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sábado, 13 de mayo de 2017

Imám Shamil: el héroe del Cáucaso Norte


El Imám Shamil apareció de forma repentina en la historia, aunque llegó a convertirse, para toda la región del Cáucaso, en ejemplo de la lucha heroica para detener el avance del Imperio ruso en el Cáucaso en el siglo XIX. Shamil nació en el seno de una familia humilde (no aristócrata) de Daguestán, en la aldea montañosa de Guirma, se supone que hacia 1797. Su nacimiento coincidió con el apogeo de la política rusa de someter, de una vez y por todas, el Cáucaso Norte.

Se hizo muy popular no sólo por su lucha heroica (pues luchas de este tipo ha habido muchas, aunque no todas sean conocidas), sino por haber conseguido unir a los pueblos del Cáucaso Norte para hacer frente a la política rusa de colonizar a los habitantes de las montañas. Esta fue su histórica misión. Inició su lucha en Daguestán y comprendió rápidamente que, por separado, los chechenos y los daguestanos no podrían plantar cara con éxito al ejército ruso. La derrota en la montaña daguestana de Ajulgo en 1839, propició la unión de los chechenos y daguestanos contra el ejército del emperador ruso. Según el mismo Imám Shamil, su modelo en la vida era el Sheykh checheno Mansur (fallecido en una cárcel rusa en 1794, después de ser capturado durante el asedio de la fortaleza de Anapa), quien fue durante cierto tiempo líder de los montañeses del Cáucaso Norte entre las décadas de 1770 y 1780. El ejemplo del Sheykh Mansur llevó al Imám Shamil a crear un estado capaz de resistir los embates del ejército imperial ruso durante veinte años (de 1840 hasta 1859). Shamil heredó el título de imán después de la muerte de Gamzat-Bek el mes de septiembre de 1834, convirtiéndose en el tercer imán del Daguestán (el primero fue Gazi-Magomed, muerto en combate en 1832). Así pues, seis años después, Shamil era Imám de Chechenia y Daguestán unidas (marzo de 1840).

Shamil fundó un estado clásico, con todos los atributos que le son propios: tesoro público, hacienda pública, poder judicial, poder ejecutivo, órgano consultivo del Imám, policía, policía secreta, ejército y una división territorial en circunscripciones territoriales, regiones, etc. Se trataba de un estado (un imamato, es decir, liderado por un Imám) teocrático, tanto en su forma como en su fondo. El líder del estado era el Imám, el único dirigente, pues en las circunstancias de su creación (durante la guerra con Rusia) no se habría podido hacer de otra manera.

El Imám Shamil no era uno de aquellos típicos dictadores orientales. Su gobierno priorizó la ley fundada en el derecho islámico, la sharia, que aplicaba tanto a sí mismo como a los miembros de su familia. Un ejemplo que dejó estupefacto a todo el mundo fue el castigo que infligió a su madre, a quien quería mucho. El Imám Shamil advirtió de que aquellos que le pidieran abandonar la lucha serían castigados. Una delegación chechena pensó que el imán no sería severo con su madre y pidieron a esta última que intercediese por ellos. El Imám Shamil castigó a su madre a recibir 100 latigazos en público en la plaza de Vedenó, y sólo cuando su madre perdió el sentido al sexto golpe, él ocupó su lugar para recibir los restantes 94 golpes. Después puso un sable desenvainado al lado del que ejecutaba el castigo y ordenó que fuese ejecutado en caso de que el imán considerase que no había golpeado con todas sus fuerzas. Otro ejemplo es cuando lo arrestaron: toda su riqueza se reducía a lo que llevaba encima, no poseía casas, ni tierras, ni oro; nada excepto lo que llevaba puesto. Sin embargo, también entendió que no podía ser tan estricto en el cumplimiento de las leyes islámicas y por ello permitió una serie de excepciones a los chechenos, como, por ejemplo, no consiguió prohibir a los chechenos bailar y cantar sus canciones. Consideraba que podía –y debía– tener en cuenta las características propias de cada pueblo.

Fue un capitán brillante que salió vencedor en toda una serie de batallas contra algunos de los generales más famosos del Imperio ruso de aquel período: 1842, campaña de Ichkeria (general P. Grabbe); 1845, campaña de Darguin (general M. Vorontzov), etc.

Llevó a cabo también una política exterior activa, aunque también comprendió que ninguna de las potencias mundiales del momento (ni occidentales ni orientales) tenía el menor interés por el Cáucaso. Durante la guerra de Crimea (1853-1856) no se alió con la coalición antirrusa. Mantenía correspondencia con el artífice de la lucha anticolonialista, el argelino Abdul Kadir, ya que pensaba que tenían mucho en común. Mantuvo una relación ambigua con el sultán turco. Podemos pensar que son de Shamil las palabras «no me importaría ejecutar en primer lugar al sultán turco». Desconfiando de la ayuda exterior, y debilitado tras 30 años de resistencia contra el Imperio ruso, tuvo que rendirse el 25 de agosto de 1859 durante el asedio al pueblo de Gunib, en Daguestán. Se convirtió en el prisionero más preciado del emperador, que lo desterró de por vida a la provincia rusa de Kaluga, desde donde en 1869 pidió que le dejasen peregrinar a la Meca donde estaba destinado a morir en 1871.

Sus contemporáneos en Occidente admiraban su lucha. Escribieron sobre él, representaron obras de teatro en París mientras aún vivía. Era considerado un Robin Hood que había luchado contra un imperio que, a principios del siglo XIX, había conquistado la mitad de Europa y se había erigido como el «policía» de Europa durante un decenio entero. Pero el Imám Shamil no era un romántico; esta imagen que tenían de él sus contemporáneos europeos quedaba lejos de la realidad. Fue sólo un patriota y un luchador que se opuso a la colonización de los pueblos de las montañas del Cáucaso. Y esta era una imagen muy incómoda para Rusia.

A pesar de haberse rendido, siguió siendo un ejemplo de combatiente heroico para todos los pueblos de las montañas del Cáucaso Norte. Muchos niños que nacen en el Cáucaso llevan su nombre y en Daguestán han puesto también su nombre a calles, plazas y han erigido monumentos en su honor.

El fondo circasiano en Turquía lleva su nombre. Este fondo fue creado por los descendientes de los pueblos caucasianos de las montañas que se vieron forzados a huir al Imperio turco después de la victoria de los rusos en el Cáucaso Norte. Y no es una casualidad que los montañeses caucasianos, vivan donde vivan en el mundo, relacionen su nombre con la historia bélica de sus antepasados. En su honor se escriben libros, poemas y versos. Durante la época soviética, la actitud hacia su persona y su legado político experimentó muchos cambios: de ser considerado un héroe en la lucha contra la colonización rusa, a ser acusado de ser un agente de los países occidentales o un protegido de Turquía, e, incluso, se propuso borrar su nombre del episodio de la historia que explica la entrada de los rusos en el Cáucaso. Alrededor de su nombre se libra una lucha de poder en la que todos los bandos procuran utilizar el nombre de Shamil a su favor.

domingo, 4 de mayo de 2014

Imam Shamil, el León de las Montañas


Sheykh Shamil, el León de las Montañas. No león del tipo del asno. No. Sino aquel cuya autoridad era tomada desde la Divina Presencia y le daba uso. Cuando martirizaron a aquel que estaba (en autoridad) antes que él en la lucha contra los Rusos, todos ellos (sus combatientes) llegaron y dijeron:

“Oh Imam. Te elegimos para que seas nuestro Imam y nuestro líder para continuar esta lucha.”

Él les dijo:

“Elijan a otra persona, no a mí.”

Le dijeron:

“Tú eres el que mejor se ajusta para esto.”

Él dijo:

“Tal vez, pero ustedes no se van a adaptar al tipo de órdenes que les voy a dar. No se adaptarán a esos criterios.”

Dijeron:

“Ya Imam, daremos Bayat contigo y no hemos de cambiarlo hasta la muerte.”

Cuando todos aquellos líderes se acercaron, él les dijo:

“¿Son todos sinceros con su promesa?”

Le dijeron:

“Así es.”

Les dijo:

“Entonces les diré qué necesito, qué es lo que quiero, y luego vendrán a dar Bayat bajo esas condiciones. Si me dan Bayat y más tarde lo cambian (cambian de parecer traicionando el pacto), entonces sepan que se convertirán en mis peores enemigos y los pondré en el libro de los traidores. Entonces no tendrá importancia el nivel de estación que han alcanzado en el Islam.”

Dijeron:

“Ya Imam, lo aceptamos.”

Luego les dijo:

“En esta lucha que estamos llevando a cabo contra Rusia durante tantos años, no estamos combatiendo por tierra ni combatimos para conseguir un mejor estilo de vida para nosotros. Estamos combatiendo por la Causa del Islam, y por esto nunca descansaremos ni estaremos en paz hasta que obtengamos nuestra libertad de las manos de los incrédulos.”

Dijeron:

“Ya Imam, ¿ésta es la condición que nos pones?”

“Así es”, dijo.

Dijeron:

“Para esto estamos aquí, para esto es que hemos corrido hasta ti.”

Él dijo:

“No. Mi táctica es diferente a la de los demás. Con lo que ahora utilizaré contra los Rusos, los voy a volver locos. Y ellos atacaran nuestras aldeas. Van a empezar a matar a nuestras esposas y a nuestros ancianos. Van a destruir nuestras aldeas y van a matar a nuestros hijos. Nos vamos a trasladar hacia las montañas. De regreso protegeremos todo lo que podamos. Si no podemos entonces regresaremos a las montañas. Esas aldeas van a permanecer desprotegidas. Entonces, cuando vean que están perdiendo tantas cosas, no vengan a mí para modificar esto (el pacto), porque los pondré en el libro de los traidores. ¿Aceptan esto?”

Dijeron:

“Aceptamos”

Él dijo:

“Entonces den Bayat”

Todos dieron Bayat.

Algún tiempo después, cuando Sheykh Shamil comenzó con sus tácticas, tomando secretos desde los Awliya’Allah y golpeando desde izquierda y derecha, los Rusos se volvieron locos. Sucedió todo lo que él dijo. Ellos (los Rusos) ahora atacaban las aldeas diciendo:

“De esta forma los debilitaremos. Maten a sus hijos, a sus esposas, esto y aquello, y de esta manera se rendirán y pedirán un tratado de paz.”

Los Rusos enviaron algunos emisarios diciendo:

“Todo lo que deben hacer es rendirse y hacer un tratado de paz con nosotros, y detendremos todo. Los ayudaremos. Los ayudaremos a reconstruir vuestra nación. Estarán bajo nuestro gobierno. Nada más.”

Entonces algunos empezaron a volverse débiles. Quisieron cambiar, pero dijeron: “Esto es lo que dijo Sheykh Shamil. No podemos cambiar. ¿Qué vamos a hacer?”

Así fue que sheytán llegó para orientarlos diciéndoles: 

“Ustedes no tienen que ir al Imam. Utilicen a vuestras esposas. Utilicen a vuestras mujeres. Envíenlas a la madre del Imam, y ella le hablará. De esta forma, él no sabrá quién es ese (que quiere cambiar el pacto). Sólo la madre dirá: ‘Oh hijo mío, los Rusos piden esto. Hagamos un tratado de paz’, y él no va a castigar a su propia madre. Entonces cambiará (su punto de vista).”

Y eso fue lo que sucedió. Las mujeres fueron diciendo:

“Oh madre nuestra, nos gustaría continuar con esto pero tú sabes cómo está sucediendo. Todas nuestras generaciones están muriendo…”, e historias sin final. Débiles. Allah-swt- creó a las mujeres de esa manera. Débiles. Entonces su corazón no pudo soportar ya más, y ella fue hacia su hijo diciendo:

“Oh hijo mío, tengo que hablarte de algo muy importante.”

“¿Qué es madre mía?”

“Acerca de la cuestión de la Ummah.”

“No te atrevas a hablarme acerca de asuntos de religión ni de las políticas en las que nos encontramos.”

“Hijo mío, debes escucharme. Tanta gente está sufriendo, y esto y aquello…”

Él dijo:

“Madre mía, ellos te han envenenado. Hmm. Te han envenenado, pero vas a pagar el precio. Ya que te has atrevido a pedirme esto, vas a pagar el precio.”

Entonces dijo:

“Nadie va a hacer nada. Voy a entrar en reclusión. Cuando vuelva entonces tomaré la decisión de si aún seguiré siendo vuestro Imam para ver quien está conmigo y quién no.”

Entró en reclusión y nadie se atrevió a acercarse a él para preguntarle “¿qué estás haciendo?”. Hmm. Se sentó en reclusión durante tres días y tres noches, sin comer ni beber, meditando las 24 horas. Finalmente salió. Todos los aldeanos lo rodearon y esperaron a que el Imam les hablara.

Él dijo:

“He tomado una decisión. Mi madre, aun cuando no es del todo culpable y yo sé quién la ha envenenado, pero porque ella utilizó el título de ser mi madre para debilitar mi posición, será castigada con cien azotes de acuerdo al mandato de la Shari’a. Y como es mi madre, como Iman, voy a interceder por ella. Le voy a causar más dolor que cien azotes.”

Entonces eligió al hombre más fuerte entre su gente, le dio el látigo y le dijo:

“Yo recibiré los cien azotes por mi madre. Por lo tanto ahora me azotarás cien veces.”

Entonces dejó su espalda al descubierto y dijo:

“Si muero, como ‘Umar (ra), vas a continuar hasta que los cien sean completados.” Esto porque ‘Umar (ra) hizo lo mismo con su hijo.

Todos exclamaron: “¡Oh Sheykh!”

Él dijo:

“El mandato ha sido dado. Mi madre verá desde allí como recibo los azotes.”

Se lo dio a sus hombres diciendo “golpeen”. Cuando golpeó por primera vez, él dijo: “No es así.” Lo había hecho con misericordia. Dijo: “Así.” Y empezó a golpearlo diciendo: “Cien azotes de esta manera para mí.” Y obtuvo cien para sí mismo. Luego se levantó y dio otro discurso diciendo:

“Desde ahora en más, si alguien se atreve a hacerlo nuevamente recibirá la pena de muerte.”

Él ganó. Tal vez no ganó la guerra, pero ganó su Ájirat. Y todas aquellas personas que sinceramente estuvieron con él, también ganaron su Ájirat. Desde ese momento hasta hoy, aquellos que no quebraron las leyes del Islam mientras combatían por su causa, ganaron. Aquellos que se desviaron tan solo un poco diciendo “bueno, pongamos un poco de necedad en el asunto. Los rusos nos están haciendo esto, por lo tanto debemos hacer lo mismo”, ellos perdieron.

-Palabras de Hz Sahib us Sayf Sheykh Abdul Kerim al-Kibrisi (ra)-

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El Imam Shamil an-Nakshibendi fue discípulo del Gransheykh Muhammad Effendi al-Yaraghi, y luego estuvo bajo la tutela espiritual de su sucesor Gransheykh Yamaluddin al-Ghumuqi. Los combatientes de su ejército eran discípulos Nakshibendis, por lo que la guerra que llevaron a cabo contra el ejército invasor de la Rusia zarista fue denominada “La guerra de los Muridines”.

Muyahiddines de Sheykh Shamil

sábado, 14 de septiembre de 2013

Canción para Imam Shamil an-Naqshbandi

Canción tradicional avar del Daguestán ejecutada con pandur, instrumento de tres cuerdas, dedicada a Imam Shamil, héroe de la resistencia islámica caucásica en la llamada 'Guerra de los Muridines' contra la invasión zarista.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Renovación y Resistencia en el Islam


“Siempre habrá un grupo de mi Ummah que permanecerá de pie en la Verdad, y no se preocuparán por los que se oponen a ellos y se burlan de ellos hasta que llegue la orden de Allah, y sean manifiestos sobre la gente.”                                    
(Hadiz del Profeta Muhammad, que la paz y las bendiciones de Allah sean con él)
***
I.Introducción
Bismillahi Rahmani Rahim
Para el siguiente estudio tomamos como referentes los movimientos surgidos entre los siglos 18 y 19 en el mundo Islámico ya que a nuestro entender representan claramente dos facetas activas que necesariamente deben ser consideradas al momento de cuestionar la situación en la que se encuentran los Musulmanes de hoy en día, y nuestra capacidad para resolver nuestros dilemas tanto individuales como comunitarios frente al desafío de este mundo moderno signado por el secularismo, la globalización y el capitalismo.
Estas dos facetas del activismo Islámico son: la renovación de la experiencia del Islam depurándola de toda innovación, laxitud y personalismos mediante un retorno a la conducta ejemplar tanto ética como social y espiritual del Sagrado Profeta Muhammad (asws); y la resistencia frente a la intromisión de los valores culturales e ideológicos del colonizador occidental. Estas dos facetas se interrelacionan y se manifiestan como prioridades activas tanto desde el interior del Islam como hacia el exterior: desde el interior corrigiendo todo aquello que supone una adhesión ajena a la enseñanza tradicional y que puede llegar a entorpecer la experiencia liberadora del Islam como sistema de vida; hacia el exterior enfrentando desde esa misma experiencia liberadora y renovada la invasión ideológica del occidente y toda su carga de imposiciones profanas. Un Islam relajado por prácticas ajenas al mismo jamás puede generar una conciencia efectiva dispuesta a enfrentar cualquier clase de imposición exterior, todo lo contrario. Relajamiento implica pasividad, y toda pasividad muestra una disposición desmedida a recibir cualquier cosa sin consideraciones de beneficio o perjuicio. Sólo un Islam en su total plenitud tradicional puede cumplimentar las necesidades sociales e individuales y crear una poderosa barrera contra todo aquello que pretende atentar contra la vida espiritual de individuos y comunidades. De aquí la gran necesidad que tuvo el mundo Islámico de aquellos movimientos de renovación por aquel entonces, y la gran necesidad que hoy, frente a los fundamentalismos, las politizaciones y los nacionalismos enajenantes, el mundo Islámico tiene de ellos.
Todos estos movimientos de renovación, profundamente arraigados en la Sunnah del Profeta Muhammad (asws) como arquetipo absoluto para la experiencia pura del Islam, fueron organizados desde el centro mismo de la enseñanza Muhammadí, núcleo vitalizador del cuerpo Islámico: el Tasawwuf (Sufismo).
Muy al contrario de la idea que habitualmente se tiene del Sufismo como una amalgama dentro del Islam de creencias heterodoxas y contrarias entre sí (idea en parte inoculada por los mismos enemigos del Islam), fueron líderes sufíes los encargados de renovar la ortodoxia más pura del Islam remitiéndola al ejemplo luminoso del Profeta Muhammad (asws).
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II. la Raíz del Movimiento
La raíz poderosa que sería la encargada de generar los movimientos de renovación y resistencia en los siglos 18 y 19 la podemos hallar en la India de finales del siglo 16 con la férrea respuesta ortodoxa proveniente de la Naqshbandiyya hacia el desafiante eclecticismo que el emperador Akbar introdujo desde su gobierno.
Los mogoles habían sido los encargados de llevar el gobierno del Islam a India de la mano de Babur Khan, descendiente por línea paterna de Timurlan y por materna de Gengis Khan. Akbar fue nieto de Babur y sucedió a su padre Humayún en el gobierno a la edad de 14 años en 1556 (e.c.). Todo el entramado de su gobierno dependía de la cooperación hindú. La dependencia de los hindúes en la administración se reflejaba en la política de relaciones con los jefes rajputas, que habían sido los más fuertes competidores hindúes de los mogoles por el poder en el norte de India. Una vez derrotados, fueron incorporados al servicio del imperio como comandantes militares, gobernadores provinciales y consejeros del emperador. Su participación en el imperio llegó hasta el mismo lecho imperial: Akbar desposó a una princesa en Jaipur, por lo que la madre de su heredero, Jahangir, era hindú.
La consecuencia natural de estas relaciones tan estrechas con los hindúes fue la política de tolerancia religiosa que Akbar adoptó. Apenas iniciado su reinado empezó por abolir las tasas a los peregrinos hindúes y después la jizia, que era el impuesto que por ley los no-musulmanes deben pagar en territorio islámico. Tomó medidas que según creía él causaban cualquier ofensa a otros modelos de fe, sustituyendo el calendario lunar islámico por el calendario solar y prohibiendo a los musulmanes que sacrificaran y comieran las vacas reverenciadas por los hindúes. Eliminó la pena de muerte que la Shari'a decreta contra la apostasía y financió lugares de culto de otras religiones. Es evidente que una política tan 'liberal' requería un firme control de las fuerzas religiosas islámicas, por lo que Akbar luchó por someter a los Ulamas a la autoridad del Estado.
La tolerancia pública religiosa de Akbar estuvo acompañada por un eclecticismo religioso privado. Escudriñó con celo todas las formas de conocimiento religioso. En un primer momento fue devoto de la tariqa Chistiya. Más tarde, animado por las ideas heréticas de Abu Fazl, abrió una "casa de adoración" donde presidia discusiones religiosas en las que participaban ulamas sunnis, sufíes, hindúes, zoroastrianos, judíos, jainitas y jesuitas. En 1582 Akbar fundó la "religión divina" (Din-illahi), que era su propio culto ecléctico, muy influido por el zoroastrismo y centrado en él mismo.
La política pública de Akbar fue continuada por Jahangir y Shah Jahán; y su aproximación peligrosamente sincretista culminó en India con la postura de Dara Shikoh (1615-1659), el hijo predilecto de Shah Jahán. Su propósito fue hallar el fondo común entre el Hinduismo y el Islam. Sin embargo, en este proceso se puso de manifiesto el gran peligro que subyace en la combinación de un malentendido panteísmo sufí e hindú, y como pueden socavar de hecho la ortodoxia del Islam.
La gente piadosa sintió la obligación de oponerse a tales argumentos. Estas reacciones estaban dirigidas por murids de la Naqshbandiyya, y su resistencia ganó en importancia tras la llegada a India de Khwaja Baqibillah (qs) en los últimos años del reinado de Akbar. Uno de sus discípulos, Sheykh Abdul-Haqq (1551-1642), influyó grandemente en la respuesta ortodoxa de los ulamas. En un principio intentó escapar de la atmósfera herética de la corte de Akbar retirándose a Mecca, pero lo convencieron para que regresase y trazase los fundamentos de una contraofensiva razonada y basada sobre todo en el estudio de las tradiciones (Hadiz y Sunnah). Más importante aún fue el discípulo aventajado de Khwaja Baqibillah, quien también sería su sucesor en el linaje Naqshbandi, el Imam al-Faruqi Ahmad Sirhindi, quien a través del propio Tasawwuf volvió a centrar la atención islámica en el Sagrado Qur'an, la Sunnah y la Shari'at. Refutó sobradamente a los sincretistas y mediante una relaboración de la espiritualidad sufí (relaboración que equivalía a un retorno a su originalidad esencial), sostuvo la absoluta trascendencia Divina y la necesidad para el hombre de guiarse por la revelación. Parte de su colosal trabajo se encuentra registrado en las Maktubat, que conforman tres volúmenes con cartas que escribió en su momento tanto a líderes políticos como religiosos, esclareciendo asuntos de vital importancia para la restauración de la pureza del Islam Tradicional en la vivencia de los Musulmanes. Por esto más de una vez sufrió los rigores de la prisión.
Sin embargo su semilla daría muy buenos frutos. Las cosas comenzaron a cambiar cuando Awrangzeb subió al trono. Ajustició a su hermano Dara Shikoh, estaba en buenas relaciones con los sabios del Islam y se reconoció como seguidor de la obra del Imam Ahmad Sirhindi. Con el reinado de Awrangzeb, seguidor de la obra de Sheykh Abdul Haqq y del Imam Ahmad Sirhindi, se desarrolla una nueva corriente en la India musulmana: vuelve a introducir el calendario lunar, frenó el estudio del pensamiento panteísta, puso en vigor la Shari'at y encargó que se elaborara un código exhaustivo de jurisprudencia Hanafi, el "Fatawa-i Alamgiri", sobre cuya base se convertiría el imperio en una teocracia islámica.
En los siglos subsiguientes, miembros de la Naqshbandiyya imbuidos por las enseñanzas del Imam Ahmad Sirhindi, iban a extender esa vivencia original del Islam no sólo a través de la India sino también por todo el mundo islámico. Esto iba a representar una fuente extraordinaria de vitalidad antes y durante la violenta embestida colonialista europea.
Como hemos dicho anteriormente, este movimiento conlleva dos facetas: por un lado lo que hemos dado en llamar "renovación", esto es, un ímpetu vitalizador de la vivencia islámica de acuerdo a las enseñanzas tradicionales (Qur'an y Sunnah); y "resistencia" contra la intromisión bélico-cultural de elementos ajenos al Islam. El movimiento fue tanto interno como externo.
Este movimiento no se formó repentinamente a mediados del siglo 18. Lo habían precedido muchos años de lenta preparación espiritual y escolástica. Como hemos citado, encontramos sus primeras manifestaciones en la reacción dirigida por Maulana Abdul Haqq y el Imam Ahmad Sirhindi a comienzos del siglo 17 contra los compromisos de los gobernantes mogoles con el hinduismo y de los indios musulmanes con este. En Siria, Abdul Ghani an-Nabulusi (1641-1731), escritor prolífico y Sheykh Naqshbandi, luchó por crear una teología revitalizada y un Sufismo renovado. En la India, Shah Waliullah (1702-1760), también Naqshbandi y un notable especialista en hadices, no sólo luchó por los mismos objetivos que Abdul Ghani, sino que también intentó persuadir a Shah Ahmad Abdalí de Afganistán para que emprendiera el yihad contra los hindúes en vistas a restablecer el poder islámico. La Naqshbandiyya abierta por el Imam Sirhindi se extendió desde la India hasta Mecca, Damasco, Estambul y los Balcanes. El sabio damasceno Mustafa al-Bakrí (m.1749), el discípulo más importante de Abdul Ghani an-Nabulusi, insufló nueva vida a la orden Khalwati convirtiéndola en vehículo de sus ideas renovadoras. Mas por encima de todos estuvo un destacado grupo de maestros del hadiz que trabajó en Medina en los siglos 17 y 18, y que con su emplazamiento estratégico influyó sobre quienes realizaban la peregrinación, entre los que se contaron muchos renovadores. Figuras notables del grupo, y también Naqshbandis, fueron Ibrahim al-Kurani y Muhammad Hayya as-Sindi. Entre los alumnos del grupo hubo muchos renovadores ilustres: Abdur Rauf de Singkel, Shah Waliullah de Delhi, Mustafa al-Bakrí y Sheykh Muhammad Sammán del Sudán.
Volviendo a la India, encontramos dos notables movimientos renovadores en el siglo 19. El primero fue el denominado 'Muyahidin' de Sidi Ahmad ar-Rida Khan de Rae Bareli (1786-1831), que procedía en gran parte de la corriente renovadora del Islam indio, ya que derivaba a su vez de la orden Naqshbandi y del Imam Ahmad Sirhindi. Lo enseñó Shah Abdul Aziz de Delhi, hijo de Shah Waliullah, y lo siguieron sus descendientes; Sidi Ahmad predicó la renovación habitual, haciendo hincapié en el seguimiento modélico de la Sunnah profética, y fue uno de los que organizaron a sus seguidores siguiendo las líneas sufís tradicionales convirtiendo el movimiento en una Tariqa Muhammadiyya. A su regreso de Mecca, donde había ido en peregrinación en 1823, y donde probablemente había asimilado las ansias de renovación provenientes del Asia occidental, obtuvo apoyo en toda la India y en 1826-27, siguiendo el ejemplo de la hégira del Profeta Muhammad (asws) a Medina, huyó de la India dominada por el paganismo para establecer su Estado Islámico ideal en la frontera noroccidental. Aunque libró yihad, primero contra los sikhs del Punjab, estaba claro que su campaña iba también, y por supuesto, dirigida contra la expansión colonialista británica. El Indostán, decía, ha caído bajo el dominio de los cristianos, y se esforzó por liberarlo y establecer la supremacía de la Shari'at como antaño. Sidi Ahmad murió en 1831 como mártir en la batalla de Balakot. No obstante, sus sucesores continuaron difundiendo su mensaje, combatieron en la gran sublevación de 1857 e inquietaron la frontera hasta la primera guerra mundial.
El segundo gran movimiento renovador indio, el movimiento Faraizi en la provincia oriental de Bengala, cuyo fundador, Hajji Shari'atullah (1781-1840), vivió en Mecca por los años 1799-1818, y al regreso de su segunda peregrinación, en 1821, lanzó un movimiento de renovación en el que urgía a los bengalíes a la observancia de sus obligaciones (faraiz) según el Sagrado Qur'an y siguiendo la Sunnah del Profeta, al tiempo que atacaba la influencia hindú sobre las prácticas islámicas. Shari'atullah también combatió la presencia británica.
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III. La Naqshbandiyya en Asia
Muchos de los implicados en el pensamiento o la acción de renovación eran miembros de la orden sufí Naqshbandi, y se movieron en consecuencia en el ojo del huracán del activismo musulmán a través de Asia. Algunos llegaron de la India como resultado de la expansión de la orden por obra de Ahmad Sirhindi en los siglos 17 y 18. Durante el siglo 19 la transmisión hacia el oeste del modelo Naqshbandi recibió un nuevo impulso de Maulana Jalid Bagdadi (1776-1827), que después de haber recibido entrenamiento espiritual en Delhi a los pies de los sucesores de Sirhindi, regresó al Asia occidental, donde a los pocos años se formaron grandes grupos de seguidores que aceptaron la doctrina Naqshbandi en Siria, Irak, el Hiyaz, Kurdistán y los Balcanes. Posteriormente, su influencia también se extendió al este de África, a Ceylán y al sureste asiático. La actividad de renovación y resistencia, en general, derivaba de ramas de la orden que se asentaron en el Cáucaso, Asia Central y China.
Dos movimientos renovadores notables vinieron a sumarse a la resistencia contra el dominio extranjero con base en el Cáucaso. El primero estuvo dirigido por el Imam Mansur (m.1794), aunque las raíces del movimiento se remontan a la enseñanza de Khwaja Ismail Shirwani, quien fuera sucesor de Maulana Jalid en el linaje espiritual de la Naqshbandiyya. Imam Mansur recibió la disciplina desde los sucesores de Khwaja Ismail y entre los años 1785-1791, apoyado principalmente por la población del Daguestán, declaró yihad a los rusos, hasta que fue derrotado y capturado. Escribió cartas conmovedoras a los daguestaníes, que aún se conservan. El segundo movimiento emergió cincuenta años más tarde, si bien la resistencia nunca detuvo su marcha y la prédica tradicional del Islam se iba difundiendo cada vez más, y fue capitaneado por el Imam Shamil (1796-1871), tercero de una línea de líderes Naqshbandis que procedía del nordeste de Turquía. En 1834 llegó a dirigir la orden en Daguestán y, continuando la obra iniciada por el Imam Mansur, extendió su gobierno por la mayor parte del Cáucaso, estableció la Shari'at de forma tan efectiva que su gobierno fue conocido después como "el período de la Shari'at" y durante casi treinta años resistió las poderosas invasiones rusas. Al final, no obstante, y luego de haber talado los bosques en los que se ocultaban las fuerzas de Shamil, los rusos lograron imponerse venciendo a los musulmanes. Algunos discípulos Naqshbandis continuaron ofreciendo una resistencia esporádica.
En Asia Central fue por completo excepcional el yihad de tres días contra el gobierno ruso, dirigido, organizado y financiado por la Naqshbandiyya, yihad que estalló en Andiján (Uzbekistán) en 1898. Por otra parte, en la cuenca del Volga, hubo un cambio desacostumbrado en el estilo de la acción de resistencia: el yihad pasivo. Lo declaró en Kazán, en 1862, Bahauddin Vaisi (1804-1893), quien acababa de regresar del Turquestán donde se había iniciado en la Naqshbandiyya. Escandalizado por el modo en que el liderazgo islámico local estaba siendo absorbido por el Estado ruso, predicó un programa de renovación tradicional, con la diferencia de que su lucha contra el poder de la incredulidad no la llevó combatiendo con las armas, sino rehusando el pago de los impuestos y negándose a hacer el servicio militar. Su mensaje tuvo tan buena acogida entre los tártaros, que en 1884 hubo de intervenir el gobierno: desmontaron su organización, deportaron a sus líderes a Siberia y encerraron a Bahauddin en un hospital psiquiátrico.
China, por contraste, experimentó una extraordinaria actividad islámica en el siglo 19. En el Turquestán oriental los yihads contra el dominio manchú estuvieron dirigidos por Khojas Naqshbandis que vivían exiliados en Khokand. El número de sublevaciones es realmente impresionante, pues llegaron a cinco en los años 1820-1828, 1830, 1847, 1857 y 1861. Más tarde, luego de que las rebeliones islámicas en Kansu aislaron la región del resto de China en 1862, los Khojas estuvieron en posición de volver a ocupar todo el Turquestán oriental en 1863. Luego Yakub Beg (1820-1877), establece un brillante régimen islámico en la zona que dura una década. Dado el liderazgo de los Khojas Naqshbandis, resulta tentadora la sugerencia de que tales levantamientos son una prueba más del espíritu de renovación y resistencia que la Naqshbandiyya estaba diseminando por toda el Asia islámica.
Entre los musulmanes que continuaban dispersos a través del celeste imperio hay una clara demostración de la influencia, renovación y restauración Naqshbandi. Los musulmanes chinos fueron tomando conciencia cada vez más a medida que combatían la política sinófila de los manchúes; adoptaron el color verde del Profeta (asws), hicieron hincapié en su Sunnah como modelo de una vida recta y por primera vez escribieron acerca de temas religiosos en chino, pues tan importante llegó a ser que cada musulmán conociera sus responsabilidades religiosas. 
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IV. La situación en África
Volviendo ahora hacia el mundo islámico occidental, vemos que la Naqshbandiyya ejerció un rol prioritario en la aplicación de la voluntad de renovación también asumidas por las tariqats Khalwatiyya e Idrisiyya. La primera era muy antigua, a la que le dio nueva vida el ya citado Mustafa al-Bakri. La última fue fundada por el marroquí Ahmad ibn Idris (1760-1837) que, tras haber pasado un largo período de estudio en el Cairo bajo la influencia Khalwati, acabó estableciéndose en Mecca como Sheykh de Tasawwuf. Allí elaboró una forma de vida sufí haciendo hincapié en la importancia de seguir el modelo trazado por el Profeta Muhammad (asws). De ahí que se la califique -como a la de Sidi Ahmad ar Rida de Bareli- Tariqat Muhammadiyya.
Por toda el África musulmana fluyeron las corrientes del vigor renovador que brotaba de ese doble venero a lo largo del siglo 19, marcando de manera dinámica las relaciones entre quienes se esforzaban por llevar a la práctica el ideal tradicional del Islam y quienes no lo hacían. También ayudo a sostener, y en ocasiones a satisfacer expectativas, singularmente fuerte en África, el hadiz profético que dice que hacia el final de cada siglo aparecerá un "renovador" encargado de insuflar nueva vida al Din desde la enseñanza tradicional.
Un brote importante de la Khalwatiyya fue la Tijaniyya, fundada por el Sheykh argelino Ahmad at-Tijani (1737-1815), que había sido discípulo de Mahmud al-Kurdi, discípulo destacado a su vez de al-Bakri y de al-Hifnawi. Su orden se extendió por Argelia, Marruecos y por el Sudán central y del Nilo, aunque su máxima difusión la alcanzó en el África occidental. Su éxito en aquella región se debió principalmente a la prédica de Hajji Umar Tall (1794-1864), de los fulani de Futa Toro en Senegal. En su peregrinación en la década del 1820 fue embebido por las inspiraciones renovadoras, después de pasar tres años en Medina como discípulo del Sheykh tijani Muhammad al-Ghali, que lo nombró su sucesor en el Sudán, y después de convivir cuatro años entre los khalwatis de Egipto, donde aprendió su práctica de retiro para el dhikr (khalwat), que realizaba a menudo antes de entrar en batalla. Regresó al Sudán occidental y fundó un Estado teocrático junto a la frontera de Futa Jallon. En 1852 empezó su yihad combatiendo a los bambaras paganos de Karta, y en 1863, tras la conquista de Timbuctú, se puso al frente de un imperio que se extendía desde la curva del Níger hasta el alto Senegal. En efecto, solamente los colonialistas franceses que se habían asentado en la costa le impidieron que "bañase el Qur'an en el Atlántico". El Imperio sobrevivió hasta 1893, año en que finalmente lo absorvieron los franceses luego de arduas luchas; sin embargo, la tariqat Tijaniyya continuó floreciendo hasta convertirse en la más popular del África occidental.
También la Idrisiyya produjo vástagos con historias notables. Uno de ellos fue el movimiento iniciado por el Sheykh Muhammad Ali as-Sanusi (1787-1859), discípulo de Ahmad ibn Idris que luego de la muerte de este abandonó Mecca y en 1856 estableció su cuartel general en Jaghbub, en el corazón del desierto libio. Desde allí difundió un mensaje renovador inspirándose ampliamente en su maestro, que hacía hincapié en la necesaria vinculación al Sagrado Qur'an y a los hadices, así como en la urgencia de purificar el sufismo de toda innovación censurable. Estableció zawiyyas que funcionaban como células de cultura islámica en el entorno nómada y a menudo semipagano del desierto. Cada zawiyya era considerada como perteneciente a la tribu en cuya región se asentaba y de la cual obtenía cada vez mayor número de adherentes. Ininterrumpidamente a lo largo del siglo 19 se fue extendiendo una amplia red de zawiyyas que ligaba en una organización a las tribus antes rivales y que se extendió a lo largo de las rutas comerciales del Sahara, llegando desde Cirenaica a Timbuctú y el reino de Wadai. Naturalmente llegaron a chocar con los colonialistas franceses cuando éstos se expandieron a través del Sahara, y con los italianos que invadieron Libia, tal el caso del Imam sanusi Umar al-Mukhtar. Aun así, sobrevivieron convirtiéndose en la base de la resistencia libia a la dominación extranjera, mientras que sus líderes hereditarios fueron los primeros gobernantes de un Estado libio independiente, como lo fue la monarquía del rey Idris as-Sanusi I.
En el África occidental, dejando aparte la obra de Hajji Umar Tall, la primera campaña de renovación tuvo un origen local. Los líderes principales del movimiento procedían de una tribu, los fulani, una población de origen negro oriundos del Senegal y que se mezclaron con los bereberes extendiéndose al sur del Sahara; se habían convertido tempranamente al Islam y algunos clanes desarrollaron tradiciones de una doctrina profunda. A partir del siglo 15 grupos de fulanis iniciaron una larga migración hacia el este, hacia el país de los hausa, extendiéndose como una columna altamente islamizada entre las comunidades sincretistas o abiertamente paganas desde Senegambia a Bornu. El líder más notable y carismático de este movimiento de renovación tradicional fue el Sheykh Uzman Dan Fuduye' (1754-1817), quien recibió su inspiración sufí desde manifestaciones espirituales de Sheykh Abdul Qadir al-Jilani, polo fundador de la Qadiriyya, a cuya difusión en la zona había contribuido al-Maghili de Tlemcén a finales del siglo 15. Los escritos de Sheykh Uzman encuentran paralelo con la extensa tradición clásica del Islam desde al-Ghazzali hasta Suyuti. Ante la excesiva difusión de costumbres paganas que mermaban la vivencia islámica y la enconado rechazo que las enseñanzas de Uzman provocaban en los líderes tribales (hasta se llegó a atentar contra su vida), se iniciaron campañas de yihad. En 1804 la victoria condujo a la formación del califato de Sokoto. La expansión del califato sólo fue detenida en el nordeste por Kanem-Bornu y aportó un vigoroso impulso islámico al Camerún y a las tierras de Nupe y Yoruba en Nigeria central.
Este impulso centralizador del Islam ayudó a las órdenes sufís a extenderse por el este de África donde, por ejemplo, se establecieron las órdenes Shadiliyya en Comoros y la Qadiriyya en Tanzania. Endureció la resistencia contra la expansión francesa en Argelia, que Sheykh Abdul Qadir Jazairi (1808-1883) capitaneó como yihad desde 1832 a 1847, movimiento este surgido desde la Qadiriyya. Animó a Almamy Samori Toure (1830-1900) a refundar el imperio de Malí bajo el estandarte del Islam resistiendo la intromisión tanto francesa como británica. En tanto que en el Magreb, la mayor parte de las formas de vida sufí populares, desde el siglo 19 en adelante, fueron las derivadas del gran maestro Ahmad ad-Darqawi (1760-1823).

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V. Conclusión
Sin pretender ser exhaustivo, el análisis que acabamos de ofrecer muestra claramente hasta qué punto las órdenes de Tasawwuf -en particular la Naqshbandiyya y la Khalwatiyya- contribuyeron a la difusión de las perspectivas y fervores renovadores y de resistencia. También pudimos obtener un vislumbre de la influencia que ejerció una poderosa tradición docente del Hadiz, con sede en la ciudad santa de Medina, para atraer a los estudiosos e impresionar a quienes realizaban la peregrinación, siendo ésta oportunidad de encuentro e intercambio. Ningún acontecimiento en los asuntos islámicos desde el 1500 demuestra de manera más fehaciente el papel central de los ulamas y de los sufíes, ya fuera en lugares concretos del ancho mundo musulmán, siendo los principales sostenedores de la comunidad. A medida que el poder musulmán se veía mermado fronteras adentro, ellos se empeñaron en restablecerlo promoviendo el ideal islámico. Cuando las viejas arterias empezaban a endurecerse, construyeron otras nuevas por las que bombearon renovada vitalidad. Cuando la comunidad pareció perder el ímpetu y la dirección abrumada por los embates del colonialismo y el diluyente avance de la innovación, ellos se esforzaron por volver a situarla sobre la base sólida y segura de la revelación y el ejemplo de Sayidina Muhammad (asws). Que nos sirva de ejemplo.

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Para nuestro estudio en parte nos hemos servido del libro "Atlas of the Islamic World since 1500", que a su vez cuenta con una extensa bibliografía de consulta.

domingo, 10 de junio de 2012

Héroes del Islam: El Yihad del Imam Shamil an-Naqshbandi


Bismillahi Rahmani Rahim
Los valores corruptos que la colonización y la globalización del monstruo occidental se encarga de imponer mediante la imposición directa e indirecta, se ocultan bajo la fachada del secularismo, el pluralismo, la tolerancia y el universalismo. Tras estas máscaras seductoramente engañosas para la vulnerabilidad del desprevenido espiritual, se encuentran las más peligrosas herramientas para la dominación tanto cultural como espiritual de los individuos y los pueblos.

El oscuro objetivo de esta dominación es pergeñar un mercado donde la tiranía, la opresión y la injusticia se negocian mediante el libertinaje, los derechos humanos, el vicio consentido, la violencia psíquica promovida desde la bestial maquinaria de la tecnología y las múltiples oportunidades que el capitalismo demoníaco desarrolla para reforzar la voracidad ilimitada tanto en quienes tienen como en quienes no tienen los medios para acallarla. El resultado lógico es la esclavitud a un sistema diabólico que nada ofrece y todo lo quita.

En pos de una ficticia igualdad sólo cuantitativa se pretende hacernos olvidar nuestra identidad tradicional segregándonos, limitándonos, dividiéndonos; y a quienes perciben la añoranza de una cierta libertad espiritual se le ofrecen sucedáneos domesticadores para sosegar ansiedades y anquilosar posibles movimientos de la voluntad. Tolerancia es domesticación, ya que la mansedumbre del animal tolerará la tiranía del amo sin chistar.

El Islam se levanta contra esos valores corruptos potenciando el movimiento propio de la voluntad individual. Esta potenciación se desarrolla mediante la correcta utilización de las herramientas que el Creador Todopoderoso ha puesto al servicio del ser humano: la reflexión, la inteligencia, el razonamiento y el discernimiento.

El Islam es Furqan, la distinción entre lo correcto y lo incorrecto, lo beneficioso y lo perjudicial, lo verdadero y lo inconsistente. Es la norma con la que podemos descubrir nuestra posición en el mundo y con la que podemos realizar movimientos reales de consecuencias positivas para nosotros mismos y quienes nos rodean.

El Islam nos devuelve la identidad de Hombres libres y activos contra el servilismo indiferente del ente global, nos hace leones entre ovejas dispuestas a ser devoradas consentidamente por el lobo que diariamente las engorda.

Ante el desafío colonizador del monstruo occidental (y como “occidental” nos referimos a una ideología perversa que se define por las máscaras antes citadas y se sirve de ellas para difundir el mal y la vileza), el Islam siempre ha suscitado Héroes Leones en la defensa de la identidad y el espíritu tradicional. La historia recoge nombres de oro entre aquellos que formaron parte de la Resistencia contra el invasor (y con esto no nos referimos en nada a los secos movimientos fundamentalistas “modernos” que en nada compatibilizan con el León Real del Islam cuya espiritualidad dominaba sobre el mundo y cuya voluntad era fuerza generadora en contraposición a la mundanidad destructora desprovista de toda espiritualidad que se impone sobre el fundamentalismo, haciendo de estos movimientos un objeto más al servicio de la maldad occidental).

Estos Héroes Leones de la Resistencia y la insurgencia deben servirnos de ejemplo al momento de considerar el nivel de nuestro servicio al Islam y de nuestra entrega a la Causa de Allah contra las potencias diabólicas que agitan y perturban nuestro mundo interior y exterior.

Por lo tanto, debemos situarnos a comienzos del siglo XIX y observar la convulsión que el Occidente había generado en el Mundo del Islam (África, Medio Oriente, Asia Central, India, Oriente Próximo…). Entonces es cuando nuestros Héroes por la infinita Gracia del Señor Todopoderoso se manifiestan y actúan. Entre ellos destaca quien opuso una férrea resistencia contra las fuerzas invasoras de la Rusia zarista en el Cáucaso, el Imám Shamil an-Naqshbandi.

A continuación presentamos el excelente estudio realizado por Kerim Fenari acerca de esta gran personalidad que ha dejado su impronta heróica en la historia del Islam.


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El Yihad del Imam Shamil an-Naqshbandi

Kerim Fenari

Historia de Chechenia.

   El Cáucaso es una muralla escarpada que divide a Europa de Asia, no se parece a ningún otro sistema montañoso. Los picos más altos de Europa están aquí, en comparación, los Alpes semejan simples espinillas. Se extiende a lo largo de 650 millas entre el Mar Negro y el Mar Caspio, su altura media es de más de 10.000 pies. Esta espectacular perspectiva se hace aún más infranqueable por la pendiente vertiginosa de sus laderas. "El Cáucaso es un hombre, su cuerpo no tiene curvas", dice un proverbio georgiano, y acantilados con caídas de más de 5.000 pies en algunos sitios, en los que torrentes helados parecen disecar el paisaje en bloques escarpados de piedra.

   La misma impenetrabilidad del Cáucaso y la dificultad interna de comunicación, han permitido a incontables pueblos diferentes morar aquí. El historiador Pliny (Plinio?) nos dice que los romanos emplearon a ciento treinta y cuatro intérpretes en sus transacciones con los clanes bélicos caucasianos; mientras el historiador árabe al-Azizi registró trescientas lenguas, mutuamente incomprensibles, sólo en Daguestán.

   Algunos pueblos caucasianos de piel clara, como los chechenos, son descendientes de antiguos pueblos emigrados desde Europa. Otros, incluyendo a los daguestanís, se cree que son de origen asiático. Pero el clima áspero y el terreno imposible les ha impuesto un modo de vida ascético común a todos. Poca agricultura es posible sobre las vertiginosas laderas y sólo sobre las mesetas más altas se puede pastorear ovejas con algún éxito. Tradicionalmente la gente vivía en aouls (abruptos pueblos caucasianos), fortificados con casas de bloques de piedra y escarpadas muros para protegerse de pumas, lobos y tribus enemigas. Construidos en los lugares más inaccesibles sobre afiladas crestas, la única entrada a estas aldeas transcurre a lo largo de senderos pegados a un precipicio, sin que exista otro acceso, sólo las vistas vertiginosas de los picos cercanos y las águilas que vuelan en círculos en lo profundo.

   En un paisaje tan extremo, sólo sobrevivían los niños más fuertes. Pasando sus días en el interminable y duro trabajo subiendo y bajando cuestas, al llegar a la madurez los hombres chechenos y daguestanís eran nervudos y enormemente fuertes. Está registrado que a mediados del siglo diecinueve ninguna muchacha chechena consentía en casarse con un hombre a no ser que él hubiera matado al menos a un ruso, fuese capaz de saltar una corriente de 23 pies de ancho y sobre una cuerda sostenida a la altura de los hombros de dos hombres.

   Los grandes abismos que separaban los aouls conducían fácilmente a la rivalidad y a la guerra. La vendetta sangrienta dominó la vida caucasiana , el kanli, que aseguraba que ninguna ofensa, aunque fuese leve, debía quedar sin venganza por parte de los parientes de una víctima. Abundan los cuentos en la literatura épica chechena de conflictos de largos siglos que comenzaron con el simple robo de una gallina y terminaron con la muerte de un clan entero. La guerra era constante, al igual que el entrenamiento para ella y los jóvenes estaban orgullosos como jinetes, luchadores y buenos tiradores.

   Los musulmanes nunca conquistaron el Cáucaso: incluso los Sahaba (r.a.), que habían barrido antes a las legiones de Bizancio y Persia, se frenaron en seco ante estas rocas prohibidas. Durante siglos su gente siguió en sus creencias paganas, mientras los musulmanes del vecino Irán lo observaban con terror, creyendo que el Shah de todos los yinns tenía su capital entre sus nevadas cumbres.

   Pero donde ejércitos no pudieron penetrar, pacíficos "misioneros" musulmanes se aventuraron poco a poco. Muchos acabaron martirizados a manos de alguna tribu salvaje airada, pero lentamente, desde los recónditos valles hasta los elevados aouls, aceptaron el Din. Chechenos, avaros, circasianos y daguestanís entraron en el Islam y hacia el siglo dieciocho, sólo los georgianos y los armenios continuaban sin convertirse.


La invasión rusa.

   Pero a pesar de esta victoria, una amenaza nueva se agolpaba en el horizonte. En 1552, Ivan el Terrible había capturado y destruido Kazan, la gran ciudad musulmana del Alto Volga. Cuatro años más tarde las hordas rusas alcanzaron el Caspio. Con ellos llegaron los salvajes cosacos, jinetes brutales que se reprodujeron casándose a la fuerza con las mujeres musulmanas que caían en sus manos. Tan "piadosos" como turbulentos, ellos nunca se establecieron en un nuevo lugar sin que el primer edificio fuera una iglesia espectacular, cuyas campanas tocaron expandiendo el imperio de los zares por las estepas.

   A finales del siglo dieciocho, la amenaza ruso-ortodoxa no había pasado inadvertida para las tribus de la montaña. Sin embargo, su carencia de unidad hizo imposible una acción eficaz y pronto las tierras bajas fértiles del norte de Chechenia (y el remoto oeste) el país Nogay Tatar, fue arrebatado de manos musulmanas. Obligaron a los musulmanes que se quedaron a ser los esclavos agrícolas de los señores rusos. Los que se negaron o se escaparon, fueron perseguidos en una versión rusa de la aristocrática caza del zorro. Algunos fueron desollados y sus pieles usadas para hacer tambores militares. Las mujeres a menudo tuvieron que soportar la confiscación de sus bebés, para que pudieran alimentar a los galgos rusos de pedigrí y perros de caza con la leche materna.

   La supervisora de esta política era la emperatriz Catalina la Grande, quien envió al más joven de sus amantes, conde Platon Zubov (él tenía veinticinco años, ella setenta), a realizar la primera etapa de su sueño pan-ortodoxo por el que todas las tierras musulmanas serían conquistadas para el cristianismo ortodoxo. El ejército de Zubov se rompió por las orillas del Caspio, pero la alarma había sonado. El Cáucaso apartó la atención de sus luchas internas y supo que tenía un enemigo.


Sheykh Mansur. Primer líder muyahid del Cáucaso.

   La primera respuesta coherente al peligro vino de una de esas historias individuales oscuras pero románticas muy típicas del Cáucaso. Se le conoce como Elisha Mansur, un sacerdote jesuita italiano enviado para convertir a los griegos de Anatolia al catolicismo. A pesar de la cólera del Papa, él pronto se convirtió con entusiasmo al Islam y fue enviado por el sultán otomano para organizar la resistencia caucasiana contra los rusos. Pero en la batalla de Tatar-Toub en 1791, su resistencia tuvo un final prematuro y, capturado por el enemigo, pasó el resto de su vida prisionero en un gélido monasterio del Mar Blanco, donde los monjes trabajaron sin éxito para devolverlo al redil católico.


Ghazi Mullah. El segundo gran líder del Yihad.

   Mansur había fallado, pero los caucasianos habían luchado como leones. La llama de la resistencia que el alumbró pronto se extendió e inflamó por un hombre de genio: Mullah Muhammad Yaraghi. Yaraghi era un erudito y un sufi, profundamente culto en los textos árabes, que predicó el Camino Naqshabandi a los ásperos montañeses.

   Aunque él convirtiera a muchos miles, su principal discípulo Mullah Ghazi, un estudiante religioso de los Avar de Daguestán, comenzó su propia prédica en 1827, eligiendo el gran aoul de Ghimri como centro de sus actividades.

   Durante los dos años siguientes Ghazi Mullah proclamó su mensaje. Los caucasianos no habían aceptado el Islam totalmente. Él les dijo que sus viejas leyes, adat, que se diferenciaban de una tribu a otra, debían ser sustituidas por la Shari'ah. En particular las vendettas (kanli) debían ser suprimidas y todas la injusticias tratadas limpiamente por un apropiado tribunal islámico. Finalmente, los caucasianos debían refrenar sus salvajes y turbulentos egos y pisar el camino difícil de la autopurificación. Sólo siguiendo esta prescripción, les dijo, podrían vencer sus antiguos desacuerdos y resistir unidos contra la amenaza rusa ortodoxa.

   En 1829, Ghazi Mullah juzgó que sus seguidores ya habían asimilado bastante su mensaje como para comenzar la etapa final: la acción política. Viajó por todo Daguestán, predicando abiertamente contra el vicio y volcando con su propia mano los grandes recipientes de vino tradicionalmente almacenados en el centro de cada aoul (aldea). En una serie de ardientes sermones impulsó a las gentes a tomar las armas para el Ghazwa, la resistencia armada:

" Un musulmán puede obedecer la shariah, dar todo su zakat, hacer cada salat y sus abluciones, sus peregrinaciones a la Meca, no son nada si un ojo ruso los observa. ¡Sus matrimonios son ilegales, sus hijos bastardos, mientras quede un ruso sobre sus tierras! ".

   Este era el tiempo del Yihad, proclamó. Los grandes eruditos islámicos de Daguestán se reunieron en la mezquita de Ghimri y, aclamándolo como Imam, le prometieron su apoyo.

   Los murids de Ghimri, destacando de otros montañeses por sus banderas negras y la ausencia de cualquier rastro de oro o plata sobre sus armas o ropa, marcharon detrás de Ghazi Mullah cantando el grito de batalla murid: La ilaha illa Allah. Su primer objetivo era el aoul de Andee, que era sumiso a los rusos; pero tan impresionante eran los murids que a la vista de sus filas silenciosas el pueblo, antes traidor, se sometió sin lucha. Ghazi Mullah giró entonces su atención hacia los mismísimos rusos.

   En este tiempo, los rusos habían movido a pocos colonos en la región. Grandes puestos avanzados militares se habían establecido en los llanos al norte, en Grozny, Khasavyurt y Mozdok, pero en otras partes el proceso de limpiar la tierra de musulmanes acababa de comenzar. Ghazi Mullah podía contar por lo tanto con el apoyo local al atacar la fortaleza rusa de Vnezapnaya. Sin cañones, se vio incapaz de capturarla; pero obligaron a sus defensores, mandados por el Barón Rosen, a pedir ayuda. Esta llegó en forma de una gran columna de alivio, que pensando que no debían de temer nada de los musulmanes, los persiguieron por el gran bosque que entonces se elevaba al sur de Grozny.

   En los bosques oscuros los murids luchaban por su propia tierra. Disparaban desde las altas ramas de las enormes hayas, construían trampas y más trampas para los rusos, estoicos pero desorientados. Metódicamente liquidaban a los oficiales enemigos capturando a muchos soldados de infantería desconcertados. En este mundo crepuscular de enormes hayas y maleza enmarañada, la columna rusa avanzaba pesadamente, conducida por sacerdotes que llevaban iconos y grandes cruces, y cargados con carros de bueyes que llevaban samovares de cinco pies y cajas de champán para los oficiales, encontrándose paulatinamente erosionada y dispersada. Sólo algunos restos escaparon de los bosques: la primera victoria de los muyahidin se había logrado.

   En venganza, los rusos atacaron la ciudad musulmana de Tschoumkeskent, la cual capturaron y asolaron. Pero ellos pagaron muy cara esta conquista: cuatrocientos rusos fueron matados en la operación y sólo ciento cincuenta murids. Incluso mayor fue su humillación en Tsori, un paso de montaña donde cuatro mil soldados rusos fueron detenidos durante tres días por una barricada defendida por sólo dos francotiradores chechenos, para su mayor disgusto.


El advenimiento del Sheykh Shamil.

Rabiando, los rusos se desmandaron por la baja Chechenia, quemando cosechas y destruyendo sesenta y un pueblos. Lentamente, los murids chechenos y daguestanís se replegaron a las montañas a su espalda. Ghazi Mullah y su principal discípulo Shamil, decidieron resistir en Ghimri. Después de un sitio amargo, con muchas víctimas a ambos lados, el aoul fue asaltado por las tropas rusas y encontraron a Ghazi Mullah entre los muertos. Increíblemente, el Imam todavía estaba sentado sobre su alfombra de rezo, con una mano sobre su barba y con la otra señalando el cielo. Mientras tanto, su discípulo luchaba con sesenta murids en la defensa de dos torres de piedra que parecían invencibles, liquidando con infalible puntería a cualquier ruso que se pusiera a tiro. Por fin, cuando sólo quedaban vivos dos murids, surgió Shamil, para inaugurar una reputación de heroísmo en el combate que resonaría en todas partes del Cáucaso musulmán. Así describió un oficial ruso el incidente:

" Estaba oscuro. Por la luz de la paja que ardía vimos a un hombre a la entrada de la casa, que permaneció parado a pie firme un poco por encima de nosotros. Este hombre, que era muy alto y poderosamente constituido, aún permaneció quieto, como dándonos tiempo de apuntar. Entonces, de repente, con la elasticidad de una fiera salvaje, saltó limpiamente sobre las cabezas de la fila de soldados que estaban a punto de dispararle, colocándose tras ellos y blandiendo su espada con la mano izquierda redujo a tres de ellos, pero la bayoneta del cuarto se clavó profundamente en su pecho. Con su cara todavía extraordinaria en su inmovilidad, agarró la bayoneta, la extrajo de su propia carne, redujo al soldado y, con otro salto sobrehumano, saltó el muro y se perdió en la oscuridad. Fuimos dejados absolutamente sin habla. "

   Los rusos prestaron poca atención a la fuga de Shamil, confiados en que con la destrucción de la capital de los murids ellos habían alcanzado la victoria final. No pudieron imaginar que en sus manos les esperaban treinta años de guerra, con un precio de medio millón de vidas rusas.

   Después de su dramática fuga de Ghimri, Shamil herido y con mucho dolor se dirigió a una saklia, una casita de campo en la hendidura de un glaciar en las alturas de Daguestán. Un pastor avisó a su esposa Fátima, quien vino en secreto y lo cuidó por unas prolongadas fiebres, vendándole dieciocho heridas de bayoneta y espada. Meses más tarde, Shamil fue capaz una vez más de viajar y al conocerse la muerte de Ghazi Mullah, fue aclamado por los musulmanes como al-Imam al-Azam, el líder de todo el Cáucaso.

   Shamil había nacido en 1796 en una familia noble de la gente Avar de Daguestán del sur. Mientras crecía con su amigo Ghazi Mullah, dividió su austera niñez entre la mezquita y las estrechas terrazas alrededor de Ghimri, donde pastoreaba las ovejas de su familia. A menudo él se asomaría al borde del abismo de cinco mil pies bajo su pueblo y miraría el destello del relámpago en los nubarrones de abajo. En la remota distancia, sobre las laderas, podía verse el brillo fantasmal de fuegos de nafta, allá donde el petróleo natural burbujeaba sobre las piedras que se queman durante años.

   Este paisaje áspero y la rigurosa educación caucasiana acostumbraron al futuro imam a una vida con pocos placeres mundanos. Cuando sólo era un niño persuadió a su padre para que abandonara el alcohol, amenazando con arrojarse sobre su propia daga si él no lo dejaba. La difícil disciplina espiritual requerida de él como joven erudito parecía venirle por naturaleza y a sus tempranos veinte años era famoso por poseer todas las virtudes que se respetan en el Cáucaso: coraje en la batalla, dominio de la lengua árabe, Tafsir y Fiqh y una nobleza espiritual que dejaba profunda huella sobre todo aquel que lo conocía.

   Junto con Ghazi Mullah, se hizo discípulo de Muhammad Yaraghi, el estricto sabio místico que enseñó a los jóvenes que su propia pureza espiritual no era suficiente: ellos debían luchar por que prevalecieran las leyes de Allah (swt). La shariah debía sustituir a las leyes paganas de las tribus caucasianas. Sólo entonces Allah les daría la victoria sobre los invasores rusos.

   Las primeras proezas de Shamil como Imam fueron puramente defensivas. Los rusos, bajo el general Fese, habían lanzado un nuevo ataque sobre Daguestán central. Cuando los rusos se acercaban al aoul de Ashila, dos mil murids juraron sobre el Corán defenderlo hasta la muerte. Después de una encarnizada lucha cuerpo a cuerpo por las calles, los rusos capturaron y destruyeron la ciudad, no tomando a ningún prisionero. Comenzaba una guerra larga y amarga.

   A Shamil no le era extraña la guerra contra los europeos. Realizando el Hayy en 1828, había encontrado al emir Abd al-Qader, el heroico líder de la resistencia argelina contra el francés, quien compartió con él sus opiniones sobre la guerrilla. Ambos hombres, luchando a tres mil millas el uno del otro eran muy similares, tanto en sus intereses de estudiante como en sus métodos de guerra. Los dos comprendían la imposibilidad de batallas victoriosas contra los grandes y bien equipados ejércitos europeos, y la necesidad de técnicas sofisticadas para dividir al enemigo y atraerlo a remotos bosques y montañas donde poder realizar rápidos y fugaces ataques guerrilleros.

   La debilidad de la posición de Shamil en el Cáucaso era su necesidad de defender los aouls. Sus hombres, que se movían con la velocidad del relámpago, siempre podrían esquivar al enemigo o darle un golpe por sorpresa. Pero los pueblos, a pesar de sus fortificaciones, a los métodos de sitio rusos apoyados con la moderna artillería.

   Shamil aprendió esta lección en 1839, en el aoul de Akhulgo. Esta fortaleza de montaña, protegida por desfiladeros por tres de sus lados, estaba dividida en dos por un aterrador abismo atravesado por un puente de setenta pies de tablones de madera. Akhulgo ya se había llenado de refugiados que escapaban del avance ruso, y la presencia de tantas mujeres y niños que alimentar auguraba un sitio largo y peligroso. Pero él no se retiraría a ningún lugar remoto: aquí les hizo frente.

   El ejército Naqshbandi contaba ya con aproximadamente seis mil hombres, divididos en unidades de quinientos, cada una bajo el mando de un naib. Estos naibs, combatientes y estudiantes, eran un misterio para los rusos. En los treinta años que duró la guerra caucasiana, jamás capturaron a ninguno vivo. En Akhulgo, estos hombres fortificaron el lugar lo mejor que pudieron y luego, por la tarde tras los rezos de la puesta del sol, subían a las azoteas a entonar el Zabur de Shamil, el cántico religioso que él había compuesto para sustituir a las triviales canciones de bebedor que ellos sabían antes. Habían muchos otros cánticos; el más familiar a los rusos era la Canción de Muerte, oída cuando una victoria rusa parecía inminente y los chechenos se apiñaban uno junto al otro, dispuestos a luchar hasta el final.

   El ataque ruso comenzó el 29 de Junio. Los rusos intentaron escalar las rocas y perdieron a trescientos cincuenta hombres al lanzarles los muyahidin rocas y troncos ardiendo. Castigados, los rusos se retiraron durante cuatro días, hasta que ellos pudieran emplazar su artillería y bombardear los muros a una distancia salva. Pero aunque los muros fueron reducidos a escombros, cada vez que los rusos atacaban, aparecían los murids de entre las ruinas del aoul y los rechazaban, con pesadas pérdidas.

   Las condiciones en el pueblo, sin embargo, se hacían desesperadas. Muchos habían muerto y sus cuerpos se pudrían bajo el sol de verano, extendiendo un hedor insoportable. Los víveres casi se habían agotado. Al oír estas noticias a través de un espía, el general ruso conde Glasse, decidió un asalto total. Ordenó a tres columnas atacar simultáneamente, dividiendo así el fuego de los defensores.

   La primera columna, portando escalas, subió a una roca al lado de un barranco. Pero desde las rocas, al parecer desnudas del picacho contrario, el fuego dirigido por tiradores de primera chechenos diezmó sus filas en pocos minutos. Todos los oficiales pronto fueron matados y los seiscientos hombres, de espaldas a las rocas, quedaron atrapados por los murids, conociendo éstos que el agotamiento y la exposición acabaría con ellos antes del alba.

   La segunda columna intentó acceder al aoul desde el fondo del barranco. Esto también terminó en desastre, cuando los defensores hicieron rodar rocas abajo sobre ellos, para que sólo unas docenas regresaran. La tercera columna, que avanzaba lentamente a lo largo de un precipicio, se vio atacada por cientos de mujeres y niños que habían sido ocultados en cuevas por seguridad. Las mujeres cortaron el paso a las filas rusas mientras sus niños, con dagas en ambas manos, corrían entre los rusos acuchillándolos desde abajo. Aquí, como siempre en Chechenia, las mujeres lucharon desesperadamente, sabiendo que ellas tenían más que perder que los hombres. En medio de este griterío y ataque sangriento, la columna se tambaleó y perdió terreno.

   Confundido, el conde Gasse envió un mensajero a Shamil para parlamentar. Las condiciones en el aoul eran extremas y Shamil, con el corazón apesadumbrado, accedió a dejar a su hijo de ocho años Yamal ud-Din como rehén, a condición de que el ejército ruso se marchara y dejara en paz el aoul. Pero apenas el chiquillo fue puesto camino a San Petersburgo, el bombardeo de la artillería comenzó otra vez, y Akhulgo de nuevo fue machacado por todas partes. Shamil comprendió que había sido engañado.

   Al día siguiente, los rusos avanzaron otra vez hacia Akhulgo y lo hallaron poblado sólo por los cuervos que se daban un festín de cadáveres. Los supervivientes se habían escabullido durante la noche. Los únicos musulmanes que permanecieron, aquellos demasiado débiles para retirarse, fueron descubiertos ocultándose en cuevas cercanas, que fueron alcanzadas con extrema dificultad. Más tarde, un oficial ruso registraría esto así:

   "Tuvimos que bajar a soldados mediante cuerdas. Nuestras tropas casi fueron vencidas por el hedor de los innumerables cadáveres. En el abismo entre los dos Akhulgo, la guardia tuvo que ser relevada cada pocas horas. Más de mil cuerpos fueron contados; muchos fueron arrastrados río abajo o se hinchaban sobre las rocas. Novecientos prisioneros fueron tomados vivos, sobre todo mujeres, niños y ancianos; pero a pesar de sus heridas y agotamiento, ni siquiera éstos se rindieron fácilmente. Algunos, en un último esfuerzo, arrebataron las bayonetas a sus guardias. El llanto de los pocos niños que quedaron vivos y los lamentos de los heridos y moribundos completaron la trágica escena".


   Shamil había hecho una tentativa desesperada de conducir a su familia y discípulos lejos durante la noche. Su esposa Fátima estaba embarazada de ocho meses y su segunda esposa Yawhara llevaba consigo a su bebé de dos meses, Said. Juntos avanzaron poco a poco por un precipicio desconocido para los rusos, hasta que alcanzaron el torrente de debajo. Aquí el Imam derribó un árbol para construir un puente de circunstancias. Fátima cruzó segura con su hijo menor Ghazi Muhammad; pero Yawhara fue descubierta por un francotirador ruso, que la mató de un disparo, cayendo junto a su niño al torrente en cuyas furiosas aguas desaparecieron ambos.

   Lentamente, Shamil, su agotada familia y los muyahidin supervivientes, esquivaron las patrullas rusas, ayudados ahora por los ghimrís que se habían acercado al lado ruso. Una vez encontraron un pelotón ruso y en la consiguiente lucha, el joven Ghazi Muhammad recibió una herida de bayoneta. Pero la espada de Shamil dio buena cuenta del oficial ruso, cuyos hombres huyeron aterrorizados. Eran libres de nuevo. Como en Ghimri, el Imam había efectuado una fuga milagrosa. El informe del conde Grabbes describió la captura de Akhulgo en encendidos términos: " La secta Murid -escribió- ha caído con todos sus seguidores y partidarios ". El zar estaba encantado; pero de nuevo las celebraciones rusas eran prematuras. Mientras Shamil era libre él era invicto. Y Moscú otra vez había dado al Cáucaso la razón para buscar su libertad.

   En 1840 Shamil levantó un nuevo ejército y otra vez desplegó sus banderas negras. Con los rusos perdiendo terreno a lo largo de la costa del Mar Negro ante un levantamiento circasiano, las condiciones fueron favorables para una importante campaña, y hacia el final del año, el Imam había vuelto a tomar Akhulgo, y había conducido a sus fuerzas sobre los llanos de la baja Chechenia, capturando fortaleza tras fortaleza. La respuesta rusa era caótica. Una salida conducida por Grabbe causó la muerte de más de dos mil rusos. Un nuevo comandante, el general favorito de los zares Neidhardt, prometió su peso en oro a quien capturara a Shamil, pero todo fue en vano. Una y otra vez las legiones imperiales, adentradas en los oscuros bosques, fueron divididas y aniquiladas.

   Las técnicas de Shamil, mientras tanto, mejoraban con el tiempo. En una ocasión atacó una posición rusa con diez mil hombres para reaparecer, menos de veinticuatro horas más tarde, a cincuenta millas de distancia y atacar otro puesto avanzado. Una hazaña asombrosa! Un historiador militar ha escrito: " la rapidez de esta marcha sobre las montañas, la precisión de la operación combinada y sobre todo el hecho de que esto fue preparado y realizado bajo la atenta vigilancia de los rusos, autoriza a clasificar a Shamil como algo más que un líder guerrillero, igualándolo a los de más alto rango ".

   El siguiente movimiento de Rusia fue un audaz ataque con diez mil hombres sobre Dargo, la nueva capital de Shamil. El comandante, el general Vorontsov, avanzó por Chechenia y Daguestán Central encontrando poca resistencia y hallando que Shamil quemaba los aouls antes que permitir que cayera en sus manos. Confiado y despectivo hacia la "chusma asiática", decidió acometer las últimas diez millas de bosque que lo separaban de Dargo y de los guerreros de Shamil. Pero cuando los rusos llegaron, otra vez encontraron que shamil había incendiado el aoul y había dado la vuelta para volver sobre sus pasos. El desastre los alcanzó. Shamil había observado su avance por su telescopio y con calma había ordenado que sus murids tomaran posiciones desde las cuales emboscar y acosar a los rusos. Luchando junto a los musulmanes habían seiscientos desertores rusos y polacos, que consternaban a la tropa rusa cantando viejas canciones de soldado por la noche; sus voces de burla se elevaban misteriosamente desde las ocultas profundidades del bosque.

   Shamil había colocado cuatro cañones ligeramente encima del aoul devastado, y los rusos cargaron sobre ellos y los tomaron con poca dificultad. Pero su camino de regreso por maizales que ocultaban docenas de murids que se levantaban para disparar, ocultándose otra vez antes de que los aturdidos rusos pudieran disparar. Ciento ochenta y siete hombres murieron antes de que los restos de esta columna se volvieran a juntar con el ejército principal. Ni siquiera coser a bayonetazos a los prisioneros chechenos podía levantar el ánimo de los rusos tras este presagio de desastre inminente.

   Los rusos comenzaron a retirarse por el bosque. Pero los bosques ahora estaban vivos con enemigos invisibles. Barricadas deslizadizas bloquearon su camino y les obligaron a abandonar los senderos, encaminándolos hacia emboscadas y confusión sangrienta. Cientos de rusos murieron, incluyendo dos generales. La pesada lluvia convirtió los caminos en fango e inutilizó los rifles por lo que, de vez en cuando, los dos lados luchaban silenciosamente con piedras y manos desnudas. Para evitar a los francotiradores invisibles, el aterrorizado Vorontsov insistió en ser llevado dentro de una caja de hierro a hombros de un coronel. Así, atrapado con más de dos mil heridos y quedándoles sólo sesenta balas a cada uno, los rusos desesperados enviaron mensajeros al general Freitag en Grozny, pidiéndole refuerzos.

   En este momento crucial, el Imam Shamil recibió noticias de que su esposa Fátima se estaba muriendo. Inmediatamente dio órdenes para la continuación de la batalla y viajó todo el día al aoul en que ella estaba. Después de que muriera en sus brazos, regresó para descubrir con profunda angustia que sus hombres le habían desobedecido. Dispersándose al ver las tropas de Freitag, habían permitido a la columna de Vorontsov escapar del bosque sin nuevas pérdidas. Shamil hirvió de furia y con ferocidad denunció a los que habían mostrado temor en vez de obtener la victoria. Pero Rusia lo había pagado caro, en el suelo del bosque de Dargo habían quedado los cuerpos de tres generales, doscientos oficiales y casi cuatro mil soldados de infantería. Incluso hoy los soldados rusos recuerdan la catástrofe de Dargo en una sombría canción:

"En el calor de mediodía, en el valle de Daguestán, con una bala en mi corazón estoy tumbado... "

   Durante otros diez años, las banderas de Shamil volaron sobre Chechenia y Daguestán, proclamando lo que los caucasianos todavía llaman el Tiempo de la Shari'ah. El zar, que echaba humo en su enorme palacio de San Petersburgo, recibía mensaje tras mensaje de sus generales elogiando sus propias victorias; pero Shamil aún gobernaría. Vorontsov, Neidhardt y otros fueron retirados y murieron en la dorada oscuridad. Peor en 1851, dieron el mando a un hombre más joven, el general Beriatinsky, el diablo moscovita, quien cambiaría el curso de la guerra para siempre.

   El nuevo comandante ruso conocía a su enemigo, y en consecuencia adaptó sus técnicas. Sabía que los chechenos tenían aversión a entrar en batalla sin haber efectuado sus abluciones (wudu), entonces el se aseguró de que grandes presas fueran construidas para cortar el abastecimiento de agua a sus opositores. Adoptó una política de sobornar pueblos para que aceptaran la autoridad rusa y retrasó el proceso de enserfment indefinidamente. Terminó de manera informal con la antigua política de matar a mujeres y niños durante la captura de los aouls. Pero su innovación más significativa fue su larga y lenta campaña contra los bosques. Al igual que los americanos en Vietnam y los franceses en Argelia, comprendió que su enemigo sólo podría ser derrotado en campo abierto. De esta forma, encomendó a cien mil hombres talar los grandes bosques de haya de la región. Algunos eran tan enormes que las hachas resultaban inadecuadas y hubieron de emplear explosivos. Poco a poco, los bosques de Chechenia y Daguestán desaparecieron. Mientras Shamil, que observaba desde las alturas, no podía hacer nada para impedirlo.

   En 1858 estalló la última gran batalla. La gente ingush, expulsada de sus aouls por los rusos a campos alrededor de Nazrán, se rebeló y pidió ayuda a Shamil. Bajó de las montañas a caballo con sus muyahidin, pero sufrió una gran derrota bajo los cañones de una columna de refuerzo enviada para apoyar a la guarnición asediada. Cuando regresó a las montañas, se encontró con que el apoyo de sus gentes comenzaba a disiparse. Todos los aouls prefirieron rendirse a los rusos antes que ser sitiados y destruidos inevitablemente. Incluso algunos de sus lugartenientes más fieles lo abandonaron y dirigieron tropas rusas para atacar sus pocos reductos restantes.

   En Junio de 1859, Shamil se retiró al más inaccesible de todos los aouls: Gounib. Aquí, con trescientos murids leales, decidió ofrecer su última resistencia. Rechazaron a los rusos muchísimas veces pero finalmente, después de muchas súplicas y ante la amenaza de Beriatinsky de matar a su familia si el no era capturado vivo, acordó deponer las armas.

   Así terminó el Tiempo de la Shari'ah en el Caúcaso. El imam fue conducido al norte, para encontrarse con el zar y luego fue desterrado a una pequeña ciudad cerca de Moscú. Allí vivió con una pequeña parte de su familia y parientes, hasta que en 1869 el zar le permitió marchar y vivir retirado en las Ciudades Santas. Su último viaje por Turquía y Oriente Medio fue tumultuoso, rodeado de enormes muchedumbres que acudían a aclamar al Imam, cuyo nombre era una leyenda en todos los rincones de las tierras del Islam.

   Su hijo Ghazi Muhammad, liberado del cautiverio ruso en 1871, viajó para encontrarlo en La Meca. Sin embargo, llegó cuando el Imam estaba lejos, visitando Medina. Cuando estaba circunvalando la Sagrada Kaaba, un hombre andrajoso con turbante verde gritó: " Oh, creyentes! rezad ahora por la gran alma del Imam Shamil! ".

   Esto era verdad. Aquel mismo día, Shamil, murmurando: "Allah, Allah", había pasado a la vida eterna en el Paraíso. Fue enterrado entre grandes multitudes y mucha emoción, en el Cementerio Baqi. Pero su nombre vive todavía y aún hoy, en las casas de sus descendientes en Estambul y en Medina, en pisos cuyas paredes todavía son adornadas por descoloridas banderas negras, las madres cantan a sus niños palabras que se recordarán mientras queden musulmanes vivos en Chechenia y Daguestán:

Oh, montañas de Gounib!

Oh, soldados de Shamil!

La ciudadela de Shamil estaba llena de guerreros,

Sin embargo ha caído, ha caído para siempre...