Islamización
y derviches marginales
(qalandaríles,
malamatíes, yasawíes y uwaysíes)
Los derviches marcaron por lo menos de dos
maneras el destino de Turkestán oriental, una región habitada por pueblos
turcófonos situada al noroeste de China e incorporada al imperio chino a
mediados del siglo XVIII, que en el XX pasó a ser provincia china con el nombre
de Sinkiang (o Xinjiang): en primer lugar, con su acción de misioneros y
activos propagadores del islam, y además por su influencia política sobre los
soberanos musulmanes de estos lugares, cuando no tenían ellos mismos el poder.
Como resultado de su propaganda, los pueblos turcófonos fueron poco a poco sus
antiguas religiones (animismo, chamanismo, budismo) y se hicieron musulmanes,
pero conservando ciertos elementos que han impregnado sus prácticas hasta hoy.
La historia de la mística islámica en el Turkestán chino hay que entenderla en
relación con el resto de Asia central, dado que la mayoría de los derviches que
llegaron allí eran oriundos de Transoxiana (Bujará, Samarcanda, etc.).
Podemos seguir el rastro de los musulmanes
desde el siglo X, cuando se constituyó el primer reino musulmán de Asia
central, en una época en que el imperio samaní de Irán imponía su ley cultural
en la región. Fue en la segunda mitad de este siglo cuando las tribus turcas
abrazaron el islam, durante el reinado del karajaní Satuq Qara Jan (m. 955).
Este último, que había establecido su capital en Kashgar, según la leyenda fue
convertido a la religión del Profeta por un derviche originario de Transoxiana,
Abu Nasi Samani. Pero debemos considerar con cierta reserva los hechos
relatados en la gesta de Satuq Bughra Kan, una epopeya famosa en Turkestán
oriental, en la que el soberano Satuq Qara Jan aparece como un gran místico y
un «guerrero de la fe» (ghazi). Esta leyenda tuvo mucha influencia en el
desarrollo de la mística islámica de Turkestán oriental, y el mausoleo de Satuq
Qarajan, en Artush (alrededor de Kashgar) es todavía hoy uno de los lugares
santos más venerados en esta parte del mundo musulmán, al que acudieron y
siguen acudiendo peregrinos y sufíes. No cabe duda de que la propaganda de los
primeros mercaderes musulmanes y misioneros sufíes dio sus frutos; por otro
lado, a partir de esta época la labor de los derviches entre los turcos se
intensificó, y comprobamos que el número de chamanes y budistas disminuye en
provecho de los místicos de la nueva religión.
Es difícil poner un nombre a las primeras
formas de sufismo que surgieron en estos lugares a mediados del siglo X. La
primera gran cofradía centroasiática, la Yasawiya, no apareció hasta mediados
del siglo XII en Yasi, Turkestán (actual Kazajstán). Los derviches de esta
época debían de parecerse a los que describe Farid ad‑Dîn
Attar en la conocida obra hagiográfica Tazkarat al‑awliya
(siglo XII): sufíes sin afiliación precisa,
seguramente influidos por la Malamatiya de Jurasán, y quizá
por la karramiya, que estaba bien representada en Transoxiana (Samarcanda,
Farghana). En efecto, varios hagiógrafos mencionan
la llegada de los sufíes iraníes procedentes de Jurasán (noreste de Irán) a la
región de Farghana, junto al Turkestán oriental. La primera forma de sufismo
fácil de identificar que aparece en Turkestán oriental es la Qalandariya, un
misticismo marginal, anticonformista y heterodoxo, que la historia suele
relacionar erróneamente con la Malamatiya —más bien se trata de una
"perversión" de esta última—. La confusión ha existido, y ciertos
sufíes respetuosos de las Escrituras aparecen a veces como qalandaríes. De
hecho, según las regiones del mundo islámico, el término qalandar podía
caracterizar conductas diametralmente opuestas.
En Turkestán oriental, al parecer, el
qalandarí era un sufí a medio camino entre el monje budista o el chamán turco y
el místico musulmán propiamente dicho. En los qalandaríes del siglo XIII, lo
mismo que en los actuales, se advierte un sincretismo religioso muy evidente.
El modo de vida y muchas de las prácticas de estos sufíes son una réplica de
los de las comunidades de ascetas budistas. En realidad el budismo no fue
totalmente barrido por el islam, y en algunas regiones de Turkestán las dos
religiones llegaron a convivir. En 1419 el país de los uigures (Turfan y el
valle del río Tarim) era mayoritariamente budista, pero también había derviches
(como un tal Sufí Ata, de Qara Qosha o Qosho). Los místicos turcos se hicieron
eco de ciertas leyendas budistas, y así, en el siglo XIII, una de las cuevas
del conjunto de las cuevas-templo búdicas y tántricas situadas junto a la antigua
capital de los uigures, Qosho, fue recuperada por la tradición qalandarí, que
la convirtió en la tumba de los "siete qalandaríes", (Yiti qalandar)
y en un convento. Otros dos enclaves de Turkestán oriental eran conocidos a
principios de siglo con el nombre de Yiti qalandar, y también había una tumba
de un tal Shah Qalandar (cerca de Korla). El explorador inglés Aurel Stein, que
a principios de siglo dedicó a buscar las antiguas ciudades budistas perdidas
en el desierto de Talda Makan, confesó que casi siempre las había localizado
gracias al hecho de que en las inmediaciones había tumbas de santos
musulmanes. La Qalandariya hizo gala de este sincretismo no sólo con las otras
religiones, sino también en el seno del islam, y absorbió otras cofradías místicas
afines, o incluso órdenes ultraortodoxas como la Naqshbandiya, o se fundió con
ellas.
La historia nos enseña que la combinación
Yasawiya‑Qalandariya es una de las principales
características
de la mística
musulmana en Turkestán oriental. En esta región la Yasawiya
aparece partir del siglo XIII. Según el biógrafo turco Ali Shir Nawai un
miembro de esta orden, Kishing Ata, en fecha no precisada pero anterior al
siglo XIV, tuvo numerosos discípulos en la propia China. Su tumba se encontraba
en este país. La obra poética del fundador de la orden, (m. 1187), los Hikmet,
es una de las preferidas de los qalandaríes. Esta poesía es cantada en unas
reuniones donde también se baila y se recita el dhikr. En todas las épocas, los
viajeros occidentales que recorrieron Turkestán oriental hablaron de sus
encuentros con los qalandaríes. Uno de ellos escribió en el siglo XIX que
también les llamaban Yarr a causa de su dhikr ruidoso (del árabe yahri).
En Turkestán oriental hubo otra corriente
sufi por la que pudieron tener afinidad los qalandaríes: los uwaysíes. Pero el
término uwaysi, en la mística musulmana, designa uno de los rangos más elevados
de la jerarquía mística, el de los derviches perfectos, instruidos directamente
por el espíritu del Profeta, y no por un maestro terrenal. No está claro que se
constituyera una orden sufí con este nombre; más bien parece que se trataba de
una corriente mística. Sea como fuere, a un tal Qoya Muhammad Sharif, de
Samarcanda, se le atribuye la fundación de esta cofradía en Kashgar a mediados
del siglo XVI. Se dice que fue iniciado en esta doctrina por el espíritu del
soberano y santo Satuq Bughra Jan, y que Qoya Muhammad Sharif reactivó el culto
a su santo patrón en Kashgar. En el siglo XVII-XVIII uno de los más famosos
poetas místicos del Rurkestán chino, afín a los qalandaríes, Muhammad Sadiq
Zalili, muy apreciado también hoy, dijo pertenecer a esta corriente. En su
poesía honra a Satuq Bughra Jan y a Qoya Muhammad Sharif; también menciona a
Ahmad Yasawi y habla de su estancia en los conventos sufíes de Turkestán
oriental. Otro místico venerado en esta región se sitúa en la confluencia de
las tradiciones qalandari, malamatí y yasawí: se trata de Shah Mashrab
(1659-1711), natural de Andiyan (Ferghana), cuya poesía mística es célebre en
toda Asia central. Recorrió Turkestán e India, y su poesía es muy apreciada por
los qalandaríes, pero fue perseguido por otros sufíes que le consideraron
impío. En Turkestán oriental la importancia de la poesía y la literatura
mística es tan grande que en los siglos XIX y XX los libros sufíes se leían y
estudiaban incluso en las escuelas islámicas oficiales, las madrasas. En ellas
no podían faltar los Hikmet de Ahmad Yasawi ni las poesías del sufí Allah Yar
(otro poeta muy apreciado por los qalandaries), autores místicos leídos sobre
todo en el área centroasiática.
Complicidad
con la política e imperio de la sharî’a (la Naqshbandiya)
A partir del siglo XIV, y aunque siguieron
existiendo las corrientes místicas mencionadas —más bien entre los nómadas,
lejos de los centros urbanos— se desarrolló una nueva forma de sufismo
fuertemente vinculada a la ortodoxia islámica, la Naqshbandiya. A esta cofradía
se debe en parte, a través de la dinastía timurí de Samarcanda, la islamización
casi total del Turkestán oriental (siglo XVI), con intentos de penetración en
el Tibet. La operación corrió a cargo de los enviados del famoso sheykh de
Samarcanda Ubaydullah Ajrar. Pero el sufismo empezó a desempeñar un papel
francamente político e incluso económico en el siglo XVI, con la llegada al
poder en Kashgar de la familia de los Majdumzada o jodya (maestros), soberanos
todopoderosos del país de las "seis ciudades", (Kashgar, Yarkand,
Jotan, Aqsu, Kusha y Turfan). Dos linajes de esta familia oriunda de Transoxiana,
descendientes de Ubaydullah Ajrar, se disputaron el control de Turkestán
oriental: los Ishaqiyas y los Afaqiyas.
Con la llegada al poder de una dinastía de
soberanos naqshbandíes se aceleró y completó el proceso de transformación de un
país con un código de valores heredado de la estepa, en un país regido por los
mandamientos del islam. Al mismo tiempo, el poder político, que había
pertenecido a los descendientes de Gengis Khan, pasó con los Majudumzada a
tener unos jefes dotados de legitimidad religiosa, que se proclamaban
descendientes del Profeta y de Satuq Qara Jan. De este modo, en el siglo XVI el
islam fue un factor unificador, y la Naqshbandiya el instrumento, bracchio
forte, de esta política. También data de esta época la implantación duradera de
la Naqshbandiya, desde Asia central hasta la población musulmana sinófona de
China. Un descendiente de Majdumzada, Afaq Joya (m. 1694) fue, junto con los
jeques árabes de Yemen, el iniciador de las principales figuras chinas de la
Qadiriya y la Naqshbandiya. La dinastía de los Majdumzada (el linaje de los
Afaqiyas) reinó en Turkestán oriental, convirtiéndolo en un estado casi sufí,
hasta la ocupación china de 1759, y luego pasó a la oposición, desde donde
organizó varios levantamientos contra el estado chino hasta mediados del siglo
XIX. Otras ciudades de Turkestán oriental (Kusha, Yarkand, Urumshi, Jotan)
también fueron escenario de violentos movimientos de rebelión religiosa, casi
siempre encabezados por jeques naqshbandíes. La generalización de estas
rebeliones fue la causa de la retirada china de Turkestán oriental a mediados
del siglo XIX.
En 1869, cuando Kashgaria recuperó la
independencia, el último sufí del linaje de los Afaquiyas (Burzug Jan) fue
derrocado por un militar, Yaaqub Jan, que se proclamó emir de Kashgaria e
impulsó la sharia en todo el territorio. Consciente de la situación precaria
del emirato, arrinconado entre los británicos de la India, los rusos, cada vez
más presentes en las llanuras kazajas yTransoxiana, y los chinos por el este,
Yaaqub Jan decidió jugar la carta del panislamismo y se acercó al poderoso
imperio otomano, llegando a reconocer la soberanía del sultán. La Naqshbandiya,
que siempre había estado presente en la política religiosa del emirato,
desempeñó en esta época un papel nuevo por mediación del sobrino del emir,
miembro de la orden, que fue emisario y diplomático, y supo sacar partido de
las cofradías sufíes radicadas en India, Turquía y Turkestán oriental. Los
correligionarios sufíes de Estambul contribuyeron a que el enviado
extraordinario de Yaaqub Jan ante el sultán obtuviera el apoyo incondicional de
los otomanos, que enviaron consejeros militares a Kashgaria. El emisario del
emir era muy respetado en los círculos místicos de Estambul, y destacó como
comentador de los grandes autores místicos como lbn ‘Arabî e Ibrahim Iraqi.
Tras la caída del emirato de Kashgaria, invadido por el ejército chino, y la
muerte del emir en 1877, Yaaqub Jan Tore se refugió en la India entre los
derviches, y se dedicó por completo a la enseñanza y el estudio del sufismo.
Tenemos pocos datos sobre la situación del
sufismo en Turkestán oriental a principios del siglo XX y durante la república
popular china. El poder comunista no fue muy condescendiente, y aún hoy fustiga
a los maestros sufíes, tachándoles de ignorantes, fundamentalistas religiosos y
agitadores. De todos modos sabemos que la Qalandariya sigue activa (en 1994
conocí a un qalandarí en Urumshi), y que la Naqshbandiya es más fuerte que
nunca, sobre todo en los oasis del sur, en Yangishahr, Yarkand y Jotan. Un amigo
uigur, refugiado en Tashkent, me ha asegurado que en los años cincuenta aún
quedaban derviches yasawíes en la región de Kulsha. Actualmente un sufí casi
nunca es designado con este término (supi en lengua uigur), sino con el de pir
(viejo maestro) y sobre todo el de ishan. Según recientes trabajos etnográficos
(1993) de un investigador uigur, los ishan, sobre todo naqshbandíes,
constituyen una fuerza bien organizada, con una importante red de mezquitas y
kanaqa, y sus discípulos (murîd) se mantienen más que nunca en secreto. Por
otro lado, la literatura sufí no ha sido prohibida por las autoridades chinas,
a diferencia de lo ocurrido en el Asia central soviética hace varios años. Las
obras más leídas son las de los poetas místicos Ahmad Yasawi y Sufi Allah Yar,
que se pueden encontrar fácilmente en las librerías de viejo de Kashgar. Los
mausoleos de los principales santos sufíes, como los de Satuq Qara Kan y joya
Afaq de Kashgar o el de joya Rashidin jan de Kusha, siguen siendo lugares de
peregrinación. Los más visitados son el del famoso naqshbandí Afaq joya, en
Kashgar, y el de Ordam, entre Kashgar y Yarkand, donde se reúnen miles de
peregrinos el mes de muharram. La independencia de las repúblicas vecinas del
Turkestán occidental, donde el sufismo, ha sido rehabilitado con entusiasmo, ha
alentado las de los turcófonos de Sinkiang, así como la idea de independencia.
Los hombres cuentan con más libertad que en la época soviética entre los dos
Turkestanes, al igual, sin duda, que las ideas políticas, culturales y...
místicas.
Autor: Thierry Zarcone
Autor: Thierry Zarcone