Bismillahi
Rahmani Rahim
Una de las mayores lecciones de
buen comportamiento en la batalla que impartió Hadrat ‘Ali (ra), de ese «combate
por la Causa de Allah», la inmortalizó Maulana Yalaluddin Rumi en su
interpretación poética del famoso incidente donde Hadrat ‘Ali enfundó su espada
en lugar de terminar la faena con su derrotado enemigo, que en un último gesto
de desafío le había escupido. Aunque el significado espiritual inmediato de la
acción, claramente, es el rechazo de Hadrat ‘Ali de matar cegado por el odio
(el guerrero debe desvincularse de sí mismo y combatir sólo para Allah), Rumi
también nos proporciona un significado metafísico más profundo. En su Maznavi,
convierte lo acontecido en un sublime comentario del versículo coránico:
“Y
no obstante, no fuisteis vosotros quienes matasteis al enemigo, sino que fue
Allah quien lo mató; y no fuiste tú (Muhammad) quien lo arrojó, cuando lo
arrojaste, sino que fue Allah quien lo arrojó.” (8:17)
La última parte del versículo
se refiere al arrojamiento de un puñado de polvo en la dirección del enemigo
antes de una batalla. Pero el versículo en su totalidad alude a la realidad de
que el verdadero y ontológico responsable de todas las acciones es Allah. Las
acciones del ser humano sólo son buenas si es consciente de Allah y, en la
medida en que este se diluye en esta conciencia. Maulana Rumi pone las
siguientes palabras en boca de Hadrat ‘Ali (ra), que responde a la cuestión del
perplejo guerrero abatido en el suelo: «¿Porqué no me matas?». ‘Ali le
contesta:
Enfundo
la espada por amor a Dios, soy el siervo de Dios, no estoy bajo las órdenes del
cuerpo.
Soy el león de Dios, no soy el león de mi pasión. Mi acto refleja mi religión.
Sólo soy la espada manejada por el Sol (Divino).
Me he desprendido de mí mismo, todo lo que está fuera de Dios no existe.
Soy la sombra, el Sol es mi señor. Soy el chambelán.
No soy el velo que impide acercarnos a Él.
Estoy cubierto con las perlas de la unión, como una espada enjoyada: en la batalla hago que los hombres vivan, no que perezcan.
La sangre no empaña mi espada: ¿cómo podría el viento eliminar las nubes?
Soy una montaña de autocontrol, paciencia y justicia: ¿cómo podría el viento, por más furioso que sea, arrasar la montaña?
Soy el león de Dios, no soy el león de mi pasión. Mi acto refleja mi religión.
Sólo soy la espada manejada por el Sol (Divino).
Me he desprendido de mí mismo, todo lo que está fuera de Dios no existe.
Soy la sombra, el Sol es mi señor. Soy el chambelán.
No soy el velo que impide acercarnos a Él.
Estoy cubierto con las perlas de la unión, como una espada enjoyada: en la batalla hago que los hombres vivan, no que perezcan.
La sangre no empaña mi espada: ¿cómo podría el viento eliminar las nubes?
Soy una montaña de autocontrol, paciencia y justicia: ¿cómo podría el viento, por más furioso que sea, arrasar la montaña?
El auténtico combatiente
islámico quiere degollar el cuello de su propio odio con la espada del
autocontrol; el falso, sencillamente se ensaña con el enemigo con la espada de
su ensalzado ego. Para el primero, el espíritu del Islam determina el yihad.
Para el segundo, el odio, disfrazado de yihad, determina su religión. El
contraste entre ambos es evidente.
En relación con el irresistible
ejemplo de la combinación de Hadrat ‘Ali de heroísmo y santidad, señalemos
también la conexión crucial que establece entre, por un lado, la victoria en la
guerra interna contra el enemigo en sí mismo y, por el otro, el principio de la
compasión. Esto surge de la metáfora que da Hadrat ‘Ali (ra) de la batalla
perpetrada en y para el Nafs: el intelecto, afirma, es el líder de las fuerzas
de ar-Rahman (el Compasivo); al-hawa (deseo, capricho) dirige las
fuerzas de ash-sheytan (el demonio). El Nafs se encuentra entre ellos,
sufriendo la atracción de ambos (mutajadhiba baynahuma). El Nafs «entra en
el reino de cualquiera de los dos que triunfe».
La energía fundamental del Nafs
no se destruye, sino que se convierte y se redirige, lejos de los objetos
transitorios del deseo individualista, alejada también de ash-Sheytan y
dirigida hacia lo uno, el objeto verdadero expresado por ar-Rahman. Es la
compasión y la misericordia las que prevalecen ante el enemigo, en no importa
qué nivel, y el intelecto entiende esta compasión en su estado normativo.
Cuando el intelecto se ve afectado por el capricho y la arbitrariedad, la compasión
es remplazada por la pasión, el rencor y el odio. El enemigo es entonces
combatido con sus propios términos degradados y no mediante un principio más
elevado. En lugar de recordar al «Amado», se da al enemigo la satisfacción de
la victoria mediante los medios empleados en la batalla. Ya no se está
combatiendo para Allah porque ya no se lucha en Allah. Finalmente, señalemos
también los siguientes dichos de Hadrat ‘Ali (ra), que nos ayudan a subrayar la
prioridad que debe acordarse al combate espiritual por encima de la recompensa
material:
La
lucha contra el Nafs es a través del conocimiento: este es el signo del
intelecto.
Los
más fuertes son aquellos que se muestran más fuertes contra sus Nafs.
En
verdad, quien combate a su propio ego, en obediencia a Allah y sin
contradecirlo, alcanza el rango del mártir recto ante Allah.
La
última batalla es la del hombre contra su yo.
Quien
conoce su alma la combate.
Ningún
yihad es más excelente que el yihad contra el ego.
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