"Es
indudable que el tipo de gaucho que tuvo realmente fisonomía particular -el
primero que fue llamado así- fue el gaucho nómada, no delincuente, que estuvo
implícito en el gauderío oriental del siglo XVIII. Este gaucho fue algo más que
un simple vagabundo. Adquirió en la Argentina, a lo largo del siglo XIX, rasgos
propios bien definidos. Y cuando se difundió suficientemente -es decir, a
medida que fue creciendo la población rural- fue llamado gaucho, como también
se había llamado al paisano oriental del siglo XVIII. (...)
Fue
el hombre de nuestro campo, principal escenario de su vida legendaria y real.
De vida solitaria ya en grupo de tiendas, como las tribus nómades, ya en
rancheríos aislados como en la pampa sureña".
(Tradición
Gaucha, '6 de Diciembre: Día Nacional del Gaucho')
En artículos precedentes hemos
notado cómo los autores clásicos citados aluden de manera recurrente a lo
'árabe' como elemento distintivo en la caracterización de nuestro antepasado de
la pampa (el Gaucho). Si bien estos autores de antaño (tenemos especialmente en
cuenta a Domingo F. Sarmiento) hacen referencia a lo 'árabe', considerando de
este modo una visión específica de la civilización 'oriental', es decir, 'tradicional',
de manera peyorativa y contrapuesta a los postulados liberales del progreso y
la civilización por ellos representada, consideramos cuanto menos apropiada
esta alusión, ya que ciertamente las analogías entre ambos (lo árabe y lo
gauchesco) convergen en un mismo punto original de sabiduría tradicional y
manifestación cultural, que en todo se oponen al sentido profano, materialista
y antitradicional manifestado por el liberalismo ideológico de los autores
citados. Si bien para ellos lo 'oriental' representa 'atraso' y
'anquilosamiento', no deja por eso de tener un atractivo exótico que fácilmente
se convierte en 'barbarismo' desenfrenado, pasional y primitivo. No está demás
hacer notar que en nuestros días el último bastión tradicional que representa
una seria amenaza para los sistemas surgidos desde el neoliberalismo
(políticos, financieros y culturales), el Islam, aún se sigue presentando con
las mismas características de retraso, inercia, irreverencia, exotismo y
barbarismo, por más que la pretendida 'tolerancia igualitaria' del mundo
moderno reclame ruidosamente lo contrario.
Ahora bien, a continuación
comprobaremos cómo desde la significación etimológica del término 'árabe' se
van desglosando ideas que nos remiten a realidades concretas y simbólicas que
conciernen a la esencia misma de la humanidad sobre la faz de la tierra, y
cómo, sujetos al más aciago desarraigo, la experiencia profana del mundo
moderno nos ha hecho olvidar nuestra originalidad, la cual es un requisito
necesario para lograr trascendencia.
***
Nómada,
el Hombre Original
En el libro sagrado del mundo
islámico, el Noble Qur'an, y en los dichos sapienciales del Profeta Muhammad (que Dios le conceda paz), en numerosas
ocasiones encontramos el término árabe 'arabiyyan',
que puede ser traducido como 'árabe', pero que sin embargo se lo traduce como
'beduino', ya que alude específicamente a los pastores trashumantes del
desierto. Al respecto, y en referencia al conflicto étnico árabo-bereber
producto de la colonización francesa en el Magreb africano, el erudito andalusí
contemporáneo Abderrahman Mohammed Ma'anan, en la conferencia titulada 'La
identidad bereber del Magreb', dice lo siguiente:
"(Entre los bereberes del Norte de Africa) la palabra 'árabe' goza de
un extraordinario prestigio, pero tiene otro significado. En realidad, tiene el
mismo significado que en su lengua original. Árabe, fundamentalmente, es
sinónimo de 'nómada', y al nómada se le atribuyen una cierta cantidad de
virtudes ideales: generosidad, hospitalidad, valentía, gallardía, libertad, y,
también, sentido de la poesía expresado en una lengua pura. Las ciudades
representan la degeneración de esas nobles costumbres. El nómada es el hombre
original. El Profeta, hombre eminentemente urbano pero de espíritu nómada,
dijo: 'He sido enviado para completar las virtudes más nobles', y se refería a
los beduinos como sus hermanos 'los árabes'. Árabe, en árabe o en bereber, no
designa una etnia en particular, sino un carácter. (...) No es de extrañar que
un musulmán se considere a sí mismo árabe perteneciendo a la raza que
pertenezca desde nuestra óptica (es decir, desde el significado propio del
término que se vincula a una manera de vivir libre). Evidentemente, en la
actualidad, cuando los términos han sido definidos de otra manera, más racial y
exclusivista, estas identificaciones resultan problemáticas y equívocas, pero
es necesario que comprendamos su uso tradicional hasta el momento en que
apareció el valor que les concedemos ahora".
En su magistral y altamente
recomendable biografía del Profeta del Islam, 'Muhammad: Su vida basada en las
fuentes más antiguas', Martin Lings escribe lo siguiente:
"Era costumbre en todas
las grandes familias de las ciudades árabes enviar a sus hijos, pocos días
después del nacimiento, al desierto, para que fuesen amamantados y destetados y
pasasen parte de su infancia entre una de las tribus beduinas. La Meca no tenía
ningún motivo para ser la excepción, pues las epidemias no eran infrecuentes y
el porcentaje de mortalidad infantil era elevado. De cualquier modo, no sólo el
aire puro del desierto era lo que deseaban que sus hijos absorbiesen. Eso, para
los cuerpos; pero el desierto también tenía su obsequio para las almas. Hacía
poco que el Quraysh (tribu a la que pertenecía el Profeta -que Dios le conceda
paz-) se había dado a la vida sedentaria. Hasta que Qusayy (líder beduino) les
dijo que construyesen casas alrededor del santuario (la Ka'aba) habían sido en mayor o menor medida nómadas. Los asentamientos permanentes, quizás
inevitables, representaban un peligro. La forma de vida de sus antepasados
había sido más noble, la de los moradores de tiendas frecuentemente en
movimiento. Nobleza y libertad eran indisociables; y el nómada, libre. En el
desierto un hombre se sentía consciente de ser el señor del espacio y, en
virtud de su señorío, escapaba en cierto modo del dominio del tiempo. Al
levantar el campamento se desprendía de su pasado y el mañana parecía tener
menor fatalidad si su dónde y su cuándo estaban aún por venir. El habitante de
la ciudad, sin embargo, era un prisionero; estar establecido en un lugar -ayer,
hoy, mañana- era ser un blanco para el tiempo, el destructor de todas las
cosas. Las ciudades eran centros de corrupción. A la sombra de sus muros la
pereza y la dejadez estaban al acecho prestas para embotar la atención y la
vigilancia del hombre. Todo decaía allí, incluso el lenguaje, una de las más
preciosas posesiones del hombre. Pocos árabes sabían leer; aún así, la belleza
del habla se consideraba como una virtud que todos los padres árabes deseaban
para sus hijos. La valía de un hombre se juzgaba en gran parte por su
elocuencia, y la corona de la elocuencia era la poesía. Tener un gran poeta en
la familia era algo de lo que ciertamente había que enorgullecerse, y los
mejores poetas procedían casi siempre de una u otra de las tribus del desierto,
porque era en el desierto donde la lengua hablada estaba más próxima a la
poesía.
Así pues, en cada generación
había que renovar el vínculo con el desierto -aire puro para el pecho, árabe
puro para la lengua, libertad para el alma- y muchos de los hijos de los
qurayshíes permanecían hasta ocho años en el desierto para que pudiera dejar en
ellos una impronta duradera, aunque un número menor de años resultaba
suficiente para esto". (Capítulo 8:
'El Desierto', pág. 19)
Leemos en el inmenso poema que
define nuestra nacionalidad:
Soy
gaucho, y entiendanló
como
mi lengua lo explica,
para
mí la tierra es chica
y
pudiera ser mayor.
Ni
la víbora me pica
ni
quema mi frente el sol.
Nací
como nace el peje,
en
el fondo de la mar;
naides
me puede quitar
aquellos
que Dios me dio:
lo
que al mundo truje yo
del
mundo lo he de llevar.
Mi
gloria es vivir tan libre
como
el pájaro del cielo;
no
hago nido en este suelo,
ande
hay tanto que sufrir;
y
naides me ha de seguir
cuando
yo remuento el vuelo.
(José Hernández, 'El Gaucho
Martín Fierro')
***
Caín
y Abel: Significación Tradicional de un Simbolismo Primordial
Ahora bien, remitiéndonos al
simbolismo tradicional de raíz abrahámica, en la historia de los hijos de Adán,
Caín es representado como agricultor y Abel como pastor, estableciendo así los
dos tipos de pueblos que han existido desde los orígenes de la humanidad: los
sedentarios, dedicados a la cultura de la tierra, y los nómadas, al pastoreo de
rebaños. Estos representan las ocupaciones esenciales y primordiales de esos
dos tipos humanos. Cada una de estas dos categorías naturalmente tiene su ley
tradicional propia, diferente la una de la otra, y adaptada a su género de vida
y a la naturaleza de sus ocupaciones. La manera que tradicionalmente se
presenta la historia del rito sacrificial en el que Caín hace ofrendas
vegetales y Abel ofrendas animales, se vincula propiamente al tipo de ley de
los pueblos nómadas.
Naturalmente son los pueblos
agricultores, por el mismo hecho de ser sedentarios, los que más tarde o
temprano acaban construyendo ciudades, y, de hecho, se dice que la primera
ciudad fue fundada por el mismo Caín. De manera general se puede decir que las
obras de los pueblos sedentarios son obras del tiempo: fijados en el espacio en
un dominio estrictamente delimitado, desarrollan su actividad en una
continuidad temporal que se les aparece como indefinida. Por el contrario, los
pueblos nómadas y pastores no edifican nada duradero, y no trabajan en vistas
de un porvenir que se les escapa; pero tienen ante ellos el espacio, que no les
opone ninguna limitación ("para mí
la tierra es chica, y pudiera ser mayor"), sino que al contrario les
abre constantemente nuevas posibilidades.
La actividad de los nómadas se
ejerce especialmente sobre el reino animal, móvil como ellos; la de los
sedentarios toma al contrario como objetos directos los dos reinos fijos, el
vegetal y el mineral (la utilización de los elementos minerales comprende
concretamente la construcción y la metalurgia; la tradición atribuye el origen
de ésta última a Tubalcaín, uno de los descendientes directos de Caín). Es así
que, por la fuerza de las cosas, los sedentarios llegan a constituirse símbolos
visuales, imágenes que desde el punto de vista de su significación esencial,
siempre se reducen más o menos directamente a esquemas geométricos, que están
en el origen y la base de toda formación espacial. Los nómadas, por el
contrario, a quienes las imágenes les están vedadas como todo lo que tendería a
retenerlos en un lugar determinado (de
aquí que la tradición monoteísta sea la más natural para el hombre original, y
que la raigambre abrahámica esté asociada a los pueblos nómadas), se
constituyen símbolos sonoros, los únicos compatibles con su estado de continua
migración. Así, los sedentarios crean las artes plásticas (arquitectura,
escultura, pintura), es decir, las artes de las formas que se despliegan en el
espacio y se fijan en él; y los nómadas crean las artes fonéticas (música,
poesía), es decir, las artes de las formas que se desenvuelven en el tiempo y
que fluyen en él. (Cf. René Guénon, 'El
Reino de la cantidad y los signos de los tiempos', cap. 'Caín y Abel')
Retomando el simbolismo
tradicional, y en este orden de cosas, es sumamente significativa la muerte de
Abel a manos de Caín, homicidio original cuya culpa recae sobre todo
sedentarismo como regla propia del anquilosamiento espiritual, notable
singularidad que expondremos en nuestro estudio.
***
Raíces
de nuestro Nomadismo Gaucho
Desde tiempos remotos el norte
de África se ha visto poblado por un conjunto de etnias autóctonas denominadas
Tamazgha, habitualmente conocidos como pueblos bereberes. Estas etnias se
distribuyen desde las márgenes del océano Atlántico hasta el oasis de Siwa, en
Egipto, como referencias extremas occidental y oriental respectivamente; y
desde la costa del mar Mediterráneo, al norte, hasta el Sahel, como límite sur.
Actualmente se estima que en el norte de África existen entre 55 y 70 millones
de berberófonos, concentrados especialmente en Argelia (donde Sarmiento concentra sus apreciaciones de lo árabe homologándolo a
lo gaucho) y Marruecos.
El término 'bereber' procede de
la adaptación árabe de 'barbr' del término griego 'barbaros', aunque, como ya
hemos apuntado en un capítulo precedente, la denominación que los bereberes utilizan
para sí mismos es Imazighen (en singular 'amazigh'), que significa 'hombres
libres'. Esta denominación también es común en Marruecos y Argelia, y desde
mediados del siglo XX se tiende a emplear el término 'amazigh', apelación
original, en vez de 'bereber', término importado, para reagrupar a todas las
etnias bereberes (Cabileños, Chleuh, Tuareg, Hawwara, etc.). En la antigüedad,
los griegos conocían a los bereberes como 'Libios', los egipcios los nombraban
'mashauash', nombre de una tribu bereber cercana a sus tierras, y los romanos
los llamaban 'numidios' o 'mauritanos'. Los europeos medievales los incluyeron
en los 'moros' o 'mauros', nombre que aplicaban a todos los musulmanes del
norte de África. A este respecto, el antropólogo francés Dr. Atgier señala lo
siguiente: "Si entre griegos y romanos 'moro' equivalía a 'negro' (de piel
oscura), en la lengua bereber 'negro' se decía y se dice 'berik'. En varios
dialectos de estas gentes el masculino plural se forma con el prefijo 'iberik',
pues significa 'los negros'. En otros dialectos se prescinde del prefijo y
'berik' es lo mismo en plural. Si en este vocablo suprimimos la terminación
'ik', que adjetiva así como 'ico' en 'ibérico', y se dobla la radical 'ber' -lo
que es bastante común en los idiomas del norte de Africa- obtenemos la voz
'berber'. Resulta, pues, que 'moro', 'íbero' y 'bereber' indican un mismo
pueblo primitivamente de piel oscura, que se ha ido modificando por mezcla con
otros que sucesivamente fueron ingresando al país".
Tradicionalmente, el estilo de
vida de los pueblos Imazighen ha sido el nomadismo. Por ejemplo, la población
Tuareg se extiende por cinco países africanos: Argelia, Libia, Níger, Malí y
Burkina Faso.
A diferencia de las conquistas
llevadas a cabo por las religiones y culturas anteriores, la llegada del Islam,
que fue difundida tanto por árabes como por sirios, a largo plaza iba a tener
efectos permanentes sobre las etnias del Magreb.
Las primeras expediciones
musulmanas en el norte de África, entre los años 642 y 669 e. c., dieron lugar
a una fructífera difusión del Islam. Estas primeras incursiones, desde una base
en Egipto, se produjeron bajo la iniciativa local. Pero, cuando la sede del
Califato se trasladó de Medina (Arabia) a Damasco (Siria), los Omeyas
reconocieron la necesidad estratégica de dominar el Mediterráneo con la vista
puesta especialmente en la zona que nos ocupa.
En el año 670 una expedición liderada
por Uqba ibn Nafi ocupó la ciudad de Qairuán, a unos 160 km al sur de la actual
Túbez, y la usó como base para futuras operaciones. Abu al-Muhayir Dinar,
sucesor de Uqba, siguió hacia el oeste de Argelia, y finalmente elaboró un
modus vivendi con Kusaila, gobernante de una amplia confederación de bereberes
cristianos. Kusaila, que tenía su base en Tremecén, se convirtió al Islam y
trasladó su sede a Takirwán, cerca de Qairuán. Hacia 711 las fuerzas omeyas
auxiliadas por bereberes conversos al Islam ya habían conquistado todo el norte
de Africa. Como ya hemos apuntado, uno de los mayores logros del Islam en su
historia, fue la aceptación que las etnias Imazighen hicieron de él.
En su gran mayoría todos los
pueblos de tradición nómada de Asia y África aceptaron voluntariamente el Islam
enriqueciendo así sus culturas ancestrales. Esto ocurrió tanto con los beduinos
del desierto árabe y las etnias Imazighen, como con los Fulani y los Malinké
del África occidental y los turcos Oghuz y mongoles de las estepas asiáticas.
El nomadismo es una
característica fundamental del espíritu libre que se goza en los infinitos
espacios de la emancipación y se nutre con el aire siempre renovado de los
espacios abiertos. Lo contrario, la estática permanencia que impone el
sedentarismo, establece límites ficticios a los cuales debe circunscribirse y
que redundan en un enquistamiento poco productivo. De esta diferenciación, en
nuestros tiempos, surge por un lado la vida urbana y por el otro la vida rural,
con sus tipos humanos igualmente diferentes. Del nomadismo -eclosión
tradicional del hombre original- también surge el carácter expansivo del Islam,
y de aquí la aceptación voluntaria que de él hicieron los pueblos citados
anteriormente, pueblos arraigados en tradiciones ancestrales que habían
permanecido, en cierto sentido, impermeables a la influencia judeo-cristiana (si bien existieron bereberes judíos y
cristianos, siempre representaron una exigua minoría, cuando la aceptación del
Islam fue absolutamente mayoritaria). Se nos puede objetar que el
cristianismo también fue asimilado por pueblos nómadas o semi-nómadas, como por
ejemplo los de la Europa nórdica. Sin embargo, y justo es aclararlo, el
cristianismo cuya tendencia predominó entre los pueblos nórdicos fue el
arrianismo, doctrina predicada por Arrio (presbítero de origen libio) que con
el tiempo sería catalogada como 'herejía' por el catolicismo imperante, en la
que destaca el concepto unitario de la Divinidad y de la figura de Jesús como
mensajero, contrapuesta al dogma de la trinidad católica y a Jesús como
manifestación divina, emparentándola indisolublemente con la Tradición original
de raíz abrahámica de la cual el Islam es fiel depositario. De aquí la feliz
aceptación del Islam por parte de numerosos visigodos en la Península Ibérica,
cuando con ellos se mezclaron los musulmanes Imazighen del norte de África.
*Breve
nota acerca del Millat Ibrahim, Tradición de nuestros Nobles Antepasados
A continuación abriremos un
breve paréntesis para una anotación necesaria que puede servir de complemento a
nuestra exposición.
En el Sagrado Qur'an hay un
término árabe, 'Millat', que abarca la idea que se tiene de la vida, del mundo
y de la felicidad, lo cual es el factor determinante en el modo de vivir y
actuar. Este término, por la revelación divina, está íntimamente vinculado con
el Profeta Ibrahim (Abraham, que Dios le conceda paz), y habitualmente se lo
traduce como 'la religión de Abraham'. Sin embargo, y dado el alcance que nos
muestra su significado, consideramos que el concepto es mucho más abarcativo
que la traducción de 'religión', por lo que preferimos la de 'Tradición'.
Millat Ibrahim será entonces la 'Tradición Abrahámica', es decir, el legado
espiritual del Profeta Ibrahim de reconocimiento y sometimiento al Dios Único y
Todopoderoso.
La etimología del nombre
Ibrahim (lo mismo que la de Abraham) remite al significado de 'Padre de
multitudes' (Ib de Ab, padre; rahim,
compasivo, mas proviene de la raíz 'rhm', cuyo sentido es 'matriz', es decir,
desde donde se genera la descendencia), de aquí que 'Tradición' entronque
con 'Patriarcado', siendo Ibrahim el Patriarca (Padre fundacional) de los pueblos del Tawhid (representantes del Monoteísmo), fundamentalmente asociados al
nomadismo (Ibrahim mismo fue un pastor
nómada). Dios Todopoderoso dice en el Sagrado Qur'an: "...la Tradición
de vuestro padre Ibrahim, él os llamó antes 'sometidos' (millata abikum ibrahima, huwa samikum al muslimin)" (22:76).
La Tradición Islámica transmitida por nuestro Profeta Muhammad (que Dios le
conceda paz) es la expresión más pura, natural y acabada del Millat Ibrahim, de
la Tradición Abrahámica, el legado profético de nuestros antepasados.
El sentido de Millat está
asociado al de Hikmat, término árabe que significa 'Sabiduría', como un
desprendimiento de aquella. Desde un modo correcto de contemplar la vida surge
la sabiduría necesaria para poder vivirla. Dijimos que el modelo más acabado de
la Tradición Abrahámica son las enseñanzas de nuestro Profeta Muhammad, por lo
que Millat y Hikmat concluyen en su Sunnah, es decir, su modo de vida, tanto
exterior como interior, reflejos de la Tradición y la Sabiduría Monoteístas
como guías para la humanidad.
En cuanto a temas vinculados
directa o indirectamente con los orígenes hispanomusulmanes de la cultura
gauchesca, el Profesor Ricardo Elía alude al 'profundo monoteísmo entroncado
con la más pura tradición musulmana que trasunta el Martín Fierro, la
"Biblia Gaucha" del poeta José Hernández'. Aseveración dichosamente
acertada que se nos hace más que evidente:
Mas
quien manda los pesares
manda también el consuelo;
la
luz que baja del cielo
alumbra
al más encumbrao,
y
hasta el pelo más delgao
hace
su sombra en el suelo.
Dios
formó lindas las flores,
delicadas
como son;
les
dio toda perfección
y
cuanto él era capaz;
pero
al hombre le dio más
cuando
le dio el corazón.
En
las sagradas alturas
está
el maestro principal,
que
enseña a cada animal
a
procurarse el sustento
y
le brinda el alimento
a
todo ser racional.
Su
esperanza no la cifren
nunca
en corazón alguno;
en
el mayor infortunio
pongan
su confianza en Dios;
de
los hombres, sólo en uno,
con
gran precaución en dos.
Pero
ponga su esperanza
en
el Dios que lo formó;
y
aquí me despido yo,
que
he relatao a mi modo
males
que conocen todos
pero
que naides contó.
***
"La
historia islámica de la península es, en una parte nada despreciable, una
historia de los Beréberes y de su intervención en el continente europeo" (Dr.
Bosch Vilá, Universidad de Granada)
Retomando nuestra exposición,
nos remitiremos a la llegada del Islam a la Península Ibérica. Como ya hemos
dicho, el Islam ingresa a la Península Ibérica de la mano del general Tariq ibn
Ziyad al-Layti. Este guerrero de origen bereber, nació el 15 de noviembre del
año 679 e. c. Desde niño vivió en contacto con la naturaleza en las montañas
del Rif marroquí. Recibió la enseñanza islámica tradicional y fue avezado en el
uso de todas las armas de combate: espada, lanza, arco y flecha. El gobernador
de Túnez, Musa ibn Nusair, confió en su capacidad militar y lo nombró
gobernador de Tánger.
Por aquel entonces dos bandos
se disputaban el poder en la Península Ibérica: el del usurpador Don Rodrigo, y
el de quien era considerado como verdadero heredero al trono, Agila II, hijo
del fallecido monarca visigodo Witiza. Esta facción nobiliaria, los witizanos,
pidió ayuda a Musa ibn Nusair, mediante el conde de Ceuta, el godo Olbán, quien
gobernaba sobre una zona poblada por bereberes. Musa ordenó a su lugarteniente
Tariq continuar los pasos de Tarif ibn Maluk, primer oficial musulmán en
realizar una expedición de reconocimiento al otro lado del estrecho. El 30 de
abril de 711 partieron los barcos con las fuerzas de Tariq desde el promontorio
de Abila, junto a Ceuta. Luego de cruzar 14 km de mar entre las antiguas
Columnas de Hércules, desembarcaron en la bahía de Algecias, al pie del Peñón
Calpe, que a partir de entonces pasaría a ser conocido como Jabal al-Tariq, es
decir, 'el Monte de Tariq' (Gibraltar).
Las tropas de Tariq contaban
con unos siete mil hombres, en su mayoría bereberes, acompañados de algunos
centenares de caballeros árabes. En julio se le sumaron cinco mil bereberes
más. Don Rodrigo abandonó la agresión contra los vascos del norte y acordó una
tregua con Agila para combatir a los recién llegados.
El 19 de julio de 711 los dos
ejércitos se encontraron en el sitio llamado Wadilakka, en la cuenca del río
Guadalete, al noreste de la antigua Gades (Cádiz). La infantería berberisca
diezmó a los germanos; con la colaboración de la caballería árabe aniquilaron a
las huestes cristianas.
Numerosas comunidades
hispanoromanas recibieron a Tariq ibn Ziyad como libertador. Estos pueblos
hacía 200 años que estaban oprimidos por la tiranía de los conquistadores
germánicos, explotados por impuestos elevados, sin derechos ni libertades,
discriminados y tratados con violencia e injusticia. En el territorio islámico
de Al-Ándalus que surgía, podrían vivir y trabajar en paz.
El respeto y la tolerancia
manifestados por los musulmanes hacia los cristianos nativos. Considerados como
ellos mismos 'Gentes del Libro', sumado, como dijimos, al arrianismo ancestral
legado por los nórdicos, contribuyeron a facilitar la obra de expansión y
asimilación del Islam en Hispania.
A pesar de la escasa valoración
que los estudios históricos parecen haber dado al componente amazhig en la
conquista del territorio hispano, los bereberes continuarían expandiéndose e
incluso, en numerosos casos, aventajando en número al elemento propiamente
arábigo. Al respecto son altamente significativas las palabras de lamento
proferidas por Luis del Mármol Caravajal, historiador español de fines del
siglo XVI: "Sabidas estas victorias
en África, fue tanto el número de Africanos que creció en España que todas las
ciudades y villas se hincharon dellos, porque no pasaron como guerreros sino
como pobladores con sus mujeres e hijos, en tanta manera que la religión,
costumbres y lenguas corrompieron, y los nombres de los pueblos, de los montes,
de los ríos y de los campos se mudaron".
Volviendo a nuestra figura
histórica del comienzo, en su libro 'Recuerdos de Provincia' (1850), Domingo F.
Sarmiento se ocupa de su genealogía, y continuando una línea ascendente que
parte desde su madre, Paula Albarracín, se remontará a un líder moro llamado Al
Ben Razín, quien en el contexto del ingreso musulmán en la Península Ibérica,
estableció una familia y dio su nombre a una ciudad, siendo así que Albarracín,
ciudad de la provincia de Teruel (España), sólo constituye una derivación de
aquella.
No obstante que Sarmiento
atribuyera su fisonomía 'árabe' al citado antepasado, lo cierto es que su
verdadero origen se encontraría mucho más vinculado a los bereberes del norte
de África que a los árabes con quienes creyó vincularse. Veamos por qué:
Entre los grupos de etnia
amazigh que cruzaron a la Península Ibérica en el siglo VIII, se encuentran los
Hawara, del tronco de los Botr, y al cual pertenecía la familia de los Banu
Razin. Los asentamientos correspondientes a esta etnia Hawara son reconocibles
porque al comienzo de sus respectivas denominaciones aparecen los prefijos
'banu' o 'beni', y su presencia se difundió por el centro, sur, y este de la
Península, siendo que en lo que respecta a la familia de los Banu Razin, ésta
se posicionó en el macizo entre Teruel y Cuenca, con el propósito de defender
las fronteras de Al-Ándalus.
Será el citado Bosch Vilá
quien, señalando que los Hawara fueron una de las primeras etnias amazigh que
se establecieron en las tierras fronterizas de Al-Andalus, describe a una de
sus fracciones, los Banu Razin, como una familia 'numerosa y rica' y que
ocupando 'castillos al sur de la actual provincia de Teruel llegaron a
constituir en Santa María de Ben Razin una dinastía taifa..."
Los Hawara o Huara o Houara,
habían habitado el Fezzan Libio (región sudoeste del país) y, conforme a los
estudios realizados por el francés Charles Foucauld, el término 'Huara' debe
asociarse con el vocablo 'Ahaggar', tuareg noble. Posteriormente habrían de
emigrar hacia la costa del norte de África, pasando a dominar a las antiguas
poblaciones allí asentadas hasta integrarlas étnicamente. El islamólogo
franco-argelino Evariste Levi Provençal, en 'Historia de la España Musulmana
hasta la Caída del Califato de Córdoba' (1950), sustenta también el origen
amazigh de los Banu Razin. No sólo en nuestros gauchos, sino que en numerosas
asociaciones encontramos elementos norafricanos en nuestra Argentina,
provenientes de los moriscos llegados al Río de la Plata.
Para concluir, el teniente
coronel Aníbal Montes, en su estudio 'El indio, el criollo y el gaucho',
argumenta que los árabes (bereberes, diríamos), en España, se hicieron
sedentarios y ciudadanos durante ocho siglos; ese mismo árabe, trasplantado a
la inmensidad del continente americano, sin más recursos que sus armas y su
caballo, debió necesariamente volver a la atávica condición del antepasado
nómada. De aquí derivó nuestro gaucho y por eso es útil enterarnos de cómo era
aquella singular y notable entidad étnica y su tradición ancestral.
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