El espíritu de la Tradición no ha
muerto, sin embargo son los hombres quienes se han olvidado de él dando la
espalda a todo aquello que debe conferir significado a su ser en la existencia.
Nos hemos cubierto de apegos
fútiles que velan nuestro discernimiento y hemos encontrado placer en lo que
nos reduce a entidades permeables frente a cualquier incidencia ambiental. El
progreso material nos ha inculcado una falsa idea de bienestar y prosperidad
que no nos permite descubrir la verdad en nosotros mismos.
Notable nos resulta el símbolo
poético de la gesta de Santos Vega para ilustrar nuestra breve reflexión. El
payador, arquetipo de nuestra tradición, es retado a un combate verbal que
trasciende la mera forma del relato para convertirse en un destello de realidad:
todo símbolo sugiere realidades al pensamiento, realidades que proponen un
despertar del significado y son detonantes para el entendimiento de lo que se
ignora o desconoce. Santos Vega, representante de lo tradicional, asociado a un
modo de vida natural y original -referido
a los orígenes del hombre-, es retado a duelo payador por Juan Sin Ropa,
representante de las fuerzas infernales -es
decir, antagónicas a la naturaleza del hombre- ocultas en el mentado
progreso socio-industrial que se reduce al desarrollo meramente material
valorizado por el movimiento capitalista. El resultado fatal de la payada
concluye con el acabamiento de la libertad pampeana del gaucho para impulsar la
emergencia de los ídolos modernos del congestionamiento citadino. En la ciudad se
concentran los flujos de producción-consumo que solventan la energía vital del
capitalismo voraz. Es prácticamente imposible permitir la supervivencia de
modos vivenciales asociados a la frugalidad y a la austeridad, ya que son
contrarios al progreso material que necesita del mercado constante
(compra-venta) para su desarrollo efectivo. Por esto que no es para nada
arbitraria la simbología aplicada en la leyenda de nuestro payador: Juan Sin
Ropa, luego de haber vencido a Santos Vega, convertido en serpiente hace arder
el ombú bajo el cual se gestó el combate dialectal. Bajo la sombra de ese ombú
descansaba el payador al momento de la irrupción de su contrincante y la imagen
brilla por sí misma: el sosiego del hombre bajo el amparo de un árbol, símbolo
de su armonía con el entorno natural -la guitarra pende de una rama de ese
mismo árbol, lo que acentúa aún más su significado. En el orden opuesto, el
poeta compara al diablo con el movimiento incesante del trabajo que fecundará
la inmigración masiva de apátridas gestados desde el mismo vientre del
capitalismo y que se nutrirán de su alimento. Nuestro país ha resentido un
notable retroceso (social, cultural, económico y político) debido justamente a
esa ola foránea que nada supo del sentido de la tierra más que por el provecho
material que de ella pudo extraer. El gaucho, hijo mismo de esa tierra, podría
haber sido el único encargado de forjar respetuosamente una prosperidad
positiva para sus vástagos. Sin embargo no se le permitió desarrollar sus
potencialidades y se lo quitó del escenario de nuestra historia por los falaces
gobiernos que siguieron a la caída de don Juan Manuel de Rosas luego de la
trágica batalla de Caseros.
Afirmando la condición
luciferina de Juan Sin Ropa, el poeta escribe: "Como en mágico espejismo/ al compás de ese concierto/ mil
ciudades el desierto/ levantaba de sí mismo./ Y a la par que en el abismo/ una
edad se desmorona/ al conjuro, en la ancha zona/ derramábase la Europa/ que sin
duda Juan Sin Ropa/ era la ciencia en persona". El poeta no emite
juicios de valor, sin embargo deja más que claro el rol simbólico de ambos
personajes como representantes de modos vivenciales completamente antagónicos:
Santos Vega la sencilla nobleza de nuestra tradición vernácula, su canto
original; Juan Sin Ropa el diablo amparado tras las vestimentas del progreso
material y la destrucción de la identidad tradicional de los pueblos. Concluye:
"...pero un viejo y noble abuelo/
así el cuento terminó:/ -Y si cantando murió/ aquél que vivió cantando/ fue,
decía suspirando,/ porque el diablo lo venció". Significativa también
la apreciación del escritor argentino Leopoldo Marechal, quien en su monumental
obra 'Adan Buenosayres', en un episodio donde siete personajes se encuentran
con una aparición de Juan Sin Ropa, en diálogo hace decir a este último: “Nunca me ha encargado el Jefe un trabajito
más fácil. Nos agarramos a estrofa limpia: Vega no lo hizo del todo mal; pero
un diablo es mejor guitarrero: tiene más uña. -¿Y qué ganaba el Jefe con
derrotar a un pobre gaucho? –le interrogó Adán Buenosayres. –No crean, el gaucho aquél tenía sus bemoles
–aseguró Juan Sin Ropa-. Su falta de
ambición, su desnudez terrestre, su guitarrita y su caballito amenazaban con
establecer en estos pagos una nueva edad de la inocencia cuando el Jefe ya
estaba en vísperas de un triunfo universal y las naciones calan de hinojos para
besarle el upite.”
Como dijimos al comienzo, el
espíritu de la Tradición no muere, ya que como todo espíritu es inmortal,
eterno y universal. Nuestra tarea es redescubrirlo, revalorizarlo y volver a
hacerlo vital en nosotros mismos. Justamente allí es donde Dios se manifiesta.
El Poema de Rafael Obligado puede leerse aquí: Santos Vega - Poema Completo
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