Bismillahi
Rahmani Rahim
En numerosas ocasiones hemos
señalado la influencia hispanomusulmana en la forja de la cultura argentina,
relación cuyo estudio hemos emprendido con asombrosos y fructíferos resultados.
Ya hemos adelantado la apreciación del escritor argentino Leopoldo Lugones que,
en su vindicación del Payador -Gaucho que
templando la guitarra da forma a una expresión propia de la música y la poesía
que constituye la característica original del alma argentina-, ve en él un
avatar del acervo hispanomusulmán, heredado de los moriscos que llegaron a
estas costas con el avance colonizador de la España. Esa herencia, tal vez
inconsciente pero creadora poderosa de identidad como instrumento civilizador,
ha florecido grandemente, como apunta Lugones, en la expresión poética y
musical de la cultura tradicional de la Argentina, y de Latinoamérica en
general. Veremos brevemente de qué se trata.
La música es sin duda una de
las artes más hermosas que nos lleva a conocer el sentir de un pueblo, y en la
cultura islámica constituye junto a la poesía una de las formas de expresión
más importantes de su civilización. El historiador y poeta de la Córdoba
española, Ibn Abdur-Rabbihi (m. 940), en su obra 'Iqd al-Farid (El Collar
Único) dice a propósito de ambas disciplinas que "La música y la poesía acompañan al musulmán desde que nace hasta
que muere". Escribe Lugones: "...aquella
brisa perfumada en el trebolar como una pastorcilla, aquella laguna que aún
conservaba el nácar de la aurora, llenaban su alma de poesía y de música. Raro
el gaucho que no fuese guitarrero, y abundaban los cantores. El payador
constituyó un tipo nacional. Respetado por doquier, agasajado con la mejor
voluntad, vivía de su guitarra y de sus versos" (El Payador, pág. 40).
El artista árabe (como el
gaucho de la pampa, su heredero) encontró en la música y en la poesía esa
evasión que le permitía plasmar el genio que encerraba en su interior, de ahí
que su patrimonio sea una de las más bellas huellas que ha ido dejando a través
de la andadura histórica como un auténtico museo oral. Dentro de este
patrimonio, la música andalusí posee características culturales propias que
harían de la misma el centro de grandes y preciosas manifestaciones del alma
artística.
Fue el emir cordobés
Abderrahman II (788-852) el primero en fundar un conservatorio musical en
al-Andalus, siendo considerados sus músicos como rivales de los de Medina,
donde se hallaban los más excelentes (la tradición islámica atribuye a Suraiy,
médico medinense, el primer empleo de la batuta en la historia de la música, en
el siglo VIII). En 822 llega a la corte cordobesa, procedente de Bagdad, el
músico y poeta persa Abu al-Hasan Ibn Ali Ibn Nafi (789-857), más conocido por el
sobrenombre de Ziriab, "el pájaro negro cantor", según algunos, por
asemejarse al mirlo, y según otros por el oscuro color de su tez. Sería Ziriab
quien introduciría en las escuelas de música andalusíes el sistema
árabe-pérsico, sistema que en la corte cordobesa era utilizado al mismo tiempo
que el sistema griego y pitagórico.
Ziriab había sido en la lejana
Bagdad el alumno aventajado de dos importantes músicos de la corte del califa
Harún ar-Rashid, domo fueron Ibrahim Ibn Mahán de Kufa, y su hijo Ishaq. Este
último, al ver las cualidades con las que estaba dotado Ziriab y que podían
opacar las suyas, presa de los celos, le obligó a abandonar la capital del
califato abbasí. Ziriab era un auténtico polígrafo: poeta, literato, astrónomo,
geógrafo y un refinado esteta y un célebre gourmet, pero ante todo fue un gran
músico. Se dice que se sabía de memoria las letras y melodías de diez mil
canciones. Fue el fundador de una gran academia musical y dio a conocer en
al-Andalus el instrumento islámico por excelencia (predecesor de la guitarra),
el ud (laúd), para el cual inventó una quinta cuerda.
Según Ziriab: "Las cuatro cuerdas tradicionales
encuentran su equilibrio en el universo. Ellas representan los símbolos de los
cuatro elementos: el aire, la tierra, el agua y el fuego. Sin embargo, sus
timbres particulares ofrecen analogías con los humores y temperamentos que no
existen en la naturaleza. He coloreado las cuerdas para indicar su
correspondencia con la naturaleza humana...". Así se inferían de la
música propiedades terapéuticas altamente efectivas.
Los diversos ritmos y melodías
surgidos de la escuela andalusí forjada por Ziriab, como las zambras, pasarían
a América con los moriscos y se transformarían en danzas tradicionales como la
zamba, el gato, el escondido, el pericón, la milonga y la chacarera en la
Argentina y el Uruguay, la cueca y la tonada de Chile, las llaneras de Colombia
y Venezuela, el jarabe de México o la guajira y el danzón de Cuba. El mismo
tango tiene origen flamenco, voz que según el eminente andalucista Blas Infante
(1885-1936) proviene del árabe fellahmenghu,
"campesino errante". La mayoría de los flamencólogos, incluso un
intérprete y compositor de la talla de Paco de Lucía, y un cantaor de los
quilates de Camarón de la Isla, afirman el origen andalusí-morisco de su
especialidad.
En América, el legado andalusí
transmitido por los moriscos, se traduce en una cultura identitaria propia con
colores originales y auténticos. Sin embargo, podemos con total admiración
aseverar que el espíritu que anima las diversas manifestaciones culturales es
uno y único.
Para cerrar estas notas breves
citaremos a los Hermanos de la Pureza, orden mística del Islam que dejó una
obra inmensa que abarca una temática diversa, que en su "Epístola sobre la
Música" dicen lo siguiente: "Has
de saber, hermano mío, que Dios te auxilie a ti y a nosotros cubriéndonos con
Su espíritu, que los humores del cuerpo son de muchas clases, y que la
naturaleza de los animales también es muy variada. A cada humor y a cada
naturaleza corresponde un ritmo y una melodía cuyo número sólo puede ser
contado por Dios Todopoderoso y Exaltado. Hallarás prueba de la veracidad de
esto que acabamos de decir, así como de la exactitud de cuanto hemos escrito,
si tomas en consideración que todos los pueblos de la humanidad poseen melodías
y ritmos propios que les dan goce y deleitan a sus hijos, y que cada uno de
esos estilos y ritmos deleita únicamente a los mismos que lo han creado. Este
es el caso de la música de los dalaimitas, de los turcos, de los árabes, de los
armenio, de los etíopes, de los de rum y de otros pueblos que difieren entre sí
por su lenguaje, su naturaleza, su carácter y sus costumbres".
Fuentes:
"La
música de al-Andalus y sus efectos terapéuticos"
"La
Música del Islam", Shamsuddin Elía.
"El
Payador", Leopoldo Lugones.
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