miércoles, 14 de marzo de 2012

El Islam y su rol frente a la colonización de África Occidental


La mayoría de África occidental formo parte del imperio colonial francés cuyas zonas de influencia fueron trazadas principalmente en la conferencia de Berlín,celebrada entre 1884 y 1885 : Mauritania, Senegal, Guinea, Costa de Marfil, Níger,Burkina Faso, Benín y Malí. Cuando comenzó la colonización francesa el Islam ya era una religión muy arraigada, pero las naciones teocráticas se encontraban en una situación sumamente precaria (fragmentadas internamente, enfrentadas unas con otras y divididas por el imperialismo). La ocupación buscaba en primer lugar convenios con las autoridades locales y recurría al enfrentamiento en caso contrario. En un primer momento casi todas las naciones guerrearon contra el invasor, pero más tarde ante la imposibilidad de enfrentarse bélicamente muchas establecieron pactos y algunas élites se hicieron cómplices del invasor.

Tan solo algunos pueblos resistieron permanentemente el control de la metrópoli, entre ellos los Tuareg son los que más ferozmente desafiaron la autoridad colonial. Así mismo, los pueblos fulani del este plantaron cara a los británicos e incluso les derrotaron en sus primeros enfrentamientos, pero no tuvieron tanto éxito como los Tuareg a la hora de mantener su estilo de vida nómada. Uno tras otro fueron cayendo los Tukulor o los descendientes del imperio songhai. Con no menos dificultades los franceses se impusieron a otros reinos no musulmanes de la zona como el Dahomey o el Oyo y los británicos hicieron lo propio con los ashanti o los mossi en la Costa de Oro. Esta rapidez conquistadora fue similar en todo el continente, y si en 1879, el 90% del territorio todavía estaba gobernado por africanos, la proporción se había invertido en 1900.

El predominio colonial se manifestó en todos los aspectos: político (administración directa en el caso francés), socio-económico (dependencia y vinculación de los recursos africanos al sistema capitalista europeo) e ideológico cultural (sometimiento y subordinación de los valores africanos a los europeos). En cuanto al sistema francés, este se denominó como un modelo de integración con la metrópoli (aunque es considerado más bien como de asimilación) 48 y viene confirmado en la Constitución de 1946. Establece que el conjunto de territorios que habían conformado su poder colonial pasara a denominarse Unión Francesa. Además recalcaba que, cualquiera que fuera el régimen jurídico de cada territorio (departamento, colonia, protectorado), siempre prevalecería el principio de la unión entre los territorios de ultramar y la Francia metropolitana. Ello impedía hablar de cualquier pretensión de independencia o autogobierno. Así, mantenía un gran número de funcionarios cuyas funciones básicas eran mantener el orden, recaudar impuestos, obligar al trabajo (organizar la economía según el interés de la metrópoli) y administrar la ley. En cuanto a la explotación económica, los recursos de los que más se aprovecharon los franceses fueron el cacao, el oro y la explotación de minerales.

El Islam entra aquí en juego, pues se reveló como un factor fundamental y autóctono de la cultura africana occidental, que de repente se dio cuenta de que configuraba una Ummah islámica africana desde Chad hasta Senegal y desde el Magreb hasta Nigeria. El Islam sirvió para aunar a muchos africanos más allá del tribalismo o las diferencias étnicas, aunque fue usado en ciertas ocasiones como un componente nacionalista más reaccionario frente al invasor.
Sin embargo, el declive de las élites políticas, humilladas bajo el yugo imperialista o vistas como colaboracionistas, alzó de nuevo a los viejos guardianes de la tradición africana, los maestros espirituales como dignatarios de la voz del pueblo. En este sentido los líderes espirituales musulmanes se revelaron como personas íntegras y fiables a la hora de representar los valores tradicionales de la región, incluyendo los ritos indígenas ancestrales, lo que impulsó definitivamente al Islam como una religión autóctona e hizo que muchos la abrazaran sin tener que renunciar a su herencia cultural.

Sin duda, la presión ejercida por los franceses con su modelo asimilacionista provoco una reacción contrapuesta que favoreció esta nueva aceptación del Islam en la región.
Quien mejor reivindicó la fe islámica como forma de vida frente a la imposición colonial fueron las cofradías religiosas adscritas a la vertiente sufí. La llegada del sufismo a la región había sido en un primer momento algo agitada, pues vino de la mano de un líder político-militar casi más que espiritual al frente del imperio Tukulor, el ya mencionado Hajj Umar. Por lo tanto, la esencia del sufismo todavía no había calado ni se había entendido en la sociedad africana. Sin embargo, los descendientes del Hajj Umar abandonaron en parte sus pretensiones de conquista material y emprendieron el camino más propio de la senda sufí, la búsqueda del conocimiento espiritual. La ansiedad por revivir experiencias propias que transmitía la colonización y la desconfianza y desazón que provocaban las élites políticas oriundas africanas (en un primer momento) hizo que mucha gente común se apoyara en sus representantes espirituales, ya fueran sufíes, hechiceros o una mezcla de ambos en muchos casos.

Pero las cofradías no sólo esperaban a que la gente se acercase a interesarse por ellas. Las viejas disputas entre pueblos y clanes se trasladaron también al terreno espiritual. Cada clan o etnia seguía a un líder espiritual que predicaba una vía sufí original, aunque todas compartían esencialmente las mismas enseñanzas (eran más bien distintas formas con el mismo afán y objetivo). El Islam que instruían estas cofradías estaba más enraizado en la tradición espiritual africana, pero a la vez los sheijs conocían bien todos los preceptos fundamentales del Islam. Era su desinterés general por el dominio material lo que les permitía mayor flexibilidad y comprensión religiosa, pues su objetivo no era imponer la religión formal como forma de control políticosocial.

En este sentido el Islam se dotó de un carácter más autóctono, espiritual y próximo a la gente y adquirió más relevancia, respeto y adhesión social. Las disputas entre cofradías venían dadas por la lealtad a un determinado sheij (o su vía) y por su capacidad de captación. De esta forma las polémicas espirituales se convirtieron en espolín para generar debates sociales y fomentaron la predicación y vinculación a uno de los grupos. Pero, lejos de que pueda parecer que estos grupos fomentaban la división social, nada más lejos de la realidad, pues éstos solo reflejaban la confrontación social entre comunidades. Prueba de ello es que la mayoría de maestros espirituales
pertenecían a la misma rama o Tariqa50 sufí, la Tidjaniya. La libertad de unirse a un sheij era supuesta, y venía determinada por la coerción de la familia o el clan (que normalmente se vinculaba en común). A veces la adopción de una vía solo servía para reafirmar la cohesión de la familia o el pueblo. A pesar de esta presión social muchos la desafiaron y empezaron a vincularse a sheijs supuestamente adscritos a un clan enemigo históricamente. Estos valientes ayudaron a romper viejos tabúes tribales que beneficiaron la libertad y la cohesión y social entre comunidades tradicionalmente enfrentadas. Así fue como el sufismo, conformó hasta nuestros días la forma de ver el Islam en África occidental, reafirmando su sentido multicultural, abierto y profundamente espiritual. Este escenario es perfectamente descrito en los libros de Amadou Hampâté Bâ.

El sufismo impregnó casi todo el Islam de la región y sus enseñanzas universales a gran parte de la sociedad, creciendo justo en paralelo al colonialismo.

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