miércoles, 12 de diciembre de 2012

Sheykh Ahmadu Tall y el imperio Tukulor


Bismillahi Rahmani Rahim
En el África Occidental existieron grandes monarquías centralizadas, capaces de rivalizar con las potencias europeas en extensión y riquezas, y ofrecer resistencia contra el colonialismo, como el imperio Tukulor y su caudillo Ahmadu Tall, a finales del siglo XIX.
Este estado ocupaba la zona central y sur del Africa Occidental, abarcaba desde la costa del Atlántico al oeste hasta el lago Chad al este y desde el desierto de Djouf y los montes Aar al norte hasta el Nimba, la cadena del Atakora y la meseta de Jos al sur.
Incluía el macizo Futa Yallon, el Sahel y casi toda la cuenca de los ríos Volta y Níger, es decir, partes de las actuales repúblicas de Senegal, Gambia, Guinea, Mali, Burkina Faso, Nigeria, Níger y Benin, con una extensión de unos dos millones de kilómetros cuadrados.
Ahmadu, líder tukulor nacido en 1833, cuando alcanzó los 31 años el Consejo de Ancianos votó por entregarle el poder, y consolidó la unión de antiguos reinos como los de Segú, Macina, Tombuctú, Futa Toro, Futa Jalón, Sokoto y Kayes.
Y hasta el de Kaarta, que estuvo cerca de desmembrarse, cuando su padre Omar fue derrotado por los fulbé y los tuaregs en Bandiagara, en febrero de 1864.
El caudillo fortaleció el diezmado ejército. En 1865 emprendió una serie de campañas relámpago a lo largo y ancho del imperio Tukulor, logró mantener la estabilidad interna y proteger las fronteras.
Sin embargo, a duras penas pudo frenar el avance francés en Senegal, donde el gobernador, capitán Louis Faidherbe, había establecido una sólida base colonialista.
El estado tukulor estaba basado en los principios del Islam, de la vertiente sunní. Ahmadu favoreció la fundación de nuevas escuelas para la enseñanza del Corán, la Sunnah y el Hadiz, y trabajó para eliminar los últimos vestigios de la trata y la esclavitud.
En lo económico la agricultura se recuperó, se excavaron nuevos pozos y se crearon muchas acequias para conducir el agua a largas distancias; creció la producción de oro, se ampliaron las actividades artesanales, se incrementaron las cabezas de ganado y el comercio entró en un nuevo período de auge.
De nuevo se controlaron las rutas mercantiles. Segú, la capital de Ahmadu en Mali, fue el centro de un estado al que acudían a negociar representantes de emiratos del Norte de África, el Cercano Oriente y Asia Central, así como traficantes de países de América y Europa.
Las caravanas que cruzaban el Sahara tenían en el imperio Tukulor uno de los destinos priorizados, tanto por las riquezas de la región como por el mercado para los productos de lejanas tierras y la seguridad ofrecida, por las fuerzas imperiales, a los comerciantes que entraban en el territorio bajo su dominio.
La importancia de las ferias se evidenció en la cantidad de los productos de intercambio; después de recorrer miles de millas, los mercaderes provenientes de los cuatro puntos cardinales llevaban, paños, bermellón, alumbre, azufre, armas, municiones, aceites, perfumes, joyas, medicinas, libros, bebidas, especies de plantas y animales exóticos, semillas, calzados, cristalería, porcelanas y artículos de lujo.
A cambio obtenían añil, plumas de avestruz, marfil, dátiles, aceites, oro, sal, máscaras rituales, tapices, telas, adornos, manufacturas de cuero, cerámica, piedras y maderas preciosas.
El imperio Tukulor era una próspera civilización; sus ciudades, aparte de ser ejes del comercio, eran también centros de cultura, crisol de etnias que acataron el Islam con características propias. En sus mezquitas y madrazas se formaban, profesores, letrados, juristas, teólogos y médicos. Las artes ornamentales adquirieron esplendor.
Los europeos, al constatar las riquezas de la región, fueron penetrando el continente. A partir de 1885, los franceses intensificaron su avance desde el oeste y los ingleses por el sur.
Desde el Golfo de Guinea, aplicaban una política de divide y vencerás entre las tribus, realizaban tratados engañosos con los jefes locales, utilizaban el poderío económico de compañías comerciales coloniales y la arrogancia de soldados profesionales y mercenarios, veteranos de guerras de rapiña entre las potencias.
A pesar de la oposición de las fuerzas de Ahmadu, organizadas en destacamentos que operaban con la táctica guerrillera, el territorio imperial se reducía con rapidez ante la superioridad en armas y técnicas enemigas; en 1887, tras una resistencia desesperada tuvo que evacuar Segú, donde se impuso el protectorado francés.
En 1890 cayó Macina. La artillería gala obligó a los tukulor a retirarse de varias fortalezas en 1891; la desigual lucha continuó en los bosques del sur, en zonas del Sahel y en la montaña de Téna Kourou, por otros dos años, pero abrumados por el fuego de las armas modernas, escasos de municiones, sin abastecimientos ni apoyo exterior, fue imposible prolongar más tiempo la resistencia.
En 1893 Ahmadu, con el resto de las tropas, buscó refugio en la ciudad de Sokoto, en el norte nigeriano, el último baluarte de los fulbé, que se aliaron a los tukulor contra el enemigo común, no sin que antes muchos guerreros prefirieran pasar con sus familias al norte, al desierto, a vivir como los nómadas y mantenerse irreductibles, en vez de tener que soportar la dominación extranjera. Hacia 1897, todo el imperio había caído en manos de los colonialistas.
Ahmadu Tall murió en 1898 dejando una estela de valor, audacia, constancia y dignidad, que siguieron las nuevas generaciones de revolucionarios africanos en el siglo XX.
Su ejemplo inspiró una oposición contra el invasor que nunca cesó; se expresó de diversas maneras: huelgas, manifestaciones, movimientos cívicos y guerrillas. Seis décadas después, los pueblos del continente expulsaron a los ocupantes de la mayor parte del territorio y fundaron repúblicas que aún luchan en defensa de la soberanía

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