un varón y de una mujer y los hemos hecho pueblos y tribus diferentes para que se reconozcan mutuamente. (49: 13)

         Y nuestras tradiciones informan que la primera creación en llegar a la existencia fue la luz primordial del Hombre Arquetipo representado por el Sello de los Mensajeros de Dios, el Profeta Muhammad (asws), luz de la cual procedería el resto de la creación por participación en ella.

Y parte de los signos manifiestos de Dios es la creación de los cielos y de la tierra y la diversidad de vuestras lenguas y colores. (30: 21)

         La plasmación del arquetipo en el marco de un entorno determinado, reproduce la forma original encargada de cimentar la identidad tradicional y cultural de una etnia o pueblo.

         Existen necesarias determinaciones regionales encargadas de imprimir un sesgo particular al influjo creador del arquetipo; y en estas determinaciones redundan las diferencias naturales entre los pueblos del mundo. A este respecto, la sabiduría o tradición primordial encargada del desarrollo humano, si bien universal por estar ligada al arquetipo de origen, adquirirá un matiz singular acorde al regionalismo acogedor del vitalismo arquetípico.

        Por esto que la espiritualidad y la cultura de la estirpe originada tendrá una firme raigambre vernácula, convirtiéndose en manifestaciones regionales de las posibilidades universales contenidas en el arquetipo.

         En el Sagrado Corán aparece un término develador: Ma'ruf. Este concepto hace referencia a lo que naturalmente el ser humano reconoce como bueno y virtuoso, siendo que por este reconocimiento, la virtud y la bondad, son atributos establecidos en su interior como una inherencia profundamente humana. Por esto que las posibilidades arquetípicas sean fundamentalmente cualitativas: la plasmación del arquetipo conlleva en sí misma valores universales que redundan en el desarrollo del ser humano, siempre y cuando sea capaz de descubrir, encauzar y potenciar con sabiduría sus posibilidades inherentes. Estos valores universales pueden definirse en una serie de atributos o cualidades que condensan la naturaleza humana de acuerdo a su arquetipo: templanza, generosidad, valentía, ecuanimidad, frugalidad, abnegación, magnanimidad, lealtad, veracidad, profundo sentido de la libertad, prudencia, sinceridad, perseverancia, honestidad, firmeza imperturbable ante la adversidad, amabilidad, etc. Todas estas cualidades contenidas en su forma original en la luz del Hombre Arquetipo representado por Muhammad, eclosionarán con matices diferenciales de acuerdo al compartimiento regional al que insuflen nueva existencia. Así para nuestro acervo sudamericano (sobre todo argentino), el producto referencial del influjo arquetípico viene representado por un biotipo de extracción rural que ha servido de símbolo para el florecimiento de una cultura tradicional autóctona de gran arraigo: el Gaucho.

         Cuando el arquetipo ha encontrado un receptor regional determinado y ha adaptado su manifestación al mismo, los resultantes vástagos de la tierra necesariamente deben asimilar la cultura y la tradición en ciernes como elementos de identidad y educación: una interioridad edificante se cimienta sobre bases sólidas de pertenencia, tal el presupuesto para el auténtico desarrollo humano que dispone la lógica natural establecida como ley de crecimiento saludable. Lo contrario es escapismo, cuya sintomatología, tan presente en nuestra actualidad, define toda una problemática de extrañeza y desvinculamiento anómalos.

         Toda fuga de sí mismo hacia contenidos culturales o espirituales foráneos (cosmovisión, arte, técnica, etc.) supone la alienación de las posibilidades del pueblo o la etnia, tanto a nivel individual como comunitario; supone la traición a la esencia arquetípica tras la impropia imitación o ciega asimilación de lo que por naturaleza no se corresponde al regionalismo determinado; supone también la falsificación de la voluntad creadora propia tras los estereotipos definitorios de lo considerado como evolución extranjera. El resultado se corresponde con culturas híbridas que promueven el desarraigo vernáculo, la enajenación espiritual y el vacío existencial confusamente llenado con los contenidos ociosos de la más baja intencionalidad de la periferia: desprovistos de centro los exiliados sucumben al arbitrio esclavista del culto disgregador. Por esto que en nuestros tiempos modernos proliferan las psicopatías y los descalabros emocionales: hemos perdido nuestro arraigo, lo que significa que hemos mutilado nuestro arquetipo, nuestra regionalidad espiritual, en pos de la estafa mancomunada del mirar hacia afuera, cuando "lo de afuera" implicaba justamente una feroz e inclemente desarquetipación, una hibridez de tragedia y muerte, irreflexivamente buscada y aceptada.

          Sin embargo, y a pesar del despojo evidente, el símbolo vivo del gaucho, como expresión regional del Hombre Arquetipo, ha pervivido en la voz del eco poético del soberano Martín Fierro, extensión épica de nuestras posibilidades raigales, y en la tradición criolla atesorada en el paisanaje de nuestro campesinado con su ética, hábitos y folklore.

IV.         Un ejemplo a modo de conclusión

         En este contexto es que advirtiendo sobre los efectos disolventes de la amnesia cultural impulsada por los movimientos contemporáneos que se arrogan la representatividad del Islam (desde las rígidas y extremas lecturas literalistas del salafismos y sus ramas concomitantes hasta la permisibilidad oscurantista del sufismo new age), un referente actual de la tradición islámica clásica, nuestro maestro Sheykh Abdul Kerim al-Kibrisi (qs), nos remitía al ejemplo luminoso del Imperio Otomano y sus sultanes, quienes, herederos de la sabiduría de origen y dentro del amplio margen de tolerancia exigido por la legislación islámica, en ningún momento promovieron la coacción espiritual ni cultural sobre pueblos bajo dominio, sino que respetaron y propulsaron el sano desarrollo humano de acuerdo a las posibilidades regionales y tradicionales de toda comunidad no-islámica dentro del Imperio. Se entendía así que el Islam representaba una potencia espiritual arquetípica que funcionaba como base legítima y fundamental para la edificación de una mejor humanidad acorde a las posibilidades raigales de cada etnia, raza o sociedad (recordemos que en su momento de mayor esplendor dentro del Imperio convivieron equilibradamente turcos, árabes, bereberes, griegos, búlgaros, albaneses, daguestaníes, etc., etnias y pueblos de por sí muy diferentes que con sus matices culturales y tradicionales propios colaboraron en la unidad y el esplendor imperial. La uniformidad inculta y global de nuestra actualidad sugiere completamente lo contrario: reducidos a un igualitarismo entumeciente no hacemos más que ganar en divergencias, conflictos, rivalidad y tribulaciones sin nombre, en tanto que la visión moderna del Islam radicalizado o desmedidamente versátil sólo redunda en prejuicio y dudosa reputación).

         Por esto, para librarnos de la tendencia perniciosa hacia la amnesia cultural y el despojo espiritual, es que, retomando el ejemplar otomano, debemos ahondar en nuestras posibilidades vernáculas reconociendo la incidencia arquetípica en nuestro ser regional, como así también descubrir las raíces tradicionales que nutren nuestra identidad real como pueblo distintivo a los ojos de Dios y priorizar su develamiento en nuestra vida tanto individual como comunitaria a partir de una concurrencia activa en nuestra habitualidad. Sólo así estaremos capacitados para crecer humanamente y lograr la necesaria trascendencia.

         Que Dios nos conceda la inmensa fortuna de conocer, amar y sublimar lo propio para desde allí experimentar la maravillosa y transformadora realidad del Islam.


martes, 11 de noviembre de 2014

Lo que el Islam ofrece a Latinoamérica


 En la forja de una identidad propia, los pueblos latinoamericanos se han sabido diferenciar espiritual y culturalmente de la ubicua voluntad occidental. América Latina, en su diversidad de pueblos y culturas, se ha constituido como un florecimiento original que tiene para ofrecer al mundo una hermosa variedad de culturas con sello y personalidad propios. En esta constitución de nuestra etnicidad latinoamericana y su particular cosmovisión, nuestras culturas han sido el resultado de la histórica y fructífera interrelación de elementos tradicionales moriscos (arabo-andaluces), aborígenes y africanos, mestización que ha instaurado valores espirituales propios completamente ajenos al mito eurocentrista impuesto durante años desde los centros regionales que detentan el poder -recordemos que en gran medida las independencias americanas del siglo XIX fueron fraguadas desde las ideas revolucionarias y republicanas importadas desde Francia y los Estados Unidos, acentuadas luego por la incipiente inmigración, como sucedió por ejemplo en Argentina.

Contrariamente a la percepción utilitaria y materialista del mundo que ha primado en el Occidente eurocentrista, la cosmovisión latinoamericana ha priorizado el vínculo respetuoso con el entorno natural, considerándolo sagrado, huella de Dios en la creación.

Tomando como referentes al criollo de cultura ecuestre que ha transitado los diversos ámbitos rurales de Latinoamérica (serranías, llanos, pampa, etc.), al nativo aborigen que ha poblado las regiones originarias de nuestros territorios y al africano que en los suelos americanos se transformó en un retoño más de la tierra fecunda, encontraremos en ellos la raigambre espontánea que considera la unión mística con la naturaleza una condición fundamental de su ser en el mundo. Y en esto es donde se acentúa la inmensa diferencia con el criterio occidental: éste busca dominar, sojuzgar y explotar la naturaleza en beneficio propio como parte de una voluntad egocentrista que siempre considera la satisfacción de la necesidad individual por sobre todo respeto al entorno que le sirve y no protesta. Nuestros referentes parten de una base radicalmente opuesta: integrándose equilibradamente al entorno natural, se considera un acto sacramental el vínculo con la naturaleza que generosamente cubre toda necesidad humana sin que el hombre recurra a su dominio y extinción. Siendo el aspecto manifiesto de Dios, y al ser el hombre parte integrante de él, la naturaleza toma un tinte sagrado que las ciencias y las tecnologías, pragmáticas y materialistas, del Occidente no han sabido y no han querido vislumbrar. Para ellas la naturaleza es sencillamente una "cosa" que debe ser sometida al arbitrio intolerante del ego de los hombres; en cambio, para nuestros referentes, al ser la huella de la misericordia de Dios de donde ha surgido la humanidad, la naturaleza representa a la Madre universal (Pachamama, en el lenguaje nativo) que como hijos suyos nos debe ser respetada, amada y cuidada. El Islam refuerza esta cosmovisión, y es justamente desde él que debemos aprender a revalorizar la conexión que nos legaron nuestros ancestros en la constitución de nuestra identidad latinoamericana.

El Islam nos enseña que la naturaleza, que nuestro ser natural, es el resultado de la voluntad de Dios en acción sobre el mundo: de aquí su sacralidad y su inmensa virtud de reconducirnos a nuestro ser original. En el Sagrado Corán Dios nos hace manifiesta Su belleza a través de los fenómenos naturales. No hacen falta esoterismos ni doctrinas complejas para llegar a la Divina Verdad; sólo basta contemplar la maravilla de la sucesión de la noche y el día, las estrellas en el firmamento, las inmensas montañas, ríos y mares, la lluvia que reverdece la tierra y hace germinar sus frutos, para hallar que Dios está presente en todo esto, como en el amor fecundo que vitaliza las relaciones humanas. Y esto traduce perfectamente la cosmovisión de nuestros ancestros latinoamericanos. Siempre ha sido el Occidente y su gusto por la elucubración intelectual quien ha imprimido doctrinas complejas al entendimiento de la realidad. Para el Occidente Dios es una ecuación matemática o un axioma filosófico impuesto a la realidad; para el Islam, en la sencillez natural de la creación se revela la grandeza del Creador. Y esta cualidad de asombro es la que pervive en nuestra cosmovisión latinoamericana, tan dada a la emoción como a la espiritualidad natural. Por esto que el alma latinoamericana sea esencialmente musical.

La música de un pueblo, expresión fundamental de su espíritu, es la manifestación más acabada de identidad cultural, por lo que hemos de considerar el alma musical latinoamericana, con sus diversos colores regionales, como base fundamental al momento de estudiar, redescubrir y revalorizar el significado de la cultura original de América Latina.

Desde México a la Patagonia argentina hemos de percibir la indudable convergencia de elementos morisco-andaluces, africanos y aborígenes en la constitución de estilos folklóricos que conllevan un sello propio de corte netamente latinoamericano, encargados de representar la identidad pluricultural de los diversos países que conforman la América Latina.

Históricamente la música en Latinoamérica ha sido una herramienta formidable de decantación social mediante la cual se ha expresado el alma de los pueblos, sus sufrimientos, sus alegrías, sus denuncias, sus rituales, sus rebeldías. La música de raíz folklórica siempre ha representado el dinamismo espiritual de los pueblos latinoamericanos, y se sabe que todo dinamismo espiritual, cuando es auténtico y espontáneo, es forjador de resistencia, cultura e identidad. Por ejemplo, en la última dictadura militar en Argentina, uno de sus líderes declaró que Jorge Cafrune, reconocido intérprete folklórico, era más peligroso con su guitarra que cien guerrilleros con armas de fuego. La muerte del artista en circunstancias dudosas -se dice que fue una víctima más de los desmanes dictatoriales de finales de la década del 1970- jamás impidió que su música siguiera siendo escuchada y disfrutada por el pueblo argentino, siendo convertido hoy día en uno de los referentes más representativos de la cultura folklórica del país, cultura heredera del gauchismo, y éste del legado morisco-andalusí. Como otro de los referentes de la cultura popular folklórica argentina, también perseguido y censurado por la misma dictadura, Horacio Guarany, lo ha expresado mediante el canto: "Por más que le hachen sus ramas, ningún árbol se ai secar. Si la raíz está en el pueblo, el pueblo la hará brotar... Muerte si me has de llevar, no lo hagas nunca de atrás. Te has de llevar mi osamenta, pero mi zamba jamás..."

Sin embargo, no deja de ser una triste realidad cómo se promueve el despojo espiritual y el desarraigo cultural desde los centros regionales de poder, y cómo esa disfuncionalidad social ha acaparado los medios masivos de comunicación trastocando la cosmovisión del pueblo latinoamericano. No hay coloniaje más nocivo que la enajenación cultural y espiritual de un pueblo.

Los elementos tradicionales -moriscos, africanos y nativos- que prevalecieron en América Latina como forjadores de identidad cultural, fueron constantemente perseguidos, exterminados y reducidos a la esclavitud, la explotación y la clandestinidad por las potencias colonialistas -España, Inglaterra, Francia, Holanda... Estados Unidos, directamente o de manera subrepticia mediante sus agentes indígenas encubiertos, tanto en el pasado como en el presente a través de la censura-, potencias que hoy en día buscan direccionar el rumbo de nuestros pueblos de acuerdo a sus mandatos entumecientes cuya intención es promover la ignorancia, conduciéndonos al sometimiento espiritual a través de las trampas del mercantilismo y el comercio.

Ahora bien, el Islam puede devolver a los pueblos latinoamericanos la profunda consciencia de sí mismos y el despertar a las potencialidades espirituales que atesora la cultura vernácula, ya que nos provee de una plataforma tradicional concreta que, sin la necesidad oscurantista de traicionar nuestras posibilidades identitarias y culturales -ya que en el Islam uno mismo es quien se forja a sí mismo a través del autoconocimiento y la conexión con la interioridad más edificante-, favorece y estimula el desarrollo y la elevación humana y espiritual de individuos y comunidades. Desde que en su creencia no existen distinciones étnicas ni raciales, el Islam fortalece la unión y la igualdad en base a la virtud, el amor y el respeto de acuerdo a la esencia más íntima que guarda el interior de todo ser humano: el espíritu divino, Dios.

El eurocentrismo -entiéndase, la perspectiva netamente occidental traída por la colonización- ha dejado sus vestigios en América Latina mediante la imposición del credo cristiano y los resabios de una cosmovisión caucásica poco compatible con la vivencia interracial latinoamericana, cosmovisión acentuada en la época contemporánea por la incidencia directa de la contracultura de la globalización que intenta imponer un color uniforme y gris a los pueblos de acuerdo a quienes manejan la economía mundial y la constante del capitalismo voraz. Consecuentemente los gobiernos democráticos actuales en los países latinoamericanos, priorizan políticas populistas que confunden la voluntad popular con los impulsos más inferiores y subdesarrollados del ser humano, cumpliendo así con la estrategia 'primermundista' de mantener en la ignorancia y la mediocridad cultural a los pueblos 'tercermundistas' a base de la fomentación y exacerbación de sus pasiones más vulgares y dañinas: la promiscuidad sexual, la desvirtuada identidad de género, el narcotráfico y sus sicarios gubernamentales, el libertinaje, la prostitución física y mental, el falso nacionalismo, la chabacanería mediática, el culto a la imagen política, la tendenciosa transformación de los próceres de la historia y su utilización mediática, el violento egocentrismo en la dirigencia, la legalización de la ilegalidad (drogas, aborto, etc.), el control de la natalidad, y tantas otras cosas más que se esgrimen como vox populi y que se han convertido en slogans populistas de estos gobiernos títeres que desmedran la imagen y la identidad latinoamericana y que no dejan de ser meros cipayos socio-culturales de los poderes colonialistas del Occidente rapaz.

El Islam decidida e inflexiblemente se opone a todo aquello; siendo depositario de la sabiduría popular atesorada por civilizaciones tradicionales que noblemente transitaron los siglos de la humanidad, promueve el auténtico crecimiento del pueblo reconduciéndolo a su naturaleza primigenia recurriendo a la educación en los valores universales que hacen del hombre un ser trascendente con respecto a sí mismo, dispuesto a infinitas elevaciones. Debido a su ascendencia interracial, nuestros pueblos latinoamericanos están mucho mejor predispuestos al saber universal e integrador del Islam que a la imposición enajenante de la contracultura global occidental.

Por su original ascendiente y su desarrollo cultural, América Latina no es ya occidental, sino el dinámico resultado de la mestización entre elementos orientales, africanos y aborígenes. Y esto último es lo que mediante el Islam debemos potenciar frente a la contracara occidental y sus manufacturas inverosímiles.

Más allá de la imposición religiosa, culturalmente poco y nada le debe Latinoamérica a Europa y a sus vástagos del Norte. Por lo tanto, sobre la base tradicional del Islam nuestra identidad latinoamericana cumplirá con su posibilidad más elevada: ser un espejo ejemplar de resistencia y desarrollo para el mundo. De nosotros depende y de Dios proviene el éxito.