Hazrat
Inayat Khan
MÚSICA, la palabra que utilizamos en
nuestro lenguaje cotidiano, no es otra cosa que la imagen de nuestro Amado, y
es por esta razón por la cual amamos la música.
Pero la cuestión es la
siguiente, ¿qué es y dónde está nuestro Amado? Nuestro Amado es aquello que
representa nuestro origen y nuestra meta; y lo que vemos del Amado con los ojos
físicos es la belleza que se nos muestra alrededor; y la parte de nuestro Amado
no mostrada a nuestros ojos es aquella forma interior de belleza de la cual él
nos habla. Si escucháramos la voz de toda la belleza que nos atrae en cualquier
forma, encontraríamos como en todos sus aspectos ella nos cuenta que detrás de
toda manifestación está el Espíritu Perfecto, el espíritu de la sabiduría.
¿Qué es lo que captamos como
expresión principal de la vida en la belleza que observamos en torno nuestro?
Se trata del movimiento. En las líneas, en los colores, en los cambios de las
estaciones, en el ascenso y descenso de las olas y mareas, en el viento, en la
tormenta, en toda la belleza de la naturaleza hay un constante movimiento. Es
el movimiento lo que ha originado el día y la noche, y el cambio de las
estaciones; y este movimiento nos ha proporcionado la comprensión de lo que
llamamos tiempo. No habría tiempo de otra manera, porque realmente sólo existe
la eternidad; y esto nos enseña que todo lo que amamos y admiramos, observamos
y entendemos, es la vida escondida detrás; y esta vida es nuestro ser.
Se debe solamente a nuestras
limitaciones el que no veamos el ser entero de Dios; sin embargo, todo lo que
amamos en color, trazo, forma o personalidad, pertenece a la belleza real, al
Amado de todos. Cuando encontramos lo que nos atrae de esta belleza que vemos
en todas las formas, entendemos que ello es precisamente su movimiento; en
otras palabras la música. Todas las formas de la naturaleza, como por ejemplo
las flores, están perfectamente formadas y coloreadas; los planetas y las
estrellas, la tierra, todo da la idea de armonía, de música. Toda la naturaleza
respira; no solamente las criaturas vivientes, sino toda la naturaleza; y es
solamente nuestra tendencia a comparar aquello que parece vivo con lo que no lo
parece tanto lo que nos hace olvidar que todos los seres y las cosas viven una
vida perfecta. Y la señal de vida dada por esta belleza viviente es la música.
¿Qué hace danzar al alma del
poeta? La música. ¿Qué hace que el pintor elabore hermosos cuadros y el músico
cante bellas canciones? Es la inspiración que la belleza otorga. Por
consiguiente, el sufí ha denominado saki a esta belleza, al dador divino que
proporciona el vino de la vida a todos. ¿Cuál es el vino del sufí? La belleza
en la forma, en las líneas, en los colores, en la imaginación, en los
sentimientos, en las maneras; en todo esto él ve la belleza una. Todas estas
diferentes formas son parte del espíritu de la belleza que se encuentra en la
vida detrás de ellas, la continua bendición.
Con respecto a lo que llamamos
música en el lenguaje cotidiano, para mí, la arquitectura es música, la
jardinería es música, el laboreo del campo es música, la pintura es música, la
poesía es música. En todas las ocupaciones de la vida en las que la belleza ha
sido la inspiración, en las que el vino divino ha sido vertido, hay música. Entre
todos los diferentes artes, el de la música ha sido considerado especialmente
divino, ello se debe a que es la miniatura exacta de la ley que funciona a
través de todo el universo. Por ejemplo, si nos estudiamos a nosotros mismos,
encontramos que los latidos y el pulso del corazón, la inhalación y exhalación
de la respiración, todo ello es resultado de un ritmo. La vida depende del
funcionamiento rítmico de todo el mecanismo del cuerpo. La respiración se
manifiesta como voz, como palabra, como sonido; y el sonido es continuamente
audible, tanto el interior como el exterior. Eso es la música; y ello nos
enseña que la música existe tanto dentro como fuera de nosotros.
La música no solamente inspira
el alma de los grandes músicos, sino también a todos los niños. En el mismo
instante en que llegan al mundo comienzan a mover sus pequeños brazos y piernas
con el ritmo de la música. Por tanto no resulta una exageración decir que la
música es el lenguaje de la belleza; el lenguaje de aquel Uno a quien todos los
seres aman. Cuando uno comprende esto y reconoce a la perfección de toda
belleza como Dios, nuestro Amado, se entiende por qué la música que
experimentamos en el arte y en todo el universo debe ser llamado Arte Divino.
Mucha gente toma la música como
una fuente de entretenimiento, como un pasatiempo. Para muchos la música es un
arte y el músico un animador. A pesar de ello, nadie que haya vivido en este
mundo, y haya pensado y sentido, ha podido dejar de considerar a la música como
el arte más sagrado de todos, porque de hecho es aquello que el arte de pintar
no puede sugerir claramente y la poesía tiene que explicar con palabras.
Aquello que incluso el poeta tiene dificultad en expresar con su poesía, se
puede expresar con música. Con esto no solamente quiero decir que la música es
superior al arte y a la poesía, sino que de hecho supera a la religión; porque
la música eleva el alma del hombre más allá que las llamadas formas externas de
religión.
Con esto no quiero que se
entienda que la música pueda tomar la posición de la religión; todas las almas
no están necesariamente afinadas con ese tono en el cual pueden beneficiarse
realmente de la música, no son tampoco todas las músicas necesariamente tan
excelsas que puedan elevar el alma de la persona que las escucha más allá de
donde les lleva la religión. Sin embargo, para aquellos que siguen el camino
del culto interior, la música es esencial en su desarrollo espiritual. La razón
es que el alma del buscador ansía por el Dios sin forma. Sin lugar a dudas el
arte eleva, lo que no quita que al mismo tiempo mantenga la forma; la poesía
tiene palabras, nombres, todos sugerentes de formas; solo la música tiene
belleza, poder, encanto y al mismo tiempo la capacidad de elevar el alma más
allá de la forma.
Estas son las razones por las
cuales en los tiempos antiguos los más grandes de los profetas fueron a su vez
grandes músicos. Entre los profetas hindúes encontramos a Narada, que al mismo
tiempo que profeta era músico, y a Shiva, el profeta semejante a Dios que fue
el inventor de la vina. A Krishna, también, siempre se le representa con su
flauta.
Hay una leyenda muy conocida
sobre la vida de Moisés. Cuenta que Moisés, estando en el Monte Sinaí, escuchó
una orden divina que le decía: Muse ke, Moisés escucha; la revelación que así
le llegó estaba cargada de tono y ritmo, y Moisés la denominó con el mismo
nombre, música; y así es como se supone que se originó la palabra música. Los
cantos y salmos de David se conocen desde siempre; su mensaje era transmitido
en la forma de música. El Orfeo de la leyenda griega, el conocedor del misterio
del tono, del ritmo, tenía, debido a este conocimiento, poder sobre las fuerzas
ocultas de la naturaleza. Saraswati, la diosa hindú de la belleza y del
conocimiento, siempre se representa con una vina. ¿Qué es lo que todo esto
sugiere?, pues que toda armonía tiene en su esencia a la música. Además del
encanto natural que la música posee, también tiene un atractivo mágico que
puede ser experimentado incluso ahora. Parece como si la raza humana hubiera
perdido una buena parte de la ciencia de la magia, pero si algo quedara de ella
sería precisamente la música.
La música, además de poder, es
intoxicación. Si es capaz de embriagar a aquellos que la escuchan, ¡cuánto más
impactará a aquellos que la tocan o cantan! ¡Y cuánto más intoxicará a aquellos
que han tocado la perfección de la música y han meditado sobre ello durante
años y años! Ello les procura un gozo y una exaltación mayor, incluso, que la
experimentada por un rey en su trono.
De acuerdo con los pensadores
orientales existen cinco tipos diferentes de intoxicación: la de la belleza, la
juventud y la fortaleza, después está la intoxicación de las riquezas; la
tercera es la del poder, dar órdenes y dirigir; la cuarta variedad de
intoxicación es la de aprender, el conocimiento. Sin embargo, todas estas
cuatro intoxicaciones se difuminan en la presencia de la música como si fueran
estrellas delante del sol. La razón es que la música toca la parte más profunda
del ser del hombre. La música llega más lejos que cualquier otra impresión
procedente del mundo exterior. La belleza de la música consiste en que es tanto
la fuente de toda creación como el medio para absorberla. En otras palabras, el
mundo fue creado con música, y por la música será reabsorbido de nuevo en la
fuente que lo originó.
En nuestro mundo científico y
material observamos un ejemplo similar. Antes de que una máquina o un mecanismo
comience a funcionar debe hacer primero un ruido. Primero se hace audible y
luego muestra su vida. Lo podemos ver en un barco, un aeroplano, un automóvil.
Esta idea pertenece al misticismo del sonido. Antes de que un niño sea capaz de
admirar el color o la forma ya disfruta del sonido. Si existe un arte que
realmente pueda agradar a la persona de edad, es la música. Si hay algún arte
que pueda recargar a la juventud con vida y entusiasmo, emoción y pasión, es la
música. Si existe un arte con el cual una persona pueda expresar totalmente sus
sentimientos y emociones, es la música. Al mismo tiempo es algo que confiere al
hombre la fuerza y el poder de la actividad, la que hace que el soldado marche
con el repiqueteo del tambor y el sonido de la trompeta. En las tradiciones del
pasado se dice que en el Último Día habrá un sonido de trompetas anunciando la
llegada del fin del mundo. Esto muestra como la música está conectada con el
comienzo de la creación, con su continuidad y con su fin.
Los místicos de todos los
tiempos han amado la música más que a nada. En casi todos los círculos del
culto interior, en cualquier parte de la tierra, la música parece ser el centro
del culto y de las ceremonias. Y aquellos que alcanzan la paz perfecta llamada
nirvana, o en el lenguaje de los hindúes, el shamadi, lo consiguen más
fácilmente por medio de la música. Por tanto, los sufis, especialmente los de
la antigua escuela Chishti, toman a la música como fuente para sus
meditaciones; y meditando así obtienen mucho más beneficio que aquellos que la
practican sin la ayuda de la música. El efecto que experimentan es el
despliegue del alma, la apertura de las facultades intuitivas; y su corazón,
por expresarlo de alguna manera, se abre a toda la belleza interior y exterior,
elevándolos, y al mismo tiempo trayéndoles la perfección por la que toda alma
ansía.
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