Bismillahi
Rahmani Rahim
A muchos se nos ha enseñado a
creer en la existencia de una barrera entre nosotros, los occidentales, y el Islam, como si la
filiación espiritual derivara de la raza o de las costumbres. Durante siglos, se
ha alimentado desde las instancias superiores el mito de un conflicto étnico
latente tras la evidente diversidad de creencias de cristianos y musulmanes,
mito que hoy reconocemos académicamente no más que como una premeditada
intoxicación fomentada desde la cúspide del poder. Esa actitud falsificadora
revela de sus creadores una gran inmadurez, propia de quienes anteponen sus
intereses personales y egoístas a la apertura sin condiciones al mensaje de la
Divinidad.
Dice el Sagrado Corán que Allah
ha enviado mensajeros a todos los pueblos y que estos les han hablado
previamente en sus propios idiomas, y una tradición del Profeta Muhammad (asws)
asegura que es superior a 125.000 el número de estos profetas de Allah que
desde sayidina Adam (la paz sea con él), han proclamado Su mensaje.
Es también un dato escasamente
conocido que fueron musulmanes sufís quienes a partir del siglo XIII realizaron
los primeros estudios de religiones comparadas, algo que fue posible por
primera vez gracias al reconocimiento integrador que tiene el Islam hacia la
totalidad de las Revelaciones anteriores, y que en general no podemos decir que
haya sido correspondido por los representantes de éstas. Aunque alguno pueda
sentirse airado, es precisamente Muhammad (asws), el Sello de la Profecía, el
único mensajero enviado al conjunto de humanidad, y esto es lo verdaderamente
importante, y no que fuese al mismo tiempo el profeta del pueblo árabe y
predicador en esa lengua sagrada.
Es cierto que el cristianismo y
actualmente el budismo pretenden ostentar esa misma universalidad, pero es una
pretensión a "posteriori", como lo demuestra que Jesús se rodeara de
hombres de su comunidad -pescadores judíos principalmente- para proclamar su
mensaje, y que se mantuviera estrictamente dentro de la ortodoxia de la ley
mosaica, dictando magisterio legal en las sinagogas y proclamando su
adscripción a la ley judía , como se refleja en los mismos evangelios
católicos: “No penséis que he venido a
abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt
5, 17) y también en el fragmento de la "Curación" de la mujer
cananea: “No he sido enviado más que a
las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt, 15, 21-28).
Jesús (la paz sea con él) fue
el Mesías enviado al pueblo de Israel -en ello coinciden los Evangelios
Canónicos y el Corán-, y es solo por una segunda elaboración del significado de
las escrituras que se ha posibilitado esa sobrevenida universalización de su
mensaje.
Por su parte, la misión de
Gautama Buda se limitó solo a dar una formulación distinta a enseñanzas
preexistentes. Shiddarta fue un príncipe de la casta ksátriya -los guerreros-
nacido en el seno de la más pura tradición hinduista. En vida protagonizó una
renovación contra los excesos de la casta brahmánica, muy desviada de su
función original por aquellos tiempos, consiguiendo con ello vivificar la
tradición metafísica védica. Al poco de su derrota secular, el budismo
desapareció prácticamente del subcontinente indio, refugiándose en las regiones
montañosas del norte, y algunas regiones del Afganistán y la China actuales. Es
solo en los últimos 50 años que ha podido pasar por la imaginación de los
miembros de los lamasterios budistas franquear sus bien delimitadas y
milenarias fronteras, del mismo modo que el cristianismo tampoco superó los
límites de las comunidades judías en el exilio hasta el segundo siglo de su
propia era y no desarrolló su universalidad hasta la época de las colonias.
Con todo lo anteriormente
dicho, no ha sido nuestra pretensión negar la universalidad de estos ni de
otros mensajes celestiales, que refiriéndose en esencia a las mismas verdades
absolutas, se dirigen a pueblos y momentos del ciclo histórico bien diferentes.
Lo que queremos poner de manifiesto es que ningún otro mensaje profético con
anterioridad al de sayidina Muhammad (asws) fue concebido expresamente para
poder ser asimilado por todas las comunidades humanas extendidas por la faz de
la tierra. No cabe espacio para la duda, porque el hadiz muhammadiano es bien
conciso cuando proclama: “Yo soy el
Mensajero de Dios para todo hombre que vive en mi tiempo o después de mí”.
El Mensajero de Allah (asws) es
descendiente del patriarca Abraham por la rama del primogénito de éste, su hijo
Ismael -la "piedra desechada", "el hijo de la "esclava"
como es nombrado todavía por los judíos- y por lo tanto podría haber actuado
como Moisés o Jesús, rodeándose de su propio pueblo. Sin embargo, para llevar a
cabo su misión profética se valió de hombres y mujeres de todas las razas
existentes en el planeta: los sahabas. Conocidos como "los
compañeros" de Muhammad (asws), fueron de toda clase y condición, y aunque
algunos echen en falta la presencia de sahabas de raza roja o amerindios, hay
que precisar que ésta tan solo es una submodalidad de la raza amarilla. En una
breve alusión a este gran grupo humano, creemos muy probable que el mito de
Quetzalcoatl, el mensajero montado a caballo, armado de espada y de barbas
rojas cuya venida anunciada interpretaron en un principio los amerindios que se
concretaba en las personas de los conquistadores españoles, bien podría hacer
referencia al Profeta Muhammad (asws) por la poderosa semejanza existente con
la imagen que conocemos de él y por otros indicios que exceden el propósito de
este artículo y que tal vez tengamos la fortuna de poder divulgar en otro
momento.
Por lo que atañe a la prueba
evidente para todos los musulmanes, El Corán, el libro sagrado y luminoso por
excelencia, no deja lugar a equívocos y en él se puede leer reiteradamente que
está dirigido tan solo a “hombres que
reflexionan”, excluyendo cualquier mención limitante a un solo pueblo,
cultura o raza, y este es el más hermoso y evidente recordatorio de su
manifiesta universalidad.
Los europeos, tan tribales y
raciales como hayan podido serlo los demás pueblos de la tierra, tuvieron
anteriormente, como no podía ser de otra forma, sus propios mensajeros
celestiales. Resulta sorprendente hoy en día pensar que los escandinavos no
conocieran el cristianismo hasta bien avanzados los siglos X y XI, pero los
visigodos que luego se establecerían en la península ibérica, por su proximidad
a los romanos habían adoptado anteriormente la religión de Jesús, en realidad
la revivificación espiritual de la Ley de Moisés. Los
"hispano-romanos" fueron a su vez cristianizados más o menos de una
manera masiva (algo por cierto que es bastante discutible) por la casta
guerrera y nobiliaria de los visigodos, que años antes de arribar a la
península se habían convertido al cristianismo por efecto de la predicación del
obispo Ulfila, defensor de la doctrina arriana y enemigo declarado de los
católicos. Su evangelio, el mismo que los Visigodos trajeron originariamente a
la Septimania y a la Hispania Superior, estaba escrito en lengua goda sobre la
base de un alfabeto con caracteres griegos latinos y rúnicos y nada más lejos
de las motivaciones espirituales de este pueblo germánico que abrazar la fe en
un Dios Trino, algo que si se nos permite la expresión, no estaba previsto en
su herencia genética tradicional. El visigodo fue un pueblo que habitó durante
milenios regiones muy septentrionales de Escandinavia, que ya había recibido en
la noche de los tiempos la predicación de sus propios profetas tribales. Es
vital para comprender el tema que nos ocupa, recordar expresamente que al
contrario de lo que afirman quienes pretenden presentarla como una
"religión politeísta" la tradición germánica original proclamaba la
existencia de un Dios único, a quien en su propia lengua llamaban Wottán. Por
eso el mensaje de Jesús, que coincide esencialmente con todos los otros
mensajes de los enviados celestiales, no podría ser aceptado por ellos más que
en su forma más original: el unitarismo arriano. El obispo Arrio declaraba:
"Seguid a Jesús tal y como él os ha enseñado". Efectivamente, un mensaje
de amor y ascetismo procedente del Dios Único proclamado por un profeta que se
inmola como un mártir y que promete volver de nuevo para hacer justicia sobre
la humanidad -enarbolando esta vez la espada-, por sus similitudes con las más
antiguas leyendas germánicas, tenía que casar perfectamente con los más
ancestrales resortes de la mentalidad escandinava.
Guerreros Escandinavos |
El bagdadí Ibn Fadlan, un
escritor árabe que convivió con los vikingos durante una travesía que duró
varios años, dice de ellos: "son guerreros y a la vez comerciantes. Poseen
armas y también instrumentos". Como los mismos árabes, cada cosa según las
circunstancias. Esta observación de aquel gran viajero musulmán, enciende la
chispa de un fuego común, sustentado por una serie de similitudes existente
entre los pueblos que acogieron el Islam en sus primeros tiempos y la religión
escandinava propia de los antiguos europeos.
Ya hemos mencionado la
adoración de un solo Dios -Allah, Wottan- que comparten los escandinavos y los
árabes. Los mensajeros que se mencionan en las diversas sagas nórdicas son,
como el Profeta de los árabes, a la vez líderes religiosos, jefes de estado
legisladores y guerreros. Ambas creencias proclaman la existencia de una vida
post-mortem, de un infierno y de un paraíso. El paraíso de los musulmanes -Al
Jennah- es llamado Walhala por los escandinavos. En ambos coinciden simbologías
casi idénticas. Las huríes del paraíso musulmán son las walkirias del Walhala.
Allí se sirven bebidas embriagadoras que no perjudican, el vino mezclado con
jengibre y alcanfor de los musulmanes o la miel fermentada de los vikingos. El
mercado del Paraíso es el campo de batalla del Walhala, donde los cuerpos son
también reparados y resucitados para una nueva jornada, entendiendo que para
los germanos el noble placer de la lucha es equiparable al placer del comercio
para los musulmanes. Otros detalles similares existentes en ambos paraísos no
pueden provocar sino nuestra admiración, pues difícilmente podríamos encontrar
entre todas las tradiciones de la tierra, otras dos más semejantes entre sí.
Ciertas creencias ancestrales
del pueblo germano profundamente incrustadas en su tradición, han tenido que
subsistir en nuestros días al margen de la doctrina cristiana, reducidas al
mundo de la fantasía, como pueden ser la creencia en trols y duendes,
coincidentes con el abierto reconocimiento por el Islam de todo tipo de genios
y ángeles, sobre quienes al igual que en los países de origen celta y
escandinavo aún perdura una extensa literatura árabe. Finalmente no puede
pasarnos inadvertida la veneración que sienten ambas tradiciones hacia los
guerreros que defendiendo la integridad de los miembros de la comunidad de
creyentes, mueren en el campo de batalla. En ambas tradiciones son considerados
mártires a los que Dios preserva de las penalidades del paso a la otra
existencia y a quienes reserva las más altas cotas de Su proximidad.
No disponemos de toda la
información que desearíamos sobre la religión de los escandinavos, pero es
indudable que su preeminente carácter guerrero no está circunscrito a algo
externo o infantil, sino que por el contrario y al igual que el Islam, predica
fundamentalmente el coraje necesario para vencer al ser inferior o egóico, como
se deduce de una perspicaz interpretación de sus diversas leyendas
cosmogónicas. Vemos en la antigüedad nórdica mitos como el de Odín colgado de
un árbol y sin un ojo, como modo de acceso a una realidad superior. Se trata de
una prenda que ha de ser entregada por quienes desean alcanzar las Tierras
Celestes, y aventuramos la posibilidad de que se trata en concreto de la
renuncia a la visión dual propia del mundo de la manifestación, imprescindible
para acceder a la visión espiritual del Dios Único. Con lo anteriormente dicho
podemos enlazar en su función las viejas sagas noruegas originales con escritos
magistrales andalusíes como el "Tratado de la Unidad" de Ibn al-Arabi
de Murcia.
Así, esta alternancia de los
esfuerzos humanos entre la protección de la comunidad y la consecución del
dominio sobre uno mismo, coincide nítidamente con la referencia que sayidina
Muhammad (asws) hace a la pequeña yihad (esfuerzo por salvaguardar la
integridad material de los miembros de la sociedad) y la gran yihad (esfuerzo
interior contra las pulsiones inferiores o como la denominan algunos sufíes, la
lucha contra nuestro propio ego).
Ciertamente nada sería en
apariencia más distinto que un vikingo de un beduino, pero como método de
enseñanza sutil, los extremos se tocan. La soledad y la inclemencia propias del
terrible desierto arábigo solo son equiparables a los desiertos de hielo polar,
las implacables tormentas de arena, con las avalanchas de agua y granizo. Ambos
pueblos son en el buen sentido de la palabra pueblos nómadas, es decir pueblos
amantes de la libertad, conscientes de la condición de tránsito de la
existencia humana y del regalo efímero de esta vida. Obligados a desplazarse
por sus respectivos desiertos en pos de agua, pastos, caza o del comercio,
hicieron uso de distintas monturas, camellos para atravesar mares de dunas y
navíos para surcar las olas de los océanos.
En sus orígenes, ambos pueblos
gustaron de la poesía y de bebidas alcohólicas fuertes para amenizar la vida
social durante las largas veladas en que pernoctaban bajo la bóveda celeste.
Sería mucho después que vendría para el pueblo árabe la prohibición del alcohol
de la mano del último Libro revelado, como ha venido al final del siglo pasado
para los escandinavos, de la mano disuasoria de sus propias autoridades
civiles.
Ambos pueblos veneraron a sus
poetas y bardos, porque para ellos la palabra hablada encerraba un misterioso
poder de evocación. Cantaban la belleza de los signos de Dios en la naturaleza
y especialmente la de sus mujeres, ante las que sucumbían con sinceridad y
desprendimiento. Se ensalzaba también el vigor y la valentía de los guerreros,
a quienes el canto y la danza unía en una feliz comunión. Miraban mucho a las
estrellas por las que se guiaban, pues a menudo tenían que viajar de noche.
El beduino y el escandinavo
comparten como hemos dicho antes la veneración por la palabra, y cuando ésta
adopta forma escrita, se la dota de connotaciones esotéricas y poderes
premonitorios. En árabe existe un sistema de desciframiento del significado
oculto de las palabras por medio de un sistema de números y letras (uno de
ellos es el sistema Abyad, especialmente desarrollado por la tariqa
naqshbandiyah). Las runas, es más conocido, son de por si profundos arcanos
capaces de desplegarse en búsqueda de mensajes ocultos. Por ello, la caligrafía
del alifato y de las runas representa en ambas tradiciones una ciencia sagrada
reservada a individuos seleccionados y una oportunidad a la par que una
obligación de manifestar la belleza y la creatividad divina, modulando como si
de la propia voz esculpida se tratase la expresividad del sonido, en la roca o
en el pergamino.
Ambos pueblos ensalzaron y
promocionaron los valores viriles, único baluarte de supervivencia frente al
riesgo cierto de degradación presente en toda comunidad humana. El hombre y la
mujer realizaban actividades perfectamente diferenciadas. La mujer germánica
como es habitual en las civilizaciones tradicionales ocupaba una relevante
función al frente del gobierno de la casa y la educación de los hijos. Con una
sorprendente similitud con la sharia o ley islámica, los niños permanecían bajo
la custodia materna hasta la edad de ocho años. A partir de ese momento, el
menor acompañaba a su padre en las expediciones comerciales o quedaba bajo la
custodia de un mentor o un anciano. Imitando a los hombres de la tribu, el
joven aprendía a defenderse a si mismo adquiriendo los principios éticos de una
incipiente caballería espiritual, ejercitándose en el uso de arco y de la
espada, del modo en que lo hacían los sahaba, los compañeros del Profeta (asws).
La espada vikinga, como la espada árabe, será objeto de veneración por ambos
pueblos, que le dan nombres y le atribuyen cualidades casi humanas y
portentosas.
Para finalizar con las
constantes similitudes entre estas dos tradiciones, ambas comparten el gusto
por lo geométrico en una decoración con la que envuelven todos los objetos de
uso cotidiano y en cuanto a la vestimenta, la barba profética, las ropas anchas
y los abrigos con capucha entre los hombres, y el velo entre las mujeres.
Tal como pretendemos haber podido
demostrar, las similitudes entre el pueblo escandinavo y el pueblo árabe en su
espíritu original y entre sus respectivas tradiciones reveladas muestran una
identidad casi sospechosa. Nuestros arrianos reyes godos mantuvieron durante
centenares de años y sin solución de continuidad la fe en un Dios Único,
primero como pueblo germánico y después como cristianos arrianos que
emparentaban con la fe de Abraham. Polígamos, guerreros, unitarios vehementes,
pasarían muchos años antes de dar los primeros signos de decaimiento, cuando
estos hombres que tan solo temían que el Cielo cayera sobre su cabeza empezaron
a ser dominados por las autoridades eclesiásticas romanas. Gentes de
sinceridad, difícilmente habrían podido sustraerse a la resplandeciente luz de
la revelación muhammadiana, y como era previsible no lo hicieron, siendo de los
que en cuanto la conocieron, abrazaron voluntariamente el Islam y la sunna.
Enfrentados en una última guerra civil, aquellos antiguos arrianos se batieron
con quienes pretendían instaurar las nuevas creencias trinitarias, y con el
resultado de su victoria, enarbolaron por primera vez desde Tánger hasta
Toulouse, el estandarte de sayidina Muhammad, el Sello de la Profecía.
Expulsar la fe del occidente de
Europa, supuso una fuerte tarea de destrucción cruzada que se mantendría por el
espacio de cinco largos siglos. Durante un período de nueve siglos y como
señores del reino más avanzado de occidente, los visigodos peregrinarían a Meca
y ayudarían a levantar un Imperio que alcanzó el cenit de una civilización que
solo las más altas revelaciones han llegado a instaurar. Quienes pretenden que
existe continuidad entre el espíritu vikingo de aquellos visigodos originales y
la usurpación arrogante, insincera y fraticida con que los nuevos reinos
cristianos al servicio de Roma arrebataron los diversos reinos de taifas a sus
hermanos musulmanes comete un error, pues su nobleza de pueblo antiguo había
desaparecido casi totalmente bajo el oscurantismo científico-espiritual de la
Iglesia y las mandíbulas avarientas de una incipiente modernidad.
Resumiendo, más allá de toda
duda, hemos de reconocer en el Islam una revelación perfectamente acorde con el
alma europea a causa de su explícita universalidad y porque en comparación con
el verdadero cristianismo no es más ni menos oriental que éste, sino su
continuador y perfeccionador.
El Islam vino como revelación
definitiva para toda la humanidad en las difíciles circunstancias del fin de
ciclo, por lo que contiene la previsión de que todos los pueblos pudieran
asumirlo sin grandes dificultades. Cuando uno tiene la fortuna de visitar Meca
y Medina para cumplir con el viejo precepto de la Peregrinación, comprende
maravillado con cuanta naturalidad, siglo tras siglo, hombres y mujeres de
todos los rincones, de todas las condiciones, culturas y razas, pueden convivir
en una armonía espiritual que no puede darse en ningún otro lugar del mundo.
Ellos pueden dejar sus intereses egoístas, sus vanidades y orgullos mundanos
para postrarse ante ese Único merecedor de toda entrega y toda veneración, la
idea universal presente en toda la especie humana de un Dios Único, Justo,
Clemente y Misericordioso.
Fuente: Musulmanes Andaluces
As salamu aleikum hermano,te recomiendo que veas èste video.
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Hamid Ali