“La
característica del Sufismo africano es su facilidad para conectar con grandes
capas de los sectores populares, dotándoles de una espiritualidad natural,
cercana, y alejada de connotaciones ajenas y extravagantes costumbres
desvinculadas de su contexto original. El gran Sufí africano, Amadou Hampaté
Bâ, dijo una vez: ‘En África el Islam es como el agua: se tiñe con los colores
de la tierra’. Hay una cultura islámica con muchos colores distintos. Una
civilización tradicional, como es el caso del Islam, está fundamentada en una
norma Divina, que es igual en todas partes, pero cada parte de esta
civilización tiene libertad para desarrollar sus posibilidades en la misma. De
hecho, la uniformidad y la colonización cultural son algo ajeno a las grandes
tradiciones de la humanidad.”
(“El
Islam en África Occidental”, J.A.G. Barahona)
Sufismo, el Núcleo del Islam.
Debemos considerar el Tasawwuf (Sufismo, Mística Islámica) como la
primera experiencia fundamental dentro de la Tradición del Islam. Este momento
inicial de la espiritualidad supone, en la bendita persona del Profeta Muhammad
(que la paz de Allah sea con él), un
estadio anterior a la Revelación (la
Divina Manifestación que daría origen a un conjunto entero de enseñanzas
Sagradas encargadas de reubicar al ser humano en su nivel primordial), y en
sus seguidores, la intrínseca aplicación del ejemplo profético, arquetipo para
la consecución de la humanidad original. Nos referimos a “estado anterior a la
Revelación” al camino que Muhammad (que
la paz de Allah sea con él) transitó en la purificación de su corazón, de
por sí ya dispuesta desde la Sabiduría Divina, representada por el alejamiento
de lo mundano y el repliegue en la más honda intimidad de sí mismo representado
exteriormente por sus retiros en la caverna de Hirâ en la Montaña de la Luz (Yabal an-Nur, convergencia de la teofanía
en el ámbito terrestre). Este momento inicial de “repliegue” y “retiro”
supone la base sobre la que el Sufismo se constituye como el eje mismo del
Islam. Decimos el eje porque, al margen de la controversia innecesaria que
puede suscitar la existencia o no-existencia en el tiempo de un mero concepto
que, sin embargo, alude a una realidad inmensa y atemporal, el Sufismo ha sido
desde siempre la “Ciencia interior del Islam”. Para demostrarlo de un modo
tradicional: ‘Umar ibn al-Jattab relató que escuchó al Profeta (que la paz de Allah sea con él) decir:
“Las obras se miden según las intenciones, y cada uno será recompensado de
acuerdo a su intención”. En otra tradición (hadiz)
el Profeta (que la paz de Allah sea con
él) dice que Allah Todopoderoso observa lo que se encuentra en nuestros
corazones sin considerar nuestras apariencias externas. Hemos citado dos de
entre innumerables dichos que manifiestan la importancia capital que en el
Islam recibe la purificación interior. En el Sagrado Qur’an leemos: “Sólo (será aceptado) quien venga a Allah
con un corazón limpio (qalbus salim)” (26:89)
Durante los primeros trece años
iniciales de su bendita misión profética, el Mensajero de Allah (que la paz de Allah sea con él) se
abocó a la tarea de literalmente “sanear” los corazones de sus seguidores,
quienes, convertidos luego en agentes de luz, se encargarían de sembrar las
semillas múltiples del Islam. Estos santos trece años de consolidación, o
mejor, de purificación, constituyen el arquetipo fundacional del Sufismo como
ciencia del corazón. Debemos anotar que, esencialmente (en su esencia, en su “Realidad”), el Sufismo es pura experiencia
transformadora, cualidad inherente a la revolución interior que el Islam
promueve como doctrina original al Hombre (“revolución”
entendida en su forma etimológica real, es decir, como movimiento opuesto al
anquilosamiento propio de lo que está “muerto” en su embotamiento, en este
caso, espiritual).
Es por esto que desde el
Sufismo, es decir, desde la autenticidad de la enseñanza muhammadiana en tanto
que desapego de lo mundano, entrega total al recuerdo de Allah (zikrullah), vivencia de lo Sagrado y la
sana intención, decimos que mediante el Sufismo y sus santos transmisores (nexos vehiculizadores del influjo
emancipador irradiado desde la Luz profética), el Islam ha arraigado
profundamente en culturas diversas enriqueciendo características y cualidades
propias al lugar y la raza. Este enriquecimiento, lejos de ser excluyente (como se quiere hacer creer desde una dudosa
“ortodoxia” que no acepta más que lo que ella misma pueda violentar),
promueve una integración que facilita el desarrollo inherente a las facultades
humanas en conexión permanente con el acontecimiento de lo Sagrado (es decir, dentro de los márgenes del Islam
como vivencia y relación con lo Sagrado). Esto ha sucedido en todo el
espacio que engloba al mundo islámico, y más particularmente en África.
Todo pueblo, toda cultura, toda
raza, ha sido dotada con cualidades naturales mediante las cuales desarrollar
positivamente la experiencia de lo Sagrado (siendo
esto íntegramente “cualitativo”). Tradicionalmente estas cualidades se han
manifestado mediante recursos tales como el Arte, entendido este como vehículo
y soporte para la transformación. Dentro del Arte incluimos la poesía, la
arquitectura, la música, la artesanía y la pintura. En África, el vehículo por
antonomasia ha sido la Música, más específicamente la Ciencia del Ritmo (siendo todo Arte esencialmente “Ciencia del
Ritmo”).
En nuestros tiempos, un país
del África occidental ha sido prolífico en la utilización de la Música como
vehículo de conexión con lo Sagrado desde el Sufismo. Nos referimos a Senegal.
Allí, una Orden recurre a la Música definiéndola como “la siembra de lo que se cosechará en la Próxima Vida”. Son los Baay
Fall. Repetiremos que el Arte no se entiende desde la perspectiva moderna que
insensatamente ha desacralizado la visión del mundo haciendo de la
manifestación artística un fin para el ocio, el recreo mediocre o, lo que es
peor, la voluptuosidad sensorial. Nada más lejos de la realidad tradicional que
esto. El Arte, en este caso la Música, es un medio para el desarrollo de las
posibilidades interiores del ser humano, un medio para la alabanza, el
agradecimiento y la remembranza de lo Divino (zikrullah), un medio para la emancipación espiritual y la
purificación interior, premisas básicas del Islam que el Sufismo ha potenciado
en la manifestación artística.
Baay Fall es una rama de la
Orden Muridiyya. Su guía espiritual es el Sheykh Ibrahima Fall, quien fuera un
discípulo aventajado del gran santo Sheykh Ahmadou Bamba, fundador de la Orden
Muridi y propulsor “ideológico” (idea en
cuanto arquetipo o símbolo) de la ciudad santa de Touba.
masha Allah
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