Del
libro “El arte del Islam”, de Titus Burckhardt
Si a la pregunta: ¿Qué es el Islam?, se respondiera
sencillamente señalando una de las obras maestras del arte islámico, como la
mezquita de Córdoba o la de Ibn Tûlûn de El Cairo, o una de las medersas
de Samarcanda, o incluso el Taŷ Mahal, tal respuesta no por sumaria dejaría de
ser válida, pues el arte del Islam expresa lo que su nombre indica sin
ambigüedad...
Comenzaremos nuestras investigaciones sobre el arte del
Islam con una descripción de la Kaaba y de su función litúrgica, cuya
importancia literalmente central para el arte islámico y sobre todo pata su
arquitectura es bastante nítida. Como es bien sabido, todo musulmán se dirige
hacia la Kaaba para recitar las oraciones canónicas, y toda mezquita se
orienta, consecuentemente, a esa dirección...
Hay una razón más para referirse a la Kaaba... Se trata del
único objeto artificial que cumple una función obligatoria en los ritos
musulmanes. No es una obra de arte en sentido estricto -no es más que un simple
cubo de mampostería-, sino que pertenece más bien a lo que se podría llamar
‘proto arte’, cuya dimensión espiritual corresponde al
mito o a la revelación, según los puntos de vista. Esto quiere decir que el simbolismo
inherente a la Kaaba, por su forma y por los ritos que se le asocian, contiene
el embrión de todo cuanto se expresa en el arte sacro del Islam.
La función de la Kaaba como centro litúrgico del mundo
musulmán tiene una estrecha relación con el origen de todas las religiones
monoteístas. Según el Corán, la Kaaba fue edificada por Abraham y su hijo
Ismael, y fue el primero quien instituyó la peregrinación anual a este
santuario. Centro y origen: he aquí los dos aspectos de la misma y única realidad
espiritual, o, por decirlo de otro modo, las dos opciones fundamentales de toda
espiritualidad.
Para la generalidad de los musulmanes, la oración cara a la
Kaaba -o a la Meca, que viene a ser lo mismo- expresa ‘a priori’ una elección:
mediante este signo, el musulmán se distingue tanto de los judíos, que oran
hacia Jerusalén, como de los cristianos, que se ‘orientan’, literalmente, hacia
el sol naciente; opta por unirse a la ‘religión del centro’, que es como el
árbol del que las otras religiones se ramifican. “Abraham no fue ni judío ni
cristiano”, dice el Corán, “fue hanîf (desapegado) y múslim
(sometido)” (III, 67). El impacto de estas palabras está en que la fe de
Abraham -que representa aquí la quintaesencia de un musulmán- está libre de las
especializaciones y limitaciones encarnadas, a los ojos de los musulmanes, en
el concepto judío de un pueblo elegido con exclusión de los demás y en el dogma
cristiano de un único Salvador, el Hijo de Dios.
Notemos que el relato coránico de la construcción de la
Kaaba por Abraham no acentúa su carácter de antepasado de los árabes
-descendientes suyos a través de Ismael y Agar-, sino su misión como apóstol
del monoteísmo puro y universal que el Islam se propone renovar. Sea cual fuere
el fundamento histórica de este relato, es inconcebible que el Profeta lo
hubiera inventado por razones más o menos políticas, sin plantearnos problemas
de sinceridad. A los árabes preislámicos les obsesionaba la genealogía
-característica muy de nómadas- y jamás hubieran aceptado las ‘interpolación’
de una antepasado hasta entonces ignorado. Si la Biblia no hace mención de un
santuario fundado en Arabia por Abraham e Ismael es debido a que no tenía por
qué referirse a santuario alguno que se situara fuera de la tierra y el destino
de Israel. Reconocía, sin embargo, el destino espiritual de los ismaelitas al
incluirlos en la promesa divina a Abraham. Notemos finalmente -sin alejarnos
demasiado de nuestro tema- que es característico de la ‘geometría’ divina, a la
vez estricta e impredecible, el empleo de un santuario abrahámico, perdido en
el desierto y olvidado por las grandes comunidades religiosas de su tiempo,
para la renovación de un monoteísmo de naturaleza semítica. La pregunta que se
formulan tantos estudiosos del Islam (‘¿Qué sucedió en la Meca para que
surgiera una nueva religión?’), bien podría formularse de este otro modo: ‘¿Qué
razones hicieron que la nueva, la naciente religión, se manifestara primero en
ese lugar?’.
La forma eminentemente arcaica del santuario de la Meca se
compagina bien con el origen abrahámico que se le atribuye. En realidad, ha
sido frecuentemente destruido y reconstruido, pero el mismo nombre de Kaaba,
que significa ‘cubo’, garantiza que su forma no ha sido modificada en lo
esencial; es levemente irregular, con una longitud de doce metros, una anchura
de diez y unos dieciséis metros de altura.
El edificio está tradicionalmente cubierto por una
‘vestidura’ (kiswah) que se cambia cada año y que, desde la época de los
Abasidas, ha sido confeccionada en tela negra bordada con inscripciones en oro,
lo que indica de manera contundente su aspecto a la vez abstracto y misterioso.
Parece que la costumbre de ‘vestir’ al santuario lo introdujo un antiguo rey
himyarita y tiene trazas de formar parte de una tradición semita en extremo
venerable, que es, en cualquier caso, de estilo ajeno al mundo greco-romano:
‘vestir’ a una casa es, de alguna forma, tratarla como a un cuerpo viviente o
como a un arca portadora de influencia espiritual, y así lo entendieron los árabes.
En cuanto a la célebre, no está incrustada en el centro de la Kaaba, sino en
una pared exterior cercana a su ángulo meridional. Se trata de un meteorito, y
por ello de una piedra caída del cielo, y el Profeta no hizo sino confirmar su
naturaleza sagrada. Finalmente hemos de mencionar el recinto exterior, más o
menos circular, del haram, que forma parte del santuario.
La Kaaba es el único santuario islámico que puede ser
asimilado a un templo. Suele sar llamada la ‘casa de Dios’ (Baitullâh), y en
verdad tiene el carácter de una ‘morada divina’, pese a lo paradójico que esto
pueda parecer en el ambiente musulmán, donde la idea de la trascendencia divina
prevalece sobre todo el resto. Pero Dios ‘mora’, por así decirlo, en el centro
inaprehensible del mundo, como ‘mora’ en el más íntimo centro del hombre.
Recordaremos que el sanctasanctórum del templo de Jerusalén, que era asimismo
una ‘habitación’ divina, tenía la forma de un cubo, como la Kaaba. El
sanctasanctórum o debir contenía el Arca de la Alianza, mientras que el
interior de la Kaaba está vacío; únicamente contiene una cortina, que la
tradición oral llama ‘cortina de la Clemencia divina’ (Rahmah).
El cubo se vincula con la idea del centro, al ser una
síntesis cristalina de la totalidad del espacio, correspondiendo cada una de
sus caras a una de las direcciones primarias, esto es, el cenit, el nadir y los
cuatro puntos cardinales. Recordemos, aun así, que la posición de la Kaaba no
se corresponde por completo con este esquema, porque son sus cuatro esquinas, y
no sus lados, las que se orientan a los puntos cardinales, sin duda porque
estos significan, en la concepción árabe, los cuatro ‘pilares angulares’ (arkân)
del universo.
El centro del mundo terrenal es el punto en que se producen
la intersección con el ‘eje’ del cielo: el rito de la circunvalación (tawâf)
de la Kaaba, que podemos encontrar bajo una u otra forma en la mayoría de los
santuarios antiguos, se ve entonces como la producción de la rotación del cielo
alrededor de su eje polar. Éstas no son, naturalmente, las interpretaciones que
el Islam atribuye a estos elementos rituales, sino que son a priori
inherentes a una visión de las cosas que todas las religiones de la antigüedad
comparten.
El carácter ‘axil’ de la Kaaba es, no obstante, afirmado por
una leyenda musulmana muy conocida, según la cual la ‘casa antigua’, que por
primera vez construyó Adán, que fue destruida por el Diluvio y reconstruida por
Abraham, está situada en la extremidad inferior de un eje que atraviesa todos
los cielos; en el plano de cada mundo celestial, otro santuario, frecuentado
por ángeles, señala el mismo eje. El prototipo supremo de cada uno de estos
santuarios es el trono de Dios, a cuyo alrededor gira el coro de los espíritus
celestiales, aunque más exacto sería afirmar que éste gira dentro de él, que el
trono divino incluye a toda la creación.
Esta leyenda atestigua con claridad sobre la relación que
existe entre la ‘orientación’ ritual y el Islam como sumisión o abandono (islâm)
al designio divino. El hecho de volverse en la oración hacia un solo punto,
inaprehensible como tal, pero situado en la tierra y análogo, en su
singularidad, al centro de cada mundo, habla elocuentemente acerca de la
integración de la voluntad humana en la Voluntad universal. “Todo será devuelto
a Dios” (Corán, III, 109). Al mismo tiempo, se verá ue existe una diferencia
entre este simbolismo y el del culto cristiano, en que el punto de referencia
es aquella parte en que el sol, imagen de Cristo renacido, nace en la Pascua.
Esto implica que todas las iglesias orientadas tienen ejes paralelos, mientras
que todas las mezquitas del mundo convergen.
La convergencia de todos los gestos de adoración en un único
punto sólo es visible, sin embargo, en la proximidad de la Kaaba, cuando la multitud
de los creyentes se postra en la plegaria común desde todas las direcciones
hacia un solo centro; quizá no haya expresión del Islam más inmediata y
tangible.
Ya se habrá advertido que la liturgia del Islam se vincula
con la Kaaba de dos formas diferentes aunque complementarias, una estática y la
otra dinámica: la primera significa que cualquier lugar terrenal está
directamente unido al centro mecano, y éste es el sentido que tienen las
palabras del Profeta: “Dios ha bendecido a mi comunidad al otorgarle la
superficie de la tierra entera como santuario”. El centro de este santuario
único es la Kaaba, y el creyente, que ora en el santuario universal, descubre
que toda distancia ha sido momentáneamente abolida. La segunda, que es de
naturaleza dinámica, se manifiesta en la peregrinación, que todo musulmán debe
cumplir al menos una vez en su vida si tiene la posibilidad. Hay en la
peregrinación, y esto suele afectar a todo ambiente islámico, un aspecto de
desnudez; al mismo tiempo, la impresión que produce en el creyente es la de una
recapitulación dramática de su islâm: al llegar al umbral del área
sagrada que rodea la Meca, el peregrino se despoja de todas sus vestiduras, se
purifica con agua desde la cabeza a los pies, se envuelve en dos piezas de tela
sin costuras, una alrededor de la cintura y otra sobre un hombro. En este
estado ‘consagrado’ (ihrâm) se acerca a la Kaaba para cumplir con
el rito de la circunvalación (tawâf), invocando a Dios
incesantemente. Tan sólo tras esta visita a la ‘casa de Dios’ parte hacia los
diversos lugares asociados con la historia sagrada y completa su peregrinación
con el sacrificio de un carnero, en memoria del de Abraham.
...No olvidemos que el Islam nació en
una ‘tierra de nadie’ entre dos civilizaciones: la bizantina y la persa, que al
mismo tiempo eran imperios que se disputaban Arabia y contra los que el Islam
habría de combatir, venciéndolos para sobrevivir. Comparada con aquellos dos
mundos, ambos con una herencia artística de tendencias naturalistas y
racionalistas, la Kaaba y los ritos con ella relacionados son como un ancla
aferrada en profundidades intemporales.
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