El hombre atesora conceptos,
ideas, ocurrencias, se empapa de ellas, se funde y las hace carne y hueso, las
diluye en su sangre y construye con ellas barricadas para atacar y defenderse
del ataque ajeno (de otros conceptos,
ideas y ocurrencias divergentes a las suyas). Así estos tesoros propios del
hombre se convierten en idealizaciones, en ídolos que convergen en su más íntima
adoración, se transforman en corazas excluyentes y dañinas que aletargan el
espíritu y lo hunden en los abismos carcelarios de la más burda ilusión.
Conceptos, ideas, ocurrencias:
he aquí la sintomatología que ha cubierto de oprobio la salud de la humanidad
desde el comienzo de los tiempos. Nunca hubo enfermedad más eficaz para la
ruina del hombre que aquella que afecta sus sentidos internos con lo que se
eleva al estatus de verdad inexorable y con que se construyen promontorios de
hierro en su honor.
Todo Profeta de Dios ha sido
enviado con la Sabiduría necesaria para enseñar a la humanidad cómo
desestructurar toda idolatría tanto exterior como interior: exterior la
idolatría mundana, interior la idolatría del alma. Sin embargo el hombre,
frágil criatura de olvidos y desencuentros, ha cometido el error falaz de
idolatrar hasta su misma creencia contradiciendo abiertamente los mandatos
libertadores del Dios vivo. La religión se ha vuelto un concepto acorazado, una
armadura inexpugnable dispuesta a abalanzarse y devorar inquisitorialmente todo
vuelo del espíritu. El mundo se cierne con sus desmedidas ataduras ficcionales
reclutando esclavos desde el más ciego ateísmo y el alma encarna un rol de
espeluznante egolatría en nombre de la fe. El hombre olvida a Dios y Dios no
cesa de permitirnos ser partícipes inconscientes de su inmensa misericordia.
La fe debería ser un puente
sobre los abismos, sin embargo la hemos convertido en una máscara con la cual
justificar nuestra ilusoria exclusividad, necesidad del hombre por afirmarse a
sí mismo en un mundo confundido. El ser se afirma en la pretensión y así surge
la apariencia que se opone a la emancipación, corolario definitivo de la fe
real.
El corazón del hombre se ha
cubierto de manchas que opacan su visión, por esto que se nos hace
ininteligible el mensaje que lo sagrado emite diariamente con el despertar del
sol. Manchas arbitrarias, insurgentes, nutridas por una maldad que se presenta
como hermosura pasional. Lejos se encuentra esto de la natural disposición de
sano reconocimiento que el espíritu entona como música de belleza ante su Dios.
Poco sabe la belleza de prisiones de piedra que enajenan la trascendencia del
hombre. Nada conoce la belleza de oscuros carceleros que en nombre de vacíos
ideales quiebran la espina dorsal de la humana consciencia.
Por esto es que hemos decidido
rescatar de la bruma de los tiempos la honrada libertad de nuestro gaucho, su
limpio misticismo en el que el Dios vivo palpita en cada eclosión de vida, su
noble carácter que se impone sobre toda vanidosa diferencia, su integridad
elemental cercana a la tierra y desprendida del agobio mundano, su alma poética
y musical, reflejo fiel del culto sencillo a la belleza -pues este culto, tan
original como hoy ignorado, es el que nos salvará de la ruina silente que
promueve la egolatría y nos expansionará más allá del horizonte de la muerte.
Redescubrir la belleza como pulso de Dios, tal es el camino de los Profetas,
ayer y hoy. Y eso es Islam.
Que Dios nos ampare ante las
tinieblas de la idolatría y nos permita la unción gaucha del vivir con
sabiduría hasta nuestra feliz consumación.
de quien es esa obra? me refiero a la pintura
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