Ante las últimas noticias,
tremendas noticias, que ponen en evidencia la acción desmedida del ejército
israelí sobre los civiles palestinos, acción lógicamente ordenada por quienes
detentan el poder del apócrifo estado de Israel, y ante el repudio de numerosos
gobiernos y medios de comunicación mundiales, se nos impone una breve
reflexión.
Bien cierta es la atrocidad con
que el estado de Israel viene ejecutando sus planes desde hace ya casi 70 años
en el corazón del Medio Oriente, avalado por las principales potencias
occidentales, es decir, Inglaterra y Francia en un primer momento, y Estados
Unidos en la actualidad. Sin embargo, no deja de ser menos atroz la ignorancia
superlativa de quienes se llaman al repudio de la violencia injustificada de
Israel, siendo así mismo los principales consumidores de los productos que ese
mismo Israel financia y promueve sirviéndose del inmenso monstruo que en los
tiempos contemporáneos se ha dado en llamar "globalización". Claro
está que no toda persona de origen israelí puede ser vinculada con la atrocidad
que promueve su estado, pero sí son partícipes conscientes o inconscientes en
el movimiento socio cultural cuya articulación a nivel mundial supone la más
burda ignorancia a la que se puede someter a las masas espiritualmente
desarraigadas. Claro está también, que son tal vez más numerosas las personas
de origen no-israelí que son partícipes activos de ese movimiento, pero
reconocemos en el origen una clara procedencia de corte judío, que es lo que
debe ser erradicado absolutamente de nuestras vidas para consumar un repudio
genuino al accionar israelí. Sin embargo, nos hemos -o nos han hecho tan
dependientes de los elementos socioculturales de ese movimiento global, que
definitivamente desconocemos el alcance que tienen en nuestras vidas, la
influencia directa que ejercen sobre nuestra concepción de la realidad, de
nuestra vivencia diaria, que hasta se nos han convertido en una lógica
necesidad. Somos esclavos voluntarios de la manufactura israelí, en gran parte
promovida y difundida por el gran motor de los Estados Unidos. Pasmoso resulta
ver a quienes despotrican contra el imperialismo estadounidense ajustar sus
discursos a una ideología impuesta desde fuentes israelíes: la izquierda
populista de nuestros líderes latinoamericanos no es más que un vástago deforme
de esa atrofia generada por el marxismo, filosofía desarrollada e impulsada por
agentes israelíes. Tenemos problemas mentales que no nos dejan conciliar el
sueño: muy bien, acudamos al psicoanálisis, cuyas bases fueron establecidas por
un monstruo de origen israelí conocido como Freud, o a la psiquiatría, cuyos
fármacos son sustentados por empresas del norte americano financiadas por
corporaciones israelíes. Demos a nuestros niños un espacio a la recreación,
permitámosles consumir las barbaridades del imperio Disney, cuyas realizaciones
incluyen una serie adolescente desarrollada en Tel Aviv, incrustando una
cultura falsa en el corazón y la mente de los pequeños. Pero es simpático y
agradable. Consumamos la deliciosa Coca Cola o los solubles de Nestlé, tal vez
seamos más felices, colaborando al enriquecimiento de ese estado falso y atroz
que repudiamos. O, por qué no, vinculémonos mediante el Facebook, o Yahoo,
recurramos a Google, o a Youtube, que ellos nos facilitarán nuestra vida
moderna. O en nuestros momentos de ocio empapémonos con los films y las series
que del norte nos circundan, embriaguémonos con sus drogas mentales, sucumbamos
a su música de artistas maniacodepresivos, promotores del pornoarte y la pura
subversión. Ni qué hablar de los medios de comunicación y de nuestro híbrido
sistema educativo, y de tantas cosas más que están allí, dándonos de mamar.
Está bien. No somos más que un manojo de autómatas que nos creemos libres:
somos los peores esclavos, ya que consentimos con la esclavitud y nos agrada,
nos da placer y nos llena el alma. Y después, sí, deploremos lo que Israel hace
en Palestina o lo que los norteamericanos han hecho con su hoy aparentemente
pasivo colonialismo. Si somos sus vástagos: cuando el niño se enfada con su
padre, el padre no puede más que tomar con gracia el enojo del infante; después
lo regañará con algún cachetazo para hacerlo callar definitivamente, o le dará
algún dulce para apaciguarlo y seguir educándolo en su insana visión del mundo.
Si queremos sinceramente ser
partícipes de un repudio consecuente hacia las acciones del estado de Israel,
antes deberíamos tomar conciencia, reflexionar en cómo vivimos y actuar en
consecuencia. De otro modo nos es preciso callar.
Raíces
y Sabiduría.
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