Bismillahi
Rahmani Rahim
Dentro del ámbito del
conocimiento islámico existe una ciencia particular encargada de establecer una
categorización de los diferentes comportamientos humanos en beneficiosos y
perjudiciales, buenos o malos. Esta ciencia se llama 'Ajlaq al-Islamiyya', habitualmente traducida al español como
'Ética Islámica'.
El vocablo Ajlaq es el plural de Julq,
que quiere decir 'disposición', 'conducta'. Una disposición es una 'malaka', un hábito, una propiedad del
corazón que se forma por la reiteración de ciertos actos y que resulta difícil
destruir.
Ahora bien, el objetivo de la
ciencia de la Ética es transformar los malos hábitos y las conductas
inaceptables que se hallan fuera de la virtud y dentro de lo reprobable,
llevando al hombre a asimilar los comportamientos virtuosos y la purificación
del corazón, ya que el corazón es el centro donde se originan los hábitos que
pueden enfermarlo, si son malos, o elevarlo, si son buenos.
La fuente principal de la Ética
es la capacidad de comprensión del ser humano, la cual se divide en Hikma an-nazariyya, o simplemente Hikma, Sabiduría, que es la capacidad
para diferenciar entre lo que nos beneficia y lo que nos perjudica, entre lo
justo y lo injusto; y la Hikma
al-amaliyya, que es la sabiduría práctica. Como toda potencialidad en el
ámbito de la experiencia islámica, la Hikma
representa la virtud de un estado medio cuyos extremos pueden ser
perjudiciales: su exceso se llama 'Yabaza',
y comporta el hecho de intentar comprender lo que se encuentra fuera del
alcance humano (esoterismo, etc...), como también el estado de quien se dedica
a objetivos fútiles como el timo, el engaño y la hechicería. La mengua en la Hikma es llamada 'idiotez' (baladat), y la persona que la padece es
incapaz de diferenciar entre lo que le beneficia y lo que le perjudica,
confundiendo lo bueno con lo malo y lo malo con lo bueno. En tanto quien tiene
suficiente Hikma al-amaliyya, se dice
que tiene 'adala, justicia. En la
justicia no puede haber exceso ni mengua.
Los tratados de Ética Islámica
establecen que cuando una persona se ajusta a la Sabiduría, que es una de las
tres potencialidades de su fuero interno, vence a las dos potencialidades
restantes del ego salvaje que son el deseo y la ira, y consigue la felicidad al
desarrollarlas en su justo medio convirtiéndolas en contención y valentía. Si
la Sabiduría no consigue estar equilibrada, y se orienta a cualquiera de los
extremos, por exceso o defecto, aparecerán las enfermedades del corazón
originando sus consecuentes malos hábitos. Por consiguiente es tarea de todo
musulmán eliminar los malos hábitos que se ubican en su corazón y remplazarlos
por conductas rectas y virtuosas de acuerdo a la Sabiduría.
La capacidad de comprensión, al
ser una potencialidad inherente al ser humano, reconoce en las enseñanzas
divinamente reveladas, o celestialmente inspiradas, la Sabiduría transformadora
que dispone el camino recto hacia el desarrollo de la virtud. Por esto es que
tanto Sabiduría como virtud revisten carácter de universalidad, por lo que la
Ética, como ciencia de los comportamientos, ha sido la misma en todo tiempo y
lugar.
Ahora bien, hemos expuesto en
trabajos anteriores que la influencia hispanomusulmana en la constitución de
nuestro antepasado gaucho, entre otras cosas, ha sido la encargada de
transmitir esta Hikma, esta Sabiduría
atemporal necesaria para lo comprensión de lo virtuoso y lo reprobable, y a
raíz de ella, es decir, para servirse como soporte de manifestación, ha dado en
generar un arte particular encargado de difundir, como prolongación de sí
misma, la inspiración transformadora; ese arte singular de nuestra tierra es la
Payada.
El coplero grave y sentencioso
de nuestros trovadores gauchos, magistralmente descubierto por don José
Hernández, prolífico develador del espíritu gaucho, es un bellísimo eco de la
Sabiduría cuyo sentido ético reverbera en la vivencia gaucha emparentándola
indisolublemente con la experiencia islámica tradicional: el sentido de la
justicia, la honradez, la valentía, la libertad, la templanza y el estoicismo
hacen del arquetipo gaucho una semejanza única del musulmán tradicional. Acuden
a nuestra memoria, a modo de ejemplos inexorables, los Consejos que Martín Fierro da a sus hijos, o la inmensa obra de don
José Larralde, 'Herencia pa'un hijo gaucho',
modelos cabales de Sabiduría que perennes resuenan los significados de lo
universal. Hombre vinculado con gauchos y sus faenas, don José Hernández, en el
prologo a “La vuelta de Martín Fierro”, escribió:
“Qué
singular es, y qué digno de observación, el oír a nuestros paisanos, expresar
en dos versos claros y sencillos, máximas y pensamientos morales que las
naciones más antiguas, la India y la Persia, conservaban como el tesoro
inestimable de su sabiduría proverbial; que los griegos escuchaban con
veneración de boca de sus sabios más profundos, de Sócrates, fundador de la moral, de Platón y de
Aristóteles; que entre los latinos difundió gloriosamente el afamado Seneca; (…)
y que se hallan consagrados
fundamentalmente en los códigos religiosos de todos los grandes reformadores de
la humanidad. (…) El corazón humano y la moral son los mismos
en todos los siglos.”
De hecho la Sabiduría, como
capacidad para discernir lo justo y lo injusto, lo beneficioso y lo
perjudicial, lo real y lo falso, es la característica original que Dios ha
concedido a los hombres de todos los tiempos para que aprendiendo y/o enseñando
lo que les sea de auténtica utilidad en el tránsito que supone la vida logren
alcanzar el sentido propio a la humanidad.
En próximas entradas, Dios
mediante, publicaremos los versos de sabiduría gauchesca que han hecho florecer
la tradición autóctona de la Argentina con un matiz particular que la vincula
estrechamente al Islam Tradicional.
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