sábado, 21 de diciembre de 2013

Descubriendo nuestras Raíces

"Cuando un hombre olvida su pasado, cuando un hombre no es capaz de volverse y mirar atrás, de dónde proviene, eso es lo más peligroso que puede hacerse a sí mismo".

Estas sabias palabras de nuestro Maestro, Sheykh Abdul Kerim al-Hakkani (ra), están cargadas de un acento universal y revelan uno de los grandes males que afectan tanto cultural como espiritualmente a los seres humanos en el contexto de nuestro mundo contemporáneo. Así mismo ellas establecen una norma de conocimiento que debe redundar en tal vez el mayor beneficio para nuestra vivencia como hombres de la actualidad: la forja de una identidad tradicional históricamente rastreable que nos unifique en criterios convergentes y sólidos frente a las crisis producto de la modernidad.

Un referente de nuestra cultura criolla, don José Larralde, ha cantado: "Árbol que guarda sus raíces, siempre le sobra corteza"; es decir, guardar y proteger nuestras raíces, nuestra identidad, fortalecerá la corteza de nuestra integridad cultural y espiritual. El caso contrario, cuando no poseemos la capacidad suficiente para siquiera reconocer nuestras raíces (lo que nos nutre y nos hace germinar), sin identidad, seremos seres desposeídos, desarraigados, sujetos al arbitrio y a la dudosa intencionalidad de quienes imponen modas y tendencias subyugando nuestros impulsos más elementales para el desarrollo humano. De aquí la importancia capital que debe tener para nosotros, como musulmanes argentinos, conocer nuestra historia, poder observar objetivamente el pasado, conocer y reconocer a quienes, difundiendo pautas culturales propias, involuntariamente generaron un determinado patrón de identidad que admirablemente nos retrotrae a un trasfondo netamente islámico, y, a partir de él, revalorizar nuestro patrimonio vernáculo y fortalecer nuestra vivencia cultural y espiritual de acuerdo a la sabiduría transmitida por la sunnah de nuestro Profeta Muhammad (que Dios le conceda paz).

El patrón de identidad al que aludimos nos llega figurado mediante un biotipo social de extracción rural que ha recibido la 'canonización' oficial de ser el representante simbólico de nuestra argentinidad (en cuanto a tradicionalismo regional): el gaucho, y con él todo aquello que se manifiesta y conoce bajo el concepto de cultura gauchesca o tradicional. Quienes difundieron las pautas culturales que encontraron consumación autóctona en nuestro gaucho fueron los moriscos, antepasados andaluces que llegaron a nuestras tierras en los barcos colonizadores españoles y que cargaban consigo el acervo espiritual de ocho siglos de Islam, si bien de manera oculta (clandestina) debido a las irreflexivas persecuciones de una férrea inquisición católica cuya intención era socavar las señas de identidad islámica hasta hacerlas desaparecer de sus vasallos peninsulares quienes sufrían los rigores fanáticos de la usurpación. Este proceso persecutorio trajo aparejado el hecho incuestionable de que la influencia hispanomusulmana que los moriscos transfirieron a su vástago americano fuese no tanto dogmática sino más bien vivencial, plasmada en señales distintivas que van desde la vestimenta y la monta caballar hasta la música y el refranero picaresco y sapiencial de sus dichos y payadas.

Numerosos autores clásicos y contemporáneos de la Argentina han hablado del gaucho como un avatar de lo árabe trasplantado a la pampa de nuestro país austral. No deja de ser una apreciación real, aunque sujeta a ciertas observaciones importantes: Por un lado es muy frecuente la asociación poco erudita y exclusiva de lo árabe con lo islámico. Si bien el Islam como tal fue revelado en Arabia, a un profeta árabe, en lengua árabe, no deja de ser una realidad no menos menor que el componente racial netamente árabe en el mundo islámico no representa más que el 10% de la población musulmana total. Por otro lado, mucho de lo que estos autores citan como marcas distintivas árabes en el gaucho se corresponden con atributos profundamente islámicos: hospitalidad, valentía, honestidad, prudencia, sabiduría de raigambre natural, modos vivenciales asociados al nomadismo, etc., atributos característicos que en el Islam gozan de una evidente universalidad por sobre toda consideración de índole étnica o racial. También se alude a lo árabe en el gaucho en cuanto a costumbres que, como dijimos, van desde la vestimenta hasta la manera de enjaezar al caballo. Estas cosas, sin embargo, son menos árabes que morisco-andaluzas, y el andaluz como tal constitutivamente recibe en gran medida un aporte étnico bereber correspondiente a las tribus del norte de África que ingresaron y poblaron la Península Ibérica llevando el Islam allá por el año 711 de la era cristiana. Por esto que consideramos más acertado referir más una influencia marcadamente hispanomusulmana que propiamente árabe en nuestro representante autóctono. Y esto, justamente, es lo que debemos aprender a conocer y apreciar, ya que para nosotros, musulmanes argentinos, constituye una valiosa herencia tradicional que remite al glorioso pasado que Allah Todopoderoso manifestó mediante la apoteosis cultural y espiritual del Islam en Al-Ándalus.

Si bien el gaucho y la cultura gauchesca, como frutos nativos de esta tierra, suponen una inherencia profundamente argentina, no deja de ser menos cierto que su resultado fue efecto de múltiples concurrencias islámicas presentes en la gran cantidad de moriscos que arribaron al Río de la Plata. Conociendo y revalorizando estos elementos podremos construir una identidad propia que nos proporcione el impulso necesario para las expansiones definitivas. De nosotros depende.