sábado, 14 de enero de 2012

Notas sobre la Cultura y la Tradición


La palabra “cultura” se encuentra íntimamente relacionada con el concepto “cultivo”. Etimológicamente el sentido implica a ambas. El cultivo se define como las labores y beneficios que se dan a la tierra para que fructifique. En este sentido “cultura” viene a representar el trabajo que un determinado talento o cualidad humana lleva a cabo en vistas a fructificar, a que el hombre desarrolle las posibilidades inherentes a su condición. Por esto, culturar es cultivar, y la cultura debe ser tanto un medio para el cultivo como para el desarrollo positivo de las cualidades propias del ser humano. Considerando así las cosas, la Tradición viene a conformar el fundamento sobre el que se erigirá la cultura, la enseñanza que proporcionará las herramientas necesarias para hacer brotar los frutos de la cultura. Tomemos como ejemplo un árbol: la Tradición son sus raíces y la Cultura sus frutos. Por esto es que una Cultura sin Tradición está literalmente “muerta”, y toda Tradición auténtica resultará en Cultura, lo que definimos como el desarrollo manifiesto de las posibilidades interiores del ser humano.

No consideramos la Cultura como resultado del mero hábito, por lo general adquirido por repetición de comportamientos que lejos de suponer un desarrollo implican un anquilosamiento de lo propio a la Cultura. Hábito es tanto la costumbre como la “vestimenta que cada uno uso según su estado y categoría (como patrones básicamente mentales)”. El hábito es aquello que se adquiere de manera irracional y se hace propio hasta el punto de ser considerado “identidad” o forjador de la misma. El sistema moderno ha sido construido sobre un cúmulo de hábitos individuales y costumbres sociales adquiridos desde la más obsoleta irracionalidad. Esta clase de sistema es incapaz de proponer un espacio apropiado para el desarrollo de las cualidades humanas. Decimos “irracional” a lo que se opone de manera manifiesta a la Razón entendida en su acepción más elevada, es decir, como agente de discernimiento y voluntad (lo que en otras palabras llamaríamos Intelecto en contraposición al relativismo infecundo del racionalismo). Todo “movimiento irracional” viene predeterminado por circunstancias ajenas al discernimiento y al ejercicio de la voluntad. Por esto el hábito es un “vestido exterior que cubre y/o vela” la identidad original del ser humano.

Repetimos que el sistema moderno, al no reconocer la Tradición, es absolutamente incapaz de generar “cultura”. Por “sistema moderno” entendemos la exacerbación de una anormalidad originada desde la negación misma de la Tradición, que naturalmente sucede cuando la criatura humana comienza a considerar el hábito como parámetro de realidad e identidad. ¿Cómo surge el movimiento irracional en el hombre que lo lleva a considerar el hábito como parámetro de realidad?

Decimos: el ser humano posee en sí mismo cualidades para desarrollar y una individualidad con la que diferenciarse y servir de reflejo para los demás en orden de efectivizar el desarrollo. Toda individualidad, al desarrollar las posibilidades que le son inherentes, se integra a un equilibrio natural que sólo puede ser quebrado por la individualidad cerrada en sí misma que no reconoce la reciprocidad. La individualidad se cierra en sí misma cuando el hábito pervive sobre la cualidad (una cualidad se encuentra intrínsecamente relacionada de manera recíproca con otra cualidad dando sentido a un Orden que el hábito destruye al no hallar reflejo pues por sí mismo nada puede reflejar). “Cerrarse en sí misma” significa la propia consideración de la realidad como experiencia excluyente, cuando, por el contrario, el desarrollo es integrador y facilitador de la experiencia integradora. La individualidad reviste así tanto una naturaleza “sólida” como una naturaleza “volátil”.

La Tradición tiene como objetivo volatilizar la individualidad, mientras que el sistema moderno es el resultado de la excesiva y rigurosa solidificación de la individualidad. La roca permanece aferrada a la superficie, en tanto que la pluma vuela en total libertad. La “pesadez” propia de la vida moderna con toda su “carga” ilusoria de facilidades materiales, es un ejemplo desafortunado de como individualidades solidificadas incapaces de volar, esto es, de originar cultura porque han sido desprovistas de la Tradición, se afanan por destruirse así mismas.

Al representar la trascendencia de un estado sólido, material y “superficial” (apegado a una superficie inexistente que ha sido forjada desde una mera ilusión de realidad), la Tradición debe necesariamente proceder de un ámbito trascendente, es decir, desde más allá de toda individualidad y las posibilidades que les son inherentes. La Tradición, por esto, debe ser suprahumana, esto es, supraindividual, y la Cultura (el resultado propiamente humano de la cualidad desarrollada) debe ser el reflejo extrínseco de la misma. Por esto decimos que la Cultura, como resultado de la Tradición mediante el desarrollo de las posibilidades humanas, es el estado que corresponde a la “normalidad” (en cuanto a norma de equilibrio y armonía) del hombre en el mundo.

Reconocemos dos aspectos complementarios en la Cultura: uno como resultado y el otro como medio para futuros resultados. El resultado es el que hemos expuesto, es decir, la Cultura generada desde la realización humana a partir de las enseñanzas tradicionales. Esta Cultura, así mismo, servirá de base fundamental para que generaciones posteriores o pueblos diferentes reconozcan sus posibilidades inherentes a partir de la Tradición manifiesta (un ejemplo cabal de esto es la Tradición Islámico y su incidencia cultural en pueblos tan diversos como los de Asia Central, África Occidental, la India, Medio Oriente, etc…).

Decimos: la Cultura puede ser múltiple de acuerdo a las posibilidades individuales predeterminadas por el pueblo o la raza, cada uno con su característica cualitativa distintiva, sin embargo la Tradición, al pertenecer a un ámbito donde toda multiplicidad se reduce a la Unidad metafísica (que engloba en Sí toda posibilidad y toda cualidad), es Una y Única. Aquí el ser humano encuentra una analogía constitutiva: siendo uno y el mismo en cuanto a especie, es cualitativamente múltiple. La pretendida “igualdad” que incesantemente se promueve desde el sistema moderno es una de las consecuencias más desastrosas de la irracionalidad que desarraiga al hombre de la Tradición, de la Cultura y de su desarrollo efectivo. Decimos que no hay igualdad cualitativa entre dos seres y afirmamos que esto es motivo de enriquecimiento y apertura cultural. Sin embargo, al haber desplazado la Tradición, y con ella el sentido propio de Cultura, el sistema moderno estimula una igualdad desprovista de consideraciones cualitativas tendiente a cuantificar las individualidades, favoreciendo con ello instancias graves de solidificación e irracionalidad completamente destructivas para la humanidad.

Ante esto, la posible solución es retornar a la experiencia de la Tradición, a las enseñanzas tradicionales, despojarnos de los hábitos irracionales adquiridos y que incansablemente son promovidos por el sistema moderno, para ser capaces de generar Culturas auténticas y originales (que encuentren su fundamento en el Origen y así mismo sean origen de desarrollo) que favorezcan el crecimiento humano; o, si quiera, volver la vista a las Culturas Tradicionales que aún perviven y nutrirnos de su Sabiduría.


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