La mayoría de África occidental formo parte del imperio
colonial francés cuyas zonas de influencia fueron trazadas principalmente en la
conferencia de Berlín,celebrada entre 1884 y 1885 : Mauritania, Senegal, Guinea,
Costa de Marfil, Níger,Burkina Faso, Benín y Malí. Cuando comenzó la colonización
francesa el Islam ya era una religión muy arraigada, pero las naciones teocráticas
se encontraban en una situación sumamente precaria (fragmentadas internamente,
enfrentadas unas con otras y divididas por el imperialismo). La ocupación
buscaba en primer lugar convenios con las autoridades locales y recurría al
enfrentamiento en caso contrario. En un primer momento casi todas las naciones
guerrearon contra el invasor, pero más tarde ante la imposibilidad de
enfrentarse bélicamente muchas establecieron pactos y algunas élites se
hicieron cómplices del invasor.
Tan solo algunos pueblos resistieron permanentemente el
control de la metrópoli, entre ellos los Tuareg son los que más ferozmente
desafiaron la autoridad colonial. Así mismo, los pueblos fulani del este plantaron
cara a los británicos e incluso les derrotaron en sus primeros enfrentamientos,
pero no tuvieron tanto éxito como los Tuareg a la hora de mantener su estilo de
vida nómada. Uno tras otro fueron cayendo los Tukulor o los descendientes del
imperio songhai. Con no menos dificultades los franceses se impusieron a otros
reinos no musulmanes de la zona como el Dahomey o el Oyo y los británicos hicieron
lo propio con los ashanti o los mossi en la Costa de Oro. Esta rapidez
conquistadora fue similar en todo el continente, y si en 1879, el 90% del
territorio todavía estaba gobernado por africanos, la proporción se había invertido
en 1900.
El predominio colonial se manifestó en todos los aspectos:
político (administración directa en el caso francés), socio-económico
(dependencia y vinculación de los recursos africanos al sistema capitalista
europeo) e ideológico cultural (sometimiento y subordinación de los valores
africanos a los europeos). En cuanto al sistema francés, este se denominó como un
modelo de integración con la metrópoli (aunque es considerado más bien como de
asimilación) 48 y viene confirmado en la Constitución de 1946. Establece que el
conjunto de territorios que habían conformado su poder colonial pasara a
denominarse Unión Francesa. Además recalcaba que, cualquiera que fuera el
régimen jurídico de cada territorio (departamento, colonia, protectorado),
siempre prevalecería el principio de la unión entre los territorios de ultramar
y la Francia metropolitana. Ello impedía hablar de cualquier pretensión de independencia
o autogobierno. Así, mantenía un gran número de funcionarios cuyas funciones
básicas eran mantener el orden, recaudar impuestos, obligar al trabajo (organizar
la economía según el interés de la metrópoli) y administrar la ley. En cuanto a
la explotación económica, los recursos de los que más se aprovecharon los
franceses fueron el cacao, el oro y la explotación de minerales.
El Islam entra aquí en juego, pues se reveló como un factor
fundamental y autóctono de la cultura africana occidental, que de repente se
dio cuenta de que configuraba una Ummah islámica africana desde Chad hasta
Senegal y desde el Magreb hasta Nigeria. El Islam sirvió para aunar a muchos
africanos más allá del tribalismo o las diferencias étnicas, aunque fue usado
en ciertas ocasiones como un componente nacionalista más reaccionario frente al
invasor.
Sin embargo, el declive de las élites políticas, humilladas
bajo el yugo imperialista o vistas como colaboracionistas, alzó de nuevo a los
viejos guardianes de la tradición africana, los maestros espirituales como
dignatarios de la voz del pueblo. En este sentido los líderes espirituales
musulmanes se revelaron como personas íntegras y fiables a la hora de
representar los valores tradicionales de la región, incluyendo los ritos
indígenas ancestrales, lo que impulsó definitivamente al Islam como una
religión autóctona e hizo que muchos la abrazaran sin tener que renunciar a su
herencia cultural.
Sin duda, la presión ejercida por los franceses con su
modelo asimilacionista provoco una reacción contrapuesta que favoreció esta
nueva aceptación del Islam en la región.
Quien mejor reivindicó la fe islámica como forma de vida
frente a la imposición colonial fueron las cofradías religiosas adscritas a la
vertiente sufí. La llegada del sufismo a la región había sido en un primer
momento algo agitada, pues vino de la mano de un líder político-militar casi
más que espiritual al frente del imperio Tukulor, el ya mencionado Hajj Umar.
Por lo tanto, la esencia del sufismo todavía no había calado ni se había
entendido en la sociedad africana. Sin embargo, los descendientes del Hajj Umar
abandonaron en parte sus pretensiones de conquista material y emprendieron el
camino más propio de la senda sufí, la búsqueda del conocimiento espiritual. La
ansiedad por revivir experiencias propias que transmitía la colonización y la desconfianza
y desazón que provocaban las élites políticas oriundas africanas (en un primer
momento) hizo que mucha gente común se apoyara en sus representantes espirituales,
ya fueran sufíes, hechiceros o una mezcla de ambos en muchos casos.
Pero las cofradías no sólo esperaban a que la gente se
acercase a interesarse por ellas. Las viejas disputas entre pueblos y clanes se
trasladaron también al terreno espiritual. Cada clan o etnia seguía a un líder
espiritual que predicaba una vía sufí original, aunque todas compartían
esencialmente las mismas enseñanzas (eran más bien distintas formas con el
mismo afán y objetivo). El Islam que instruían estas cofradías estaba más
enraizado en la tradición espiritual africana, pero a la vez los sheijs conocían
bien todos los preceptos fundamentales del Islam. Era su desinterés general por
el dominio material lo que les permitía mayor flexibilidad y comprensión
religiosa, pues su objetivo no era imponer la religión formal como forma de
control políticosocial.
En este sentido el Islam se dotó de un carácter más
autóctono, espiritual y próximo a la gente y adquirió más relevancia, respeto y
adhesión social. Las disputas entre cofradías venían dadas por la lealtad a un
determinado sheij (o su vía) y por su capacidad de captación. De esta
forma las polémicas espirituales se convirtieron en espolín para generar
debates sociales y fomentaron la predicación y vinculación a uno de los grupos.
Pero, lejos de que pueda parecer que estos grupos fomentaban la división social,
nada más lejos de la realidad, pues éstos solo reflejaban la confrontación
social entre comunidades. Prueba de ello es que la mayoría de maestros
espirituales
pertenecían a la misma rama o Tariqa50 sufí, la Tidjaniya.
La libertad de unirse a un sheij era supuesta, y venía determinada por la coerción
de la familia o el clan (que normalmente se vinculaba en común). A veces la
adopción de una vía solo servía para reafirmar la cohesión de la familia o el
pueblo. A pesar de esta presión social muchos la desafiaron y empezaron a
vincularse a sheijs supuestamente adscritos a un clan enemigo históricamente.
Estos valientes ayudaron a romper viejos tabúes tribales que beneficiaron
la libertad y la cohesión y social entre comunidades tradicionalmente enfrentadas.
Así fue como el sufismo, conformó hasta nuestros días la forma de ver el Islam
en África occidental, reafirmando su sentido multicultural, abierto y profundamente
espiritual. Este escenario es perfectamente descrito en los libros de Amadou
Hampâté Bâ.
El sufismo impregnó casi todo el Islam de la región y sus
enseñanzas universales a gran parte de la sociedad, creciendo justo en paralelo
al colonialismo.
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