Haciendo un alto en su trayecto hacia la Tierra bendita, Sayidina Ibrahim (as) dijo a su gente:
La Sabiduría nos enseña que la
peor enfermedad del corazón es el hacer dioses de las cosas creadas, la
idolatría hacia lo que nos genera apegos y nos confiere una ilusoria sensación
de seguridad: el oro, la plata, el renombre, las posesiones, los hijos, los
títulos... Sin embargo, el causante de la idolatría más nociva se encuentra en
nuestro interior: el ego. El ego es quien proyecta sus deseos, temores,
afecciones y obsesiones a las cosas creadas, construyendo una apariencia de
realidad que carece de solidez. El ego se identifica con esta falsa percepción
de sí mismo proyectada en las cosas y se aferra a esta idea desvinculando al
hombre de su originalidad. La egolatría, es decir, la experiencia de vida desde
el ego y por el ego, con sus afanes y desavenencias, es la forma más compleja y
sutil de idolatría, la de más difícil detección y tratamiento. ¿Quién no
considera positivamente real su proyección interior del mundo circundante? Sin
embargo esa proyección, para que sea auténticamente real, debe estar medida por
los valores universales y absolutos de la Divina Sabiduría revelada a través de
la cosmovisión profética. De ninguna manera esto supone una imposición de
criterios ajenos al hombre, todo lo contrario: todo ser humano atesora en su
naturaleza primordial, como base de un compuesto esencial, los sentidos
inherentes a aquella Sabiduría como reflejos inmanentes de los modelos universales.
Al ser un resultado de la Sabiduría Divina, el ser del hombre guarda en sí
mismos los significados necesarios para obrar de acuerdo a ella. El ego y su
ilusión de realidad, entonces, no son más que meros obstáculos a ser superados.
Sin embargo, se requiere de un proceso de autoconocimiento dentro del marco de
la enseñanza revelada que motive el develamiento de los significados interiores
y ponga en evidencia los engaños del ego. Todo ser humano está capacitado, por
propia naturaleza, para obrar de acuerdo a los mandatos de la Sabiduría; tan
sólo son los egos desbocados y mal alimentados quienes imponen una percepción
parcial y arbitraria de la realidad, causando todo dolor y miseria. El ego es
la puesta a prueba del hombre. Sabio quien la supera, superándose a sí mismo.
Dios es el Creador
Todopoderoso, el Realmente Existente, Sabio, Origen de todo beneficio o daño,
Quien provee y Quien quita, Quien da la vida y envía la muerte. Estos son
atributos exclusivamente suyos. Por lo tanto, si creemos que un ser humano, los
astros, o lo que sea, tiene uno de esos atributos, y por ello entregarles
nuestro servicio, los estamos convirtiendo en ídolos, como cuando nos suponemos
autosuficientes y confiamos ciegamente en nuestros débiles recursos para lograr
lo que sólo Dios puede, haciéndonos así ídolos de nosotros mismos, de lo que
consumimos, de lo que nos da un placer momentáneo, difuso, evanescente.
Limpiemos entonces nuestro
corazón de los ídolos que ha levantado la debilidad del ego, y hagamos de él el templo donde la presencia de
nuestro Señor brille en todo Su esplendor.
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