Desde principios del siglo XXI numerosos grupos
musulmanes han sufrido sangrientas persecuciones a lo largo del planeta, por causas
que oscilan entre lo étnico y lo religioso, pero con motivaciones económicas de
fondo. Al margen de sus valores intrínsecos como religión, el islam tiene
asignado un determinado papel en la situación política internacional. La
demonización del islam y la llamada “guerra contra el terrorismo” son
componentes de la globalización corporativa y el Nuevo Orden Mundial, una nueva
forma de colonialismo y de expansionismo occidental, con el objetivo de
apoderarse de los recursos energéticos. La Organización Mundial del Comercio y
el Banco Mundial son los brazos seculares de dicho expansionismo.
A principios del siglo XXI los musulmanes son
perseguidos a lo largo del planeta, en muchos casos tan sólo por tratar de
vivir libremente según sus leyes y creencias. Esta persecución va desde la
represión más violenta hasta simples discriminaciones, y varía según las
circunstancias y los intereses geoestratégicos de cada zona. Sería arduo
referirse a todos los conflictos donde los musulmanes luchan por sus derechos,
a veces en situaciones de gran precariedad material, frente a ejércitos
profesionales armados por las potencias de occidente. Esto hizo decir a Samuel
Huntington en su Choque de civilizaciones que “las fronteras del islam están
teñidas de sangre”. El analista del Departamento de Estado Norteamericano se
refiere a los conflictos de Cachemira, Bosnia, Chechenia o Mindanao. Según él,
estos conflictos muestran el carácter violento del islam, a pesar de que en
todos estos casos los musulmanes son los agredidos. Los musulmanes de Bosnia
sufrieron una invasión militar y fueron sometidos a una política de limpieza
étnica por parte de Serbia. Matanzas y campos de exterminio donde eran
recluidos cientos de hombres y mujeres por el simple hecho de ser
musulmanes/as, donde los hombres eran torturados insistentemente y las mujeres
violadas en masa y maltratadas con toda impunidad. Una vez más, se culpa a la víctima
por la barbarie de los agresores (y en todos estos casos, se trata de países de
mayoría cristiana).
Chechenia
Una situación trágica que continúa es la de
Chechenia. Para comprender la inmensa tragedia de este pueblo hay que
remontarse al 1944:
El 23 de febrero de 1944, Stalin ordenó la
deportación de toda la población chechena e ingush a Asia Central. Más de la
mitad de las 500.000 personas que fueron trasladadas a la fuerza murieron en el
camino o en las masacres cometidas por las tropas soviéticas. Los chechenos
fueron esparcidos en grandes colonias penales, situadas en lugares remotos de
las actuales Kazajistán, Uzbekistán y Kirguizistán. En los años siguientes
miles murieron de neumonía y hambre. En 1956, Nikita Kruschev reconoció los
errores cometidos con los chechenos y se inició el retorno. Los chechenos a
menudo se llevaron con ellos los huesos de sus seres queridos para enterrarlos
en sus ancestrales cementerios. Pero sus vidas realmente nunca volvieron a ser
lo que eran. Muchos de los antiguos Auls de la montaña estaban en ruinas y no
estaban habitables, lo que obligó a la mayoría de los chechenos vivir en las
llanuras, y a alterar irrevocablemente sus costumbres. Además, la pérdida
masiva de vidas entre los ancianos rompió una rica tradición oral mantenida
durante siglos, causando un grave daño a la cultura chechena.
En 2004, sesenta años después, el Parlamento
Europeo aprobó una moción que reconocía esta catástrofe como un genocidio,
declarando el 23 de febrero como Día Mundial de Chechenia. Y sin embargo, la
tragedia continúa. Tras la desmembración de la Unión Soviética, los chechenos
proclamaron su independencia de Moscú, un sueño que no se ha hecho realidad.
Rusia invadió Chechenia, a causa de su importancia estratégica en el plan para
los grandes gaseoductos del Asia Central. Durante el conflicto armado, se
calcula que murieron unos 250.000 chechenos, una cuarta parte de la población.
Entre ellos, 42.000 niños en edad escolar, menores de 11 años. También aquí se
trata de demonizar la resistencia de los chechenos a su destrucción, olvidando
su historia de sufrimientos y sus derechos como pueblo, y presentando sin
contextualizar acciones terroristas deleznables, pero que no llegan ni a la ínfima
parte de lo que los chechenos han sufrido como pueblo.
Mindanao
La situación de los musulmanes en Mindanao es
una vez más una herencia de la colonización. La incorporación de Mindanao a
Filipinas es un hecho artificial, que se deriva de la derrota de los españoles,
quienes cedieron la isla a los EEUU. Los primeros contactos del islam con
Mindanao se produjeron en una época tan temprana como el siglo X, a través de
comerciantes musulmanes. Pero no será hasta el siglo XIV cuando se inicia un
proceso de islamización, que dio paso a la creación de los sultanatos locales
de Sulu y de Maguindanao. Se habla, una vez más, de un “islam sincrético” con
tradiciones locales (ritos de paso y celebraciones propias), apegado a la
tierra y alejado de modelos rigoristas. La islamización se vio frenada por la
ocupación española (1565-1898), con un proyecto de evangelización agresiva y de
persecución de las creencias musulmanas que duró varios siglos, en los cuales
la población musulmana (llamados moros) fue reduciéndose drásticamente, a causa
tanto de las muertes como de las emigraciones. Mindanao nunca fue totalmente
ocupada por los españoles, quienes a pesar de ello la cedieron a los
norteamericanos en el Tratado de París. La denuncia de este proceso está en la
base de la demanda de independencia para Mindanao, una isla que fue autónoma
hasta la unificación forzosa realizada por los colonizadores. Como resultado de
la dominación norteamericana (a partir de 1896), se fomentaron las conversiones
al cristianismo y se creó una clase dirigente cristiana, desplazando a los Moros
a la marginalidad. La resistencia islámica a estas dominaciones los convirtió
en enemigos del Estado creado por los colonizadores.
El Estado filipino independiente fomentó la
colonización masiva de Mindanao por parte de las tribus del norte, leales al
régimen, especialmente tras la segunda guerra mundial. Se hicieron concesiones
de tierra y se ofrecieron amplias ventajas a los colonos, como un instrumento
de ocupación y de erosión de la resistencia al dominio filipino, dando paso al
conflicto actual por la disputa de la tierra. Los descendientes de estos
colonos constituyen hoy la población mayoritaria de Mindanao. A la cuestión
territorial y religiosa se une la existencia de diferentes tribus, con su
idiosincrasia y su lenguaje. Desde los años 70 del siglo pasado existe una
creciente conciencia de la islamicidad como hecho diferencial, frente al
control por parte del ejército (ley marcial de 1972). Diferentes guerrillas
musulmanas lucharon por la auto-determinación del Bangsmoro o Nación Musulmana
en Mindanao. El año 1996 se firmó un acuerdo de paz que todavía está en proceso
de ser completado. El Frente Moro Islámico de Liberación y el Frente Moro de
Liberación Nacional trabajan por el reconocimiento de los derechos históricos y
de la cultura de los Moros y de los Lumadnon (tribus nativas no musulmanas),
convertidas hoy en “culturas minoritarias”. Actualmente, se calcula que tan
solo el 5% de los filipinos son musulmanes, unos 4 millones de personas. La
mitad de ellos viven en la llamada Región Autónoma del Mindanao Musulmán,
creada tras un referéndum en la única región del archipiélago donde los
musulmanes son la población mayoritaria, hasta el 90%. Los musulmanes de
Mindanao tienen su propia historia, sus lenguas, sus tradiciones y referencias
culturales, y luchan por su preservación.
Tailandia
Existen otros países —como China, Tailandia o
Birmania—, donde se viven situaciones de persecución abierta del islam y falta
de reconocimiento de los derechos de los musulmanes. Muchos de estos conflictos
son el resultado de las fronteras arbitrarias legadas por la colonización, y de
las dificultades de encajar una zona étnica, cultural y religiosamente muy
diversa en un modelo de Estado-nación de tipo occidental.
En Pattani, al sur de Tailandia, se ha
tratado durante años de imponer el budismo (un budismo concebido como religión
de Estado, no el enseñado por el profeta Buda, que la paz y las bendiciones de
Allâh sean sobre él) por la fuerza. Los enfrentamientos entre grupos
separatistas y el ejército tailandés han sido constantes desde finales de la
Segunda Guerra Mundial. Durante años, se prohibió todo signo externo que
pudiese pasar por islámico, como llevar barba, el uso de turbantes o el hiyab.
Se prohibieron las escuelas coránicas y los dialectos propios (de origen
malayo), en los cuales está escrita la literatura de los musulmanes de Pattani.
A pesar de siglos de dominio militar e imposición cultural tailandesa, los
habitantes de Pattani permanecen fieles a sus tradiciones. Al igual que sucede
con el budismo tailandés, estas aparecen muy imbricadas con prácticas
animistas. En los años ochenta se calcula que había más de 2000 mezquitas en las
38 provincias tailandesas, la inmensa mayoría de ellas en el sur. Los
musulmanes tailandeses son mayoritariamente de etnias malayas, pero también
proceden de Pakistán, China, Camboya, en el norte. Fue en mayo del 2004, cuando
murieron más de cien jóvenes musulmanes que protestaban por la represión de sus
creencias. Los jóvenes, en su mayoría adolescentes, se refugiaron en la
histórica mezquita de Krue Se, construida en el siglo XVI, que fue tiroteada
por el ejército de ocupación con fuego de ametralladoras y mortero. Según la
“prensa libre”, se trataba de fundamentalistas islámicos que habían asaltado un
arsenal de armas. Sin embargo, tal y como narró el corresponsal de The Angeles
Times, entre las víctimas de la masacre (la mayoría adolescentes) no se encontraron
más que machetes y pistolas.
India
La situación de los musulmanes es trágica en
muchas zonas de la India. En este gigantesco país se calcula que viven 150
millones de musulmanes, entre ellos decenas de millones de niños no
contabilizados por el censo. Superan el 15% de la totalidad de la población, y
la inmensa mayoría se ha quedado en la cuneta del despegue económico que
experimentó el país en el último lustro. Si el atraso es palpable en el campo,
en las ciudades la marginación de los musulmanes se hace más lacerante. Viven
amontonados entre montañas de basura de barrios semiderruidos o nunca acabados
de construir, sin apenas servicios públicos.
Al dividirse India y Pakistán, el porcentaje
de musulmanes que quedó bajo control de Nueva Delhi apenas llegaba al 12% de la
población, pero ahora se acerca al 15%. En el distrito de Rampur (40 % de
población musulmana), la media de las familias es de cinco hijos. Los niños
suelen ir a la escuela hasta los 9 o 10 años, cuando muchos la abandonan para
trabajar. Las niñas a esa edad hace ya tiempo que se dedican a cuidar a sus
hermanos menores, mientras la madre trabaja en el campo. Pocas son las que
acuden a la escuela. El analfabetismo entre musulmanes dobla al de los hindúes,
y en zonas rurales supera el 60%.
Hablamos de la construcción de los
Estados-nación modernos. Este problema es especialmente dramático en países del
llamado tercer mundo, donde no existían hasta la colonización unas estructuras
de Estado centrales a través de las cuales construir esa “nación homogénea y
gobernable”. En esta tesitura, el Partido fundamentalista hindú BNJ representa
un intento de cohesión social bajo la bandera de la religión, una de las más
peligrosas en un contexto tradicionalmente abierto, plural, abigarrado. Este
intento de homogenización lo sufren especialmente los musulmanes. La
construcción de la historia nacional los excluye. Se habla del islam como de
una religión extranjera, presente en el subcontinente asiático a raíz de
feroces invasiones. El hinduismo es presentado como la religión autóctona, lo
propio de los indios. Los musulmanes son, por tanto, unos renegados. Este tipo
de planteamientos están presentes en muchos otros países del mundo. En España,
sin ir más lejos, se ha tratado de construir una historia nacional en oposición
al islam, tratando de inculcar a generaciones la absurda idea de que los
musulmanes españoles entre los siglos VII y XVI eran todos árabes y
extranjeros.
En los últimos años, la violencia contra los
musulmanes ha estallado con una crueldad a veces increíble. Turbas de
fundamentalistas hindús asesinando a hombres, mujeres y niños, en pogromos
perfectamente calculados desde las instancias del poder. Un caso extremo fue la
matanza de Gujarat. El año 2001, fueron asesinados más de dos mil musulmanes, y
ciento cincuenta mil musulmanes tuvieron que huir, abandonando sus hogares, sus
tierras ancestrales. El escritor indio Arundhati Roy definió lo sucedido del
siguiente modo:
“El pasado marzo [del 2001], en la India, en
Gujarat, turbas hinduistas de la derecha asesinaron a dos mil musulmanes en una
orgía de violencia, haciendo gala de una destreza espeluznante. Tras violar de
forma multitudinaria a las mujeres, las quemaron vivas. Arrasaron tumbas y
altares musulmanes. Más de ciento cincuenta mil musulmanes han tenido que
abandonar sus hogares. La base económica de la comunidad fue destruida.
Informes de testigos y de comisiones investigadoras acusaron al gobierno
estatal y a la policía de colusión con los actos de violencia. Yo estuve
presente en una reunión donde un grupo de víctimas clamaba: Por favor,
¡sálvenos de la policía! Es todo lo que pedimos…”
Cachemira
Dentro de la India, Cachemira es una de las
regiones más ricas del mundo, donde se encuentran grandes yacimientos de oro,
esmeraldas y rubíes, localizada en una zona montañosa entre el Himalaya y la
cordillera de Pin Panjal. El conflicto se inició en 1947, cuando el marajá de
Cachemira, Hari Singh, un gobernante hindú apoyado por los británicos en un
Estado con un 90% de población musulmana, decidió arbitrariamente la
incorporación de su territorio a la India, para impedir el triunfo de los
movimientos populares a favor de la anexión a Pakistán. Desde entonces, tanto
Pakistán como la ONU han exigido en varias ocasiones un referéndum sobre el
estatuto de Cachemira, nunca celebrado. La negativa India fue el detonante de
una primera guerra, entre 1947 y 1948. En 1965 hubo una segunda secuencia de
fuertes enfrentamientos. En 1971 se produjo la guerra que llevó a la
independencia de Bangladesh. Tras casi tres décadas de frecuentes escaramuzas
comenzó la escalada nuclear. Pero no se trata tan solo de un asunto entre
Estados por apoderarse de una rica tierra: al margen de los partidos indio y
pakistaní, en Cachemira se ha desarrollado un fuerte movimiento separatista
autóctono. Los grupos de liberación que operan en Cachemira se dividen en dos
grandes tendencias: la favorable a la independencia de Cachemira y a la
unificación de las zonas que están actualmente en poder de la India y de
Pakistán, y la que busca una unión a Pakistán de la Cachemira India. El
problema no puede tener otra solución satisfactoria que una consulta democrática
sobre la autodeterminación.
La situación de violencia continua se ceba
sobre los civiles. Según Human Rights Watch (HRW), en las zonas de Cachemira
controladas por la India, se producen habituales violaciones a los derechos
humanos, tanto por parte de los rebeldes que luchan por la independencia, como
por parte de las fuerzas de seguridad indias y sus grupos paramilitares. Las
acusaciones son concretas, e incluyen casos documentados de ejecuciones
sumarias, violaciones, tortura y desapariciones. El 90 % de la población de
Cachemira, de 4 millones de habitantes, es musulmana. Para controlarles, se ha
establecido un contingente permanente de 700.000 soldados indios. Entre 1990 y
1999, fueron asesinados en “operaciones de limpieza” 65.000 cachemires,
incluyendo mujeres y niños. Una media de 20 personas mueren diariamente y los
hospitales y las escuelas están siendo bombardeados.
A principios de los años 90, la persecución
de musulmanes se recrudeció; el gobierno indio emprendió una brutal política de
“hinduización” de Cachemira, acompañada de una represión despiadada contra la
población: cierre de los centros de educación islámicos, encarcelamientos
masivos, incendio de viviendas, prohibición de los medios de comunicación de
orientación musulmana, etc. En Octubre de 1993, en Srinagar, capital de
Cachemira, se realizó una operación terrorista a gran escala para eliminar a supuestos
activistas musulmanes radicales. Durante la celebración del Namaz (plegaria de
los Viernes), se puso cerco a todos los que estaban reunidos en la mezquita de
Hazrabtal, ya que las autoridades consideraban esta mezquita como cuartel
general de los extremistas musulmanes. El asedio se mantuvo durante un mes y
como resultado del mismo, alrededor de 100 personas fueron asesinadas y otras
300 fueron enviadas a prisión sin ningún cargo. Al clima de violencia
generalizada contribuye el discurso oficial de las autoridades indias. El
Ministro Farooq Abdullah declaró públicamente que las áreas en las que existe
presencia islamista deben ser “saneadas”. Para que no queden dudas, el 15 de
enero del año 2003 explicó que se debe matar a los islamistas “ya que no hay
espacio suficiente en las cárceles”.
Palestina
El caso de Palestina es uno de los casos más
flagrantes de genocidio en marcha en estos momentos en el mundo. Asistimos a la
colonización, subordinación y guetización de los habitantes de un país, con la
intención de desplazarlos y ocupar su territorio. La ideología en la cual se
apoya esta política es conocida: una forma extrema de nacionalismo que combina
lo racial con lo religioso: el sionismo. El conflicto palestino-israelí es
político antes que religioso. Tiene que ver con la pervivencia del colonialismo
y con políticas de Estado. Para comprender la naturaleza de Israel, varios
modelos similares pueden mencionarse: la España inquisitorial, la colonización
americana y el exterminio de los indios, el apartheid sudáfricano, además del
caso de la Alemania nazi, tantas veces evocado para describir la situación de
Palestina. La principal diferencia es que el caso de la limpieza étnica en
Palestina está teniendo lugar en el siglo XXI, a los ojos del mundo entero, en
la era de las telecomunicaciones, y en un período en el cual ya casi nadie
evoca el derecho de los occidentales a colonizar (y mucho menos a exterminar) a
los salvajes. Todo lo contrario: en un tiempo histórico en el cual a los mismos
políticos que permiten el genocidio se les llena la boca con el discurso de los
derechos humanos, la democracia, la libertad, la modernidad occidental, como
panaceas universales que deben ser impuestas. Es más: para realizar el
genocidio cuenta con el apoyo incondicional de los EEUU, que se manifiesta
tanto a nivel político (bloqueo de resoluciones en el Consejo de Seguridad de
la ONU) como en ayuda económica, que según un informe del Congressional
Research Service ha alcanzado en la década 2000-2010 la increíble cifra de 28,9
billones de dólares, utilizados por Israel para reforzar su poderío militar. Y
cuenta con el apoyo masivo de los medios de comunicación y de centenares de
mercenarios de la pluma, que se hacen pasar por analistas políticos y
justifican abiertamente los crímenes más abominables ante las opiniones públicas
occidentales.
Aunque el inicio de la colonización se dio
bajo el amparo del mandato británico, el inicio de la limpieza étnica en
Palestina puede fecharse en el año 1948, el año de la Nakba (catástrofe). Tras
la independencia, y ante la resistencia de los palestinos, Israel mató a 13.000
palestinos y forzó el éxodo de otros 750.000 de sus ciudades y de sus pueblos.
Cerca de 400 pueblos palestinos fueron arrasados. La ONU adoptó la Resolución
194 donde pide a Israel que permita el retorno de los refugiados. Seis décadas
después, Israel sigue ignorando la resolución. Los expatriados se han
convertido ya en cuatro millones. El segundo gran momento de expansión fue el
año 1967, durante la guerra de los Seis Días, con la ocupación israelí del
resto de la Palestina histórica (Cisjordania, Gaza, Jerusalén-Este), el Sinaí
egipcio y el Golán sirio. La Resolución 242 de Naciones Unidas exigió la
retirada de las tropas israelíes de los territorios ocupados. Israel ha
ignorado la resolución, con la implantación de un sistema de control militar
cada vez más violento en los territorios ocupados. Desde entonces, la ONU ha
ido condenando a Israel, resolución tras resolución, sin que esto afectase en
lo más mínimo al desarrollo de sus planes. La política israelí ha sido la de
colonizar las tierras palestinas mediante asentamientos ilegales ferozmente
armados, con licencia para matar, sitiando a los legítimos habitantes en
guetos, destruyendo sus casas para crear asentamientos de colonos y ahogándolos
día tras día para forzar su exilio. Cualquier atisbo de resistencia es
calificado como “terrorismo” y es aprovechado para realizar castigos colectivos
sobre la población civil.
Israel es un Estado no-democrático sino
etno-crático, regido por leyes étnicas que otorgan precedencia a los judíos en
todos los ámbitos, un Estado racista creado al amparo del colonialismo. Los
dirigentes israelíes están llevando a cabo su plan de genocidio de forma
sistemática desde su fundación, con total impunidad. Las atrocidades cometidas
por Israel en los últimos 60 años sobrepasan lo imaginable. El objetivo último
del Estado israelí es expulsar al pueblo palestino de su tierra y construir el
Gran Israel, una utopía política fascista. De hecho, los propios líderes
israelíes no han ocultado su proyecto: “Tenemos que expulsar a los árabes y
ocupar su lugar” (David Ben Gurión); “La partición de Palestina no es justa.
Nunca la aceptaremos. Eretz Israel será restituido al pueblo de Israel. Todo él
y para siempre” (Menahem Beguin); “No existe nada que se pueda considerar un
Estado palestino. Nosotros podemos llegar, echarlos y ocupar el país” (Golda
Meir); “No puede haber sionismo, colonización ni Estado judío sin la expulsión
de los árabes y la expropiación de sus tierras” (Ariel Sharon a la Agencia France
Press, el 15 de noviembre de 1998); “He creído siempre en el eterno e histórico
derecho de nuestro pueblo a toda esta tierra” (Ehud Olmert, ante al Congreso de
Estados Unidos el 30 de junio de 2006).
Las últimas matanzas perpetradas por Israel
se fechan en los años 2006 (bombardeo del Líbano) y en el 2009 (bombardeo del
gueto de Gaza). Las autoridades israelíes hablan de “guerra contra Hezbollah” y
“guerra contra Hamas”, pero en realidad no hay ninguna guerra, sino la
continuación de una política iniciada mucho antes de que Hamas o Hezbollah
existieran. Hamas y Hezbollah son calificados como grupos terroristas, tan solo
por oponerse al genocidio de sus pueblos. La resistencia armada ha sido
convertida por Israel en la única opción posible, de forma perfectamente
calculada. Lo que quiere Israel es que haya atentados y una resistencia que se
llame a si misma “islámica”, aprovechándose de la islamofobia dominante en
occidente para justificar ante la opinión pública occidental (especialmente en
los EEUU) la continuación del genocidio. Estos planes son básicamente los
mismos desde antes de la existencia de Hamas y Hezbollah. Esta es la lógica del
opresor: oprímeles hasta lo insoportable, mata a unos cuantos niños para que
otros padres y madres lleguen a la conclusión de que es mejor marcharse o se
decanten por la lucha armada, de forma que se pueda seguir matando impunemente,
con la excusa del “derecho de Israel a defenderse”. Y mientras, se continúa con
la repoblación de territorios con colonos étnicamente puros, lo cual implica
traer extranjeros judíos de todo el mundo para ocupar las tierras de los
palestinos desplazados.
Toda la política de Israel desde su fundación
ha girado entre dos posibilidades: o la expulsión en masa de los palestinos o
su concentración en guetos, reservas tribales. Y ha ido moviéndose de un polo
al otro según las ocasiones, según los vaivenes de la política internacional.
En los intermedios, como táctica de distracción, se emprenden “negociaciones de
paz”, como un modo de dar tiempo a la política de hechos consumados. Pero
Israel nunca ha querido la paz, ya que la guerra le ofrece el único marco
posible para ejecutar sus planes. Cuando se habla de “negociaciones de paz”, se
pasa por alto la naturaleza de Israel: se trata de un Estado étnico-religioso
en el cual los no-judíos no tienen los mismos derechos que el resto, y son
sujetos a todo tipo de arbitrariedades.
A pesar de que existen otros conflictos
incluso más graves (Congo o Birmania, por ejemplo), la causa palestina está en
el centro de la política internacional. Ha generado una simpatía en todo el
mundo, incluidos judíos partidarios de los derechos humanos, que consideran
como una infamia la manipulación que el Estado de Israel hace de su tradición
milenaria, y que han dejado claro que Israel no es solo la antítesis del
judaísmo, sino su peor enemigo actualmente. El Estado de Israel es una afrenta
a todos los judíos perseguidos a lo largo de la historia, una afrenta a sus
tradiciones y a sus sabios, a sus gentes y a su legado milenario. La causa
palestina es hoy considerada en los cinco continentes como la causa de la
humanidad, de los derechos humanos, de la supervivencia del hombre en tanto
criatura solidaria, de todos aquellos que siguen pensando que los seres humanos
pueden reunirse en torno a valores compartidos, más allá de la religión o de la
raza, y fundar comunidades respetuosas con la diferencia. Todos somos
palestinos.
Birmania
Tal vez el caso más trágico que padecen los
musulmanes en el mundo actual sea el de Birmania (o Myanmar). El islam está
presente en Birmania desde el siglo IX, a causa de la llegada de mercaderes,
marinos y otros viajeros, venidos especialmente del subcontinente indio, pero
también de Persia y de Anatolia. A lo largo de los siglos se han ido mezclando
con las poblaciones locales, creando una cultura específica, claramente
diferenciada de otras poblaciones musulmanas de Asia. A consecuencia del terror
inherente a la colonización británica se produjeron desplazamientos masivos de
población desde la India a algunas zonas de Birmania, donde los musulmanes son
mayoritarios.
Desde el golpe de Estado de 1988 la situación
de los derechos de estos colectivos es crítica. Organizaciones internacionales
denuncian la práctica habitual de asesinatos extrajudiciales, la tortura, las
re-locaciones forzadas de poblaciones enteras, la confiscación de tierras, la
destrucción de viviendas, los trabajos forzados, el tráfico de seres humanos y
la persecución de toda oposición a la Junta Militar gobernante. Las comunidades
musulmanas y cristianas han sufrido todos estos abusos, además de otros
específicamente anti-religiosos, debidas a que el Estado considera la etnia
birmana y la religión budista como elementos vertebradores de la identidad
nacional. Una vez más nos situamos ante una manipulación de la religión,
utilizada como signo de una identidad nacional refractaria al pluralismo.
Musulmanes y cristianos se enfrenten a graves
dificultades a la hora de practicar su religión. La adscripción religiosa de
los ciudadanos figura en la carta oficial de identidad, que éstos están
obligados a llevar permanentemente. La literatura racista y difamatoria contra
el cristianismo y el islam es distribuida ampliamente. La presencia de
musulmanes es presentada reiteradamente como una amenaza para la supremacía del
budismo y de la raza birmana. En los últimos años han sido documentados casos
de asesinatos de líderes religiosos, confiscación de escuelas coránicas y
destrucción de templos. Estos crímenes son tolerados e incluso realizados por
el propio Ejército. Existe una fuerte censura y restricciones a la edición o
entrada en el país de literatura religiosa no budista, hasta el punto de que
está prohibida la traducción de la Biblia a las lenguas locales. Resulta muy
difícil conseguir permisos para realizar la peregrinación a Meca.
Existen zonas donde se prohíbe la
construcción de mezquitas, e incluso se deniega el permiso a reparar las
mezquitas existentes. En algunas zonas, los musulmanes son forzados a pagar
impuestos especiales, que son destinados a la construcción de pagodas budistas.
En ocasiones, éstas son levantadas mediante el trabajo forzado de los propios
musulmanes, al lado de las mezquitas en estado ruinoso, y eso en poblaciones
sin apenas presencia de población budista. Desde 1983 algunos pueblos han sido
declarados como “zonas libres de musulmanes”, y en otros se ha prohibido la
ubicación de nuevos residentes musulmanes.
Al margen de la política del Estado, se
repiten los pogromos anti-musulmanes. El año 1997 monjes budistas asaltaron una
mezquita, armados con palos, y realizaron destrozos de consideración. El 2001
en Taungoo, cerca de 20 musulmanes que rezaban en la mezquita de Ha Tha fueron
asesinados. La mezquita fue demolida a petición de monjes budistas locales, en
retaliación por la destrucción de los Budas de Bamiyan, en el Afganistán de los
talibanes. En casos como este, los musulmanes denuncian la pasividad del
ejército, que solo aparece tras dos o tres días de violencia.
La situación se agrava en los distritos de
Shan y de Arakan, donde viven importantes poblaciones musulmanas. Los
musulmanes de etnia Rohingya, en el distrito de Arakan, no comparten los dos
elementos principales de la ideología del Estado: la religión budista y la
etnia birmana. El Estado les niega la ciudadanía, lo cual implica restricciones
a la libertad de movimiento, la prohibición de realizar determinadas
actividades económicas, y la denegación del acceso a servicios públicos
básicos, incluidos sanitarios y educativos. El ejército ha realizado confiscaciones
masivas de tierras, quemas de pueblos, destrucción de mezquitas, re-locaciones
forzadas de poblaciones y violaciones sistemáticas. Existen sectores de la
población sometidos a trabajos forzados en granjas del Estado, bajo la custodia
del Ejército. Estas prácticas han provocado el éxodo de miles de personas,
250.000 de los cuales malviven en campos de refugiados en la frontera con
Bangla Desh, mientras unos 110.000 lo hacen en la frontera con Tailandia. La
inmensa mayoría de estos refugiados son musulmanes.
Musulmanes contra musulmanes
Hay que mencionar las persecuciones sufridas
por musulmanes/as en países de mayoría musulmana, tales como Sudán, Marruecos,
Uzbekistán o Turquía.
Uzbekistán es un caso típico de Estado con
mayoría de población musulmana donde el islam es cruentamente perseguido. Por
supuesto, no se puede encarcelar a todos los musulmanes en un país con el 80 %
de población musulmana, pero la represión hacia todas las manifestaciones
islámicas que se consideran fuera del “islam oficial” es rigurosa. Existen
leyes que establecen horarios estrictos para la asistencia a las mezquitas, y
que prohíben cualquier reunión de carácter islámico “fuera de programa”. La
descripción de la represión realizada por Steve Crawshaw, director en Londres
de Human Rigths Watch, es muy gráfica:
“La policía en Uzbekistán lleva a cabo
descargas eléctricas, palizas y violaciones con el fin de lograr ‘confesiones’
de los detenidos. Los miembros de los servicios de seguridad asfixian a los
detenidos con bolsas de plástico, les hacen respirar cloro y les cuelgan de sus
muñecas o tobillos en las celdas. El pasado año, unos médicos extranjeros
descubrieron que el cuerpo de un preso, que había muerto en custodia, había
sido sumergido en agua hirviendo. Sus manos no tenían uñas. Éste es el estilo
del régimen de Karimov”.
Esta brutal represión tiene lugar con la
complacencia del gobierno de EEUU y otros países occidentales, que han estado
ayudando económicamente al régimen, reforzando su ejército en nombre de la
“lucha contra el terrorismo”. El régimen recibió 500 millones de dólares de
ayudas económicas el año 2003. En un documento dado a conocer en mayo del 2004,
el Departamento de Estado de EEUU señalaba que Uzbekistán estaba haciendo
“sustanciales y continuados progresos” en lo referente a los estándares sobre
derechos humanos y la democracia.
Tal vez el caso más extremo de represión y
violencia del islam ejercida por otros (supuestos) musulmanes se está viviendo
en Sudán, en la región de Darfur. Las milicias árabes llamados janjaweed
irrumpen en las aldeas incendiando casas y matando a todos aquellos que se les
oponen. En un informe elaborado por Human Rights Watch se documenta la
destrucción de mezquitas, el asesinado de imames y líderes religiosos y la
profanación de ejemplares del generoso Corán (aunque resulta difícil de creer,
se cagan sobre ellos). En una escuela, los janjaweed violaron a 41 alumnas
delante de sus padres. Se habla de ejecuciones sumarias, incendios de pueblos y
de aldeas, de la hégira forzada de cientos de miles de personas ante la
connivencia del ejército.
Islamofobia
Dentro de la creciente persecución del islam
en el mundo hay que situar el auge de la islamofobia, la demonización del islam
y el acoso en el que viven las comunidades musulmanas en occidente, en el marco
de la llamada “guerra contra el terrorismo”. Sucesivos informes de la ONU, la
UE y la OSCE vienen alertando sobre el auge de la islamofobia en occidente.
No podemos obviar que la islamofobia ocupa un
lugar destacado en la política contemporánea. No se trata tan sólo del rechazo
irracional de un sector de la población, sino de una fobia social inducida
desde determinados centros de poder para justificar la suspensión del habeas
corpus y el mayor control de los individuos por parte del Estado. La
demonización de los musulmanes es parte fundamental de la geopolítica
energética de Occidente, y se sitúa entre los mecanismos económicos y políticos
que caracterizan el Nuevo Orden Mundial. Existe además una conexión entre la
islamofobia y la ocupación israelí de Palestina, actuando la demonización del
islam como ideología legitimadora de la colonización y la represión sin límites
de la resistencia palestina. Se trata de la ideología marco mediante la cual se
genera consentimiento respecto a actuaciones militares (a nivel global) y
policiales (a nivel local) que en una situación normal no serían aceptadas.
Esta dimensión ideológica goza hoy en día de
gran aceptación en círculos académicos y políticos, y se sitúa en consonancia
con las políticas neoliberales de la globalización corporativa. La dimensión
ideológica de la islamofobia la vincula con el orientalismo y con el
antisemitismo clásico europeo. La islamofobia es un fenómeno con una larga
historia, pudiéndose trazar una continuidad desde la Edad Media hasta nuestros
días. La demonización del Islam como una religión opuesta a los valores de la
cristiandad occidental fue forjada en un momento en el cual los diferentes países
(en el contexto de la emergencia del Estado-nación) se configuraban en relación
con una religión determinada. Es en algunos sectores del mundo académico y
universitario donde se forjan y se mantienen en pie algunos de los mitos más
divulgados sobre el Islam.
La aceptación e incluso respetabilidad de la
islamofobia en amplios sectores del mundo intelectual y académico occidental
resulta significativa, y la diferencia de otras formas de rechazo hacia otros
colectivos. Es inimaginable hoy en día encontrar discursos racistas contra
negros, judíos o gitanos entre la intelectualidad europea, y sin embargo se
constata que numerosos intelectuales aceptan de forma acrítica todos los
estereotipos característicos del discurso islamófobo.
Todo ello conduce a las crecientes
dificultades que los musulmanes tienen a la hora de practicar su religión
(abrir mezquitas, ser enterrados según sus ritos, acceso a la alimentación
halal, enseñar su religión, etc.), así como a los cada vez más numerosos casos
de ataques a mezquitas, profanación de cementerios y violencia física contra
individuos. La islamofobia justifica ante la opinión pública la ausencia de
derechos de los musulmanes y los miles de encarcelados sin cargos presos en
cárceles de los EEUU, de Francia, de España, de Inglaterra… En todos estos
países se reproduce la farsa de las detenciones arbitrarias de supuestas
células terroristas, mediante la cual se trata de mostrar a la opinión pública
la eficacia de los servicios de seguridad, dar ‘realidad’ a la amenaza terrorista
y justificar políticas securitarias frente a las políticas sociales.
Guerra contra el terrorismo
En paralelo al crecimiento de la islamofobia
se sitúa la construcción del “terrorismo islámico”, como instrumento del
imperio. No nos detendremos en este tema, pues es suficientemente conocido.
Bajo el paraguas mediático de la “guerra contra el terrorismo” se esconden
intereses financieros y de geo-estrategia internacional. Más allá de si
atentados como el 11-S son obra de “yihadistas musulmanes” o de auto-atentados,
no cabe duda de que sirven a los intereses de las grandes multinacionales de
occidente. Por un lado, justifican intervenciones militares y apoyo a
dictaduras, que garantizan el control de las economías y del petróleo y el gas
natural de los países musulmanes. Y por otro, sirve para deslegitimar a
movimientos de resistencia, como los de Palestina, Chechenia, Cachemira o
Mindanao.
En estos y otros casos, los musulmanes sufren
la ocupación violenta y la tiranía, y su lucha está plenamente legitimada por
los convenios internacionales, incluida la propia Carta de los Derechos Humanos
de Naciones Unidas. Se trata de movimientos de liberación idénticos a los
movimientos anti-colonialistas del siglo XX. Piden elecciones libres, un
referéndum controlado por observadores internacionales que decida su futuro.
Sin embargo, la paranoia global sobre el peligro del islam y su carácter
expansionista sirve para demonizar estos movimientos. En todas partes donde
existe un movimiento legítimo de liberación que choca contra los intereses de
las multinacionales, aparece necesariamente el terrorismo, para justificar lo
injustificable. La creación de estos grupos y la proliferación de acciones
criminales contra la población civil constituyen la excusa perfecta para
aplastarlos. Son calificados como “grupos terroristas”, para justificar el
envío de tropas y apoyo financiero a regímenes corruptos. Se pretende cortar
con la solidaridad tradicional de los musulmanes con los oprimidos. Al mismo
tiempo, ofrece la excusa perfecta para aumentar el control policial sobre la
población civil, llevando a cabo recortes en los derechos civiles de los
ciudadanos. Estos son los que siempre pierden: quienes sufren la violencia
terrorista a raíz de la cual se les recortan sus derechos. Para combatir el
sentido igualitario del islam, se trata de crear “Estados-nación islámicos” que
impongan el “islam moderado” (y muy reaccionario) que interesa a las
multinacionales de occidente. Todo ello responde a una lógica perversa, la de
los Estados totalitarios que se amparan indistintamente (e incluso
alternativamente) en el islam o en los derechos humanos y la democracia,
siempre como cobertura de los intereses de las grandes multinacionales.
La destrucción y colonización de Irak y
Afganistán se sitúan dentro de esta lógica perversa. Como antaño se utilizaba
el discurso de la evangelización de los infieles, hoy en día se apela a su
democratización. Tal y como dijo Nietzsche sobre las Cruzadas, se trata tan
solo de “piratería a gran escala”. No hemos cambiado tanto, al fin y al cabo.