Un
extenso relevamiento de elementos representativos de la tradición argentina
muestra el papel protagonizado por miembros de la comunidad morisca española en
la configuración del imaginario y cultura rioplatenses. La historia argentina,
sin embargo, no ha señalado el origen y volumen de ese aporte, y a nuestro
parecer, ello se debe a la vigencia que ha conservado un viejo esquema
historiográfico peninsular sobre todo lo relativo al pasado islámico.
La relevancia que cobra la presencia de elementos
procedentes del entorno hispanoárabe en nuestro país radica en la gran
difusión de algunas de sus pautas, lo que motivó que trabajáramos sobre una
nueva hipótesis histórica, utilizando una metodología de trabajo que aislando
lo español de lo morisco corrigiera la imprecisión de denominar español a
cualquier rasgo introducido desde España a partir de la Conquista.
El nombre español no puede aplicarse
indistintamente a cualquier vestigio colonial originado en la España del siglo
XVI porque todavía seguían residiendo en ella miembros y ex-miembros de la
comunidad musulmana cuyas creencias y costumbres se diferenciaban netamente de
las del sector cristiano. Serán precisamente los descendientes de musulmanes
los más necesitados de abandonar España cuando en 1609 se decrete un edicto de
expulsión contra su comunidad.
Al mismo tiempo, el movimiento humano que supone la colonización del Nuevo Mundo brindaría la ocasión de que estos moriscos, disimulando su origen, aprovecharan las ventajas de radicarse en América. Es ese mecanismo el responsable del traslado al Río del Plata de rasgos culturales, materiales y psicológicos que evocan, desde entonces, la presencia del lejano marco islámico dentro del que habían vivido los moriscos antes de la cancelación jurídica de su comunidad.
Aun cuando sus miembros fueron obligados a adoptar el cristianismo en el siglo XVI, un conjunto de rasgos culturales particulares serían introducidos por sus descendientes en el Nuevo Mundo, configurando un legado que no debe confundirse con el trasmitido por los españoles del sector cristiano europeo.
Al mismo tiempo, el movimiento humano que supone la colonización del Nuevo Mundo brindaría la ocasión de que estos moriscos, disimulando su origen, aprovecharan las ventajas de radicarse en América. Es ese mecanismo el responsable del traslado al Río del Plata de rasgos culturales, materiales y psicológicos que evocan, desde entonces, la presencia del lejano marco islámico dentro del que habían vivido los moriscos antes de la cancelación jurídica de su comunidad.
Aun cuando sus miembros fueron obligados a adoptar el cristianismo en el siglo XVI, un conjunto de rasgos culturales particulares serían introducidos por sus descendientes en el Nuevo Mundo, configurando un legado que no debe confundirse con el trasmitido por los españoles del sector cristiano europeo.
A ese legado pertenece, en el ámbito de la
gastronomía, la costumbre de no ingerir carne de cerdo que quedaría ampliamente
reflejada en la dieta criolla; del mismo modo serían los moriscos los
interesados en perpetuar diversos paltos de su culinaria originaria,
popularizando en su nueva tierra las empanadas, profundamente ligadas a su
tradición, lo mismo que los pastelitos, los alfajores o los delicados caramelos
norteños denominados alfeñiques.
Hasta Salta llega la influencia de la rica mesa
granadina, influida a su vez por la pastelería persa, responsable del toque
oriental que manifiesta el pastel de novia en su equilibrado relleno agridulce.
La popularidad de los buñuelos en la cocina doméstica es digna de considerarse
por tratarse de un plato-distintivo étnico, pues fueron los moriscos no sólo
sus creadores sino sus más fieles consumidores.
También el dulce de leche puede considerarse una
versión derivada del hispanoárabe arrope (ar-rub en árabe) utilizado por los
moriscos, entre otras cosas, para pegar las tapitas de los alfajores. Así mismo
el nivel de azúcar a que el paladar argentino está sintonizado denuncia mayor
proximidad a la confitería hispanoárabe que a la española europea.
Los árabes introdujeron el cultivo de caña de
azúcar en España, y los musulmanes siguieron constituyendo la mano de obra
habitual en los ingenios azucareros valencianos; los moriscos aparecen como los
continuadores de una larga tradición azucarera que desplazaría a la miel en las
preparaciones de dulces.
La vida rural a que el morisco se acoge en España,
como aparcero muchas veces cuando no como arriero, le brinda el refugio
adecuado para prolongar costumbres prohibidas, como la veda porcina que hacía
referencia al pasado islámico y que por lo mismo sería sistemáticamente
castigada por la Inquisición española. En la mayoría de las manifestaciones
culturales con frecuencia no se percibe ya carácter religioso alguno, pero está
claro que en su momento fueron objetadas por ser propias de la minoría
islámica, por lo que permanecerían alojadas en reductos excéntricos de la
sociedad peninsular o en los menos favorecidos y expuestos de la sociedad
colonial, pero bajo esta modalidad lograron no solamente sobrevivir sino
ocasionalmente prosperar.
Los pastelitos, empanadas, buñuelos y alfajores, a
pesar de su enorme popularidad, no figuraban en el menú de los restaurantes por
provenir de un sector cultural cuya existencia peligraba al trasponer el umbral
de la privacidad.
El juego de la taba y la sortija reiteran el gusto
por dos entretenimientos populares del medio hispanoárabe, casi con seguridad
importados del norte de África.
Aunque los juegos de naipes se hallaban difundidos
en España, el truco, de invención árabe, no alcanza allá sino entre nuestros
paisanos su más extensa popularidad.
El lugar otorgado al caballo en la cultura
argentina no parece un hecho aislado de lo anterior. En todo entorno arabizado
ese animal goza de un prestigio particular. Se sabe el valor que alcanza dentro
del ámbito gaucho todo lo relativo a él; la importancia del enjaezamiento, la
forma tradicional de montarlo, a la jineta; el cabestro con rodela al estilo
marroquí; la minuciosidad con que se describen los pelajes; en fin, la
importancia concedida al animal como medio de informar el estatus de quien lo
posee es en sí misma una concepción árabe de la relación establecida entre el
caballo y su dueño.
Todo estos elementos a los que nuevas investigaciones
sumarán otros, van diseñando un perfil social que atañe tanto al individuo (el
gaucho o criollo rurales) como a la sociedad en su conjunto, y la van
diferenciando de otras en una serie de rasgos presentes o distribuidos de
manera particular respecto de otras regiones americanas, pero es preciso tener
presente que los vestigios y tendencias que mencionamos no se referencian en la
cultura de la España europea sino en ese sector particular de la hispanidad
anclado en la tradición hispanoárabe, de suerte que mucho de cuanto denominamos
argentino aparece frecuentemente vinculado a un modo de vivir menos europeo que
hispanoárabe.
El compromiso de nuestra cultura con un universo
simbólico de matriz islámica ha quedado reflejado en algunos casos de un modo
muy directo. Los musulmanes usan un amuleto con forma de mano abierta como el
encontrado en las ruinas de la vieja Santa Fe y conceden a esa parte del cuerpo
valores talismánicos por asociarlo a la mano protectora de Fátima, hija del
Profeta Muhammad.
A la luz de esto viene a la memoria el conocido
juego que la madre emprende con su bebé, tomándole los dedos de la mano
mientras dice: este se fue al monte, este cazó un pajarito, este lo mató, este
lo cocinó y este pícaro gordo se lo comió, y vino por aquí (desliza la madre la
mano como señalando el recorrido del alimento hasta llegar al vientre y hacer
cosquillas).
Esta forma de diálogo confiere a la mano la
potestad de instrumentar una comunicación placentera con quien no puede hablar;
el juego proviene del Magreb y siendo todavía popular en Marruecos y se lo
conoce en España aunque no siempre con las características nuestras ni gozando
de la misma popularidad, precisamente por proceder de un universo cultural que
fuera mucho más resistido y rechazado en el Viejo Mundo que en el Nuevo. El que
en la Argentina sea tan popular informa qué sector de la hispanidad peninsular
operó con mayor éxito sobre lo popular en la configuración temprana de ciertas
costumbres.
Siguiendo un camino similar puede identificarse al astagfirullah. El astagfirullah es un perdón anticipado que piden los musulmanes ante la sospecha de estar pronunciando infundios y maledicencias: que Dios me perdone si no fue él el que robó... etc.
Siguiendo un camino similar puede identificarse al astagfirullah. El astagfirullah es un perdón anticipado que piden los musulmanes ante la sospecha de estar pronunciando infundios y maledicencias: que Dios me perdone si no fue él el que robó... etc.
También la forzada convivencia de cristianos y
musulmanes en España alimentaría el imaginario de cada facción a menudo al
margen de toda racionalidad; el temor mutuo hará que las actividades del rival
lleguen incluso a demonizarse, especialmente en una época en que el fanatismo
religioso descubría herejes y diablos por doquier. A esta enrarecida concepción
del otro debe la leyenda de la Salamanca su origen. En la Argentina, la leyenda
conoce más de una versión y cruza al Brasil.
Un trasfondo cultural más lejano y complejo que el
local es, pues, el que origina la leyenda, haciendo por lo mismo que su
difusión tampoco quede ligada a un grupo étnico local particular sino al
proceso de la colonización hispánica en su conjunto, ya que fue la grave
interna étnico-confesional que acompaña a ésta desde que desembarca en América
la creadora de la caverna como metáfora de lo culturalmente incierto, ajeno, lo
extraño.
Entre los semitas desde antaño el corte de cabello
alcanza rango sacrificial, de ahí su presencia en el ámbito religioso, quedando
ligado en el caso de los moriscos, al rito bautismal. Es a este universo que
hace referencia, pues, el corte de pelo que todavía suele practicarse a los
recién bautizados en Corrientes, y otro tanto sucede con las trenzas y mechones
que se ofrecen a santos reconocidos y apócrifos en los oratorios que erige la
gente a lo largo y ancho de la Argentina.
El uso de textiles en el mundo islámico viene precedido de una larga tradición cuya razón de ser estriba en la condición muelle de las piezas adecuadas a la vida nómade, fáciles de transportar, de múltiples usos. Un trozo de paño es abrigo, alfombra o cortina. La presencia árabe en Europa ciertamente colaboró en difundir textiles que por su exquisitez serían privativos de casas pudientes. Sin embargo, en los entornos arabizados se hace un uso tan abundante de los textiles que no prescinden de ellos ni las carpas beduinas más pobres.
El uso de textiles en el mundo islámico viene precedido de una larga tradición cuya razón de ser estriba en la condición muelle de las piezas adecuadas a la vida nómade, fáciles de transportar, de múltiples usos. Un trozo de paño es abrigo, alfombra o cortina. La presencia árabe en Europa ciertamente colaboró en difundir textiles que por su exquisitez serían privativos de casas pudientes. Sin embargo, en los entornos arabizados se hace un uso tan abundante de los textiles que no prescinden de ellos ni las carpas beduinas más pobres.
Las cortinas de tela con que se reemplazan las
puertas o que dividen la habitación única del rancho se referencian en ese modo
de vida escueto y oriental donde la cortina es enteramente funcional, por lo
que en poco se parece al rico producto exigido por cortinados, tapices y
doseles que con sentido más bien ornamental han ido incorporando los distintos
estilos decorativos de Occidente.
El tapado, prenda invernal que usan las mujeres argentinas,
debe su nombre y origen al manto tapado con que se cubrían las sevillanas. El
manto a que hace referencia era un prenda requerida por la moral islámica y
cubría desde la cabeza hasta los pies, pero al evolucionar en un medio
cristiano termina por adecuarse a un uso ajeno a lo religioso (taparse del
frío) sin perder la antigua denominación que identifica su procedencia. Los
españoles lo denominan abrigo, voz culturalmente neutra, mientras tapado hace
referencia a una sociedad determinada, una sociedad que ordena tapar a la
mujer.
Como no podía ser de otro modo, la presencia de
moriscos debía también reflejarse en el habla de los argentinos, y lo hace,
especialmente en el medio gaucho y de muchas formas. Como pasar revista a ellas
supera el objeto de este artículo, baste recordar una curiosidad: que los
moriscos serían responsables de la introducción de formas dialectales
aragonesas en el castellano local.
Lo notable es que el Río de la Plata casi no
recibió aragoneses. Lo que podría parecer un enigma desaparece al tener
presente que Aragón contaba con un 20% de población morisca cuyo castellano
exhibía modalidades propias.
Véase para
ampliar, María Elvira Sagarzazu, “La conquista furtiva: Argentina y los
hispanoárabes”, Ovejero Martín Editores, Rosario, 2001
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