Jesús, a pesar de ser la figura
de referencia del cristianismo, no es patrimonio exclusivo de los cristianos.
Si cualquier maestro espiritual es un don para toda la humanidad como revelador
de una perspectiva única de Dios, Jesús mantiene unos estrechos lazos con el
judaísmo y con el islam; como judío, por un lado, y como profeta del islam, por
otro.
El místico andaluz Ibn Arabi
(1165-1240 d. C.) se sintió toda la vida bajo la protección amorosa de Jesús
sin considerar a este profeta como ajeno a su propia religión. Por el
contrario, Jesús es para él un enviado que recibe de Dios la misión de
confirmar en la fe en el Dios Único del pueblo de Israel, aportando una nueva
legislación para la nueva comunidad. Esta revelación lo constituye «exteriormente»
(o exotéricamente) como cristiano. Sin embargo, teniendo en cuenta que el
Muhammad Primordial (la haqiqa muhammadiyya) es la fuente de todas las
revelaciones según el pensamiento sufí, Jesús es «interiormente» (o
esotéricamente) un seguidor de Muhammad. Es por ello que Ibn Arabi rechaza
cualquier interpretación que le “cristianice” cuando afirma haber recibido la
herencia espiritual de Jesús. Por eso dice: «Hay algunos a los que, en el
momento de la muerte, se les aparece el Enviado del que son herederos [...] y
dicen "Jesús" o "Mesías", tal como Dios lo ha llamado [en
el Corán], que es el caso más frecuente. Los que están presentes oyen a este
santo pronunciar este nombre y se equivocan pensando que se ha convertido en
cristiano en el momento de la muerte, abandonando el islam» (Fut. II, 296).
El sufí crístico ('Isawa,
literalmente 'jesuánico') hereda de Jesús lo que de este profeta está recogido
en la revelación de Muhammad y, por tanto, sigue siendo plenamente musulmán.
Algunos sufíes mueren habiendo heredado de Jesús, otros de Moisés o de algún
otro profeta. Una minoría alcanza la plenitud sintética de Muhammad y hereda la
sabiduría de todos los profetas, Muhammad incluido. Se sitúan en la posición
del Absoluto divino desde la que pueden disfrutar de todas las revelaciones de
Dios. Ibn Arabi se considera la plenitud de este último tipo de santos.
La relación de Ibn Arabi con
Jesús es comparable a la huella que deja en toda persona el recuerdo del primer
gran amor de juventud. El descubrimiento de nuevos caminos hace de esa persona
alguien irrepetible, aunque luego pueda haber otros amores. Ibn Arabi parece
expresar estos sentimientos cuando afirma que Jesús fue su primer maestro, a
pesar de haber recibido después la sabiduría de los otros profetas:
Cuando
(los profetas) están presentes
y
mis hermanos (sufíes) están de pie para servirlos,
yo
siento nostalgia por el Mesías
porque
me convertí entre sus manos
y
me ayudó a matar al (falso) mesías. (Fut. III, 49)
La imagen que describe el poema
es la de un encuentro de todos los profetas, donde cada uno es servido por el
sufí heredero de su sabiduría. La relación profeta-discípulo no es sólo la de
maestro-servidor. El primero «vive» también en constante preocupación por el
discípulo. Las palabras de afecto de Ibn Arabi son cautivadoras: «Jesús fue mi
primer maestro, aquel con quien retorné a Dios; Él tiene para mí un inmenso
cuidado y no me olvida en ningún momento. Espero ver el tiempo de su (segundo)
descenso, si Dios quiere» (Fut. III, 341).
Ibn Arabi vivió la mitad de su
vida en al Ándalus pero, tras recibir unas profundas «Revelaciones en la Meca»,
acabó instalándose en Damasco, donde pasó sus últimos años de vida. No es una
mera hipótesis pensar que Ibn Arabi escoge Damasco como lugar de residencia
definitivo porque quiere esperar el descenso de Jesús precisamente allí donde
la tradición musulmana le ha situado: el minarete blanco de la Gran Mezquita
Omeya.
La relación personal entre Ibn
Arabi y Jesús es tan cercana que en una visión mística oye que Muhammad dice a
Jesús señalando a Ibn Arabi: «Este es tu semejante, tu hijo y tu amigo» (Fut.
I, 3). Es semejante porque los dos comparten, según la propia confesión del
maestro sufí, la función de cerrar el ciclo de la santidad: Ibn Arabi es el
último de los santos sintetizadores de toda la sabiduría de Muhammad y Jesús,
el último de los santos antes el fin del mundo. Es hijo en el sentido de
engendramiento espiritual, y es amigo por la relación personal entre los dos.
Ibn Arabi va aún más lejos en
su confesión: «Él ha orado por mí para que yo persista en la Religión, en este
mundo y en el otro, y me ha llamado "estimado" [Habib]. Me ha
ordenado practicar la ascesis y el desprendimiento» (Fut. II, 49). La relación
no es, pues, simplemente definida como amistad sino como una verdadera relación
amorosa de identificación. Una parte de la maestría de Jesús sobre Ibn Arabi
consiste en vivir una vida de desprendimiento y desapego respecto a las cosas
de este mundo. Este místico no fue propiamente un asceta ni vivió en la pobreza
material, pero sí vivió una desposesión tal, que se sintió siempre un
instrumento en las manos de Dios, como el cuerpo muerto en manos de quien lo lava
y lo prepara para la sepultura. El ser humano necesita esencialmente a Dios,
necesita que el Creador esté constantemente sosteniéndolo en la existencia para
que no se disuelva en la nada. Esto, que Ibn Arabi desarrolla filosóficamente a
través de la teoría de la recreación y aniquilamiento de toda la creación en
cada instante, lo vive como la experiencia vital de necesidad radical de Dios.
Después de tener a Jesús como
maestro espiritual viviente y no sólo como figura modélica del pasado, Ibn
Arabi establece relaciones personales como discípulo de cada uno de los otros
profetas, según su confesión. Finalmente recibió el don de la totalidad
muhammadiana, pero sin atribuirse nunca el grado de la profecía. Muchos
juristas lo han situado fuera de la comunión de la umma debido a estas
afirmaciones. No pocos, sin embargo, han defendido su ortodoxia. Lo que está
fuera de duda es que él se sintió en el corazón de la comunidad islámica, que
no sintió demasiada estima por los cristianos históricos de su tiempo, que
todas las referencias de su inmensa obra las toma de la tradición islámica, y
que el Corán es su Libro de inspiración fundamental.
Jaume
Flaquer. Doctorado en Estudios Islámicos por el EPHE (Sorbona de París) con una
tesis sobre el místico sufí Ibn Arabi.
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