En la forja de una identidad propia, los
pueblos latinoamericanos se han sabido diferenciar espiritual y culturalmente
de la ubicua voluntad occidental. América Latina, en su diversidad de pueblos y
culturas, se ha constituido como un florecimiento original que tiene para
ofrecer al mundo una hermosa variedad de culturas con sello y personalidad
propios. En esta constitución de nuestra etnicidad latinoamericana y su
particular cosmovisión, nuestras culturas han sido el resultado de la histórica
y fructífera interrelación de elementos tradicionales moriscos
(arabo-andaluces), aborígenes y africanos, mestización que ha instaurado
valores espirituales propios completamente ajenos al mito eurocentrista
impuesto durante años desde los centros regionales que detentan el poder
-recordemos que en gran medida las independencias americanas del siglo XIX
fueron fraguadas desde las ideas revolucionarias y republicanas importadas
desde Francia y los Estados Unidos, acentuadas luego por la incipiente
inmigración, como sucedió por ejemplo en Argentina.
Contrariamente a la percepción
utilitaria y materialista del mundo que ha primado en el Occidente
eurocentrista, la cosmovisión latinoamericana ha priorizado el vínculo
respetuoso con el entorno natural, considerándolo sagrado, huella de Dios en la
creación.
Tomando como referentes al
criollo de cultura ecuestre que ha transitado los diversos ámbitos rurales de
Latinoamérica (serranías, llanos, pampa, etc.), al nativo aborigen que ha
poblado las regiones originarias de nuestros territorios y al africano que en
los suelos americanos se transformó en un retoño más de la tierra fecunda,
encontraremos en ellos la raigambre espontánea que considera la unión mística
con la naturaleza una condición fundamental de su ser en el mundo. Y en esto es
donde se acentúa la inmensa diferencia con el criterio occidental: éste busca
dominar, sojuzgar y explotar la naturaleza en beneficio propio como parte de
una voluntad egocentrista que siempre considera la satisfacción de la necesidad
individual por sobre todo respeto al entorno que le sirve y no protesta.
Nuestros referentes parten de una base radicalmente opuesta: integrándose
equilibradamente al entorno natural, se considera un acto sacramental el
vínculo con la naturaleza que generosamente cubre toda necesidad humana sin que
el hombre recurra a su dominio y extinción. Siendo el aspecto manifiesto de
Dios, y al ser el hombre parte integrante de él, la naturaleza toma un tinte
sagrado que las ciencias y las tecnologías, pragmáticas y materialistas, del
Occidente no han sabido y no han querido vislumbrar. Para ellas la naturaleza
es sencillamente una "cosa" que debe ser sometida al arbitrio
intolerante del ego de los hombres; en cambio, para nuestros referentes, al ser
la huella de la misericordia de Dios de donde ha surgido la humanidad, la
naturaleza representa a la Madre universal (Pachamama,
en el lenguaje nativo) que como hijos suyos nos debe ser respetada, amada y
cuidada. El Islam refuerza esta cosmovisión, y es justamente desde él que debemos
aprender a revalorizar la conexión que nos legaron nuestros ancestros en la
constitución de nuestra identidad latinoamericana.
El Islam nos enseña que la
naturaleza, que nuestro ser natural, es el resultado de la voluntad de Dios en
acción sobre el mundo: de aquí su sacralidad y su inmensa virtud de
reconducirnos a nuestro ser original. En el Sagrado Corán Dios nos hace
manifiesta Su belleza a través de los fenómenos naturales. No hacen falta
esoterismos ni doctrinas complejas para llegar a la Divina Verdad; sólo basta
contemplar la maravilla de la sucesión de la noche y el día, las estrellas en
el firmamento, las inmensas montañas, ríos y mares, la lluvia que reverdece la
tierra y hace germinar sus frutos, para hallar que Dios está presente en todo
esto, como en el amor fecundo que vitaliza las relaciones humanas. Y esto
traduce perfectamente la cosmovisión de nuestros ancestros latinoamericanos.
Siempre ha sido el Occidente y su gusto por la elucubración intelectual quien
ha imprimido doctrinas complejas al entendimiento de la realidad. Para el
Occidente Dios es una ecuación matemática o un axioma filosófico impuesto a la
realidad; para el Islam, en la sencillez natural de la creación se revela la
grandeza del Creador. Y esta cualidad de asombro es la que pervive en nuestra
cosmovisión latinoamericana, tan dada a la emoción como a la espiritualidad
natural. Por esto que el alma latinoamericana sea esencialmente musical.
La música de un pueblo,
expresión fundamental de su espíritu, es la manifestación más acabada de
identidad cultural, por lo que hemos de considerar el alma musical
latinoamericana, con sus diversos colores regionales, como base fundamental al
momento de estudiar, redescubrir y revalorizar el significado de la cultura
original de América Latina.
Desde México a la Patagonia
argentina hemos de percibir la indudable convergencia de elementos
morisco-andaluces, africanos y aborígenes en la constitución de estilos
folklóricos que conllevan un sello propio de corte netamente latinoamericano,
encargados de representar la identidad pluricultural de los diversos países que
conforman la América Latina.
Históricamente la música en
Latinoamérica ha sido una herramienta formidable de decantación social mediante
la cual se ha expresado el alma de los pueblos, sus sufrimientos, sus alegrías,
sus denuncias, sus rituales, sus rebeldías. La música de raíz folklórica
siempre ha representado el dinamismo espiritual de los pueblos
latinoamericanos, y se sabe que todo dinamismo espiritual, cuando es auténtico
y espontáneo, es forjador de resistencia, cultura e identidad. Por ejemplo, en
la última dictadura militar en Argentina, uno de sus líderes declaró que Jorge
Cafrune, reconocido intérprete folklórico, era más peligroso con su guitarra
que cien guerrilleros con armas de fuego. La muerte del artista en
circunstancias dudosas -se dice que fue una víctima más de los desmanes
dictatoriales de finales de la década del 1970- jamás impidió que su música
siguiera siendo escuchada y disfrutada por el pueblo argentino, siendo
convertido hoy día en uno de los referentes más representativos de la cultura
folklórica del país, cultura heredera del gauchismo, y éste del legado
morisco-andalusí. Como otro de los referentes de la cultura popular folklórica
argentina, también perseguido y censurado por la misma dictadura, Horacio
Guarany, lo ha expresado mediante el canto:
"Por más que le hachen sus ramas, ningún árbol se ai secar. Si la raíz
está en el pueblo, el pueblo la hará brotar... Muerte si me has de llevar, no
lo hagas nunca de atrás. Te has de llevar mi osamenta, pero mi zamba
jamás..."
Sin embargo, no deja de ser una
triste realidad cómo se promueve el despojo espiritual y el desarraigo cultural
desde los centros regionales de poder, y cómo esa disfuncionalidad social ha
acaparado los medios masivos de comunicación trastocando la cosmovisión del
pueblo latinoamericano. No hay coloniaje más nocivo que la enajenación cultural
y espiritual de un pueblo.
Los elementos tradicionales
-moriscos, africanos y nativos- que prevalecieron en América Latina como
forjadores de identidad cultural, fueron constantemente perseguidos,
exterminados y reducidos a la esclavitud, la explotación y la clandestinidad
por las potencias colonialistas -España, Inglaterra, Francia, Holanda...
Estados Unidos, directamente o de manera subrepticia mediante sus agentes
indígenas encubiertos, tanto en el pasado como en el presente a través de la
censura-, potencias que hoy en día buscan direccionar el rumbo de nuestros
pueblos de acuerdo a sus mandatos entumecientes cuya intención es promover la
ignorancia, conduciéndonos al sometimiento espiritual a través de las trampas
del mercantilismo y el comercio.
Ahora bien, el Islam puede
devolver a los pueblos latinoamericanos la profunda consciencia de sí mismos y
el despertar a las potencialidades espirituales que atesora la cultura
vernácula, ya que nos provee de una plataforma tradicional concreta que, sin la
necesidad oscurantista de traicionar nuestras posibilidades identitarias y
culturales -ya que en el Islam uno mismo es quien se forja a sí mismo a través
del autoconocimiento y la conexión con la interioridad más edificante-,
favorece y estimula el desarrollo y la elevación humana y espiritual de
individuos y comunidades. Desde que en su creencia no existen distinciones
étnicas ni raciales, el Islam fortalece la unión y la igualdad en base a la
virtud, el amor y el respeto de acuerdo a la esencia más íntima que guarda el
interior de todo ser humano: el espíritu divino, Dios.
El eurocentrismo -entiéndase,
la perspectiva netamente occidental traída por la colonización- ha dejado sus
vestigios en América Latina mediante la imposición del credo cristiano y los
resabios de una cosmovisión caucásica poco compatible con la vivencia
interracial latinoamericana, cosmovisión acentuada en la época contemporánea
por la incidencia directa de la contracultura de la globalización que intenta
imponer un color uniforme y gris a los pueblos de acuerdo a quienes manejan la
economía mundial y la constante del capitalismo voraz. Consecuentemente los
gobiernos democráticos actuales en los países latinoamericanos, priorizan
políticas populistas que confunden la voluntad popular con los impulsos más
inferiores y subdesarrollados del ser humano, cumpliendo así con la estrategia
'primermundista' de mantener en la ignorancia y la mediocridad cultural a los
pueblos 'tercermundistas' a base de la fomentación y exacerbación de sus
pasiones más vulgares y dañinas: la promiscuidad sexual, la desvirtuada
identidad de género, el narcotráfico y sus sicarios gubernamentales, el
libertinaje, la prostitución física y mental, el falso nacionalismo, la
chabacanería mediática, el culto a la imagen política, la tendenciosa
transformación de los próceres de la historia y su utilización mediática, el
violento egocentrismo en la dirigencia, la legalización de la ilegalidad
(drogas, aborto, etc.), el control de la natalidad, y tantas otras cosas más
que se esgrimen como vox populi y que se han convertido en slogans populistas
de estos gobiernos títeres que desmedran la imagen y la identidad
latinoamericana y que no dejan de ser meros cipayos socio-culturales de los
poderes colonialistas del Occidente rapaz.
El Islam decidida e
inflexiblemente se opone a todo aquello; siendo depositario de la sabiduría
popular atesorada por civilizaciones tradicionales que noblemente transitaron
los siglos de la humanidad, promueve el auténtico crecimiento del pueblo
reconduciéndolo a su naturaleza primigenia recurriendo a la educación en los
valores universales que hacen del hombre un ser trascendente con respecto a sí
mismo, dispuesto a infinitas elevaciones. Debido a su ascendencia interracial,
nuestros pueblos latinoamericanos están mucho mejor predispuestos al saber
universal e integrador del Islam que a la imposición enajenante de la
contracultura global occidental.
Por su original ascendiente y
su desarrollo cultural, América Latina no es ya occidental, sino el dinámico
resultado de la mestización entre elementos orientales, africanos y aborígenes.
Y esto último es lo que mediante el Islam debemos potenciar frente a la
contracara occidental y sus manufacturas inverosímiles.
Más allá de la imposición
religiosa, culturalmente poco y nada le debe Latinoamérica a Europa y a sus
vástagos del Norte. Por lo tanto, sobre la base tradicional del Islam nuestra
identidad latinoamericana cumplirá con su posibilidad más elevada: ser un
espejo ejemplar de resistencia y desarrollo para el mundo. De nosotros depende
y de Dios proviene el éxito.