Mostrando entradas con la etiqueta Jesucristo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jesucristo. Mostrar todas las entradas

domingo, 23 de agosto de 2015

Jesús, sanador de corazones

Extraído del Masnavi (III, 2) de Mawlana Jalaluddin Rumi.


La casa de Jesús era el banquete de los hombres del corazón,
¡Eh, ser afligido, no abandones esta puerta!
La gente se amontona por todos lados,
muchos ciegos y cojos, y paralíticos y dolientes,
en la puerta de Jesús al alba,
que con su aliento puede curar sus dolencias.

Apenas hubo terminado sus oraciones,
ese santo aparecería a la hora tercera;
él vio ese gentío impotente en grupos,
sentados a su puerta con confianza y esperanza;
les habló, diciendo: "¡Oh afligidos!
Los deseos de todos ustedes han sido concedidos por Dios;
levántense, caminen sin pena ni aflicción,
¡conozcan la misericordia y beneficencia de Dios!

Entonces todos, como camellos cuyos pies están encadenados,
cuando les liberas sus pies en el camino,
corren presurosos con alegría y placer hasta el lugar del alto.
Y así a su orden se pusieron de pie y corrieron.

¿De cuántas aflicciones causadas por ti a ti mismo
has escapado por medio de estos principios de la fe?
¡Cuánto tiempo esta invalidez tuya fue un corcel!
¡Qué pocas veces tu alma estuvo vacía de pena y desgracia!
Oh rezagado y descuidado, ata una cuerda a tus pies,
no sea que pierdas a tu propio ser.

Pero tu ingratitud y desagradecimiento
olvidan la miel que has sorbido.
Este camino fue inevitablemente cerrado para ti
cuando heriste los corazones de los hombres del corazón.

¡Rápido! ¡Abrázales y pídeles perdón!
Como las nubes, derrama lágrimas de lamentación,
para que su jardín de rosas pueda florecer para ti,
y sus frutas maduras se abran por sí solas.

Agrúpense alrededor de esa puerta, no sean más viles que un perro,
si quieren rivalizar con el perro de los Siete Durmientes.

domingo, 12 de julio de 2015

La importancia de Jesús (as) en la vida de Hz Ibn Arabi

Jesús, a pesar de ser la figura de referencia del cristianismo, no es patrimonio exclusivo de los cristianos. Si cualquier maestro espiritual es un don para toda la humanidad como revelador de una perspectiva única de Dios, Jesús mantiene unos estrechos lazos con el judaísmo y con el islam; como judío, por un lado, y como profeta del islam, por otro.

El místico andaluz Ibn Arabi (1165-1240 d. C.) se sintió toda la vida bajo la protección amorosa de Jesús sin considerar a este profeta como ajeno a su propia religión. Por el contrario, Jesús es para él un enviado que recibe de Dios la misión de confirmar en la fe en el Dios Único del pueblo de Israel, aportando una nueva legislación para la nueva comunidad. Esta revelación lo constituye «exteriormente» (o exotéricamente) como cristiano. Sin embargo, teniendo en cuenta que el Muhammad Primordial (la haqiqa muhammadiyya) es la fuente de todas las revelaciones según el pensamiento sufí, Jesús es «interiormente» (o esotéricamente) un seguidor de Muhammad. Es por ello que Ibn Arabi rechaza cualquier interpretación que le “cristianice” cuando afirma haber recibido la herencia espiritual de Jesús. Por eso dice: «Hay algunos a los que, en el momento de la muerte, se les aparece el Enviado del que son herederos [...] y dicen "Jesús" o "Mesías", tal como Dios lo ha llamado [en el Corán], que es el caso más frecuente. Los que están presentes oyen a este santo pronunciar este nombre y se equivocan pensando que se ha convertido en cristiano en el momento de la muerte, abandonando el islam» (Fut. II, 296).

El sufí crístico ('Isawa, literalmente 'jesuánico') hereda de Jesús lo que de este profeta está recogido en la revelación de Muhammad y, por tanto, sigue siendo plenamente musulmán. Algunos sufíes mueren habiendo heredado de Jesús, otros de Moisés o de algún otro profeta. Una minoría alcanza la plenitud sintética de Muhammad y hereda la sabiduría de todos los profetas, Muhammad incluido. Se sitúan en la posición del Absoluto divino desde la que pueden disfrutar de todas las revelaciones de Dios. Ibn Arabi se considera la plenitud de este último tipo de santos.

La relación de Ibn Arabi con Jesús es comparable a la huella que deja en toda persona el recuerdo del primer gran amor de juventud. El descubrimiento de nuevos caminos hace de esa persona alguien irrepetible, aunque luego pueda haber otros amores. Ibn Arabi parece expresar estos sentimientos cuando afirma que Jesús fue su primer maestro, a pesar de haber recibido después la sabiduría de los otros profetas:

Cuando (los profetas) están presentes
y mis hermanos (sufíes) están de pie para servirlos,
yo siento nostalgia por el Mesías
porque me convertí entre sus manos
y me ayudó a matar al (falso) mesías. (Fut. III, 49)

La imagen que describe el poema es la de un encuentro de todos los profetas, donde cada uno es servido por el sufí heredero de su sabiduría. La relación profeta-discípulo no es sólo la de maestro-servidor. El primero «vive» también en constante preocupación por el discípulo. Las palabras de afecto de Ibn Arabi son cautivadoras: «Jesús fue mi primer maestro, aquel con quien retorné a Dios; Él tiene para mí un inmenso cuidado y no me olvida en ningún momento. Espero ver el tiempo de su (segundo) descenso, si Dios quiere» (Fut. III, 341).

Ibn Arabi vivió la mitad de su vida en al Ándalus pero, tras recibir unas profundas «Revelaciones en la Meca», acabó instalándose en Damasco, donde pasó sus últimos años de vida. No es una mera hipótesis pensar que Ibn Arabi escoge Damasco como lugar de residencia definitivo porque quiere esperar el descenso de Jesús precisamente allí donde la tradición musulmana le ha situado: el minarete blanco de la Gran Mezquita Omeya.

La relación personal entre Ibn Arabi y Jesús es tan cercana que en una visión mística oye que Muhammad dice a Jesús señalando a Ibn Arabi: «Este es tu semejante, tu hijo y tu amigo» (Fut. I, 3). Es semejante porque los dos comparten, según la propia confesión del maestro sufí, la función de cerrar el ciclo de la santidad: Ibn Arabi es el último de los santos sintetizadores de toda la sabiduría de Muhammad y Jesús, el último de los santos antes el fin del mundo. Es hijo en el sentido de engendramiento espiritual, y es amigo por la relación personal entre los dos.

Ibn Arabi va aún más lejos en su confesión: «Él ha orado por mí para que yo persista en la Religión, en este mundo y en el otro, y me ha llamado "estimado" [Habib]. Me ha ordenado practicar la ascesis y el desprendimiento» (Fut. II, 49). La relación no es, pues, simplemente definida como amistad sino como una verdadera relación amorosa de identificación. Una parte de la maestría de Jesús sobre Ibn Arabi consiste en vivir una vida de desprendimiento y desapego respecto a las cosas de este mundo. Este místico no fue propiamente un asceta ni vivió en la pobreza material, pero sí vivió una desposesión tal, que se sintió siempre un instrumento en las manos de Dios, como el cuerpo muerto en manos de quien lo lava y lo prepara para la sepultura. El ser humano necesita esencialmente a Dios, necesita que el Creador esté constantemente sosteniéndolo en la existencia para que no se disuelva en la nada. Esto, que Ibn Arabi desarrolla filosóficamente a través de la teoría de la recreación y aniquilamiento de toda la creación en cada instante, lo vive como la experiencia vital de necesidad radical de Dios.

Después de tener a Jesús como maestro espiritual viviente y no sólo como figura modélica del pasado, Ibn Arabi establece relaciones personales como discípulo de cada uno de los otros profetas, según su confesión. Finalmente recibió el don de la totalidad muhammadiana, pero sin atribuirse nunca el grado de la profecía. Muchos juristas lo han situado fuera de la comunión de la umma debido a estas afirmaciones. No pocos, sin embargo, han defendido su ortodoxia. Lo que está fuera de duda es que él se sintió en el corazón de la comunidad islámica, que no sintió demasiada estima por los cristianos históricos de su tiempo, que todas las referencias de su inmensa obra las toma de la tradición islámica, y que el Corán es su Libro de inspiración fundamental.


Jaume Flaquer. Doctorado en Estudios Islámicos por el EPHE (Sorbona de París) con una tesis sobre el místico sufí Ibn Arabi. 

domingo, 12 de abril de 2015

Jesús en el Sufismo

Bismillahi Rahmani Rahim

En unas pocas palabras, solamente podemos aspirar a dar una ligera idea de lo que es el papel de Sidna Isa (Jesús) en el sufismo, como es tratado su doble aspecto (exotérico y esotérico), un lugar importante en el corazón de la parte interior del Islam.

Uno de los principales versos del Corán respecto a Jesús es el siguiente:

"…el Mesías, Jesús hijo de María, es el Mensajero de Dios, Su palabra depositada en María, el espíritu procedente de Él”. (1)

Esto nos muestra de inmediato que entender y hablar la verdad de Jesús debe estar en armonía con lo que él representa. Por lo tanto, el venerable Sheykh 'Adda Bentounès nos ayuda a comprender de la mejor manera la verdadera dimensión del Mesías:

Jesús fue un maestro, fue un instructor (...). Él era el Verbo, que es la Verdad por sí misma, la verdad que guía y dirige. (...) Jesús nadó en las grandes olas del infinito. Él es la locura del amor en esta inmensidad. No está loco por Dios porque él es el Amor de Dios, es Gran amor, como el mar gris de su fragancia”(2)

Otro gran maestro de tasawwuf, el Sheykh Ibn Arabi, declara que Jesús es el sello de la Santidad Universal en un libro que se refiere a esto: “Futuhat al-Mekiyya”, conocido en castellano como “Las iluminaciones de La Meca”:

Hay otro sello con que Dios sella la santidad universal, desde Adán hasta el último de los santos, Jesús. Es el sello de la santidad, ya que es también el sello del ciclo del reino (Mulk al-Alam), él es un signo del acercamiento al fin de los tiempos”.

El otro sello mencionado por el Sheykh Ibn Arabi es el Profeta Muhammad (asws), que es el sello de la profecía. En un hadith del Profeta (3) se nos dice que “entre él y Jesús no hay lugar para deslizar un pelo”, sorprendente imagen de la proximidad y la unidad que Dios eligió para la humanidad y reflejo en los hombres de la ignorancia y ceguera que los divide y les hace estar en oposición.

Con su venida, Jesús nos ofreció el sabor de los misterios del amor divino. Pero también vino con un poder divino que se manifiesta a través de su persona a lo largo de su misión y constituye un desafío para perturbar el mundo de su época. Esto, evidentemente, ha conmocionado profundamente a los hombres no solamente de su tiempo sino también a todos aquellos que se acercaron a la personalidad de Jesús. El mensaje de Jesús es puramente espiritual: habla de amor. No podemos amar a Dios sin amar al prójimo, por lo tanto, Jesús nos llevará en una dirección especial, su mensaje se va a abrir hacia una nueva perspectiva. Más allá de la letra de la ley, es como un vino espiritual que se manifiesta desde sí mismo y trastoca todo. El propio nacimiento de Jesús trae consigo el desafío de la ley física, la ley de los hombres. Dios, a través de Jesús, hace una excepción a la ley física en su nacimiento y, fruto de esto, su mensaje en vida será un reto para la humanidad. El reto de este milagro de Dios, que puede ir más allá de las leyes que rigen la materia, nos lleva a despertar en nosotros lo sutil, abrirnos a nosotros mismos, a darnos cuenta de que Dios está presente en todas las cosas, en cualquier lugar, en cualquier momento, en cualquier condición: cada uno de nosotros realmente es una excepción.

El mensaje de Jesús es un mensaje mucho más del ámbito del espíritu que del de la letra, pocas personas van a lograr realizarlo, ya que los hombres han hecho una “religión”: lo han racionalizado y en cierta medida se han bloqueado los principios del mismo mensaje, mientras que Jesús mismo es el principio de la lucha contra la mera profecía: él vino sólo para desafiar la ley.

El venerable Sheykh al-Alawi (4), reconocido como uno de los grandes íntimos de Dios en el siglo 20, en un ensayo sobre el simbolismo de las palabras de alta perspectiva metafísica revela la sutileza sobre el enfoque del misterio de Jesús:

Siempre hablamos de lo que entendemos por el misterio de la sagrada esencia; cuando hablamos de la Alif (5) queremos decir que es la mayor sutileza noble, y cada vez que hablamos de Ba (6) queremos decir que es la primer manifestación, llamada el Supremo Espíritu; entonces el resto de las letras, las palabras,  se sitúan por sí solas y, a continuación, el discurso en general, se sitúa en sus respectivas filas. La reunión de Alif y Bâ juntas forman la palabra AB, lo que significa en árabe y en hebreo: padre. Es el nombre divino por el que Jesús habló a su señor y fue el empleado cuando dijo:

“En verdad me regreso a mi Padre y vuestro Padre”.

Es decir, con mi Señor y vuestro Señor (La concepción antropomórfica de la paternidad de Dios está excluida de la perspectiva islámica). Si logras entender el significado de estas dos palabras, sabrás ignorar su importancia. Por otra parte, esta confusión se ve reforzada por la asimilación que se hace entre Ab (padre) y Raab (señor) en el idioma árabe, y en el actual uso de estas palabras en la lengua semítica que, por ejemplo, designa al padre (Ab) de una familia como también el señor (Rab) de la casa”.(7)

Así, aunque el misterio en torno a Jesús permanece en entender su mensaje basado en el amor y la compasión, está presente también por la esperanza de su regreso y el advenimiento de la era mesiánica. La fuente de la esperanza que fluía bajo los pies de María sigue regando los corazones. La clave está en el credo de la Dependencia:

Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo servirás”(8)

¡Todas las leyes y los mensajes de los profetas dan lugar al Uno! Las vías que conducen al centro son los radios, es decir, las religiones que predican la fe en la unicidad. Por lo tanto, si queremos caminar con fe, sinceridad y amor, debemos cumplir con todas las religiones. Las prácticas son diferentes, pero la Verdad es Una.

Autor: Khaled Bentounès

Notas:

1: Corán: 4, 171.
2: “El coro de los profetas”,  Sheykh 'Adda Ben Tornes. Editorial Albin Michel.
3: Hadith decir, es la palabra del profeta Muhammad, cuya suma es la tradición oral.
4: Sheykh  al-Alawi, el Fundador del movimiento Sufi Alawiya.
5: Primera letra del alfabeto árabe.
6: Segunda letra del alfabeto árabe.
7: “El hombre interior, a la luz del Corán”,  Sheykh Bentounès editorial Albin Michel, 1998.

8: El Evangelio según san Mateo 4/10 St Luc y 4/8, Deuteronomio 6/13-14.