La música es sin duda una de las artes más
hermosas que nos lleva a conocer el sentir de un pueblo, y en la cultura
islámica constituye junto a la poesía una de las formas de expresión más
importantes de su civilización. El historiador y poeta cordobés Ibn ‘Abd
ar-Rabbihi (m. 940) en su obra ‘Idq al Farid (El collar único)
dice a propósito de ambas disciplinas que "La música y la poesía acompañan
al musulmán desde que nace hasta que muere".
El artista árabe encontró
en la música y en la poesía esa evasión que le permitía plasmar el genio que
encerraba en su interior, de ahí que su patrimonio sea una de las más bellas
huellas que ha ido dejando a través de su andadura histórica como un auténtico
museo oral. Dentro de este patrimonio, la música andalusí, dadas sus
características, es un hecho cultural imprescindible para el conocimiento de la
civilización islámica en su rama andalusí. Sin embargo, para poder llegar a
comprender esta música que adquirió identidad propia en al-Andalus, y que más
tarde pasaría a Oriente y el Magreb, haremos un paseo rápido por tierras de
Oriente, donde encontraremos el germen de una música que siglos después
brotaría en el Occidente musulmán como música culta. Esta música ha llegado
hasta nosotros dentro del contexto de las diferentes nawba-s o nûbas,
especie de suite de corte clásico compuesta de una serie de piezas
instrumentales y vocales, que constituyen una parte importante de su patrimonio
musical.
Las primeras
manifestaciones musicales islámicas como arte autóctono aparecen durante el
período preislámico en la región del Hiÿaç, es decir, la actual Península
Arábiga. Se trataba de los primitivos cantos monódicos conocidos como Huda
que acompañaban a los beduinos en su marcha de caravanas por el desierto a
través de las rutas del comercio, y en las que el canto del camellero iba unido
al paso del camello. Durante sus acampadas nocturnas los beduinos acostumbraban
a reunirse improvisando versos que acompañaban con la música de instrumentos de
cuerda como la ribaba, especie de rabel artesanal de dos cuerdas tañido
con arco sobre las rodillas. Este instrumento servía para sostener la voz,
mientras el ritmo se marcaba con membranófonos como el daff, origen del
adufe o pandero circular.
En este contexto surgió
la figura de la qayna (pl. qiyân ) , esclavas cantoras al
servicio de los mercaderes, que con sus cantos y danzas amenizaban las paradas
de las caravanas en los centros comerciales próximos a Meca y Medina. Estas
auténticas rapsodas de poemas épico-líricos cantados se acompañaban de
instrumentos de percusión tipo adufes y tamborcillos de diversos tamaños. Durante
la primera etapa del Islam, los instrumentos quedarían un tanto eclipsado ante
el canto en la llamada al salat del muecin. Pasado el primer período de
nacimiento del Islam en el que, salvo excepciones, sólo se escuchaba el canto
del Corán, empezaron a perfilarse leves bosquejos musicales en los centros de
Meca y Medina. Esta apertura tuvo lugar durante el periodo omeya, y con la
expansión del Islam a otras tierras, lo que llevó a los árabes a entrar en
contacto con otros pueblos y culturas y, como consecuencia, con otros tipos de
música. Este hecho contribuyó a enriquecer su patrimonio, y con ello se dio
paso a una música más depurada y artística.
El período más floreciente se produjo con
la llegada de los ‘abbasíes al poder en el año 750. Bagdad, ciudad fundada por
el califa al-Mansûr entre los años 754-755, pasó a ser el centro de todas las
artes. La música fue protegida y mimada por los califas ‘abbasíes, algunos de
ellos poetas y compositores, considerándose esta época como la Edad de Oro de
la música islámica. En Irak nació una dinastía de filósofos liderada por
al-Kindi (s. IX), quien basándose en los filósofos clásicos griegos, aplicaría
las teorías neo-platónicas de la Armonía Universal al laúd, considerado como el
"sultán de los instrumentos islámicos. A al-Kindi le sucederían los Ijwan
al-Safâ' (s. X), al-Farabi (s. XI), y Safî ad-Dîn al-Armawi (m. 1294) entre
otros. Entre los músicos bagdadíes destacaron Ibrahim al-Mawsuli y su hijo
Ishâq, y califas músicos y compositores como al-Mu’ttab e Ibrahîm al-Mahdî,
quienes crearon una doctrina musical inspirada en las teorías neo-platónicas.
Todo ello contribuyó al florecimiento de la música, y a la creación de géneros
musicales clásicos basados en la riqueza melódica del maqâm (pl.
maqâmât).
Según
el testimonio del al-Isfahanî, autor de uno de los primeros tratados de música
conservados, el Kitâb al-Agânî (el libro de las canciones), en la Bagdad
‘abbasî surgió la nawba o suite clásica oriental, que posteriormente se
desarrollaría en al-Andalus. Durante este periodo, y en la corte del califa
Harûn ar-Rashid, apareció una figura clave en la histórica de la música, se
trataba de Ziryâb, músico de origen persa, y tañedor de laúd en la corte del
califa. Las cualidades de Ziryâb debidamente probadas ante el califa Harûn
ar-Rashid, provocaron las envidias de su maestro, el también laudista Ibrahîm
al-Mawsulî, de ahí que decidiera emigrar a otras tierras donde encontraría la
protección adecuada para su arte.
Con la asunción del Islam
en la Península Ibérica y la creación del califato de Córdoba, surgió un
elemento nuevo en el que se conjugaba el ideal islámico y el andaluz o hispano,
hasta formar una línea en el horizonte que engendraría un nuevo hecho histórico
y cultural llamado al-Andalus.
Córdoba, como capital del
califato, fue el alma oriental en la que el Islam fue cincelando y amalgamando
una serie de formas, hasta llegar a crear ese elemento andalusí que sería el
producto de la fusión de dos culturas: la islámica-andalusí y la autóctona,
impregnado con elementos bereberes y judíos, como consecuencia lógica del
mosaico de culturas que convivían en franca armonía.
En este medio se
desarrollaría la nawba, composición clásica cuyos orígenes, como
anteriormente indicaba, los encontramos en el siglo VIII en Oriente. Este
término, que en principio expresaba el "turno" que debían esperar los
músicos al presentar su actuación ante el califa, pasó posteriormente a
aplicarse a las improvisaciones de cada músico. Sin embargo, en al-Andalus el
término nawba se aplicó a la música clásica de tipo modal que
interpretaban las diferentes orquestas.
Ziryâb en su huida de
Bagdad se refugió en principio en la corte Fatimî de Kairauán, y más tarde fue
invitado por al-Hakam I a residir en su corte en Córdoba. La llegada del músico
bagdadí a esta ciudad se produjo con la subida al trono de ‘Abd ar-Rahmân II,
emir protector de las artes. Ziryâb destacó como auténtico mecenas en su corte,
trayendo a Córdoba toda la pompa y el boato de la corte bagdadí, y
convirtiéndose en su auténtico mecenas. Como compositor y músico encontró en
al-Andalus, una tierra de respetuosa convivencia, el terreno adecuado para
seguir la tradición oriental, al mismo tiempo que pudo desarrollar su espíritu
creador y renovador .
Durante el reinado del
primer emir omeya, 'Abd ar-Rahmân I, se había producido la llegada a Córdoba de
los primeros cantores orientales procedentes de las escuelas clásicas,
destacando la figura de una esclava-cantora medinesa llamada ‘Ayfâ. Según el
historiador al-Maqqarí (s. XVI), con al-Hakam I entraron dos cantoras
procedentes de la escuela clásica de Medina llamadas Allûn y Zarqûn. La
tradición de esclavas-cantoras orientales se intensificó con ‘Abd al-Rahmân II,
quien les dedicó uno de sus palacios, Dar al-Madaniyyat (La casa de las
medinesas), destacando entre ellas: Faql y Qalam; esta última permaneció un
tiempo en Medina aprendiendo el llamado canto medinés. A lo largo de la
etapa omeya se observa el aprendizaje de cantoras y músicos árabo-musulmanes y
cristianos de al-Andalus en las escuelas clásicas orientales.
Ziryâb creó en Córdoba
las primeras escuelas de canto que reunirían a cantoras y músicos procedentes
de las escuelas clásicas orientales junto a las andalusíes, entre las que se
encontraban sus propias hijas: ‘Aliyya y Hamdûna. Estableció al mismo tiempo un
método de canto que condensaba las bases de nuestra enseñanza tradicional, con
fases de vocalización, frase, declamación y lírica, así como las normas que
debían regir los conciertos, llegando a establecer las reglas de lo que
posteriormente se conocería como nawba .
El laúd clásico oriental
contaba con cuatro cuerdas dobles: ramal maya, husayn y dîl. En
al-Andalus, Ziryâb le añadió una quinta cuerda, situándola entre la segunda y
la tercera. A fin de conseguir mayor sonoridad, colocó las dos primeras cuerdas
fabricadas en hilo de seda y metidas en agua fría, mientras las tres restantes
eran de tripa de cachorro de león. Incorporó como novedad el plectra o pluma de
ave para tañerlo. Esta forma clásica aún hoy podemos verla entre los grupos de
orquestas tradicionales de música garnatí (granadina) en Argelia.
Asimismo, puso en práctica técnicas de educación básica de la voz, innovando
los aspectos formales, instrumentales y pedagógicos de la música; de ahí que su
figura sea de vital importancia en la historia de la música de al-Andalus.
Según el testimonio de
al-Kinânî, médico cordobés y amante de la música, sus enseñanzas impartidas a
través de las escuelas fueron las auténticas transmisoras al resto de la
península ibérica, y posteriormente a Europa, de la música y los instrumentos
andalusíes. Prueba de esta influencia islámico-andalusí, son las diferentes
representaciones iconográficas de instrumentos islámicos en la rica colección
de botes, arquetas y marfiles, y en la amplia gama de viñetas insertas en
algunos códices medievales cristianos.
Las huellas andalusíes
aparecen también esparcidas en el contenido del Romancero, y en algunos
cancioneros medievales. Así, las estructuras de formas estróficas como la muwashshaha
y el zéjel, géneros creados en al-Andalus en los siglos IX y XI
respectivamente, se ven reflejadas en una parte importante de los villancicos
recogidos en los cancioneros cristianos, en la lírica tradicional
galaico-portuguesa, a través de las cantigas de amigo, y en las formas
poéticas y musicales de los trovadores franceses.
Con la llegada de los
Reinos de Taifas, la música gozó de un verdadero período de esplendor. Las
escuelas de música acogían a mujeres, tanto a musulmanas como cristianas que,
tras una dura etapa de formación en filosofía, geometría, astrología, geografía
y música entre otras disciplinas, algunas de ellas pasarían a formar parte de
orquestas, amenizando las tertulias palaciegas y cortesanas. Cortes almohades
como la del rey ‘abbadí de Sevilla al-Mu’tamid ibn al-‘Abbas, de Ibn Mardanis
señor de Valencia y Murcia, Ibn ‘Abbas de Almería, y en la del rey al-Ma’mûm de
Toledo, eran conocidas por contar con importantes orquestas compuestas de
músicos y cantoras musulmanas andalusíes, y por rodearse de reconocidos poetas
y poetisas del mismo origen.
La literatura andalusí
está sembrada de poemas que destacan las dotes de estas cantoras y danzarinas.
Recogemos este poema del rey al-Mu’tamid de Sevilla escrito en su destierro en
Agmat, y que recoge su sentir con respecto a las rumiyyât o cantoras
cristianas:
Estas cristianas rumiyyâs
que me eran tan queridas,
y emplazaban con sus
cantos
a las palomas de las
altas ramas.
De esta forma, la música
y la poesía pasaron a formar parte de las fiestas de los emires y príncipes
musulmanes y cristianos, así como de su entorno. Con la capitulación del último
rey nazarí de Granada, todo este caudal musical se vio desplazado en la memoria
de los andalusíes a tierras del Magreb.
Si situamos el término andalusí
en su realidad histórica, aplicaremos dicho término a la fusión del
elemento islámico de al-Andalus durante la etapa comprendida entre los años 709
a11492. Sin embargo, contando con los decretos de conversión formulados en
Castilla el año 1501 para aquellos andalusíes que decidieran quedarse en la
Península, y en Aragón en 1526, aplicaremos el término "morisco" a
aquellos que decidieron quedarse a partir de estas fechas, ya los que fueron
expulsados en los siglos XVII y XVIII y se asentaron en los diferentes puntos
del Mediterráneo.
La documentación
conservada durante los siglos XV al XVIII, con respecto a la música de los
focos moriscos en la Península, sólo dan noticias sueltas sobre su música
popular, y en ellas generalmente aparecen compartiendo zambras y
lailas con los cristianos y otras comunidades marginadas. Sin embargo, el
manantial de noticias que no deja de fluir, nos permite ir lentamente
reconstruyendo esta parte de nuestro patrimonio.
El núcleo de la música
clásica conocido como nawba, o en su registro dialectal como nûba, aunque
de orígenes orientales, evolucionó y floreció en al-Andalus, de ahí que en ella
se entremezcle el poso oriental con las aportaciones de la música cristiana
medieval, y todo ello aderezado con la aportación de la música bereber y judía,
reflejo del crisol de culturas que atesoraba el territorio de la península
ibérica conocido como al-Andalus.
El germen oriental traído desde Bagdad por
Ziryâb en el siglo IX nos lleva cada vez más a pensar que la nawba empezó a perfilarse
durante el período omeya, tomó cuerpo durante la etapa de los Reyes de Taifas,
almorávides y almohades, llegando a configurarse durante el período nazarí en Granada.
La música clásica que se
escuchaba en al-Andalus se abrió paso en Oriente a partir del siglo XIII con el
canto de la muwashshaha, y llegó a crear su propia escuela conservada
hasta hoy bajo la denominación de wasla o suite clásica oriental de
origen andalusí. Con la expulsión de los andalusíes de la Península pasó al
Magreb aunque con un proceso diferente al que se desarrolló en Oriente. El gran
amor y el deseo de los andalusíes de preservarla en su hégira por el Magreb,
unido a la fuerte acogida con que la recibieron los magrebíes y la han
mantenido durante cinco siglos, ha hecho posible su conservación hasta nuestros
días.
En el siglo XVIII,
al-Ha’îk, un tetuaní de origen andalusí como él mismo lo hace constar en su Kunnâsh
o Cancionero, recopiló en su manuscrito aquello que había aprendido
de forma oral de sus maestros en música y poesía. El Kunnâsh al-Hâ’ik o Cancionero
de al-Hâ’ik es el primer documento completo que recoge una parte importante
de la tradición musical andalusí. A esta obra clave en la historia de la música
andalusí-magrebí se unen diferentes aportaciones anteriores y
posteriores de autores magrebíes, que nos permiten reconstruirla. Entre ellos
cabría destacar a al- Wansharîsî (m. 1549) y al-Fâsî con su tratado sobre los
modos escrito en el año 1650, así como las recopilaciones de al-Bû’sâmî (s.
XVII), al-Hâ’ik (s. XVIII), al-Yâmi’î (s. XIX) y al-Tadîlî (s. XIX-XX),
entre otros, con sus respectivos repertorios.
Estos documentos sobre la
historia y la evolución de esta música, son un ejemplo evidente de que la
cadena de transmisión no se rompió con el paso de los siglos, y gracias
a la fuerza de los eslabones que han ido forjando estos auténticos
conservadores y difusores magrebíes, se ha mantenido fuerte hasta nuestros
días.
Sobre la música y sus
efectos terapéuticos, a menudo encontramos tratados musicales orientales que
hablan acerca de los resultados que ejerce sobre el espíritu de aquel que la
escucha. al-Hâ’ik no es ajeno a esta matización, y la introducción de su
Kunnâsh o Cancionero está sembrada de frases alusivas a la
relación: música y medicina. Como recopilador y transmisor de la música de su
tiempo, toma de obras anteriores como el ‘Iqd al-Faîld (El collar único) del
historiador y poeta cordobés Ibn 'Abd al-Rabbihi (m. 940), en el volumen
dedicado a la música; Kitâb al-yaqût al-zanitat (El Libro del segundo rubí),
el Kitâb al-Mustatraf fi kulli fann mustazraf de al-Ibshîhî (s. XIV), y
el Kitâb al-ibtihâÿ bi-nùr as-sirâÿ de Ahmad ibn Ma'mûn al-Balgizî.
En el capítulo II de la
introducción de su Kunnâsh titulado: Sobre su utilidad y
aprovechamiento, dice a propósito de la música; "Entre gran parte de
los médicos predomina la teoría, que la buena voz penetra en el cuerpo,
tranquiliza el corazón, y se estremecen los miembros, y que todas las cosas
fatigan al cuerpo salvo la música, que no fatiga ni al cuerpo ni a sus
miembros, por ser descanso del alma, primavera del corazón, distracción del
afligido, entretenimiento del solitario, y viático del viajero, debido al
efecto que produce la voz hermosa sobre el cuerpo, invadiéndolo todo. Allâh no
creó nada que influyera más sobre los corazones, ni que más subyugara a los
sentidos que la buena voz, sobre todo cuando viene de un rostro hermoso, y no
le está permitido a ningún musulmán reprochar a quien se sienta atraído por
ella, puesto que emana de la dulzura y la sutileza del alma, y del equilibrio
del temperamento, y no puede negarlo sino el terco de carácter, y el perturbado
de mente".
Este pasaje es un calco
tomado de los tratados anteriormente citados en sus capítulos correspondientes
a: "La voz hermosa" (Fî-l-sawt al-hasan). En ellos se pone de
manifiesto el efecto terapéutico que produce la buena voz en el ánimo de aquél
que la escucha.
A continuación, al-Hâ’ik
retorna un poema del poeta magrebí ‘Abd al-Yabâr al-Faÿiÿi (m. 1579) sobre
la música, del que extraemos estos versos:
Aquél a quien no le
conmueve la primavera y sus flores,
ni el laúd cuando le
pulsan los dedos,
ni se impresiona con la
música y lo que la envuelve,
ni busca la dicha cuando
se resiste,
ni se inquieta al
contemplar las gacelas y los antílopes,
cuando se detienen o les
persiguen los galgos,
entonces, es un
perturbado de nacimiento,
y no hay duda que tiene
la naturaleza del asno.
Tawîl. Trad. M. Cortés
El objetivo primordial de
al-Hâ’ik al escribir su Kunnâsh era transmitir aquello que a lo
largo de los años había aprendido a través de las fuentes orales y escritas
relacionadas con la música y la poesía. Sin embargo, conocedor de la postura
que algunas escuelas jurídicas presentaban acerca de la música y el canto,
intentó revestir su obra de un carácter más trascendente, de ahí que en la
introducción aparezcan citas constantes de ulemas, cadíes, hadices y frases
coránicas alusivas a la música y su licitud, unido al significado curativo que
su audición ejercía en el alma humana, en una intención clara de justificar su
contenido. Postura, por otra parte, habitual en los autores de tratados
musicales.
De este modo, y
continuando su disertación sobre la música y sus propiedades, nuestro autor
toma estos versos del también poeta marroquí Abû Muhammad al-Sabbâg, en los que
intenta demostrar su licitud, así como la paz y el reposo que proporciona al
alma:
Aquél que no se conmueve
con la dulzura de la música,
es ciego de corazón y
entendimiento,
pues los del Hiÿaç que
son inteligentes,
la consideran lícita, y
ninguno la desaprueba.
El enviado de Allâh ha
dicho:
'Adornad con vuestras
voces los versículos del Libro Puro,
y si estás enamorado de
la música y su dulzura,
me basta con seguir el
ejemplo del noble lbn Ya’far,
pues cuanto más hermosa
es la voz del hombre,
un adorno deja traslucir
en ella la musicalidad del poema.
Aquél que reprocha la
música,
está envuelto en la
ignorancia que no le deja ver.
Los sufíes se apasionaron
por ella,
a fin de inflamar el
ardor de su fuego que no ardía.
El Profeta David adornó
los salmos acompañado de su flauta,
con lamentos en presencia
de todos.
¡Por Allâh!, el descanso
que sienten los espíritus con la melodía,
es un secreto oculto al
ser humano.
Tawîl. Trad. M. Cortés.
Al-Hâ’ik cierra este capítulo insistiendo una vez más sobre la necesidad de
escuchar música, y añade: "La melodía induce a elevar la moral, haciendo
el bien, fomentando la armonía entre los familiares, defendiendo el honor, y
tolerando las faltas, y cuando le lleva al hombre a llorar sus culpas, la
dureza de su corazón se debilita con ella".
La historiografía musical
islámica y andalusí cuenta en su haber con un elevado número de filósofos como
al-Kindî (s.IX), los Ijwân as-Safa' (s. X), al-Farabi (s. XI), Ibn Sina
(Avicena) (s. XI), al-Armawî, Ibn Rush (Averroes) (s.XII), Ibn Bayya (Avempace)
(s.XII), e Ibn Saba’în (s.XII) entre otros, que trataron en sus obras la música
desde el punto de vista filosófico, y la relacionaron con el Cosmos. Fruto de
estos estudios son algunas de las rasâ’il o epístolas y los
tratados breves que sobre ellos se conservan, que hablan de la relación que
existe entre la Naturaleza y la Armonía del Universo, aplicada al laúd y sus
cuerdas.
El laúd está considerado
como "el sultán de los instrumentos islámicos" y, centrándose en la
cosmogonía y la cosmología que encierran sus cuerdas, estos filósofos
elaboraron su propio sistema de notación musical. Las cuatro cuerdas que en
origen tenía este instrumento: zîr, maznâ, mazlâz y bamm, según
la terminología andalusí; dado su color, estaban relacionadas con los cuatro
humores del cuerpo. La zîr es la primera de las cuerdas y aparece teñida
de color amarillo, símbolo del fuego, de ahí que represente a la bilis, y su
timbre agudo active la circulación. La maznâ es la segunda cuerda, y
aparece teñida de rojo, por la dulzura de su sonido y su frescura, simboliza el
aire. Su humor es la sangre, y por los efectos que ejerce sobre la circulación,
está indicada contra la melancolía. La mazlâz es la tercera, su color
blanco simboliza el agua, y como humor tiene la flema. El poder de su audición
reside en amortiguar la tristeza, calmando las enfermedades de tipo digestivo.
La cuerda bamm es la más grave, por su color negro y la profundidad de
su tono, simboliza la tierra, y tiene como humor la melancolía. Al escucharla,
los espíritus inquietos sienten como lentamente disminuye el ritmo
circulatorio, llevando la paz a su alma.
Este poema anónimo
referido al laúd y sus cuerdas recogido por al-Hâ’ik, es un ejemplo
evidente de esa naturaleza humana que imprimieron los filósofos al instrumento:
Mira cómo las cuerdas han
adoptado
un carácter como la
naturaleza humana.
La zîr es la primera,
porque su sollozo
es la queja del enamorado
y la embriaguez del ebrio.
La maznâ ríe y juega con
reproche
cuando juguetean con ella
los dedos.
La mazlâz es la triste,
porque está acostumbrada al llanto,
y vibra con el movimiento
del indeciso.
La bamm baja su voz como
si estuviese fatigada,
llorando el enamorado por
el dolor del abandono.
Tawîl, Trad. M. Cortés.
El contenido de algunas sana’ât
del Kunnâsh refleja también esa vida que transmiten las cuerdas.
Veamos esta muwashshaha que recoge la citada obra en la nawba Ramal
al-Mâya, ritmo qâ'im wa-nisf, y que debía cantarse en el modo al-Husayn,
y de la que extraemos algunos versos:
La luna del rostro
es única para los
sentidos.
Me invade la excitación
del vino
con la melodía del muzânî
que da salud y vivifica.
Cuando llegan las
alegrías,
el más afligido y
desgraciado
vuelve a vivir los
momentos felices,
ya sentir la belleza de
los cantores.
Hazaÿ. Trad. M. Cortés.
Los tratados musicales
orientales recogen asimismo la relación existente entre los humores del cuerpo
y los modos musicales, considerados estos últimos como base melódica del canto.
El término musical tab’ (pl. tubû’), es decir, "modo",
expresa la naturaleza mágica y mística que esta música encierra. De esta forma,
tomando a la naturaleza como epicentro y generadora de vida, los filósofos
relacionaron los cuatro humores del cuerpo con los cuatro elementos de la
naturaleza. La ya citada urÿuza o poema sobre los modos en al-Andalus,
conocida como Fî-l-tabâ’i’ wa-l-tubû’ wa-l-usûI (Sobre los humores, los
modos y sus orígenes), refleja perfectamente la relación cósmica que existe
entre los cuatro humores, los cuatro elementos de la naturaleza y los cuatro
modos principales. Extraemos de ella los primeros versos que dicen así:
Los humores que existen
en el mundo son cuatro,
de la misma forma que los
modos en general:
El primero es la
atrabilis cuyo humor es la tierra,
por lo fría y seca la ha
distinguido la humanidad.
La flema tiene como humor
el agua, húmeda y fría.
Del humor del aire y del
calor está regida la sangre.
La bilis tiene como humor
el fuego, y su calor abrasa
por la sequedad que posee
por designio de Allâh.
Tawîl. Trad. M. Cortés.
La simbología del color
de las cuerdas del laúd y su relación con los humores del cuerpo parece haberse
plasmado en la indumentaria tradicional de las orquestas marroquíes. No sé
exactamente qué parte habrá de historia y qué de leyenda en esta relación, pero
según me contaba un gran amigo músico y musicólogo fasî, el traje tradicional
está compuesto por una chilaba blanca símbolo de la cuerda mazlâz, las
babuchas (calzado) amarillas representan a la cuerda zîr, el tarbush o
bonete con que se cubren la cabeza es rojo y simboliza la cuerda maznâ, mientras
la borla que pende del mismo es negra como la cuerda bamm , que según
él, es la señal de luto que llevan las orquestas por la pérdida de al-Andalus.
Hermoso símil hecho realidad que nos lleva a una profunda reflexión sobre lo
que hasta hoy significa esta música para sus eternos conservadores.
El filósofo, poeta y cantor de zéjeles
zaragozano Ibn Baÿÿa, conocido como Avempace, tiene un tratado conocido como Risâlat
al-alhân o Epístola sobre las melodías. En ella Ibn Baÿÿa,
haciéndose eco de los filósofos musulmanes clásicos, habla asimismo de las
cuerdas del laúd y su relación con los humores del cuerpo.
La epístola está basada
en las cuatro cuerdas dobles del laúd árabe, representadas con ocho letras del
alifato, así como su simbología en el mundo de las esferas. Ibn Baÿÿa relaciona
también las cuerdas con los movimientos de los astros y los humores del cuerpo,
colocándolos todos ellos como elementos integrantes de la naturaleza. Asegura
que cuando el hombre coge el instrumento e interpreta las notas acompañándose
de la poesía, su espíritu se siente inmerso en el mundo de la música hasta
llegar a lo más profundo de su ser y purificarlo. Continúa su epístola dando
una serie de normativas acerca de la cuerda que debe tañerse, dependiendo del
tipo de enfermedad que se padezca, y que abarca desde la melancolía o las
enfermedades hepáticas, hasta llegar a aquéllas relacionadas con la circulación
y la sangre. Según la cuerda y lo que represente el modo al que vaya unida, su
audición provocará en el hombre el efecto deseado, dependiendo siempre del
poder terapéutico de ambos.
Ibn Baÿÿa habla asimismo
de la importancia de los cuatro puntos vitales del cuerpo en el proceso del
canto: el pecho, la garganta, la frente y la cabeza. Estos puntos están a su
vez relacionados con las cuatro cuerdas. En este proceso síquico-motriz, la voz
que surge del fondo del corazón, pasará por los distintos órganos vitales,
hasta llegar al entendimiento llevando la paz a su espíritu.
Las fuentes clásicas
cuentan cómo en al-Andalus existían veinticuatro nawba -s que estaban
pensadas para ser interpretadas en las veinticuatro horas del día, a fin de
conseguir el efecto deseado en cada momento. La interpretación de cada una de
las nawba-s tal y como aparecen en los textos manuscritos abarcan entre
cinco y siete horas aproximadamente. Resulta evidente que dada su larga
duración, los músicos debían extraer de cada nawba sólo aquellas
canciones que consideraban adecuadas a un determinado momento y ambiente.
El universo cósmico,
profano y místico que encierra la música andalusí- magrebí, hace que la
naturaleza y el temperamento de sus modos, unido al contenido de los textos,
determinen el momento de su ejecución. Así, de estas veinticuatro nawba-s que
debían existir en principio, en Marruecos hoy sólo se conservan once,y son como
sigue:
I. Ramal al-Mâya. II. Al-Isbahân.
III. Al-Mâya. IV. Rasd al-Dzayl. V. A/-Istihlâl. VI. Al-Rasd.
VII. Garîbat al-husayn. VIII. Al-Hiÿaç al-Kabîr. IX. Al-Hiÿaç
al-Mashriqî. X. ‘Irâq al-‘Aÿam. XI. Al-‘Ushshâq.
Dependiendo del
temperamento del modo y del estado de ánimo del oyente, los momentos más
idóneos para escuchar cada una de estas nawba-s a fin de que surtan los
efectos que encierra su Tab’ o modo correspondiente, deberán ser según
las fuentes indican, y como a continuación se relaciona:
Al alba: al-‘Ushshâq.
Durante el día: Ramal al-Mâya y Al-Hiÿaç
al-Kabîr.
Al empezar la tarde: Rasd al-Dzayl.
Durante la tarde: Al-Hiÿaç al-Mahsriqî.
Al crepúsculo: al-Mâya, y Garibât
al-Husayn.
En noches de cuarto creciente:
al-Istihlâl.
En noches de placer: ‘Irâq al-‘Aÿam.
Al finalizar la noche: al-Isbihân y
al-Rasd.
El contenido temático de
las diferentes sana’ât o piezas vocales cantadas, es también un canto a
la naturaleza y alas diferentes fases del día. Estos cantos están llenos de
amor profano y divino, de ahí que una vez más melodía y texto caminen unidos
por el intrincado arabesco de las nawba-s, llevando esa savia que genera
el Árbol de los Modos a lo más profundo de su poesía hasta cristalizar en su
música.
Consciente de la
relación: humores del cuerpo, elementos de la naturaleza, y modos musicales que
reflejan las fuentes orientales y andalusíes, al-Hâ'ik retoma el poema sobre
los modos, haciendo de él la clave de la música andalusí y plasmándolo sobre el
Shaÿarat al-tubû’ o Árbol Modal. Las representaciones que sobre él
aparecen en algunos tratados musicales magrebíes, reflejan fielmente el
significado simbólico de sus raíces que se extienden por las profundidades de
la madre tierra, mientras el tronco se eleva sosteniendo sus cuatro grandes
ramas que ascienden al cielo, y son el símbolo de los cuatro modos principales,
y de ellas brotan sus hojas y penden sus derivados.
Este poema expresa
fielmente el simbolismo y el significado de cada uno de los veinticuatro modos.
La melodía de la voz del
Dzayl y sus derivados,
mueve a la melancolía,
recíbelos cantando.
Del ‘Irâq y Ramal
al-Dzayl escucha su melodía,
y permanece atento al
Rasd,
si eres de los que tiene
aspiraciones.
Por medio de la flema se
suscitan los modos: Zaydan, Isbahan,
Hiÿaç, Hisâr y Zawrakand,
según queda expuesto.
Al-‘Ushshaq se distingue
por estar indicado para el canto.
Son cinco las
derivaciones que le suceden:
La belleza de al-Mâya
emociona por poseer la sangre,
con Rasd, Ramal y
al-Husayn.
La bilis con al-Mazmûm
hace remontar a sus derivaciones.
Garîbat al-Husayn
completa los modos.
Añádele el modo Garîbat al-Muharrar
que es principio sin
derivaciones, y no seas negligente.
El poema se cierra con
estos versos finales que, según todo parece indicar, fueron añadidos por
al-Wansharîsî a los anteriormente compuestos o recogidos por Ibn al-Jatîb, y en
el transcurso de la clara evolución de esta música en el Magreb:
Añádele los modos
al-Istihlâl y al-Mashrîqî juntos,
y el modo ‘Irâq al-‘Ayam
según se deduce por al-Dzayl.
Por su dulzura, ambos se cantan con la
alegría de la mañana.
A1-Hamdân procede de al-Mazmûm, no seas
descuidado.
Asimismo, Inqilâb
ar-Ramal es un derivado del modo al-Mâya,
que promueve los deseos
de amistad entre la gente.
Tawîl. Trad, M.
Cortés.
Toda la simbología
cósmica del número cuatro aparece representada en los cuatro modos principales.
Si echamos una ojeada al anteriormente citado manuscrito de al-Marÿidî, vemos
que junto al poema sobre los modos atribuidos en este códice a Ibn al-Jatîb ya
la relación de modos utilizados por Sushtarî, aparece el esquema del primer
árbol modal representado en un simple cuadro, y sobre él aparecen también
dibujados los cuatro modos principales: al-Dzayl al-Zaydân, al-Mâya y al-Mazmûm
.El estudio de estos dos folios me lleva a pensar que tal vez Ibn al-Jatîb
lo tomó de su maestro Sushtarî, conocedor de la música y reconocido poeta y
músico, y de él debieron tomarlo los músicos posteriores, desarrollándolo en el
Árbol Modal que encontramos perfectamente configurado en etapas posteriores.
El simbolismo del número
cuatro arranca de la esencia de Allâh, y aparece reflejada en su casa, fundada
sobre cuatro ángulos. Cuatro son asimismo los atributos de Allâh: Ciencia,
Voluntad, Poder y Palabra. Estos cuatro atributos son fiel reflejo de los
cuatro principios. intelecto, alma, naturaleza y materia. De ellos derivan los
cuatro elementos. fuego, aire, agua y tierra. Estos elementos son la base de
los doce signos zodiacales. Cuatro son asimismo las edades del hombre infancia,
adolescencia, plenitud y decrepitud. Cuatro son los humores del cuerpo y las
facultades del alma. En la música, el número cuatro, como ya hemos visto, es el
símbolo de las cuatro cuerdas y de los cuatro modos principales, y es asimismo
el origen del Árbol Modal simbolizado en principio en un cuadro.
Esta cosmogonía y cosmología, que gira en tomo
al número cuatro, nos da una idea de esa Armonía Universal que encierra la nawba
en el contexto de la música andalusí-magrebí, así como el sentido
mágico-místico y mundano trascendente que amalgama en la perfecta simbiosis que
encierra.
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