La palabra “cultura” se
encuentra íntimamente relacionada con el concepto “cultivo”. Etimológicamente
el sentido implica a ambas. El cultivo se define como las labores y beneficios
que se dan a la tierra para que fructifique. En este sentido “cultura” viene a
representar el trabajo que un determinado talento o cualidad humana lleva a
cabo en vistas a fructificar, a que el hombre desarrolle las posibilidades
inherentes a su condición. Por esto, culturar es cultivar, y la cultura debe
ser tanto un medio para el cultivo como para el desarrollo positivo de las
cualidades propias del ser humano. Considerando así las cosas, la Tradición
viene a conformar el fundamento sobre el que se erigirá la cultura, la
enseñanza que proporcionará las herramientas necesarias para hacer brotar los
frutos de la cultura. Tomemos como ejemplo un árbol: la Tradición son sus
raíces y la Cultura sus frutos. Por esto es que una Cultura sin Tradición está
literalmente “muerta”, y toda Tradición auténtica resultará en Cultura, lo que
definimos como el desarrollo manifiesto de las posibilidades interiores del ser
humano.
No consideramos la Cultura como
resultado del mero hábito, por lo general adquirido por repetición de
comportamientos que lejos de suponer un desarrollo implican un anquilosamiento
de lo propio a la Cultura. Hábito es tanto la costumbre como la “vestimenta que
cada uno uso según su estado y categoría (como patrones básicamente mentales)”.
El hábito es aquello que se adquiere de manera irracional y se hace propio
hasta el punto de ser considerado “identidad” o forjador de la misma. El
sistema moderno ha sido construido sobre un cúmulo de hábitos individuales y
costumbres sociales adquiridos desde la más obsoleta irracionalidad. Esta clase
de sistema es incapaz de proponer un espacio apropiado para el desarrollo de
las cualidades humanas. Decimos “irracional” a lo que se opone de manera
manifiesta a la Razón entendida en su acepción más elevada, es decir, como
agente de discernimiento y voluntad (lo que en otras palabras llamaríamos
Intelecto en contraposición al relativismo infecundo del racionalismo). Todo
“movimiento irracional” viene predeterminado por circunstancias ajenas al
discernimiento y al ejercicio de la voluntad. Por esto el hábito es un “vestido
exterior que cubre y/o vela” la identidad original del ser humano.
Repetimos que el sistema
moderno, al no reconocer la Tradición, es absolutamente incapaz de generar
“cultura”. Por “sistema moderno” entendemos la exacerbación de una anormalidad
originada desde la negación misma de la Tradición, que naturalmente sucede
cuando la criatura humana comienza a considerar el hábito como parámetro de
realidad e identidad. ¿Cómo surge el movimiento irracional en el hombre que lo
lleva a considerar el hábito como parámetro de realidad?
Decimos: el ser humano posee en
sí mismo cualidades para desarrollar y una individualidad con la que
diferenciarse y servir de reflejo para los demás en orden de efectivizar el
desarrollo. Toda individualidad, al desarrollar las posibilidades que le son
inherentes, se integra a un equilibrio natural que sólo puede ser quebrado por
la individualidad cerrada en sí misma que no reconoce la reciprocidad. La
individualidad se cierra en sí misma cuando el hábito pervive sobre la cualidad
(una cualidad se encuentra intrínsecamente relacionada de manera recíproca con
otra cualidad dando sentido a un Orden que el hábito destruye al no hallar
reflejo pues por sí mismo nada puede reflejar). “Cerrarse en sí misma”
significa la propia consideración de la realidad como experiencia excluyente,
cuando, por el contrario, el desarrollo es integrador y facilitador de la
experiencia integradora. La individualidad reviste así tanto una naturaleza
“sólida” como una naturaleza “volátil”.
La Tradición tiene como
objetivo volatilizar la individualidad, mientras que el sistema moderno es el
resultado de la excesiva y rigurosa solidificación de la individualidad. La
roca permanece aferrada a la superficie, en tanto que la pluma vuela en total
libertad. La “pesadez” propia de la vida moderna con toda su “carga” ilusoria
de facilidades materiales, es un ejemplo desafortunado de como individualidades
solidificadas incapaces de volar, esto es, de originar cultura porque han sido
desprovistas de la Tradición, se afanan por destruirse así mismas.
Al representar la trascendencia
de un estado sólido, material y “superficial” (apegado a una superficie
inexistente que ha sido forjada desde una mera ilusión de realidad), la
Tradición debe necesariamente proceder de un ámbito trascendente, es decir,
desde más allá de toda individualidad y las posibilidades que les son
inherentes. La Tradición, por esto, debe ser suprahumana, esto es, supraindividual,
y la Cultura (el resultado propiamente humano de la cualidad desarrollada) debe
ser el reflejo extrínseco de la misma. Por esto decimos que la Cultura, como
resultado de la Tradición mediante el desarrollo de las posibilidades humanas,
es el estado que corresponde a la “normalidad” (en cuanto a norma de equilibrio
y armonía) del hombre en el mundo.
Reconocemos dos aspectos
complementarios en la Cultura: uno como resultado y el otro como medio para
futuros resultados. El resultado es el que hemos expuesto, es decir, la Cultura
generada desde la realización humana a partir de las enseñanzas tradicionales.
Esta Cultura, así mismo, servirá de base fundamental para que generaciones
posteriores o pueblos diferentes reconozcan sus posibilidades inherentes a
partir de la Tradición manifiesta (un ejemplo cabal de esto es la Tradición
Islámico y su incidencia cultural en pueblos tan diversos como los de Asia
Central, África Occidental, la India, Medio Oriente, etc…).
Decimos: la Cultura puede ser
múltiple de acuerdo a las posibilidades individuales predeterminadas por el
pueblo o la raza, cada uno con su característica cualitativa distintiva, sin
embargo la Tradición, al pertenecer a un ámbito donde toda multiplicidad se
reduce a la Unidad metafísica (que engloba en Sí toda posibilidad y toda
cualidad), es Una y Única. Aquí el ser humano encuentra una analogía
constitutiva: siendo uno y el mismo en cuanto a especie, es cualitativamente
múltiple. La pretendida “igualdad” que incesantemente se promueve desde el sistema
moderno es una de las consecuencias más desastrosas de la irracionalidad que
desarraiga al hombre de la Tradición, de la Cultura y de su desarrollo
efectivo. Decimos que no hay igualdad cualitativa entre dos seres y afirmamos
que esto es motivo de enriquecimiento y apertura cultural. Sin embargo, al
haber desplazado la Tradición, y con ella el sentido propio de Cultura, el
sistema moderno estimula una igualdad desprovista de consideraciones
cualitativas tendiente a cuantificar las individualidades, favoreciendo con
ello instancias graves de solidificación e irracionalidad completamente
destructivas para la humanidad.
Ante esto, la posible solución
es retornar a la experiencia de la Tradición, a las enseñanzas tradicionales,
despojarnos de los hábitos irracionales adquiridos y que incansablemente son
promovidos por el sistema moderno, para ser capaces de generar Culturas
auténticas y originales (que encuentren su fundamento en el Origen y así mismo
sean origen de desarrollo) que favorezcan el crecimiento humano; o, si quiera,
volver la vista a las Culturas Tradicionales que aún perviven y nutrirnos de su
Sabiduría.
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