martes, 16 de abril de 2013

Elementos Hispanomusulmanes en la Cultura Argentina.

Un extenso relevamiento de elementos representativos de la tradición argentina muestra el papel protagonizado por miembros de la comunidad morisca española en la configuración del imaginario y cultura rioplatenses. La historia argentina, sin embargo, no ha señalado el origen y volumen de ese aporte, y a nuestro parecer, ello se debe a la vigencia que ha conservado un viejo esquema historiográfico peninsular sobre todo lo relativo al pasado islámico.
La relevancia que cobra la presencia de elementos procedentes del entorno hispanoárabe en nuestro país radica en la gran difusión de algunas de sus pautas, lo que motivó que trabajáramos sobre una nueva hipótesis histórica, utilizando una metodología de trabajo que aislando lo español de lo morisco corrigiera la imprecisión de denominar español a cualquier rasgo introducido desde España a partir de la Conquista.
El nombre español no puede aplicarse indistintamente a cualquier vestigio colonial originado en la España del siglo XVI porque todavía seguían residiendo en ella miembros y ex-miembros de la comunidad musulmana cuyas creencias y costumbres se diferenciaban netamente de las del sector cristiano. Serán precisamente los descendientes de musulmanes los más necesitados de abandonar España cuando en 1609 se decrete un edicto de expulsión contra su comunidad.

Al mismo tiempo, el movimiento humano que supone la colonización del Nuevo Mundo brindaría la ocasión de que estos moriscos, disimulando su origen, aprovecharan las ventajas de radicarse en América. Es ese mecanismo el responsable del traslado al Río del Plata de rasgos culturales, materiales y psicológicos que evocan, desde entonces, la presencia del lejano marco islámico dentro del que habían vivido los moriscos antes de la cancelación jurídica de su comunidad.

Aun cuando sus miembros fueron obligados a adoptar el cristianismo en el siglo XVI, un conjunto de rasgos culturales particulares serían introducidos por sus descendientes en el Nuevo Mundo, configurando un legado que no debe confundirse con el trasmitido por los españoles del sector cristiano europeo.
A ese legado pertenece, en el ámbito de la gastronomía, la costumbre de no ingerir carne de cerdo que quedaría ampliamente reflejada en la dieta criolla; del mismo modo serían los moriscos los interesados en perpetuar diversos paltos de su culinaria originaria, popularizando en su nueva tierra las empanadas, profundamente ligadas a su tradición, lo mismo que los pastelitos, los alfajores o los delicados caramelos norteños denominados alfeñiques.
Hasta Salta llega la influencia de la rica mesa granadina, influida a su vez por la pastelería persa, responsable del toque oriental que manifiesta el pastel de novia en su equilibrado relleno agridulce. La popularidad de los buñuelos en la cocina doméstica es digna de considerarse por tratarse de un plato-distintivo étnico, pues fueron los moriscos no sólo sus creadores sino sus más fieles consumidores.
También el dulce de leche puede considerarse una versión derivada del hispanoárabe arrope (ar-rub en árabe) utilizado por los moriscos, entre otras cosas, para pegar las tapitas de los alfajores. Así mismo el nivel de azúcar a que el paladar argentino está sintonizado denuncia mayor proximidad a la confitería hispanoárabe que a la española europea.
Los árabes introdujeron el cultivo de caña de azúcar en España, y los musulmanes siguieron constituyendo la mano de obra habitual en los ingenios azucareros valencianos; los moriscos aparecen como los continuadores de una larga tradición azucarera que desplazaría a la miel en las preparaciones de dulces.
La vida rural a que el morisco se acoge en España, como aparcero muchas veces cuando no como arriero, le brinda el refugio adecuado para prolongar costumbres prohibidas, como la veda porcina que hacía referencia al pasado islámico y que por lo mismo sería sistemáticamente castigada por la Inquisición española. En la mayoría de las manifestaciones culturales con frecuencia no se percibe ya carácter religioso alguno, pero está claro que en su momento fueron objetadas por ser propias de la minoría islámica, por lo que permanecerían alojadas en reductos excéntricos de la sociedad peninsular o en los menos favorecidos y expuestos de la sociedad colonial, pero bajo esta modalidad lograron no solamente sobrevivir sino ocasionalmente prosperar.
Los pastelitos, empanadas, buñuelos y alfajores, a pesar de su enorme popularidad, no figuraban en el menú de los restaurantes por provenir de un sector cultural cuya existencia peligraba al trasponer el umbral de la privacidad.
El juego de la taba y la sortija reiteran el gusto por dos entretenimientos populares del medio hispanoárabe, casi con seguridad importados del norte de África.
Aunque los juegos de naipes se hallaban difundidos en España, el truco, de invención árabe, no alcanza allá sino entre nuestros paisanos su más extensa popularidad.
El lugar otorgado al caballo en la cultura argentina no parece un hecho aislado de lo anterior. En todo entorno arabizado ese animal goza de un prestigio particular. Se sabe el valor que alcanza dentro del ámbito gaucho todo lo relativo a él; la importancia del enjaezamiento, la forma tradicional de montarlo, a la jineta; el cabestro con rodela al estilo marroquí; la minuciosidad con que se describen los pelajes; en fin, la importancia concedida al animal como medio de informar el estatus de quien lo posee es en sí misma una concepción árabe de la relación establecida entre el caballo y su dueño.
Todo estos elementos a los que nuevas investigaciones sumarán otros, van diseñando un perfil social que atañe tanto al individuo (el gaucho o criollo rurales) como a la sociedad en su conjunto, y la van diferenciando de otras en una serie de rasgos presentes o distribuidos de manera particular respecto de otras regiones americanas, pero es preciso tener presente que los vestigios y tendencias que mencionamos no se referencian en la cultura de la España europea sino en ese sector particular de la hispanidad anclado en la tradición hispanoárabe, de suerte que mucho de cuanto denominamos argentino aparece frecuentemente vinculado a un modo de vivir menos europeo que hispanoárabe.
El compromiso de nuestra cultura con un universo simbólico de matriz islámica ha quedado reflejado en algunos casos de un modo muy directo. Los musulmanes usan un amuleto con forma de mano abierta como el encontrado en las ruinas de la vieja Santa Fe y conceden a esa parte del cuerpo valores talismánicos por asociarlo a la mano protectora de Fátima, hija del Profeta Muhammad.
A la luz de esto viene a la memoria el conocido juego que la madre emprende con su bebé, tomándole los dedos de la mano mientras dice: este se fue al monte, este cazó un pajarito, este lo mató, este lo cocinó y este pícaro gordo se lo comió, y vino por aquí (desliza la madre la mano como señalando el recorrido del alimento hasta llegar al vientre y hacer cosquillas).
Esta forma de diálogo confiere a la mano la potestad de instrumentar una comunicación placentera con quien no puede hablar; el juego proviene del Magreb y siendo todavía popular en Marruecos y se lo conoce en España aunque no siempre con las características nuestras ni gozando de la misma popularidad, precisamente por proceder de un universo cultural que fuera mucho más resistido y rechazado en el Viejo Mundo que en el Nuevo. El que en la Argentina sea tan popular informa qué sector de la hispanidad peninsular operó con mayor éxito sobre lo popular en la configuración temprana de ciertas costumbres.

Siguiendo un camino similar puede identificarse al astagfirullah. El astagfirullah es un perdón anticipado que piden los musulmanes ante la sospecha de estar pronunciando infundios y maledicencias: que Dios me perdone si no fue él el que robó... etc.
También la forzada convivencia de cristianos y musulmanes en España alimentaría el imaginario de cada facción a menudo al margen de toda racionalidad; el temor mutuo hará que las actividades del rival lleguen incluso a demonizarse, especialmente en una época en que el fanatismo religioso descubría herejes y diablos por doquier. A esta enrarecida concepción del otro debe la leyenda de la Salamanca su origen. En la Argentina, la leyenda conoce más de una versión y cruza al Brasil.
Un trasfondo cultural más lejano y complejo que el local es, pues, el que origina la leyenda, haciendo por lo mismo que su difusión tampoco quede ligada a un grupo étnico local particular sino al proceso de la colonización hispánica en su conjunto, ya que fue la grave interna étnico-confesional que acompaña a ésta desde que desembarca en América la creadora de la caverna como metáfora de lo culturalmente incierto, ajeno, lo extraño.
Entre los semitas desde antaño el corte de cabello alcanza rango sacrificial, de ahí su presencia en el ámbito religioso, quedando ligado en el caso de los moriscos, al rito bautismal. Es a este universo que hace referencia, pues, el corte de pelo que todavía suele practicarse a los recién bautizados en Corrientes, y otro tanto sucede con las trenzas y mechones que se ofrecen a santos reconocidos y apócrifos en los oratorios que erige la gente a lo largo y ancho de la Argentina.

El uso de textiles en el mundo islámico viene precedido de una larga tradición cuya razón de ser estriba en la condición muelle de las piezas adecuadas a la vida nómade, fáciles de transportar, de múltiples usos. Un trozo de paño es abrigo, alfombra o cortina. La presencia árabe en Europa ciertamente colaboró en difundir textiles que por su exquisitez serían privativos de casas pudientes. Sin embargo, en los entornos arabizados se hace un uso tan abundante de los textiles que no prescinden de ellos ni las carpas beduinas más pobres.
Las cortinas de tela con que se reemplazan las puertas o que dividen la habitación única del rancho se referencian en ese modo de vida escueto y oriental donde la cortina es enteramente funcional, por lo que en poco se parece al rico producto exigido por cortinados, tapices y doseles que con sentido más bien ornamental han ido incorporando los distintos estilos decorativos de Occidente.
El tapado, prenda invernal que usan las mujeres argentinas, debe su nombre y origen al manto tapado con que se cubrían las sevillanas. El manto a que hace referencia era un prenda requerida por la moral islámica y cubría desde la cabeza hasta los pies, pero al evolucionar en un medio cristiano termina por adecuarse a un uso ajeno a lo religioso (taparse del frío) sin perder la antigua denominación que identifica su procedencia. Los españoles lo denominan abrigo, voz culturalmente neutra, mientras tapado hace referencia a una sociedad determinada, una sociedad que ordena tapar a la mujer.
Como no podía ser de otro modo, la presencia de moriscos debía también reflejarse en el habla de los argentinos, y lo hace, especialmente en el medio gaucho y de muchas formas. Como pasar revista a ellas supera el objeto de este artículo, baste recordar una curiosidad: que los moriscos serían responsables de la introducción de formas dialectales aragonesas en el castellano local.
Lo notable es que el Río de la Plata casi no recibió aragoneses. Lo que podría parecer un enigma desaparece al tener presente que Aragón contaba con un 20% de población morisca cuyo castellano exhibía modalidades propias.
Véase para ampliar, María Elvira Sagarzazu, “La conquista furtiva: Argentina y los hispanoárabes”, Ovejero Martín Editores, Rosario, 2001

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