Nuestro arquetipo, como
musulmanes, es el Profeta Muhammad (que Dios le conceda paz). En él se
sintetizan las virtudes éticas y las características espirituales de elevación
que concluyen en el Hombre Integral tal cual ha sido concebido en su forma
original desde la Sabiduría Divina.
El ejemplo profético es de
índole universal; es decir, como sello de la Profecía hasta el final de los
tiempos, el Profeta Muhammad (asws) representa el acabamiento del hombre en
cuanto tal, por lo que todo ejemplo, a nivel humano, ha de beber de su fuente
inagotable para lograr su realización correspondiente. A esta fuente inagotable
y universal del ejemplo profético el Sagrado Qur'an le da el nombre de Hikmat,
Sabiduría. A través de los tiempos, la Sabiduría ha sido la encargada de guiar
los pasos de la humanidad en su tránsito por este mundo, brindándole las
herramientas necesarias para un justo desarrollo de sus posibilidades
materiales, éticas y espirituales de acuerdo a la Voluntad Divina.
Herederos de esa Sabiduría
universal e involucrados en modos vivenciales asociados al ejemplo profético,
siempre ha habido personas y/o sujetos sociales encargados de encarnar el
paradigma del Hombre Integral como modelos de conducta para los seres humanos
de acuerdo a sus determinaciones de pueblo, etnia o raza, inherentes a su
manifestación en el mundo. Muchas de estas personas/ sujetos sociales, al
constituirse en grupos definidos, y siempre en base al saber universal, han
originado pautas culturales propias que habitualmente se conservan como
identidad tradicional y folklore. Tenemos presente de modo particular lo que ha
sucedido en nuestro país, Argentina, mediante la cultura gauchesca, similar a
la de pueblos tan diferentes como por ejemplo los Tuareg del África Occidental
y los Avar del Daguestán, entre las que encontramos compatibilidad desde las
normas de conducta social e individual (estoicismo, hospitalidad, frugalidad,
sentido del honor, etc...) hasta el inexorable impulso por la libertad y su
defensa incuestionable. Es decir, hay un vínculo intrínseco entre estas
cosmovisiones, entre las determinadas percepciones, conceptuaciones y
valoraciones del propio entorno, que definen y unifican estas culturas tan
únicas y singulares. Encontramos en esto que el nexo vinculante ha sido el
flujo sagrado emanado desde una misma fuente universal: el arquetipo profético
revelado mediante Sayidina Muhammad (asws), como un árbol de ramas diversas
sostenido por un mismo tronco y alimentado por una misma raíz. La raíz es
anterior a la rama, y esta última sólo existe por participación en la vida de
la raíz, y muchas veces hasta desconoce el ser de esta. Sin embargo la rama
allí está, evidencia irrefutable de la vida que la anima.
Por esto nuestros estudios nos
han llevado a la conclusión de que el gaucho modélico de antaño se presenta
como una cabal afirmación de la Sabiduría que lo ha animado más allá de los
tiempos y gracias a la cual hizo irrupción en la historia sagrada del mundo en
un momento y lugar específicos dándonos la posibilidad de descubrir por él y en
él una cosmovisión particular que nos define como argentinos en cuanto a
identidad tradicional. Tristemente, y como ha sucedido en otras partes del mundo
en los últimos doscientos años, somos testigos de cómo los encargados de
escribir nuestra historia han ocultado y falseado mucha información que Dios
mediante irá saliendo a luz para que finalmente se logren aclarar cuestiones
fundamentales de nuestra herencia tradicional como lo que hemos venido
apuntando: el gaucho -la cultura gauchesca- como heredero de un modo vivencial
universal cuyas raíces se remontan al Profeta Muhammad (asws) y el Islam.
Si seriamente entablamos un
estudio crítico y comparativo encontraremos que nada nos resulta más familiar
que la interrelación entre nuestra identidad tradicional -gaucha- y la
Sabiduría primordial -profética-. Conocer nuestra historia nos hará libres en
el culto a la Verdad.
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