Autor: Marcos Roitman Rosenmann
No hay que extrañarse: la Unión Europea y
EEUU han sido los causantes del nuevo terrorismo que asola sus ciudades. El
resto es tirar balones fuera
A las 12 horas de este viernes 18 de agosto,
España entró en catarsis. En todos los ayuntamientos del Estado se convocó a
actos de repulsa contra los atentados terroristas que sacudieron Barcelona y
Cambrils. Dos furgonetas conducidas por jóvenes, cuyas edades fluctúan entre 17
y 30 años, embestían a viandantes con un intervalo de horas. En Barcelona, 14
víctimas mortales y más de 100 heridos; en Cambrils, los cinco terroristas
resultaron abatidos a manos de la policía autónoma. El modus operandi ha sido calco
de los ocurridos en Londres y París. Mientras se hacía el silencio, en
Barcelona, de manera espontánea, los asistentes entonaron la frase: ¡No tengo
miedo! Una manera de crear confianza, de recuperar el pulso de lo rutinario,
comenzar el luto y honrar a las víctimas. Lamentablemente nada parece indicar
que el miedo ha desaparecido. Conscientes, tal vez, de la gravedad de la
situación, su declamación responde a una necesidad de contrarrestar lo
inevitable.
Estos atentados han venido para quedarse. Su
origen espurio se encuentra en las acciones de las llamadas tropas aliadas de
Occidente, encabezadas por EEUU, invadiendo países como Afganistán, Irak,
Libia, fomentando guerras en Siria y desestabilizando gobiernos considerados
enemigos. ¿Qué otro sentido tienen las palabras de Mariano Rajoy señalando que
combatirán siempre a quienes deseen destruir nuestra forma de vida y nuestros
valores? O mejor aún, cuando señala con rotundidad que el problema es global y
que la batalla contra el terrorismo está ganada. En otras palabras, Occidente
se considera dueño del mundo y EEUU se proclama defensor de los valores que,
dice, les pertenecen por derecho propio. Hasta el mismísimo Donald Trump, quien
no tiene empacho a la hora de proteger a sus amigos del KKK y, de paso,
promover intervenciones militares a diestra y siniestra, muestra su pesar y
condena los atentados en Barcelona.
La espiral del miedo y el terrorismo
yihadista ha calado hasta los huesos. No importa que las medidas implementadas
por los aparatos de seguridad y los gobiernos publiciten la normalidad. A pesar
de los controles, la colaboración de las comunidades musulmanas, la vigilancia
en los puntos calientes y el apoyo de gobiernos amigos, es poco probable que
estos atentados dejen de producirse. El origen es la causa del problema, y
mientras se oculte será imposible que desaparezca en el corto y mediano plazos.
Sabemos quiénes son los culpables, aquellos
que cometen el delito, pero los responsables residen en la Casa Blanca, el
Pentágono, el 10 de Downing Street, el Palacio del Elíseo, [La Moncloa] o la
sede de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en Bruselas, por citar
algunas. No hay que extrañarse: la Unión Europea y EEUU han sido los causantes
del nuevo terrorismo que asola sus ciudades. El resto es tirar balones fuera.
Nada hace pensar que la realidad pueda
revertirse. El llamado Estado Islámico (Isis) se asentó, expandió y tiene sus
fundamentos en las invasiones de Irak y Libia, países destruidos y
desarticulados como estados, reducidos a reinos de taifas, donde el control
político por las tropas del Isis han posibilitado la toma de ciudades,
proclamando el Estado Islámico. Sin olvidarnos de la guerra en Siria, recreada
desde los centros de poder en Washington. Estas agresiones no han pasado
desapercibidas a los ojos de la comunidad musulmana y los pueblos árabes. Los
ataques a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, fueron la
culminación. Bajo la declaración de guerra contra el terrorismo islámico se
confundió, manipuló y presentó a una cultura milenaria y una religión, la
musulmana, como la causante de todos los males en el mundo. La declaración de
guerra contra el terrorismo islámico, por la administración de George W. Bush,
fue el error que nos sitúa en Barcelona.
Para muchos jóvenes, hijos y nietos de
musulmanes arraigados en Francia, Bélgica, Alemania o España, las políticas
fomentadas o amparadas por los gobiernos, criminalizando el islam y sus
seguidores, son la fuente del conflicto. La falta de oportunidades, el
desempleo, la marginalidad y la sobrexplotación coadyuvan a crear ese malestar
contra la sociedad de consumo, identificada con la decadencia de la moral
occidental y el capitalismo.
El Isis se apoya en tales condicionantes para
sumar adeptos y mártires a sus filas. Una llamada para miles de jóvenes
musulmanes que rechazan la dominación militar y deciden luchar contra el
invasor. Lo desgarrador es la identificación del objetivo con la necesidad de
causar el mayor dolor, desgarrando y poniendo en tela de juicio los propios
valores de la vida. El enemigo no tiene sexo ni edad, y carece de humanidad.
Barcelona debe hacernos reflexionar y evitar declaraciones pomposas y
propagandísticas que hablan del triunfo de Occidente. La guerra no es
religiosa, sino geopolítica, por el control de las materias primas y la
dominación imperialista.
Fuente: La
Jornada. Extractado por lahaine.org
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