Bismillahi
Rahmani Rahim
Los valores corruptos que la
colonización y la globalización del monstruo occidental se encarga de imponer
mediante la imposición directa e indirecta, se ocultan bajo la fachada del
secularismo, el pluralismo, la tolerancia y el universalismo. Tras estas
máscaras seductoramente engañosas para la vulnerabilidad del desprevenido
espiritual, se encuentran las más peligrosas herramientas para la dominación
tanto cultural como espiritual de los individuos y los pueblos.
El oscuro objetivo de esta
dominación es pergeñar un mercado donde la tiranía, la opresión y la injusticia
se negocian mediante el libertinaje, los derechos humanos, el vicio consentido,
la violencia psíquica promovida desde la bestial maquinaria de la tecnología y
las múltiples oportunidades que el capitalismo demoníaco desarrolla para
reforzar la voracidad ilimitada tanto en quienes tienen como en quienes no
tienen los medios para acallarla. El resultado lógico es la esclavitud a un
sistema diabólico que nada ofrece y todo lo quita.
En pos de una ficticia igualdad
sólo cuantitativa se pretende hacernos olvidar nuestra identidad tradicional
segregándonos, limitándonos, dividiéndonos; y a quienes perciben la añoranza de
una cierta libertad espiritual se le ofrecen sucedáneos domesticadores para
sosegar ansiedades y anquilosar posibles movimientos de la voluntad. Tolerancia
es domesticación, ya que la mansedumbre del animal tolerará la tiranía del amo
sin chistar.
El Islam se levanta contra esos
valores corruptos potenciando el movimiento propio de la voluntad individual.
Esta potenciación se desarrolla mediante la correcta utilización de las
herramientas que el Creador Todopoderoso ha puesto al servicio del ser humano:
la reflexión, la inteligencia, el razonamiento y el discernimiento.
El Islam es Furqan, la
distinción entre lo correcto y lo incorrecto, lo beneficioso y lo perjudicial,
lo verdadero y lo inconsistente. Es la norma con la que podemos descubrir
nuestra posición en el mundo y con la que podemos realizar movimientos reales
de consecuencias positivas para nosotros mismos y quienes nos rodean.
El Islam nos devuelve la
identidad de Hombres libres y activos contra el servilismo indiferente del ente
global, nos hace leones entre ovejas dispuestas a ser devoradas consentidamente
por el lobo que diariamente las engorda.
Ante el desafío colonizador del
monstruo occidental (y como “occidental” nos referimos a una ideología perversa
que se define por las máscaras antes citadas y se sirve de ellas para difundir
el mal y la vileza), el Islam siempre ha suscitado Héroes Leones en la defensa
de la identidad y el espíritu tradicional. La historia recoge nombres de oro
entre aquellos que formaron parte de la Resistencia contra el invasor (y con
esto no nos referimos en nada a los secos movimientos fundamentalistas
“modernos” que en nada compatibilizan con el León Real del Islam cuya
espiritualidad dominaba sobre el mundo y cuya voluntad era fuerza generadora en
contraposición a la mundanidad destructora desprovista de toda espiritualidad
que se impone sobre el fundamentalismo, haciendo de estos movimientos un objeto
más al servicio de la maldad occidental).
Estos Héroes Leones de la
Resistencia y la insurgencia deben servirnos de ejemplo al momento de
considerar el nivel de nuestro servicio al Islam y de nuestra entrega a la Causa
de Allah contra las potencias diabólicas que agitan y perturban nuestro mundo
interior y exterior.
Por lo tanto, debemos situarnos
a comienzos del siglo XIX y observar la convulsión que el Occidente había
generado en el Mundo del Islam (África, Medio Oriente, Asia Central, India,
Oriente Próximo…). Entonces es cuando nuestros Héroes por la infinita Gracia
del Señor Todopoderoso se manifiestan y actúan. Entre ellos destaca quien opuso
una férrea resistencia contra las fuerzas invasoras de la Rusia zarista en el
Cáucaso, el Imám Shamil an-Naqshbandi.
A continuación presentamos el
excelente estudio realizado por Kerim Fenari acerca de esta gran personalidad
que ha dejado su impronta heróica en la historia del Islam.
***
El Yihad del Imam Shamil an-Naqshbandi
Kerim Fenari
Historia de
Chechenia.
El Cáucaso es una muralla
escarpada que divide a Europa de Asia, no se parece a ningún otro sistema
montañoso. Los picos más altos de Europa están aquí, en comparación, los Alpes
semejan simples espinillas. Se extiende a lo largo de 650 millas entre el Mar
Negro y el Mar Caspio, su altura media es de más de 10.000 pies. Esta
espectacular perspectiva se hace aún más infranqueable por la pendiente
vertiginosa de sus laderas. "El Cáucaso es un hombre, su cuerpo no tiene
curvas", dice un proverbio georgiano, y acantilados con caídas de más de
5.000 pies en algunos sitios, en los que torrentes helados parecen disecar el
paisaje en bloques escarpados de piedra.
La misma impenetrabilidad del
Cáucaso y la dificultad interna de comunicación, han permitido a incontables
pueblos diferentes morar aquí. El historiador Pliny (Plinio?) nos dice que los
romanos emplearon a ciento treinta y cuatro intérpretes en sus transacciones
con los clanes bélicos caucasianos; mientras el historiador árabe al-Azizi
registró trescientas lenguas, mutuamente incomprensibles, sólo en Daguestán.
Algunos pueblos caucasianos de
piel clara, como los chechenos, son descendientes de antiguos pueblos emigrados
desde Europa. Otros, incluyendo a los daguestanís, se cree que son de origen
asiático. Pero el clima áspero y el terreno imposible les ha impuesto un modo
de vida ascético común a todos. Poca agricultura es posible sobre las
vertiginosas laderas y sólo sobre las mesetas más altas se puede pastorear
ovejas con algún éxito. Tradicionalmente la gente vivía en aouls (abruptos pueblos caucasianos), fortificados con casas de
bloques de piedra y escarpadas muros para protegerse de pumas, lobos y tribus
enemigas. Construidos en los lugares más inaccesibles sobre afiladas crestas,
la única entrada a estas aldeas transcurre a lo largo de senderos pegados a un
precipicio, sin que exista otro acceso, sólo las vistas vertiginosas de los
picos cercanos y las águilas que vuelan en círculos en lo profundo.
En un paisaje tan extremo, sólo
sobrevivían los niños más fuertes. Pasando sus días en el interminable y duro
trabajo subiendo y bajando cuestas, al llegar a la madurez los hombres
chechenos y daguestanís eran nervudos y enormemente fuertes. Está registrado
que a mediados del siglo diecinueve ninguna muchacha chechena consentía en
casarse con un hombre a no ser que él hubiera matado al menos a un ruso, fuese
capaz de saltar una corriente de 23 pies de ancho y sobre una cuerda sostenida
a la altura de los hombros de dos hombres.
Los grandes abismos que
separaban los aouls conducían fácilmente a la rivalidad y a la guerra. La
vendetta sangrienta dominó la vida caucasiana , el kanli, que aseguraba que ninguna ofensa, aunque fuese leve, debía
quedar sin venganza por parte de los parientes de una víctima. Abundan los
cuentos en la literatura épica chechena de conflictos de largos siglos que
comenzaron con el simple robo de una gallina y terminaron con la muerte de un
clan entero. La guerra era constante, al igual que el entrenamiento para ella y
los jóvenes estaban orgullosos como jinetes, luchadores y buenos tiradores.
Los musulmanes nunca
conquistaron el Cáucaso: incluso los Sahaba (r.a.), que habían barrido antes a
las legiones de Bizancio y Persia, se frenaron en seco ante estas rocas
prohibidas. Durante siglos su gente siguió en sus creencias paganas, mientras
los musulmanes del vecino Irán lo observaban con terror, creyendo que el Shah
de todos los yinns tenía su capital entre sus nevadas cumbres.
Pero donde ejércitos no pudieron
penetrar, pacíficos "misioneros" musulmanes se aventuraron poco a
poco. Muchos acabaron martirizados a manos de alguna tribu salvaje airada, pero
lentamente, desde los recónditos valles hasta los elevados aouls, aceptaron el
Din. Chechenos, avaros, circasianos y daguestanís entraron en el Islam y hacia
el siglo dieciocho, sólo los georgianos y los armenios continuaban sin
convertirse.
La invasión
rusa.
Pero a pesar de esta victoria,
una amenaza nueva se agolpaba en el horizonte. En 1552, Ivan el Terrible había
capturado y destruido Kazan, la gran ciudad musulmana del Alto Volga. Cuatro
años más tarde las hordas rusas alcanzaron el Caspio. Con ellos llegaron los
salvajes cosacos, jinetes brutales que se reprodujeron casándose a la fuerza
con las mujeres musulmanas que caían en sus manos. Tan "piadosos"
como turbulentos, ellos nunca se establecieron en un nuevo lugar sin que el
primer edificio fuera una iglesia espectacular, cuyas campanas tocaron expandiendo
el imperio de los zares por las estepas.
A finales del siglo dieciocho,
la amenaza ruso-ortodoxa no había pasado inadvertida para las tribus de la
montaña. Sin embargo, su carencia de unidad hizo imposible una acción eficaz y
pronto las tierras bajas fértiles del norte de Chechenia (y el remoto oeste) el
país Nogay Tatar, fue arrebatado de manos musulmanas. Obligaron a los
musulmanes que se quedaron a ser los esclavos agrícolas de los señores rusos.
Los que se negaron o se escaparon, fueron perseguidos en una versión rusa de la
aristocrática caza del zorro. Algunos fueron desollados y sus pieles usadas
para hacer tambores militares. Las mujeres a menudo tuvieron que soportar la
confiscación de sus bebés, para que pudieran alimentar a los galgos rusos de
pedigrí y perros de caza con la leche materna.
La supervisora de esta política
era la emperatriz Catalina la Grande, quien envió al más joven de sus amantes,
conde Platon Zubov (él tenía veinticinco años, ella setenta), a realizar la
primera etapa de su sueño pan-ortodoxo por el que todas las tierras musulmanas
serían conquistadas para el cristianismo ortodoxo. El ejército de Zubov se
rompió por las orillas del Caspio, pero la alarma había sonado. El Cáucaso
apartó la atención de sus luchas internas y supo que tenía un enemigo.
Sheykh
Mansur. Primer líder muyahid del Cáucaso.
La primera respuesta coherente
al peligro vino de una de esas historias individuales oscuras pero románticas
muy típicas del Cáucaso. Se le conoce como Elisha Mansur, un sacerdote jesuita
italiano enviado para convertir a los griegos de Anatolia al catolicismo. A
pesar de la cólera del Papa, él pronto se convirtió con entusiasmo al Islam y
fue enviado por el sultán otomano para organizar la resistencia caucasiana
contra los rusos. Pero en la batalla de Tatar-Toub en 1791, su resistencia tuvo
un final prematuro y, capturado por el enemigo, pasó el resto de su vida
prisionero en un gélido monasterio del Mar Blanco, donde los monjes trabajaron
sin éxito para devolverlo al redil católico.
Ghazi
Mullah. El segundo gran líder del Yihad.
Mansur había fallado, pero los
caucasianos habían luchado como leones. La llama de la resistencia que el
alumbró pronto se extendió e inflamó por un hombre de genio: Mullah Muhammad
Yaraghi. Yaraghi era un erudito y un sufi, profundamente culto en los textos
árabes, que predicó el Camino Naqshabandi a los ásperos montañeses.
Aunque él convirtiera a muchos
miles, su principal discípulo Mullah Ghazi, un estudiante religioso de los Avar
de Daguestán, comenzó su propia prédica en 1827, eligiendo el gran aoul de
Ghimri como centro de sus actividades.
Durante los dos años siguientes
Ghazi Mullah proclamó su mensaje. Los caucasianos no habían aceptado el Islam
totalmente. Él les dijo que sus viejas leyes, adat, que se diferenciaban de una tribu a otra, debían ser
sustituidas por la Shari'ah. En particular las vendettas (kanli) debían ser
suprimidas y todas la injusticias tratadas limpiamente por un apropiado
tribunal islámico. Finalmente, los caucasianos debían refrenar sus salvajes y
turbulentos egos y pisar el camino difícil de la autopurificación. Sólo
siguiendo esta prescripción, les dijo, podrían vencer sus antiguos desacuerdos
y resistir unidos contra la amenaza rusa ortodoxa.
En 1829, Ghazi Mullah juzgó que
sus seguidores ya habían asimilado bastante su mensaje como para comenzar la
etapa final: la acción política. Viajó por todo Daguestán, predicando
abiertamente contra el vicio y volcando con su propia mano los grandes
recipientes de vino tradicionalmente almacenados en el centro de cada aoul
(aldea). En una serie de ardientes sermones impulsó a las gentes a tomar las
armas para el Ghazwa, la resistencia
armada:
" Un
musulmán puede obedecer la shariah, dar todo su zakat, hacer cada salat y sus
abluciones, sus peregrinaciones a la Meca, no son nada si un ojo ruso los
observa. ¡Sus matrimonios son ilegales, sus hijos bastardos, mientras quede un
ruso sobre sus tierras! ".
Este era el
tiempo del Yihad, proclamó. Los grandes eruditos islámicos de Daguestán se
reunieron en la mezquita de Ghimri y, aclamándolo como Imam, le prometieron su
apoyo.
Los murids de Ghimri, destacando
de otros montañeses por sus banderas negras y la ausencia de cualquier rastro
de oro o plata sobre sus armas o ropa, marcharon detrás de Ghazi Mullah
cantando el grito de batalla murid: La
ilaha illa Allah. Su primer objetivo era el aoul de Andee, que era sumiso a
los rusos; pero tan impresionante eran los murids que a la vista de sus filas
silenciosas el pueblo, antes traidor, se sometió sin lucha. Ghazi Mullah giró
entonces su atención hacia los mismísimos rusos.
En este tiempo, los rusos habían
movido a pocos colonos en la región. Grandes puestos avanzados militares se
habían establecido en los llanos al norte, en Grozny, Khasavyurt y Mozdok, pero
en otras partes el proceso de limpiar la tierra de musulmanes acababa de
comenzar. Ghazi Mullah podía contar por lo tanto con el apoyo local al atacar
la fortaleza rusa de Vnezapnaya. Sin cañones, se vio incapaz de capturarla;
pero obligaron a sus defensores, mandados por el Barón Rosen, a pedir ayuda.
Esta llegó en forma de una gran columna de alivio, que pensando que no debían
de temer nada de los musulmanes, los persiguieron por el gran bosque que
entonces se elevaba al sur de Grozny.
En los bosques oscuros los
murids luchaban por su propia tierra. Disparaban desde las altas ramas de las
enormes hayas, construían trampas y más trampas para los rusos, estoicos pero
desorientados. Metódicamente liquidaban a los oficiales enemigos capturando a
muchos soldados de infantería desconcertados. En este mundo crepuscular de
enormes hayas y maleza enmarañada, la columna rusa avanzaba pesadamente,
conducida por sacerdotes que llevaban iconos y grandes cruces, y cargados con
carros de bueyes que llevaban samovares de cinco pies y cajas de champán para
los oficiales, encontrándose paulatinamente erosionada y dispersada. Sólo
algunos restos escaparon de los bosques: la primera victoria de los muyahidin
se había logrado.
En venganza, los rusos atacaron
la ciudad musulmana de Tschoumkeskent, la cual capturaron y asolaron. Pero
ellos pagaron muy cara esta conquista: cuatrocientos rusos fueron matados en la
operación y sólo ciento cincuenta murids. Incluso mayor fue su humillación en
Tsori, un paso de montaña donde cuatro mil soldados rusos fueron detenidos
durante tres días por una barricada defendida por sólo dos francotiradores
chechenos, para su mayor disgusto.
El
advenimiento del Sheykh Shamil.
Rabiando, los rusos se
desmandaron por la baja Chechenia, quemando cosechas y destruyendo sesenta y un
pueblos. Lentamente, los murids chechenos y daguestanís se replegaron a las
montañas a su espalda. Ghazi Mullah y su principal discípulo Shamil, decidieron
resistir en Ghimri. Después de un sitio amargo, con muchas víctimas a ambos
lados, el aoul fue asaltado por las tropas rusas y encontraron a Ghazi Mullah
entre los muertos. Increíblemente, el Imam todavía estaba sentado sobre su
alfombra de rezo, con una mano sobre su barba y con la otra señalando el cielo.
Mientras tanto, su discípulo luchaba con sesenta murids en la defensa de dos
torres de piedra que parecían invencibles, liquidando con infalible puntería a
cualquier ruso que se pusiera a tiro. Por fin, cuando sólo quedaban vivos dos
murids, surgió Shamil, para inaugurar una reputación de heroísmo en el combate
que resonaría en todas partes del Cáucaso musulmán. Así describió un oficial
ruso el incidente:
"
Estaba oscuro. Por la luz de la paja que ardía vimos a un hombre a la entrada
de la casa, que permaneció parado a pie firme un poco por encima de nosotros.
Este hombre, que era muy alto y poderosamente constituido, aún permaneció
quieto, como dándonos tiempo de apuntar. Entonces, de repente, con la
elasticidad de una fiera salvaje, saltó limpiamente sobre las cabezas de la
fila de soldados que estaban a punto de dispararle, colocándose tras ellos y
blandiendo su espada con la mano izquierda redujo a tres de ellos, pero la
bayoneta del cuarto se clavó profundamente en su pecho. Con su cara todavía
extraordinaria en su inmovilidad, agarró la bayoneta, la extrajo de su propia
carne, redujo al soldado y, con otro salto sobrehumano, saltó el muro y se
perdió en la oscuridad. Fuimos dejados absolutamente sin habla. "
Los rusos prestaron poca atención
a la fuga de Shamil, confiados en que con la destrucción de la capital de los
murids ellos habían alcanzado la victoria final. No pudieron imaginar que en
sus manos les esperaban treinta años de guerra, con un precio de medio millón
de vidas rusas.
Después de su dramática fuga de
Ghimri, Shamil herido y con mucho dolor se dirigió a una saklia, una casita de campo en la hendidura de un glaciar en las
alturas de Daguestán. Un pastor avisó a su esposa Fátima, quien vino en secreto
y lo cuidó por unas prolongadas fiebres, vendándole dieciocho heridas de
bayoneta y espada. Meses más tarde, Shamil fue capaz una vez más de viajar y al
conocerse la muerte de Ghazi Mullah, fue aclamado por los musulmanes como
al-Imam al-Azam, el líder de todo el Cáucaso.
Shamil había nacido en 1796 en
una familia noble de la gente Avar de Daguestán del sur. Mientras crecía con su
amigo Ghazi Mullah, dividió su austera niñez entre la mezquita y las estrechas
terrazas alrededor de Ghimri, donde pastoreaba las ovejas de su familia. A
menudo él se asomaría al borde del abismo de cinco mil pies bajo su pueblo y
miraría el destello del relámpago en los nubarrones de abajo. En la remota
distancia, sobre las laderas, podía verse el brillo fantasmal de fuegos de
nafta, allá donde el petróleo natural burbujeaba sobre las piedras que se
queman durante años.
Este paisaje áspero y la
rigurosa educación caucasiana acostumbraron al futuro imam a una vida con pocos
placeres mundanos. Cuando sólo era un niño persuadió a su padre para que abandonara
el alcohol, amenazando con arrojarse sobre su propia daga si él no lo dejaba.
La difícil disciplina espiritual requerida de él como joven erudito parecía
venirle por naturaleza y a sus tempranos veinte años era famoso por poseer
todas las virtudes que se respetan en el Cáucaso: coraje en la batalla, dominio
de la lengua árabe, Tafsir y Fiqh y una nobleza espiritual que dejaba profunda
huella sobre todo aquel que lo conocía.
Junto con Ghazi Mullah, se hizo
discípulo de Muhammad Yaraghi, el estricto sabio místico que enseñó a los
jóvenes que su propia pureza espiritual no era suficiente: ellos debían luchar
por que prevalecieran las leyes de Allah (swt). La shariah debía sustituir a
las leyes paganas de las tribus caucasianas. Sólo entonces Allah les daría la
victoria sobre los invasores rusos.
Las primeras proezas de Shamil
como Imam fueron puramente defensivas. Los rusos, bajo el general Fese, habían
lanzado un nuevo ataque sobre Daguestán central. Cuando los rusos se acercaban
al aoul de Ashila, dos mil murids juraron sobre el Corán defenderlo hasta la
muerte. Después de una encarnizada lucha cuerpo a cuerpo por las calles, los
rusos capturaron y destruyeron la ciudad, no tomando a ningún prisionero.
Comenzaba una guerra larga y amarga.
A Shamil no le era extraña la
guerra contra los europeos. Realizando el Hayy en 1828, había encontrado al
emir Abd al-Qader, el heroico líder de la resistencia argelina contra el
francés, quien compartió con él sus opiniones sobre la guerrilla. Ambos
hombres, luchando a tres mil millas el uno del otro eran muy similares, tanto
en sus intereses de estudiante como en sus métodos de guerra. Los dos
comprendían la imposibilidad de batallas victoriosas contra los grandes y bien
equipados ejércitos europeos, y la necesidad de técnicas sofisticadas para
dividir al enemigo y atraerlo a remotos bosques y montañas donde poder realizar
rápidos y fugaces ataques guerrilleros.
La debilidad de la posición de
Shamil en el Cáucaso era su necesidad de defender los aouls. Sus hombres, que
se movían con la velocidad del relámpago, siempre podrían esquivar al enemigo o
darle un golpe por sorpresa. Pero los pueblos, a pesar de sus fortificaciones,
a los métodos de sitio rusos apoyados con la moderna artillería.
Shamil aprendió esta lección en
1839, en el aoul de Akhulgo. Esta fortaleza de montaña, protegida por
desfiladeros por tres de sus lados, estaba dividida en dos por un aterrador
abismo atravesado por un puente de setenta pies de tablones de madera. Akhulgo
ya se había llenado de refugiados que escapaban del avance ruso, y la presencia
de tantas mujeres y niños que alimentar auguraba un sitio largo y peligroso.
Pero él no se retiraría a ningún lugar remoto: aquí les hizo frente.
El ejército Naqshbandi contaba
ya con aproximadamente seis mil hombres, divididos en unidades de quinientos,
cada una bajo el mando de un naib.
Estos naibs, combatientes y estudiantes, eran un misterio para los rusos. En
los treinta años que duró la guerra caucasiana, jamás capturaron a ninguno
vivo. En Akhulgo, estos hombres fortificaron el lugar lo mejor que pudieron y
luego, por la tarde tras los rezos de la puesta del sol, subían a las azoteas a
entonar el Zabur de Shamil, el
cántico religioso que él había compuesto para sustituir a las triviales canciones
de bebedor que ellos sabían antes. Habían muchos otros cánticos; el más
familiar a los rusos era la Canción de Muerte, oída cuando una victoria rusa
parecía inminente y los chechenos se apiñaban uno junto al otro, dispuestos a
luchar hasta el final.
El ataque ruso comenzó el 29 de
Junio. Los rusos intentaron escalar las rocas y perdieron a trescientos
cincuenta hombres al lanzarles los muyahidin rocas y troncos ardiendo.
Castigados, los rusos se retiraron durante cuatro días, hasta que ellos pudieran
emplazar su artillería y bombardear los muros a una distancia salva. Pero
aunque los muros fueron reducidos a escombros, cada vez que los rusos atacaban,
aparecían los murids de entre las ruinas del aoul y los rechazaban, con pesadas
pérdidas.
Las condiciones en el pueblo,
sin embargo, se hacían desesperadas. Muchos habían muerto y sus cuerpos se
pudrían bajo el sol de verano, extendiendo un hedor insoportable. Los víveres
casi se habían agotado. Al oír estas noticias a través de un espía, el general
ruso conde Glasse, decidió un asalto total. Ordenó a tres columnas atacar
simultáneamente, dividiendo así el fuego de los defensores.
La primera columna, portando
escalas, subió a una roca al lado de un barranco. Pero desde las rocas, al
parecer desnudas del picacho contrario, el fuego dirigido por tiradores de
primera chechenos diezmó sus filas en pocos minutos. Todos los oficiales pronto
fueron matados y los seiscientos hombres, de espaldas a las rocas, quedaron
atrapados por los murids, conociendo éstos que el agotamiento y la exposición
acabaría con ellos antes del alba.
La segunda columna intentó
acceder al aoul desde el fondo del barranco. Esto también terminó en desastre,
cuando los defensores hicieron rodar rocas abajo sobre ellos, para que sólo
unas docenas regresaran. La tercera columna, que avanzaba lentamente a lo largo
de un precipicio, se vio atacada por cientos de mujeres y niños que habían sido
ocultados en cuevas por seguridad. Las mujeres cortaron el paso a las filas
rusas mientras sus niños, con dagas en ambas manos, corrían entre los rusos
acuchillándolos desde abajo. Aquí, como siempre en Chechenia, las mujeres
lucharon desesperadamente, sabiendo que ellas tenían más que perder que los
hombres. En medio de este griterío y ataque sangriento, la columna se tambaleó
y perdió terreno.
Confundido, el conde Gasse envió
un mensajero a Shamil para parlamentar. Las condiciones en el aoul eran
extremas y Shamil, con el corazón apesadumbrado, accedió a dejar a su hijo de
ocho años Yamal ud-Din como rehén, a condición de que el ejército ruso se
marchara y dejara en paz el aoul. Pero apenas el chiquillo fue puesto camino a
San Petersburgo, el bombardeo de la artillería comenzó otra vez, y Akhulgo de
nuevo fue machacado por todas partes. Shamil comprendió que había sido
engañado.
Al día siguiente, los rusos
avanzaron otra vez hacia Akhulgo y lo hallaron poblado sólo por los cuervos que
se daban un festín de cadáveres. Los supervivientes se habían escabullido
durante la noche. Los únicos musulmanes que permanecieron, aquellos demasiado
débiles para retirarse, fueron descubiertos ocultándose en cuevas cercanas, que
fueron alcanzadas con extrema dificultad. Más tarde, un oficial ruso
registraría esto así:
"Tuvimos que bajar a soldados mediante
cuerdas. Nuestras tropas casi fueron vencidas por el hedor de los innumerables
cadáveres. En el abismo entre los dos Akhulgo, la guardia tuvo que ser relevada
cada pocas horas. Más de mil cuerpos fueron contados; muchos fueron arrastrados
río abajo o se hinchaban sobre las rocas. Novecientos prisioneros fueron
tomados vivos, sobre todo mujeres, niños y ancianos; pero a pesar de sus
heridas y agotamiento, ni siquiera éstos se rindieron fácilmente. Algunos, en
un último esfuerzo, arrebataron las bayonetas a sus guardias. El llanto de los
pocos niños que quedaron vivos y los lamentos de los heridos y moribundos
completaron la trágica escena".
Shamil había hecho una tentativa
desesperada de conducir a su familia y discípulos lejos durante la noche. Su
esposa Fátima estaba embarazada de ocho meses y su segunda esposa Yawhara
llevaba consigo a su bebé de dos meses, Said. Juntos avanzaron poco a poco por
un precipicio desconocido para los rusos, hasta que alcanzaron el torrente de
debajo. Aquí el Imam derribó un árbol para construir un puente de
circunstancias. Fátima cruzó segura con su hijo menor Ghazi Muhammad; pero
Yawhara fue descubierta por un francotirador ruso, que la mató de un disparo,
cayendo junto a su niño al torrente en cuyas furiosas aguas desaparecieron ambos.
Lentamente, Shamil, su agotada
familia y los muyahidin supervivientes, esquivaron las patrullas rusas,
ayudados ahora por los ghimrís que se habían acercado al lado ruso. Una vez
encontraron un pelotón ruso y en la consiguiente lucha, el joven Ghazi Muhammad
recibió una herida de bayoneta. Pero la espada de Shamil dio buena cuenta del
oficial ruso, cuyos hombres huyeron aterrorizados. Eran libres de nuevo. Como
en Ghimri, el Imam había efectuado una fuga milagrosa. El informe del conde
Grabbes describió la captura de Akhulgo en encendidos términos: " La secta Murid -escribió- ha caído con todos sus seguidores y
partidarios ". El zar estaba encantado; pero de nuevo las
celebraciones rusas eran prematuras. Mientras Shamil era libre él era invicto.
Y Moscú otra vez había dado al Cáucaso la razón para buscar su libertad.
En 1840 Shamil levantó un nuevo
ejército y otra vez desplegó sus banderas negras. Con los rusos perdiendo
terreno a lo largo de la costa del Mar Negro ante un levantamiento circasiano,
las condiciones fueron favorables para una importante campaña, y hacia el final
del año, el Imam había vuelto a tomar Akhulgo, y había conducido a sus fuerzas
sobre los llanos de la baja Chechenia, capturando fortaleza tras fortaleza. La
respuesta rusa era caótica. Una salida conducida por Grabbe causó la muerte de
más de dos mil rusos. Un nuevo comandante, el general favorito de los zares
Neidhardt, prometió su peso en oro a quien capturara a Shamil, pero todo fue en
vano. Una y otra vez las legiones imperiales, adentradas en los oscuros
bosques, fueron divididas y aniquiladas.
Las técnicas de Shamil, mientras
tanto, mejoraban con el tiempo. En una ocasión atacó una posición rusa con diez
mil hombres para reaparecer, menos de veinticuatro horas más tarde, a cincuenta
millas de distancia y atacar otro puesto avanzado. Una hazaña asombrosa! Un
historiador militar ha escrito: " la
rapidez de esta marcha sobre las montañas, la precisión de la operación
combinada y sobre todo el hecho de que esto fue preparado y realizado bajo la
atenta vigilancia de los rusos, autoriza a clasificar a Shamil como algo más
que un líder guerrillero, igualándolo a los de más alto rango ".
El siguiente movimiento de Rusia
fue un audaz ataque con diez mil hombres sobre Dargo, la nueva capital de
Shamil. El comandante, el general Vorontsov, avanzó por Chechenia y Daguestán
Central encontrando poca resistencia y hallando que Shamil quemaba los aouls
antes que permitir que cayera en sus manos. Confiado y despectivo hacia la
"chusma asiática", decidió acometer las últimas diez millas de bosque
que lo separaban de Dargo y de los guerreros de Shamil. Pero cuando los rusos
llegaron, otra vez encontraron que shamil había incendiado el aoul y había dado
la vuelta para volver sobre sus pasos. El desastre los alcanzó. Shamil había
observado su avance por su telescopio y con calma había ordenado que sus murids
tomaran posiciones desde las cuales emboscar y acosar a los rusos. Luchando
junto a los musulmanes habían seiscientos desertores rusos y polacos, que
consternaban a la tropa rusa cantando viejas canciones de soldado por la noche;
sus voces de burla se elevaban misteriosamente desde las ocultas profundidades
del bosque.
Shamil había colocado cuatro
cañones ligeramente encima del aoul devastado, y los rusos cargaron sobre ellos
y los tomaron con poca dificultad. Pero su camino de regreso por maizales que
ocultaban docenas de murids que se levantaban para disparar, ocultándose otra
vez antes de que los aturdidos rusos pudieran disparar. Ciento ochenta y siete
hombres murieron antes de que los restos de esta columna se volvieran a juntar
con el ejército principal. Ni siquiera coser a bayonetazos a los prisioneros
chechenos podía levantar el ánimo de los rusos tras este presagio de desastre
inminente.
Los rusos comenzaron a retirarse
por el bosque. Pero los bosques ahora estaban vivos con enemigos invisibles.
Barricadas deslizadizas bloquearon su camino y les obligaron a abandonar los
senderos, encaminándolos hacia emboscadas y confusión sangrienta. Cientos de
rusos murieron, incluyendo dos generales. La pesada lluvia convirtió los
caminos en fango e inutilizó los rifles por lo que, de vez en cuando, los dos
lados luchaban silenciosamente con piedras y manos desnudas. Para evitar a los
francotiradores invisibles, el aterrorizado Vorontsov insistió en ser llevado
dentro de una caja de hierro a hombros de un coronel. Así, atrapado con más de
dos mil heridos y quedándoles sólo sesenta balas a cada uno, los rusos
desesperados enviaron mensajeros al general Freitag en Grozny, pidiéndole
refuerzos.
En este momento crucial, el Imam
Shamil recibió noticias de que su esposa Fátima se estaba muriendo.
Inmediatamente dio órdenes para la continuación de la batalla y viajó todo el
día al aoul en que ella estaba. Después de que muriera en sus brazos, regresó
para descubrir con profunda angustia que sus hombres le habían desobedecido.
Dispersándose al ver las tropas de Freitag, habían permitido a la columna de
Vorontsov escapar del bosque sin nuevas pérdidas. Shamil hirvió de furia y con
ferocidad denunció a los que habían mostrado temor en vez de obtener la
victoria. Pero Rusia lo había pagado caro, en el suelo del bosque de Dargo
habían quedado los cuerpos de tres generales, doscientos oficiales y casi
cuatro mil soldados de infantería. Incluso hoy los soldados rusos recuerdan la
catástrofe de Dargo en una sombría canción:
"En el calor de mediodía, en el valle de
Daguestán, con una bala en mi corazón estoy tumbado... "
Durante otros diez años, las
banderas de Shamil volaron sobre Chechenia y Daguestán, proclamando lo que los
caucasianos todavía llaman el Tiempo de la Shari'ah. El zar, que echaba humo en
su enorme palacio de San Petersburgo, recibía mensaje tras mensaje de sus
generales elogiando sus propias victorias; pero Shamil aún gobernaría.
Vorontsov, Neidhardt y otros fueron retirados y murieron en la dorada
oscuridad. Peor en 1851, dieron el mando a un hombre más joven, el general
Beriatinsky, el diablo moscovita, quien cambiaría el curso de la guerra para
siempre.
El nuevo comandante ruso conocía
a su enemigo, y en consecuencia adaptó sus técnicas. Sabía que los chechenos
tenían aversión a entrar en batalla sin haber efectuado sus abluciones (wudu),
entonces el se aseguró de que grandes presas fueran construidas para cortar el
abastecimiento de agua a sus opositores. Adoptó una política de sobornar
pueblos para que aceptaran la autoridad rusa y retrasó el proceso de enserfment
indefinidamente. Terminó de manera informal con la antigua política de matar a mujeres
y niños durante la captura de los aouls. Pero su innovación más significativa
fue su larga y lenta campaña contra los bosques. Al igual que los americanos en
Vietnam y los franceses en Argelia, comprendió que su enemigo sólo podría ser
derrotado en campo abierto. De esta forma, encomendó a cien mil hombres talar
los grandes bosques de haya de la región. Algunos eran tan enormes que las
hachas resultaban inadecuadas y hubieron de emplear explosivos. Poco a poco,
los bosques de Chechenia y Daguestán desaparecieron. Mientras Shamil, que
observaba desde las alturas, no podía hacer nada para impedirlo.
En 1858 estalló la última gran
batalla. La gente ingush, expulsada de sus aouls por los rusos a campos
alrededor de Nazrán, se rebeló y pidió ayuda a Shamil. Bajó de las montañas a
caballo con sus muyahidin, pero sufrió una gran derrota bajo los cañones de una
columna de refuerzo enviada para apoyar a la guarnición asediada. Cuando
regresó a las montañas, se encontró con que el apoyo de sus gentes comenzaba a
disiparse. Todos los aouls prefirieron rendirse a los rusos antes que ser
sitiados y destruidos inevitablemente. Incluso algunos de sus lugartenientes
más fieles lo abandonaron y dirigieron tropas rusas para atacar sus pocos
reductos restantes.
En Junio de 1859, Shamil se
retiró al más inaccesible de todos los aouls: Gounib. Aquí, con trescientos
murids leales, decidió ofrecer su última resistencia. Rechazaron a los rusos
muchísimas veces pero finalmente, después de muchas súplicas y ante la amenaza
de Beriatinsky de matar a su familia si el no era capturado vivo, acordó
deponer las armas.
Así terminó el Tiempo de la
Shari'ah en el Caúcaso. El imam fue conducido al norte, para encontrarse con el
zar y luego fue desterrado a una pequeña ciudad cerca de Moscú. Allí vivió con
una pequeña parte de su familia y parientes, hasta que en 1869 el zar le
permitió marchar y vivir retirado en las Ciudades Santas. Su último viaje por
Turquía y Oriente Medio fue tumultuoso, rodeado de enormes muchedumbres que acudían
a aclamar al Imam, cuyo nombre era una leyenda en todos los rincones de las
tierras del Islam.
Su hijo Ghazi Muhammad, liberado
del cautiverio ruso en 1871, viajó para encontrarlo en La Meca. Sin embargo,
llegó cuando el Imam estaba lejos, visitando Medina. Cuando estaba
circunvalando la Sagrada Kaaba, un hombre andrajoso con turbante verde gritó: " Oh, creyentes! rezad ahora por la
gran alma del Imam Shamil! ".
Esto era verdad. Aquel mismo
día, Shamil, murmurando: "Allah,
Allah", había pasado a la vida eterna en el Paraíso. Fue enterrado
entre grandes multitudes y mucha emoción, en el Cementerio Baqi. Pero su nombre
vive todavía y aún hoy, en las casas de sus descendientes en Estambul y en
Medina, en pisos cuyas paredes todavía son adornadas por descoloridas banderas
negras, las madres cantan a sus niños palabras que se recordarán mientras
queden musulmanes vivos en Chechenia y Daguestán:
Oh, montañas de Gounib!
Oh, soldados de Shamil!
La ciudadela de Shamil estaba llena de
guerreros,
Sin embargo ha caído, ha caído para siempre...