Cuando
hablamos de Islam Criollo, hablamos de un Islam anclado en nuestra identidad
regional; hablamos de una espiritualidad natural que desde nuestro determinismo
geográfico -transformado en cultura- nos reconduzca al ser original que se
agiganta en nuestro interior; hablamos de un camino poblado de riquezas por ser
descubiertas, riquezas que redefinen un existencialismo particular
desarrollante de las posibilidades que guardamos por haber germinado en este
rincón bendito del mundo; hablamos del equilibrio sagrado que se tiende como un
puente entre dos mundos, la tierra y el cielo, para que como vástagos de ambos
seamos semejanza del árbol que hunde sus raíces y eleva sus frutos; en
definitiva, cuando hablamos de Islam Criollo apelamos a lo más nuestro desde la
etnicidad raigal en consonancia con la voluntad de Dios operante sobre el
universo y sus seres.
I. Problemática y misión de Musulmanes
argentinos
No es una cuestión aislada el haber
nacido en una determinada región y bajo circunstancias particulares. Se nace en
un lugar específico que ya posee idioma, historia, cultura e identidad propios,
y se es criado de acuerdo a las normas vigentes del lugar. Más importante aún
el hecho de que el lugar referido posea ya una consciencia tradicional
autóctona bien definida.
En Su infinita Sabiduría, el Dios
creador ha dotado con características propias la manifestación de los pueblos
en el mundo. Redunda en una señal distintiva de Su inmensa misericordia el
hecho notable de que las razas y los lenguajes sean diversos y diferentes entre
sí. De aquí que toda determinación regionalista (sea de lengua, color o
cultura) suponga la eclosión de la obra de Dios y el deber de todo pueblo de
mantener su tradición.
La creación se desarrolla mediante la
manifestación de una multiplicidad de caracteres que se corresponden con
determinaciones inherentes tales como raza, etnia y región. De estas
determinaciones ha surgido y se ha expansionado la humanidad en el mundo. De
tales expansiones, y de acuerdo a sus determinaciones inherentes, se ha
generado el tradicionalismo cultural y el folklore de los pueblos como señales
distintivas de la acción de Dios sobre la creación. En el Sagrado Qur'an, Dios
mismo nos informa de ello: "Parte de
Sus signos es la creación de los cielos y de la tierra y la diversidad de
vuestras lenguas y colores. Realmente en eso hay signos de Dios para las
criaturas" (30:21),
"¡Humanidad! Os hemos creado a partir de un varón y de una mujer y os
hemos hecho pueblos y tribus distintos para que os reconocierais mutuamente. Y
en verdad que el más noble de vosotros ante Dios es quien está más consciente
de Él" (49:13). Por esto que sea encomiable que los pueblos mantengan
y guarden sus señas distintivas culturales como dones manifiestos de la
voluntad de Dios.
El Islam, al ser un modo vivencial
asociado directamente a la sabiduría divina, de ninguna manera se opone al
tradicionalismo cultural, ni a la identidad regional, ni al folklore de los
pueblos, sino que los contempla como manifestaciones de la misma sabiduría que
Dios revela para complementar el recto vivir de los hombres. Por ejemplo,
históricamente, las grandes civilizaciones que abrazaron el Islam en su época
clásica, mediante su sabiduría revelada reforzaron sus culturas al punto de
crear fusiones perfectas y elevadamente espirituales, como sucedió con los
persas, los turcos, los africanos y los íberos: ninguna de estas etnias
renunció ni a su cultura ni a su idioma, sino que crearon una síntesis
equilibrada con el camino sapiencial que el Islam les revelaba desde el
luminoso ejemplo del Profeta Muhammad (asws) y sus benditos Sahaba.
Ahora bien, nosotros, como Musulmanes
argentinos, sufrimos una crisis identitaria que puede ser definida en dos
puntos básicos que debemos aprender a conocer: por un lado nuestro absoluto
desconocimiento de los procesos históricos propios que deben concluir en un
prototipo vernáculo distintivo, y por el otro la rigurosa incidencia directa
que tienen en la prédica y la enseñanza islámica los representantes de
movimientos reformadores relativamente contemporáneos (es decir, que se
diferencian netamente del Islam clásico o tradicional) como el wahabbismo, el
salafismo y el deobandismo, financiados los dos primeros por la monarquía
saudita y sus petrodólares conjuntamente con organismos de la península arábiga
y de instituciones egipcias, y el último por la versión tabligh centralizada en
Sudáfrica. Estos tres movimientos se caracterizan por promover y difundir una
visión rígida, literalista y acultural del Islam donde prima el elemento
arabizado. Justamente estos movimientos de reforma surgen hacia los siglos 18 y
19 como una reacción supuestamente puritana y estrictamente árabe contra lo que
suponían era la desmedida permisibilidad cultural otomana en tierras islámicas
debida a su origen turco, reacción que sin embargo respondía a la agenda de las
potencias colonialistas occidentales que tenían la mirada puesta sobre las
tierras que por entonces correspondían al Califato Otomano. Los Sultanes
Otomanos, siguiendo la fiel tradición de nuestro Profeta Muhammad (asws), jamás
impusieron una versión depredadora del Islam, sino que en todo el vasto
territorio que gobernaron siempre respetaron el credo, la cultura y el lenguaje
de los pueblos dominados en tanto se contemplaran las normas básicas de la ley
islámica por ellos representada. Lo mismo puede mencionarse del emirato de
Al-Andaluz. En ambos florecieron las ciencias, la cultura y la espiritualidad
en el marco de la sabiduría revelada por el Dios único.
Por lo tanto, como musulmanes
criollos, la tarea que nos toca por delante es ardua, aunque repleta de bellezas
que aguardan ser develadas. Antes que nada debemos redescubrir nuestras raíces
culturales, las que nos definen como hombres originales en esta parte del
mundo, para lo cual debemos revisar nuestra historia y revalorizar el ejemplo
de quienes dieron la vida en la forja de una identidad nacional distintiva.
Debemos amar el arte autóctono que nuestro suelo ha gestado y dedicar tiempo a
su conocimiento, ser sus cultores, integrarnos a él y disfrutarlo con el goce
que proporciona aquello que nos remite a la pertenencia, como también descubrir
las bellas posibilidades de nuestro idioma y sus producciones literarias. Así
es como naturalmente reconoceremos que en todo esto, y definiendo nuestro ser
nacional, brilla con luz propia la Tradición Gaucha, heredera de modos
vivenciales asociados al Islam y que tuvo una incidencia notable en los
procesos de nuestra independencia y en el desarrollo del federalismo, tendencia
que marcaría a sangre y fuego el color propio de nuestra Argentina. Definidos
culturalmente podremos ser capaces de desarrollar una personalidad genuinamente
islámica sin ser absorbidos por los personalismos e imposiciones de los agentes
foráneos que intentan aprovecharse de nuestra inculta necedad y establecer sus
parámetros obsoletos donde sólo tendría que haber crecimiento espiritual y
desarrollo humano.
II.
El gaucho como heredero de la cosmovisión
islámica
Si bien el gaucho poseía una evidente
sensibilidad religiosa, no se vio sujeto a una creencia específica y hasta se
mostró renuente, esquivo e indiferente ante las formas dogmáticas del
catolicismo prevaleciente. Imbuido de un inexorable sentido de la libertad, las
imposturas ritualistas sencillamente no le interesaban. Sin embargo, las causas
profundas de su rechazo a la institucionalidad religiosa provienen de las
vivencias traumáticas que sus antepasados directos tuvieron con el catolicismo
coactivo y su voluntad de imposición y aculturación, proceso iniciado en la
península contra el colectivo islámico y en tierras americanas contra las
tribus nativas. Recordemos que en gran medida el gaucho en sus orígenes fue el
producto del mestizaje entre perseguidos, y que por esto mismo, muchas veces se
encontró involuntariamente fuera de la ley. Perseguidos fueron los moriscos,
descendientes censurados de la comunidad islámica andaluza, y los aborígenes,
expuestos al exterminio o a la asimilación.
Algunos autores han dicho que el medio
geográfico determinó la forma de ser particular del gaucho. Sin embargo, y a
pesar de la incidencia que posee todo determinismo geográfico en el modelaje
del carácter, vemos en el gaucho, en su forma de ser -la que lo hace ser
gaucho, justamente- la incidencia directa de una cosmovisión antepasada de neto
corte oriental. De aquí que muchos autores hayan encontrado un árabe en el
gaucho, más allá de la típica relación de identidad que supone la vestimenta de
uno y de otro. El gaucho, entidad profundamente sudamericana -pues los hay no sólo en Argentina, sino
también en Uruguay, Chile, el sur de Brasil, hasta en los llanos de Colombia y
Venezuela y en las montañas del Ecuador- lleva en su genética el legado
incuestionablemente morisco de ancestro islámico. Muhammad (as), el Profeta del
Islam nacido en el seno mismo de la civilización semítico-oriental, ha dicho: "No he sido enviado más que para
completar y desarrollar la nobleza del
buen carácter", y los sabios del Islam han resumido el buen carácter
en tres atributos fundamentales de los que surgen todos los demás: sabiduría,
valentía y prudencia (o moderación). Podríamos sumar la frugalidad, la
imperturbabilidad frente a las adversidades, la hospitalidad, la templanza, el
hondo sentimiento espiritual, el incólume sentido de la justicia y la honradez,
etc. Al haber sido perseguido y censurado el elemento netamente religioso del
Islam en los moriscos, no obstante pervivió en ellos -anclado como el arraigo
de las cosas definitorias- el matiz incuestionable de las virtudes señoriales
islámicas determinantes de un modo de ser particular que los diferenciaba de
los "cristianos viejos" y que encontró terreno fértil para su
plasmación en el retoño original de este suelo americano: el gaucho. El gaucho
es heredero del Islam a través de las virtudes señoriales que encarnan el
"buen carácter", y que han sido las encargadas de definir el
"ser gaucho": el coraje luminoso de su ejemplo patriota, la honradez
insobornable, la lealtad a sus principios rectores, la ecuanimidad, la
sabiduría natural con que contempló la vida, el temple de acero que demostró
ante la implacabilidad del destino, el silencio tan propio de los meditabundos
que sólo hablan cuando es necesario hablar y que representa un universo
interior infinito, imagen de desiertos y pampas limitadas tan sólo por la
voluntad del cielo.
En el Islam poseemos un código de
conducta especificado por las enseñanzas de nuestro Profeta Muhammad (as). El
ejemplo, la tradición de Muhammad (as) recibe el nombre de Sunnat. La Sunnat no
sólo comporta los actos rituales tal cual fueron enseñados por el Profeta
Muhammad (as), sino también, tal vez lo más importante, las características
humanas que hacen de un individuo alguien grato a los ojos de Dios, de acuerdo
al ejemplo de Muhammad (as). Y en esto reside justamente la belleza del Islam,
que es la belleza inherente al hombre. Para ilustrar la importancia del buen
carácter -cuyos atributos hemos nombrado más arriba-, se cuenta que cierta vez
fueron los discípulos ante la presencia de Muhammad (as) y comentaron la gran
cantidad de devociones y ayunos que hacía cierta persona. Muhammad (as)
preguntó a quién se referían y nombraron a la persona. Muhammad (as) zanjó el
asunto diciendo: "Esa persona no
tendrá un buen final ya que posee mal carácter".
Muhammad (as) será entonces el
arquetipo de los atributos señoriales de que el gaucho será depositario a
través del linaje morisco llegado a tierras americanas.
III.
Tras el rastro del Arquetipo
Como ya hemos citado, dice Dios en el
Sagrado Corán: ¡Humanidad! Los hemos
creado a partir de un varón y de una mujer y los hemos hecho pueblos y tribus
diferentes para que se reconozcan mutuamente. (49: 13)
Y nuestras tradiciones informan que la
primera creación en llegar a la existencia fue la luz primordial del Hombre
Arquetipo representado por el Sello de los Mensajeros de Dios, el Profeta
Muhammad (asws), luz de la cual procedería el resto de la creación por
participación en ella.
Y
parte de los signos manifiestos de Dios es la creación de los cielos y de la
tierra y la diversidad de vuestras lenguas y colores. (30:
21)
La plasmación del arquetipo en el
marco de un entorno determinado, reproduce la forma original encargada de
cimentar la identidad tradicional y cultural de una etnia o pueblo.
Existen necesarias determinaciones
regionales encargadas de imprimir un sesgo particular al influjo creador del
arquetipo; y en estas determinaciones redundan las diferencias naturales entre
los pueblos del mundo. A este respecto, la sabiduría o tradición primordial
encargada del desarrollo humano, si bien universal por estar ligada al
arquetipo de origen, adquirirá un matiz singular acorde al regionalismo
acogedor del vitalismo arquetípico.
Por esto que la espiritualidad y la
cultura de la estirpe originada tendrá una firme raigambre vernácula,
convirtiéndose en manifestaciones regionales de las posibilidades universales
contenidas en el arquetipo.
En el Sagrado Corán aparece un término
develador: Ma'ruf. Este concepto hace referencia a lo que naturalmente el ser
humano reconoce como bueno y virtuoso, siendo que por este reconocimiento, la
virtud y la bondad, son atributos establecidos en su interior como una
inherencia profundamente humana. Por esto que las posibilidades arquetípicas
sean fundamentalmente cualitativas: la plasmación del arquetipo conlleva en sí
misma valores universales que redundan en el desarrollo del ser humano, siempre
y cuando sea capaz de descubrir, encauzar y potenciar con sabiduría sus
posibilidades inherentes. Estos valores universales pueden definirse en una
serie de atributos o cualidades que condensan la naturaleza humana de acuerdo a
su arquetipo: templanza, generosidad, valentía, ecuanimidad, frugalidad,
abnegación, magnanimidad, lealtad, veracidad, profundo sentido de la libertad,
prudencia, sinceridad, perseverancia, honestidad, firmeza imperturbable ante la
adversidad, amabilidad, etc. Todas estas cualidades contenidas en su forma
original en la luz del Hombre Arquetipo representado por Muhammad, eclosionarán
con matices diferenciales de acuerdo al compartimiento regional al que insuflen
nueva existencia. Así para nuestro acervo sudamericano (sobre todo argentino),
el producto referencial del influjo arquetípico viene representado por un
biotipo de extracción rural que ha servido de símbolo para el florecimiento de
una cultura tradicional autóctona de gran arraigo: el Gaucho.
Cuando el arquetipo ha encontrado un
receptor regional determinado y ha adaptado su manifestación al mismo, los
resultantes vástagos de la tierra necesariamente deben asimilar la cultura y la
tradición en ciernes como elementos de identidad y educación: una interioridad
edificante se cimienta sobre bases sólidas de pertenencia, tal el presupuesto
para el auténtico desarrollo humano que dispone la lógica natural establecida
como ley de crecimiento saludable. Lo contrario es escapismo, cuya
sintomatología, tan presente en nuestra actualidad, define toda una
problemática de extrañeza y desvinculamiento anómalos.
Toda fuga de sí mismo hacia contenidos
culturales o espirituales foráneos (cosmovisión, arte, técnica, etc.) supone la
alienación de las posibilidades del pueblo o la etnia, tanto a nivel individual
como comunitario; supone la traición a la esencia arquetípica tras la impropia
imitación o ciega asimilación de lo que por naturaleza no se corresponde al
regionalismo determinado; supone también la falsificación de la voluntad
creadora propia tras los estereotipos definitorios de lo considerado como
evolución extranjera. El resultado se corresponde con culturas híbridas que
promueven el desarraigo vernáculo, la enajenación espiritual y el vacío
existencial confusamente llenado con los contenidos ociosos de la más baja
intencionalidad de la periferia: desprovistos de centro los exiliados sucumben
al arbitrio esclavista del culto disgregador. Por esto que en nuestros tiempos
modernos proliferan las psicopatías y los descalabros emocionales: hemos
perdido nuestro arraigo, lo que significa que hemos mutilado nuestro arquetipo,
nuestra regionalidad espiritual, en pos de la estafa mancomunada del mirar
hacia afuera, cuando "lo de afuera" implicaba justamente una feroz e
inclemente desarquetipación, una hibridez de tragedia y muerte, irreflexivamente
buscada y aceptada.
Sin embargo, y a pesar del despojo
evidente, el símbolo vivo del gaucho, como expresión regional del Hombre
Arquetipo, ha pervivido en la voz del eco poético del soberano Martín Fierro,
extensión épica de nuestras posibilidades raigales, y en la tradición criolla
atesorada en el paisanaje de nuestro campesinado con su ética, hábitos y
folklore.
IV.
Un ejemplo a modo de conclusión
En este contexto es que advirtiendo
sobre los efectos disolventes de la amnesia cultural impulsada por los
movimientos contemporáneos que se arrogan la representatividad del Islam (desde las rígidas y extremas lecturas
literalistas del salafismos y sus ramas concomitantes hasta la permisibilidad
oscurantista del sufismo new age), un referente actual de la tradición
islámica clásica, nuestro maestro Sheykh Abdul Kerim al-Kibrisi (qs), nos
remitía al ejemplo luminoso del Imperio Otomano y sus sultanes, quienes,
herederos de la sabiduría de origen y dentro del amplio margen de tolerancia
exigido por la legislación islámica, en ningún momento promovieron la coacción
espiritual ni cultural sobre pueblos bajo dominio, sino que respetaron y
propulsaron el sano desarrollo humano de acuerdo a las posibilidades regionales
y tradicionales de toda comunidad no-islámica dentro del Imperio. Se entendía
así que el Islam representaba una potencia espiritual arquetípica que
funcionaba como base legítima y fundamental para la edificación de una mejor
humanidad acorde a las posibilidades raigales de cada etnia, raza o sociedad (recordemos que en su momento de mayor
esplendor dentro del Imperio convivieron equilibradamente turcos, árabes,
bereberes, griegos, búlgaros, albaneses, daguestaníes, etc., etnias y pueblos
de por sí muy diferentes que con sus matices culturales y tradicionales propios
colaboraron en la unidad y el esplendor imperial. La uniformidad inculta y
global de nuestra actualidad sugiere completamente lo contrario: reducidos a un
igualitarismo entumeciente no hacemos más que ganar en divergencias,
conflictos, rivalidad y tribulaciones sin nombre, en tanto que la visión
moderna del Islam radicalizado o desmedidamente versátil sólo redunda en
prejuicio y dudosa reputación).
Por esto, para librarnos de la
tendencia perniciosa hacia la amnesia cultural y el despojo espiritual, es que,
retomando el ejemplar otomano, debemos ahondar en nuestras posibilidades
vernáculas reconociendo la incidencia arquetípica en nuestro ser regional, como
así también descubrir las raíces tradicionales que nutren nuestra identidad
real como pueblo distintivo a los ojos de Dios y priorizar su develamiento en nuestra
vida tanto individual como comunitaria a partir de una concurrencia activa en
nuestra habitualidad. Sólo así estaremos capacitados para crecer humanamente y
lograr la necesaria trascendencia.
Que Dios nos conceda la inmensa
fortuna de conocer, amar y sublimar lo propio para desde allí experimentar la
maravillosa y transformadora realidad del Islam.
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