Bismillahi
Rahmani Rahim
En el Sagrado Qur'an
encontramos un término que es clave para la comprensión de nuestro tema. El
término es 'al-Ajira', que literalmente significa 'la Otra', a 'la Ultima'. Se
trata de la existencia que hay tras la muerte, la cual es el escenario de la
Resurrección (Qiyama), concepto también clave para nuestra exposición.
¿Qué hay tras la muerte?
Primero hay que saber qué es la muerte según el Islam. La muerte es cuando cesa
la vida entendida ésta como 'tiempo del hombre'. Con la muerte, el hombre
accede al 'Universo de Allah (al-Ajira)', que ya no es su tiempo y no le
pertenece. Es donde deja de ser protagonista para pasar a estar en Manos de la
Verdad. El musulmán convierte su vida en 'al-Ajira' desde el momento en que se
entrega por completo a su Señor. Deja de ser impresionado por la Fugaz (la vida
mundana) y descubre el trasfondo que lo sostiene y sostiene todas las cosas,
al-Haqq, 'la Verdad'.
Permanentemente el Sagrado
Qur'an (la Revelación del Islam) nos habla del Fin del Mundo y la Resurrección.
Ellos quieren decir sobre todo una cosa, que la existencia no es mensurable,
que el hombre está siempre expuesto a lo que lo hace ser, lo aniquila y puede
recomponerlo cuando quiera, como sucede con las alternancias palpables en la
existencia: la sucesión del día y la noche, las estaciones, la renovación
constante de la vida... Esta es la verdad a la que se quiere sustraer el ser
humano, y, sin embargo, es la esencia de su realidad, el testimonio de Allah en
'la realidad'. Y si hay algo que lo significa particularmente es la muerte
(máut). La muerte es la experiencia -en lo cotidiano- de todo lo que enseña el
Sagrado Qur'an cuando nos habla del Fin del Mundo y la Resurrección.
La muerte es la presencia
constante de la Verdad, de su carácter demoledor. El hombre, a pesar de su
arrogancia, a pesar de sus seguridades, a pesar de sus recursos, se enfrenta a
un signo irrefutable: la muerte. Reflexionar sobre ella y todo lo que implica
reconduce al ser humano a su esencia y a la de su mundo, y lo enfrenta a Allah,
a la Verdad sobre la que no tiene control alguno, la que domina imponiéndose
con una severidad descorazonadora, sumiendo a las criaturas en la
desesperación, la angustia, la confusión, el desconcierto, la frustración.
La Verdad (al-Haqq) es Allah,
el Creador y Destructor. Nos ha hecho ser y nos devuelve a lo que más tememos,
a nuestra nada ante Él. La vida es recibida con alegría, la muerte es acogida
con temor.
La muerte es cosa de Allah, es
signo de la preeminencia de la Verdad indescifrable que rige la existencia y la
arrolla prevaleciendo en todas las cosas, y ante la que se esfuma todo. Es el
momento de la 'separación' (firaq), cuando se deja atrás al fantasma, la
ilusión, el espejismo, y es hora de aforntar, en la soledad de la muerte, la
desmesura de la Verdad.
Nuestra existencia es
separación de Allah: ello es lo que nos concreta como seres independientes y
nos da vida y agilidad. La muerte es reunión con Él, y es separación y abandono
de la vida individual. Allah nos arranca la vida para reunirnos con Él. Hay
unión en la preeternidad (antes de venir a la existencia) y separación en el
acto con el que fuimos creados, y luego hay separación cuando se nos arrebata
la vida, con lo que se nos reúne para el Uno-Único, Allah.
La muerte es separación y
reunión. No es un final en el que todo se disipa, sino un retorno, pero con la
carga del recuerdo de la vida. Nada es en vano. Nada hay inútil. El que observa
atentamente descubre en cuanto le rodea esta regla. Es decir, en todo está
presente la Verdad. Pero el hombre no se la aplica a sí mismo. En el Islam, se
llama 'kafir' (incrédulo) al que no asiente, ni confirma la manifestación de la
Verdad que todo lo envuelve.
Hay un término en árabe para
designar los contenidos innatos de la inteligencia humana: Fitra. La Fitra es
algo así como la naturaleza primordial, lo primario en el hombre en tanto que
saber que se deriva del contacto con la realidad de las cosas, sin que el ego
intervenga interpretando a su albedrío y deformando la verdad. La Fitra se
pierde a causa de la malicia con la que el hombre se relaciona con el mundo. El
Iman, la 'habilidad del corazón', la 'Fe', puede recuperar lo perdido de esa
inocencia, y la hace meritoria porque es un acto de la conciencia que hace al
ser humano bueno y sabio. La Revelación es un estímulo para el Iman. Ante la
Revelación, el hombre dotado de sensibilidad que lo aproxima a la Fitra,
asiente ante la Verdad. En cambio, quien no encuentra en la Revelación el eco
de lo que presiente en sus adentros, el kafir, no ve en la muerte más que la
separación, cayendo en su propia suposición, cuando en su interior hay
intuiciones poderosas, el mundo que le rodea le habla de la trascendencia del
ser y los profetas le recuerdan todo ello con el poder de los milagros que
ejecutan y la sabiduría de sus enseñanzas. El kafir no asiente, y, por tanto,
no se vuelve hacia Allah, no se recoge ante Él. El Salat, la Oración, no es un
simple gesto que los musulmanes repiten al menos cinco veces al día. Es una
consagración de todo el ser, un signo de total rendición ante Allah, y es, ante
todo, una forma de vivir en armonía con la esencia de la Verdad. El Salat
prepara al hombre para la muerte, la separación y el reencuentro. El Salat es
el gran mérito del ser humano, lo que lo valida ante Allah. El Salat es la
manifestación exterior de la Fitra interior.
El Sagrado Qur'an, con la
mención del Fin del Mundo y la Resurrección, nos sitúa ante conmociones
formidables que remueven los cimientos de la existencia en su totalidad y cada
existencia en particular. Son acontecimientos cuyo anuncio no debiera provocar
extrañeza, puesto que en el hombre mismo ya tienen su correlato con la muerte.
Quien ha creado cada cosa a partir de nada informa sobre un Renacimiento de todo
lo que existe ante Él, en las inmensidades de al-Ajira, la existencia que viene
después de la muerte.
El hombre que vive bajo la
hegemonía del ego no puede imaginar que la muerte de su alma animal pueda
asomarlo a otra cosa. Sólo el corazón puede inspirar algo que lo invite a esa
transformación que convierte sus fuerzas, primero, en censurantes y, después,
en iluminadoras, para conducirlo finalmente a la Paz. Igualmente, inmersos en
nuestra existencia actual, nos resulta difícil admitir otra vida, y para estimular
ese saber en nosotros han venido personas que son 'corazones', los profetas.
Los profetas anuncian ese mundo de al-Ajira, y nos invitan a una lucha para
alcanzar el bien que hay en él y evitar su mal.
El último de los profetas,
Sayidina Muhammad (asws) vino a anunciar lo mismo, y se encontró con la
oposición de quienes estaban aferrados a su mundo y no podían ver otra cosa.
Las excusas con las que lo rechazaron nos resultarán familiares: son las mismas
que aún hoy podemos escuchar, y es porque el ser humano no ha cambiado en lo
esencial. Se enfrentan, como siempre, la comodidad de la negación y la desidia
al espíritu inspirado: '¿Acaso piensa el
ser humano que no reuniremos sus huesos (luego de la muerte, para la
Resurrección)?', pregunta el Sagrado Qur'an (75:3). El hombre, sin más
horizonte que su experiencia, supone que, una vez pulverizado el cuerpo en la
tumba, nada puede revivificarlo. Eso es lo que le enseña la rutina a la que
está acostumbrado, y hace de su convicción una ley que rige el universo. Pero
el Qur'an pulveriza esa seguridad. Quien ha creado el cosmos a partir de nada,
puede fácilmente reunir los elementos dispersos de los huesos y devolverles la
vida. La muerte disgrega, Allah junta. La vida también nos ha separado, la
Revelación nos vuelve a congregar. La existencia nos dispersa, el espíritu nos
invita a recogernos. Y todo tiene su consumación tras la muerte definitiva en
una Resurrección definitiva.
La aparente solidez del
universo es una creencia del ser humano. Pero el Qur'an enseña que sólo Allah
es la Verdad (al-Haqq). Para concebir esto hay que estimular el asombro en uno
mismo. El asombro resulta del desvanecimiento de aquello en lo que se creía. El
hombre cree en lo que ve, pero lo que ve se esfuma. La última certeza del ser
humano es la muerte, lo único que parece inmutable, pero Allah desbarata esa
apariencia y asoma al musulmán a al-Ajira, el Universo de Allah, del todo
inimaginable, donde todo es desmesurado, y que viene después de la muerte, el
último ídolo, el último refugio de la afirmación de algo al margen del Poder de
Allah.
Las esperanzas y las
especulaciones de los seres humanos no son leyes para el universo. La única Ley
es la Voluntad de Allah. La existencia es un prodigio en el que se realiza lo
que Allah quiere. Ese es su único orden. Todo lo demás es elucubración y cúmulo
de sueños y deseos. Allah es Qadir, Poderoso, Capaz, Determinante. No sólo
puede reunir los huesos dispersos luego de la muerte, sino reconstruir y
recomponer hasta la punta de los dedos, es decir, hasta lo más insignificante.
Nada de sorprendente hay en ello si nos retrotraemos a los orígenes del
universo surgiendo en medio de la nada. El Poder Creador (Qudra) que estuvo
presente configurando el universo con nada es capaz de devolver la vida a lo
muerto. Esta es la lógica del Qur'an que nos enfrenta a la inanidad de nuestros
recursos. Ante la Qudra, ante el Poder de Allah, estamos desprotegidos y se
desvanecen nuestras certezas, y somos invitados al Islam, a la Rendición, que
es el germen de la Paz (salam) en la que se apaciguará nuestro ego. Es en medio
de estas verdades conmocionadoras donde tiene lugar la muerte y la
Resurrección.
Aún hay más que decir. Los
huesos estructuran el cuerpo material del ser humano, pero son sus acciones las
que hacen al hombre por dentro. Para los sufíes (los místicos del Islam), los
huesos son el correlato de los actos que van dando forma a cada ser humano.
Efectivamente, luego de la muerte el hombre resucitará, pero lo hará
íntegramente, presentando ante Allah todo su ser. Allah reunirá y recompondrá
sus actos, hasta los aparentemente más pequeños e insignificantes.
La costumbre, la rutina, la
sucesión aparentemente implacable de causas y efectos, nos dan una seguridad
ficticia, hasta que Allah se manifiesta. Descubrimos entonces que no hay más
regla que su Voluntad. Nuestro mundo es quebrado por la Verdad. El hombre ha
creído huir de su Señor, pero siempre había estado bajo su imperio. La única
forma de huir de Allah, tal como enseña el Qur'an, es huir hacia Él. En Él está
lo que el hombre ansía, la Paz. Asiéndose en Allah, el hombre se hace pleno;
sujeto a cualquier otra cosa, el hombre está condenado a la frustración. Cuando
sus ídolos caigan con la muerte será aterrado por lo Desconocido, y en ese
dolor infinito, del que no se puede huir, quedará sumido en la eternidad de
al-Ajira, ahí a donde nos conduce la muerte. Allí no hay más cobijo que no sea
el de Allah. Quienes han buscado en otro lado, en los dioses, en la naturaleza,
en sí mismos, en cualquier otra fantasía, encontrarán que nada se sostiene
frente a lo Desconocido y estarán en el vacío de su ignorancia.
La Resurrección luego de la
muerte no será otra cosa que la Revelación de la Verdad que sólo Allah existe
plenamente. Todo acaba reposando en Él.
Ahora bien, nada de lo anterior
implica que el hombre se funda en una especie de nebulosa. Allah nos ha dado la
conciencia, y esta no es algo que muera. La conciencia es nuestra sustancia, la
que nos conforma, lo que menos conocemos de nosotros mismos, y ante Allah
descubrirá su verdad, pero no dejará de ser. De lo contrario, la existencia
habría sido una banalidad, y Allah no hace nada frívolo. Todo lo que Allah hace
tiene las dimensiones de su propia Grandeza. Nada hay que sea intrascendente,
nada está condenado al olvido. Ese día, cuando todo sea reunido ante Allah, el
ser humano será informado, es decir, se le comunicará y entenderá las acciones
que realizó en el pasado y las que dejó de hacer.
La sucesión rutinaria en la
existencia engaña al hombre, que construye sobre ese fantasma la quimera de una
lógica precaria que es interrumpida por la aparición de lo sobrenatural. Para
el hombre común, la vida acaba con la muerte definitiva, certeza que el Qur'an
destruye anunciando la Resurrección.
La existencia es un prodigio en
el que desentrañar el secreto de la Inmensidad sobre la que se asienta. No hay
nada definitivo ni sometido a reglas, todo es expresión de esa Inmensidad a la
que el corazón se asoma cuando, por un momento, olvida el mundo que el
apresuramiento construye en busca de un asidero para la inconsistencia de la
condición humana. Cuando el hombre se olvida, por un instante, de sí mismo,
descubre el verdadero carácter de la vida, su desmesura. Y el Islam es la forma
de vivir en consonancia con ese reto. El Islam es abandono, es fluir con lo que
escapa al control del hombre, aceptando la propia inconsistencia como lanzadera
hacia la Inmensidad.
Tras la muerte, la paz
conseguida en vida se prolonga infinitamente en la Inmensidad, mientras que la
avidez se convierte en desesperación y Fuego. El Sagrado Qur'an dice: 'Ese día habrá rostros brillantes mirando
hacia su Señor' (75: 22-23). Ese Día, el de la Resurrección en al-Ajira,
habrá rostros resplandecientes. Son los rostros de quienes, en vida, se habían vuelto
hacia Allah, y en al-Ajira estarán viendo realmente a su Señor. Encontrarán que
es cierta la Verdad en la que se habían sumergido. La satisfacción en la Visión
de Allah en al-Ajira significa, entre otras muchas cosas, lo siguiente: si la
contemplación de las bondades de Allah en este mundo llena de alegría a los
hombres y expande sus corazones, si la belleza de cuando nos rodea refresca el
ánimo, si el espectáculo de la fuerza de la naturaleza agranda al espíritu, que
son signos del Poder de la Verdad para quien va a l fondo de las cosas y tiene
tiempo para encontrar la paz, ¿qué no será la Visión de la Fuente de todos esos
prodigios en al-Ajira, es decir, fuera de toda limitación? Ese es el Jardín
anunciado por los profetas a todos los hombres.
Por el contrario, el
apresuramiento, la avidez, de quien ha vivido engañado por el mundo inmediato,
sumido en la vida fugaz, abandonando la atención que debe ser puesta en la
Verdad, se convierte, ese Día, en penumbra y tristeza. La angustia que ata al
hombre a los fantasmas de su mundo, su necesidad de controlar la realidad, ese
Día, será pura frustración. Según nos informa el Sagrado Qur'an, ese Día, el de
la Resurrección en la Otra vida, habrá rostros que también estarán afligidos.
Son aquellos que se ven entonces privados de lo único con que contaban, la
creencia en sí mismos. No escucharon la voz de Allah, que les invitaba a
al-Ajira en vida. Para ellos, la Inmensidad de su Señor será causa de
aflicción, dudas y dolor. Ese será su Fuego.
A grandes rasgos, a esto se
reduce la vida después de la muerte.
Fuente:
‘El Qur’an Comentado’, Sura 75, del erudito andalusí Abderrahmán Mohammed
Maánan.
Recopilado
por Raíces y Sabiduría