por Thierry
Meyssan - Red Voltaire
En el siglo XIX, el gobierno británico estuvo
indeciso entre crear Israel en la actual Uganda, en Argentina o en Palestina.
Argentina estaba entonces bajo control del Reino Unido y, por iniciativa del
barón francés Maurice de Hirsch, se convirtió en aquel momento en tierra de
asilo para los judíos que huían de los pogromos desatados en Europa central.
En el siglo XX, después del golpe de Estado
militar que derrocó al general Juan Domingo Perón, presidente democráticamente
electo de Argentina, una corriente antisemita se desarrolló en las fuerzas
armadas de ese país. Esa corriente distribuyó un folleto donde se acusaba al
nuevo Estado de Israel de estar preparando el «Plan Andinia», para invadir la
Patagonia.
Hoy resulta que, si bien la extrema derecha
argentina exageró los hechos en los años 1970, realmente existía un proyecto,
que no era de invasión sino de implantación en la Patagonia.
Todo cambió con la guerra de las Malvinas, en
1982. En ese año, la junta militar argentina en el poder trata de recuperar los
archipiélagos de las Malvinas y las Islas Georgias del Sur y Sandwich del Sur,
denunciando su ocupación por la Gran Bretaña desde hace siglo y medio. La ONU
reconoce que la reclamación argentina es legítima, pero el Consejo de Seguridad
condena el uso de la fuerza para recuperar esos territorios en disputa. Hay de
por medio un botín considerable ya que las aguas territoriales de esos
archipiélagos dan acceso a las riquezas del continente antártico.
Al final de la guerra de las Malvinas, que
oficialmente dejó más de mil muertos –aunque las cifras oficiales británicas en
realidad minimizan las pérdidas humanas–, Londres impone a Buenos Aires un
Tratado de Paz particularmente duro, que limita las fuerzas armadas de la
República Argentina a su más simple expresión. Incluso se priva a Argentina del
control del espacio aéreo del sur de su territorio continental, a favor de la
Royal Air Force británica, y se impone a la República Argentina la obligación
de informar previamente al Reino Unido de todas sus operaciones.
En 1992 y 1994, dos atentados
extraordinariamente devastadores y sangrientos destruyen sucesivamente la
embajada de Israel en Buenos Aires y la sede de la asociación israelita AMIA en
la misma ciudad. El primer atentado ocurre en momentos en que los jefes de la
inteligencia israelí en Latinoamérica acababan de salir del edificio. El
segundo atentado, perpetrado contra la sede de AMIA, tiene lugar durante los
trabajos conjuntos de Egipto y Argentina sobre los misiles balísticos Cóndor.
Durante el mismo periodo estalla la principal fábrica de misiles Cóndor y tanto
el hijo mayor del presidente argentino Carlos Saúl Menem como el hijo mayor del
presidente de Siria Haffez al-Assad mueren en sendos accidentes. Las
investigaciones sobre todos esos hechos son objeto de numerosas manipulaciones.
Después de haber designado a Siria como
responsable de los atentados contra la embajada de Israel y la sede de la AMIA
en la capital argentina, el fiscal Alberto Nisman se vuelve contra Irán,
acusándolo de haber ordenado ambos atentados, y contra el Hezbollah,
atribuyendo a esa organización libanesa la realización de estos. La hoy ex
presidente Cristina Kirchner es acusada de haber negociado la interrupción de
los procedimientos legales contra Irán a cambio de un precio ventajoso para las
compras de petróleo. Más tarde, el fiscal Nisman es hallado muerto en su
apartamento y Cristina Kirchner es inculpada por alta traición. Pero la semana
pasada, como en una obra de teatro, se vino abajo todo lo que hasta ahora se
daba por sabido: el FBI entregó análisis de ADN que demuestran que el presunto
terrorista no está entre los muertos así como la presencia de un cuerpo no
identificado. Conclusión: al cabo de 25 años, no se sabe absolutamente nada
sobre los atentados de Buenos Aires.
En el siglo XXI, explotando las ventajas
obtenidas en el Tratado impuesto a Argentina después de la guerra de las
Malvinas, el Reino Unido e Israel emprenden un nuevo proyecto en la Patagonia.
El multimillonario británico Joe Lewis
adquiere inmensos territorios en el sur de Argentina y en el vecino Chile. La
extensión de sus tierras allí cubre varias veces la extensión territorial de
todo el Estado de Israel. Esas tierras se hallan en el extremo sur del
continente, en la Tierra del Fuego. Incluso rodean el Lago Escondido,
impidiendo el acceso al lago [1] a pesar de una decisión de la justicia
argentina.
El multimillonario británico ha construido en
esas tierras un aeropuerto privado, con una pista de aterrizaje de 2
kilómetros, capaz de recibir grandes aviones de transporte, tanto civiles como
militares.
Desde el fin de la guerra de las Malvinas, el
ejército de Israel organiza para sus soldados «campamentos de vacaciones» en la
Patagonia. Cada año, entre 8 000 y 10 000 soldados israelíes pasan 2 semanas de
“vacaciones” en las tierras del multimillonario Joe Lewis.
Si en los años 1970, el ejército argentino
señaló la construcción de 25 000 alojamientos –vacíos–, dando lugar al mito del
plan Andinia, hoy parece que se han construido cientos de miles más. Es incluso
imposible verificar el estado de realización de esos trabajos, por tratarse de
tierras privadas y porque Google Earth neutraliza las imágenes satelitales de
esa zona, procediendo así exactamente como lo hace con las instalaciones
militares de la OTAN.
Mientras tanto, el vecino Chile ha cedido a
Israel parte de una base militar que posee en la zona. Allí se han cavado
túneles para facilitar la vida ante los rigores del invierno polar.
Por su parte, los indios mapuches que pueblan
la Patagonia, tanto en Argentina como en Chile, quedaron sorprendidos con la
noticia de la reactivación, en Londres, de la “Resistencia Ancestral Mapuche”
(RAM), una misteriosa organización que reclama la independencia. Inicialmente
acusada de ser una vieja asociación recuperada por los servicios secretos
argentinos, la RAM es vista hoy por la izquierda como un movimiento
secesionista legítimo, pero los líderes mapuches la denuncian como un ente
financiado por George Soros.
El 15 de noviembre de 2017, la marina de
guerra argentina perdió todo contacto con su submarino ARA San Juan, finalmente
declarado como hundido con toda su tripulación. El ARA San Juan era uno de los
2 submarinos de propulsión diesel-eléctrica que constituían el orgullo de la
pequeña marina de guerra argentina. La Comisión Preparatoria de la CTBTO (Organización
del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, siglas en inglés)
anunció haber registrado un fenómeno acústico inhabitual en Atlántico, cerca de
la zona desde donde procedía la última señal recibida del ARA San Juan. El
gobierno argentino reconoció finalmente que el submarino perdido estaba
realizando una «misión secreta», cuya naturaleza no se precisó y sobre la cual
se había informado a Londres. El Pentágono estaba participando en la búsqueda y
la marina de guerra rusa contribuyó con el envío de un drone submarino capaz de
explorar el fondo marino a 6 000 metros de profundidad, sin encontrar nada.
Todo parece indicar que el ARA San Juan estalló bajo el agua. La prensa
argentina está convencida de que chocó con una mina o fue destruido por un
torpedo enemigo.
Por el momento, es imposible determinar si
Israel está implicado en un programa de explotación del continente antártico o
si está construyendo una base para el repliegue en caso de derrota en
Palestina.
[1] El Lago Escondido se extiende sobre más
de 7 kilómetros cuadrados, es parte del patrimonio de la República Argentina y
sus orillas son públicas. Nota de la Red Voltaire.
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