Hubo un tiempo, no hace mucho, en el cual la
dinastía saudí estaba en la vanguardia del intento occidental para subvertir el
Islam y la Umma islámica. En la década de 1970, los monarcas saudíes
distribuyeron petrodólares por mezquitas y centros islámicos de todo el mundo,
normalmente a través de organizaciones internacionales, y fueron anfitriones de
varias conferencias en que se discutía el futuro de la civilización islámica.
Después de la Revolución islámica en Irán (1978-79), y durante el resurgir
resultante de movimientos islámicos en todo el mundo, la generosidad saudí
promovió ataques sectarios contra los shi’íes y persuadió a distintos
movimientos e intelectuales islámicos para que no apoyaran a la Revolución Islámica.
Durante un tiempo la dinastía saudí intentó promocionarse a sí misma como
dirigentes de los sunníes y líderes de la Umma de facto, y se auto-denominaron
“guardianes de los Haramain (de los recintos sagrados en Mecca y Medina)”.
Parte de su papel consistía en despolitizar el Islam y convencer a los
musulmanes que Occidente es nuestro aliado, una fuerza civilizada por el
progreso, y no nuestro enemigo.
Los
saudíes están tan desacreditados hoy en día que es difícil imaginar que hoy
puedan pretender seriamente tener esta posición. Ahora, en vez de actuar
mediante las plataformas de las conferencias islámicas internacionales, se
mueven entre bastidores, esperando no ser vistos. Incluso las organizaciones
que siguen financiando, directa o indirectamente, y que continúan promoviendo
un programa despolitizado, los atacan (y a Occidente) en público, simplemente
para mantener un mínimo de credibilidad. Mientras tanto, Occidente pretende
tratar a los reyes, jeques y príncipes árabes como iguales, para dar la imagen
que conviene a sus intereses; en vez de eso, la realidad muestra que es obvio
su carácter de señorío imperial. En lugar de intentar influir en los corazones
y las mentes de los musulmanes mediante la manipulación de los símbolos
islámicos, Occidente parece resignado a influir únicamente en la macro política,
con agentes pragmáticos como los regímenes de Egipto y Turquía.
Quizá
es verdad que numerosos activistas islámicos han dejado de subrayar el papel de
los saudíes como hicieran antaño. Esto refleja el hecho que en la actualidad ya
no desempeñan ningún papel significativo; al contrario, son sobradamente
conocidos y están tan desacreditados que no vale la pena ni hablar de ellos.
Excepto cuando los musulmanes se reúnen en el Hiÿaz para el Haÿÿ, no debemos
olvidar el significado de la peregrinación a la Casa de Allah.
Hace
cerca de 150 años, cuando Gran Bretaña era la potencia dominante del
imperialismo occidental, y el Hiÿaz formaba parte del Imperio Otomano, el
cónsul británico en Yedda se dio cuenta de los peligros que representaba el
Haÿÿ. En un despacho a Londres, que modeló la política británica durante
décadas, y que quizá nunca ha sido completamente olvidado, escribió:
“El punto realmente importante para la política de
Inglaterra, creo, es el Hiÿaz como el foco del pensamiento musulmán y el núcleo
desde el cual irradian las ideas, consejos, instrucciones e implicaciones
dogmáticas... Algunas personas acuden al Haÿÿ por las razones políticas. Meca,
al estar libre de la intrusión europea, es un terreno seguro donde pueden tener
lugar reuniones, en el cual se intercambian las ideas... Hasta nuestros días,
no hemos controlado quien va y quien viene... por lo que las reuniones pueden
celebrarse en Meca, donde se forman combinaciones hostiles a nosotros sin que
lo sepamos hasta que están desencadenadas... Si este consulado pudiera tener un
agente musulmán de confianza en Meca, creo que podríamos obtener una
información de gran valía...”
Gran
Bretaña y las demás potencias imperialistas decimonónicas tenían mucha razón en
temer al Haÿÿ. Varios movimientos antiimperialistas musulmanes fueron
inspirados o formados por las experiencias de sus líderes en el Haÿÿ. En
1822-23, Sayyid Ahmad de Rae Bareli realizó el Haÿÿ; poco después lanzó
su ÿihâd contra la influencia británica en India, que fue corto y terminó
en tragedia. Años después, el Haÿÿ fue el escenario del encuentro entre el Imam
Shamil de Daguestán y el Sheykh Abdul Qader al-Yaza’iri, que estaba en guerra
contra los franceses en el Norte de África. Un encuentro así sería imposible
hoy en día: no llegarían ni a conseguir el visado.
Cuando
el Profeta (awss) realizó la Umra en el año séptimo de la Hiÿra (hégira),
ordenó a los Sahâba (r.a.) que estaban con él que descubrieran sus hombros
derechos como muestra de fuerza mientras realizaban Tawaf alrededor en la
Ka’aba. Entonces, Meca estaba gobernada por los Quraysh; hoy está en manos de “un agente
musulmán de confianza” de Occidente. Esta es la verdadera naturaleza de la
dinastía Saudí, una realidad que los musulmanes no tienen que olvidar nunca.
Fuente:
Musulmanes Andaluces
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