Introducción
La evolución del gusto musical
de los tuareg a lo largo de los veinte últimos años es ejemplar por varios
conceptos. Antes que nada porque esta población, distribuida por una vasta zona
repartida entre cinco países del Sahara y el Sahel, está en contacto por la
fuerza de las circunstancias con otras culturas musicales con las que mantiene
contactos consistentes en aportaciones y préstamos recíprocos. Pueden ser
mestizajes musicales de índole urbana o, al contrario, intercambios que se
producen entre grupos rurales, incluso entre los más cerrados, estrictamente
nómadas hasta hace muy poco, como los lullemmeden del Este, en Níger (más
comúnmente denominados Tagaraygarayt, "los del centro"), famosos por
su fidelidad al repertorio musical tradicional. Un caso interesante, sin
embargo, es el de la adopción de un género musical completamente distinto por
causas en gran parte políticas e ideológicas.
La
práctica musical tradicional
Entre los Tagaraygarayt, el
monopolio de la música instrumental, lo detentan las mujeres y, entre las
mujeres, son las pertenecientes a las clases sociales jerárquicamente más
elevadas las que pueden tocar la vihuela de una sola cuerda (anzad) y el tambor
tazawat, en tanto que las artesanas o las ex cautivas se limitan a tocar el
tambor de mortero (tende). Siempre que cantan como solistas, las mujeres lo
hacen acompañadas por un coro que les responde. En cambio, los hombres cantan
como solistas a capella o a dúo, a veces acompañados por la vihuela de una sola
cuerda (anzad). Las diversas expresiones mencionadas, instrumentales o vocales,
se pueden combinar entre sí para dar lugar a distintas categorías musicales,
las más frecuentes de las cuales son los "cantos de anzad" (aires de
anzad) y los "cantos de tende".
Los repertorios de los cantos
de los hombres y de la vihuela de una cuerda están estrechamente vinculados al
pasado y a la tradición épica de los grupos tuareg, aunque también hay
numerosos cantos que evocan a la amada o simplemente los estados de ánimo del
autor del poema. En general, los compositores de las letras y de los aires son
conocidos por todo el mundo y la norma exige que no sea usual crear nuevos
cantos y que los intérpretes se conformen con reproducir el repertorio
introduciendo, en todo caso, pequeñas variaciones estilísticas personales. Por
el contrario, el canto de las mujeres acompañado con el tambor de mortero es la
ocasión de improvisar poemas que hacen las veces de crónicas y, en ocasiones,
de sátira social de la vida en los campamentos.
En principio, ni se canta ni se
toca al albur. Hay ocasiones específicas: las dos más importantes, y también
las evocadas más a menudo por los tuareg nómadas, son las sesiones de
"cantos para los genios", durante las que se tocan el anzad o el
tende (con o sin cánticos) para curar a una persona enferma, es decir, para
"echar a los genios de su cuerpo", y las fiestas (nacimientos, bodas)
en que los hombres se exhiben a lomos de sus camellos preferidos para hacer una
"ronda de camellos" alrededor de la mujer que toca el tambor. En este
caso sólo se utiliza el tambor, acompañado por el coro de las mujeres. Hace
tiempo, cuando los tuareg aún guerreaban y llevaban a cabo incursiones contra
sus vecinos, las caravanas y las tropas coloniales, el anzad se tocaba para
enardecer y glorificar la bravura de los guerreros. En aquel entonces se decía
que un guerrero "merecía el anzad", expresión que todavía se usa
cuando se habla de un hombre valiente. Esta música tiene, por lo tanto, la
particularidad de reflejar las diferencias sociales que hay en el grupo:
distribución sexual de instrumentistas y cantantes, diferencias según el
estatus y el lugar ocupado en la jerarquía tradicional (o lo que de ella se
conserva). Como la lengua (tamasheq), la escritura (tifinagh) y el uso del velo
(anagad) por los hombres, la música continúa siendo uno de los elementos más
poderosos a que pueden recorrer los tuareg para manifestar sus diferencias
respecto a sus vecinos.
El Aprendizaje
El
aprendizaje del canto y del repertorio
La adquisición del repertorio
se produce mediante el aprendizaje del canto. En cambio, la práctica vocal sólo
puede tener lugar si se ejecutan aires (re)conocidos. Es impensable dejarse
llevar por fórmulas ornamentales separadas de su contexto melódico (no
significantes). Por lo tanto, es imposible canturrear un aire, "cantar sin
decir nada", acto considerado infantil, indigno de un adulto. En efecto,
para los tuareg, todo hombre adulto alardea de respetar el asshak, es decir,
cierta reserva, un rigor de la actitud traducible por "nobleza".
Además, sobre todo en presencia de parientes o extranjeros, está sometido a la
regla del pudor, de la vergüenza y del respeto, takarakit, que exige que no
exteriorice sus sentimientos y no hable de según qué asuntos y especialmente de
la música. En resumen, un hombre sólo puede cantar en público si se halla en
compañía de un auditorio del mismo grupo de edad y con el que tenga relaciones
de parentesco "en confianza". Pero, ante todo, un hombre sólo canta
ante un auditorio si se halla en plena posesión de su repertorio y se considera
capaz de interpretarlo según unas determinadas reglas estéticas de técnica
vocal acordes con las que se han ido transmitiendo de generación en generación.
El conocimiento del repertorio y el del modo de interpretarlo son, pues, inseparables,
aunque parece que los poemas son memorizados y reproducidos más fielmente
cuando son recitados que cuando son cantados. A primera vista, la cosa debería
ir al contrario: una tonada tiende a facilitar la memorización de un texto. Sin
embargo, para un cantante tuareg la forma tiene más importancia que la
fidelidad al texto, ya que es reconocido como tal por su creatividad melódica.
El aprendizaje del canto se
lleva a cabo a escondidas y en solitario, dado que un hombre no puede ser
sorprendido en una situación de inferioridad debida a la falta de habilidad y
susceptible de ser causa de burla. Así, es casi imposible conocer las etapas,
las modalidades y la evolución de la adquisición del canto. En todo caso, puede
suceder que un hombre no cualificado se arriesgue a cantar cuando la ocasión no
es muy comprometedora, por ejemplo en ocasión de una reunión nocturna con
cantos de tende curativos, en los que son las herreras y las cautivas quienes
animan el conjunto formado por el tambor y las palmas. No es, pues, raro que el
aprendiz de cantante se muestre incapaz de seguir el ritmo y cante para sí
mismo, a contratiempo o francamente al margen del tiempo, sin que esto perturbe
aparentemente a las acompañantes femeninas; por lo menos, no dan muestras de ello.
Es en esas ocasiones cuando es posible que un hombre deje ver algunas de sus
debilidades.
El
aprendizaje del anzad y del tambor.
El aprendizaje de la vihuela de
una sola cuerda o anzad se produce en las mismas condiciones, y la joven
intérprete, que ya tiene edad (unos quince años) de lucir su primer alleshaw
(pañuelo), construye su instrumento con materiales recuperados y crines
(anzaden, sing. anzad) de vaca, mientras que las crines de caballo se reservan
para los instrumentos de las mujeres adultas. Antes de tañer los aires (izelan,
sing. azel) del repertorio clásico, empieza con una melodía de aprendizaje
denominada melloloki, que le permite ejercitarse en los movimientos del arco
(esawey): la subida (huket), la bajada (aseres) y sobre todo los golpecitos de
arco que permiten marcar el ritmo (asatarekhtarekh); después vienen los
movimientos de los dedos (azzemezeri n duduan) y su posición, el
"encuentro" (ameni). Los aires del repertorio clásico se adquieren en
primer lugar a través del canto, en solitario, después son reproducidos con el
instrumento, aunque siempre acompañados por un silencioso murmullo de garganta.
Esta técnica de movimientos internos de la garganta, perceptible para el
oyente, recibe el nombre de asak dagh iman ('cántico del alma').
El tambor de las debutantes
también se construye aprovechando materiales recuperados (un bote de conserva o
de leche en polvo cubierto con un trapo). En este caso el proceso de
aprendizaje no se realiza a escondidas, ya que tocar el tende forma parte de
los juegos infantiles en que participan las hijas de herreros y cautivos. Los
distintos ritmos se van adquiriendo progresivamente a lo largo de numerosas
sesiones nocturnas de tambor, durante las cuales es muy fácil que una
intérprete marque el motivo rítmico golpeando en el suelo o en cualquier
objeto.
La Música que Cura
Los cantos de tende consagrados
a los genios son ejecutados preferentemente al anochecer, después de las
carreras de camellos; atraen a todos los jóvenes de los campamentos vecinos en
pos de aventuras. Los ritmos y el tiempo son más lentos y los motivos más
complejos, aunque basados en un sola fórmula que se repite. La cantante
improvisa más y se inspira en sus problemas y sentimientos personales. Todos
esos temas actúan como otras tantas señales memorativas sobre el psiquismo del
enfermo cuando es enfrentado a esos cánticos dentro o fuera del marco de la
fiesta. Pero a veces sucede que el enfermo permanece insensible y manifiesta su
descontento echando arena a la cabeza de la solista si no es de su gusto.
Cuando en el campamento no hay ningún cantante disponible, hay que conformarse
con tocar el tambor, con el que casi todas las mujeres de la categoría de los
herreros o de los cautivos son capaces de marcar los ritmos adecuados. En tal
caso, el "tratamiento" puede durar varios días, ya que la mujer que
toca el tambor puede tardar mucho tiempo hasta descubrir el motivo rítmico
sobre el cual el enfermo ejecutará una danza (tegbest) "sentada", es
decir, un balanceo progresivo de la cabeza y de la parte superior del cuerpo,
si se trata de un miembro de la categoría de los imghad o de los imajeghen, o
una danza "de pie" para los cautivos o los herreros. En ambos casos
la danza acaba en desmayo. Entre las mujeres hallamos otro tipo de
"enfermedad de los genios", en este caso posterior al parto. Un caso
de este tipo se presentó en un campamento de herreros que dependía de los
tuareg marabúticos Kel Eghal. Una mujer de la casta de los herreros había
cumplido el período post partum de cuarenta días, que la aísla del marido y la
somete a un régimen alimentario muy estricto. La tienda de su madre, en la que
había dado a luz y pasado dicho período, fue trasladada algunos metros más allá
para darle un suelo simbólicamente virgen de cualquier vestigio del parto.
Después, durante los quince días siguientes, la mujer sufrió cada noche
angustias que afectaban a toda la familia: había que atenderla, hablarle, tocar
el tambor y, sobre todo, administrarle ciertos remedios, los más espectaculares
de los cuales fueron, por una parte, la aplicación en las caderas de un hierro
al rojo vivo y, por otra, la ingestión obligatoria del contenido de un frasco
de perfume "que ahuyenta a los genios". Los problemas de esta mujer
se debían probablemente tanto a los trastornos provocados por el cambio de
régimen alimentario (denominados aneghu) y a los efectos de una depresión post
partum, como a la "nueva toma de contacto" con el esposo, por cierto
muy mayor.
El tratamiento mediante la
música va a menudo precedido o acompañado, e incluso es sustituido, por un
abanico de precauciones (¿supersticiones?) y remedios del que podemos
preguntarnos si no es simplemente uno de tantos recursos.
De todos modos, esos
procedimientos sólo son etapas previas a la práctica "oficial" del
"marabutaje". Los marabutos (o morabitos), hombres santos y letrados
del Islam, propagadores del Corán y preceptores de los niños en las escuelas
coránicas, están también especializados en la confección de amuletos (tirawt)
que protegen del mal de ojo y de las enfermedades. En general, sólo se recurre
a sus servicios después de haber agotado los recursos de los tratamientos
tradicionales, ya que sus intervenciones son costosas. Puede darse que un
morabito esté confabulado con una intérprete de anzad o de tende: tal era el
caso de un hermano y una hermana, los dos especialistas en sus respectivos
campos, que se "pasaban" repetidamente a una enferma, de modo que
cada vez que lo hacían obtenían sustanciosos beneficios, asegurados por otra
parte por el hecho que la mujer sufría una enfermedad crónica y su tratamiento
ya hacía unas cuantas semanas que duraba.
Sin querer reducir
drásticamente el papel de la música a su función de curación, hay sin embargo
que constatar que la mayor parte de las manifestaciones musicales de los tuareg
son de índole terapéutica. Ciertamente, no son fácilmente identificables como
tales a primer golpe de vista y el observador tiene más bien tendencia a
asimilarlas a simples pretextos para la alegría. Tal es en cualquier caso la
impresión recibida en los numerosos pueblos que encontramos a lo largo de la
"ruta del uranio", abierta en 1981 entre Tahoua y Arlit. Estas
aglomeraciones, nacidas de las obras de edificación y de los establecimientos
comerciales que se han establecido, han atraído a una importante población de
pastores nómadas, sobre todo herreros y cautivos, empujados a la
sedentarización por la sequía, pero también atraídos por actividades mejor
remuneradas que los magros recursos tradicionalmente aportados por sus antiguos
amos. A pesar de su capacidad de adaptación, estos nuevos sedentarios
encuentran numerosas dificultades, debidas principalmente a la pérdida de la
libertad de movimientos, a la coexistencia con los habitantes de las
aglomeraciones, a los cambios de ritmo de trabajo, de régimen alimentario y de
hábitat, a la prostitución y al alcoholismo, presiones psicológicas que
intentan conjurar recurriendo al tambor curativo. Eso explica en parte la
proliferación nocturna de sesiones de tambores que no dejan de acentuar el conflicto
con los vecinos. El sonido del tambor se ha convertido, en cierto modo, en el
barómetro del clima que reina en un pueblo: "Cuanto más se oye el tambor,
peor van las cosas".
Las Influencias
Las
influencias regionales
En las zonas que rodean el país
tuareg, se notan sin embargo dos tipos de influencias. Puede tratarse de una
aportación antigua que afecta y determina los estilos regionales, como el de
las intérpretes de anzad, las tagaraygarayt, que han adoptado un ataque del
arco, a veces incluso un fraseo, emparentado con el de sus vecinos sedentarios,
los intérpretes de goge del Ader. En tal caso, los componentes estrictamente
tuareg (instrumentos, formas, escalas y repertorio) continúan presentes y el
proceso se podría considerar la evolución normal e inevitable, incluso me
atrevería a decir "inconsciente", que sufre toda música de tradición
oral. O se pueden encontrar cambios aún más radicales, como la adopción del ûd
árabe por los tuareg del Hoggar o el Tassili, o la utilización del goge hausa
por los tuareg de Níger, préstamos evidentemente acompañados por la
masculinización de la práctica de tales instrumentos.
Entre los tuareg de Malí la
situación es algo distinta. Coexisten dos prácticas musicales: la música denominada
tradicional, que respeta más o menos las reglas enumeradas anteriormente, y la
música instrumental de los miembros de la casta de los herreros, que poseen el
monopolio de la interpretación del laúd de tres cuerdas, tahardant, cuyos
origen y repertorio son verosímilmente sedentarios (moro, songay o fulbe). Esos
músicos se han convertido en una casta de músicos brujos, mientras que esta
función de músico profesional no existe en el resto del mundo tuareg. Como en
toda sociedad del Sahel, el músico brujo goza asimismo de gran libertad cuando
se trata de improvisar y crear cánticos nuevos. A principios de los años
setenta, las jóvenes generaciones de los tuareg rurales entraron en contacto,
gracias a la aparición de la casete, con la música de tahardant de Malí y sus
cantos satíricos y críticos con los gobernantes, aunque también con la
jerarquía tradicional. Los nuevos repertorios han provocado entre dichos
jóvenes una toma de conciencia de la rigidez de su patrimonio musical, del modo
de ejecutarlo y de la dificultad de actualizarlo en la medida en que está
vinculado a la rigidez de la estructura social. No es, por lo tanto, nada
sorprendente que dichos jóvenes hayan estado al acecho de nuevas referencias
identitarias. Eso es lo que les han ofrecido los cantos de los ishumar.
Los
cantos de la rebelión
El término ishumar (sing.,
ashamur) procede de la palabra francesa chômeur y designa a los miembros de una
generación de tuareg de Níger o Malí, generalmente solteros, que han dejado a
la familia y abandonado el país huyendo o en busca de trabajo en Libia o
Argelia. Son producto de las crisis de los veinte últimos años (sequías,
hambrunas) y de la represión que las ha acompañado. A partir de 1989, después
de algunos intentos de repatriación y reintegración por parte del gobierno de
Níger, buena parte de los ishumar se organizaron en diversos grupos en abierta
rebelión y pasaron a la clandestinidad armada prescindiendo de su pertenencia a
una u otra de las confederaciones tuareg de origen y reivindicando la pertenencia
a una sola identidad étnica. De ese modo pretendían liberarse de la obediencia
al linaje, fuente de división y antagonismos, en pos de la unificación de los
tuareg y de su unidad política ante los estados que los administraban.
A lo largo de su vagabundeo y a
través de sus contactos con el exterior, estos ishumar fueron adoptando nuevas
señas de identidad, como un modo de lucir el turbante inspirado en el de los
guerrilleros del Frente Polisario, la ocasional sustitución de la espada
tradicional (takuba) por el fusil de asalto Kalachnikov y, en lo que atañe a
nuestro tema, la adquisición de cantos de índole marcial. La mayoría de esos
cantos marciales fueron compuestos por exiliados de Malí y constituyen una
especie de prensa cantada, de boletín de información política con fines de
propaganda y movilización, ampliamente difundida por las casetes. Los temas
evocados por tales cánticos revolucionarios se refieren, en heterogénea
mezcolanza, a la sumisión impuesta por la sociedad tuareg tradicional, la colaboración
de algunos caudillos tuareg con los gobiernos, las muchachas tuareg malcasadas
con muchachos sedentarios, la necesidad de tener un territorio y una patria,
etc. En general, estas canciones ilustran explícitamente las crisis que han
afectado a la sociedad tuareg.
La
renovación instrumental
El modelo de acompañamiento
instrumental del canto en que se inspiran los émulos de este género nuevo ha
sido proporcionado, entre otros, por los grupos tuareg de Níger Takres n Akal
('Construcción del país') y Terbyia, formados por dos guitarras y, a veces, una
tercera utilizada como instrumento de percusión, un cantante solista y un coro
de muchachas. Cuando los oye por primera vez, el occidental profano tiene la
impresión de estar oyendo cánticos comunitarios del tipo "alrededor de la
hoguera", que en rigor pueden recordar el ambiente de los finales de las
noches de festival o de las veladas scouts. En cualquier caso, la
desorientación no es grave, especialmente si tenemos en cuenta que el acompañamiento
de guitarra confiere al conjunto una sensación de "algo ya oído":
este instrumento se utiliza esencialmente para interpretar algunos acordes,
habitualmente tres, entrecortados por algunos arpegios inspirados en el tañer
del laúd tradicional tahardant para marcar la sucesión de las estrofas. Del
conjunto se desprende cierta monotonía, ya que el tono del acompañamiento, así
como su ritmo, casi nunca cambian de un repertorio a otro. Estos elementos,
dejando aparte la lengua, son totalmente extraños a la cultura musical tuareg y
sería interesante saber dónde y en qué condiciones fueron creados estos cantos
de rebelión. La respuesta hay que ir a buscarla en los contactos establecidos
entre los ishumar y otros movimientos semejantes, en los que se han inspirado
para llevar a cabo sus acciones reivindicativas y de lucha armada. Seguramente,
el modelo han sido los cantos del Frente Polisario, el movimiento de liberación
saharaui (población que vive en el territorio del antiguo Sahara español,
reivindicado por Marruecos), tanto en lo referente a la utilización de la
guitarra como en lo que atañe a los ritmos, de origen claramente español. A
pesar de su carácter uniforme, muy alejado de la diversidad del repertorio
tradicional, esta música presenta numerosos atractivos para los jóvenes. Ante
todo, es, por su carácter familiar, accesible a todo el mundo, incluyendo a los
sedentarios. Seguidamente, se desvincula de las coerciones impuestas por la
sociedad tuareg y, además, presenta un carácter de modernidad reivindicado por
los jóvenes tuareg originarios de la sabana. Además de todo ello, la
utilización de la guitarra acústica (y en ocasiones eléctrica) es justificada
por los músicos por la libertad interpretativa que permite. Efectivamente, este
instrumento no está socialmente connotado, puede ser tocado por los hombres —a
diferencia de la vihuela de una cuerda— con independencia de su pertenencia de
clase, cuando sea y en cualquier circunstancia. Después de mucho viajar en la
clandestinidad, de haber sido pirateada por la causa en innumerables casetes,
esta nueva música está a punto de ser integrada por el establishment político
de Níger. Algunos grupos ya han hecho su gira por Europa y han despertado el
interés de los productores discográficos. Seguramente esta música continuará
transformándose e irá perdiendo su carácter militante hasta normalizarse o,
incluso, "mundializarse". Por ahora, todavía tiene un éxito real en
la juventud tuareg, entre la que la audición de la música tradicional suscita
una especie de sentimiento de desprecio mezclado con una nostalgia negada, como
si se hubiese convertido en una expresión "políticamente incorrecta",
y eso tanto en los campamentos de la sabana como en el medio urbano.
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