jueves, 29 de agosto de 2013

Los Moriscos y el Imperio Otomano


Antes de estudiar las huellas del éxodo morisco en cada país a donde fueron a parar tras la expulsión, hay que tener en cuenta una importante estructura de acogida que fue para los exiliados el Imperio Otomano. Su papel de protector de los moriscos había sido perfectamente percibido por los españoles del siglo XVI-XVII, que los temían y que acusaban continuamente a los moriscos de ser su quinta columna en la sociedad española. Mientras tanto, los turcos como estructura política islámica constituían «la suprema esperanza de los moriscos» (Cardaillac). La acción de esa estructura política islámica comprende prácticamente todo el universo entonces conocido, manifestándose en todas partes favorable a los moriscos, de una forma o de otra.

     Hay que recordar que los turcos otomanos surgieron del arrasador paso de los ejércitos de Gengis Kan por la península de Anatolia o Asia Menor, a principios del siglo XIII. Ampliaron su esfera de influencia a lo largo del siglo XIV y, tras el paso también arrasador de Tamerlán (Timur Lenk), a principios del siglo XV, se erigieron en únicos poderes políticos de la península de Anatolia.

     En 1453 se apoderaban de Constantinopla, un hito en la historia mundial, que marca el principio de una importante expansión político-militar por los Balcanes y por el Oriente Medio árabe (1517, toma del poder en Egipto), hasta entrar en lucha con los persas shiítas. A principios del siglo XVII el Imperio Otomano se instalaba en Argel (con administración directa, en 1519) y en Trípoli, gracias a aliados locales, y lograba desalojar de Túnez, en 1573, a los españoles y a los últimos hafsíes, sus «protegidos».

     Se puede considerar la relación de los turcos con los moriscos en dos etapas o aspectos: el apoyo militar, político y religioso antes de la gran expulsión de 1609-1614 y el apoyo político y económico para facilitar su éxodo y su instalación en el exilio.

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     1. Protección otomana a los moriscos antes de la expulsión

     Los turcos otomanos emergieron corno una gran esperanza para los musulmanes de Al-Andalus, después de la conquista de Constantinopla de 1453. El impacto de esa conquista fue muy importante en toda Europa y también afectó a los musulmanes peninsulares bajo poder cristiano. Antes, los turcos otomanos, en sus dominios anatólicos y balcánicos, estaban un poco apartados o a trasmano del mundo árabe oriental, con el que se relacionaban los mudéjares y granadinos de Al-Andalus. Con todo hay algún texto que indica la esperanza de algunos musulmanes de la península de ser rescatados de los cristianos por «el Emperador de los Turcos» o «nuestros amigos los Turcos», a principios del siglo XV.

     Al prestigio militar de los turcos se añadía su prestigio cultural, que debió de ser seguramente el modelo para la escritura «en aljamía» de los musulmanes hispanohablantes de la península: ellos también hablaban y escribían una lengua no-árabe, con escritura árabe.

     En el siglo XVI los sultanes otomanos tomaron el prestigioso título político-religioso de «califa», vacante desde el fallecimiento (1543) del último califa de la dinastía abbasí, refugiada en Egipto desde mediados del siglo XIII. La anexión otomana de Egipto, en 1517, había hecho aún más vacuo ese título abbasí. En cambio el poderoso Imperio Otomano, que pretendía unificar políticamente a todos los musulmanes, cumplía así la función tradicional del califato, herencia del poder político-religioso del Profeta Muhámmad (asws).

     Cuando la caída de Granada en 1492, los musulmanes de la península se dirigieron a diversos soberanos islámicos para implorar ayuda. Sólo están documentadas las misiones al sultán de Egipto («Babilonia», El Cairo) y al sultán otomano Bayazid II. Ni el uno ni el otro tenían capacidad para oponerse por entonces a la expansión de los españoles por los vecinos territorios musulmanes del Occidente musulmán. Sólo amenazaron con hacer sufrir a los cristianos de sus territorios el mismo trato opresivo que harían los soberanos hispanos a sus súbditos musulmanes, especialmente a los granadinos. El sultán Selim I, el conquistador de Egipto, amenazó en su lecho de muerte (m. 1520) con arrasar a todas las iglesias y obligar a todos sus súbditos cristianos a que abrazaran el cristianismo, como reacción a la política hispánica contra los musulmanes de España y del Magreb, de la que le había informado una delegación argelina; no lo hizo por disuasión de sus teólogos. Pero éste fue el inicio de las ingerencias turcas en los asuntos de los moriscos hispánicos.

     A lo largo del siglo XVI, el gobierno turco otomano de Istanbul estuvo constantemente al corriente de los asuntos moriscos, especialmente a través de su gobierno local de Argel. Están especialmente documentadas las relaciones entre moriscos y turcos con ocasión de grandes acontecimientos políticos: la derrota de la escuadra de Carlos V ante Argel, en 1541, y la guerra de Las Alpujarras de Granada, en 1570, donde apoyaron muy eficazmente a los musulmanes, según el documentado estudio de Leila Sebbag.

     No hay que olvidar que los moriscos eran una pieza más en el complejo juego político, militar y diplomático que enfrentaba a turcos y españoles en el Mediterráneo, especialmente en el Magreb y en los Balcanes, donde los soberanos españoles mantenían toda clase de oposiciones a los turcos. Aunque estén poco documentados, hay que suponer la presencia de moriscos como consejeros y como militares, al servicio de los otomanos, de sus ejércitos y sus armadas.

     Por otra parte, Istanbul era un polo de atracción para muchos moriscos que escapaban de España. Unos conocidos itinerarios, que atravesaban Francia e Italia, para embarcarse en Venecia, se han conservado y han sido estudiados recientemente por López-Baralt. Otros embarques se hacían desde Marsella, según testimonios varios de antes de la gran expulsión; un agente muy activo, Jerónimo Henríquez, aseguraba las relaciones entre el puerto francés y Istanbul. En el coloquio IX del Viaje a Turquía se mencionan «moriscos aragoneses y valencianos» que habitan Istanbul, a fines del siglo XVI. El morisco tunecino Ahmad Al-Hánafi había huido de España muy joven, antes de la expulsión, había pasado por Sarajevo, estudiado en Bursa (costa anatólica del mar Egeo) y ejercido cargos públicos en Istanbul. Cuando su familia es expulsada y se instala en Túnez, se coloca en la Regencia, donde tendrá diversos cargos de enseñante y magistrado. Será invitado a asumir un alto cargo judicial en Istanbul, pero los rechazará por quedarse con su familia en Túnez, donde morirá. Es el prototipo mismo de los avatares moriscos en el Imperio Otomano.

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     2. Los otomanos y la acogida de los moriscos expulsados

     Los decretos de expulsión provocaron una serie de medidas por parte de las autoridades otomanas. Muchas de ellas están perfectamente documentadas, pero todavía pueden encontrarse más en la rica documentación, bien conservada y no suficientemente estudiada, de la administración turca.

     Temimi ha publicado y estudiado algunas misivas del sultán de Istanbul a diversos soberanos europeos, en favor de los moriscos: a Jacobo I de Inglaterra, Irlanda y Escocia (1603-1625), para que se alíe con Enrique IV de Francia en favor de los moriscos; a la regente de Francia María de Médicis, para que facilite el paso de los moriscos expulsos por sus territorios, al dux de Venecia para que les facilite también embarcaciones que les lleven a los territorios otomanos. En 1613 se envía al almirante otomano Yalil Pachá a Marruecos, para tratar del asunto de los moriscos.

     Una delegación dirigida por los moriscos Alí y Sulaimán, así como por otro morisco, Muhámmad Abu-l-Abbás Al-Hánafi, se entrevistó en Belgrado con el gran vizir Murad Pachá, para informarle sobre el éxodo de los moriscos y la forma de preparar su paso por Francia, según texto de vanos historiadores magrebíes.

     No menos activas fueron las autoridades otomanas en los territorios de su dependencia, para facilitar la acogida de los moriscos expulsados. Según documentación también estudiada por Temimi, se dieron órdenes a los gobernadores de distintos vilayet o gobernoratos para que proporcionen alojamiento y tierras a los andalusíes. Estos documentos indican un proyecto político de amplias miras, para instalar a los moriscos en «colonias de población», a lo largo del Imperio Otomano. Están especialmente documentados los poblamientos de Túnez, de Adana (en la costa del golfo de Alejandreta o Antakia) y de Trípoli de Oriente (actualmente al norte del Líbano), con parecida estructura de relación ciudad-huertas-campo periurbano que se ha podido apreciar en Argel, en Trípoli, en Derna y sobre todo en Túnez y sus alrededores (en un radio de unos 80 kilómetros).

     Curiosamente, los decretos de expulsión señalaban las tierras orientales lejanas del «Gran Turco» como lugar de destino de los moriscos expulsados, con exclusión expresa de los territorios del Magreb, demasiado cercanos de España y por tanto estratégicamente peligrosos para el país. Ya se sabe que esos planes del gobierno español no se realizaron de la forma prevista.

     Aunque no estén por ahora documentados más que muy pocos asentamientos en los territorios orientales, balcánicos y anatólicos del Imperio Otomano, los asentamientos en el Magreb y la multiforme actividad del gobierno turco en favor de los moriscos se extiende desde Inglaterra a Marruecos, como mundial estructura islámica de apoyo a los moriscos expulsados.

Autor: Míkel de Epalza.


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