Bismillahi Rahmani Rahim
Desde
la época de los Sahâba, los musulmanes siempre hemos honrado y querido a Sidnâ
Muhammad, Rasûlullâh, Jairu l-Baría (s.a.s.), la Mejor de las Creaciones
de Allah. Del amor intenso por él proviene la observancia de la Sunnah, y la
Sunnah es la salvaguarda del Islam. Sin estos actos sencillos, como invocar el
Salât y el Salâm sobre él (s.a.s.), los musulmanes perderían su conexión con su
figura espiritual, con la Luz de Muhammad (s.a.s.). Asimismo, la
celebración del Mulud, los anashîd, madh y qasa’id escritos en su honor han
mantenido el amor por él (s.a.s.) en toda la Umma a lo largo de los siglos.
Sólo es modernamente, a partir de los últimos años
del siglo XVIII cuando surgen unos personajes que con el aspecto de una gran
rectitud islámica (llamados por los sabios wahhabiyyun o salafiyyun)
empiezan a arremeter contra unas prácticas que forman parte de la cultura de
los musulmanes y de la Sunnah del Rasûl (s.a.s.). Su impulso no venía del Dîn,
sino de intereses creados, en otras palabras, de la siyasa. Estas
personas hallaron el apoyo de los colonialistas y los orientalistas, que
deseaban fragmentar el Califato Otomano, última gran formación política
musulmana. Gracias a los orientalistas, personas a las cuales los ‘ulamá de los Haramain
habían descualificado para escribir sobre el Islam y enseñarlo, obtienen un
gran eco, y muchos musulmanes de buena fe se adhirieron a sus teorías, por su
sencillez y su exposición esquemática. Los grandes centros de enseñanza del
Islam estaban en decadencia, por lo que el grupo de la fitna no pudo ser
convenientemente contrarrestado. Los wahhabiyyun, con el apoyo del
Imperio Británico, aliados con los Banu Sa’ud, se adueñaron de Arabia, y
crearon el Reino de Arabia Saudí, donde están situadas las Haramein,
Meca al-Mukarrama y Medina al-Munawwara. A los ojos de muchos musulmanes esto
les dio prestigio. En ambas ciudades, después de conquistarlas, organizaron una
gran destrucción del patrimonio histórico de los tiempos de Rasûlullâh
(s.a.s.), cegados por sus manías de que los musulmanes no mostraran respeto
hacia todas las cosas del Rasûl (s.a.s.), los Suyos y los Sahâba (r.a.).
Con la colonización de todas las tierras del Islam,
la discordia se prolongó hasta nuestros días, en los que aparecen musulmanes
inspirados por los pensamientos de aquellos que atacaron a los musulmanes por
su reverencia (ta’adhim, que no ‘ibâda) a Sidnâ Muhammad
(s.a.s.).
Sin embargo, la práctica del Salat 'ala an-Nabí ha sido utilizada frecuentemente en todos los tiempos por la Umma, y ha sido -y es- fuente de innumerables bendiciones.
Existen hadices y noticias que nos han llegado,
dichos por el Elegido (asws), sobre la virtud de la práctica del Salât
‘alà n-Nabí:
Se ha
contado que Rasûlullâh (s.a.s.) dijo: Allah ha dado a un ángel la potestad de
oir todo lo que dicen las criaturas, y estará de pie ante mi tumba cuando yo
muera.
Cuando alguien me bendiga, el ángel me dirá: “¡Oh,
Muhammad! Tal persona te ha bendecido”, y entonces Allah bendecirá a esa persona
diez veces por cada bendición que haya pronunciado en mi favor.
En
otra ocasión dijo: Allah tiene un ángel cuyas alas van del oriente al
occidente. Cuando alguien me bendice por amor a mí, ese ángel se sumerge en el
agua y cuando sale de ella, con cada gota que resbala de él Allah crea un ángel
cuya misión es rogarle en favor del que me ha bendecido hasta el Día de la
Resurrección.
También
dijo: Quien me bendiga una sola vez de una forma que complazca a Allah, le
serán disculpados los errores de ochenta años.
Y
dijo: Quien me bendiga la noche del viernes (es decir, la noche anterior, la
del jueves), de su boca sale un brillo de luz cada vez que pronuncie una
bendición y con cada una de esas chispas Allah crea ángeles que suben hasta el
Trono y circunvalan el Pedestal que lo sostiene, bendiciendo al que me ha
bendecido. Entonces Allah se manifiesta a esos ángeles y les dice: “¿Qué
deseáis?”, y le responden: “Tu Gufrân (el Perdón) para nuestro dueño, y que
entre en el Jardín sin rendir cuentas y sin castigo”. Allah les dice entonces:
“Me he comprometido conmigo mismo que no quemaré con Fuego a quien alce su voz
y bendiga a Muhammad, aunque sus faltas sean tan abundantes como la espuma del
mar”.
Y
dijo: Que me bendiga con frecuencia aquél al que le resulte difícil resolver
sus problemas, porque la bendición en mi favor hace desaparecer preocupaciones,
apaga tristezas y desata nudos, aumenta los bienes y soluciona las necesidades.
Una
vez, ‘Âisha estaba cosiendo poco antes de amanecer, se le cayó la aguja y se
apagó la antorcha. En ese momento entró en su habitación Rasûlullâh (s.a.s.) y
su luz iluminó la estancia y ella encontró la aguja. ‘Âisha le dijo: “¡Qué
resplandeciente es tu rostro!”, y él le dijo: “¡Ay de quien no me vea el Día de
la Resurrección!”. Ella le preguntó: “¿Quién no habrá de verte el Día de la
Resurrección?”, y Sidnâ Muhammad (s.a.s.) le respondió: “No me verá el avaro”.
Entonces ella quiso saber quién es el avaro, y Rasûlullâh (s.a.s.) le dijo:
“Quien no me bendice al oír mi nombre”.
También
se ha contado que el Profeta (s.a.s.) dijo: Si el platillo de la Balanza de
Allah en la que se depositen las bondades del mûmin no compensan la de sus
malas obras el Día de la Resurrección, Rasûlullâh (s.a.s.) extraerá un trozo de
papel del tamaño de la yema de un dedo y lo echará en ese platillo, y vencerá
al de sus defectos. Ese hombre, agradecido, se volverá hacia quien le ha
beneficiado de ese modo y le preguntará: “¿Quién eres tú, el de rostro
resplandeciente?”, y le responderá: “Soy tu Nabí Muhammad y en ese papel
estaban anotadas las bendiciones que me has dirigido, y yo te las devuelvo en
el momento en que más necesidad tienes de ellas”.
Y se
ha dicho que Sidnâ Muhammad (s.a.s.) dijo: Cuando alguien me bendice una vez,
un vocero en el cielo dice: “Y Allah te bendiga a ti cien veces”, y esa voz es
oída por las gentes del segundo cielo, que dicen: “Allah le bendiga doscientas
veces por esa bendición”, y esa voz es a su vez oída en el tercer cielo, y sus
gentes dicen: “Allah lo bendiga mil veces”, y las gentes del cuarto cielo
dicen: “Allah lo bendiga dos mil veces”, y las del quinto dicen: “Allah lo
bendiga cuatro mil veces por esa bendición”, y los del sexto cielo dicen:
“Allah lo bendiga seis mil veces”, y cuando los moradores del séptimo cielo lo
escuchan dicen: “Allah lo bendiga siete mil veces”. Entonces, Allah dice:
“Dejad de recompensar a ese siervo. Del mismo modo que él ha glorificado a mi
Mensajero y lo ha bendecido con una aliento perfumado, Yo le disculpo todas sus
faltas”.
También
dijo: Quien al despertar me bendice diez veces y al acostarse diez veces, tiene
segura mi intercesión en su favor ante Allah.
Y
dijo: A quien me bendice cada día, yo le estrecharé la mano el Día de la
Resurrección.
Y
dijo: Se verá más libre de los terrores del Día de la Resurrección el que más
me haya bendecido en vida.
Y
dijo: Quien me salude diez veces es como si hubiera liberado un esclavo.
Y
dijo: Allah prescribe por cada bendición que se pronuncie en mi favor un
quilate de oro, y cada quilate es como la montaña de Úhud.
Los
Maestros Sufíes han escrito que quien no encuentre un maestro que le guíe, que
insista en la práctica del Salât ‘alà n-Nabí, y con ello verá cumplido
su objetivo. Tal vez esto haya sido deducido de las palabras en las que
Rasûlullâh (s.a.s.) anuncia a quien se consagra a bendecirlo que su tribulación
desaparecerá y le serán perdonados por Allah sus defectos, pues el aspirante a
la sabiduría de los sufíes busca un maestro que le ayude a purificarse y
desapegarse de las obsesiones mundanales hasta que su único deseo sea Allah, y
eso se logra con la práctica de bendecir a nuestro Nabí Muhammad (s.a.s.).
No hay comentarios:
Publicar un comentario