Autor: Youssef Girard
Desde finales del siglo XVIII Occidente impuso
su hegemonía sobre el mundo musulmán y sobre el conjunto de los tres
continentes. Al partir a la conquista del mundo para exportar sus capitales y
sus ideales, «los burgueses conquistadores» occidentales sometieron a los
pueblos de Asia y de África. La invasión de Egipto por parte de los ejércitos
de Bonaparte, la colonización de India por parte de Inglaterra, la conquista de
Argelia y después del África subsahariana y del conjunto del Magreb marcaron el
avance inexorable de los ejércitos occidentales. El desmantelamiento del
Imperio Otomano tras la guerra de 1914-1918 significó poner al conjunto del
mundo musulmán bajo tutela directa o indirecta.
Esta
hegemonía occidental no es únicamente económica, militar y política. También es
cultural, ideológica y espiritual. El discurso orientalista acompaña y legitima
el proyecto de dominación occidental sobre el mundo musulmán. Al aliar este
discurso que desvaloriza al Otro con la promoción de su propia ideología, el
«Occidente oficial» promueve una nueva identidad colectiva: la suya. Como ya escribían
Marx y Engels, la burguesía occidental obligó a todas las naciones «a
introducir en ellas lo que se denomina civilización, es decir, a volverse
burguesas. En una palabra, se crea un mundo a su imagen» [1].
El «Occidente oficial» encubre su
dominación bajo el discurso de un universalismo centrípeto marcado por la
voluntad de reducir las demás realidades y de integrarlas en una sola norma
aceptable, la del proceso de evolución histórica que ha conocido Occidente.
Habiéndose situado él mismo como centro del mundo, Occidente impone su
ideología como la ideología de cualquier sociedad posible. La función de esto
es garantizar la dependencia total y duradera de las naciones dominadas.
El «Occidente oficial» trata de imponer su
visión del mundo, su manera de vivir y su cultura al conjunto de los pueblos
que domina. Ha comprendido que para imponerse de forma duradera es necesario
destruir todas las bases de la resistencia, empezando por los cimientos culturales,
ideológicos y espirituales. La imposición de la hegemonía cultural occidental
se hace por medio de políticas de despersonalización, de desposesión
identitaria y de alienación, vividas como una verdadera «violación de las
conciencias» por las sociedades colonizadas y dominadas. Estas sociedades deben
moverse entre el detestarse a sí mismas, a su historia y a su identidad, y la
adoración por el nuevo ídolo «Occidente».
En este proceso de imposición de su
hegemonía el «Occidente oficial» forma a unos «intelectuales colonizados»
íntimamente vinculados a su visión del mundo y de su cultura. La institución
escolar, tanto pública como privada, desempeña un papel determinante en la
formación de esta nueva categoría social. Por medio de su modo de vida y de su
saber el intelectual colonizado debe representar el poder de los vencedores
ante los vencidos. En razón de su papel de transmisor de las ideas de la
cultura occidental en el seno del mundo de los vencidos, el intelectual
colonizado debe convertirse en el principal vehículo de despersonalización y de
occidentalización de las sociedades dominadas. El intelectual colonizado se ha
convertido en un actor dominante en una sociedad dominada porque su poder está
directamente vinculado a las potencias hegemónicas.
La voluntad occidental de imponer su
hegemonía supera la categoría formada solamente por los intelectuales para
ampliarse al conjunto de las sociedades dominadas. El «Occidente oficial» se
esfuerza por invadir culturalmente a las sociedades dominadas para asegurar su
proyecto hegemónico.
Considerado uno de los padres de la
sociología, Ibn Jaldún (1332-1406) nos proporciona ciertas pistas de reflexión
para comprender esta problemática de imposición de una cultura, de una manera
de vivir o de una visión del mundo por parte del dominante sobre el dominado, o
por parte del vencedor sobre el vencido, por retomar los términos del autor de
la Muqaddima*. Partiendo de la idea de que el vencedor busca la explicación de
su derrota en la superioridad del vencedor y no en sus propias debilidades, Ibn
Jaldún postula que el primero se esfuerza siempre en imitar al segundo.
Ibn Jaldún escribe en su Muqaddima:
«Siempre se ve la perfección (reunida) en la persona de un vencedor. Éste pasa
por perfecto, ya sea bajo la influencia del respeto que se le tiene, ya sea
porque sus inferiores piensan, erróneamente, que su derrota se debe a la
perfección del vencedor. Este error de juicio se convierte en un artículo de
fe. El vencido adopta entonces las costumbres del vencedor y se asimila a él:
se trata de pura y simple imitación. […] Siempre se observa que el vencido se
asimila al vencedor, cuya vestimenta, montura y armas imita» [2]. Añade: «Esto
sucede hasta el punto de que una nación, dominada por su vecina, hará un gran
despliegue de asimilación y de imitación» [3].
Para apoyar sus palabras Ibn Jaldún da el
ejemplo de los andaluces que al ya no ser autónomos más que en el plano
ideológico y cultural se ponen a imitar a los gallegos en su manera de vivir y
de ver el mundo. Para Ibn Jaldún esta imitación es el signo del estatuto de
dominado de los andaluces resultante de la decadencia y de la pérdida de
iniciativa histórica de los musulmanes de la península Ibérica. Ibn Jaldún
afirma antes de Marx que las ideas dominantes son las de los dominantes y añade
que el modo de vida dominante es el de los dominantes.
La pérdida de iniciativa histórica implica
una dependencia y una pérdida de autonomía de los dominados que mantienen la
vista fija en los dominantes erigidos en modelo. Esta dependencia ideológica y
cultural de los dominados pone en tela de juicio su autonomía situándolos en un
estatuto de dependiente, lo que los reduce a la impotencia. Ibn Jaldún explica:
«Cuando un pueblo pierde el control de sus propios asuntos, queda reducido a
algo similar a la esclavitud y se convierte en un instrumento en manos del
prójimo, le invade la apatía (takâsul). […] Los vencidos se debilitan y se
vuelven incapaces de defenderse. Son víctimas de cualquiera que desee
dominarlos y presa de grandes apetitos» [4]. Esto marca el proceso de
decadencia de los vencidos que puede llegar hasta la aniquilación total. El
autor de Muqaddima concluye explicando: «Se trata solamente de un efecto de la
condición humana cuando en pueblo pierde el control de sus propios asuntos y se
convierte en el instrumento (âla) del prójimo» [5].
El análisis de Ibn Jaldún nos demuestra que
el acceso a la independencia política, el derrocamiento de los gobiernos
títeres a sueldo del imperialismo o incluso la recuperación de ciertos poderes
económicos no bastan para asegurar una independencia real que permita volver a
desplegar su capacidad de iniciativa histórica. La dominación se instaura por
medio de las armas que son ellas mismas ampliamente dependientes de la potencia
económica; sin embargo, para asegurar su dominación los vencedores deben imponer
necesariamente su hegemonía cultural.
Para luchar contra esta dominación
polimorfa, cuyos puntos neurálgicos son la ideología y la cultura, es necesario
fundar su resistencia – moumana’a – en unos principios diferentes de los del
vencedor, el «Occidente oficial». No se podría construir una resistencia
efectiva a partir de los principios y de las ideas de vencedor mientras que uno
de los aspectos específicos de la dominación de éste es imponer al vencido su
manera de ser y de pensar. Ibn Jaldún muestra los límites de la dialéctica
hegeliana del amo y del esclavo porque en su perspectiva el esclavo que vuelve
sus armas contra su amo será siempre dependiente de éste. Su liberación no será
sino una artimaña que enmascara su relación de dependencia.
En una perspectiva de Ibn Jaldún, la
liberación del vencido sólo puede ser efectiva por medio de la afirmación
positiva de una identidad específica y autónoma, distinta de la de los
vencedores. El vencido debe elaborar de manera independiente las armas que
permitan su liberación. No puede actuar por reacción – el esclavo que se libera
– sino por medio de una acción voluntaria y libre que descansa en unas bases
independientes del vencedor. La acción voluntaria debe resucitar positivamente
al Yo específico al tiempo que desdeña al Otro dominante el cual ve el
universalismo de sus ideas y de su cultura puesto en tela de juicio y el
dinamismo de su dominación desmitificado. En esta perspectiva, sólo la
autonomía del vencido en relación al vencedor puede permitir su verdadera
emancipación. Para ello el vencido debe definir su identidad independientemente
de la del vencedor con el fin de garantizar su autonomía.
Esta identidad puede afirmarse por medio de
resaltar identidades específicas heredadas de civilizaciones antiguas – los
imperios Incas, Maya, Azteca; la civilización árabo-islámica, los Imperios del
África subsahariana, India, China o Japón. Para estos vencidos se trata de
recuperar su ser histórico que se expresa a través del Yo específico. Esto se
inscribe en un proceso de lucha contra sí mismo y contra el otro dominante, de
reconquista de este Yo específico, de esta identidad deformada y
desnaturalizada bajo el impacto de la dominación occidental. Esta afirmación
del Yo específico es indispensable para contribuir al fondo común de la
humanidad.
En este marco el mundo árabo-islámico puede
basarse en una identidad específica multisecular que reposa en el Islam, a la
vez religión y herencia civilizacional, y en la lengua árabe, idioma común al
mundo musulmán. Esta identidad específica del mundo árabo-islámico puede
construirse, o reconstruirse, acudiendo a las fuentes de su larga historia que
visto a esta civilización ser un actor principal del mundo en el que ella
desplegaba su acción entre los siglos VII y XVI. De Dakar a Jakarta, la
herencia de esta civilización ejerce un papel determinante en la afirmación de
un Yo específico independiente del Yo del vencedor occidental. La vuelta a esta
herencia civilizacional permite al mundo árabo-islámico salir de su estatuto de
vencido, al que querría confinarlo el vencedor occidental, para erigirse en
actor libre y autónomo.
Notas:
[1] Engels Friedrich, Marx
Karl, Manifeste du parti communiste, Paris, GF Flammarion, 1998, page 79.
* N
de la t.: “Prolegómenos” a su vasta Historia de los árabes.
[2]
Ibn Khaldoun, Discours sur l’Histoire universelle, al-Muqaddima, París,
Sindbab, 1997, página 227.
[3] Ibid., p. 228.
[4] Ibid., pp. 228-229.
[5] Ibid., p. 229.
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