domingo, 5 de febrero de 2012

Tradiciones del Mensajero de Allah (asws): El Rey, el Mago, el Joven y el Monje.

Bismillahi Rahmani Rahim

De Suhaib, que Allah esté complacido con él; el Men­sajero de Allah, que Él le bendiga y le dé paz, dijo:

"Hubo una vez un rey que tenía con él a un mago y éste, al llegar a una edad avan­zada, le dijo al rey: ‘Me he hecho ya viejo, envíame pues a un joven que le enseñe la magia.’ Así que le envió un muchacho para que le enseña­ra.

En el camino que tenía que seguir el jo­ven había un monje cristiano con el que se sentó para escucharle, quedándose mara­villado por sus palabras. De manera que siem­pre que pasaba en direc­ción a la casa del mago se sentaba con él, hasta que fue golpeado por el mago, debido a su continua tardanza y entonces se quejó al monje, que le dijo: ‘Cuando temas al mago le dices: me ha impedido llegar a tiempo mi padre o mi madre; y cuando te­mas a tu padre o a tu madre le dices: me ha impedido llegar a tiempo el mago.’ Y mientras él esta­ba en este dilema acertó a pasar por donde había una bestia enorme que tenía aco­rralada a una gente. Y dijo: ‘Hoy voy a sa­ber quién de los dos tiene razón, si el mago o el monje.’ Entonces cogió una piedra y dijo: ‘¡Oh Allah, si la práctica de este monje es más querida por ti que la del mago, mata a esta bestia de forma que la gente pue­da ir en paz!’ Así pues, arro­jó la piedra y mató a la bestia y la gente marchó tranquilamente.

Después fue al monje y le informó de lo sucedido. Y el monje le dijo a continua­ción: ‘¡Hijo mío, tú, por lo que veo, hoy has alcan­zado un gra­do más que yo. Serás puesto a prueba y si esto sucede, no le digas a nadie que fui yo quien te enseñó.’

Pasó un tiempo y el joven curaba a los ciegos de nacimiento y sanaba a los leprosos y a gente con otras enfermedades.

Se enteró de esto un consejero del rey que se había quedado ciego y vino a él con gran cantidad de regalos y le dijo: ‘¡Todo esto para ti si me curas!’

Y él le contestó: ‘Realmente yo no curo a nadie, el que cura es Allah, Altísimo sea. Si crees en Allah, yo le pido por ti y Él te curará.’ En­tonces creyó y Allah, Altísimo sea, lo curó.

Después acudió a reunirse con el rey, como solía hacer y éste le pre­guntó: ‘¿Quién te ha de­vuelto la vista?’

Dijo: ‘Mi Se­ñor.’

Y el rey le preguntó: ‘¿Acaso tienes otro señor que no sea yo?’

Dijo: ‘Mi Señor y tu Señor es Allah, Altísimo sea.’

Entonces el rey lo cogió y no cesó de casti­garle hasta que le indicó cómo en­contrar al joven que le había curado la vista.

Así pues, fue llevado el muchacho ante él y le dijo: ‘Hijo mío, tu magia ha alcanzado tal pun­to que cu­ras sin cesar a los ciegos, a los lepro­sos y a muchos otros.’

Y le contestó: ‘Realmente yo no curo a nadie, quien verdade­ramente cura es Allah, Altísimo sea.’

Entonces lo cogió y empezó a castigarle sin parar hasta que le dio noticias del monje. Se lo trajeron y le ordenó:

‘¡Re­niega de tu Din!’.

Y como se negaba, mandó que trajeran la sierra, se la colocaron en la raya de separación del pelo de la cabeza y le separaron el cuerpo en dos mi­tades.

Después mandó llamar al consejero y le ordenó que renegara de su fe. Pero como se opu­so le hi­cieron lo mismo que al monje.

Después le trajeron al joven y le dijo que renegara de su creencia, pero como se negó, lo llevó con algunos de los suyos y les dijo: ‘Lle­vad­lo hasta la cima de la montaña tal y si no reniega de su fe, arrojadlo al abismo.’ Y cuando estaban en lo alto de la cima, dijo:

‘¡Oh Allah, si Tú quieres, líbrame de ellos por el método que desees!’

Entonces tembló la montaña con ellos y se cayeron. Y él fue caminando hasta el rey, que le preguntó: ‘¿Qué han hecho tus compañe­ros?’

Y dijo: ‘Allah me ha librado de ellos.’

Entonces lo mandó con otros a los que dijo: ‘Llevadlo en barco hasta alta mar y de­cidle que reniegue de su Din y si no, arrojadlo por la borda.’

Y cuando llegaron dijo el joven: ‘¡Oh Allah, si quieres, líbrame de ellos por el método que desees.’

Entonces, al momento volcó el barco con ellos y se aho­garon. Y él se fue andando has­ta el rey que le dijo: ‘¿Qué ha sido de tus compañeros?’

Y le dijo: ‘Allah me ha librado de ellos. Y tú realmente no podrás ma­tarme mientras no hagas lo que yo te orde­ne.’

Dijo el rey: ‘¿Y qué es?’

Dijo: ‘Reúne a toda la gente en un mismo lugar y átame en cruz al tron­co de un árbol. Después, coge una flecha de mi canana y poniéndola en el centro del arco, di: ‘En el nombre de Allah, Señor del muchacho’ y me disparas. Y si lo haces así me matarás.’

Así que reunió a la gente e hizo todo conforme le había dicho el joven y cuan­do iba a disparar dijo: ‘En el nombre de Allah, Se­ñor del mucha­cho’; luego dispa­ró y la fle­cha fue a dar en la sien del joven y mu­rió.

Y entonces dijeron todos: ‘Creemos en el Señor del mu­chacho (Allah).’

Después le dije­ron al rey: ‘Has visto aquello que temías que ocurriera, es decir, que la gente creyera. Pues bien, ha sucedido. Allah te ha hecho ver el motivo y te ha advertido. Pues toda la gente ha creído.’

Entonces ordenó el rey hacer zanjas en las entradas de los caminos y al tiempo que fueron cavadas, prendieron fuego en ellas y dijo: ‘¡A quien no reniegue de su Din, arrojadlo al fuego o decidle ‘arrójate’!’

Y así lo hicieron hasta que llegó una mujer con un niño que se detuvo y se acobar­dó.

Y le dijo el pequeño*: ‘¡Madre ten paciencia, que realmente tú estas en la verdad!’."

Lo relató Muslim.

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