"Cuando
un hombre olvida su pasado, cuando un hombre no es capaz de volverse y mirar
atrás, de dónde proviene, eso es lo más peligroso que puede hacerse a sí
mismo".
Estas sabias palabras de
nuestro Maestro, Sheykh Abdul Kerim al-Hakkani (ra), están cargadas de un
acento universal y revelan uno de los grandes males que afectan tanto cultural
como espiritualmente a los seres humanos en el contexto de nuestro mundo
contemporáneo. Así mismo ellas establecen una norma de conocimiento que debe
redundar en tal vez el mayor beneficio para nuestra vivencia como hombres de la
actualidad: la forja de una identidad tradicional históricamente rastreable que
nos unifique en criterios convergentes y sólidos frente a las crisis producto
de la modernidad.
Un referente de nuestra cultura
criolla, don José Larralde, ha cantado: "Árbol
que guarda sus raíces, siempre le sobra corteza"; es decir, guardar y
proteger nuestras raíces, nuestra identidad, fortalecerá la corteza de nuestra
integridad cultural y espiritual. El caso contrario, cuando no poseemos la
capacidad suficiente para siquiera reconocer nuestras raíces (lo que nos nutre
y nos hace germinar), sin identidad, seremos seres desposeídos, desarraigados,
sujetos al arbitrio y a la dudosa intencionalidad de quienes imponen modas y
tendencias subyugando nuestros impulsos más elementales para el desarrollo humano.
De aquí la importancia capital que debe tener para nosotros, como musulmanes
argentinos, conocer nuestra historia, poder observar objetivamente el pasado,
conocer y reconocer a quienes, difundiendo pautas culturales propias,
involuntariamente generaron un determinado patrón de identidad que
admirablemente nos retrotrae a un trasfondo netamente islámico, y, a partir de
él, revalorizar nuestro patrimonio vernáculo y fortalecer nuestra vivencia
cultural y espiritual de acuerdo a la sabiduría transmitida por la sunnah de
nuestro Profeta Muhammad (que Dios le conceda paz).
El patrón de identidad al que
aludimos nos llega figurado mediante un biotipo social de extracción rural que
ha recibido la 'canonización'
oficial de ser el representante simbólico de nuestra argentinidad (en cuanto a
tradicionalismo regional): el gaucho, y con él todo aquello que se manifiesta y
conoce bajo el concepto de cultura gauchesca o tradicional. Quienes difundieron
las pautas culturales que encontraron consumación autóctona en nuestro gaucho
fueron los moriscos, antepasados andaluces que llegaron a nuestras tierras en
los barcos colonizadores españoles y que cargaban consigo el acervo espiritual
de ocho siglos de Islam, si bien de manera oculta (clandestina) debido a las
irreflexivas persecuciones de una férrea inquisición católica cuya intención era socavar las señas de identidad
islámica hasta hacerlas desaparecer de sus vasallos peninsulares quienes
sufrían los rigores fanáticos de la usurpación. Este proceso persecutorio trajo
aparejado el hecho incuestionable de que la influencia hispanomusulmana que los
moriscos transfirieron a su vástago americano fuese no tanto dogmática sino más
bien vivencial, plasmada en señales distintivas que van desde la vestimenta y
la monta caballar hasta la música y el refranero picaresco y sapiencial de sus
dichos y payadas.
Numerosos autores clásicos y contemporáneos
de la Argentina han hablado del gaucho como un avatar de lo árabe trasplantado
a la pampa de nuestro país austral. No deja de ser una apreciación real, aunque
sujeta a ciertas observaciones importantes: Por un lado es muy frecuente la
asociación poco erudita y exclusiva de lo árabe con lo islámico. Si bien el
Islam como tal fue revelado en Arabia, a un profeta árabe, en lengua árabe, no
deja de ser una realidad no menos menor que el componente racial netamente
árabe en el mundo islámico no representa más que el 10% de la población
musulmana total. Por otro lado, mucho de lo que estos autores citan como marcas
distintivas árabes en el gaucho se
corresponden con atributos profundamente islámicos: hospitalidad, valentía,
honestidad, prudencia, sabiduría de raigambre natural, modos vivenciales
asociados al nomadismo, etc., atributos característicos que en el Islam gozan
de una evidente universalidad por sobre toda consideración de índole étnica o
racial. También se alude a lo árabe en el gaucho en cuanto a costumbres que,
como dijimos, van desde la vestimenta hasta la manera de enjaezar al caballo.
Estas cosas, sin embargo, son menos árabes que morisco-andaluzas, y el andaluz
como tal constitutivamente recibe en gran medida un aporte étnico bereber
correspondiente a las tribus del norte de África que ingresaron y poblaron la
Península Ibérica llevando el Islam allá por el año 711 de la era cristiana.
Por esto que consideramos más acertado referir más una influencia marcadamente
hispanomusulmana que propiamente árabe en nuestro representante autóctono. Y esto,
justamente, es lo que debemos aprender a conocer y apreciar, ya que para
nosotros, musulmanes argentinos, constituye una valiosa herencia tradicional
que remite al glorioso pasado que Allah Todopoderoso manifestó mediante la apoteosis cultural y espiritual
del Islam en Al-Ándalus.
Si bien el gaucho y la cultura
gauchesca, como frutos nativos de esta tierra, suponen una inherencia
profundamente argentina, no deja de ser menos cierto que su resultado fue
efecto de múltiples concurrencias islámicas presentes en la gran cantidad de
moriscos que arribaron al Río de la Plata. Conociendo y revalorizando estos
elementos podremos construir una identidad propia que nos proporcione el
impulso necesario para las expansiones definitivas. De nosotros depende.