lunes, 16 de febrero de 2015

Rumbo a la forja de un Islam Criollo

Cuando hablamos de Islam Criollo, hablamos de un Islam anclado en nuestra identidad regional; hablamos de una espiritualidad natural que desde nuestro determinismo geográfico -transformado en cultura- nos reconduzca al ser original que se agiganta en nuestro interior; hablamos de un camino poblado de riquezas por ser descubiertas, riquezas que redefinen un existencialismo particular desarrollante de las posibilidades que guardamos por haber germinado en este rincón bendito del mundo; hablamos del equilibrio sagrado que se tiende como un puente entre dos mundos, la tierra y el cielo, para que como vástagos de ambos seamos semejanza del árbol que hunde sus raíces y eleva sus frutos; en definitiva, cuando hablamos de Islam Criollo apelamos a lo más nuestro desde la etnicidad raigal en consonancia con la voluntad de Dios operante sobre el universo y sus seres.

I.   Problemática y misión de Musulmanes argentinos       
 
         No es una cuestión aislada el haber nacido en una determinada región y bajo circunstancias particulares. Se nace en un lugar específico que ya posee idioma, historia, cultura e identidad propios, y se es criado de acuerdo a las normas vigentes del lugar. Más importante aún el hecho de que el lugar referido posea ya una consciencia tradicional autóctona bien definida.

         En Su infinita Sabiduría, el Dios creador ha dotado con características propias la manifestación de los pueblos en el mundo. Redunda en una señal distintiva de Su inmensa misericordia el hecho notable de que las razas y los lenguajes sean diversos y diferentes entre sí. De aquí que toda determinación regionalista (sea de lengua, color o cultura) suponga la eclosión de la obra de Dios y el deber de todo pueblo de mantener su tradición.

          La creación se desarrolla mediante la manifestación de una multiplicidad de caracteres que se corresponden con determinaciones inherentes tales como raza, etnia y región. De estas determinaciones ha surgido y se ha expansionado la humanidad en el mundo. De tales expansiones, y de acuerdo a sus determinaciones inherentes, se ha generado el tradicionalismo cultural y el folklore de los pueblos como señales distintivas de la acción de Dios sobre la creación. En el Sagrado Qur'an, Dios mismo nos informa de ello: "Parte de Sus signos es la creación de los cielos y de la tierra y la diversidad de vuestras lenguas y colores. Realmente en eso hay signos de Dios para las criaturas" (30:21), "¡Humanidad! Os hemos creado a partir de un varón y de una mujer y os hemos hecho pueblos y tribus distintos para que os reconocierais mutuamente. Y en verdad que el más noble de vosotros ante Dios es quien está más consciente de Él" (49:13). Por esto que sea encomiable que los pueblos mantengan y guarden sus señas distintivas culturales como dones manifiestos de la voluntad de Dios.

         El Islam, al ser un modo vivencial asociado directamente a la sabiduría divina, de ninguna manera se opone al tradicionalismo cultural, ni a la identidad regional, ni al folklore de los pueblos, sino que los contempla como manifestaciones de la misma sabiduría que Dios revela para complementar el recto vivir de los hombres. Por ejemplo, históricamente, las grandes civilizaciones que abrazaron el Islam en su época clásica, mediante su sabiduría revelada reforzaron sus culturas al punto de crear fusiones perfectas y elevadamente espirituales, como sucedió con los persas, los turcos, los africanos y los íberos: ninguna de estas etnias renunció ni a su cultura ni a su idioma, sino que crearon una síntesis equilibrada con el camino sapiencial que el Islam les revelaba desde el luminoso ejemplo del Profeta Muhammad (asws) y sus benditos Sahaba.

         Ahora bien, nosotros, como Musulmanes argentinos, sufrimos una crisis identitaria que puede ser definida en dos puntos básicos que debemos aprender a conocer: por un lado nuestro absoluto desconocimiento de los procesos históricos propios que deben concluir en un prototipo vernáculo distintivo, y por el otro la rigurosa incidencia directa que tienen en la prédica y la enseñanza islámica los representantes de movimientos reformadores relativamente contemporáneos (es decir, que se diferencian netamente del Islam clásico o tradicional) como el wahabbismo, el salafismo y el deobandismo, financiados los dos primeros por la monarquía saudita y sus petrodólares conjuntamente con organismos de la península arábiga y de instituciones egipcias, y el último por la versión tabligh centralizada en Sudáfrica. Estos tres movimientos se caracterizan por promover y difundir una visión rígida, literalista y acultural del Islam donde prima el elemento arabizado. Justamente estos movimientos de reforma surgen hacia los siglos 18 y 19 como una reacción supuestamente puritana y estrictamente árabe contra lo que suponían era la desmedida permisibilidad cultural otomana en tierras islámicas debida a su origen turco, reacción que sin embargo respondía a la agenda de las potencias colonialistas occidentales que tenían la mirada puesta sobre las tierras que por entonces correspondían al Califato Otomano. Los Sultanes Otomanos, siguiendo la fiel tradición de nuestro Profeta Muhammad (asws), jamás impusieron una versión depredadora del Islam, sino que en todo el vasto territorio que gobernaron siempre respetaron el credo, la cultura y el lenguaje de los pueblos dominados en tanto se contemplaran las normas básicas de la ley islámica por ellos representada. Lo mismo puede mencionarse del emirato de Al-Andaluz. En ambos florecieron las ciencias, la cultura y la espiritualidad en el marco de la sabiduría revelada por el Dios único.

         Por lo tanto, como musulmanes criollos, la tarea que nos toca por delante es ardua, aunque repleta de bellezas que aguardan ser develadas. Antes que nada debemos redescubrir nuestras raíces culturales, las que nos definen como hombres originales en esta parte del mundo, para lo cual debemos revisar nuestra historia y revalorizar el ejemplo de quienes dieron la vida en la forja de una identidad nacional distintiva. Debemos amar el arte autóctono que nuestro suelo ha gestado y dedicar tiempo a su conocimiento, ser sus cultores, integrarnos a él y disfrutarlo con el goce que proporciona aquello que nos remite a la pertenencia, como también descubrir las bellas posibilidades de nuestro idioma y sus producciones literarias. Así es como naturalmente reconoceremos que en todo esto, y definiendo nuestro ser nacional, brilla con luz propia la Tradición Gaucha, heredera de modos vivenciales asociados al Islam y que tuvo una incidencia notable en los procesos de nuestra independencia y en el desarrollo del federalismo, tendencia que marcaría a sangre y fuego el color propio de nuestra Argentina. Definidos culturalmente podremos ser capaces de desarrollar una personalidad genuinamente islámica sin ser absorbidos por los personalismos e imposiciones de los agentes foráneos que intentan aprovecharse de nuestra inculta necedad y establecer sus parámetros obsoletos donde sólo tendría que haber crecimiento espiritual y desarrollo humano.

II.            El gaucho como heredero de la cosmovisión islámica

         Si bien el gaucho poseía una evidente sensibilidad religiosa, no se vio sujeto a una creencia específica y hasta se mostró renuente, esquivo e indiferente ante las formas dogmáticas del catolicismo prevaleciente. Imbuido de un inexorable sentido de la libertad, las imposturas ritualistas sencillamente no le interesaban. Sin embargo, las causas profundas de su rechazo a la institucionalidad religiosa provienen de las vivencias traumáticas que sus antepasados directos tuvieron con el catolicismo coactivo y su voluntad de imposición y aculturación, proceso iniciado en la península contra el colectivo islámico y en tierras americanas contra las tribus nativas. Recordemos que en gran medida el gaucho en sus orígenes fue el producto del mestizaje entre perseguidos, y que por esto mismo, muchas veces se encontró involuntariamente fuera de la ley. Perseguidos fueron los moriscos, descendientes censurados de la comunidad islámica andaluza, y los aborígenes, expuestos al exterminio o a la asimilación.

         Algunos autores han dicho que el medio geográfico determinó la forma de ser particular del gaucho. Sin embargo, y a pesar de la incidencia que posee todo determinismo geográfico en el modelaje del carácter, vemos en el gaucho, en su forma de ser -la que lo hace ser gaucho, justamente- la incidencia directa de una cosmovisión antepasada de neto corte oriental. De aquí que muchos autores hayan encontrado un árabe en el gaucho, más allá de la típica relación de identidad que supone la vestimenta de uno y de otro. El gaucho, entidad profundamente sudamericana -pues los hay no sólo en Argentina, sino también en Uruguay, Chile, el sur de Brasil, hasta en los llanos de Colombia y Venezuela y en las montañas del Ecuador- lleva en su genética el legado incuestionablemente morisco de ancestro islámico. Muhammad (as), el Profeta del Islam nacido en el seno mismo de la civilización semítico-oriental, ha dicho: "No he sido enviado más que para completar y desarrollar la nobleza  del buen carácter", y los sabios del Islam han resumido el buen carácter en tres atributos fundamentales de los que surgen todos los demás: sabiduría, valentía y prudencia (o moderación). Podríamos sumar la frugalidad, la imperturbabilidad frente a las adversidades, la hospitalidad, la templanza, el hondo sentimiento espiritual, el incólume sentido de la justicia y la honradez, etc. Al haber sido perseguido y censurado el elemento netamente religioso del Islam en los moriscos, no obstante pervivió en ellos -anclado como el arraigo de las cosas definitorias- el matiz incuestionable de las virtudes señoriales islámicas determinantes de un modo de ser particular que los diferenciaba de los "cristianos viejos" y que encontró terreno fértil para su plasmación en el retoño original de este suelo americano: el gaucho. El gaucho es heredero del Islam a través de las virtudes señoriales que encarnan el "buen carácter", y que han sido las encargadas de definir el "ser gaucho": el coraje luminoso de su ejemplo patriota, la honradez insobornable, la lealtad a sus principios rectores, la ecuanimidad, la sabiduría natural con que contempló la vida, el temple de acero que demostró ante la implacabilidad del destino, el silencio tan propio de los meditabundos que sólo hablan cuando es necesario hablar y que representa un universo interior infinito, imagen de desiertos y pampas limitadas tan sólo por la voluntad del cielo.

         En el Islam poseemos un código de conducta especificado por las enseñanzas de nuestro Profeta Muhammad (as). El ejemplo, la tradición de Muhammad (as) recibe el nombre de Sunnat. La Sunnat no sólo comporta los actos rituales tal cual fueron enseñados por el Profeta Muhammad (as), sino también, tal vez lo más importante, las características humanas que hacen de un individuo alguien grato a los ojos de Dios, de acuerdo al ejemplo de Muhammad (as). Y en esto reside justamente la belleza del Islam, que es la belleza inherente al hombre. Para ilustrar la importancia del buen carácter -cuyos atributos hemos nombrado más arriba-, se cuenta que cierta vez fueron los discípulos ante la presencia de Muhammad (as) y comentaron la gran cantidad de devociones y ayunos que hacía cierta persona. Muhammad (as) preguntó a quién se referían y nombraron a la persona. Muhammad (as) zanjó el asunto diciendo: "Esa persona no tendrá un buen final ya que posee mal carácter".

         Muhammad (as) será entonces el arquetipo de los atributos señoriales de que el gaucho será depositario a través del linaje morisco llegado a tierras americanas.

III.        Tras el rastro del Arquetipo

         Como ya hemos citado, dice Dios en el Sagrado Corán: ¡Humanidad! Los hemos creado a partir de un varón y de una mujer y los hemos hecho pueblos y tribus diferentes para que se reconozcan mutuamente. (49: 13)

         Y nuestras tradiciones informan que la primera creación en llegar a la existencia fue la luz primordial del Hombre Arquetipo representado por el Sello de los Mensajeros de Dios, el Profeta Muhammad (asws), luz de la cual procedería el resto de la creación por participación en ella.

Y parte de los signos manifiestos de Dios es la creación de los cielos y de la tierra y la diversidad de vuestras lenguas y colores. (30: 21)

         La plasmación del arquetipo en el marco de un entorno determinado, reproduce la forma original encargada de cimentar la identidad tradicional y cultural de una etnia o pueblo.

         Existen necesarias determinaciones regionales encargadas de imprimir un sesgo particular al influjo creador del arquetipo; y en estas determinaciones redundan las diferencias naturales entre los pueblos del mundo. A este respecto, la sabiduría o tradición primordial encargada del desarrollo humano, si bien universal por estar ligada al arquetipo de origen, adquirirá un matiz singular acorde al regionalismo acogedor del vitalismo arquetípico.

        Por esto que la espiritualidad y la cultura de la estirpe originada tendrá una firme raigambre vernácula, convirtiéndose en manifestaciones regionales de las posibilidades universales contenidas en el arquetipo.

         En el Sagrado Corán aparece un término develador: Ma'ruf. Este concepto hace referencia a lo que naturalmente el ser humano reconoce como bueno y virtuoso, siendo que por este reconocimiento, la virtud y la bondad, son atributos establecidos en su interior como una inherencia profundamente humana. Por esto que las posibilidades arquetípicas sean fundamentalmente cualitativas: la plasmación del arquetipo conlleva en sí misma valores universales que redundan en el desarrollo del ser humano, siempre y cuando sea capaz de descubrir, encauzar y potenciar con sabiduría sus posibilidades inherentes. Estos valores universales pueden definirse en una serie de atributos o cualidades que condensan la naturaleza humana de acuerdo a su arquetipo: templanza, generosidad, valentía, ecuanimidad, frugalidad, abnegación, magnanimidad, lealtad, veracidad, profundo sentido de la libertad, prudencia, sinceridad, perseverancia, honestidad, firmeza imperturbable ante la adversidad, amabilidad, etc. Todas estas cualidades contenidas en su forma original en la luz del Hombre Arquetipo representado por Muhammad, eclosionarán con matices diferenciales de acuerdo al compartimiento regional al que insuflen nueva existencia. Así para nuestro acervo sudamericano (sobre todo argentino), el producto referencial del influjo arquetípico viene representado por un biotipo de extracción rural que ha servido de símbolo para el florecimiento de una cultura tradicional autóctona de gran arraigo: el Gaucho.

         Cuando el arquetipo ha encontrado un receptor regional determinado y ha adaptado su manifestación al mismo, los resultantes vástagos de la tierra necesariamente deben asimilar la cultura y la tradición en ciernes como elementos de identidad y educación: una interioridad edificante se cimienta sobre bases sólidas de pertenencia, tal el presupuesto para el auténtico desarrollo humano que dispone la lógica natural establecida como ley de crecimiento saludable. Lo contrario es escapismo, cuya sintomatología, tan presente en nuestra actualidad, define toda una problemática de extrañeza y desvinculamiento anómalos.

         Toda fuga de sí mismo hacia contenidos culturales o espirituales foráneos (cosmovisión, arte, técnica, etc.) supone la alienación de las posibilidades del pueblo o la etnia, tanto a nivel individual como comunitario; supone la traición a la esencia arquetípica tras la impropia imitación o ciega asimilación de lo que por naturaleza no se corresponde al regionalismo determinado; supone también la falsificación de la voluntad creadora propia tras los estereotipos definitorios de lo considerado como evolución extranjera. El resultado se corresponde con culturas híbridas que promueven el desarraigo vernáculo, la enajenación espiritual y el vacío existencial confusamente llenado con los contenidos ociosos de la más baja intencionalidad de la periferia: desprovistos de centro los exiliados sucumben al arbitrio esclavista del culto disgregador. Por esto que en nuestros tiempos modernos proliferan las psicopatías y los descalabros emocionales: hemos perdido nuestro arraigo, lo que significa que hemos mutilado nuestro arquetipo, nuestra regionalidad espiritual, en pos de la estafa mancomunada del mirar hacia afuera, cuando "lo de afuera" implicaba justamente una feroz e inclemente desarquetipación, una hibridez de tragedia y muerte, irreflexivamente buscada y aceptada.

          Sin embargo, y a pesar del despojo evidente, el símbolo vivo del gaucho, como expresión regional del Hombre Arquetipo, ha pervivido en la voz del eco poético del soberano Martín Fierro, extensión épica de nuestras posibilidades raigales, y en la tradición criolla atesorada en el paisanaje de nuestro campesinado con su ética, hábitos y folklore.

IV.         Un ejemplo a modo de conclusión

         En este contexto es que advirtiendo sobre los efectos disolventes de la amnesia cultural impulsada por los movimientos contemporáneos que se arrogan la representatividad del Islam (desde las rígidas y extremas lecturas literalistas del salafismos y sus ramas concomitantes hasta la permisibilidad oscurantista del sufismo new age), un referente actual de la tradición islámica clásica, nuestro maestro Sheykh Abdul Kerim al-Kibrisi (qs), nos remitía al ejemplo luminoso del Imperio Otomano y sus sultanes, quienes, herederos de la sabiduría de origen y dentro del amplio margen de tolerancia exigido por la legislación islámica, en ningún momento promovieron la coacción espiritual ni cultural sobre pueblos bajo dominio, sino que respetaron y propulsaron el sano desarrollo humano de acuerdo a las posibilidades regionales y tradicionales de toda comunidad no-islámica dentro del Imperio. Se entendía así que el Islam representaba una potencia espiritual arquetípica que funcionaba como base legítima y fundamental para la edificación de una mejor humanidad acorde a las posibilidades raigales de cada etnia, raza o sociedad (recordemos que en su momento de mayor esplendor dentro del Imperio convivieron equilibradamente turcos, árabes, bereberes, griegos, búlgaros, albaneses, daguestaníes, etc., etnias y pueblos de por sí muy diferentes que con sus matices culturales y tradicionales propios colaboraron en la unidad y el esplendor imperial. La uniformidad inculta y global de nuestra actualidad sugiere completamente lo contrario: reducidos a un igualitarismo entumeciente no hacemos más que ganar en divergencias, conflictos, rivalidad y tribulaciones sin nombre, en tanto que la visión moderna del Islam radicalizado o desmedidamente versátil sólo redunda en prejuicio y dudosa reputación).

         Por esto, para librarnos de la tendencia perniciosa hacia la amnesia cultural y el despojo espiritual, es que, retomando el ejemplar otomano, debemos ahondar en nuestras posibilidades vernáculas reconociendo la incidencia arquetípica en nuestro ser regional, como así también descubrir las raíces tradicionales que nutren nuestra identidad real como pueblo distintivo a los ojos de Dios y priorizar su develamiento en nuestra vida tanto individual como comunitaria a partir de una concurrencia activa en nuestra habitualidad. Sólo así estaremos capacitados para crecer humanamente y lograr la necesaria trascendencia.

         Que Dios nos conceda la inmensa fortuna de conocer, amar y sublimar lo propio para desde allí experimentar la maravillosa y transformadora realidad del Islam.


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