Bismillahi
Rahmani Rahim
“Libertad de pensamiento”, “uso
de la razón”, se han tornado frases célebres en los ámbitos intelectuales
modernos que se vanaglorian de una cierta independencia frente a lo normativo e
institucional.
Sin embargo, estas frases
hechas, repetidas hasta el hartazgo por las cotorras del libertinaje
contemporáneo, no hacen más que reproducir la herejía ególatra que
inconscientemente traduce la caída original del ser humano a los niveles de la
humillación y el desasosiego espiritual.
Un “pensamiento libre”,
desprovisto de todo sostén fundamental (todo tiene su fundamento, aún el
pensamiento, ya que de alguna manera u otra se encuentra confinado al sentido
de la palabra) y librado al movimiento azaroso de sí mismo, jamás puede hallar
un equilibrio permanente que infunda paz al espíritu, sino que está sometido al
vértigo desafortunado de la impermanencia que obliga a reformular toda
definición de acuerdo a las circunstancias y ocurrencias del momento.
Todo “pensamiento libre” o
“libre uso de la razón”, según se lo entiende por estos seudo-intelectuales de
hoy en día, está subsumido al salvajismo de criterios poco claros que se
originan y mueren en el mismo individuo, criterios que mal-utilizados devienen
siempre en confrontación, discusión, debate y guerra (y decimos “mal-utilizados”
sin ignorar que es la única forma posible de utilización que se puede dar a
capacidades atrofiadas que han sido desvinculadas de su función primordial).
Como Musulmanes creemos en una
Verdad absoluta encargada de equilibrar los asuntos del mundo y de los
individuos en él. Nunca librepensador alguno ha podido detentar más verdad que
su “verdad particular” que al no encontrar asidero sino en la “mal-utilización”
antes mencionada, termina siendo engullida por la tragedia de los destinos
personales que de nada sirven como ejemplo para el desarrollo tanto social como
individual.
Formular verdades desde el
criterio personal sin la anuencia de una Tradición validadora redunda en
perjuicios tanto a nivel comunitario como individual. Los personalismos
frívolos tendientes al libre uso de la razón y sus erróneas elucubraciones
interpretativas de la verdad han sido los fatídicos culpables de toda lectura
tendenciosa dentro mismo de la religión. ¿Qué decir entonces de quienes
desvinculados de la Tradición buscan igualmente reinterpretar, bajo parámetros
individuales, la realidad de las cosas?
La Tradición es una plataforma
para la germinación de nuestro correcto discernimiento, un “manual” para la
correcta utilización de nuestra voluntad, de nuestras posibilidades humanas,
para que podamos ser realmente libres al obrar, al pensar, al razonar, sin
someternos a las arbitrariedades obsoletas de la individualidad esclavista.
La individualidad sujeta a sus
propios criterios obsoletos jamás puede lograr la trascendencia de si misma, lo
que la convierte en una fantasmagoría de su originalidad, una sombra
desprovista de sentido que no puede hacer más que divagar por los confines
infructuosos de su propia ignorancia.
Todo tirano es aquel que impone
sus criterios personales sobre los significados propios de la realidad. Al ser
la realidad una y única, el tirano está condenado a padecer los embates de su
propia opresión. El libertinaje intelectual contemporáneo es la peor tiranía
impuesta contra los significados naturales de la inteligencia, y por lo tanto
un atentado completamente nocivo para la vida espiritual de comunidades e
individuos.
Continuar promoviendo el “libre
uso de la razón” según entienden los modernos, supone nutrir el engaño que
mantiene embotada a la humanidad en su salvajismo individualista, colaborando
en la sintomatología de la pandemia global (no debemos olvidar que el poder que
maneja este sistema global, con su ilimitada permisibilidad “democrática”, ha
abierto las puertas para seudo-libertades que no hacen más que esclavizar y
dirigir la mentalidad general, haciendo de estas intelectualidades títeres
groseros del sistema que los protege y les brinda absoluta inmunidad “cultural”).
El pensamiento realmente libre
es aquel que está facultado para discernir lo correcto de lo incorrecto a la
luz de la Verdad Tradicional. Este discernimiento resulta en el obrar en
consecuencia, lo que trae paz individual. Y cuando un individuo cambia, cambia
la comunidad. Pero insistimos para no dar lugar a duda alguna, el cambio debe
conllevar consigo trascendencia, superación del mero estado animal, ya que un
animal se mueve por instinto, y un pensamiento librado al azar sólo puede obrar
impulsado por el instinto, lo que nos asemeja al mero animal.
Somos seres humanos, y la
Tradición nos devuelve a nuestro estado original.
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