Antes de estudiar las huellas del éxodo
morisco en cada país a donde fueron a parar tras la expulsión, hay que tener en
cuenta una importante estructura de acogida que fue para los exiliados el
Imperio Otomano. Su papel de protector de los moriscos había sido perfectamente
percibido por los españoles del siglo XVI-XVII, que los temían y que acusaban
continuamente a los moriscos de ser su quinta columna en la sociedad española.
Mientras tanto, los turcos como estructura política islámica constituían «la
suprema esperanza de los moriscos» (Cardaillac). La acción de esa estructura
política islámica comprende prácticamente todo el universo entonces conocido,
manifestándose en todas partes favorable a los moriscos, de una forma o de
otra.
Hay que recordar que los turcos otomanos
surgieron del arrasador paso de los ejércitos de Gengis Kan por la península de
Anatolia o Asia Menor, a principios del siglo XIII. Ampliaron su esfera de
influencia a lo largo del siglo XIV y, tras el paso también arrasador de Tamerlán
(Timur Lenk), a principios del siglo XV, se erigieron en únicos poderes
políticos de la península de Anatolia.
En 1453 se apoderaban de Constantinopla,
un hito en la historia mundial, que marca el principio de una importante
expansión político-militar por los Balcanes y por el Oriente Medio árabe (1517,
toma del poder en Egipto), hasta entrar en lucha con los persas shiítas. A
principios del siglo XVII el Imperio Otomano se instalaba en Argel (con
administración directa, en 1519) y en Trípoli, gracias a aliados locales, y
lograba desalojar de Túnez, en 1573, a los españoles y a los últimos hafsíes,
sus «protegidos».
Se puede considerar la relación de los
turcos con los moriscos en dos etapas o aspectos: el apoyo militar, político y
religioso antes de la gran expulsión de 1609-1614 y el apoyo político y
económico para facilitar su éxodo y su instalación en el exilio.
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1. Protección otomana a los moriscos antes
de la expulsión
Los turcos otomanos emergieron corno una
gran esperanza para los musulmanes de Al-Andalus, después de la conquista de
Constantinopla de 1453. El impacto de esa conquista fue muy importante en toda
Europa y también afectó a los musulmanes peninsulares bajo poder cristiano.
Antes, los turcos otomanos, en sus dominios anatólicos y balcánicos, estaban un
poco apartados o a trasmano del mundo árabe oriental, con el que se
relacionaban los mudéjares y granadinos de Al-Andalus. Con todo hay algún texto
que indica la esperanza de algunos musulmanes de la península de ser rescatados
de los cristianos por «el Emperador de los Turcos» o «nuestros amigos los
Turcos», a principios del siglo XV.
Al prestigio militar de los turcos se
añadía su prestigio cultural, que debió de ser seguramente el modelo para la
escritura «en aljamía» de los musulmanes hispanohablantes de la península:
ellos también hablaban y escribían una lengua no-árabe, con escritura árabe.
En el siglo XVI los sultanes otomanos
tomaron el prestigioso título político-religioso de «califa», vacante desde el
fallecimiento (1543) del último califa de la dinastía abbasí, refugiada en
Egipto desde mediados del siglo XIII. La anexión otomana de Egipto, en 1517,
había hecho aún más vacuo ese título abbasí. En cambio el poderoso Imperio
Otomano, que pretendía unificar políticamente a todos los musulmanes, cumplía
así la función tradicional del califato, herencia del poder político-religioso
del Profeta Muhámmad (asws).
Cuando la caída de Granada en 1492, los
musulmanes de la península se dirigieron a diversos soberanos islámicos para
implorar ayuda. Sólo están documentadas las misiones al sultán de Egipto
(«Babilonia», El Cairo) y al sultán otomano Bayazid II. Ni el uno ni el otro
tenían capacidad para oponerse por entonces a la expansión de los españoles por
los vecinos territorios musulmanes del Occidente musulmán. Sólo amenazaron con
hacer sufrir a los cristianos de sus territorios el mismo trato opresivo que
harían los soberanos hispanos a sus súbditos musulmanes, especialmente a los
granadinos. El sultán Selim I, el conquistador de Egipto, amenazó en su lecho
de muerte (m. 1520) con arrasar a todas las iglesias y obligar a todos sus
súbditos cristianos a que abrazaran el cristianismo, como reacción a la
política hispánica contra los musulmanes de España y del Magreb, de la que le
había informado una delegación argelina; no lo hizo por disuasión de sus
teólogos. Pero éste fue el inicio de las ingerencias turcas en los asuntos de
los moriscos hispánicos.
A lo largo del siglo XVI, el gobierno
turco otomano de Istanbul estuvo constantemente al corriente de los asuntos
moriscos, especialmente a través de su gobierno local de Argel. Están
especialmente documentadas las relaciones entre moriscos y turcos con ocasión
de grandes acontecimientos políticos: la derrota de la escuadra de Carlos V
ante Argel, en 1541, y la guerra de Las Alpujarras de Granada, en 1570, donde
apoyaron muy eficazmente a los musulmanes, según el documentado estudio de
Leila Sebbag.
No hay que olvidar que los moriscos eran
una pieza más en el complejo juego político, militar y diplomático que
enfrentaba a turcos y españoles en el Mediterráneo, especialmente en el Magreb
y en los Balcanes, donde los soberanos españoles mantenían toda clase de
oposiciones a los turcos. Aunque estén poco documentados, hay que suponer la
presencia de moriscos como consejeros y como militares, al servicio de los
otomanos, de sus ejércitos y sus armadas.
Por otra parte, Istanbul era un polo de
atracción para muchos moriscos que escapaban de España. Unos conocidos
itinerarios, que atravesaban Francia e Italia, para embarcarse en Venecia, se
han conservado y han sido estudiados recientemente por López-Baralt. Otros
embarques se hacían desde Marsella, según testimonios varios de antes de la
gran expulsión; un agente muy activo, Jerónimo Henríquez, aseguraba las
relaciones entre el puerto francés y Istanbul. En el coloquio IX del Viaje a
Turquía se mencionan «moriscos aragoneses y valencianos» que habitan Istanbul,
a fines del siglo XVI. El morisco tunecino Ahmad Al-Hánafi había huido de
España muy joven, antes de la expulsión, había pasado por Sarajevo, estudiado
en Bursa (costa anatólica del mar Egeo) y ejercido cargos públicos en Istanbul.
Cuando su familia es expulsada y se instala en Túnez, se coloca en la Regencia,
donde tendrá diversos cargos de enseñante y magistrado. Será invitado a asumir
un alto cargo judicial en Istanbul, pero los rechazará por quedarse con su
familia en Túnez, donde morirá. Es el prototipo mismo de los avatares moriscos
en el Imperio Otomano.
***
2. Los otomanos y la acogida de los
moriscos expulsados
Los decretos de expulsión provocaron una
serie de medidas por parte de las autoridades otomanas. Muchas de ellas están
perfectamente documentadas, pero todavía pueden encontrarse más en la rica
documentación, bien conservada y no suficientemente estudiada, de la
administración turca.
Temimi ha publicado y estudiado algunas
misivas del sultán de Istanbul a diversos soberanos europeos, en favor de los
moriscos: a Jacobo I de Inglaterra, Irlanda y Escocia (1603-1625), para que se
alíe con Enrique IV de Francia en favor de los moriscos; a la regente de
Francia María de Médicis, para que facilite el paso de los moriscos expulsos
por sus territorios, al dux de Venecia para que les facilite también
embarcaciones que les lleven a los territorios otomanos. En 1613 se envía al
almirante otomano Yalil Pachá a Marruecos, para tratar del asunto de los
moriscos.
Una delegación dirigida por los moriscos
Alí y Sulaimán, así como por otro morisco, Muhámmad Abu-l-Abbás Al-Hánafi, se
entrevistó en Belgrado con el gran vizir Murad Pachá, para informarle sobre el
éxodo de los moriscos y la forma de preparar su paso por Francia, según texto
de vanos historiadores magrebíes.
No menos activas fueron las autoridades
otomanas en los territorios de su dependencia, para facilitar la acogida de los
moriscos expulsados. Según documentación también estudiada por Temimi, se
dieron órdenes a los gobernadores de distintos vilayet o gobernoratos para que
proporcionen alojamiento y tierras a los andalusíes. Estos documentos indican
un proyecto político de amplias miras, para instalar a los moriscos en
«colonias de población», a lo largo del Imperio Otomano. Están especialmente
documentados los poblamientos de Túnez, de Adana (en la costa del golfo de
Alejandreta o Antakia) y de Trípoli de Oriente (actualmente al norte del
Líbano), con parecida estructura de relación ciudad-huertas-campo periurbano
que se ha podido apreciar en Argel, en Trípoli, en Derna y sobre todo en Túnez
y sus alrededores (en un radio de unos 80 kilómetros).
Curiosamente, los decretos de expulsión
señalaban las tierras orientales lejanas del «Gran Turco» como lugar de destino
de los moriscos expulsados, con exclusión expresa de los territorios del
Magreb, demasiado cercanos de España y por tanto estratégicamente peligrosos
para el país. Ya se sabe que esos planes del gobierno español no se realizaron
de la forma prevista.
Aunque no estén por ahora documentados más
que muy pocos asentamientos en los territorios orientales, balcánicos y
anatólicos del Imperio Otomano, los asentamientos en el Magreb y la multiforme
actividad del gobierno turco en favor de los moriscos se extiende desde
Inglaterra a Marruecos, como mundial estructura islámica de apoyo a los
moriscos expulsados.
Autor:
Míkel de Epalza.