Autor: Reza
Shah-Kazemi
A los que
luchan esforzadamente por Nuestra causa,
sin duda les
guiaremos por caminos que conducen a Nosotros.
El Coran,
29:69
El principio expresado en este versículo es
imprescindible para comprender la naturaleza del yihad (esfuerzo sagrado) en el
islam. Asimismo, nos ayuda a establecer un claro criterio mediante el cual
refutar la ideología yihadista. El esfuerzo en cuestión debe ser en Dios y no
sólo para Dios. En otras palabras, debe realizarse en un marco divino y en
armonía con todas las cualidades espirituales y éticas propias de este marco.
Únicamente en estas condiciones, Dios guiará al muyahidín por las sendas
apropiadas, ya sea en el ámbito de la guerra exterior, en el compromiso social
y moral, en el esfuerzo intelectual o en lo más profundo: el combate espiritual
contra el mayor de los enemigos, es decir, el propio ego congénito (nafs) que
se encuentra en uno mismo. En esta concepción del yihad, el fin no justifica
los medios, todo lo contrario: los medios deben estar en total conformidad con
el fin.
Si la lucha personal es verdaderamente para
Dios, debe desarrollarse en Dios —ambos, el medio y el fin, se definen entonces
por principios divinos, inspirados e incluidos por la presencia divina. El
empleo de medios repugnantes traiciona el fin previsto y lo aleja de lo divino.
En lugar de combatir para Dios y en Dios, el objetivo de cualquier yihad donde
se justifica la muerte de inocentes no se fundamenta en lo divino. Aunque
adornado con toda la simbología del lenguaje islámico, surge como un producto
de una rigurosa ideología yihadista no islámica.
En este contexto, es totalmente comprensible
que, tras los acontecimientos que sacudieron el mundo ese 11 de septiembre del
2001, muchas personas, tanto en Occidente como en el mundo musulmán, les
pareció una barbaridad que los asesinatos en masa perpetrados aquel día fueran
tildados, por algunos musulmanes, como un acto de yihad. Sólo las almas más
perversas pueden considerar los ataques suicidas como obra de los muyahidín que
golpearon en nombre del islam objetivos legítimos en el corazón del enemigo.
Sin embrago, y a pesar de esta evidente
falsedad, la imagen del islam moldeada por su desfiguración de los principios
islámicos no resulta fácil de eliminar del imaginario popular occidental.
Existe una insana y peligrosa convergencia de percepción entre, por un lado,
aquella minoría que en el mundo musulmán considera los ataques como un
necesario yihad antioccidental y, por otro, aquellos en Occidente
(lamentablemente, no tan minoría) que del mismo modo ven los ataques como la
lógica expresión de una inherente tradición religiosa militar que siempre se
opondrá a Occidente.
Aunque sea muy importante, en la práctica
nada importa si los pensadores islámicos afirman que los ataques terroristas
están totalmente al margen de cualquier legitimidad en términos de ley islámica
y moralidad. Los principios legales relevantes —que el yihad sólo puede
proclamarse por los juristas más cualificados en el territorio en cuestión; que
no existen motivos por emplear en el yihad, incluso si es legítimo, el fuego
como arma; que la inviolabilidad de los no combatientes siempre debe
conservarse; que el suicidio está prohibido en el islam...—, y muchos otros
principios, han sido señalados por los expertos en la sharia y debidamente
amplificados por los líderes y jefes de estado del mundo musulmán. No obstante,
la imagen intacta de un «yihad islámico» parece estar determinada por
imaginarios y estereotipos más que por sutilezas legales. Por ejemplo,
inmediatamente después de los ataques del 11-s, se yuxtapusieron dos potentes
escenas: la apocalíptica carnicería de la «zona cero» frente a masas de
rabiosos musulmanes portando pancartas antioccidentales al grito de «Al-lahu
akbar».
En una situación así, donde el espíritu
tradicional del islam y el significado e importancia del yihad se han
distorsionado hasta el punto de pervertirlos completamente, es responsabilidad
de todos aquellos que nos oponemos, tanto a los estereotipos mediáticos del
«yihadismo» como ante los fanáticos descarriados que proporcionan el material
para mantener esos estereotipos, denunciar de la forma más contundente posible
todo tipo de terrorismo encubierto de yihad.
Llegados a este punto, muchos se preguntarán:
si este yihad es falso, ¿cuál es el verdadero? (2)
Los principios islámicos y la práctica
musulmana
Sería una tarea relativamente sencilla citar
los principios islámicos tradicionales donde queda de manifiesto el origen
totalmente no islámico de esta ideología yihadista, pero pensamos que la
crítica será mucho más efectiva si la acompañamos de imágenes, acciones,
dichos, personalidades y episodios que ejemplifican los principios en cuestión,
añadiendo carne y sangre al esqueleto de la teoría.
Para el correcto argumento intelectual,
especialmente en el ámbito que consideramos aquí, debemos basarnos en las
fuentes históricas de casos donde el espíritu del auténtico yihad se muestra
intensamente activo. Asimismo, frente a las experiencias de los verdaderos
muyâhidîn, la ilegítima actitud del falso combatiente resulta todavía más
evidente.
En la historia musulmana, encontramos un rico
patrimonio de comportamiento justo en el campo de batalla. Pero antes de
adentrarnos en este asunto, debemos recalcar que los musulmanes entran en
guerra únicamente como último recurso, y sólo por estrictos motivos de
autodefensa. Nunca se debe actuar empujado por el propio beneficio o gloria,
como queda claro en el Corán: «Se os ha prescrito combatir, aunque os sea
odioso» (2:216).
Cuando la guerra es inevitable, uno debe
comportarse según los estrictos principios y conforme el espíritu de la fe. Lo
que sigue es una serie de escenas, extraídas de la tradición, que nos servirán
como ilustraciones de este espíritu.
Si nos centramos en el comportamiento
apropiado durante el conflicto, no resulta exagerado afirmar que, en la Edad
Media, el nombre de Saladino fue un arquetipo para la caballería, y ha llegado
incluso hasta nuestros días. Las crónicas de esa época, tanto las musulmanas
como las cristianas, describen sus campañas y su fidelidad como el más noble de
los principios de la batalla digna. Una y otra vez, con frecuencia frente a la
desfachatez de sus adversarios, Saladino respondió con magnanimidad y justicia.
Basta centrarnos en su autocontrol, su clemencia y su generosidad en lo que
supuso su gran victoria: la reconquista de Jerusalén el viernes 2 de octubre de
1187, una fecha memorable pues era el día 27 de rajab, el aniversario de la
«noche de la ascensión» (laylat al-Mirâj), cuando el profeta (sas) ascendió a
los cielos desde la misma Jerusalén. Tras detallar numerosos actos de bondad y
caridad, el cronista cristiano Ernul escribe:
Os tengo que
describir la gran cortesía de Saladino hacia las mujeres e hijas de los
guerreros, quienes habían huido de Jerusalén cuando sus señores habían sido
asesinados o capturados en la batalla. Cuando esas damas fueron capturadas y
llevadas a Jerusalén, quisieron pedir compasión a Saladino. Cuando este las
vio, les preguntó quiénes eran. Se le dijo que eran las esposas e hijas de los
guerreros que habían sido capturados o caídos en combate. Entonces, preguntó
qué querían, y respondieron que, por Dios, se apiadara de ellas, de sus maridos
prisioneros y de los que habían muerto. Que habían perdido sus tierras y que
por Dios les ayudara. Cuando Saladino las vio llorando, mostró gran compasión
hacia ellas, e imploró piedad. A las damas cuyos maridos estaban vivos les
preguntó dónde estaban cautivos, y les prometió que, tan pronto como le fuera
posible, iría a las cárceles y los liberaría. Y todos fueron liberados allí
donde se encontraran. Tras esto, ordenó que aquellas mujeres cuyos maridos o
padres hubieran fallecido en el combate fueran recompensadas de su tesoro
personal, unas más y otras menos según su condición. Y les dio tanto que ellas
alabaron a Dios y dijeron a todo el mundo lo bueno que había sido Saladino. (3)
La grandeza de Saladino en ese momento
decisivo de la historia contrasta con la barbarie que vivió la ciudad y las
masacres indiscriminadas de sus habitantes por parte de las cruzadas cristianas
en 1099. Su lección de bondad queda muy bien expresada en las palabras de su
biógrafo, Stanley Lane-Poole:
Recordamos
la salvaje conquista por los primeros cruzados en 1099, cuando Godofredo de
Bouillon y Tancredo inundaron la calles de muerte, cuando los indefensos
musulmanes fueron torturados, quemados y lanzados a sangre fría desde las
torres y los tejados del Templo, cuando el ensañamiento y las masacres
ultrajaron el honor de la cristiandad y dominaron la escena allí donde, antaño,
se había predicado el mensaje de amor y bondad. «Benditos los bondadosos, que
obtengan la gracia» era una beatitud olvidada cuando los cristianos cometieron
las carnicerías en la Ciudad Santa. Afortunados fueron los desagradecidos, ya
que obtuvieron la caridad en manos del Sultán musulmán. ... Si la toma de
Jerusalén hubiera sido el único acto conocido de Saladino, sería suficiente
para probar que fue uno de los caballeros con más corazón de todo los tiempos. (4)
De todos modos, Saladino, aunque sin duda
excepcional, básicamente se limitó a expresar los principios islámicos de
conducta, manifestados en el Corán y en la práctica de Muhámmad (sas). Unos
cincuenta años antes de la victoria de Saladino, por ejemplo, tuvo lugar una
conversión en masa de cristianos al islam, como resultado directo de esta
esencial virtud musulmana de la compasión por parte de desconocidos
«sarracenos». Un monje cristiano, Odón de Deuil, explica la siguiente anécdota
que, teniendo en cuenta su abierta disconformidad con el islam, resulta todavía
más fidedigna. Lo que quedaba del ejército de Luis VII, tras haber sido
derrotado por los turcos en Phyrgia en el año 1147, alcanzaron el puerto de
Attalia junto unos cuantos miles de peregrinos. Los enfermos, los heridos y los
peregrinos debían ser atendidos, pues Luis VII dio a sus aliados griegos 500
marcos para cuidar de esa gente hasta que llegaran refuerzos. Sin embargo, los
griegos se quedaron con el dinero y abandonaron a los peregrinos y a los
heridos entre la miseria y las enfermedades, con la única esperanza de que
quien sobreviviría acabaría en manos de los turcos. Pero cuando estos llegaron
y vieron el estado de los indefensos peregrinos, se apiadaron, los alimentaron
y satisficieron sus necesidades básicas. Este acto de compasión tuvo como
resultado la masiva conversión de peregrinos al islam. Como comenta el monje
Odón:
Distanciándose
de sus compañeros de religión que habían sido tan crueles con ellos, se
encontraron a salvo en manos del infiel, que se apiadó de ellos. ... ¡No hay
traición más cruel! Les dieron pan, pero les robaron la fe, aunque cierto es
que, contentos con los servicios que los musulmanes les habían ofrecido, nadie
de entre ellos les obligó a renunciar de su religión. (5)
El último punto es fundamental en lo que
respecta a dos principios islámicos claves: no se debe forzar a nadie a
convertirse al islam y la virtud debe realizarse sin esperar recompensa. Como
leemos en el Corán: «No cabe coacción en asuntos de fe». (6)
Y también:
Los realmente virtuosos son los que cumplen
sus compromisos ... y proveen de comida —sin importar cuan necesitados estén de
ella— al necesitado, al huérfano y al cautivo, diciendo en sus corazones: «Os
damos de comer sólo por amor a Dios: no queremos de vosotros recompensa ni
gratitud». (7)
El imperativo ontológico de la compasión
Efectivamente, la bondad, la compasión y el
autocontrol son aspectos fundamentales del espíritu del yihad. No es una simple
cuestión de coraje en el campo de batalla, sino que se trata más bien de saber
cuándo el combate es inevitable, cómo debe perpetrarse y, siempre que sea
posible, aplicar las virtudes de la compasión y la moderación. Los siguientes
versículos son relevantes en este sentido:
Se os ha
prescrito combatir, aunque os sea odioso. (8)
Muhámmad es
el enviado de Dios; y los que realmente están con él son firmes e inflexibles
con los que niegan la verdad, pero compasivos entre sí. (9)
Y combatid
por la causa de Dios a aquellos que os combatan, pero no cometáis agresión. Dios
no ama a los agresores. (10)
A propósito del comportamiento de Muhámmad
(sas), nos cuenta el Corán:
Fue por
misericordia de Dios que trataste Oh Profeta con suavidad a tus seguidores: si
hubieras sido severo y duro de corazón, ciertamente se habrían apartado de ti.
Así pues, perdónales y pide perdón por ellos. Y consulta con ellos todos los
asuntos de interés público. (11)
El Corán insiste repetidamente en el
imperativo de manifestar compasión y moderación siempre que sea posible. Este
es un principio que no está vinculado al legalismo o al sentimentalismo, sino a
la profunda naturaleza de las cosas. En la perspectiva islámica, la compasión
es la verdadera esencia de la Realidad. Un conocido dicho del profeta (sas) nos
cuenta que, escritas en el trono de Al-láh, se encuentran estas palabras: «Mi
compasión está por encima de mi ira». La misericordia, la rahma, expresa la
esencia de Dios. Por consiguiente, nada escapa a la misericordia divina: «La
gracia de Dios está siempre cerca de quienes hacen el bien» (12). El nombre de
Dios, ar-Rahman, es el mismo que Al-láh: «Llámalo Al-láh o llámalo Rahman. No
importa qué nombre le des el resultado será el mismo ya que todos los nombres
más hermosos son Suyos» (13). En el Corán, la fuerza creadora divina se
identifica, una y otra vez, con ar-Rahman, y el principio de la propia
revelación, asimismo, se identifica con la misma cualidad divina. La sura del
Corán llamada ar-Rahman empieza así: «Ar-Rahman ha impartido este Corán al
hombre. Ha creado al hombre: le ha impartido el pensamiento y el lenguaje»
(14).
Siempre debemos tener presente este
«imperativo ontológico» de la bondad cuando tratamos con cualquier asunto
bélico en el islam. Los ejemplos de compasión generosa que encontramos en la
tradición de la cortesía musulmana no deben considerarse, únicamente, como
ejemplos de virtud individual: son, ante todo, frutos naturales de este imperativo
ontológico. Nadie encarna mejor este imperativo que el propio profeta (sas).
Por consiguiente, la generosidad de Saladino
debe considerarse como un eco de la conducta que tuvo Muhámmad (sas) ante su
conquista de La Meca. Mientras el enorme ejército musulmán se acercaba a La
Meca en procesión triunfal, un cabecilla musulmán, Sad ibn Ubada, a quien el
profeta le había dado el estandarte, se dirigió a Abu Sufyan, el líder de los
qurayshíes de La Meca conciente de que ya no podían resistirse a ese ejército:
—¡Oh, Abu
Sufyan, este es el día del sacrificio! El día cuando lo inviolable debe ser
violado. El día en que Dios humilla a los qurayshíes. ...
—¡Oh,
mensajero de Dios —imploró Abu Sufyan cuando lo escuchó—, ¿has ordenado el
asesinato de nuestra gente? Y le repitió lo que Sad había dicho. Entonces
añadió: «Juro por Dios y en nombre de mi pueblo, para ti mi filial piedad, la
más bondadosa, la más beneficiosa».
—Este es el
día de la compasión —dijo el profeta—, el día en que Dios ha enaltecido a los
qurayshíes. (15)
Lo qurayshíes tenían muchos motivos para
estar atemorizados dada la intensidad de su persecución contra los primeros
musulmanes y su continua hostilidad y agresión contra ellos tras su emigración
forzada a Medina. Sin embargo, se les aplicó una amnistía general, y muchos de
los acérrimos enemigos se convirtieron en incondicionales musulmanes. Cabe
destacar aquí el siguiente versículo coránico:
Pero como el
bien y el mal no pueden equipararse, repele el mal con algo que sea mejor. ¡Y,
he ahí que aquel entre el cual y tú existía enemistad se volverá entonces como
si siempre hubiera estado cercano a ti, un verdadero amigo. (16)
Ya hemos mencionado el principio de no
compulsión en la religión. Debemos añadir que, al contrario de la imagen
distorsionada y estereotipada sobre la expansión del islam con la espada, las
campañas militares y las conquistas de los ejércitos musulmanes se llevaban a
cabo de un modo tan ejemplar, que los pueblos conquistados se sentían atraídos
por la religión que tan bien había disciplinado a los soldados. Asimismo, sus
fieles respetaban escrupulosamente la libertad de culto.
Paradójicamente, la libertad y el respeto
ofrecido por los conquistadores musulmanes a los practicantes de otras
religiones intensificaron la conversión al islam. El clásico libro de Arnold
The Preaching of Islam perdura como uno de los mejores desmentidos de la imagen
de un islam propagado por la fuerza. Su completo análisis de la extensión del
islam por todas las regiones de lo que actualmente conocemos como «mundo
islámico» demuestra, sin duda, que el avance del mensaje fue de naturaleza
esencialmente pacífica, siendo el sufismo y el comercio los dos factores más
importantes para la conversión. El místico y el comerciante han sido los dos
«misioneros» con más éxito en el islam.
Un documento que Arnold cita en su libro nos
muestra el proceso de conversión de un grupo, los cristianos en la provincia
persa de Khursaan, que podemos tomar como un indicativo de las condiciones bajo
las cuales los cristianos, y los no musulmanes en general, se convirtieron al
islam. Esta es la carta que el patriarca nestoriano Isho-yabh III envió a
Simeón, metropolitano de Rev-Ardashir, primado de Persia:
Los árabes
no han atacado la fe cristiana, todo lo contrario, favorecen nuestra religión,
honoran a nuestros sacerdotes y a los santos de nuestro Señor y confieren
beneficios a iglesias y monasterios. ¿Por qué vuestro pueblo de Merv abandona
su fe en favor de estos árabes? (17)
Este respeto por los sacerdotes, los santos,
las iglesias y los monasterios proviene directamente por la práctica de
Muhámmad (sas) quien, entre otras cosas, firmó el tratado con los monjes del
monasterio de Santa Catarina en el Sinaí (18) y permitió que los cristianos de
Narjan practicaran su liturgia en el lugar más sagrado de Medina: la propia
mezquita del profeta (19). También queda patente, en los versículos coránicos,
la inviolabilidad de todos los lugares donde se invoque el nombre de Dios.
Asimismo, en el versículo donde se da permiso a los musulmanes para empezar a
defenderse de los mequíes, el deber de proteger todo lugar de culto, y no sólo
las mezquitas, está ligado a la necesidad de combatir:
Si Dios no
hubiera permitido que la gente se defendiera a sí misma unos contra otros,
todos los monasterios, iglesias, sinagogas y mezquitas —donde se menciona el
nombre de Dios en abundancia— habrían sido ya destruidos. (20)
El Islam y la «Gente del Libro»: ¿tolerancia
o terrorismo?
La larga y certificada tradición de
tolerancia en el islam surge directamente de este y de otros muchos versículos
coránicos de contenido similar. Encontramos una de las expresiones históricas
más llamativas de esta tradición tolerante —que contrasta con la intolerancia
que con frecuencia caracteriza la tradición cristiana— en el destino de los
judíos sefardíes bajo dominio musulmán. Pero antes de entrar en este caso,
debemos señalar que, en términos generales, la persecución constante y
sistemática de judíos y cristianos es prácticamente desconocida en las
sociedades de mayoría musulmana. Es importante subrayarlo del modo más rotundo
posible en el contexto actual, y desacreditar así la peligrosa mentira que
circula en nuestros días cuando se afirma que en el islam existe una hostilidad
inherente, fuertemente arraigada y teológicamente permitida, hacia el judaísmo.
No debemos considerar el rechazo actual, por parte de la mayoría de musulmanes,
de las políticas del Estado de Israel como una especie de resurgimiento
ancestral del antisemitismo arraigado en la cosmovisión islámica. Hoy en día,
son los extremistas de ambos bandos del conflicto palestino quienes promueven
este mito del islam antijudío intrínseco y eterno. Es importantísimo mostrar la
falsedad de esta noción.
Asimismo, debemos añadir que no son
únicamente los «moderados» de ambos bandos quienes se unen para encontrar la
paz y la justicia, en oposición a esta falsa caracterización de las relaciones
entre musulmanes y judíos. También los amantes del judaísmo ortodoxo y
tradicional, de todas las religiones, se unen para denunciar esta depravación y
defender la verdad: el sionismo es una desviación del judaísmo. Así pues,
encontramos grupos como Naturai Karta —judíos tradicionales que se oponen al
sionismo basándose en argumentos teológicos irrefutables— que se unen con
organizaciones humanitarias islámicas para defender los legítimos derechos de
los palestinos contra las injusticias que padecen en Tierra Santa. Por
consiguiente, debemos tener cuidado al distinguir, no sólo entre judaísmo y
sionismo, sino también entre la oposición legítima a las políticas particulares
del Estado israelí —unas políticas que reflejan y plasman las aspiraciones
sionistas en diversos grados—, del «yihad» ilegítimo contra judíos u
occidentales simplemente por ser judíos u occidentales. El primero expresa una
denuncia legítima, mientras que el segundo hace de esta denuncia la excusa para
el terrorismo.
Para contrariar el mito de que las relaciones
entre musulmanes y judíos han sido tradicionalmente antagónicas, basta con
mirar al pasado. Incluso alguien tan crítico con el islam como Bernard Lewis
confirma el hecho de la historia en lo que atañe al verdadero carácter de las
relaciones islamicojudías hasta tiempos recientes. En su libro Los judíos del
islam, admite que, si bien existía cierta discriminación de judíos y cristianos
bajo dominio musulmán,
La
persecución, es decir, la represión violenta y activa, era algo excepcional y
atípico. Los judíos y cristianos en tierras del islam normalmente no apelaban a
sufrir el martirio por su fe. No solían verse obligados a escoger, como sí
tuvieron que hacer los musulmanes y judíos durante la reconquista en España,
entre el exilio, la apostasía o la muerte. Tampoco estaban sujetos a ninguna
limitación importante de territorio o profesional, algo común para los judíos
de la Europa premoderna. (21)
Lewis también añade algo muy importante: este
patrón de tolerancia continuó caracterizando la naturaleza del dominio musulmán
frente a judíos y cristianos hasta la modernidad, con minoritarias excepciones.
No está fuera de lugar señalar que el
fenómeno del antisemitismo no tiene nada que ver con el islam. Se trata, como
denunció Abdallah Schleifer, de un «triunfo de la Iglesia», esto es, la
victoria de la Iglesia bizantina sobre el imperio romano y la fundación de la
nueva capital en Constantinopla en el siglo IV. Fue esta Iglesia quien
«desencadena en el mundo el fenómeno del antisemitismo. Si debemos diferenciar
entre las vicisitudes que padece cualquier minoría y la hostilidad sistemática
y "por principio", podemos afirmar, con el consenso de la historia
moderna, que el antisemitismo es una manifestación cristiana» (22).
La historia del antisemitismo en Europa —los
episodios de violencia que hoy en día llamamos «limpieza étnica»—, son de
sobras conocidos y no necesitamos recordarlos aquí. Pero debemos tener en mente
que, en el mismo momento en que el Occidente cristiano consentía constantes
pogroms antijudíos, lo judíos experimentaban lo que algunos de los propios
historiadores judíos califican de «edad dorada» bajo dominio musulmán. Como
escribe Erwin Rosenthal:
«Exceptuando
la época talmúdica, probablemente no exista un periodo más positivo y
floreciente, en nuestra larga y accidentada historia, que bajo el imperio del
islam».
(23)
Uno de los episodios particularmente rico es
esta edad dorada lo conocieron los judíos de la España musulmana. Como se ha
afirmado abundantemente en las fuentes históricas, los judíos no sólo
disfrutaban de libertad, sino del renacimiento cultural, religioso, teológico y
místico. Como escribe Titus Burckhardt:
«Los mayores
beneficiarios del dominio musulmán fueron los judíos. En España (sefarad en
hebreo) disfrutaron de su mayor florecimiento intelectual desde la época de su
dispersión de Palestina hacia tierras extranjeras» (24).
Estos grandes pensadores judíos, como
Maimónides e Ibn Gabirol, escribieron sus obras filosóficas en árabe y se
encontraban «en casa» en la España musulmana (25). Con la expulsión, el
asesinato y la conversión forzada de todo musulmán y judío tras la reconquista
—completada con la caída de Granada en 1492—, los exiliados judíos buscaron
protección y refugio en los otomanos. Fueron bienvenidos en el norte de África,
donde crearon nuevas entidades o se sumaron a las prósperas comunidades judías
que ya estaban instaladas allí.
También fue en esa época cuando los judíos
sufrieron la intensa persecución en Europa central, y buscaron refugio entre
los otomanos musulmanes. Muchos judíos que huían de la persecución recibieron
cartas como la siguiente, del rabino Isaac Tzarfati, que alcanzó el Imperio
otomano justo antes de la toma de Constantinopla en 1453. Esto es lo que
respondía a los judíos de la Europa central que le pedían ayuda:
Escuchad
hermanos el consejo que os daré. También nací en Alemania y estudié la Torah
con los rabinos alemanes. Tuve que exiliarme y llegar a tierra turca, bendecida
por Dios y colmada de todas las cosas buenas. Aquí he encontrado descanso y
felicidad. ... En tierra de los turcos no tenemos de qué lamentarnos. No nos
vemos oprimidos con grandes impuestos, y nuestro comercio es libre y sin
dificultades. ... Cada uno de nosotros vive en paz y libertad. Aquí a los
judíos no se nos obliga a vestir un gorro amarillo como insignia de vergüenza,
como en Alemania, donde incluso el bienestar y la fortuna son una maldición
para los judíos porque despiertan la envidia de los cristianos. ... Despertad
hermanos, armaros de valor, reunid fuerzas y venid. Aquí estaréis libres de
vuestros enemigos, aquí encontraréis la paz. (26)
Teniendo en cuenta que la mayoría de la propaganda
yihadista actual va dirigida contra los judíos, es importante subrayar que esta
tolerancia bajo dominio musulmán es una expresión de una subyacente armonía
teológica entre ambas religiones —una armonía que está notablemente ausente
cuando se compara la teología cristiana y judía—. El islam nunca se consideró
como la realización mesiánica del judaísmo, como sí lo hizo el cristianismo,
sino que es una restauración de la fe abrahámica primordial, donde el judaísmo
y el cristianismo son expresiones parecidas. El islam pide a los seguidores de
ambas fes que regresen al monoteísmo puro. Lejos de rechazar a sus profetas, el
Corán afirma que todos ellos portaban el mismo mensaje y que, por consiguiente,
no existen diferencias:
Di: Creemos
en Dios y en lo que se ha hecho descender para nosotros, y en lo que se hizo
descender para Abraham, Ismael, Isaac, Jacob y sus descendientes, y en lo que
Moisés, Jesús y todos los demás profetas han recibido de su Sustentador: no
hacemos distinción entre ninguno de ellos. Y a Él nos sometemos. (27)
Las consecuencias de esta aceptación de las
escrituras anteriores al Corán fueron de gran importancia para las relaciones
teológicas entre musulmanes y judíos. Como apunta el intelectual judío Mark
Cohen:
«La exégesis
rabínica de la Biblia —que repugna tanto a la teología cristiana— sólo molesta
a los ulema musulmanes cuando distorsiona el puro monoteísmo abrahámico. Así,
la polémica islámica contra los rabinos fue mucho menos virulenta y tuvo muchos
menos repercusiones serias. El Talmud se quemó en París, no en El Cairo o
Bagdad»
(28).
Por consiguiente, el rechazo de los judíos
para seguir la sharia no suponía un ataque a la creencia islámica. Esto
contrastaba al rechazo judío de Cristo como mesías, que no sólo amenazaba el
punto cardinal del dogma cristiano, sino que insulta profundamente la fe y la
sensibilidad cristiana. Mientras que en la cristiandad a los judíos se les
consideraba los asesinos de Jesús (as), en el islam, eran «protegidos»
(dhimmis) por la ley (sharia) que rechazaban seguir. Volviendo a Cohen,
escribe:
Más seguros
que sus hermanos en el Occidente cristiano, los judíos del islam
correspondieron con una visión más conciliadora. En Europa, los judíos forjaron
un odio pronunciado contra los cristianos, a los que consideraban idólatras,
sujetos a las antipaganas disposiciones discriminatorias del antiguo Mishnah.
... Los judíos del islam mantuvieron una actitud diferente hacia la religión
mayoritaria. La acérrima oposición musulmana al politeísmo convenció a los pensadores
judíos, como Maimónides, del incensurable monoteísmo del islam. Esta concepción
esencialmente «tolerante» del islam se vio reflejada en el respeto musulmán
hacia los judíos, pueblo del Libro. (29)
Al presentar este argumento no intentamos
«sumar puntos» en favor del islam por encima del cristianismo, ni simplemente
culpar a este del fenómeno del antisemitismo, ni sugerir que existe un
antagonismo inherente e insuperable entre cristianismo y judaísmo. Nuestro
propósito es señalar estos aspectos para demostrar la paradoja y la falsedad de
la aserción de que el islam es inherentemente antijudío. Tanto la teología como
la historia nos muestran lo contrario: existe una profunda afinidad entre ambas
creencias, tanto en la teoría como en la práctica. Si surgen problemas
teológicos que necesitan resolverse, y una historia de intolerancia que
exorcizar, la responsabilidad recae mucho más en el cristianismo que en el
islam.
Los judíos encontraron refugio y dignidad en
el islam, y no persecución. Huyendo hacia el mundo musulmán de las frecuentes
campañas de persecución cristiana, se encontraron con tolerancia y respeto. Es
esto lo que debemos subrayar en cualquier debate del pasado histórico y
teológico de las relaciones entre musulmanes y judíos. Y todavía resulta más
imprescindible debido a las serias amenazas que padecen estas relaciones por
parte de los extremistas de ambos lados, es decir, yihadistas e islamófobos.
La tolerancia expresada por el islam a la
Gente del Libro (por extensión, a todos los creyentes como hindúes, budistas,
zoroastrianos...) debe considerarse, una vez más, no como un ejemplo de virtud,
justicia o conveniencia por parte de la mayoría de los gobernantes y dinastías
a través de la historia del islam —y esto como una especie de prefiguración
histórica interesada de la tolerancia moderna y secular—, sino que esta
tolerancia queda claramente definida y está orgánicamente vinculada con la
revelación coránica. Un espíritu arraigado en el islam tradicional, y
deliberadamente ignorado o subvertido por los yihadistas modernos, que está
perfectamente expresado en los siguientes versículos:
Ciertamente,
los que creen en esta escritura divina, los que profesan el judaísmo, los
cristianos y los sabeos, todos los que creen en Dios y en el Último Día y obran
con rectitud, tendrán su recompensa junto a su Sustentador; y nada tienen que
temer ni se lamentarán. (30)
No son todos
iguales: entre los seguidores de revelaciones anteriores hay gentes rectas, que
durante la noche recitan los mensajes de Dios y se postran ante Él. Creen en
Dios y en el Último Día, ordenan la conducta recta, prohíben la conducta
inmoral y compiten en hacer buenas obras: esos son de los justos. Y no les será
negada la recompensa por el bien que hagan: pues Dios tiene pleno conocimiento
de aquellos que son conscientes de Él. (31)
Hallarás sin
duda que las gentes más próximas en afecto a los que creen en esta escritura
divina son los que dicen: «En verdad, somos cristianos». (32)
La gran tragedia del actual conflicto en
Palestina es que el espíritu coránico de tolerancia, comprensión y justicia
está siendo subvertido por la detestable propaganda de los yihadistas que
intentan justificar, en términos islámicos, los atentados suicidas contra
civiles. Esto no sólo da rienda suelta a quienes consideran el islam como una
religión intolerante y violenta, sino que también contamina todos aquellos
medios por los que se denuncia la represión sufrida y se promulga la
resistencia. Unos medios disponibles en el marco ético y jurídico islámico y
que están en perfecta armonía con el espíritu de la revelación coránica.
Notas
1. Esta es una versión ampliada del artículo
titulado «Recollecting the Spirit of Jihad» en Islam, Fundamentalism and the
Betrayal of Tradition, ed. Joseph Lumbard (Bloomington, IN: World Wisdom,
2004).
2. Una de las mejores respuestas a esta
pregunta la encontramos en la serie de ensayos sobre el yihad de S. Abdallah
Schleifer. Este autor ofrece una excelente crítica de la reducción política del
yihad, empleando en sus fundamentos la «conciencia tradicional islámica».
Incluye también, como estudios de casos de yihad llevada a cabo bajo esta
conciencia, el desconocido papel del mujahid Izz al-Din al-Qassam en la lucha
contra la colonización de Palestina en los años veinte y treinta del siglo XX.
Este estudio forma la primera parte de la serie, publicada en Islamic Quarterly
23, no.2 (1979). La segunda parte es «Jihad and Traditional Islamic
Consciousness», Islamic Quarterly 27, no.4 (1983). La tercera se publicó en
Islamic Quarterly 28, no.1 (1984); la cuarta en Islamic Quarterly 28, no. 2
(1984) y la quinta en Islamic Quarterly 28, no. 3 (1984). Para una refutación
importante del falso concepto de yihad como agresión perpetua, véase también
Zaid Shakir, «Jihad is Not Perpetual Warfare», en Seasons—Semiannual of Zaytuna
Institute 1, no.2 (otoño-invierno 2003–2004): 53–64.
3. Citado en Stanley Lane-Poole, Saladin and the Fall of the Kingdom of
Jerusalem (Beirut: Khayats Oriental Reprints, 1964), 232–3. (Publicado
originalmente en Londres en 1898.) No está de más remarcar, como señala Titus
Burckhardt, que «la actitud del caballero cristiano hacia las mujeres es de
origen islámica». Véase Moorish Culture in Spain (Londres: Allen & Unwin,
1972), 93 (edición en español: La civilización hispano-árabe, Alianza, 2008).
Simonde de Sismondi, ya a principios del siglo XIX, afirma que la literatura
árabe fue la fuente de «esta delicadeza y sutileza reverencial hacia las
mujeres que surgió tan fuertemente en los sentimientos de nuestros caballeros».
Histoire de la littérature du Midi de l’Europe, citado
en R. Boase, The Origin and Meaning of Courtly Love (Manchester: Manchester
University Press, 1977), 20.
4. Lane-Poole, Saladin, 233–4.
5. Citado en Thomas Arnold, The Preaching of Islam (Londres: Luzak,
1935), 88–9.
6. Corán 2:256.
7. Corán 76:8-9.
8. Corán 2:216.
9. Corán 48:29.
10. Corán 2:190.
11. Corán 3:159.
12. Corán 7:156.
13. Corán 17:110.
14. Corán 55:1-4.
15. Martin Lings, Muhammad—His Life According to the Earliest Sources
(Londres: ITS and George Allen & Unwin, 1983), 297–8. (Edición en
español: Muhammad. Su vida basada en las fuentes más antiguas, Hiperión,
Madrid, 1989.)
16. Corán 41:34.
17. Arnold, Preaching of Islam, 81–2.
18. Una copia del documento se conserva en el
monasterio, que es el monasterio habitado más antiguo de la cristiandad. Véase J. Bentley, Secrets of Mount Sinai (Londres: Orbis, 1985), 18–19.
19. Véae A. Guillaume, trad. The Life of Muhammad—A Translation of Ibn
Ishaq’s Sirat Rasul Allah (Londres: Oxford University Press, 1968), 270–77.
20. Corán 22:39-40.
21. Bernard Lewis, The Jews of Islam (Princeton, NJ: Princeton
University Press, 1984), 8. (Edición en español: Los judíos del Islam, Letrumero, Madrid,
2002.)
22. S.A. Schleifer, «Jews and Muslims—A
Hidden History» en The Spirit of Palestine (Barcelona: Ediciones Zad, 1994), 2.
23. Citado en Schleifer, «Jews and Muslims», 5.
24. Burckhardt, Moorish Culture, 27–28.
25. A pesar de que Maimónides sufrió en manos
de los almohades durante un excepcional episodio de persecución en Al Ándalus,
la etapa posterior de su carrera (como físico para Saladino) refleja su lealtad
al gobierno musulmán.
26. Citado en Schleifer, «Jews and Muslims», 8.
27. Corán 3:84.
28. Mark Cohen, «Islam and the Jews: Myth, Counter-Myth, History», en Jerusalem
Quarterly 38 (1986): 135.
29. Ibid.
30. Corán 2:62.
31. Corán 3:113-15.
32. Corán 5:82.
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