Fragmentos
de una investigación llevada a cabo por la escritora argentina María Elvira
Sagarzazu y publicada en la revista virtual Sharq al-Andalus, 18 (2003-2007),
pp. 113-129.
Resumen: La voz baquiano, muy
difundida en el Río de la Plata y también en Venezuela desde los inicios de la
colonización hispánica, se halla construida sobre un étimo árabe y ha
permanecido ausente del castellano de España. El presente trabajo relaciona la
implantación y vigencia del término en los territorios coloniales a la
presencia de moriscos a los que, si bien la legislación prohibía el ingreso,
hay documentos que prueban su presencia, como así también razonables indicios
de entradas clandestinas. Destacamos el origen y extensión del uso de baquiano
en relación a su portador habitual en Argentina, que suele ser un gaucho en
quien otras pautas de filiación hispanoárabe habían sido ya detectadas.
***
Sostiene Corominas que baquiano procede de baqiya, voz que en árabe significa "el resto, lo que queda", y que con tal significado
aparece usada en 1555 por Fernández de Oviedo (Historia general y natural de Indias). La obra había sido comenzada
en 1534. Entre ambas fechas, Gutiérrez de Santa Clara también emplea baquiano
en 1544. Juan de Guzmán da cuenta de ella en 1586, creyéndola propia de Santo
Domingo. El Padre Acosta, en 1590, la anota como procedente de Cuba y Haití. El
Inca Garcilaso dice que se usaba en las islas de Barlovento (J. Corominas y J. A. Pascual, Diccionario
crítico etimológico castellano e hispánico, vol. I, p. 493).
De lo anterior se desprende una
primera conclusión, y es que el término empieza a difundirse en la región del
Caribe, precisamente donde comenzara la colonización española. Otro dato a
tener presente es que ni Corominas ni los demás autores citados lo consideran
indígena, hecho que orienta nuestra atención hacia quienes pudieron haber
introducido en América una palabra que no formaba parte del castellano empleado
por la mayoría de los españoles en el siglo XVI.
Por otro lado, no pervivió esta
voz en los territorios caribeños con el vigor que alcanzó -y que conserva- en
Venezuela y en el Río de la Plata, por lo que intentaremos explicar qué
factores pudieron haber contribuido a la difusión alcanzada en estas tierras.
De los colonizadores venidos de
España, sabido es que el grupo más numeroso procedió de Andalucía, la región
cuyo pasado nombre, Al Ándalus, fue el dado por los árabes a todo el territorio
peninsular conquistado por ellos a partir de 711.
Tanto en Argentina como en
Venezuela, se denomina baquianos a
los conocedores del terreno en que realizan sus actividades. Son peones a
quienes su propio modo de vida, rural, obliga a desplazarse de un lado a otro,
arreando ganado, guiándolo hacia otras estancias, o conduciéndolo con cualquier
otro objeto hacia destinos a veces muy alejados del sitio donde se asienta
normalmente el rodeo.
Ahora bien, este sentido de
conocedor práctico, de guía, que la
voz conlleva, no guarda aparente relación con la raíz árabe que apunta al remanente de algo; ha de hollarse más
fino para llegar al punto donde el significado del étimo árabe empalma con el
de conocedor. Personalizando la idea
de remanente y expresándola como los que quedan, se visualiza el
recorrido de las nociones que contribuyeron a la génesis semántica de la voz,
ya que es remanente hace referencia a una presencia humana sometida a la acción
del tiempo como condición necesaria para adquirir experiencia del terreno. La
palabra resume la conexión existente entre permanecer en un lugar y llegar a
conocerlo, exactamente lo que convierte a un peón en baquiano.
El término refleja, pues, una
realidad, cual era que, entre los colonizadores españoles que quedaban de la
primera hora, se encontraban algunos que habían alcanzado un particular dominio
del hábitat en que residían. De esto y de las fechas en que aparece el vocablo escrito,
se infiere que los primeros baquianos fueron españoles -y aquí español no alude
a origen étnico o cultural sino al hecho de venir de España-. Y ha de tratarse
de un español afincado desde el principio de la conquista, de los que no
regresó a la metrópoli, como lo hacían otros que, por curiosidad o necesidad
momentánea, probaban suerte en América pero tras algún desengaño regresaban a
su patria.
El hecho de que exista un
ejemplar humano determinado a permanecer en las colonias cualquiera fueran las
condiciones imperantes en ellas, dice lo suyo a propósito del carácter o la urgencia
del candidato. Los mejor dispuestos a tolerar los inconvenientes de la vida en
las colonias serían aquellos cuyo presente tampoco era fácil en España. Afirma
Domínguez Ortiz que venir a América "para
el europeo normal se presentaba como una empresa muy costosa y arriesgada, que
sólo intentarían aventureros, perseguidos políticos y religiosos y otras
categorías excepcionales".
La adversidad económica suele
vencerse con alguna facilidad, basta dar con un nicho laboral, descubriendo las
oportunidades rentables o exitosas de cada época. Las condiciones sociales
adversas, sin embargo, pueden ser consecuencia de varios factores y no se
superan fácilmente cuando no requieren, para ser superadas, cambios de actitud
que a menudo afectan a más de un aspecto de la existencia, tal como les ocurre
a los desplazados sociales por el motivo que sea.
Son conocidas las condiciones
en que quedó la comunidad musulmana española a partir de 1502 y del edicto
restrictivo de 1526 dictado contra ella por Carlos V. En la España de aquel
siglo y el siguiente, los moriscos resultaron la minoría más perjudicada a
medida que iba haciéndose efectivo el cumplimiento de las medidas que ponían
fin al estatuto jurídico que había regulado la vida de sus antepasados,
garantizándoles la práctica del Islam y demás tradiciones comunitarias.
La cancelación jurídica de la
comunidad musulmana no significó la desaparición total de sus miembros sino su
conversión, exilio o emigración hacia otros territorios. La huida tuvo como
destinos preferidos -de quienes se mantuvieron en su fe tradicional- al Norte
de África y algunos puntos de la Turquía otomana. Poco se ha investigado, en
cambio, el éxodo por goteo de los otros moriscos mejor cristianizados, que
regresaron a España un tiempo después de su expulsión y casi nada se sabe de
los que vinieron a América no por motivos religiosos sino para superar el
estigma social de descender de prohibidos.
De lo anterior podría
concluirse superficialmente que acaso hubiera muy pocos moriscos en el Nuevo
Mundo, si no fuera porque más de dos décadas de relevamientos sistemáticos de
la presencia morisca en Sudamérica permiten afirmar lo contrario, pero debe
explicarse qué hizo posible la invisibilidad del morisco en el nuevo mundo.
Vamos a enumerar por lo menos cuatro aspectos que han contribuido a enmascarar
la presencia morisca en el medio hispanoamericano. Son ellos: 1) la inmigración
ilegal, muy frecuente, 2) la pobreza de informes y procesos a moriscos incoados
por la Inquisición novomundana, 3) el escaso número de criptomusulmanes entre
los moriscos que llegaron, y 4) la falta de idoneidad de quienes debían
detectar las herejías, entre las que figuraba el criptoislamismo.
La sociedad americana, a
diferencia de la peninsular, creció sin que llegara a la mayoría un perfil
nítido del morisco; nunca se aclaró en estas latitudes que un sector de la
sociedad española había sido musulmán; posiblemente fue algo más conocido el
caso de los judíos. De todas maneras, no es razonable conjeturar que las
autoridades coloniales fueran a dar explicaciones a propósito de la minoría
morisca y su situación contemporánea, lo que significó un silencio total a
propósito de los moriscos en el medio americano. La Iglesia era la encargada de
trabajar por la unidad confesional de todos los súbditos de la Corona española,
y la Inquisición de encausarlos si había dudas, quejas o delaciones sobre la
conducta de los pobladores, pero la realidad morisca, el pasado que unos y
otros querían dejar atrás, no tuvo por qué constituir una cuestión preocupante
para ninguna de las partes involucradas en una disputa que jamás fue sino
residual en América.
Esta indiferencia frente al
problema morisco en el Nuevo Mundo no debe interpretarse como resultado de una
ausencia total de descendientes de aquella comunidad. Tampoco como que la
sociedad colonial hubiera cambiado de código al extremo de equiparar
socialmente a cristianos viejos y conversos. El comportamiento menos
persecutorio de las autoridades en América hacia los descendientes de moros se
entiende como parte de un expreso mandato de la Corona, y por el ajuste a las
nuevas condiciones de vida que los venidos de España, en su conjunto, debían
enfrentar en el Nuevo Mundo. Frente a las costumbres completamente desconocidas
que volcaban la vertiente indígena -y también los negros- en la sociedad
colonial, los conversos eran apenas otro modo de ser hispánico que hacían que
las diferencias entre ellos y los cristianos perdieran volumen y prioridad.
Este nuevo diseño social, donde los conversos dejaban de ser el grupo hostil,
sería un importante paso hacia la confusión de raíces que impediría en adelante
a los criollos descendientes de moriscos comprender o recordar su origen. Claro
que, en el caso de que individualmente hubieran llegado a recuperar la memoria
de su origen, tampoco podían publicarlo, pues descender de conversos (es decir,
de moriscos) no solo informaba sino que, al estar prohibida su residencia en
las Indias, era dato que incriminaba instantáneamente.
Desde la perspectiva del
morisco, la imposibilidad de revelar el origen en el Nuevo Mundo hizo que sus
propios hijos ignoraran los vínculos que los unían a sus antepasados en España,
con lo que pasaría al olvido todas la historia de la adscripción al Islam y su
posterior ilegalización. Pero, desde la perspectiva cristianovieja, si bien en
América la inquina contra los conversos no alcanza la gravedad que suele tener
en España, sí se trasladó la conciencia de quién es quién, motivo por el que el
patriciado mantuvo distancia frente a los conversos.
Otro aspecto negativo del quién
es quién quedaría reflejado en que, al momento de cuajar la separación de
clases, los miembros de la clase baja hispánica quedarían difusamente asociados
a una condición moral dudosa. Es esa sospecha la que el padre Furlong quiere
desactivar, dignificando a quienes, sin embargo, las propias autoridades
seguían viendo como próximos al delito por su propio origen, y sin que la
ilicitud en cuestión fuera resultado de otra cosa que de la adscripción a una
comunidad marginalizada por motivos religiosos y políticos.
El término cafre resume localmente lo que podría reflejar el origen de la base
popular argentina. ¿Qué es un cafre
sino un cualquiera, de baja cuna? Pero lo que cafre encierra en su étimo árabe es el motivo por el que la cuna no
es buena: cafre es un infiel. Cafre
en su raíz conserva la memoria islámica de desvalorizar al otro por no ser de
la misma fe. Desde el punto de vista del descendiente de moriscos, cafre sería
el indio, pero para las autoridades, cafres eran los españoles de la otra
vereda, los ex infieles. ¿Y quiénes fueron los últimos sospechados de
infidelidad en la España que ya había expulsado a los judíos? Los moriscos y
sus descendientes.
El sentido de la coyuntura es
fundamental para comprender los caminos seguidos por los moriscos cuando se les
cancela la posibilidad de ser miembros de su colectivo, que hace que la
comunidad originaria deje de servirles de referente y refugio.
La deslegitimación del
colectivo trajo como consecuencia sumir a los moriscos en una dudosa condición
que les permitía continuar siendo españoles al tiempo que les exigía dejar de
ser musulmanes. En esto último, sin embargo, descansaba la identidad de un
morisco, de modo que el haber recibido el bautismo, sin desearlo, nunca pudo
convertirlo en el cristiano que exteriormente debía ser.
El morisco cristianizado no pudo
menos que ser un individuo desdoblado, uno por dentro, otro por fuera. Ahora
bien, ¿no es esta condición, de reunir en uno mismo, un ser y un parecer que no
conjugan, la que obliga a conductas ladinas?
Por ese camino, ladino llega a ser un
verdadero sambenito social que resume en el Río de la Plata la conducta de
aquél en quien no se debe confiar, porque no es lo que parece.
La tacha social que suponía
llevar sangre prohibida bien pudo dejar en sus descendientes conversos
características que la mayoría se los españoles de origen cristiano acabaron
resumiendo en el infamante ladino que cumple en América la función denigradora
que el origen ya no puede hacerlo porque se había perdido rastro de él, o mejor
dicho, memoria de él. Si un capitán no sabe a quién transporta en su navío, si
el registro de pasajeros a Indias omite nombres, ¿quién podría señalar con
certeza a un morisco en las colonias? (...una
circunstancia capaz de facilitar el paso de moriscos a las colonias de América
se infiere de la siguiente práctica: "las naves destinadas al Brasil y al
Río de la Plata paraban en Canarias". Estas islas habían quedado como la
única porción del territorio español de la que los moriscos no fueron
expulsados. Sólo los avisados sabían que venir de las islas Canarias e ingresar
indocumentado era casi sinónimo de converso).
Pero frente a este anonimato
étnico, en la Argentina ha sido una constante atribuir, por un lado, un origen
humilde, cuando no rayano en la marginalidad, a la primitiva población de
origen hispánico, y a la vez, destacar la nobleza y dignidad del criollo nacido
de esa misma gente. Aunque un pasado libre de tachas pudo figurar entre las
preocupaciones de los individuos comprometidos con el proceso independentista,
no hubo aquí fuerte hincapié en la limpieza de la sangre, como se encargaría de
reflejar, ya en plena madurez republicana, el dicho popular "todos
venimos... de los barcos". Sobre este interrogante como telón de fondo,
proyectaría ocasionalmente su sombra la idea subyacente de un origen dudoso.
Toda esta cuestión, a nuestro
juicio, es resultado de la supervivencia del marco ideológico de la propias
autoridades coloniales españolas, que procedían o estaban aliadas al sector que
detentaba el poder, los cristianos viejos. Estos funcionarios no podían ver con
buenos ojos la presencia de esos otros españoles que emigraban de España.
Tampoco podían identificarlos con certeza puesto que llegaban con nombres
cristianos y luego de cumplir con los requisitos de limpieza de sangre, algo
que no debe confundirse con no llevar efectivamente sangre prohibida, pues
también estos certificados se falsificaban.
En América, los desposeídos de
vieja data, los peones la gente sin propiedades -sin bienes ni raíces valga el
juego de palabras- constituye la cantera donde hallar a los descendientes de
moriscos, toda vez que el rechazo religioso asume, en las colonias, la forma de
desposeimiento material y la ausencia de pasado. Y esas mismas condiciones
reiteradas a lo largo de siglos acabarían construyendo la mentalidad propia de
un grupo particular, compuesto por peones, gauchos y trabajadores rurales,
gente de escasos recursos y excluidos casi siempre de las posibilidades de
ascenso social. Dentro de este grupo se encuentra el baquiano.
El baquiano desempeña tareas
aprendidas de manera práctica; un refrán local dice "para hacerse baquiano
hay que perderse alguna vez".
A medida de que fueron
ingresando las camadas de nuevos colonizadores, encontraron a otros que les
habían precedido, bien afincados pero sin más capital que el conocimiento de la
tierra, conocimiento que el baquiano no podía utilizar en beneficio propio, pues
nunca fue -ni es- terrateniente. Son los terratenientes los que comenzarán a
emplear a los baquianos como peones.
Cabe preguntarse por qué el
baquiano no es dueño de la tierra que conoce mejor que su patrón. En la
respuesta intervienen las disposiciones de la legislación colonial. El reparto
de la tierra conquistada era resorte de la autoridad colonial, del gobierno,
fundamentalmente en manos de los cristianos viejos. Era adjudicada en forma
gratuita como pago de servicios y favores a la Corona, motivo por el que iba a
parar a manos de gente de cierta alcurnia. El baquiano, por el contrario, fue
siempre un sujeto sin contactos en el funcionariado, ajeno al mundo oficial y a
los estamentos superiores de la sociedad colonial. Era, sigue siendo, un hombre
de campo alejado de las autoridades y quizá poco afecto a ellas en el pasado,
cuando se sentía más seguro viviendo perdido en una estancia que en la ciudad,
"símbolo del dominio hispano y del triunfo del Cristianismo" y donde
podía ser observado por sus vecinos de otras costumbres, o llamar la atención
de allegados a la Iglesia, la Curia o a la Inquisición.
El perfil económico y social
del baquiano era el de un desheredado, circunstancia que comparte con el
morisco peninsular. El parentesco se refuerza al destacar que, en los
territorios rioplatenses, este ejemplar social conserva la tradición semita de
no consumir carne porcina. El rechazo al cerdo quedaría como la señal de
adscripción al Islam por antonomasia, y a ella se apegaron con firmeza los
moriscos. De modo que la existencia de igual práctica en suelo americano no
puede adjudicarse a los cristianos viejos, sino a los moriscos.
El empleo de una raíz árabe
podría indicar que, entre quienes componían la peonada colonial, fueran o no
baquianos, abundaba gente con un léxico particular, diferenciado del de sus
primeros patrones godos y todavía en condiciones de crear algún término sobre
étimos no siempre de origen latino. Porque pasa lo mismo con argelar, una voz desconocida en España
que significa fastidiar y procede del árabe ar-riyl,
el pie, por extensión también una enfermedad del vaso de los caballos que los
pone molestos.
Lo que estamos sugiriendo es
que los introductores de baquiano podrían haber sido peninsulares que no
hubiesen perdido totalmente el contacto con su primitiva lengua, aunque hiciera
variable tiempo que la hubiesen abandonado, según vinieran de Castilla, de
Aragón, de Valencia, o de Magacela.
Pero, sobre todo en lo tocante
a la lengua, el arraigo afectivo a ella cuenta, y es lo que hace que sus
hablantes conserven giros o voces sueltas por mucho tiempo aunque ya no se
comuniquen a diario en ella. Es lo que ha sucedido con el castellano de los
descendientes de moriscos radicados en Túnez, quienes con el afán de conservar
una identidad cultural distinta de la local, recurrieron al empleo esporádico
de voces hispánicas cuando el español ya no era de uso cotidiano. El mismo tipo
de fenómeno, pero al revés -empleo de voces árabes en el castellano- podría
explicar la presencia de esos arabismos en suelo sudamericano, arabismos que
aparecen relacionados a las ocupaciones por excelencia de los moriscos en
América, tareas rurales, especialmente de arriería, medio en que perviven por
igual argelado y baquiano.
Merece atención otro aspecto de
baquiano, la confusión ortográfica que a menudo suscita incluso entre personas
ilustradas, porque cuando esto sucede, es señal de desorientación lingüística.
No es raro verlo escrito vaqueano,
por asociación con vacuno, tipo de ganado que conforma el grueso de la ganadería
argentina.
La ganadería en Argentina sigue
tradicionalmente en la cría de bovinos y, en menor medida, de ganado lanar. En
ese esquema no es secundario señalar que el gaucho, mano de obra por excelencia
en ese medio, rehúye la cría del cerdo: sencillamente no lo hace. Este animal
que consumían los cristianos viejos, se conservó allá donde los cuidadores, los
peones, tenían origen indígena, como sucede en la zona andina, pero desaparece
en las grandes estancias donde el trabajo queda a cargo de criollos de origen
peninsular. Así ocurrió en la cuenca cisplatina, desde Río Grande do Sul hasta
el sur pampeano. Y así desapareció prácticamente el cerdo de la mesa argentina,
al punto de perderse a nivel popular el tocino.
Esa preparación vuelve al léxico argentino -más que a la gastronomía- con los
inmigrantes italianos del siglo XIX, como lo refleja la denominación vigente:
el italianismo panceta.
Los criollos de las colonias no
tuvieron conciencia de haram, porque
tampoco serían musulmanes, sino más bien descendientes de conversos, según
denotan estos rasgos que apuntan a una arabidad que sobrevive a una
desislamización del acervo moro. Pero la contaminación de vaca sufrido por baquiano
acaba añadiendo una última connotación indirectamente relacionada con el tabú
islámico.
A manera de conclusión y como
señala Bernabé Pons: "Empieza a ser
un lugar clásico en la historiografía referida a los moriscos el hacer notar
que existe una enorme diferencia entre la atención prestada a éstos mientras
permanecieron en el territorio peninsular y la que han merecido una vez que
abandonan España". Cabe agregar que esta merma de atención, sin
embrago, todavía hace referencia a los estudios realizados sobre los moriscos
radicados en el Magreb y Turquía, y es una situación privilegiada si la
comparamos con lo que ocurre con los vestigios moriscos en América, donde la
tarea pendiente es grande, sin conseguir la debida atención académica ni una
apropiada cobertura institucional.
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