Todo antagonismo, en la
historia de la humanidad sobre la faz de la tierra, puede reducirse en líneas
generales a la confrontación entre dos fuerzas que de igual modo se debaten en
el interior mismo de todo ser humano: lo Tradicional y lo antitradicional.
Ya desde la época en que el
simbolismo de la revelación sitúa a Caín y Abel, este antagonismo cobra
protagonismo marcando para siempre los rumbos de los hombres y sus destinos
tanto individuales como comunitarios.
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La Tradición es el conjunto de
saberes primordiales que colaboran para que el hombre logre trascendencia con
respecto a sí mismo de acuerdo a la Divina Sabiduría manifiesta mediante la
revelación a los Profetas. Es el conocimiento fundamental para llevar un estilo
de vida sencillo, en contacto con la naturaleza, sin perder nunca de vista la
transitoriedad de esta vida, y con un hondo sentido de la libertad espiritual.
Lo antitradicional representa completamente lo opuesto: es la ideología subversiva
que apunta a la exacerbación de las pasiones más elementales del egocentrismo,
manteniendo al hombre en una esclavitud embrutecedora tras la fachada siempre
sugestiva de un liberalismo enfermizo y dominador. Estas fuerzas se hacen
manifiestas mediante dualidades específicas que, sin remitirnos a maniqueísmo
alguno, pueden ayudarnos en un cabal conocimiento de las mismas: en el hombre,
por un lado el ego y sus pasiones, por el otro el espíritu y la inteligencia,
que en un ámbito más sutil pueden figurarse mediante lo satánico y lo angélico,
fuerzas que pugnan por elevar o envilecer a la criatura humana y que se
corresponden con la virtud y el vicio, y los comportamientos nobles y
reprobables en cuanto a ética se refiere.
Ahora bien, los parámetros para
estas distinciones deben estar circunscriptos a la Divina Sabiduría revelada a
los Profetas. De hecho, los liberalismos surgidos en gran medida como efectos
colaterales de la Ilustración europea, el iluminismo, la Revolución francesa y
la Revolución industrial, también pueden reclamar valores éticos para el
'desarrollo' humano, pero que sin embargo se refieren a una libre
interpretación de los sucesos de acuerdo a la razón que impera en el momento y
a una escala de valoraciones medida por la balanza del interés más mundano. Por
ejemplo hoy en día, y de acuerdo a la ‘ética liberal’, la homosexualidad no resulta
ser algo reprobable ya que toda cuestión identitaria (la tan cacareada
‘libertad de género’), dicen, no puede medirse según parámetros éticos, siempre
y cuando no comporte un perjuicio para los demás. Esto que pude sonar
llamativamente convincente no deja de suponer una aberración evidente, ya que mediante
tamaña aseveración se está atentando contra los roles determinados que
colaboran en la formación equilibrada de un ámbito social propicio para el
desarrollo de la virtud: fomentando la homosexualidad mediante la aceptación y
la proclama de leyes igualitarias que permitan el matrimonio y la adopción
entre personas de un mismo sexo se está minando la célula misma de la
corrección social que es la familia. Esto, sumado al hecho de que la mujer
'moderna y liberal' sienta la imperiosa necesidad de salir a trabajar y cumplir
con las funciones específicas que corresponden al hombre, colabora en la
subversión del ámbito donde los niños han de crecer y ser educados, a causa de
madres ausentes, divorcios enajenantes, madres solteras sin parejas fijas,
madres que son padres y padres que son madres, y toda clase de confusiones que
hacen de los niños seres desprovistos del carácter fundamental para afrontar la
vida con responsabilidad. Y es que esto es justamente lo que el liberalismo,
que es decir lo antitradicional, promueve insensatamente: el vivir
irresponsablemente bajo el yugo más bajo y pasional, hundidos en el servilismo
ignorante que sólo resulta útil a los intereses de los poderes de turno,
poderes que promueven e imponen tiránicamente su visión de la vida.
Por esto es que la Tradición,
la auténtica Tradición, comporta un férreo antagonismo con los postulados
envilecedores de todo liberalismo, de toda ideología antitradicional.
Sin embargo, nunca debemos
perder de vista el hecho que todo movimiento antitradicional, como fuerza
contrapuesta a lo Tradicional, es decir, a lo que originalmente corresponde al
ser humano, no deja de suponer una anomalía que, si bien busca corromper la
sustancia del hombre, está completamente desprovista de sentido alguno más que
de ser una prueba de superación para la criatura humana.
Frente al modo de vida
tradicional que, enseñado por los Profetas, ha llevado la humanidad desde los
comienzos de su estadía sobre la faz de la tierra, la acción antitradicional ha
dado en generar tal vez la peor anomalía de todos los tiempos que se traduce en
las sugestiones subversivas que dominan en la mentalidad moderna. Como
'mentalidad moderna' entendemos el resultado puntual que fue desencadenado en
gran medida por la Revolución Francesa en Europa y los auges de las ideologías
liberales desprendidas de ella, y que se asentó pandémicamente tras la caída
del Califato Otomano, último gran bastión tradicional que fue el protector de
la Tradición frente a los embates del movimiento subversivo generado desde la
Europa 'civilizadora'. Largos siglos de preparación precedieron al movimiento
que culminaría en la Revolución Francesa. Ideologías como el cartesianismo, el
protestantismo, el materialismo irían produciendo lo que René Guenon llama la
'vasta sugestión colectiva' que dio a luz la mentalidad moderna y sus
postulados enajenantes.
Como es inherente al espíritu
humano el aferrarse a un asidero, una enseñanza, un dogma, que le permita un
'crecimiento interior', los propulsores del movimiento antitradicional
remplazaron hábilmente la auténtica doctrina para la elevación espiritual por
sucedáneos tan peligrosos como heterodoxos como las ciencias ocultas por un
lado y la masonería por el otro. Esta última será la encargada de hacer mella
en los corazones de las 'elites' liberales que hicieron de ella un uso
afortunado y devastador: afortunado para la acción subversiva de la mentalidad
moderna y devastador para la tradición y sus representantes.
Se comenzó a generar la
idea-sugestión de que todo lo referente a lo Tradicional (cultural, doctrinal,
etc.) suponía un atraso para las ínfulas civilizadoras y progresistas de los
movimientos resultantes de la ilustración y el liberalismo europeo. Todo atraso
comenzó a ser expuesto como barbarismo, y toda barbarie, se inculcó, debía ser
erradicada definitivamente si se pretendía imponer el progreso, capitalista,
materialista, masón y ateo, cuya cultura global debía unificar las masas en una
misma sujeción tendiente al desorden y el desequilibrio. Se instauró una nueva ‘ética’
paradigmática, un nuevo modo de contemplar la vida, y los valores fundamentales
del ser humano fueron radicalmente remplazados de acuerdo a las intensiones
disolventes de sociedades secretas que, mediante la peor tiranía, se arrogaban
y arrogan el dominio del mundo.
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Sin extendernos demasiado, en
nuestra Argentina, las guerras civiles que a partir de la independencia del
virreinato español marcaron un período de nuestra historia, período que necesariamente
debe generar una identidad propia en su pueblo, son un claro ejemplo de lo que
hemos venido exponiendo acerca del antagonismo Tradición-antitradición. Los
partidos generados por aquella contienda representan el ejemplo cabal de lo
dicho: los unitarios el liberalismo masón y europeizante con sus ínfulas de
progreso y civilización; los federales el arraigo a la Tradición inherente a la
esencia del hombre con su apego telúrico y su trascendente sencillez; de hecho,
cada uno de estos aspectos también nos remiten, lo que debemos tener mayormente
en cuenta, a dos estilos de vida completamente diferentes: por un lado el
unitarismo centralizador tiene por característica un urbanismo hermético y
excluyente, es decir, se concentra idealmente donde existe 'la posibilidad de crecimiento, desarrollo
del comercio y la industria', esto es, en la ciudad. El modelo para el
unitario es Buenos Aires, 'donde se encuentran
los extranjeros instruidos de origen europeo que han absorbido las ideas de la
Ilustración y que tienen buenas costumbres, son refinados, educados y
civilizados'. En tanto que el federalismo, representado por gauchos y
caudillos, es personificado por la vida de la campaña, la vida rural, abierta e
inclusiva. La llanura, la pampa, la extensión, representan la libertad
ilimitada, la herencia primordial de una vida seminómada que contribuyó a
moldear la figura del gaucho, esencia misma del federalismo. Y he aquí la
distinción que hacíamos al comienzo remitiéndonos al simbolismo de la
revelación: Caín, al ser agricultor, representa el sedentarismo; Abel, pastor,
representa el nomadismo. De ambos surgen dos modalidades completamente
irreconciliables (de aquí que Caín 'mate' a Abel, por celos, o lo que sea). Por
esto es que un acérrimo defensor de las ideas progresistas y liberales como lo
fue Domingo Faustino Sarmiento, vea en el gaucho y en la pampa obstáculos para
traer la Europa civilizada y sus costumbres. Por esto también veía en un gran
tradicionalista como don Juan Manuel de Rosas a un déspota que había extendido
la barbarie de la campaña hacia la ciudad, ya que la base de la dictadura
rosista, según él, era el gaucho y sus costumbres, la pampa y su extensión. En
su crítica negativa concluye en algo cierto: Sarmiento establece paralelos
entre la 'tiranía' de los caudillos y las 'tiranías' orientales (p. ej. el
imperio Otomano). Las une la Tradición. El gaucho, el Caudillo, conservan sus
tradiciones, llevan poncho y chiripá, en tanto que rechazan la levita, el frac,
la moda europea que llega desde el puerto por Buenos Aires. La moda es sinónimo
de 'libertad', de cambio permanente, y el gaucho, aferrado a su tradición
inmutable, la desdeña, la considera innecesaria y fútil. Por esto y mucho más
(la diferencia entre positivismo y tradición es demasiado grande para circunscribirla
en estos límites), el gaucho, como representante de la Tradición, se opone al
proyecto liberal y europeísta que Sarmiento desea llevar a cabo, y que fuera
iniciado por Rivadavia, continuado por Mitre, y que desgraciadamente en él
encontrará consumación. El régimen social de dominación allanará la apertura al
liberalismo modernizante y capitalista con el exterminio premeditado del gaucho,
baluarte tradicional, como lo haría diezmando el espíritu de insurrección
característico del combativismo que desde el misticismo islámico se oponía al
colonialismo europeo en tierras Otomanas.
Si bien la historia (oficial o
revisionista) quiere dar a conocer en ambos partidos la pugna entre dos
concepciones diferentes para la constitución de nuestro país, cosa de por sí
cierta, sería simplificar demasiado la realidad de un antagonismo tan antiguo
como la misma humanidad.
La pugna unitarismo-federalismo
representa la contraposición entre antitradición y Tradición, entre dos modos
completamente diferentes y nunca compatibles de experimentar la realidad: uno
falso, ilusorio, esclavista y egocentrista, el otro real, auténtico y
emancipador. Si bien, como en el resto del mundo, y por circunstancias que el
exponerlas excedería nuestro análisis, predominó el movimiento liberal con su
mentalidad moderna, y éste fue el encargado de escribir nuestra historia
(próceres de la talla de Rivadavia, Sarmiento y Mitre, masones ilustrados,
fueron los encargados de manejar la pluma de los acontecimientos según las
pautas de ese nefasto movimiento global que en ellos ha encontrado a sus más
significativos representantes para la Argentina), cosa que desde los poderes de
turno aún se hace de manera inescrupulosa, como seres responsables nos
corresponde conocer de forma consciente y crítica los movimientos originados
por aquella pugna irreconciliable para revalorizar nuestra experiencia de vida
de acuerdo a la Sabiduría encargada de moldear nuestros asuntos humanos en pos
del auténtico crecimiento espiritual. La Tradición aún pervive (erradicarla
completamente significaría erradicar la misma esencia humana, cosa imposible si
las hay) y se encuentra fielmente custodiada por exponentes vivos que
representan la luz con que el Sol Eterno aún alumbra y guía -los pasos del
hombre en el mundo.