sábado, 29 de agosto de 2015

Notas sobre Sufismo: El Maestro (Sheykh)


        La palabra árabe Sheykh significa, en principio, anciano. Es un título respetuoso que se da a los mayores, especialmente  cuando se acepta su autoridad. Por extensión, se da este nombre a todo el que enseña la sabiduría del Islam. El ‘âlim, el experto en ciencias islámicas, cuando las comunica, es el sheykh de sus discípulos. También en el Tasáwwuf se aplica este venerable término al maestro, pero en el arte de los místicos este título tiene connotaciones profundas, hasta llegar al extremo en el que los retrata al-Yîlâni: “Los maestros son aquellos cuyos espíritus -antes de que fuera creado el mundo- ya nadaban en el océano de la generosidad. Cuando los ángeles opusieron objeciones a que el ser humano fuera elegido por Allah como rey de la creación, los maestros se reían de ellos a escondidas. Los maestros ven el invierno en el calor del verano, vislumbran la sombra en medio del rayo de la luz solar, y han embriagado al cielo con el licor que hay en sus copas. Es su liberalidad la que permite al sol parecer de oro”.

         En el sufismo (Tasáwwuf), Sheykh es el que, tras haber realizado el viaje hasta Allah ha sido autorizado por su maestro para guiar a otros discípulos. Los shuyûkh (plural de sheykh), conocedores de la Senda, son los herederos de la sutileza del Profeta (s.a.s.) y hábiles en la ciencia del corazón y de la sinceridad. El aspirante (murîd) debe buscar la compañía (suhba) de un maestro cualificado.

         Definición de Sheykh

         El sheykh es un guía (múrshid) espiritual, alguien que ha recorrido el Camino de la Verdad (Tarîq al-Haqq), ha aniquilado su ego en la Unidad de su Creador, y conoce los peligros que acechan al murîd, los terrores que obstaculizan su andadura y los límites que no pueden ser trasgredidos; es alguien que, cumpliendo esas condiciones, se hace cargo de la educación (tarbía) de los aspirantes y les señala las exigencias de la peregrinación (sulûk) y la forma de llegar a las proximidades del Creador (el qurb). El sheykh tiene que haber seguido el Camino bajo la dirección de otro sheykh anterior, y la cadena (sílsila) debe remontar hasta el Profeta (s.a.s.). En su caminar hacia Allah, el maestro ha debido saborear las esencias (haqâiq) y haber adoptado las formas de conducirse (los Ajlâq) del Profeta (s.a.s.). En resumen, como decía al-Qâshâni, el sheykh es una persona perfecta en el conocimiento de la Ley, el Camino y la Esencia, habiendo alcanzado las profundidades de esas ciencias, y conozca las enfermedades del ego y los remedios para esos males y pueda sanar los corazones, guiándolos si están preparados y están destinados a alcanzar la Meta.

         El maestro es imprescindible. Cuando alguien se hace aspirante (murîd), es decir, cuando en esa persona despierta la Irâda (literalmente, Voluntad, pero entre los sufíes es el deseo de abandonar la rutina y las costumbres), y prefiere guiarse por sí mismo y atenerse a su propia opinión, se equivoca. Se suele decir, que Shaitân es el maestro de quien no tiene sheykh. Y es necesario el maestro por lo que dijo el Profeta (s.a.s.): “En todo arte buscad la ayuda y el consejo del más hábil”, y el sheykh es el mejor en el arte de los sufíes. Es cierto que Allah mismo se ha hecho cargo de algunos buscadores, tal como hizo con Abraham o con Muhammad (s.a.s.) entre los profetas, y con Uwáis al-Qárani entre los awliyâ, pero son casos excepcionales. La regla es que exista el maestro y el discípulo, y esto forma parte de la Sunna de Allah con la que gobierna la existencia.

         Quien busque conocer las ciencias formales del Islam debe acudir a un ‘âlim, o a varios. Ellos te comunicarán los datos que desees saber sobre la Sharî‘a. Pero para adentrarse por la Tarîqa, es necesario un sólo sheykh. No es conveniente tener más de un maestro sufí a la vez. Ejemplo de ello fue el Imâm al-Yîlâni, que recogió sus saberes formales de una gran cantidad de ‘ulamâ, pero cuando se inició en el sufismo sólo acompañó a su sheykh ad-Dabbâs, y más tarde a al-Májrami.

         Cualidades del Sheykh

         La primera de las condiciones que debe cumplir un maestro que se ofrezca a guiar discípulos es tener un gran conocimiento de la Sharî‘a y del Tasáwwuf, de modo que él sea una síntesis de la Ley y la Esencia. El Imâm al-Yunáid dijo: “Nuestra ciencia tiene como elementos correctores el Corán y la Sunna. Quien no conozca el Hadiz y lo escriba, no haya memorizado el Corán, no sea experto en Fiqh y en la Técnica de los sufíes, no es digno de ser seguido”.

         Al-Yîlâni dijo: “No le es lícito a nadie sentarse sobre la alfombra del rango de la maestría y ceñirse la espada de la atención a los discípulos a menos que cumpla con diez virtudes. Dos son de Allah: que sea discreto y tolerante. Dos son del Profeta: que sea afectuoso y buen acompañante. Dos son de Abû Bakr: que sea sincero y generoso. Dos son de ‘Omar: que sepa ordenar y prohibir. Dos son de ‘Ozmân: que dé de comer al hambriento y pase las noches en recogimiento mientras las gentes duermen. Y dos son de ‘Ali: que sea sabio y valeroso”.

         El mismo Maestro al-Yîlâni lo dijo en versos: “El Sheykh verdadero cumple con cinco utilidades, o de lo contrario es un impostor que conduce a la ignorancia. / Es conocedor de las normas exteriores de la Ley y a la vez indaga en las raíces de la Esencia. / Al que llega para beber de él, le muestra buena cara, y es hospitalario, y se somete al pobre en palabra y acto. / Ése es el maestro merecedor de enaltecimiento cuyo valor es inmenso, diferenciador de lo ilícito de lo lícito. / Pule a los seguidores del Camino estando ya pulido su corazón, siendo a la vez de una generosidad absoluta”.

         Algunos se precipitan y se presentan como maestros cuando no lo son, y son causa de las censuras que a lo largo de los siglos se han dirigido contra el sufismo. Al-Yîlâni les decía: “¿Quién es ese que se está atreviendo a jugar con serpientes  (refiriéndose a las almas de los aspirantes) cuando él aún no ha tomado el antídoto? ¿Cómo puede pretender que conduce hasta las Presencia del Rey, si no es chambelán? Tú, que dices ser un maestro, y compites con los sinceros, buscas satisfacciones como los niños y no eres más que un niño. Eres un descuidado que no se da cuenta de que la Verdad ha presentado una querella contra ti. Pronto tu alegría se va a convertir en miedo...”. Y después, el Imâm daba estos consejos al aspirante: “Busca a quien te ayude a derrotar a tu ego, no a quien lo fortalezca contra ti. Si acompañas a un maestro ignorante e hipócrita, que se ha sometido a su naturaleza y a su propia frivolidad, ése ayuda a tu demonio. A los maestros no se les acompaña para pasar un rato en este mundo, sino para conquistar al-Âjira. Si un maestro está sometido a su naturaleza, es acompañado para disfrutar del mundo; pero si es poseedor de un corazón es acompañado para entrar en el Universo de Allah; y si es depositario de un Secreto, entonces se le acompaña por Allah”.

         El lazo entre el sheykh y el murîd

         En el Islam, existe un estrecho vínculo (râbita) que une al maestro (sheykh) y al discípulo (murîd). Ese lazo es la compañía (suhba), con la que se emula la relación que había entre Sidnâ Muhammad (s.a.s.) y sus Compañeros (los Sahâba). El maestro y el aspirante se reúnen en torno al anhelo por alcanzar a Allah, no en pos de un bien efímero, o alrededor de una doctrina alambicada, y la radicalidad de ese propósito es la causa de condiciones férreas. Es una compañía cuya primera condición son la sinceridad (sidq) y el desinterés (ijlâs), teniendo como norte el conocimiento y la cercanía a Allah sobre la base de la cortesía.

         Esa relación tiene tres pilares: las funciones del sheykh, la actitud del discípulo para con su sheykh y la vinculación entre los discípulos del sheykh.

         A) Las funciones del Sheykh

         Un sheykh acepta a un discípulo sólo por amor a Allah (lillâh), y nunca por amor a sí mismo. Cuando un maestro no tiene más propósito que servir de utilidad a sus discípulos, estos aprovechan sus enseñanzas. Si se trata de un farsante que busca prestigio o riquezas, entonces sus palabras son cáscara y no llegan a trasformar corazones.

         El maestro comienza con su discípulo dándole buenos consejos, sencillos y con suavidad. No le impone nada por encima de sus fuerzas. Emplea el rifq, que es la amabilidad, porque la amabilidad permite la confianza y la intimidad. Cuando se apercibe en esa intimidad que el discípulo tiene aptitudes y aspiración poderosa, le ordena cargar con tareas más penosas. Le obliga a dejar de depender de su naturaleza, le retira las licencias del Islam y le impone el ‘açm, la resolución y la decisión firme. Si no es así, si el discípulo es de carácter débil, va más despacio en las exigencias; y si en él no hay aptitudes ni tan siquiera para eso, no lo priva de su bendición.

         El sheykh debe estar vigilante e indagar en el corazón de su discípulo, estando alerta contra las señales de las enfermedades del ánimo. Para ello debe ser experto en la conducción de los corazones. Si el aspirante está demasiado atado al mundo, lo libera exigiéndole anonimato; si está demasiado satisfecho de sí mismo, lo reduce con hambre y haciéndole velar por las noches; si tiene en demasiada consideración la opinión de la gente, lo priva de compañía y lo sumerge en la soledad, el retiro y el silencio; si es de carácter rudo, se lo suaviza obligándole al estudio y a la cortesía...

         Cuando el maestro ve que su discípulo mejora y supera las trabas secretas de su ego, es sincero en su combate y tiene firme voluntad de alzarse por encima de todas las cosas, entonces ya no le perdona nada, se vuelve intolerante y le exige los ejercicios más desafiantes para acceder a los rangos espirituales elevados (maqâmât). Se considera que el sheykh que no es severo en ese grado está traicionando a su discípulo.

         El sheykh debe también cuidar de su discípulo interiormente. Un maestro verdadero es un ser especial, tal como hemos visto a la cabeza de este apartado, y vela por su discípulo a un nivel que éste todavía desconoce, pues el corazón del maestro habita en un mundo sobrenatural y secreto para la inmensa mayoría de los hombres. El Sheykh al-Yîlâni dijo: “Yo guardo a mi discípulo. Si le ocurre un mal estando en occidente mientras estoy en oriente, lo protejo. Si mi discípulo no es excelente, yo sí soy excelente”.

         B) La conducta del discípulo

         En primer lugar, el aspirante que se dirija a un maestro con la intención de que pula su corazón, corrija su universo interior y lo asome a Allah, debe tener la certeza de que la persona en cuyas manos va a ponerse es la más idónea y presentarse ante ella con esa seguridad. Para ese discípulo no puede haber nadie mejor como guía que el maestro que ha elegido. A esto se le denomina sinceridad (sidq). Sin sinceridad, el discípulo no aprovecha lo que su sheykh puede darle.

         Esto no quiere decir que deba creer que su maestro es infalible (ma‘sûm), pero sí que el bien que puede sacar de él sólo puede ser fruto de una buena manera de acompañarlo, basado en una exquisita y sincera cortesía basada en la seguridad que hemos mencionado.

         El discípulo debe obediencia (tâ‘a) a su maestro, cumpliendo externamente lo que le pida, sin resistencias ni reparos de ningún tipo y no oponiéndose a ello en su corazón. Si se trata de algo que no entiende, debe relegar su opinión. Al-Yîlâni decía: “Contrariar a los shuyûkh es un veneno mortal”. Ibn ‘Arabi decía que si un maestro te ordena entrar por el ojo de una aguja, debes intentarlo pensando que es posible.

         Es muy importante la cortesía (ádab) en la presencia del maestro. El discípulo no debe hablar ante él innecesariamente, ni interrumpir sus palabras para expresar su propia opinión, y aunque crea que se equivoca o se confunde, guardará silencio. Un sufí dijo: “Quien diga ‘no’ a su maestro, no triunfa”. Al-Yîlâni decía a su discípulo cuando lo aceptaba: “Cuando te presentes ante mí, pliega tu ciencia y deja de verte, y entra sin nada. Si vienes a mí con tu ciencia y contigo mismo, no verás nada de lo que te indique”.

         Es imprescindible que el discípulo no oculte nada de sí a su maestro, aunque se trate de algo vergonzoso, dando así la oportunidad al maestro para que le hable, le guíe o invoque en su favor, pues tal vez su bendición lo trasforme.

         El aspirante no debe dudar acerca de su maestro ni acusarlo de nada. Si cree que su maestro ha cometido un error o algo censurable, que piense que es él el que se equivoca debido a su propia ignorancia y falta de entendimiento. Si no puede abandonar la sospecha, que deje al maestro, tal como dijo al-Yîlâni: “Si acusas de algo a tu maestro, no lo acompañes; el enfermo, si duda del médico, no se cura”.

         El discípulo siempre debe estar dispuesto a servir a su maestro y atento a cumplir sus deseos, apresurándose a satisfacerlos incluso antes de que los formule. A esto se le llama jidma, servicio. El discípulo no debe excusarse ni anteponer sus necesidades, pues para un verdadero aspirante no existe más que su sheykh.

         El discípulo acompaña a un sheykh por amor a Allah (lillâh). El maestro es un medio y por ello el murîd cumple las condiciones, vaciando su corazón de todo lo que no le exige ese momento suyo. Cuando sigue a un maestro, la condición es la plena dedicación a él, hasta que llegue la separación. Someterse a un sheykh representa ‘abandonar del mundo’, centrándose el discípulo en él para olvidar el duniâ (el mundo efímero de las apariencias y las ilusiones), preparándose el aspirante para un vacío aún mayor en el que sólo tendrá a su Señor. Esto es lo que significa Irâda (la Voluntad, que es progresivo desapego de lo mundanal para afrontar la Realidad del Uno-Único) de la que deriva la palabra murîd.

         Por último, en su relación con el maestro, el discípulo tiene que armarse de una sólida paciencia (sabr) que le ayude a soportar la aspereza (jushûna) del maestro. La aspereza es con lo que el sheykh suaviza el carácter del discípulo y mata sus quimeras. Al-Yîlâni decía: “No huyáis de la aspereza de mis palabras. A mí me ha hecho crecer la aspereza”.

         C) La cortesía entre hermanos

         Al igual que hay cortesías (adab) que rigen la relación del discípulo y el maestro, las hay que deben practicarse entre los aspirantes (llamados ijwân, hermanos, cuando son discípulos de un mismo sheykh). Se considera que la atención a dichas cortesías y la insistencia en su observancia acaba por trasladarlas a la relación con todas las criaturas. Una Hermandad sufí en torno a  un maestro es un mundo en pequeño en el que el aspirante se educa para afrontar las esencias, siendo relanzado, por un lado, hacia el Creador, y, por otro, hacia la creación. Se ha dicho: “El Tasáwwuf, todo él, es adab”.

         Un primer grupo de cortesías es al que se denomina futuwwa (literalmente, significa jovialidad, entusiasmo). La futuwwa es el total de las virtudes que propician los sentimientos de hermandad y complicidad, a cuya cabeza están la solidaridad, el desprendimiento, el olvido de las afrentas, el servicio, el socorro mutuo, la indulgencia, etc.

         Los maestros siempre han enseñando que entre ‘hermanos’ debe haber humildad y tolerancia, renuncia a los conflictos, cesión de derechos y ausencia de polémicas.

         El discípulo debe ser ciego ante los defectos de sus hermanos, dejando su corrección al maestro, y se priva de hacer lo que les resulte detestable.

         Entre aspirantes hay amor y atención. Si alguno nota desdén en otro, lo soporta, se vuelve hacia sí y espera a que desaparezca el desdén.

         Entre hermanos hay renuncia a los propios derechos y no se hacen exigencias; es más, cada uno considera a los demás con derechos sobre sí y por ninguna ofensa desatiende sus obligaciones de hermandad.

         La futuwwa fue el germen de grupos solidarios que jugaron un papel destacadísimo en la historia del Islam. En torno a las Hermandades en las que los lazos entre sus miembros eran sólidos se crearon vínculos que integraron a sociedades y tribus enteras. La solidaridad predicada por el sufismo permitía la cohesión entre los musulmanes, de un alcance extraordinario que se proyectó sobre el devenir del Islam.

         Los maestros sufíes, a la vez que enseñaban las claves de la fraternidad, daban consejos a sus discípulos sobre las relaciones que debían mantener de distanciamiento de los ricos y poderosos y proximidad a los pobres y necesitados.

         Final de la función del maestro

         Al-Yîlâni dijo: “Al cabo de dos años, el destete”. Si la compañía (suhba) de un maestro se realiza cumpliendo estrictamente sus condiciones, llega el momento en que el discípulo puede independizarse para continuar sólo adentrándose en la proximidad (qurb) a la que su maestro lo ha asomado.

Ese momento tiene señales, como la desaparición de sus pasiones, el olvido total del mundo, un anhelo vehemente por llegar hasta Allah... En las profundidades de ese aspirante puede haber un secreto (sirr) al que no tenga acceso el maestro, o, a la inversa, el maestro tenga un ‘secreto’ que el discípulo no pueda descifrar... En estos casos, el aspirante se ha independizado de la necesidad de un maestro y todo su corazón pende ya de Allah en exclusiva, y, alcanzado esto, ¡cómo podría estar en contacto con un sheykh! Ha llegado el momento en que deba seguir su propio camino, en conformidad con lo que dicen los sufíes: “Los caminos hacia Allah son en el número de los alientos de todos los seres humanos”. Y Allah dice en el Corán: “Guiaré por mis Caminos a quienes luchan por Mí”.


Por respeto, esperará a que su maestro le indique que lo abandone (incluso puede llegar a prohibirle que vuelva a verlo), y a partir de entonces se sumirá en su propio mundo siguiendo el Camino que le dicta su Señor. Al-Yîlâni decía: “Allah bendiga al maestro, y al discípulo sincero que prescinde de su maestro porque ya no le basta más que Allah”.

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